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DECIMOSÉPTIMA HORA DE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

DECIMOSÉPTIMA HORA De las 9 a las 10 de la mañana.


PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

Jesús coronado de espinas. 

“Ecce Homo.”

Jesús es condenado a muerte.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más comprendo cuánto sufres. 

Ya estás todo lacerado y no hay parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar al lugar donde te coronarán de espinas.

 Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo no puedo continuar viéndote sufrir. 

Siento ya un escalofrío en los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame! 

Y mi amable Jesús me dice:

 «Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a mis enseñanzas. 

Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto conmigo». 

Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a golpes de palo te hacen penetrar las espinas en la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta detrás en la nuca. 

¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan inenarrables! 

¡Cuántas muertes crueles no sufres! 

La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro y comienzan sus burlas. 

Te saludan como rey de los judíos, te golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen: 

«Adivina quién te ha golpeado». (Lc 22, 64)

 Y Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por aquellos que encontrándose en estos puestos, no comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de empujar al mal y de que se pierdan almas. 

Con esa caña que tienes en la mano reparas por tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con malas intenciones.

 En los insultos y en esa venda reparas por aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas, desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la verdad. 

Con esta venda impetras para nosotros el que nos quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. 

Mi Rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus pinchazos. 

Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener su cabeza. 

 

 ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio de mil tormentos!

 Y Él me dice: 

«Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu Rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti. 

 Después gira por todos los corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos». 

Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y bendecirte en todo. 

Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti. 

Y ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte. 

Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa vida y bendíceme.

Jesús de nuevo ante Pilatos.

Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. 

¡Pero qué espectáculo conmovedor! 

¡Los Cielos se horrorizan y el infierno tiembla de espanto y de rabia! 

Vida de mi corazón, mi mirada no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros te contemplo.

 Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies. 

¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado reducido!

 ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos de las humillaciones y de los dolores! 

¡Ah, no puedo soportar tu visión tan dolorosa! 

Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. 

Y Tú, oh paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre las espinas y me dices: 

«Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el desahogo de mis penas interiores. 

Pon atención a los latidos de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad.

 Con estas espinas quiero romper el espíritu de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas según la luz de la verdad. 

Con estar así humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables. 

Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a mis penas». 

Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido, se siente estremecer y todo impresionado exclama: 

«¿Será posible tanta crueldad en los corazones humanos? 

¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!» 

Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte: 

«Pero dime, ¿qué has hecho? 

Tu gente te ha entregado en mis manos, dime, ¿Tú eres rey? 

¿Cuál es tu reino?» 

A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma a costa de tantas penas. 

Y Pilatos, porque no respondes, añade: 

«¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte o el condenarte?» (Jn 19, 10).

 Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:

 «No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han cometido un pecado más grave que el tuyo». (Jn 19, 11) 

Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz, indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.

 Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que, ansiosa espera tu condena. 

Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención de todos y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta para hacer que todos vean a qué estado has quedado reducido, y en voz alta dice:

 «¡Ecce Homo!» 

(“¡Aquí tienen al hombre!”) 

Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente, más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir tanto, por eso dejémoslo libre». 

Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. 

Ah, en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra y en el infierno.

 Y después, como en una sola voz oigo el grito de todos: 

«¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos muerto!» (Lc 23, 21).

 Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de tu amado Padre que dice: 

«¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!»

Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada, desolada, hace eco a tu amado Padre: 

«¡Hijo, te quiero muerto!» 

Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz unánime gritan: 

«¡Crucifícalo, crucifícalo!» 

Así que no hay alma que te quiera vivo. 

Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema a gritar:

 «¡Crucifícalo!» 

Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma pecadora, te quiero muerto. 

Sin embargo, te ruego que me hagas morir junto contigo. 

Y Tú, mientras tanto, oh mi destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me dices: 

«Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las criaturas. 

En este momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar en Mí la vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se abren para recibirlas; 

en la otra corriente están aquellas que me quieren muerto por odio y como confirmación de su condenación y mi corazón está lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus mismas penas del infierno. 

Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento la muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo: 

«¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? 

¿Por qué mis penas serán inútiles para tantos? 

¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme penas tan desgarradoras!» 

Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a tus reparaciones. 

Pero veo que Pilatos queda atónito y se apresura a decir:

 «¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro Rey? 

Yo no encuentro culpa en Él para condenarlo». (Jn 19, 6).

Y los judíos haciendo escándalo gritan:

 «No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo, crucifícalo». (Jn 19, 15).

 Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las manos dice:

 «Yo soy inocente de la sangre de este Justo». (Mt 27, 24).

 Y te condena a muerte. 

Pero los judíos gritan: 

«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mt 27, 25).

Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que después de la culpa instigan a la Ira divina a castigarlos.

 Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han querido, sellándola con tu sangre que han imprecado. 

Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la cruz.

 Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y después llegaremos juntos al monte calvario; por eso permanece en mí y bendíceme. + + +

 Reflexiones de la Decimoséptima Hora (9 AM) 

CUARTA MEDITACIÓN NOVENA DE NAVIDAD 

“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor obrante. 

Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre. 

 Así que mi Pasión fue concebida junto Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá. 

Oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas. 

Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer, estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra.

 Marzo 6, 1903 Jesús la lleva a ver el mundo y dice

 “Ecce homo”

Después de haber esperado mucho, el bendito Jesús se hacía ver dentro de mi interior, diciéndome: 

“¿Quieres que vayamos a ver si las criaturas me quieren?” 

Y yo: 

“Seguro que te querrán; siendo Tú el Ser más amable,

 ¿quién tendrá la osadía de no quererte?” 

Y Él: 

“Vayamos y después verás lo que harán”. 

Nos hemos ido, y cuando llegamos a un punto donde había mucha gente, ha sacado su cabeza de dentro de mi interior y ha dicho aquellas palabras que dijo Pilatos cuando lo mostró al pueblo: 

“Ecce Homo”. 

Y comprendía que aquellas palabras significaban si querían que el Señor reinase como su Rey, y tuviese el dominio en sus corazones, en las mentes, y obras; y aquellos respondieron:

 “Quítenlo, no lo queremos, más bien crucifíquenlo, a fin de que sea destruida toda memoria suya”.

 ¡Oh, cuántas veces se repiten estas escenas! Entonces el Señor ha dicho a todos: 

“Ecce Homo”

Al decir esto sucedió un murmullo, una confusión, quién decía: 

“No lo quiero por Rey mío, quiero la riqueza, otro el placer, otro el honor, quién las dignidades y quién tantas otras cosas más. 

Con horror yo escuchaba estas voces y el Señor me ha dicho:

“Has comprendido como nadie me quiere, sin embargo esto es nada, dirijámonos a la clase religiosa y veamos si me quieren”. 

Entonces me he encontrado en medio de sacerdotes, obispos, religiosas, consagrados; y Jesús con voz sonora ha repetido: 

“Ecce Homo”

Y aquellos decían: 

“Lo queremos, pero queremos también nuestra conveniencia”. Otros: “Lo queremos, pero junto con el interés”. 

 Respondían otros: 

“Lo queremos, pero unido a la estima, al honor, ¿qué hace un religioso sin estima?” 

Replicaban otros: 

“Lo queremos, pero unido a alguna satisfacción de criatura, ¿cómo se puede vivir solo y sin que nadie nos satisfaga?” 

Y algunos llegaban a querer al menos la satisfacción en el sacramento de la confesión. 

Pero solo, solo, casi ninguno lo quería, no faltando también que alguno no se ocupara de hecho de Jesucristo.

 Entonces todo afligido me ha dicho:

 “Hija mía, retirémonos, has visto cómo ninguno me quiere, o a lo más me quieren unido con alguna cosa que a ellos les agrada, Yo no me contento con esto, porque el verdadero reinar es cuando se reina solo”.

Mientras esto decía me he encontrado en mí misma.

 

Significado de la coronación de espinas. 

Esta mañana veía a mi adorable Jesús en mi interior coronado de espinas, y viéndolo en aquel modo le he dicho:

“Dulce Señor mío, ¿por qué vuestra cabeza envidió a vuestro flagelado cuerpo que había sufrido tanto y tanta sangre había derramado, y no queriendo la cabeza quedarse atrás del cuerpo, honrado con el adorno del sufrir, instigaste Tú mismo a los enemigos a coronarte con una corona de espinas tan dolorosa y tormentosa?”.

 Y Jesús: “Hija mía, muchos significados tiene esta coronación de espinas, y por cuanto dijera queda siempre mucho por decir, porque es casi incomprensible a la mente creada el por qué mi cabeza quiso ser honrada con tener su porción distinta y especial, no general, de un sufrimiento y esparcimiento de sangre, haciendo casi competencia con el cuerpo, el por qué fue que siendo la cabeza la que une todo el cuerpo y toda el alma, de modo que el cuerpo sin la cabeza es nada tanto que se puede vivir sin los otros miembros, pero sin la cabeza es imposible, siendo la parte esencial de todo el hombre, tan es verdad, que si el cuerpo peca o hace el bien, es la cabeza la que dirige, no siendo el cuerpo otra cosa que un instrumento, entonces, debiendo mi cabeza restituir el régimen y el dominio, y merecer que en las mentes humanas entraran nuevos cielos de gracias, nuevos mundos de verdad, y destruir los nuevos infiernos de pecados, por los que llegarían hasta hacerse viles esclavos de viles pasiones, y queriendo coronar a toda la familia humana de gloria, de honor y de decoro, por eso quise coronar y honrar en primer lugar mi Humanidad, si bien con una corona de espinas dolorosísima, símbolo de la corona inmortal que restituía a las criaturas, quitada por el pecado. 

Además de esto, la corona de espinas significa que no hay gloria y honor sin espinas, que no puede haber jamás dominio de pasiones, adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta dentro de la carne y el espíritu, y que el verdadero reinar está en el donarse a sí mismo, con las pinchaduras de la mortificación y del sacrificio; además estas espinas significaban que verdadero y único Rey soy Yo, y sólo quien me constituye Rey del propio corazón, goza de paz y felicidad, y Yo la constituyo reina de mi propio reino. 

Además, todos aquellos ríos de sangre que brotaban de mi cabeza eran tantos riachuelos que ataban la inteligencia humana al conocimiento de mi supremacía sobre ellos”. 

¿Pero quién puede decir todo lo que oigo en mi interior? 

No tengo palabras para expresarlo; más bien lo poco que he dicho me parece haberlo dicho incoherente, y así creo que debe ser al hablar de las cosas de Dios, por cuan alto y sublime uno pueda hablar, siendo Él increado y nosotros creados, no se puede decir de Dios mas que balbuceos. 

 

Abril 24, 1915 Cómo lo que sufrió Jesús en la corona espinas es incomprensible a mente creada. 

Mucho más dolorosos que aquellas espinas se clavaban en su mente todos los malos pensamientos de las criaturas. 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando cuánto sufrió el bendito Jesús al ser coronado de espinas, y Jesús haciéndose ver me ha dicho: 

“Hija mía, los dolores que sufrí son incomprensibles a mente creada; pero mucho más dolorosos que aquellas espinas se clavaban  en mi mente todos los pensamientos malos de las criaturas, de modo que de todos estos pensamientos de las criaturas ninguno se me escapaba, todos los sentía en Mí, así que no sólo sentía las espinas, sino también el horror de las culpas que aquellas espinas clavaban en Mí”. 

Entonces, traté de ver al amable Jesús, y veía su santísima cabeza circundada como por una corona de espinas que le salían de dentro. 

 Todos los pensamientos de las criaturas estaban en Jesús, y de Jesús pasaban a ellas y de ellas a Jesús y en Él quedaban como concatenados juntos. 

¡Oh, cómo sufría Jesús! Después ha agregado: “Hija mía, sólo las almas que viven en mi Voluntad pueden darme verdaderas reparaciones y endulzarme espinas tan punzantes, porque viviendo en mi Voluntad, mi Voluntad se encuentra en todas partes, y ellas encontrándose en Mí y en todos, descienden en las criaturas y suben a Mí y me traen todas las reparaciones y me endulzan, y hacen cambiar en las mentes las tinieblas en luz”

 

Mayo 2, 1917 Cómo es que Jesús moría poco a poco. 

“Hija mía, ánimo y firmeza en todo, o qué, ¿no quieres imitarme? También Yo moría poco a poco, conforme las criaturas me ofendían en sus pasos, Yo sentía el desgarro en mis pies, pero con tal acerbidad de espasmos, capaces de darme la muerte, y mientras me sentía morir no moría; conforme me ofendían con sus obras Yo sentía la muerte en mis manos, y por el cruel desgarro Yo agonizaba, me sentía desfallecer, pero la Voluntad del Padre me sostenía, moría y no moría; conforme las malas palabras, las blasfemias horrendas de las criaturas se repercutían en mi voz, Yo me sentía sofocar, ahogar, amargar la palabra y sentía la muerte en mi voz, pero no moría. 

Y mi desgarrado corazón conforme palpitaba, sentía en mi latido las vidas malas, las almas que se arrancaban, y mi corazón estaba en continuos desgarros y laceraciones; agonizaba y moría continuamente en cada criatura, en cada ofensa, no obstante, el amor, el Querer Divino, me obligaban a vivir. He aquí el porqué de tu morir poco a poco, te quiero junto Conmigo, quiero tu compañía en mis muertes, ¿no estás contenta?”

 

Las penas que la Divinidad infligía en el interior de Jesús. Las penas de la Pasión fueron sombras y semejanzas de las penas internas. 

Encontrándome en mi habitual estado, el dulce Jesús me hacía sufrir parte de sus penas y de sus muertes que sufrió por cada una de las criaturas. 

Por mis pequeñas penas comprendía cuán atroces y mortales habían sido las penas de Jesús, entonces me ha dicho: 

“Hija mía, mis penas son incomprensibles a la naturaleza humana, las mismas penas de mi Pasión fueron sombras o semejanzas de mis penas internas. 

Mis penas internas me eran infligidas por un Dios Omnipotente, al cual ninguna fibra podía esquivar el golpe; las de mi Pasión me eran infligidas por los hombres, los cuales no teniendo ni la omnipotencia ni la omnividencia, no podían hacer lo que ellos mismos querían, ni podían penetrar en todas mis fibras internas. 

Mis penas internas estaban encarnadas y mi misma Humanidad era transformada en clavos, en espinas, en flagelos, en llagas, en martirio, tan crueles que me daban muertes continuas, éstas eran inseparables de Mí, formaban mi misma Vida; en cambio las de mi Pasión eran extrañas a Mí, eran espinas y clavos que se podían clavar, y queriendo se podían también quitar, y el solo pensamiento de que una pena se puede quitar es un alivio; pero mis penas internas, que eran formadas por la misma carne, no había ninguna esperanza de que se me pudieran quitar, ni disminuir la agudeza de una espina, del traspasarme con clavos.

 Mis penas internas fueron tales y tantas, que las penas de mi Pasión las podría llamar alivios y besos que daban a mis penas internas, que uniéndose juntas daban el último testimonio de mi grande y excesivo amor por salvar a las almas. 

Mis penas externas eran voces que llamaban a todos a entrar en el océano de mis penas internas, para hacerlos comprender cuánto me costaba su salvación.

 Y además, por tus mismas penas internas, comunicadas por Mí, puedes comprender en algún modo la intensidad continua de las mías. Por eso date ánimo, es el amor lo que a esto me empuja”.

 

Diciembre 24, 1924 La pena de la muerte fue la primer pena que Jesús sufrió y le duró toda su Vida. 

La Encarnación no fue otra cosa que un darse en poder de la criatura. La firmeza en el obrar. …

“Hija mía, las penas que sufrí en este seno virginal de mi Mamá son incalculables a la mente humana, ¿pero sabes tú cuál fue la primera pena que sufrí desde el primer instante de mi Concepción y que me duró toda la vida? La pena de la muerte. 

Mi Divinidad descendía del Cielo plenamente feliz, intangible de cualquier pena y de cualquier muerte, y cuando vi a mi pequeña Humanidad sujeta a la muerte y a las penas por amor a las criaturas, sentí tan a lo vivo la pena de la muerte, que por pura pena habría muerto de verdad si la potencia de mi Divinidad no me hubiera sostenido con un prodigio, haciéndome sentir la pena de la muerte y la continuación de la vida, así que para Mí fue siempre muerte, sentía la muerte del pecado, la muerte del bien en las criaturas y también su muerte natural. 

¡Qué duro desgarro fue para Mí toda mi Vida! Yo, que contenía la vida y era el dueño absoluto de la vida misma, debía sujetarme a la pena de la muerte. 

¿No ves a mi pequeña Humanidad inmóvil y moribunda en el seno de mi querida Madre? 

¿Y no la sientes en ti misma cómo es dura y desgarradora la pena de sentirse morir y no morir? 

Hija mía, es tu vivir en mi Voluntad lo que te hace partícipe de la continua muerte de mi Humanidad”. 

Entonces me he pasado casi toda la mañana junto a mi Jesús en el seno de mi Mamá y lo veía que mientras estaba en acto de morir, volvía a tomar vida para abandonarse de nuevo a morir. 

¡Qué pena ver en ese estado al niño Jesús!

 + + + 19-28 Junio 20, 1926 Ecce Homo. 

Jesús sintió tantas muertes por cuantos gritaron crucifícalo. 

Quien vive en la Divina Voluntad toma el fruto de las penas de Jesús.

 El ideal de Jesús en la Creación era el reino de su Voluntad en el alma.

Después de haber pasado días amarguísimos por la privación de mi dulce Jesús, me sentía que no podía más, yo gemía bajo una prensa que me trituraba alma y cuerpo y suspiraba por mi patria celestial, donde ni siquiera por un instante habría quedado privada de Aquél que es toda mi vida y mi sumo y único bien. 

Luego, cuando me he reducido a los extremos sin Jesús, me he sentido llenar toda de Él, de modo que yo quedaba como un velo que lo cubría, y como estaba  pensando y acompañándolo en las penas de su Pasión, especialmente en el momento cuando Pilatos lo mostró al pueblo diciendo: 

“Ecce Homo”, mi dulce Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, cuando Pilatos dijo ‘Ecce Homo’, todos gritaron: ‘Crucifícalo, crucifícalo, lo queremos muerto’. También mi mismo Padre Celestial y mi inseparable y traspasada Mamá, y no sólo aquellos que estaban presentes sino todos los ausentes y todas las generaciones pasadas y futuras, y si alguno no lo dijo con la palabra, lo dijo con las acciones, porque no hubo uno solo que dijera que me querían vivo, y el callar es confirmar lo que quieren los demás.

 Este grito de muerte de todos fue para Mí dolorosísimo, Yo sentía tantas muertes por cuantas personas gritaron crucifícalo, me sentí como ahogado de penas y de muerte, mucho más que veía que cada una de mis muertes no llevaba a cada uno la vida, y aquellos que recibían la vida por causa de mi muerte no recibían todo el fruto completo de mi pasión y muerte. 

Fue tanto mi dolor, que mi Humanidad gimiente estaba por sucumbir y dar el último respiro, pero mientras moría, mi Voluntad Suprema con su Omnividencia hizo presentes a mi Humanidad muriente a todos aquellos que habrían hecho reinar en ellos, con dominio absoluto al Eterno Querer, los cuales tomarían el fruto completo de mi Pasión y muerte, entre los cuales estaba, a la cabeza, mi amada Madre, Ella tomó todo el depósito de todos mis bienes y de los frutos que hay en mi Vida, Pasión y Muerte, ni siquiera un respiro mío perdió y del cual no custodiase el precioso fruto, y de Ella debían ser transmitidos a la pequeña recién nacida de mi Voluntad y a todos aquellos en los cuales el Supremo Querer habría tenido su Vida y su Reino. Cuando mi Humanidad expirante vio puesto a salvo y asegurado el fruto completo de mi Vida, Pasión y Muerte, pudo reemprender y continuar el curso de la dolorosa Pasión. 

+ + + 20-40 Diciembre 24, 1926 Lamentos y dolores por la privación de Jesús. 

Penas de Jesús en el seno materno. 

Quien vive en el Querer Divino es como miembro vinculado con la Creación. 

Ahora, mientras esto decía se ha puesto dentro de mí, en medio de mi pecho, extendido, en un estado de perfecta inmovilidad, sus piecitos y manitas estaban tan tiesos e inmóviles que daban piedad, le faltaba el espacio para moverse, para abrir los ojos, para respirar libremente, y lo que más desgarraba era verlo en acto de morir continuamente. 

Qué pena ver morir a mi pequeño Jesús, yo me sentía puesta junto con Él en el mismo estado de inmovilidad. Entonces, después de algún tiempo el niñito Jesús estrechándome a Sí me ha dicho:

“Hija mía, mi estado en el seno materno fue dolorosísimo, mi pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y de sabiduría infinita, por lo tanto desde el primer instante de mi concepción comprendía todo mi estado doloroso, la oscuridad de la cárcel materna, no tenía ni siquiera un hueco por donde entrara un poco de luz. 

¡Qué larga noche de nueve meses! La estrechez del lugar que me obligaba a una perfecta inmovilidad, siempre en silencio, no me era dado gemir, ni sollozar para desahogar mi dolor, cuántas lágrimas no derramé en el sagrario del seno de mi Mamá sin hacer el mínimo movimiento, y esto era nada, mi pequeña Humanidad había tomado el empeño de morir tantas veces, para satisfacer a la Divina Justicia, por cuantas veces las criaturas habían hecho morir la Voluntad Divina en ellas, haciendo la gran afrenta de dar vida a la voluntad humana, haciendo morir en ellas una Voluntad Divina. ¡Oh! cómo me costaron estas muertes; morir y vivir, vivir y morir, fue para Mí la pena más desgarradora y continua, mucho más que mi Divinidad, si bien era Conmigo una sola cosa e inseparable de Mí, al recibir de Mí estas satisfacciones se ponía en actitud de justicia, y si bien mi Humanidad era santa y también era la lamparita delante al Sol inmenso de mi Divinidad, Yo sentía todo el peso de las satisfacciones que debía dar a este Sol Divino y la pena de la decaída humanidad que en Mí debía resurgir a costa de tantas muertes mías. 

Fue el rechazar la Voluntad Divina dando vida a la propia lo que formó la ruina de la humanidad decaída, y Yo debía tener en estado de muerte continua a mi Humanidad y voluntad humana, para hacer que la Voluntad Divina tuviera vida continua en  Mí para extender ahí su reino. 

Desde que fui concebido, Yo pensaba y me ocupaba en extender el reino del Fiat Supremo en mi Humanidad, a costa de no dar vida a mi voluntad humana, para hacer resurgir a la humanidad decaída, a fin de que fundado en Mí este reino, preparase las gracias, las cosas necesarias, las penas, las satisfacciones que se necesitaban para hacerlo conocer y fundarlo en medio de las criaturas. 

Por eso todo lo que tú haces, lo que hago en ti para este reino, no es otra cosa que la continuación de lo que Yo hice desde que fui concebido en el seno de mi Mamá. Por eso si quieres que desenvuelva en ti el reino del Eterno Fiat, déjame libre y no des jamás vida a tu voluntad”. 

 

OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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