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DECIMOSEXTA HORA DE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.


DECIMOSEXTA HORA De las 8 a las 9 de la mañana. 


PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás. 

Jesús es flagelado. 

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién eres Tú, sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en delirio y digo:

 ¿cómo, Jesús loco? 

¿Jesús malhechor? 

¡Y ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás! 

Mi Jesús, santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado, queda más indignado contra los judíos y se convence mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos gritan: 

«¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!» (Jn 18, 40) 

Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena a la flagelación. 

Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la vida, y poniendo atención te escucho decir: 

«Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa

Mira oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón

Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto mayor? 

Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el mundo está lleno de posposiciones! 

Quién nos pospone a un vil interés, quién a los honores, quién a las vanidades, quién a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las criaturas, aun a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las posposiciones de las criaturas.”

Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus virtudes en medio de tantas penas e insultos. 

Tus palabras y reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. 

Pero, ¿qué veo? 

Los soldados te conducen a una columna para flagelarte. 

Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.

Jesús Flagelado.

 Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo cuerpo. 

Amor mío, vida mía, me siento desfallecer por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te dejan caer.

 Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota sangre. 

Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse sobre de Ti libremente. 

Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. 

¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de plumas, Tú, ¿desnudo? 

¡Qué atrevimiento! 

Pero mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus ojos me dice: 

«Calla, oh hija. 

Era necesario que fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de brutos

En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales. 

Por eso atenta a lo que hago y ruega y repara conmigo y cálmate»

Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados, pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de llagas.

Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería.

 A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna. 

Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices: 

«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en ésta mi sangre encontrarán el remedio a todos sus males». Tus gemidos continúan diciendo: 

«Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí». 

Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún más. 

Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos están agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería. 

Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia sangre. 

Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para restaurarte un poco con mi amor. 

Te beso, y con mi beso encierro a todas las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.

 

Reflexiones de la Decimosexta Hora (8 AM) 14-2 Febrero 9, 1922.

 El cuerpo desgarrado de Jesús es el verdadero retrato del hombre que comete pecado. 

Jesús en la flagelación se hizo arrancar a pedazos la carne, se redujo todo a una llaga para dar nuevamente la vida al hombre. 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba en el misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo descarnado, su cuerpo desnudo no sólo de sus vestiduras, sino también de su carne; sus huesos se podían numerar uno por uno; su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al verse, tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez. 

Yo me sentía muda ante esta escena tan desgarradora, habría querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y Jesús, todo bondad me ha dicho:

 “Querida hija mía, mírame bien para que conozcas a fondo mis penas. 

Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi gracia, y Yo para dársela nuevamente me hice despojar de mis vestidos; el pecado lo deforma, y mientras es la más bella criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea y da asco y horror. 

Yo era el más bello de los hombres, y para darle de nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad tomó la forma más fea; mírame cómo estoy horrible, me hice quitar la piel por los azotes y quedé irreconocible. 

El pecado no sólo quita la belleza, sino que forma llagas profundas, putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas, consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre hace en estado de pecado son obras muertas, esqueléticas, el pecado le arranca la nobleza de su origen, la luz de su razón y se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad de sus llagas me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una sola llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los humores vitales en su alma, para darle nuevamente la vida. ¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque a cada pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me restituía la vida. Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos están siempre en acto de dar vida al hombre, pero el hombre rechaza mi sangre para no recibir la vida, pisotea mis carnes para quedar llagado, ¡oh! cómo siento el peso de la ingratitud”.

 Y arrojándose en mis brazos ha roto en llanto. 

Yo me lo he estrechado a mi corazón, pero Él lloraba fuertemente, ¡qué desgarro ver llorar a Jesús! 

Habría querido sufrir cualquier pena para no hacerlo llorar. 

Entonces lo he compadecido, le he besado sus llagas, le he secado las lágrimas, y Él como reconfortado ha agregado: 

“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama mucho a su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo ama hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca las piernas, se quita la piel y se lo da todo al hijo y dice: 

‘Estoy más contento con quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar, que eres bello”. 

¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a su hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto con su belleza! 

¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que su hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se contenta con permanecer feo como está? 

Así soy Yo, en todo he pensado, pero ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor”.

Abril 1, 1922 El momento más humillante de la Pasión de Jesús fue el ser vestido y tratado como loco. 

Cada pena que sufrió Jesús, no era otra cosa que el eco de las penas que merecían las criaturas. 

Después he seguido las horas de la Pasión, y seguía a mi dulce Jesús en el momento en que fue vestido y tratado como loco; mi mente se perdía en este misterio, y Jesús me ha dicho:

 “Hija mía, el paso más humillante de mi Pasión fue propiamente éste, el ser vestido y tratado como loco, llegué a ser el juguete de los judíos, su harapo; humillación más grande no podría tener mi infinita sabiduría; no obstante era necesario que Yo, Hijo de Dios, sufriera esta pena. 

El hombre pecando se vuelve loco; locura más grande no puede darse, y de rey cual es, se convierte en esclavo y juguete de vilísimas pasiones que lo tiranizan, y más que a un loco lo encadenan a su antojo, arrojándolo en el fango y cubriéndolo con las cosas más sucias. 

¡Oh! qué gran locura es el pecado, en este estado el hombre jamás podía ser admitido ante la Majestad Suprema, por eso quise sufrir esta pena tan humillante, para conseguirle al hombre que saliera de este estado de locura, ofreciéndome Yo a mi Padre Celestial para sufrir las penas que merecía su locura. 

Cada pena que sufrí en mi Pasión no era otra cosa que el eco de las penas que merecían las criaturas; este eco retumbaba en Mí y me sometía a penas, a desprecios, a burlas y a todos los tormentos”

 

En la flagelación, Jesús quiso ser desnudado para dar de nuevo a la criatura las vestiduras reales de la Divina Voluntad. 

Estaba acompañando a mi Jesús en el misterio de la flagelación, compadeciéndolo cuando se vio tan confundido en medio de los enemigos, despojado de sus vestidos, bajo una tempestad de golpes, y mi amable Jesús saliendo de mi interior en el estado en el que se encontraba cuando fue flagelado me ha dicho: 

Hija mía, ¿quieres saber la causa por la que fui desnudado cuando fui flagelado? 

En cada misterio de mi Pasión primero me ocupaba de consolidar la rotura entre la voluntad humana y la Divina, y después de las ofensas que esta rotura produjo. 

Cuando el hombre en el edén rompió los vínculos de la unión entre la Voluntad Suprema y la suya, se despojó de las vestiduras reales de mi Voluntad y se vistió con los miserables harapos de la suya, débil, inconstante, impotente para hacer algo de bien. 

Mi Voluntad le era un dulce encanto que lo tenía absorbido en una luz purísima que no le hacía conocer otra cosa que a su Dios, del cual había salido, quien no le daba otra cosa que felicidad sin medida, y estaba tan absorbido por lo mucho que le daba su Dios, que no se daba ningún pensamiento de sí mismo. 

¡Oh! cómo era feliz el hombre y cómo la Divinidad se deleitaba en darle tantas partículas de su Ser por cuanto la criatura puede recibir, para hacerlo semejante a Él. 

Ahora, en cuanto rompió la unión de nuestra Voluntad con la suya, perdió la vestidura real, perdió el encanto, la luz, la felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi Voluntad y viéndose sin el encanto que lo tenía absorto, se conoció, tuvo vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que su misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío y la desnudez y sintió la viva necesidad de cubrirse; y así como nuestra Voluntad lo tenía en el puerto de felicidades inmensas, así la suya lo puso en el puerto de las miserias. 

Nuestra Voluntad era todo para el hombre, y en Ella encontraba todo, era justo que habiendo salido de Nosotros y viviendo como un tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera de lo nuestro, y este Querer debiera sustituirse a todo lo que él necesitaba; por lo tanto, como quiso vivir de su querer, tuvo necesidad de todo, porque el querer humano no tiene el poder de sustituirse a todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien, por eso fue obligado a procurarse con cansancio las cosas necesarias a la vida. 

¿Ves entonces qué significa no estar unido con mi Voluntad?

 ¡Oh! si todos la conocieran, sólo tendrían un solo suspiro:

 ‘Que mi Querer venga a reinar sobre la tierra’. 

Así que, si Adán no se hubiera sustraído de la Voluntad Divina, aun su naturaleza no habría tenido necesidad de vestidos, no habría sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a sufrir el frío, el calor, el hambre, la debilidad, pero estas cosas naturales eran casi nada, eran más bien símbolos del gran bien que había perdido su alma. 

Por eso hija mía, antes de ser atado a la columna para ser flagelado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la desnudez del hombre cuando se desnudó del vestido real de mi Voluntad.

 Sentí en Mí tal confusión y pena al verme así desnudo en medio de los enemigos que se burlaban de Mí, que lloré por la desnudez del hombre y ofrecí a mi Celestial Padre mi desnudez, para hacer que el hombre fuera revestido de nuevo con el vestido real de mi Voluntad, y como pago, para que esto no me fuera negado, ofrecí mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos, me hice desnudar no sólo de los vestidos, sino también de mi piel para poder pagar el precio y satisfacer el delito de esta desnudez del hombre; derramé tanta sangre en este misterio, que en ningún otro derramé tanta, que bastaba para cubrir al hombre como con un segundo vestido, y vestido de sangre para cubrirlo de nuevo, y así calentarlo y lavarlo para disponerlo a recibir la vestidura real de mi Voluntad”. 

Yo al oír esto, sorprendida he dicho: 

“Mi amado Jesús, ¿cómo puede ser posible que el hombre con sustraerse de tu Voluntad tuvo necesidad de vestirse, tuvo vergüenza, miedo? 

Sin embargo, Tú hiciste siempre la Voluntad del Padre Celestial, eras una sola cosa con Él; tu Mamá no conoció jamás su querer, sin embargo, tuvisteis necesidad de vestidos, de alimento y sentisteis el frío y el calor”.

 Y Jesús ha agregado: 

Sin embargo hija mía es precisamente así. 

Si el hombre sintió vergüenza de su desnudez y quedó sujeto a tantas miserias naturales, fue precisamente porque perdió el dulce encanto de mi Voluntad, y si bien el mal lo hizo el alma, no el cuerpo, pero indirectamente fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la naturaleza quedó como profanada por el mal querer del hombre, por lo tanto, la una y el otro debían sentir la pena del mal hecho. 

Respecto a Mí, es verdad que hice siempre la Voluntad Suprema, pero Yo no vine a encontrar al hombre inocente, al hombre antes de que pecara, sino que vine a encontrar al hombre pecador y con todas sus miserias, y debí fraternizarme con él, tomar sobre de Mí todos sus males y sujetarme a las necesidades de la vida, como si fuera uno de ellos; pero en Mí había este prodigio, que si lo quería de nada tenía necesidad, ni de vestidos, ni de alimento, ni de nada. 

Pero no quise servirme de él por amor al hombre, quise sacrificarme en todo, aun en las cosas más inocentes creadas por Mí mismo, para atestiguarle mi ardiente amor, es más, esto servía para impetrar de mi Divino Padre que, por consideración mía y de mi voluntad toda sacrificada a Él, restituyera al hombre la noble vestidura real de nuestra Voluntad”.

 

Quien se da a Dios pierde sus derechos. 

La sangre de Jesús es defensa de las criaturas ante los derechos de la Divina Justicia. 

Me sentía muy oprimida por la privación de mi adorable Jesús.

 ¡Oh, cómo me sangra el corazón y me siento sometida a sufrir muertes continuas! 

Sentía que no podía más sin Él, y que más duro no podía ser mi martirio, y mientras trataba de seguir a mi Jesús en los diferentes misterios de su Pasión, he llegado a acompañarlo en el misterio de su dolorosa flagelación. 

Mientras estaba en esto se ha movido en mi interior llenándome toda de su adorable Persona; yo al verlo le quería decir mi duro estado, pero Jesús imponiéndome silencio me ha dicho: 

Hija mía, recemos juntos; hay ciertos tiempos tan tristes en los cuales mi justicia, no pudiendo contenerse por los males de las criaturas quisiera inundar la tierra de nuevos flagelos, y por eso es necesaria la oración en mi Voluntad, la que extendiéndose sobre todos se pone en defensa de las criaturas, y con su potencia impide que mi justicia se acerque a la criatura para golpearla”. 

¡Cómo era bello y conmovedor oír rezar a Jesús!

 Y como lo estaba acompañando en el doloroso misterio de la flagelación, se hacía ver chorreando sangre, y oía que decía: 

“Padre mío, te ofrezco esta mi sangre, ¡ah! haz que esta sangre cubra todas las inteligencias de las criaturas y haga vanos todos sus malos pensamientos, disminuya el fuego de sus pasiones y haga resurgir inteligencias santas. 

Esta sangre cubra sus ojos y haga velo a su vista, a fin de que no le entre el gusto de los placeres malos, y no se ensucien con el fango de la tierra. 

Esta sangre mía cubra y llene su boca y deje muertos sus labios a las blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus malas palabras. 

Padre mío, esta mi sangre cubra sus manos y le dé terror de tantas acciones infames.

 Esta sangre circule en nuestra Voluntad Eterna para cubrir a todos, para defender y para ser arma defensora en favor de las criaturas ante los derechos de nuestra justicia”. 

¿Pero quién puede decir el modo como rezaba Jesús y todo lo que decía? 

Después ha hecho silencio y me sentía en mi interior que Jesús tomaba en sus manos mi pequeña y pobre alma, la estrechaba, la retocaba, la miraba, y yo le he dicho: 

“Amor mío, ¿qué haces? ¿Hay alguna cosa en mí que te desagrada?” 

Y Él: 

Estoy trabajando y ensanchando tu alma en mi Voluntad. 

Además, no debo darte cuentas a ti de lo que hago, porque habiéndote dado tú toda a Mí, has perdido tus derechos, ahora todos los derechos son míos. 

¿Sabes cuál es tu único derecho? 

Que mi Voluntad sea tuya y te suministre todo lo que puede hacerte feliz en el tiempo y en la eternidad”.

 

OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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