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DECIMOTERCERA HORA DE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

DECIMOTERCERA HORA De las 5 a las 6 de la mañana.


PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 Jesús en prisión.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde estás? Ángel mío, llévame a la casa de Caifás. 

Pero busco, recorro, vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro. 

Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas que tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída por Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus brazos. 

Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión. 

Mi corazón, mientras exulta de alegría por encontrarte, lo siento herido por el dolor al ver el estado al que te han reducido. Te veo atado a una columna, con las manos atrás, atados los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y ensangrentado por las brutales bofetadas recibidas, tus santísimos ojos lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia, tus cabellos todos en desorden, tu santísima persona toda golpeada, y por añadidura no puedes valerte por Ti mismo para ayudarte y limpiarte porque estás atado. 

Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a tus pies exclamo: 

«¡Ay de mí, cómo te han dejado, oh Jesús!» 

Y Jesús mirándome, me responde: 

«Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves que hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder continuar mi vida en ti.» 

Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus penas, con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti para tomar todos sus males sobre de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y como estamos al amanecer del día oigo tu voz dulcísima que dice: 

«Padre Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y por lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama al día y el día hace surgir el sol, así la aurora de la gracia despunte en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino, pueda surgir en todos los corazones y reinar en todos. 

Mira, oh Padre a estas almas, Yo quiero responderte por todas, por sus pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y de mi muerte».

Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también yo te agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en todos los corazones la aurora de la gracia para que Tú, Sol divino, puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre todos. 

Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas todas las primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que al principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y llamas en Ti, como en custodia, los pensamientos, los afectos y palabras de las criaturas para reparar y dar al Padre la gloria que ellas le deben. 

Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento para Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones sofocadas. 

Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria. 

Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han ensuciado, y como la posición en la que te han atado es desgarradora, no puedes cerrar tus ojos cansados para tomar reposo. 

Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos un lecho para darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y repararte por cuantas veces no hemos tenido la intención de agradarte y de mirarte para ver qué querías de nosotros, qué cosa debíamos hacer y adónde querías que fuésemos; quiero fundir mis ojos y los de todas las criaturas en los tuyos, para poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la vista.

 Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en tus oídos de todas las ofensas de las criaturas; te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y hemos sido sordos, hemos fingido no escucharte, y Tú, cansado bien mío, has repetido las llamadas, pero en vano; quiero fundir mis oídos y los de todas las criaturas en los tuyos para darte una continua y completa reparación. 

Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y salivazos.

 Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo para restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos los desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.

Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por los golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y la de todas las criaturas en la tuya, para reparar con tu misma lengua por todos los pecados y las conversaciones malas que se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las voces en una sola con la tuya, para hacer que cuando estén por ofenderte, tu voz corriendo en la voz de las criaturas sofoque las voces del pecado y las cambie en voces de alabanza y de amor. 

Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de la espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a la columna; ya tus manos están hinchadas y amoratadas por la estrechez de las ataduras y de algunas partes brota sangre. 

Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y si amas ser atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en vez de hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero fundirme en tu cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para poder reparar junto contigo todos los apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor; para poder reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú tienes que no puedes contenerlo; para poder reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a las comodidades y dar a todos el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento. 

Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas las obras malas y por el bien hecho malamente y con presunción, y dar a todos el perfume de tus obras.

 Y fundiéndome en tus pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte y dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente. 

Y ahora dulce vida mía, permíteme que fundiéndome en tu corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para repararlos junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y deseos, a fin de que ninguno te ofenda más. Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos que vienen a llevarte. 

¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la sangre porque Tú estarás de nuevo en manos de tus enemigos! 

¿Qué será de Ti? 

Me parece oír también el ruido de las llaves de los tabernáculos, cuántas manos profanadoras vienen a abrirlos y tal vez para hacerte descender en corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas eres obligado a encontrarte. 

Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en todas tus prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te saquen y hacerte compañía y repararte por las ofensas que puedas recibir. 

Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú saludas al sol naciente en el último de tus días, y ellos desatándote y viéndote todo majestad y que los miras con tanto amor, en pago descargan sobre tu rostro bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima sangre.

Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te ruego que me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el resto de tu Pasión. 

Reflexiones de la Decimotercera Hora (5 AM).

Las penas que sufrió Jesús en las tres horas de prisión.

 Esta noche la he pasado en vigilia, y mi mente frecuentemente volaba a mi Jesús atado en la prisión, quería abrazarme a aquellas rodillas que temblaban por la cruel y dolorosa posición en la que los enemigos lo habían atado, quería limpiarlo de aquellos salivazos con los que lo habían ensuciado. Pero mientras esto pensaba, mi Jesús, mi vida, se ha dejado ver como entre densas tinieblas, en las cuales apenas se descubría su adorable persona, y sollozando me ha dicho: 

Hija, los enemigos me dejaron solo en la prisión, atado horriblemente y en la oscuridad, así que en torno a Mí todo era densas tinieblas; ¡oh!, cómo me afligía esta oscuridad, tenía las vestiduras bañadas por las sucias aguas del torrente cedrón, sentía la peste de la prisión y de los salivazos con los que estaba cubierto, tenía los cabellos en desorden, sin una mano piadosa que me los quitara de los ojos y de la boca, las manos atadas por las cadenas, y la oscuridad no me permitía ver mi estado, ay de Mí, demasiado doloroso y humillante. 

¡Oh, cuántas cosas decía este mi estado tan doloroso en esta prisión! 

En la prisión estuve tres horas, con esto quise rehabilitar las tres edades del mundo: 

La de la ley natural, la de la ley escrita, y la de la ley de la gracia; quería liberarlos a todos, reuniéndolos a todos juntos y darles la libertad de hijos míos. 

Con estar tres horas quise también rehabilitar las tres edades del hombre: 

La niñez, la juventud y la vejez, quise rehabilitarlo cuando peca por pasión, por voluntad y por obstinación. 

¡Oh! cómo la oscuridad que veía en torno a Mí me hacía sentir las densas tinieblas que produce la culpa en el hombre, ¡oh! cómo lo lloraba y le decía: 

“Oh hombre, son tus culpas las que me han arrojado en estas densas tinieblas, las cuales sufro para darte la luz, son tus infamias quienes así me han ensuciado, a las cuales la oscuridad no me permite ni siquiera ver; mírame, soy la imagen de tus culpas, si quieres conocerlas míralas en Mí”. 

También debes saber que en la última hora que estuve en la prisión despuntó el alba, y por las fisuras entró algún resplandor de luz, ¡oh! cómo respiró mi corazón al poderme ver, mi estado tan doloroso, pero esto significaba cuando el hombre cansado de la noche de la culpa, la gracia como alba se pone en torno a él, mandándole resplandores de luz para llamarlo, por eso mi corazón dio un suspiro de alivio, y en esta alba te vi a ti, mi amada prisionera, a quien mi amor debía atar en este estado, y que no me habrías dejado solo en la oscuridad de la prisión, sino que esperando el alba a mis pies, y siguiendo mis suspiros, habrías llorado Conmigo la noche del hombre; esto me alivió y ofrecí mi prisión para darte la gracia de seguirme. 

Pero otro significado contenía esta prisión y esta oscuridad, y era mi larga permanencia en la prisión en los tabernáculos, la soledad en la cual soy dejado, en la que muchas veces no tengo a quién decir una palabra o darle una mirada de amor; otras veces siento en la santa hostia la impresión de los toques indignos, la peste de manos purulentas y enfangadas, y no hay quien me toque con manos puras y me perfume con su amor, y cuántas veces la ingratitud humana me deja en la oscuridad, sin la mísera luz de una lamparita, así que mi prisión continúa y continuará. Y como ambos somos prisioneros, tú prisionera en tu lecho sólo por amor a Mí, y Yo prisionero por ti, atemos, con las cadenas que me tienen atado, a todas las criaturas con mi amor, así nos haremos compañía recíprocamente y me ayudarás a extender las cadenas para atar todos los corazones a mi amor”. Después estaba pensando para mí: 

“Qué pocas cosas se saben de Jesús, mientras que ha hecho tanto, ¿por qué han hablado tan poco de todo lo que mi Jesús hizo y sufrió? Y regresando de nuevo ha agregado: 

Hija mía, todos son avaros Conmigo, aun los buenos, cuánta avaricia tienen Conmigo, cuántas restricciones, cuántas cosas no manifiestan de lo que les digo y comprenden de Mí, y tú, ¿cuántas veces no eres avara Conmigo? 

Cuantas veces no escribes lo que te digo o no lo manifiestas, es un acto de avaricia que haces Conmigo, porque cada conocimiento de más que se tiene de Mí, es una gloria y un amor de más que recibo de las criaturas. 

Por tanto, sé atenta, y sé más liberal Conmigo, y Yo seré más liberal contigo”.

 

Diciembre 3, 1926 Cómo la prisión de Jesús es símbolo de la prisión de la voluntad humana. 

Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado Jesús en su dolorosa prisión, que estando atado a una columna, por el modo tan bárbaro como lo habían atado no podía estar firme, apoyado en la columna, sino que estaba suspendido, con las piernas dobladas atadas a ella y por tanto se tambaleaba ahora a la derecha, ahora a la izquierda. 

Y yo abrazándome a sus rodillas para hacerlo estar firme y reordenándole los cabellos todos revueltos que le cubrían hasta su rostro adorable, no faltándole ni siquiera los salivazos que tanto lo habían ensuciado. 

¡Oh! cómo habría querido desatarlo para liberarlo de aquella posición tan dolorosa y humillante. Y mi prisionero Jesús todo afligido me ha dicho: 

Hija mía, ¿sabes por qué permití ser puesto en la prisión en el curso de mi Pasión? 

Para liberar al hombre de la prisión de la voluntad humana. Mira cómo es horrenda mi prisión, era un pequeño lugar que servía para encerrar las inmundicias y excrementos de las criaturas, así que la peste era intolerable, la oscuridad era densa, no me dejaron ni siquiera una pequeña lamparita, mi posición era desgarradora, ensuciado de salivazos, con los cabellos revueltos, adolorido en todos los miembros, atado, ni siquiera derecho sino encorvado, no me podía ayudar en ningún modo, ni siquiera quitarme los cabellos de los ojos que me molestaban. 

Esta mi prisión es la verdadera similitud de la prisión que forma la voluntad humana de las criaturas, la peste que exhala es horrible, la oscuridad es densa, muchas veces no les queda ni siquiera la pequeña lamparita de la razón, están siempre inquietas, trastornadas, ensuciadas por pasiones viles.

 ¡Oh! cómo hay que llorar sobre esta prisión de la voluntad humana, cómo sentí a lo vivo en esta prisión el mal que había hecho a las criaturas; fue tanto mi dolor que derramé amargas lágrimas y pedí a mi Celestial Padre que liberase a las criaturas de esta prisión tan ignominiosa y dolorosa. También tú pide junto Conmigo que las criaturas se liberen de su voluntad”. 

 

Diferencia entre la gruta y la prisión de la Pasión

Después de esto estaba pensando cómo era infeliz aquella gruta donde el niñito Jesús había nacido, cómo estaba expuesta a todos los vientos, al frío, de hacer temblar por el frío, en vez de hombres había bestias que le hacían compañía. 

Por eso pensaba cuál podría ser más infeliz y dolorosa, la prisión de la noche de su Pasión o la gruta de Belén. Y mi dulce niño ha agregado: 

Hija mía, no se puede comparar la infelicidad de la prisión de mi Pasión con la gruta de Belén. 

En la gruta tenía a mi Mamá junto, en alma y cuerpo estaba junto Conmigo, por lo tanto, tenía todas las alegrías de mi amada Mamá y Ella tenía todas las alegrías de Mí, Hijo suyo, que formaban nuestro Paraíso. 

Las alegrías de Madre con poseer al Hijo son grandes, las alegrías de poseer una Madre son más grandes aún; Yo encontraba todo en Ella y Ella encontraba todo en Mí; además estaba mi amado padre San José que me hacía de padre, y Yo sentía todas las alegrías que él sentía por causa mía. 

En cambio en mi Pasión fueron interrumpidas todas nuestras alegrías, porque debíamos dar lugar al dolor, y sentíamos entre Madre e Hijo el gran dolor de la cercana separación, al menos sensible, que debía suceder con mi muerte. 

En la gruta las bestias me reconocieron y honrándome buscaban calentarme con su aliento, en la prisión ni siquiera los hombres me reconocieron y para insultarme me cubrieron de salivazos y de oprobios, por eso no hay comparación entre la una y la otra”.

  

OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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