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NOVENA HORA.LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

NOVENA HORA De la 1 a las 2 de la mañana. 


PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

 

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

 

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

 Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el sueño. 

¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos te dejan y huyen de Ti?

 Los mismos apóstoles, el ferviente Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan en poder de tus crueles enemigos. 

Mi Jesús, estás solo. 

Tus purísimos ojos miran a tu alrededor para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados por Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y mientras descubres que ninguno, ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante llanto. 

Y Tú sientes más dolor por el abandono de tus fieles amigos que por lo que te están haciendo tus mismos enemigos. 

Mi Jesús, no llores, o haz que yo llore junto contigo. 

Y el amable Jesús parece que dice: 

«Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí; por tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa, que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos hacen ver que están en torno a Mí, pero Yo permanezco siempre solo. 

Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono! 

No sólo me lloran los ojos, sino que me sangra el corazón. 

Ah, te ruego que repares mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás jamás solo». 

¡Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y fundiéndome en tu divina Voluntad! 

Pero mientras Tú lloras el abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún ultraje que te puedan hacer. 

Oprimido y atado como estás, oh mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga tropezar en las piedras y herirte con las espinas. 

Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de la cabeza. 

Mi vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin de poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche para ofenderte mayormente: 

quién con sus encuentros, quién por placeres, 

quién por teatros, 

quién para llevar a cabo robos sacrílegos. 

Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas ofensas. 

Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas marcada aquella piedra. 

Después, jalándote, te arrastran bajo aquellas aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos, en la boca, en la nariz. 

Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el pecado. 

¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, atrayéndose así los rayos de la divina Justicia!

 Oh vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande? 

Para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas; Tú permites también que estas aguas te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco, que ellos mismos sienten asco de tocarte. 

Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz, uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está lejana, porque así lo dispone el Padre. 

Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos. 

Quiero llorar tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos. 

Mi amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos santos, quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con la tuya para salvar a todas las almas. 

Quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y después continuaremos juntos el camino de tu Pasión.

Reflexiones de la Novena Hora (1 AM) 11-45 

Enero 22, 1913 LAS TRES PASIONES DE JESÚS.

Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús, especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he encontrado toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho: 

Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor, por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso, el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas reciben la vida

El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehízo la gloria del Padre. 

El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza perdida. 

Así que con la Pasión del amor se rehízo y se puso en justo nivel el Amor, 

con la Pasión del pecado se rehízo y se puso a nivel la gloria del Padre, 

con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se rehizo la fuerza de las criaturas

Todo esto lo sufrí en el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí, los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”. 

Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. 

El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho: 

Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. 

¡Ah, cuánto me costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!” 


OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

 

 

 

 


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