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UNDÉCIMA HORA. LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

UNDÉCIMA HORA De la 3 a las 4 de la mañana.

PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

 

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

 

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

 JESÚS EN CASA DE CAIFÁS.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y digo: 

«Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay quién te defienda».

 Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente. 

Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti? 

¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar? 

Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré para defenderte. 

Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me estrecha más fuerte y me dice: 

«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable

Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta»

Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos. 

Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara. 

Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. 

Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta que hace aterrorizar  a los mismos enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. 

¡Ah, cómo se distingue bien la inocencia y el pecado! 

Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en acto de ser condenado. 

Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos. 

¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es tu amor! 

Y quién te acusa de una cosa y quién de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.

LAS NEGACIONES DE PEDRO.

Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar por el dolor. 

Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora? 

Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta ahora. 

Dime, dime qué pasa. 

Hazme partícipe de todo, oh Jesús. 

«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? 

Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce. 

¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces? 

¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado

¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor! 

¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la ocasión!» 

Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de tus más amados. 

Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro. 

A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las ocasiones. 

Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice: 

«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63) 

Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes: 

«Tú lo dices, ¡sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las naciones!» (Mt 26, 64

Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice a todos: 

«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 

¡Ya ha dicho una gran blasfemia! 

¿Qué más esperamos para condenarlo? 

¡Ya es reo de muerte!» (Mt 26, 65-66) 

 

Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies. 

Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos. 

Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. 

Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. 

Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo obligada a resignarme. 

Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados. 

Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.

Reflexiones de la Undécima Hora (3 AM) 10-7 Diciembre 22, 1910.

 Para poder obrar cosas grandes para Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza.

Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente a varios sacerdotes, y el bendito Jesús decía:

Para ser hábil en obrar cosas grandes para Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse sólo de la estima de Nuestro Señor y de lo que corresponde al honor y gloria suya; es necesario triturar, pulverizar lo que concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y he aquí que, no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y tendrán los frutos deseados por ustedes y por Mí, como la obra de las reuniones de los sacerdotes que te dije antes, y uno de estos podría ser hábil para promover y también efectuar esta obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de respeto humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra al alma circundada por estas bajezas, vuela y no se detiene y el sacerdote queda hombre y obra como hombre, y tiene en su obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los efectos que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de Jesucristo”.

 

Enero 28, 1911 El amor fuerza a Dios a romper los velos de la fe. 

La Iglesia está agonizante, pero no morirá. 

…“Hija mía, la Iglesia en estos tiempos está agonizante, pero no morirá, más bien resurgirá más bella.

Los sacerdotes buenos luchan por llevar una vida más desapegada, más sacrificada, más pura; los malos sacerdotes luchan por una vida más interesada, más cómoda, más sensual, toda terrena. 

Yo hablo a los primeros, pero no a los segundos, hablo a los primeros, o sea a los pocos buenos, aunque sea uno solo por ciudad o país, a éstos hablo y mando, ruego, suplico que hagan estas casas de reunión, salvándome a los sacerdotes que vendrán a estos asilos, volviéndolos libres del todo de cualquier vínculo de familia, y por estos pocos buenos se recuperará mi Iglesia de su agonía, éstos son mi apoyo, mis columnas, la continuación de la vida de la Iglesia. 

Yo no hablo a los segundos, a todos aquellos que no quieren desvincularse de los vínculos de la familia, porque si hablo ciertamente no soy escuchado, es más, al sólo pensar en romper cualquier vínculo quedan indignados, ¡ah! desgraciadamente están habituados a beber la taza del interés y otras más, que mientras es dulzura a la carne, es veneno para el alma, estos tales terminarán por beber la cloaca del mundo. 

Yo quiero salvarlos a cualquier costo, pero no soy escuchado, por eso hablo, pero para ellos es como si no hablase”.

Septiembre 4, 1918 LAMENTOS DE JESÚS POR LOS SACERDOTES.

 Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús en cuanto ha venido me ha dicho: 

Hija mía, las criaturas quieren desafiar mi justicia, no quieren rendirse y por eso mi justicia hace su curso contra las criaturas, y éstas de todas las clases, no faltando ni siquiera aquellos que se dicen mis ministros, y tal vez éstos más que los demás; que veneno contienen, envenenan a quien se les acerca, en lugar de ponerme a Mí en las almas quieren ponerse ellos, quieren hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo quedo a un lado; su contacto venenoso en lugar de hacer a las almas recogidas, me las distraen; en vez de hacerlas retiradas, las hacen más disipadas, más defectuosas, tanto, que se ven almas que no tienen contacto con ellos más buenas, más recogidas, más retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno; estoy obligado a permitir que las gentes se alejen de las iglesias, de los sacramentos, a fin de que su contacto no me las envenene más y las vuelva más malas. 

Mi dolor es grande, las heridas de mi corazón son profundas, por eso ruega, y unida con los pocos buenos que hay, compadece mi acerbo dolor”.

Abril 7, 1919 Efectos del Querer Divino. Amenazas de castigos. 

Después me ha transportado en medio de las criaturas, pero ¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús con acento doloroso ha agregado:

 “Qué desorden en el mundo, pero este desorden es culpa de las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los súbditos, por tanto, han cerrado los ojos ante los males de los miembros, porque hubieran recriminado los males propios, y si lo han hecho ha sido todo en modo superficial, porque no teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían infundirla en los demás? 

Y cuántas veces estas perversas cabezas han antepuesto los malos a los buenos, tanto que los pocos buenos han quedado turbados por este actuar de las cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en modo especial”. 

Y yo: 

“Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si Tú los golpeas faltaran los regidores”. 

Y Jesús: 

¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi Iglesia? 

Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar al mundo. 

El enemigo está ya a sus puertas, las revoluciones están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las cabezas serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el enemigo no tenga la libertad de convertir todo en ruinas”.


OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

 

 

 

 

 

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