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VIGÉSIMA PRIMERA HORA DE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.


VIGÉSIMA PRIMERA HORA De la 1 a las 2 de la tarde. 


PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

Segunda hora de agonía en la cruz. 

Segunda, tercera y cuarta palabra sobre la cruz.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito dice: 

«Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». (Lc 23, 42) 

Y Tú no vacilas en responderle: 

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». 

Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a tantos moribundos.

 ¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. 

¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al silencio.

 Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al Cielo. 

En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. 

Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz: 

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 43)

 Tercera Palabra.

Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan siempre más. 

Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que das a cada una tu propia vida. 

Pero tu amor se ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir: 

«¡Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!»

Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura, que la tiene crucificada a la par contigo. 

Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para enternecer a todos los corazones dices: 

«Mujer, he ahí a tu hijo». (Jn 19, 26) Y a Juan: «He ahí a tu Madre». (Jn 19, 27) 

Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces de tu sangre continúa diciendo:

 «Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos». 

Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas, que te reducen al silencio. 

Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a todos dándonosla por Madre. 

¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio? 

Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón. 

Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros? 

Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos. 

Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu Jesús.

 Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aun mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás. 

Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía. 

Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y sumergirme en tu sangre para poder decir contigo:

 “¡Almas, almas!” 

Quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos.

 Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna turbación entre en mí. 

Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para comprenderte.

 Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra mirada divina. 

Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones. 

Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor. 

Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre raptada en Ti. 

Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor. 

Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu vida divina. 

Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el sufrir por amor suyo. 

Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor, hazme tomar parte en tu inmutabilidad. 

Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca por medio de tu sangre y de tus llagas. 

Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor? 

Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más. 

Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea en todo mi ser vida nueva, vida divina, pronuncia tus palabras sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo. 

Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no dé un solo paso alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por las penas que sufres en tus pies.

Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso una por una tus llagas con la intención de poner en ellas todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones. 

Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y alas para transportarlas de esta tierra al Cielo. 

Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de convertir las ofensas en amor. 

Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar como Tú ansías ser amado.

 Cuarta Palabra.

Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me abandono numerando tus penas, veo que un temblor convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas fuertemente: 

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46) 

A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. 

Mi vida, mi todo, mi Jesús, ¿qué veo? 

Ah, Tú estás próximo a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros.

 Y Tú, debiendo satisfacer a la divina Justicia también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones: 

«¡No me abandonen! 

Si quieren que sufra más penas estoy dispuesto, pero no se separen de mi Humanidad. 

¡Éste es el dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera su separación de Mí! 

¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonen!» 

Amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona. 

Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo: 

¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas, para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si me fuera  posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. 

Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu cercana muerte. 

Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de las almas. 

Es en verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso lamento.

 Oh mi Jesús, aumenta en todos la gracia, a fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de aquellas almas que se deberían perder, para que no se pierdan. 

Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de éstas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien en tu dolor. + + + 

 

Reflexiones de la Vigésima Primera Hora (1 PM) 12-76 Enero 4, 1919

 Efectos de las penas sufridas en la Voluntad de Dios

Continuando mi habitual estado, estaba toda afligida por la privación de mi dulce Jesús, sin embargo trataba de estarme unida con Él haciendo las horas de la Pasión, estaba haciendo la de Jesús sobre la cruz, cuando lo he escuchado en mi interior, que uniendo las manos y con voz articulada ha dicho: 

“Padre mío, acepta el sacrificio de esta hija mía, el dolor que siente por mi privación, ¿no ves cómo sufre? 

El dolor la deja como sin vida, privada de Mí, tanto, que si bien escondido estoy obligado a sufrirlo junto con ella para darle fuerza, de otra manera sucumbiría. ¡Ah! Padre, acéptalo unido al dolor que experimenté sobre la cruz cuando fui abandonado aun por Ti, y concede que la privación que siente de Mí sea luz, conocimiento, Vida Divina en las demás almas y todo lo que conseguí Yo con mi abandono”.

Dicho esto se ha escondido de nuevo. 

Yo me sentía petrificada por el dolor, y si bien llorando, he dicho: 

“Vida mía, Jesús, ¡ah! sí, dame las almas, y el vínculo más fuerte que te obligue a dármelas sea la pena desgarradora de tu privación, y esta pena corre en tu Voluntad a fin de que todos sientan el toque de mi pena y mi grito incesante y se  rindan”. 

Después, ya en la tarde, el bendito Jesús ha venido y ha agregado: 

“Hija y refugio mío, qué dulce armonía hacía hoy tu pena en mi Voluntad. 

Mi Voluntad está en el Cielo, y tu pena encontrándose en mi Voluntad armonizaba en el Cielo y con su grito pedía almas a la Trinidad Sacrosanta, y mi Voluntad corriendo en todos los ángeles y santos, hacía que tu pena les pidiera almas a todos, tanto que todos han quedado tocados por tu armonía, y junto con tu pena todos han gritado ante mi Majestad: 

“¡Almas, almas!” 

Mi Voluntad corría en todas las criaturas y tu pena ha tocado todos los corazones y ha gritado a todos:

 “¡Salvaos, salvaos!” 

Mi Voluntad se concentraba en ti y como refulgente sol se ponía como guardia de todos para convertirlos. 

Mira qué gran bien, sin embargo, ¿quién se ocupa en conocer el valor, el precio incalculable de mi Querer?” 

 

+ + + 12-142 Diciembre 18, 1920 Correspondencia de amor y de agradecimiento por todo lo que Dios obró en la Mamá Celestial. 

Después de esto me he sentido fuera de mí misma y me he encontrado junto con mi dulce Jesús, pero tan estrechada con Él y Él conmigo, que casi no podía ver su Divina Persona; y no sé cómo le he dicho: 

“Mi dulce Jesús, mientras estoy estrechada a Ti quiero testimoniarte mi amor, mi agradecimiento y todo lo que la criatura está en deber de hacer por haber Tú creado a nuestra Reina Mamá Inmaculada, la más bella, la más santa, y un portento de gracia, enriqueciéndola con todos los dones y haciéndola nuestra Madre, y esto lo hago a nombre de las criaturas pasadas, presentes y futuras; quiero tomar cada acto de criatura, palabra, pensamiento, latido, paso, y en cada uno de ellos decirte que te amo, te agradezco, te bendigo, te adoro por todo lo que has hecho a mí y a tu Celestial Mamá”. 

Jesús ha agradecido mi acto, pero tanto que me ha dicho:

 “Hija mía, con ansia esperaba este acto tuyo a nombre de todas las generaciones; mi justicia, mi amor, sentían la necesidad de esta correspondencia, porque grandes son las gracias que descienden sobre todos por haber enriquecido tanto a mi Mamá, sin embargo no tienen nunca una palabra, un gracias que decirme”.

 

+ + + Agosto 2, 1922 Semejanza en la pena más grande de Jesús: El alejamiento de la Divinidad en las penas.

Encontrándome en mi habitual estado, me veía toda confundida y como separada de mi dulce Jesús, tanto que al venir le he dicho:

“Amor mío, cómo han cambiado las cosas para mí, antes me sentía tan fundida Contigo que no advertía ninguna división entre Tú y yo, y en las mismas penas que sufría Tú estabas conmigo.

Ahora todo al contrario, si sufro me siento dividida de Ti, y si te veo ante mí o dentro de mí, es con aspecto de un juez que me condena a la pena, a la muerte, y ya no tomas parte en las penas que Tú mismo me das, sin embargo me dices:

Elévate siempre más; en cambio yo desciendo”.

 

Y  Jesús interrumpiendo mi hablar me ha dicho:

“Hija mía, cómo te engañas, esto sucede porque tú has aceptado, y Yo he marcado en ti las muertes y las penas que Yo sufrí por cada criatura. También mi Humanidad se encontraba en estas dolorosas condiciones, Ella era inseparable de mi Divinidad, sin embargo, siendo mi Divinidad intangible en las penas, y no capaz de poder sufrir sombra de penas, mi Humanidad se encontraba sola en el sufrir, y mi Divinidad era sólo espectadora de las penas y muertes que Yo sufría, más bien me era juez inexorable que quería el pago de cada pena de cada criatura.

¡Oh, cómo mi Humanidad temblaba, quedaba aplastada ante aquella luz y Majestad Suprema al verme cubierto por las culpas de todos, y de las penas y muertes que cada uno merecía! Fue la pena más grande de mi Vida, que mientras era una sola cosa con la Divinidad e inseparable, en las penas permanecía solo y como apartado. Por eso, si te he llamado a mi semejanza, ¿qué maravilla que mientras me sientes en ti me ves espectador de tus penas que Yo mismo te infrinjo y te sientes como separada de Mí?

 

No obstante tu pena no es otra cosa que la sombra de la mía, y así como mi Humanidad no quedó jamás separada de la Divinidad, así te aseguro que jamás quedas separada de Mí, son los efectos lo que sientes, pero entonces más que nunca formo una sola cosa contigo, por eso ánimo, fidelidad y no temas”.

 

 + + + 15-9 Marzo 12, 1923 Privación de Jesús y efectos que produce. 

Cómo Jesús sufrió el alejamiento de la Divinidad.

 Me sentía morir de pena por la privación de mi dulce Jesús, y si viene lo hace como relámpago que huye. 

Entonces no pudiendo más y teniendo Él compasión de mí, ha salido de dentro de mi interior, y yo en cuanto lo he visto le he dicho: 

“Amor mío, qué pena, me siento morir sin Ti, pero morir sin morir, que es la más dura de las muertes, yo no sé cómo la bondad de tu corazón puede soportar verme en estado de muerte continua, sólo por causa tuya". 

Y Jesús:

 "Hija mía, ánimo, no te abatas demasiado, no estás sola en sufrir esta pena, también Yo la sufrí, como también mi querida Mamá, ¡oh! ¡Cuánto más dura que la tuya! Cuántas veces mi gimiente Humanidad, si bien era inseparable de la Divinidad, pero para dar lugar a las expiaciones, a las penas, siendo éstas incapaces de tocarla, Yo quedaba solo y la Divinidad como apartada de Mí. 

¡Oh! cómo sentía esta privación, pero esto era necesario.

 Tú debes saber que cuando la Divinidad puso fuera la obra de la Creación, puso también fuera toda la gloria, todos los bienes y felicidad que cada una de las criaturas debía recibir, no sólo en esta vida sino también en la patria celestial. 

Ahora, toda la parte que correspondía a las almas perdidas quedaba suspendida, no tenía a quién darse, entonces Yo, debiendo completar todo y absorber todo en Mí, me expuse a sufrir la privación que los mismos condenados sufren en el infierno.

¡Oh, cuánto me costó esta pena! Me costó pena de infierno y muerte despiadada, pero era necesario. 

Debiendo absorber todo en Mí, todo lo que salió de Nosotros en la Creación, toda la gloria, todos los bienes y felicidad, para hacerlos salir de Mí de nuevo para ponerlos a disposición de todos aquellos que quisieran aprovecharse de ellos, debía absorber todas las penas y la misma privación de mi Divinidad, ahora, todos estos bienes absorbidos en Mí de toda la obra de la Creación, siendo Yo la cabeza de la que todo bien desciende sobre todas las generaciones, voy buscando almas que me asemejen en las penas, en las obras, para poder participar tanta gloria y felicidad que mi Humanidad contiene, pero no todas las almas las quieren aprovechar, ni todas están vacías de sí mismas y de las cosas de acá abajo para poderme hacer conocer y después sustraerme, y en estos vacíos de ellas mismas y del conocimiento que han adquirido de Mí, formar esta pena de mi privación, y en la privación que sufre venga a absorber en ella esta gloria de mi Humanidad que otros rechazan.

 Si Yo no hubiera estado casi siempre contigo, tú no me habrías conocido ni amado, y este dolor de mi privación no lo sentirías ni podría formarse en ti, y en ti faltaría la semilla y el alimento de este dolor.

 ¡Oh! cuántas almas están privadas de Mí, y tal vez están aun muertas, ellas se duelen si se ven privadas de un pequeño placer, de una bagatela cualquiera, pero privadas de Mí no tienen ningún dolor y ni siquiera un pensamiento, así que este dolor debería consolarte, porque te da la señal segura de que he venido a ti y que me has conocido, y que tu Jesús quiere poner en ti la gloria, los bienes, la felicidad que los demás rechazan".

 

 + + + 18-6 Octubre 10, 1925 La Santísima Virgen repite al alma lo que hizo a su Hijo.

 Después veía a mi Mamá Celestial con el niño Jesús entre sus brazos, que lo besaba y lo ponía a su pecho para darle su purísima leche, y yo le he dicho:

 “Mamá mía, ¿y a mí nada me das? 

¡Ah! permíteme al menos que ponga mi te amo entre tu boca y la de Jesús mientras os besáis, a fin de que en todo lo que hagáis corra junto mi pequeño te amo. Y Ella me dijo:

 “Hija mía, pon también tu pequeño te amo no sólo en la boca, sino en todos los actos que corren entre Yo y mi Hijo.

 Tú debes saber que en todo lo que hacía hacia mi Hijo, tenía la intención de hacerlo hacia las almas que debían vivir en la Voluntad Divina, porque estando en Ella estaban dispuestas a recibir todos aquellos actos que Yo hacía hacia Jesús, y encontraba espacio suficiente donde depositarlos. 

Así que si Yo besaba a mi Hijo, las besaba a ellas, porque las encontraba junto con Él en su Suprema Voluntad. 

Eran ellas las primeras como alineadas en Él, y mi amor materno me empujaba a hacerlas participar de lo que hacía a mi Hijo. 

Gracias grandes se necesitaban para quien debía vivir en esta Santa Voluntad, y Yo ponía a su disposición todos mis bienes, mis gracias, mis dolores, para su ayuda, defensa, fortaleza, apoyo, luz; y Yo me sentía feliz y honrada, con los honores más grandes, detener por hijos míos los hijos de la Voluntad del Padre Celestial, la cual también Yo poseía, y por eso los veía también como partos míos. 

Es más, de ellos se puede decir lo que se dice de mi Hijo, que las primeras generaciones encontraban la salvación en los méritos del futuro Redentor.

 Así estas almas en virtud de la Voluntad Divina obrante en ellas, estas futuras hijas son aquellas que imploran incesantemente la salvación, las gracias a las futuras generaciones; están con Jesús y Jesús en ellas, y repiten junto con Jesús lo que contiene Jesús. 

Por eso, si quieres que te repita lo que hice a mi Hijo, haz que te encuentre siempre en su Voluntad, y Yo te daré magnánimamente mis favores”.

 + + + 20-28 Noviembre 21, 1926 Ternura de Jesús en el punto de la muerte.

 Me sentía toda afligida por la muerte de improviso de una hermana mía, el temor de que mi amable Jesús no la tuviese Consigo me desgarraba el ánimo y al venir mi sumo Bien Jesús le he dicho mi pena, y Él todo bondad me ha dicho:

 “Hija mía, no temas, ¿no está acaso mi Voluntad que suple a todo, a los mismos Sacramentos y a todas las ayudas que se pueden dar a una pobre moribunda? 

Mucho más cuando no está la voluntad de la persona de no querer recibir los Sacramentos y todas las ayudas de la Iglesia, que como madre da en aquel punto extremo. 

Debes saber que mi Querer al arrebatarla de la tierra de improviso me la ha hecho circundar por la ternura de mi Humanidad, mi corazón humano y divino ha puesto en campo de acción mis fibras más tiernas, de modo que sus defectos, sus debilidades, sus pasiones, han sido miradas y pesadas con tal fineza de ternura infinita y divina, y cuando Yo pongo en campo mi ternura no puedo hacer menos que tener compasión y dejarla pasar a buen puerto, como triunfo de la ternura de tu Jesús. 

Y además, ¿no sabes tú que donde faltan las ayudas humanas abundan las ayudas divinas? 

Tú temes porque no había nadie a su alrededor y si quiso ayuda no tuvo a quien pedirla.

 ¡Ah, hija mía, en aquel punto las ayudas humanas cesan, no tienen ni valor ni efecto, porque el alma entra en el acto único y primero con su Creador, y en este acto primero a ninguno le es dado entrar, y además, a quien no es un perverso, la muerte repentina sirve para no hacer poner en campo la acción diabólica, sus tentaciones, los temores que con tanto arte arroja en los moribundos, porque se los siente arrebatar sin poderlos tentar ni seguir, por eso lo que se cree desgracia por los hombres, muchas veces es más que gracia”.

 

 + + + 35-40 Marzo 22, 1938 La última espía de amor en el punto de la muerte. 

Nuestra bondad, nuestro amor es tanto, que intentamos todos los caminos, usamos todos los medios para arrancarlo del pecado, para ponerlo a salvo, y si no lo logramos en vida, le hacemos la última sorpresa de amor en el punto mismo de la muerte.

 Tú debes saber que en aquel punto es la última espía de amor que hacemos a la criatura, la circundamos de gracias, de luz, de bondad; ponemos tales ternuras de amor, de ablandar y vencer los corazones más duros, y cuando la criatura se encuentra entre la vida y la muerte, entre el tiempo que termina y la eternidad que está por comenzar, casi en el acto en el que el alma está por salir del cuerpo, Yo, tu Jesús, me hago ver con una amabilidad que rapta, con una dulzura que encadena y endulza las amarguras de la vida, especialmente las de aquel punto extremo; después la miro, pero con tanto amor de arrancarle un acto de dolor, un acto de amor, una adhesión a mi Voluntad.

 Ahora, en aquel punto de desengaño, al ver, al tocar con la mano cuánto la hemos amado y la amamos, sienten tal dolor que se arrepienten de no habernos amado, y reconocen nuestra Voluntad como principio y cumplimiento de su vida, y como satisfacción aceptan la muerte, para cumplir un acto de nuestra Voluntad. 

Porque tú debes saber que si la criatura no hiciera ni siquiera un acto de Voluntad de Dios, las puertas del Cielo no son abiertas, ni es reconocida como heredera de la patria celestial, ni los ángeles ni los santos la pueden admitir entre ellos, ni ella quisiera entrar, porque conocería que no le pertenece.

 Por eso, sin nuestra Voluntad no hay ni santidad verdadera ni salvación, y cuántos son salvados en virtud de esta nuestra última espía toda de amor, excepto los más perversos y obstinados, si bien les convendrá hacer una larga etapa de purgatorio. 

Por eso el punto de la muerte es nuestra pesca diaria, el reencuentro del hombre extraviado”.

 Después ha agregado:

 “Hija mía, el punto de la muerte es la hora del desengaño, y todas las cosas se presentan en aquel punto, la una después de la otra, para decirle: 

‘Adiós, la tierra para ti ha terminado, comienza la eternidad’. 

Sucede para la criatura como cuando se encuentra encerrada en una habitación y le es dicho que detrás de esta habitación hay otra, en la cual está Dios, el paraíso, el purgatorio, el infierno, en suma, la eternidad, pero ella nada ve, escucha que otros se lo aseguran, pero como aquellos que lo dicen tampoco lo ven, lo dicen de tal manera que casi no se hacen creer, no dando una gran importancia para hacer creer con realidad, con certeza, lo que dicen con las palabras, pero un buen día caen los muros y ve con sus propios ojos lo que antes le decían, ve a su Padre Dios que con tanto amor la ha amado, ve uno por uno los beneficios que le ha hecho, ve cómo están lesionados todos los derechos de amor que le debía, ve cómo su vida era de Dios, no suya, todo se le pone delante:

 Eternidad, paraíso, purgatorio, infierno; la tierra le huye, los placeres le voltean la espalda, todo desaparece, y solamente queda presente lo que está en aquella estancia de la cual han caído los muros, lo cual es la eternidad. 

¡Qué cambio sucede para la pobre criatura! 

Mi bondad es tanta por querer a todos salvados, que permito que estos muros caigan cuando las criaturas se encuentran entre la vida y la muerte, entre el salir el alma del cuerpo para entrar en la eternidad, a fin de que al menos hagan un acto de dolor y de amor, y reconozcan a mi Voluntad adorable sobre de ellas. Puedo decir que les doy una hora de verdad para ponerlas a salvo.

 ¡Oh, si todos supieran mis industrias de amor que hago en el último punto de la vida, a fin de que no huyan de mis manos más que paternas, no esperarían llegar a aquel punto, sino que me amarían por toda la vida!”

 

OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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