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VIGÉSIMA SEGUNDA HORA DE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

VIGÉSIMA SEGUNDA HORA De las 2 a las 3 de la tarde.


PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

 Tercera hora de agonía en la cruz. 

Quinta, sexta y séptima palabra sobre la cruz.

 Muerte de Jesús.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible. 

El amor que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas. 

Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas: 

«¡Tengo sed!»(Jn 19, 28) ¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón: 

«Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma. 

¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. 

 ¡Piedad de mi sed, piedad!» 

Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad del Padre.

 Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas.

 Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de más.

 Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada.

 Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. 

Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. 

A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.

 Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en vez de  ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más. 

Sexta Palabra.

Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar que puedas continuar viviendo. 

Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. 

Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me siento morir. 

Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:

 «¡Todo está consumado!» (Jn 19, 30) 

Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su término. 

Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿

Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? 

Oh mi Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz. 

Séptima Palabra 

Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te late más. 

Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya. 

Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu mirada le dices: 

«Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú ten cuidado de los hijos míos y tuyos». 

Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices: 

«Yo los perdono y les doy el beso de paz».

 Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. 

 Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:

 «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23, 46) .

 La muerte de Jesús.

E inclinando la cabeza expiras. 

Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su Creador. 

La tierra tiembla fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios. 

El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz. 

Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y dicen: 

«Verdaderamente éste es el Hijo de Dios». (Mc 15, 39) 

Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte. 

Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte, no sólo con la voz, sino con todas tus penas y con las voces de tu sangre: 

«¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!» 

Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de tu santísima Voluntad. 

 Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu santísima Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención. 

¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? 

Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí.

 Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»

 Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias. 

Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente:

 «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas criaturas, por nuestros pecados. 

Yo te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. 

Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo cuello. 

Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente:

 «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»

 Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir ninguna. 

Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. 

Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!»

 

 Reflexiones de la Vigésima Segunda Hora (2 PM) 9-36 Julio 4, 1910 

La agonía del huerto fue en modo especial para ayuda de los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último punto, propiamente para el último respiro. 

Continuando mi habitual estado lleno de privaciones y de amargura, estaba pensando en la agonía de Nuestro Señor, y entonces Él me dijo:

 “Hija mía, quise sufrir en modo especial la agonía del huerto para dar ayuda a todos los moribundos para bien morir. Mira bien cómo se combina mi agonía con la agonía de los cristianos:

 Tedios, tristezas, angustias, sudor de sangre; sentía la muerte de todos y de cada uno como si realmente muriese por cada uno en particular, por lo tanto sentía en Mí los tedios, las tristezas, las angustias de cada uno, y con esto daba a todos ayuda, consuelo, esperanza, para hacer que como Yo sentía sus muertes en Mí, así ellos pudieran tener la gracia de morir todos en Mí, como dentro de un solo aliento, con mi aliento, y súbito beatificarlos con mi Divinidad. 

Si la agonía del huerto fue en modo especial para los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último momento, especialmente para el último respiro.

 Ambas son agonías, pero una distinta de la otra: La agonía del huerto llena de tristezas, de temores, de afanes, de espantos; la agonía de la cruz, llena de paz, de calma imperturbable, y si grité tengo sed, era sed insaciable de que todos pudieran expirar en mi último respiro; y viendo que muchos se salían de mi último respiro, por el dolor grité tengo sed, y este tengo sed lo continúo gritando a todos y a cada uno, como timbre a la puerta de cada corazón:

 “Tengo sed de ti, oh alma. Ah, no salgas de Mí, sino entra en Mí y expira Conmigo”.

 + + + 11-18 Mayo 9, 1912 Cómo nos podemos consumir en el amor. 

Esta mañana encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando cómo nos podemos consumar en el amor, y el bendito Jesús al venir me ha dicho:

 “Hija mía, si la voluntad no quiere otra cosa que a Mí solo, si la inteligencia no se ocupa de otra cosa que de conocerme a Mí, si la memoria no se recuerda de otra cosa sino sólo de Mí, he aquí consumadas las tres potencias del alma en el amor.

 Así también de los sentidos: 

Si habla sólo de Mí, si escucha sólo lo que se refiere a  Mí, si se gustan sólo las cosas mías, si se obra y se camina sólo por Mí, si el corazón me ama sólo a Mí, si los deseos me desean sólo a Mí, he aquí la consumación del amor formada en los sentidos. 

Hija mía, el amor tiene un dulce encanto y hace al alma ciega a todo lo que no es amor, y la vuelve toda ojo a todo lo que es amor, así que para quien ama, cualquier cosa que la voluntad encuentra, si es amor, se vuelve toda ojo, si no, se vuelve ciega, tonta y no comprende nada; así la lengua, si debe hablar de amor se siente correr en su palabra tantos ojos de luz y se hace elocuente, si no, se vuelve balbuceante y termina por enmudecer; y así de todo el resto”. 

 

+ + + 11-54 Mayo 21, 1913 Cómo se forma la verdadera consumación. 

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en ti, no fantástica sino verdadera, pero en modo simple y factible. 

Supón que te viniera un pensamiento que no es para Mí, tú debes destruirlo y sustituirlo con el divino, y así habrás hecho la consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la vida del pensamiento divino; así también si el ojo quiere mirar alguna cosa que me disgusta o que no se refiere a Mí, y el alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha adquirido el ojo de la Vida Divina, y así el resto de tu ser. 

¡Oh!, Cómo estas nuevas Vidas Divinas me las siento correr en Mí y toman parte en todo mi obrar, amo tanto estas vidas, que por amor de ellas cedo a todo. 

Estas almas son las primeras delante de Mí, y si las bendigo, a través de ellas vienen bendecidas las demás; son las primeras beneficiadas, amadas, y por medio de ellas vienen beneficiadas y amadas las demás”. 

 

+ + + 12-58 Agosto 7, 1918 La consumación de Jesús en el alma.

Me lamentaba con Jesús por su privación y decía entre mí: 

“Todo ha terminado, qué días tan amargos, mi Jesús se ha eclipsado, se ha retirado de mí, ¿cómo puedo seguir viviendo?” Mientras esto y otros desatinos decía, mi siempre amable Jesús, con una luz intelectual que de Él me venía me ha dicho:

 “Hija mía, mi consumación sobre la cruz continúa aún en las almas. 

 Cuando el alma está bien dispuesta y me da vida en ella, Yo revivo en  ella como dentro de mi Humanidad. 

Las llamas de mi amor me queman, siento el deseo de testimoniarlo a las criaturas y de decir: 

“Vean cuánto os amo, no estoy contento con haberme consumado sobre la cruz por amor vuestro, sino que quiero consumarme en esta alma por amor vuestro, porque me ha dado vida en ella”. 

Y por esto hago sentir al alma la consumación de mi Vida en ella, y ella se siente como estrechada, sufre agonías mortales, no sintiendo más la Vida de su Jesús en ella se siente consumir. 

Conforme siente faltar mi Vida en ella, de la cual estaba habituada a vivir, se debate, tiembla, casi como mi Humanidad sobre la cruz cuando mi Divinidad, sustrayéndole la fuerza la dejó morir. 

 Esta consumación en el alma no es humana, sino toda divina, y Yo siento la satisfacción como si otra Vida mía Divina se hubiera consumido por amor mío; y como no es su vida la que se ha consumido, sino la mía, la que ya no siente más, que ya no ve, le parece que Yo haya muerto para ella. 

Y a las criaturas les renuevo los efectos de mi consumación y al alma le duplico la gracia y la gloria, siento el dulce encanto y los atractivos de mi Humanidad que me hacía hacer lo que Yo quería. Por eso déjame hacer también tú lo que quiero hacer en ti, déjame libre y Yo desarrollaré mi Vida”.

 

 + + + 13-24 Octubre 16, 1921 En cuanto Jesús fue concebido, hizo renacer todas las criaturas en Él. 

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús me hacía ver cómo de dentro de su Santísima Humanidad salían todas las criaturas, y todo ternura me ha dicho:

 “Hija mía, mira el gran prodigio de la encarnación, en cuanto fui concebido y se formó mi Humanidad, así hacía renacer a todas las criaturas en Mí, así que en mi Humanidad, mientras renacían en Mí, sentía todos sus actos distintos: 

En la mente contenía cada pensamiento de criatura, buenos y malos, los buenos los confirmaba en el bien, los rodeaba con mi gracia, los investía con mi luz, a fin de que renaciendo de la santidad de mi mente, fueran dignos partos de mi inteligencia; los malos los reparaba, hacía la penitencia que les correspondía, multiplicaba mis pensamientos al infinito para dar al Padre la gloria por cada pensamiento de las criaturas. 

En mis miradas, en mis palabras, en mis manos, en mis pies y hasta en mi corazón, contenía las miradas, las palabras, las obras, los pasos, los corazones de cada uno, y renaciendo en Mí todo quedaba confirmado en la santidad de mi Humanidad, todo reparado, y por cada ofensa sufrí una pena especial. 

Y habiéndolos hecho renacer a todos en Mí, los llevé en Mí todo el tiempo de mi Vida, 

¿y sabes cuando los parí?

 Los parí sobre la cruz, en el lecho de mis acerbos dolores, entre espasmos atroces, en el último suspiro de mi Vida, y en cuanto morí, así renacían todos a nueva vida, todos sellados y marcados con todo el obrar de mi Humanidad; y no contento con haberlos hecho renacer, a cada uno le daba todo lo que Yo había hecho para tenerlos defendidos y seguros. 

¿Ves qué santidad contiene el hombre? La santidad de mi Humanidad, jamás habría podido dar a luz hijos indignos y desemejantes de Mí, por eso amo tanto al hombre, porque es parto mío, pero el hombre es siempre ingrato y llega a no conocer al Padre que lo ha parido con tanto amor y dolor”. 

Después de esto se hacía ver todo en llamas, y Jesús quedaba quemado y consumido en aquellas llamas, y no se veía más, no se veía otra cosa que fuego, pero después se veía renacer de nuevo, y después quedaba otra vez consumido en el fuego.

 Entonces ha agregado:

 “Hija mía, Yo ardo, el amor me consume, es tanto el amor, las llamas que me queman, que muero de amor por cada criatura. 

No fue solamente por las penas por lo que morí, sino que las muertes de amor son continuas, no obstante, no hay quien me dé su amor por refrigerio”. 

 

+ + + 36-3 Abril 20, 1938 Cómo el “tengo sed” de Jesús en la cruz, continúa aún a gritar a cada corazón: 

“Tengo sed”. 

La verdadera resurrección está en resurgir en el Querer Divino. 

A quien vive en Él nada le es negado. 

Mi vuelo continúa en el Querer Divino, y siento la necesidad de hacer mío todo lo que ha hecho, poner en ello mi pequeño amor, mis besos afectuosos, mis adoraciones profundas, mis gracias por todo lo que ha hecho y sufrido por mí y por todos, y habiendo llegado al momento cuando mi amado Jesús fue crucificado y levantado en la cruz entre espasmos atroces y penas inauditas, con acento tierno y lastimero, tanto que me sentía romper el corazón, me ha dicho: 

“Hija mía buena, la pena que más me traspasó sobre la cruz fue mi sed ardiente, me sentía quemar vivo, todos los humores vitales habían salido por mis llagas, que como tantas bocas quemaban y sentían una sed ardiente que querían apagar, tanto, que no pudiendo contenerme grité: ‘Sitio’. 

Este ‘sitio’ permanece siempre en acto de decir: ‘Tengo sed’. 

No termino jamás de decirlo, con mis llagas abiertas y con mi boca quemada digo siempre: 

‘Yo ardo, tengo sed, ¡ah! dame una gotita de tu amor para dar un pequeño refrigerio a mi sed ardiente’. 

Así que en todo lo que hace la criatura Yo le repito siempre con mi boca abierta y quemada por la sed:

 ‘Dame de beber, tengo sed ardiente’. 

Y como mi Humanidad dislocada y llagada tenía un solo grito: 

‘Tengo sed’, por eso, conforme la criatura camina, Yo grito a sus pasos con mi boca ardida: 

‘Dame tus pasos hechos por mi amor para calmar mi sed’; si obra, le pido sus obras hechas sólo por mi amor para refrigerio de mi sed ardiente; si habla, le pido sus palabras; si piensa, le pido sus pensamientos como tantas gotitas de amor para alivio a mi sed ardiente. 

No era solamente mi boca la que se quemaba, sino toda mi Santísima Humanidad sentía la extrema necesidad de un baño de refrigerio al fuego ardiente de amor que me quemaba, y como era por la criatura que Yo me quemaba en medio de penas desgarradoras, por eso solamente ellas podían, con su amor, extinguir mi sed ardiente y dar el baño de refrigerio a mi Humanidad. 

Ahora, este grito: ‘Sitio’, lo dejé en mi Voluntad, y Ella tomaba el empeño de hacerlo oír a cada instante en los oídos de las criaturas, para moverlas a compasión de mi sed ardiente, para darles mi baño de amor y recibir su baño de amor, aunque sean pequeñas gotitas, como alivio de mi sed que me devora, pero, ¿quién me escucha? 

¿Quién tiene compasión de Mí? 

Sólo quien vive en mi Voluntad, todos los demás se hacen los sordos y acrecientan con su ingratitud mi sed, lo que me deja intranquilo, sin esperanza de alivio. Y no solamente mi ‘sitio’, sino todo lo que hice y dije lo dejé en mi Voluntad; estoy siempre en acto de decir a mi Mamá doliente: 

‘Madre, he ahí a tus hijos’. Y la pongo a su lado como ayuda, por guía, para hacerla amar por hijos, y Ella a cada instante se siente poner por su Hijo al lado de sus hijos, y ¡oh! ¡Cómo los ama como Mamá, y les da su Maternidad para hacerme amar por ellos como Ella me ama! 

Y no sólo esto, sino que con dar su Maternidad pone el amor perfecto entre las criaturas, a fin de que se amen entre ellas con amor materno, que es amor de sacrificio, de desinterés y constante. 

¿Pero quién recibe todo este bien? 

Quien vive en nuestro Fiat. 

Esta criatura siente la Maternidad de la Reina; Ella, se puede decir que pone su corazón materno en la boca de sus hijos para que succionen y reciban la Maternidad de su amor, sus dulzuras y todas sus dotes, de las cuales está enriquecido su materno corazón. 

Hija mía, quien quiera encontrarnos, quien quiera recibir todos nuestros bienes y a mi misma Madre, debe entrar en nuestra Voluntad y debe permanecer dentro, Ella no sólo nos es Vida, sino que forma en torno a Nosotros con su inmensidad, nuestra habitación, en la cual mantiene todos nuestros actos, palabras, y todo lo que somos, siempre en acto.

 Nuestras cosas no salen de nuestra Voluntad, quien las quiera se debe contentar con hacer vida junto con Ella, y entonces todo es suyo, nada le es negado; mientras que si queremos darle y no vive en nuestro Querer, no las apreciará, no las amará, no se sentirá con el derecho de hacerlas suyas, y cuando las cosas no se hacen propias, el amor no surge y muere”. 


OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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