DIEZ ELEMENTOS PARA QUE TE PREPARES PARA TU MATRIMONIO.




La celebración del matrimonio no es un rito religioso más: El matrimonio entre dos cristianos es un sacramento, es decir, un encuentro con Cristo. De hecho, la entrega mutua que los novios se prometen a través de sus votos se convierte en el símbolo sacramental donde el amor mismo de Cristo por la humanidad se hace presente. Por eso, todos los presentes a la boda pueden de alguna manera contemplar en los novios a Cristo mismo. Más aún, cada uno de la pareja puede mirar en el otro el amor de Cristo y comprometerse a ser, de ahí en adelante, el sacramento o símbolo visible de ese amor para su cónyuge.

Los novios son los ministros del Sacramento del Matrimonio: Por eso, de alguna manera, el matrimonio no es sólo la celebración en sí, sino la vida de entrega mutua que los dos celebrarán cada día en sus gestos de amor y su mutuo servicio. El sacerdote o diácono que presida la ceremonia no actúan en el matrimonio como ministros sino como testigos oficiales de parte de la Iglesia y del estado. Claro que si el matrimonio se celebra dentro de la misa, el sacerdote será el ministro de la celebración eucarística, pero no el ministro como tal del matrimonio. Los novios se casan mutuamente al darse y recibirse como esposos. Y de este modo, se convierten también en testigos del amor para la comunidad de los creyentes.

El matrimonio es un acto de fe: En cuanto sacramento y testimonio de la fe que como Iglesia profesamos, el matrimonio supone la de los contrayentes, al tiempo que aumenta su fe. Pues Cristo, que prometió estar donde dos o más se reúnen en su nombre, sale al encuentro de los novios y fortalece su entrega con la gracia de su amor, garantizándoles así que mientras se amen en Cristo su unión será siempre fiel e irrompible (indisoluble).
El Matrimonio es un momento de oración: La liturgia matrimonial es un acto sagrado; un momento intenso de contacto humano con lo divino, a través del misterio del amor que hace presente, cuando es amor verdadero de entrega, a Cristo mismo. Este misterio celebrado y anunciado por la pareja es una bendición para todos que refuerza nuestra fe y nos anima como Iglesia a seguir buscando el amor. Es la ocasión para que las parejas antes casadas renueven sus votos, y que todos apostemos de nuevo al amor de entrega y servicio. Por eso los presentes a una boda son invitados a dar gracias a Dios por el amor de esa pareja y a pedir que el Espíritu los sostenga en su camino.
El amor verdadero se nutre de la Palabra de Dios y es testigo de ella: Las parejas son invitadas a escoger las lecturas de la Sagrada Escritura que serán proclamadas en la liturgia de su matrimonio.

Normalmente se requieren tres lecturas: Una del Antiguo Testamento, una tomada de las cartas del Nuevo Testamento y otra de los Evangelios. La Iglesia provee mucha opciones (véase Lecturas para la celebración). En sus opciones la pareja da fe de lo que cree y desea testimoniar a través de su vida de amor, al tiempo que se compromete ante la comunidad a hacer de esa Palabra la fuente se su convivencia y vida de pareja.

El centro del sacramento del matrimonio lo constituyen los votos o consentimiento: Vivir como cristiano es comprometerse a dar la vida para el servicio y bien de los otros. Y hay dos formas en que se puede realizar esta entrega: a través del servicio sacerdotal a la comunidad (Sacramento del orden sacerdotal) o a través de la entrega de la vida al servicio y búsqueda del bien del cónyuge (Sacramento del matrimonio). Cada una de estas entregas es un sacramento, y se sella con los votos y la consagración respectivas para la misión que les corresponde. Por eso, el corazón del rito matrimonial está constituido por los votos de los novios cuando se entregan y reciben mutuamente al decir: “Yo,... Me entrego a ti... como esposo, para amarte, servirte y respetarte, todos los días de mi vida”. "Yo,... te recibo a ti... como esposo, para amarte, servirte y respetarte, todos los días de mi vida".

Por eso se sugiere que los novios memoricen la fórmula del consentimiento para que en vez de leerla o repetirla, salga de ellos mismos de una forma más personal e íntima. La pareja puede incluso redactar su propio consentimiento siempre y cuando contenga los elementos propios de la entrega total y fiel propia del matrimonio católico.
La consumación del consentimiento: Al acto público de expresar el consentimiento debe seguir, después, en su momento, el acto privado de la entrega corporal mutua propia del acto sexual. Sin este gesto el consentimiento se considera no consumado y por tanto el rito está inconcluso hasta que dicho gesto de entrega se dé.

La música eleva la mente y el alma: La música no sólo agrega dignidad y elegancia al rito matrimonial sino que marca el ritmo que mueve a la oración y favorece los gestos. Así, la marcha de entrada forma parte del gesto de hacerse presente para la entrega. También por esta razón el ritual prevé que exista himnos para la procesión de la comunión y la salida.. La música debe reflejar y comunicar el misterio del amor de Dios en Jesús, que se hace presente en el sacramento.

La procesión de entrada del novio y después, la novia: Este gesto representa la decisión libre en la cual tanto el novio como la novia vienen a hacerse presentes, en la comunidad de fe, para hacer su compromiso de libre entrega mutua. Y su aproximación al altar es signo de que su entrega la hacen de cara a Dios, y a su manera: como Cristo se entregó en la cruz, de manera total y para siempre. El ritual indica que los ministros de la liturgia (sacerdote, o diácono, y los lectores y servidores del altar) encabecen la procesión, seguidos por la novia, las acompañantes de la novia y sus padres. Posiblemente el novio entra antes y está junto al altar, esperando la entrada de la novia, en compañía de sus padres.

Los acompañantes de la pareja: Los presentes en la ceremonia nupcial no son sólo personas que por su relación familiar o afectiva con los novios quieren estar presentes en este momento. Ellos son también parte de la celebración litúrgica en cuanto testigos del compromiso de amor de la pareja, que tiene repercusiones para la comunidad de fe y la sociedad. Los asistentes acompañan también a los novios a través de la oración y en unión con toda la Iglesia, se unen a las plegarias que todos los creyentes hacemos para que el amor sea una realidad en las parejas y familias del mundo, especialmente entre aquellas que deciden seguir el estilo de amor del Nazareno. Por eso, familiares o amigos pueden ser preparados para proclamar las lecturas y hacer las peticiones y moniciones de entrada o de salida. Algunos pueden encargarse de las ofrendas y hacer oraciones que acompañen dichas ofrendas. También los padres o madres de la pareja pueden hacer, en el momento de la acción de gracias (después de la comunión), una oración por los nuevos esposos, al tiempo que comunican con este gesto su apoyo a la nueva pareja. Todas estas participaciones debe prepararse con anticipación y bajo la guía del sacerdote que presidirá la ceremonia.



SI HAY DIVORCIO ES `PORQUE JESUS NO FUE TESTIGO EN EL RITUAL DE LA BODA NI LO SIGUIO SIENDO EN LA VIDA DE PAREJA.



Por Padre Rick Hilgartner (Adaptación)


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