VIGÉSIMA CUARTA HORA DE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.


VIGÉSIMA CUARTA HORA De las 4 a las 5 de la tarde.  

PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.


La sepultura de Jesús.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

 Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio, el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. 

El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y del dolor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu extinto Hijo.

 Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? 

Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere. 

Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: 

El amor y el Querer divino. 

 El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte; el Querer divino se impone y quiere este sacrificio. 

Pobre Mamá, ¿cómo harás? 

 ¡Cuánto te compadezco! 

¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá! Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que dice: 

«Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me quedaba y que mitigaba mis penas: tu santísima Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el Querer divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me abandona. 

Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en Ti, y que tome para Mí tu vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú. 

Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de Ti». 

Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza.

 ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.

 Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más. ¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a la vida!

 Pero ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.

 Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices:

 «Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que aun en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro, te llamo, ¿y no me escuchas?

 ¡Ah, el amor amoroso es el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor?

 Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores». 

Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento.

 ¡Pobre Mamá mía! ¡Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas muertes crueles no sufres! 

Pero doliente Mamá, el Querer divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas: 

«Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi vida, mi todo, no te reconocería más, tan irreconocible has quedado. 

Tu natural belleza se ha transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva belleza. 

Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo. 

¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo muero». 

Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. 

¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni fuerzas.

 Pero el Querer divino rompiendo estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida. 

Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas: 

 «Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible que no deba escuchar más tu voz? 

Todas tus palabras que en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen: 

“Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.” 

Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas». 

Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las perforaciones de aquellas manos santísimas. 

Y llegando a los pies de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del infierno. 

Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al corazón traspasado de Jesús.

 Aquí te detienes, es el último asalto a tu corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada durante toda tu vida. 

Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la vida de Jesús, sientes la fuerza para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo encierre. 

Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera que primero me encierre en Jesús para tomar su vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa, la llena de gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús? 

Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti. 

Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer. 

Su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo para todas las criaturas. 

Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición.

 La soledad de María Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas petrificada, ahora helada. 

 Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra de consuelo, una mirada de compasión.

 Recogeré tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos. Pero veo que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando exclamas:

 «¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? 

¡Ah, en nada los has perdonado! 

¿Qué mal te había hecho? 

No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada. 

Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo.

 Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces. 

Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz». 

Y besándola y volviéndola a besar te alejas.

 Pobre Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan, y a cada instante te sientes morir. 

Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza, las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en cada golpe le daban dolores de muerte.

 La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas aquella sangre:

 «Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y profanada». 

Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús. 

Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús. 

Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo. 

También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga desolación. 

No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor. 

Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y vuelve a llamar en mí la vida de Jesús. 

Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que conforme mueves la cabeza sientes que te penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con los pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas.

 Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. 

Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco  de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo:

 «¡Hijo, cuánto has sufrido!» 

Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús. 

Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores van creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas que repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más. 

Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su latido los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va diciendo:

 «Almas, amor». 

Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de muerte y de vida. Mamá crucificada, cuánto compadezco tus dolores, son inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas. 

Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame al Cielo y ponme en los brazos de Jesús. 

¡Quedamos en esto, amada Mamá mía! 

Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso no niegues a ninguno tu oficio materno. 

Una última palabra: 

Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir». 

Por eso beso tu mano materna y bendíceme. Amén.

 

Reflexiones de la Vigésima Cuarta Hora (4 PM) 11-80 Octubre, 1914 Gloria que se le da a Jesús y a María en esta hora 

Agrego que un día estaba haciendo la hora cuando la Mamá Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía para hacerle compañía en su amarga desolación para compadecerla. 

No tenía la costumbre de hacer esta hora siempre, sólo algunas veces, y estaba indecisa si debía hacerla o no, y Jesús bendito, todo amor y como si me lo rogara me ha dicho: 

“Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por amor mío en honor de mi Mamá. Debes saber que cada vez que tú la haces, mi Mamá se siente como si estuviera en persona en la tierra y repetir su vida, y por lo tanto recibe Ella la gloria y el amor que me dio a Mí en la tierra, y Yo siento como si estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus ternuras maternas, su amor y toda la gloria que Ella me dio, por eso te tendré en consideración de madre”. 

Entonces, abrazándome, oía que me decía quedo, quedo: 

Mamá mía, mamá”

Y me sugería lo que hizo y sufrió en esta hora la dulce Mamá, y yo la seguía. 

Desde ese día en adelante no la he descuidado, ayudada por su gracia. 

 

+ + + Noviembre 24, 1923 La historia doliente de la Divina Voluntad.

Así como la Virgen para la obra de la Redención hizo suyos todos los actos de la Divina Voluntad y preparó el alimento a sus hijos, también Luisa debe hacerlo para la obra del Fiat Voluntas Tua. 

Estaba haciendo la hora de la pasión en la que mi Mamá Dolorosa recibió en sus brazos a su Hijo muerto y lo depositó en el sepulcro, y en mi interior decía: 

“Mamá mía, junto con Jesús pongo en tus brazos todas las almas, a fin de que a todas las reconozcas como hijas tuyas, y una por una las escribas en tu corazón y las pongas en las llagas de Jesús; son hijas de tu dolor inmenso y esto basta para que las reconozcas y las ames; y quiero poner todas las generaciones en la Voluntad Suprema, a fin de que ninguna falte, y a nombre de todas te doy consuelos, compadecimientos y alivios divinos”. 

Ahora, mientras esto decía, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho: 

“Hija mía, si supieras cuál fue el alimento con el que alimentó a todos estos hijos mi doliente Mamá”. 

Y yo: “¿Cuál fue, oh mi Jesús?” 

Y Él de nuevo: 

“Como tú eres mi pequeñita, elegida por Mí para la misión de mi Querer y vives en aquel Fiat en el cual fuiste creada, quiero hacerte saber la historia de mi Eterno Querer, sus alegrías y sus dolores, sus efectos, su valor inmenso, lo que hizo, lo que recibió, y quién tomó a corazón su defensa. 

Los pequeños son más atentos a escucharme porque no tienen la mente llena de otras cosas, están como en ayunas de todo, y si se les quiere dar otro alimento sienten asco, porque siendo pequeños están habituados a tomar sólo la leche de mi Voluntad, que más que madre amorosa los tiene pegados a su divino pecho para alimentarlos abundantemente, y ellos están con sus boquitas abiertas para esperar la leche de mis enseñanzas, y Yo me divierto mucho; 

¡oh, cómo es bello verlos ahora sonreír, ahora alegrarse y ahora llorar al oírme narrar la historia de mi Voluntad!

 El origen de mi Voluntad es eterno, jamás entró el dolor en Ella; entre las Divinas Personas esta Voluntad estaba en suma concordia, es más, era una sola; en cada acto que emitía fuera, tanto ad intra cuanto ad extra, nos daba infinitas alegrías, nuevos contentos, felicidad inmensa, y cuando quisimos poner fuera la máquina de la Creación, 

 ¿cuánta gloria, cuántas armonías y honor no nos dio? En cuanto brotó el Fiat, este Fiat difundió nuestra belleza, nuestra luz, nuestra potencia, el orden, la armonía, el amor, la santidad, todo, y Nosotros quedamos glorificados por las mismas virtudes nuestras, viendo por medio de nuestro Fiat el florecimiento de nuestra Divinidad reflejada en todo el universo. Nuestro Querer no se detuvo, henchido de amor como estaba quiso crear al hombre, y tú sabes la historia de él, por eso sigo adelante. ¡Ah! fue precisamente él quien llevó el primer dolor a mi Querer, trató de amargar a Aquél que tanto lo amaba, que lo había hecho feliz.

 Mi Querer lloró más que una tierna madre, lloró a su hijo lisiado y ciego sólo porque se ha sustraído de la Voluntad de la madre; mi Querer quería ser el primero en obrar en el hombre, no para otra cosa sino para darle nuevas sorpresas de amor, de alegrías, de felicidad, de luz, de riquezas, quería siempre dar, he aquí el por qué quería obrar, pero el hombre quiso hacer su voluntad y rompió con la Divina; ¡jamás lo hubiese hecho! Mi Querer se retiró y él se precipitó en el abismo de todos los males. 

Ahora, para volver a anudar a estas dos voluntades, se necesitaba Uno que contuviera en Sí una Voluntad Divina, y por eso Yo, Verbo Eterno, amando con un amor eterno a este hombre, decretamos entre las Divinas Personas que tomara carne humana para venir a salvarlo y volver a unir las dos voluntades separadas. 

¿Pero dónde descender? ¿Quién debía ser Aquélla que debía prestar su carne a su Creador? He aquí por qué elegimos una criatura, y en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor fue exentada de la culpa de origen, su querer y el Nuestro fueron uno solo, fue esta Celestial Criatura la que comprendió la historia de nuestra Voluntad. 

Nosotros, como a pequeñita, todo le narramos, el dolor de nuestro Querer y cómo el hombre ingrato con el romper su voluntad con la nuestra, había encerrado nuestro Querer en el cerco divino, como obstruyéndolo en sus designios, impidiendo que pudiera comunicarle sus bienes y la finalidad para la que había sido creado. Para Nosotros el dar es hacernos felices y hacer feliz a quien de Nosotros recibe, es enriquecer sin Nosotros empobrecer, es dar lo que Nosotros somos por naturaleza y formarlo en la criatura por gracia, es salir de Nosotros para dar lo que poseemos, con el dar, nuestro Amor se desahoga, nuestro Querer hace fiesta; ¿si no debíamos dar, para qué formar la Creación? 

Así que el sólo no poder dar a nuestros hijos, a nuestras amadas imágenes, era como un luto para nuestra Suprema Voluntad; sólo con ver al hombre obrar, hablar, caminar, sin la conexión con nuestro Querer, porque él la había destrozado, y que debían correr hacia él si estaba con Nosotros, corrientes de gracias, de luz, de santidad, de ciencia, etc., y no pudiéndolo hacer, nuestro Querer se ponía en actitud de dolor; en cada acto de criatura era un dolor, porque veíamos aquel acto vacío de valor divino, privado de belleza y de santidad, todo desemejante de nuestros actos.

 ¡Oh! cómo comprendió la Celestial Pequeña este nuestro sumo dolor y el gran mal del hombre al sustraerse de Nuestro Querer, ¡oh! cuántas veces Ella lloró ardientes lágrimas por nuestro dolor y por la gran desventura del hombre, y por eso Ella, temiendo, no quiso conceder ni siquiera un acto de vida a su voluntad, por eso se mantuvo pequeña, porque su querer no tuvo vida en Ella, ¿cómo podía hacerse grande? 

Pero lo que no hizo Ella lo hizo nuestro Querer, la hizo crecer toda bella, santa, divina; la enriqueció tanto que la hizo la más grande de todos; era un prodigio de nuestro Querer, prodigio de gracia, de belleza, de santidad, pero Ella se mantuvo siempre pequeña, tanto que no descendía jamás de nuestros brazos, y tomando a pecho nuestra defensa correspondió a todos los actos dolientes del Supremo Querer, y no sólo estaba Ella toda en orden a nuestra Voluntad, sino que hizo suyos todos los actos de las criaturas, y absorbiendo en Sí toda nuestra Voluntad rechazada por ellas, la reparó, la amó, y teniéndola como en depósito en su corazón virginal, preparó el alimento de nuestra Voluntad a todas las criaturas. ¿Ves entonces con qué alimento nutre a sus hijos esta Madre amantísima?

 Le costó toda su vida, penas inauditas, la misma Vida de su Hijo, para hacer en Ella el depósito abundante de este alimento de mi Voluntad, para tenerlo dispuesto para alimentar a todos sus hijos cual Madre tierna y amorosa; Ella no podía amar más a sus hijos, con darles este alimento su amor había llegado al último grado, así que entre tantos títulos que Ella tiene, el más bello título que a Ella se le podría dar es el de Madre y Reina de la Voluntad Divina. Ahora hija mía, si esto hizo mi Mamá por la obra de la Redención, también tú para la obra del Fiat Voluntas Tua; tu voluntad no debe tener vida en ti, y haciendo tuyos todos los actos de mi Voluntad en cada criatura, los depositarás en ti, y mientras a nombre de todos darás la correspondencia a mi Voluntad, formarás en ti todo el alimento necesario para alimentar a todas las generaciones con el alimento de mi Voluntad. 

Cada dicho, cada efecto, cada conocimiento de más de Ella, será un gusto de más que encontrarán en este alimento, de manera que con avidez lo comerán; todo lo que te digo sobre mi Querer servirá para excitar el apetito y para hacer que ningún otro alimento tomen, aún a costa de cualquier sacrificio. 

Si se dijera que un alimento es bueno, que restituye las fuerzas, que sana a los enfermos, que contiene todos los gustos, es más, que da la vida, la embellece, la hace feliz, ¿quién no haría cualquier sacrificio para tomar ese alimento? 

Así será de mi Voluntad, para hacerla amar, desear, es necesario el conocimiento, por eso sé atenta, recibe en ti este depósito de mi Querer, a fin de que cual segunda Madre prepares el alimento a nuestros hijos, así imitarás a mi Mamá.

 Te costará también a ti, pero ante mi Voluntad cualquier sacrificio te parecerá nada. Hazla de pequeña, no desciendas jamás de mis brazos y Yo continuaré narrándote la historia de mi Voluntad”. 

+ + + 21-16 Abril 16, 1927 Cómo la Virgen Santísima, en sus dolores, encontraba el secreto de la fuerza en la Voluntad Divina. 

Después de esto estaba pensando en el dolor cuando mi dolorosa Mamá, traspasada en el corazón se separó de Jesús dejándolo muerto en el sepulcro, y pensaba entre mí:

 “¿Cómo fue posible que haya tenido tanta fuerza de dejarlo? Es cierto que estaba muerto, pero era siempre el cuerpo de Jesús, ¿cómo su amor materno no la consumió para no dejarle dar un solo paso lejos de aquel cuerpo extinto? Y sin embargó lo dejó. ¡Qué heroísmo, qué fortaleza!” Pero mientras esto pensaba, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho:

 “Hija mía, ¿quieres saber cómo es que mi Mamá tuvo la fuerza de dejarme? Todo el secreto de su fuerza estaba en mi Voluntad reinante en Ella. Ella vivía de Voluntad Divina, no humana, y por eso contenía la fuerza inmensurable. 

Es más, tú debes saber que cuando mi traspasada Mamá me dejó en el sepulcro, mi Querer la tenía inmersa en dos mares inmensos, uno de dolor y el otro más extenso de alegrías, de bienaventuranzas, y mientras el de dolor le daba todos los martirios, el de la alegría le daba todos los contentos y su bella alma me siguió al limbo y asistió a la fiesta que me hicieron todos los patriarcas, los profetas, su padre y su madre, nuestro amado San José; el limbo se transformó en paraíso con mi presencia y Yo no podía hacer menos que hacer participar a Aquélla que había sido inseparable en mis penas, hacerla asistir a esta primera fiesta de las criaturas, y fue tanta su alegría, que tuvo la fuerza de separarse de mi cuerpo, retirándose y esperando el momento de mi Resurrección como cumplimiento de la Redención.

La alegría la sostenía en el dolor, y el dolor la sostenía en la alegría. A quien posee mi Querer no puede faltarle ni fuerza ni potencia, ni alegría, todo lo tiene a su disposición. 

¿No lo experimentas en ti misma cuando estás privada de Mí y te sientes consumar? La luz del Fiat Divino forma su mar, te hace feliz y te da la vida”


OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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LA SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA

Nació en Corato, provincia de Bari, al sur de Italia, el 23 de abril de 1865.

 Cursó solamente el primer año de primaria y a la edad de nueve años hizo su primera comunión y recibió la confirmación.

Desde aquel momento la Eucaristía se convirtió en su pasión y siete años más tarde se hizo terciaria dominica con el nombre de Magdalena

Pasó toda su larga vida bajo la obediencia de sus confesores, asignados por el arzobispo de Trani.

Por obediencia, en 1899, empezó a escribir un diario que llegó a abarcar 36 volúmenes, con la finalidad de dar a conocer más profundamente y vivir diariamente la Voluntad Divina, según la petición del Padrenuestro: 

«Hágase tu Voluntad como en el Cielo así en la tierra».

Jesús formó a esta Primogénita Hija de su Voluntad a través de la escuela de la Pasión, la Eucaristía, el amor filial a la Madre de Dios, la oración, la obediencia a la Iglesia, el amor al prójimo, el silencio y el trabajo manual de costura.

Tuvo en su vida fenómenos místicos extraordinarios y el regalo de los estigmas de la Pasión, aunque invisibles por su petición. 

Murió a la edad de ochenta y un años, el 4 de marzo de 1947.

El 20 de noviembre de 1994, monseñor Carmelo Cassati, arzobispo de Trani, habiendo obtenido la autorización de parte de la Santa Sede, dio inicio al proceso de beatificación y canonización de la sierva de Dios, proceso que fue clausurado favorablemente por el arzobispo monseñor Giovanni Battista Picchieri, el 29 de octubre de 2005.

 

 

 


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