LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES. Revelación de Jesús a Luisa Picareta.....

 

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.

Revelación de Jesús a Luisa Picareta.

 AQUI LAS 24 HORAS DE LA PASION EN AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLzK6DAURAZT2q2U-GzLDKVADQ3HxbpbH_


 

Antes de iniciar es importante saber las palabras de Jesús a quien haga todos los días las 24 Horas de la Pasión.  O sea una hora de la pasión por día.

 

“Hija mía, si tú supieras la gran complacencia que siento al verte repetir estas horas de mi Pasión, y siempre repetirlas, y de nuevo repetirlas, quedarías feliz. 

Es verdad que mis santos han meditado mi Pasión y han comprendido cuánto sufrí y se han deshecho en lágrimas de compasión, tanto, de sentirse consumar de amor por mis penas, pero no lo han hecho así de continuo y siempre repetido con este orden, así que puedo decir que tú eres la primera que me da este gusto tan grande y especial, y al ir desmenuzando en ti hora por hora mi Vida y lo que sufrí, YO ME SIENTO TAN ATRAÍDO, QUE HORA POR HORA TE VOY DANDO EL ALIMENTO y como contigo el mismo alimento, y hago junto contigo lo que haces tú. 

Debes saber que te recompensaré abundantemente con nueva luz y nuevas gracias, y aun después de tu muerte, cada vez que sean hechas por las almas en la tierra estas horas de mi Pasión, Yo en el Cielo te cubriré siempre de nueva luz y gloria”.

11-83 Noviembre 6, 1914

 

“DIME BIEN MÍO, ¿QUÉ COSA DARÁS EN RECOMPENSA A AQUELLOS QUE HARÁN LAS HORAS DE LA PASIÓN COMO TÚ ME LAS HAS ENSEÑADO?”

Y Él:

 “Hija mía, estas horas no las consideraré como cosas vuestras, sino como hechas por Mí, os daré mis mismos méritos como si Yo estuviera sufriendo en acto mi Pasión y los mismos efectos según las disposiciones de las almas, esto en la tierra, premio mayor no podría darles; luego en el Cielo, a estas almas me las pondré de frente, saeteándolas con saetas de amor y de contentos por cuantas veces han hecho las horas de mi Pasión, y ellas me saetearán a Mí. 

¡Qué dulce encanto será esto para todos los bienaventurados!”

11-60 Septiembre 6, 1913

…Estaba pensando en las horas de la Pasión escritas, y en que como están sin indulgencias, quien las hace no gana nada, mientras que hay tantas oraciones enriquecidas con tantas indulgencias. 

Mientras esto pensaba, mi siempre amable Jesús, todo benignidad me ha dicho:

“Hija mía, con las oraciones indulgenciadas se gana alguna cosa, 

EN CAMBIO LAS HORAS DE MI PASIÓN, QUE SON MIS MISMAS ORACIONES, MIS REPARACIONES Y TODO AMOR, HAN SALIDO PROPIAMENTE DEL FONDO DE MI CORAZÓN. 

¿Has acaso olvidado cuántas veces me he unido contigo para hacerlas juntos y he cambiado los flagelos en gracias para toda la tierra? Por eso es tal y tanta mi complacencia, que EN LUGAR DE LA INDULGENCIA LE DOY AL  ALMA UN PUÑADO DE AMOR, que contiene precio incalculable de infinito valor, y además, cuando las cosas son hechas por puro amor, mi amor encuentra en eso su desahogo, y no es indiferente que la criatura dé alivio y desahogo al amor de su Creador”.

11-80 Octubre, 1914

…Estaba escribiendo las horas de la Pasión y pensaba entre mí: 

“Cuántos sacrificios para escribir estas benditas horas de la Pasión, 

especialmente por tener que poner en el papel ciertos actos internos que sólo entre yo y Jesús han pasado, ¿cuál será la recompensa que Él me dará por esto?” Y Jesús haciéndome oír su voz tierna y dulce me ha dicho:

“Hija mía, en recompensa por haber escrito las horas de mi Pasión, por cada palabra que has escrito te daré un beso, un alma”.

Y yo: 

“Amor mío, esto a mí, 

Y A AQUELLOS QUE LAS HARÁN, ¿QUÉ LES DARÁS?”

Y Jesús: “Si las hacen junto Conmigo y con mi misma Voluntad, por cada palabra que reciten les daré también un alma, porque toda la mayor o menor eficacia de estas horas de mi Pasión está en la mayor o menor unión que tienen Conmigo, y haciéndolas con mi Voluntad, la criatura se esconde en mi Querer, y actuando mi Querer puedo hacer todos los bienes que quiero, aun por medio de una sola palabra, y esto cada vez que las hagan”.

En otra ocasión estaba lamentándome con Jesús, porque después de tantos sacrificios para escribir las horas de la Pasión, eran muy pocas las almas que las hacían, y entonces Él me dijo:

“Hija mía, no te lamentes, aunque fuera sólo una deberías estar contenta, ¿no habría sufrido Yo toda mi Pasión aunque se debiera salvar una sola alma? 

Así también tú, jamás se debe omitir el bien porque sean pocos los que lo aprovechen,

 TODO EL MAL ES PARA QUIEN NO LO APROVECHA,

 y así como mi Pasión hizo adquirir el mérito a mi Humanidad como si todos se salvaran, a pesar de que no todos se salvan, porque mi Voluntad era la de salvarlos a todos, entonces merecí según lo que Yo quería, no según el provecho que las criaturas harían; así tú, según que tu voluntad se haya ensimismado con mi Voluntad, de querer y de hacer el bien a todos, así serás recompensada, TODO EL MAL ES DE AQUELLOS QUE PUDIENDO NO LAS HACEN, ESTAS HORAS SON LAS MÁS PRECIOSAS DE TODAS, pues no son otra cosa que repetir lo que Yo hice en el curso de mi vida mortal, y lo que continúo en el Santísimo Sacramento.

 CUANDO ESCUCHO ESTAS HORAS DE MI PASIÓN, ESCUCHO MI MISMA VOZ, MIS MISMAS ORACIONES, VEO MI VOLUNTAD EN ESA ALMA, la cual es de querer el bien de todos y de reparar por todos, y Yo me siento transportado a morar en ella para poder hacer en ella lo que hace ella misma. 

¡OH, CUÁNTO QUISIERA QUE AUNQUE FUERA UNA SOLA POR REGIÓN HICIERA ESTAS HORAS DE MI PASIÓN!, me oiría a Mí mismo en cada lugar, y mi Justicia en estos tiempos tan grandemente indignada, quedaría en parte aplacada”.

11-82 Noviembre 4, 1914

“Hija mía, has de saber que con hacer estas horas, el alma toma mis pensamientos y los hace suyos, mis reparaciones, las oraciones, los deseos, los afectos y aun mis más íntimas fibras y las hace suyas, y elevándose entre el Cielo y la tierra hace mi mismo oficio, y como corredentora dice junto Conmigo: 

“Ecce ego mitte me”,quiero repararte por todos, responderte por todos e implorar el bien para todos”.

11-122 Abril 23, 1916 

 

¿CÓMO HACER ESTAS HORAS? 

Generalmente estas horas se hacen en forma individual, meditándose una hora por día, no es necesario hacerla a la hora indicada en cada una de ellas, pudiendo meditarla en el momento en que se tenga el tiempo suficiente para hacerla con calma, así en el transcurso de 24 días se terminará todo el reloj, volviendo a comenzar nuevamente, en forma ininterrumpida. 

Otra manera de hacerlo es reunir 24 personas que se comprometan a meditar 1 hora diariamente, repartiéndose las horas entre las 24 personas, por lo que diariamente se meditarán las 24 horas; de ahí en adelante se avanzará normalmente una meditación por día, no repitiendo la misma meditación, de la misma manera que cuando se hacen en forma particular, y en un lapso de 24 días, cada uno de los integrantes habrá meditado todas las horas. 

Esto se puede hacer una sola vez, o mejor, si todos se comprometen se puede hacer en forma continua. Lo importante es hacerlas junto con Él y con su misma Voluntad.

 

PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN 

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.

Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…

Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. 

Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.  

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y  doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  

He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.

Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.

En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” 

Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.

Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.

Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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PRIMERA HORA De las 5 a las 6 de la tarde.

 Jesús se despide de su Madre Santísima.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Oh Celestial Mamá, la hora de la separación se acerca y yo vengo a Ti.

 ¡Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones, dame tu dolor, porque junto contigo quiero seguir paso a paso al adorado Jesús! 

Y he aquí que Jesús viene, y Tú con el alma rebosante de amor corres a su encuentro, pero al verlo tan pálido y triste el corazón se te oprime por el dolor, las fuerzas te abandonan y estás a punto de desfallecer a sus pies. 

Oh dulce Mamá mía, ¿sabes por qué ha venido a Ti el adorable Jesús? 

¡Ah! Él ha venido para darte el último adiós, para decirte la última palabra, para recibir el último abrazo. 

Oh Mamá, a Ti me estrecho con toda la ternura de la cual es capaz este mi pobre corazón, a fin de que estrechado y unido a Ti, también yo pueda recibir los abrazos del adorado Jesús. 

¿Me desdeñarás acaso Tú? ¿No es más bien un consuelo para tu corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo las penas, los afectos, las reparaciones? 

Oh Jesús, en esta hora tan desgarradora para tu ternísimo corazón, qué lección nos das de filial y amorosa obediencia hacia tu Mamá.

 ¡Qué dulce armonía hay entre Tú y María, qué suave encanto de amor que sube hasta el trono del Eterno y se extiende para salvación de todas las criaturas de la tierra! 

Oh Celestial Mamá mía, ¿sabes qué quiere de Ti el adorado Jesús? 

No quiere otra cosa que tu última bendición. 

Es verdad que de todas las partes de tu ser no salen sino bendiciones y alabanzas a tu Creador, pero Jesús al despedirse de Ti quiere oír las dulces palabras:

 «Te bendigo oh Hijo». Y este te bendigo aleja todas las blasfemias de sus oídos, y dulce y suave desciende a su corazón; y casi como para poner una defensa a todas las ofensas de las criaturas, Jesús quiere tu “te bendigo.”

 Yo me uno a Ti, oh dulce Mamá, sobre las alas del viento quiero girar por el Cielo para pedir al Padre, al Espíritu Santo, a todos los ángeles, un “te bendigo” para Jesús, a fin de que yendo a Él le pueda llevar sus bendiciones.

 Y aquí en la tierra quiero ir a todas las criaturas y pedir de cada labio, de cada latido, de cada paso, de cada respiro, de cada mirada, de cada pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si ninguno me las quiere dar, yo quiero darlas por ellos.

 Oh dulce Mamá, después de haber girado y vuelto a girar para pedir a la Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas del mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada movimiento de la naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y uno mis bendiciones a las tuyas. 

Dulce Mamá mía, veo que recibes consuelo y alivio por esto, y ofreces a Jesús todas mis bendiciones en reparación de las blasfemias y maldiciones que Él recibe de las criaturas. 

Pero mientras te ofrezco todo, oigo tu voz temblorosa que dice: 

“Hijo, bendíceme también a Mí.”

 Oh dulce amor mío, Jesús, bendíceme también a mí junto con tu Mamá, bendice mis pensamientos, mi corazón, mis manos, mis obras, mis pasos, y junto con tu Mamá bendice a todas las criaturas. 

Oh Madre mía, al mirar el rostro del adolorido Jesús, pálido, triste, desgarrador, se despierta en Ti el recuerdo de los dolores que dentro de poco Él deberá sufrir. 

Adivinas su rostro cubierto de salivazos y lo bendices, la cabeza traspasada por las espinas, los ojos vendados, el cuerpo desgarrado por los azotes, las manos y los pies traspasados por los clavos, y adonde quiera que Él está a punto de ir, Tú lo sigues con tus bendiciones, y junto contigo lo sigo también yo. 

Cuando Jesús sea golpeado por los azotes, coronado de espinas, abofeteado, traspasado por los clavos, dondequiera encontrará junto a tu “te bendigo”, el mío.

 Oh, Jesús, oh Madre, os compadezco; inmenso es vuestro dolor en estos últimos momentos, el corazón de uno parece que arranque el corazón del otro. 

Oh Madre arranca mi corazón de la tierra y átalo fuerte a Jesús, a fin de que estrechado a Él pueda tomar parte de tus dolores, y mientras os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas, los últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos corazones pueda recibir vuestros últimos besos, vuestros últimos abrazos. 

¿No veis que yo no puedo estar sin Vosotros, no obstante mi miseria y mi frialdad?

 Jesús, Mamá, ténganme estrechada a Ustedes, denme su amor, su Querer, saetead mi pobre corazón, estréchenme entre sus brazos, y junto contigo, oh dulce Mamá, quiero seguir paso a paso al adorado Jesús con la intención de darle consuelo, alivio, amor y reparación por todos.

 Oh Jesús, junto a tu Mamá te beso el pie izquierdo suplicándote que quieras perdonarme a mí y a todas las criaturas por cuantas veces no hemos caminado hacia Dios. 

Beso tu pie derecho, perdóname a mí y a todos por cuantas veces no hemos seguido la perfección que Tú querías de nosotros. 

Te beso la mano izquierda pidiéndote nos comuniques tu pureza. 

Beso tu mano derecha, bendice todos mis latidos, pensamientos, afectos, a fin de que validados por tu bendición todos se santifiquen, y junto conmigo bendice también a todas las criaturas, y sella la salvación de sus almas con tu bendición. 

Oh Jesús, junto a tu Mamá te abrazo, y besándote el corazón te ruego que pongas en medio de vuestros dos corazones el mío, a fin de que se alimente continuamente de vuestros amores, de vuestros dolores, de vuestros mismos afectos, deseos y de vuestra misma vida. Así sea.

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Reflexiones de la primera Hora (5 PM) 5-19 Octubre 3, 1903.

Jesús continúa su Vida en el mundo no sólo en el Santísimo Sacramento, sino también en las almas que se encuentran en gracia. 

Mientras estaba pensando en la hora de la Pasión cuando Jesús se despidió de su Madre para ir a la muerte y se bendijeron mutuamente, y estaba ofreciendo esta hora para reparar por aquellos que no bendicen en cada cosa al Señor, sino más bien lo ofenden, para impetrar todas aquellas bendiciones que son necesarias para conservarnos en gracia de Dios y para llenar el vacío de la gloria de Dios, como si todas las criaturas lo bendijeran. 

Mientras esto hacía, lo he sentido moverse en mi interior, y decía: 

“Hija mía, en el acto de bendecir a mi Madre intenté también bendecir a cada una de las criaturas en particular y en general, de modo que todo está bendecido por Mí: 

Los pensamientos, las palabras, los latidos, los pasos, los movimientos hechos por Mí, todo, todo está avalado con mi bendición. 

También te digo que todo lo bueno que hacen las criaturas, todo fue hecho por mi Humanidad, para hacer que todo el obrar de las criaturas fuera primero divinizado por Mí. 

Además de esto, mi vida continúa todavía real y verdadera en el mundo, no sólo en el Santísimo Sacramento, sino también en las almas que se encuentran en mi Gracia, y siendo muy restringida la capacidad de la criatura, no pudiendo tomar de una sola todo lo que Yo hice, hago de manera que un alma continúe mis reparaciones, otra las alabanzas, alguna otra el agradecimiento, alguna otra el celo de la salud de las almas, otra mis sufrimientos y así de todo lo demás, y según me correspondan así desarrollo mi vida en ellas, así que piensa en qué estrechuras y penas me ponen, pues mientras Yo quiero obrar en ellos, ellos no me hacen caso”. 

 Dicho esto ha desaparecido, y yo me he encontrado en mí misma.

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12-141 Noviembre 28, 1920

 Cuando Jesús quiere dar, pide. Efectos de la bendición de Jesús. 

Estaba pensando cuando mi Jesús, para dar principio a su dolorosa Pasión, quiso ir con su Mamá a pedirle su bendición, y el bendito Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, cuántas cosas dice este misterio, Yo quise ir a pedir la bendición a mi amada Mamá para darle ocasión de que también Ella me la pidiera a Mí. 

Eran demasiados los dolores que debía soportar, y era justo que mi bendición la reforzara. 

Es mi costumbre que cuando quiero dar, pido; y mi Mamá me comprendió inmediatamente, tan es verdad, que no me bendijo sino hasta que me pidió mi bendición, y después de haber sido bendecida por Mí, me bendijo Ella. 

Pero esto no es todo, para crear el universo pronuncié un Fiat, y con ese solo Fiat reordené y embellecí cielo y tierra. 

Al crear al hombre, mi aliento omnipotente le infundió la vida.

 Al dar principio a mi Pasión, quise con mi palabra creadora y omnipotente bendecir a mi Mamá, pero no era sólo a Ella a quien bendecía, en mi Mamá veía a todas las criaturas, era Ella quien tenía el primado sobre todo, y en Ella bendecía a todas y a cada una, es más, bendecía cada pensamiento, palabra, acto, etc., bendecía cada cosa que debía servir a la criatura, al igual que cuando mi Fiat omnipotente creó el sol, y este sol sin disminuir ni en su luz ni en su calor continúa su carrera para todos y para cada uno de los mortales; así mi palabra creadora, bendiciendo quedaba en acto de bendecir siempre, siempre, sin cesar nunca de bendecir, como jamás cesará de dar su luz el sol a todas las criaturas. 

Pero esto no es todo aún, con mi bendición quise renovar el valor de la Creación; quise llamar a mi Padre Celestial a bendecir para comunicar a la criatura la potencia; quise bendecirla a nombre mío y del Espíritu Santo para comunicarle la sabiduría y el amor, y así renovar la memoria, la inteligencia y la voluntad de la criatura, restableciéndola como soberana de todo.

 Debes saber que al dar, quiero, y mi amada Mamá comprendió y súbito me bendijo, no sólo por Ella sino a nombre de todos. 

¡Oh! si todos pudieran ver esta mi bendición, la sentirían en el agua que beben, en el fuego que los calienta, en el alimento que toman, en el dolor que los aflige, en los gemidos de la oración, en los remordimientos de la culpa, en el abandono de las criaturas, en todo escucharían mi palabra creadora que les dice, pero desafortunadamente no escuchada: 

“Te bendigo en el nombre del Padre, de Mí, Hijo, y del Espíritu Santo, te bendigo para ayudarte, te bendigo para defenderte, para perdonarte, para consolarte, te bendigo para hacerte santo.” 

Y la criatura haría eco a mis bendiciones, bendiciéndome también ella en todo. 

Estos son los efectos de mi bendición, de la cual mi Iglesia, enseñada por Mí, me hace eco, y en casi todas las circunstancias, en la administración de los sacramentos y en otras ocasiones da su bendición”. 

4-40 Julio 6, 1922

 Bendición de Jesús a su Mamá. 

Quien vive en la Divina Voluntad es depositaria de la Vida Sacramental de Jesús. 

Estaba pensando y acompañando a Jesús en la hora de la Pasión cuando fue ante la Divina Mamá para pedirle su santa bendición, y mi dulcísimo Jesús en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, antes de mi Pasión quise bendecir a mi Mamá y ser bendecido por Ella, pero no fue únicamente a mi Mamá a quien bendije, sino a todas las criaturas, no sólo animadas sino también inanimadas; vi a las criaturas débiles, cubiertas de llagas, pobres, mi corazón tuvo un latido de dolor y de tierna compasión y dije:

 ‘¡Pobre humanidad, cómo estás decaída, quiero bendecirte a fin de que resurjas de tu decaimiento; mi bendición imprima en ti el triple sello de la potencia, de la sabiduría y del amor de las Tres Divinas Personas y te restituya la fuerza, te sane y te enriquezca, y para circundarte de defensas bendigo todas las cosas creadas por Mí, a fin de que las recibas bendecidas por Mí: 

te bendigo la luz, el aire, el agua, el fuego, el alimento, a fin de que quedes como abismada y cubierta con mis bendiciones, pero como tú no las merecías, por eso quise bendecir a mi Mamá, sirviéndome de Ella como canal para hacer llegar a ti mis bendiciones”.

 Y así como me correspondió mi Mamá con sus bendiciones, así quiero que las criaturas me correspondan con sus bendiciones; pero, ¡ay de Mí!, en vez de correspondencia de bendiciones, me corresponden con ofensas y maldiciones, por eso hija mía, entra en mi Querer, y poniéndote sobre todas las cosas creadas sella todas con las bendiciones que todos me deben, y trae a mi doliente y tierno corazón las bendiciones de todos”. 

Después de haber hecho esto, como para recompensarme me ha dicho: 

Amada hija mía, te bendigo en modo especial, te bendigo el corazón, la mente, el movimiento, la palabra, el respiro, toda y todo te bendigo”. 

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SEGUNDA HORA De las 6 a las 7 de la tarde.

 Jesús se separa de su Madre Santísima y se encamina al Cenáculo.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado parte en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te decides a partir para ir a donde el Querer del Padre te llama. 

Es tanto el amor entre Hijo y Madre que os vuelve inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y dulce Mamá se deja en el tuyo, de otra manera os habría sido imposible el separaros. 

Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le das el último beso para darle fuerzas en los acerbos dolores que está por sufrir, le das el último adiós y partes. 

Pero la palidez de tu rostro, tus labios temblorosos, tu voz sofocada como si quisiera romper en llanto al decirle adiós, ¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla, pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis, queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos, no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado de santidad al que Dios los llama. 

¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus corazones el amor que quieres darles, para contentarse con el amor de las criaturas! 

Amable amor mío, mientras contigo reparo, permíteme que permanezca con tu Mamá para consolarla y sostenerla mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para alcanzarte. 

Pero con sumo dolor veo que mi angustiada Mamá tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no puede articular palabra, casi desfallece y en su desfallecimiento de amor dice: 

«¡Hijo mío, Hijo mío, te bendigo! ¡Qué amarga separación, más cruel que cualquier muerte!» 

Pero el dolor le impide aun el hablar y la deja muda. 

Desconsolada Reina, déjame que te sostenga, te enjugue las lágrimas y te compadezca en tu amargo dolor. 

Mamá mía, yo no te dejaré sola, y Tú tenme contigo, enséñame en este momento tan doloroso para Ti y para Jesús lo que debo hacer, cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y consolarlo, y si debo dar mi vida para defender la suya. 

No, no me separaré de debajo de tu manto, a una señal tuya volaré a Jesús y le llevaré tu amor, tus afectos, tus besos junto a los míos y los pondré en cada llaga, en cada gota de Su Sangre, en cada pena e insulto, a fin de que sintiendo Él en cada pena los besos y el amor de la Mamá, sus penas queden endulzadas. 

Después regresaré bajo tu manto trayéndote sus besos para endulzar tu corazón traspasado. 

Mamá mía, el corazón me late fuertemente, quiero ir a Jesús, y mientras beso tus manos maternas bendíceme como has bendecido a Jesús y permíteme que vaya a Él. 

Mi dulce Jesús, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo mientras recorres las calles de Jerusalén junto con tus amados discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo tu voz, dulce, sí, pero triste, tanto que rompe el corazón de tus discípulos, que por oírte así están turbados. 

«Es la última vez –dices- que recorro estas calles por Mí mismo, mañana las recorreré atado, arrastrado entre mil insultos»

Y señalando los lugares donde serás más deshonrado y maltratado, sigues diciendo: 

«Mi vida está por llegar a su ocaso acá abajo, como está por llegar a su ocaso el sol, y mañana a esta hora no estaré más, pero como sol resurgiré al tercer día». 

Por tus palabras, los apóstoles quedan tristes y taciturnos y no saben qué responder. 

Pero Tú agregas: «Ánimo, no se aflijan, Yo no los dejo, siempre estaré con ustedes, pero es necesario que Yo muera por el bien de todos ustedes»

Al decir esto, estás conmovido, pero con voz trémula continúas instruyéndolos. 

Antes de que entres en el cenáculo miras el sol que ya se pone, así como está por llegar al ocaso tu vida; ofreces tus pasos por aquellos que se encuentran en el ocaso de la vida y les das la gracia de que la hagan terminar en Tireparando por aquellos que no obstante los sinsabores y los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse a Ti. 

Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro de tus prodigios y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago te está preparando la cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y Tú te estremeces, se te rompe el corazón y lloras por su destrucción. 

Con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti, que con tanto cuidado tratabas de formar como portentos de tu amor, y ellas, ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir más amarguras. 

Quiero reparar junto contigo para endulzar el dolor de tu corazón. 

Pero veo que quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén, y retirando de ella tu mirada, entras en el cenáculo. 

Amor mío, estréchame a tu corazón, a fin de que haga mías tus amarguras para ofrecerlas junto contigo, y Tú, mira piadoso mi alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.

 

Reflexiones de la segunda Hora (6 PM) 11-53 Mayo 9, 1913.

  Mientras rezaba estaba pensando en el momento cuando Jesús se despidió de la Madre Santísima para ir a sufrir su Pasión, y decía entre mí: 

“¿Cómo es posible que Jesús se haya podido separar de la querida Mamá, y Ella de Jesús?” 

Y el bendito Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, ciertamente que no podía haber separación entre Yo y mi dulce Mamá, la separación fue sólo aparentemente, Yo y Ella estábamos fundidos juntos, y era tal y tanta la fusión que Yo quedé con Ella, y Ella vino Conmigo, así que se puede decir que hubo una especie de bilocación. 

Esto sucede también a las almas cuando están unidas verdaderamente Conmigo, y si rezando hacen entrar en sus almas como vida la oración, sucede una especie de fusión y de bilocación, Yo dondequiera que me encuentre las llevo Conmigo y Yo quedo con ellas.

 Hija mía, tú no puedes comprender bien lo que fue mi querida Mamá para Mí. 

Yo, viniendo a la tierra no podía estar sin Cielo, y mi Cielo fue mi Mamá. 

Entre Yo y Ella pasaba tal electricidad, que ni siquiera un pensamiento hubo en Ella que no lo tomara de mi mente, y este tomar de Mí la palabra, y la voluntad, y el deseo, y la acción, y el paso, en suma, todo, formaba en este Cielo el sol, las estrellas, la luna y todos los gozos posibles que puede darme la criatura y que puede ella misma gozar. 

¡Oh cómo me deleitaba en este Cielo, cómo me sentía consolado y rehecho de todo! También los besos que me daba mi Mamá encerraban el beso de toda la humanidad y me restituían el beso de todas las criaturas; en todo me sentía a mi dulce Mamá, me la sentía en el respiro, y si era afanoso me lo aliviaba; me la sentía en el corazón, y si estaba amargado me lo endulzaba; en el paso, y si estaba cansado me daba aliento y reposo; 

¿y quién puede decirte cómo me la sentía en la Pasión? 

En cada flagelo, en cada espina, en cada llaga, en cada gota de mi sangre, en todo me la sentía y me hacía el oficio de mi verdadera Madre.

 ¡Ah, si las almas me correspondieran, si todo tomaran de Mí, cuántos cielos y cuántas madres tendría sobre la tierra!” 

Agosto 14, 1917.

 Vivir en el Divino Querer significa inseparabilidad, no hacer nada por sí mismo, porque delante al Divino Querer se siente incapaz de todo, no pide órdenes ni las recibe, porque se siente incapaz de ir solo y dice: 

Si quieres que haga, hagamos juntos, y si quieres que vaya, vayamos juntos”. 

Así que hace todo lo que hace el Padre: 

Si el Padre piensa, hace suyos los pensamientos del Padre, y no hace ni un pensamiento de más de los que hace el Padre; si el Padre mira, si habla, si obra, si camina, si sufre, si ama, también ella mira lo que mira el Padre, repite las palabras del Padre, obra con las manos del Padre, camina con los pies del Padre, sufre las mismas penas del Padre y ama con el amor del Padre; vive no fuera sino dentro del Padre, así que es el reflejo y el retrato perfecto del Padre.

 

Noviembre 11, 1922.

 Mi Humanidad, santa, libre también Ella, que no queriendo otra vida que la sola Voluntad Divina, nadando en este mar inmenso iba duplicando cada pensamiento, palabra y obra de criatura, y extendía sobre todo un acto de Voluntad Divina, y esto daba satisfacción y glorificaba al Padre Divino, de modo que Él pudo mirar al hombre y abrirle las puertas del Cielo, y Yo anudaba con más fuerza a la voluntad humana, dejándola siempre libre de no separarse de la Voluntad de su Creador, causa por la que se había precipitado en tantas desgracias. 

No estuve contento sólo con esto, sino que quise que mi Mamá, también santa, me siguiera en el mar inmenso del Querer Supremo y junto Conmigo duplicara todos los actos humanos, poniendo en ellos el doble sello, después del mío, de los actos hechos en mi Voluntad sobre todos los actos de las criaturas. 

Cómo me era dulce la compañía de mi inseparable Mamá en mi Voluntad; la compañía en el obrar hace surgir la felicidad, la complacencia, el amor de ternura, la competencia, el acuerdo, el heroísmo; en cambio el aislamiento produce lo contrario. 

Entonces, conforme obraba junto con mi amada Mamá, así surgían mares de felicidad, de complacencia de ambas partes, mares de amor que haciendo competencia, uno se arrojaba en el otro, y producían gran heroísmo. Y no para Nosotros solos surgían estos mares, sino también para quien nos habría hecho compañía en nuestra Voluntad; es más, podría decir que estos mares se convertían en tantas voces que llamaban al hombre a vivir en nuestro Querer, para restituirle la felicidad, su naturaleza primera, y todos los bienes que había perdido con sustraerse de nuestra Voluntad.

 

TERCERA HORA De las 7 a las 8 de la noche.

 La Cena Legal.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus amados discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué dulzura, qué afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. 

Allí todo es amor en Ti, también en esto no sólo reparas por los pecados de gula, sino que impetras también la santificación del alimento, y así cómo éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más comunes.

 Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece escrutar a todos los apóstoles, y aun en el acto de tomar el alimento tu corazón queda traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes aún, especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el infierno. 

 

Y Tú desde el fondo de tu corazón amargamente dices: 

«¿Cuál es la utilidad de mi sangre? 

¡He aquí un alma, tan beneficiada por Mí, y está perdida!» 

Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido. 

Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos; y mientras te dueles por Judas, tu corazón quisiera llenarse de júbilo al ver a tu izquierda a tu amado discípulo Juan, tanto, que no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole sentir el paraíso por adelantado. 

Es en esta hora solemne que en los dos discípulos vienen representados los dos pueblos: 

el réprobo y el elegido.

 El réprobo en Judas, que siente ya el infierno en el corazón.

Y el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza. 

Oh dulce bien mío, también yo me pongo cerca de Ti, y junto a tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que me hagas sentir, aun sobre esta tierra, las delicias del Cielo, y así, raptada por las dulces armonías de tu corazón, la tierra no sea para mí más tierra, sino Cielo. 

Pero en esas armonías dulcísimas y divinas, siento que se te escapan dolorosos latidos, son por las almas perdidas. 

¡Oh Jesús, no permitas que nuevas almas se pierdan, haz que tu latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la vida del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y atraídas por la suavidad y dulzura de tu amor, todas puedan rendirse a Ti!

Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón, dame también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el alimento de tu divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la palabra divina. Jamás me niegues, oh mi Jesús, este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de formar en mí tu misma vida. Dulce bien mío, mientras me estoy a tu lado, veo que el alimento que tomas junto con tus amados discípulos no es otro que un cordero. 

Es el cordero que te representa, y así como en este cordero, por la fuerza del fuego, no queda ningún humor vital, así Tú, cordero místico, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda por amor nuestro. Así que, oh Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, que tienes siempre presente en la mente, en el corazón, en todo, y esto me enseña que si también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor. 

¡Cuánto te agradezco por esto! Oh mi Jesús, ningún acto se te escapa en que no me tengas presente y con el que no intentes hacerme un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis pasos, a fin de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te encuentre siempre presente a mí, y dame la gracia de que jamás olvide lo que has sufrido y padecido por mí. 

Ésta sea para mí un imán, que atrayendo todo mi ser en Ti, no me deje alejarme de Ti.

Reflexiones de la tercera Hora (7 PM) 13-22 Octubre 9, 1921.

 La voluntad en el hombre es lo que más semeja a su Creador. La voluntad humana es el depósito de todo el obrar del hombre. 

Estaba pensando en el momento en el que mi dulce Jesús tomaba la última cena con sus discípulos, y mi amable Jesús en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, mientras cenaba con mis discípulos, no era sólo a ellos a quienes tenía a mi alrededor, sino a toda la familia humana, una por una las tenía junto a Mí, las conocí todas, las llamé por su nombre; también te llamé a ti y te di el puesto de honor entre Juan y Yo y te constituí pequeña secretaria de mi Querer, y mientras dividía el cordero ofreciéndolo a mis apóstoles, lo daba a todos y a cada uno

Aquel cordero desvenado, asado, cortado en pedazos, hablaba de Mí, era el símbolo de mi Vida y de cómo debía reducirme por amor de todos, y Yo quise darlo a todos como alimento exquisito que representaba mi Pasión, porque todo lo que hice, dije y sufrí, mi amor lo convertía en alimento del hombre, ¿pero sabes tú por qué llamé a todos y les di el cordero a todos? Porque también Yo quería el alimento de ellos, cada cosa que hicieran quería que fuese alimento para Mí, quería el alimento de su amor, de sus obras, de sus palabras, de todo”. 

Y yo: 

“Amor mío, ¿cómo puede ser que se convierta en alimento para Ti nuestro obrar?” 

Y Jesús:

“No es sólo de pan que se puede vivir, sino de todo aquello a lo que mi Voluntad da la virtud de poder hacer vivir, y si el pan alimenta al hombre es porque Yo lo quiero. 

Ahora, lo que la criatura dispone con su voluntad formarme con su obrar, esa forma toma su obrar, si de su obrar quiere formarme el alimento, me forma el alimento; si de su obrar quiere formarme amor, me da el amor; si reparación, me forma la reparación; y si en su voluntad me quiere ofender, con su obrar me forma el cuchillo para herirme, y tal vez aun para matarme”. 

Después ha agregado: 

La voluntad en el hombre es lo que más lo asemeja a su Creador, en la voluntad humana he puesto parte de mi inmensidad y de mi Potencia, y dándole el puesto de honor la he constituido reina de todo el hombre y depositaria de todo su obrar.

 Así como las criaturas tienen cajas para conservar sus cosas para tenerlas custodiadas, así el alma tiene su voluntad para conservar y custodiar todo lo que piensa, lo que dice y lo que obra, ni siquiera un pensamiento perderá. 

Lo que no puede hacer con el ojo, con la boca, con las obras, lo puede hacer con la voluntad; en un instante puede querer mil bienes o mil males, la voluntad hace volar el pensamiento al Cielo, en las partes más lejanas y hasta en los abismos; a la criatura se le puede impedir que obre, que vea, que hable, pero todo esto lo puede hacer en la voluntad, y todo lo que hace y quiere forma un acto y lo deja en depósito en su mismo querer; y como la voluntad se puede extender, ¿cuántos bienes y cuántos males no puede contener? 

Por eso, entre todo quiero el querer del hombre, porque si tengo esto, la fortaleza está vencida”.

 

CUARTA HORA De las 8 a las 9 de la noche.

 La Cena Eucarística.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con tus amados discípulos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberles dado el alimento, queriendo reparar con esto todas las faltas de agradecimiento de las criaturas por los tantos medios como nos das para la conservación de la vida corporal.

 Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas o ves, tienes siempre en tus labios las palabras: 

«¡Gracias te sean dadas, oh Padre!»

 También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las palabras de tus labios y diré siempre y en todo: 

“Gracias por mí y por todos”, para continuar la reparación por las faltas de agradecimiento. 

Lavatorio de los pies 

Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde que te atrae la mirada de todo el Cielo y lo hace permanecer estático, los mismos apóstoles se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies. 

Pero dime amor mío, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes con este acto tan humilde, humildad jamás vista y que jamás se verá? 

«¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y postrado ante ellas como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo mis insidias de amor para tenerlas! Quiero, postrado a sus pies, con esta agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el sacramento.

 Me importa tanto este acto de recibirme en la Eucaristía, que no quiero confiar este oficio ni a los ángeles, ni siquiera a mi amada Mamá, sino que Yo mismo quiero purificarlas, aun las fibras más íntimas, para disponerlas a recibir el fruto del sacramento, y en los apóstoles era mi intención preparar a todas las almas. 

Intento reparar todas las obras santas y la administración de los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de desinterés.

 ¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme vida! Éstas son las ofensas que más me afligen. Ah, sí hija mía, numera todas las ofensas más íntimas que se me hacen y repárame con mis mismas reparaciones, consuela mi corazón amargado». 

¡Oh mi afligido bien, hago mía tu vida y junto contigo intento reparar todas estas ofensas! Quiero entrar en los más íntimos escondites de tu corazón divino y reparar con tu mismo corazón las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus más amados, y junto contigo quiero girar en todas las almas que te deben recibir en la Eucaristía, y entrar en sus corazones, y junto a tus manos pongo las mías para purificarlas. 

Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua con las cuales lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te deben recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el polvo con el cual están manchados, a fin de que recibiéndote, Tú puedas encontrar en ellas tus complacencias en vez de tus amarguras. 

Pero, afectuoso bien mío, mientras estás atento a lavar los pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa tu corazón santísimo. 

Estos apóstoles representan a todos los futuros hijos de la Iglesia, y cada uno de ellos representa la serie de cada uno de tus dolores: 

en uno las debilidades; en otro los engaños; 

en otro las hipocresías; en otro el amor desmedido a los intereses; 

en San Pedro, la falla a los buenos propósitos y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia; 

en San Juan, las ofensas de tus más fieles; 

en Judas todos los apóstatas, con toda la serie de los graves males causados por ellos.

 ¡Ah! Tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor, tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de cada apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada una de estas ofensas, e imploras y consigues para todos el remedio oportuno. 

Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías tus plegarias, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma. 

Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus penas. 

Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies de Judas, oigo tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al corazón, y no pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por el llanto, lo miras con tus ojos hinchados por el llanto y le dices con el corazón: 

«Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas: ¡No te vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te pido! Di, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu Dios!» 

Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te sofoca y estás a punto de desfallecer. 

Corazón mío y vida mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos. Comprendo que éstas son las estratagemas amorosas que usas con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús, mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no quererse convertir, que me permitas recorrer junto contigo la tierra, y donde estén los pecadores obstinados démosles tus lágrimas para ablandarlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y así consolarte por el dolor de la pérdida de Judas. 

 

La institución de la santísima Eucaristía 

Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, y rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi corres a la mesa donde está ya preparado el pan y el vino para la consagración. 

Te veo, corazón mío, que tomas un aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso, tus ojos resplandecen de luz, más que si fueran soles; tu rostro encendido resplandece; tus labios sonrientes, abrasados de amor; y tus manos creadoras se ponen en actitud de crear. 

Te veo, amor mío, todo transformado, parece como si tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad.

 Corazón mío y vida mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son presa de un dulce encanto y no se atreven ni siquiera a respirar. 

La dulce Mamá corre en espíritu a los pies del altar para contemplar los portentos de tu amor; los ángeles descienden del Cielo y se preguntan entre ellos: 

«¿Qué sucede? ¿Qué pasa?» ¡Son verdaderas locuras, verdaderos excesos! 

¡Un Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo! 

¿Y dónde? 

¡Dentro de la materia vilísima de un poco de pan y un poco de vino! 

Pero mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable, veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al Padre y oigo tu voz dulcísima que dice: 

«Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre escuchas a tu Hijo. 

Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a salvar a nuestros hijos, ahora permíteme que me encarne en cada una de las hostias para continuar su salvación y ser vida de cada uno de mis hijos. 

Mira, oh Padre, pocas horas me quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis hijos? Son muchos sus enemigos, las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos, ¿quién los ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo permanezca en cada hostia para ser vida de cada uno y poner en fuga a sus enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra manera, ¿a dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos».

 El Padre se enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo. 

Está ya sobre el altar y unido con el Espíritu Santo para concurrir con el Hijo. 

Y Jesús con voz sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la consagración, y sin dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en aquel pan y en aquel vino.

 Después te das en comunión a tus apóstoles, y creo que nuestra celestial Mamá no quedó privada de recibirte. 

¡Ah Jesús, los cielos se postran, y todos te mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento! 

Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda contentado y satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien, sobre este altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada una de las hostias desplegada toda tu dolorosa Pasión, porque las criaturas, a los excesos de tu amor, corresponderán con excesos de ingratitud y de enormes delitos, y yo, corazón de mi corazón, quiero encontrarme siempre contigo en cada uno de los tabernáculos, en todos los copones y en cada una de las hostias consagradas que habrá hasta el fin del mundo, para ofrecerte mis actos de reparación a medida que recibes las ofensas. 

Por eso corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso la frente majestuosa, pero mientras te beso siento en mis labios los pinchazos de las espinas que circundan tu cabeza. 

Oh mi Jesús, en esta hostia santa no te limitan las espinas como en la Pasión, veo que las criaturas vienen a tu presencia y en vez de darte el homenaje de sus pensamientos, te mandan sus pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la cabeza como en la Pasión para recibir las espinas de los malos pensamientos que se hacen en tu presencia. 

Oh mi amor, junto contigo la abajo también yo para dividir contigo tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y cada pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo para hacerte el acto de reparación por cada pensamiento malo y así endulzar tus afligidos pensamientos. 

Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te veo en esta hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor, para tener la correspondencia de sus miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu presencia y en vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las miradas entre Tú y ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote, siento mis labios bañados por tus lágrimas. 

Ah, mi Jesús, no llores, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas tus penas y llorar contigo, y repararte por todas las miradas distraídas de las criaturas con ofrecerte mis miradas y tenerlas siempre fijas en Ti. 

Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos oídos, ah, te veo atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos oraciones mal hechas, llenas de desconfianza, oraciones hechas más por costumbre y sin vida, y tus oídos en esta hostia santa son molestados más que en la misma Pasión. 

Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y quiero poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir contigo esta pena, sino para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres, para poner pronto mi acto de reparación y consolarte. 

Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo veo ensangrentado, lívido e hinchado.

 Las criaturas, oh Jesús, vienen ante esta hostia santa, y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que hacen delante a Ti, en vez de darte honor te dan bofetadas y salivazos, y Tú, como en la Pasión, con toda paz y paciencia los recibes, y todo soportas. 

Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al tuyo, no sólo para acariciarte y besarte conforme te llegan estas bofetadas y quitarte los salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo para dividir contigo estas penas, también quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como tantas estatuas arrodilladas continuamente, para repararte por todos los deshonores que te hacen en tu presencia.

 Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca. 

Ah, veo que al descender en los corazones de las criaturas, el primer apoyo que Tú haces es sobre la lengua. 

¡Oh, cómo quedas amargado encontrando muchas lenguas mordaces, impuras, malas!

 ¡Ah! Tú te sientes atormentar por esas lenguas, y peor aún cuando desciendes a sus corazones.

 ¡Oh Jesús, si fuera posible quisiera encontrarme en la boca de cada una de las criaturas para endulzarte y repararte cualquier ofensa que recibas de ellas!

 Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello, te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime ¿qué haces? Y Jesús: 

«Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la mañana hasta la noche formando continuas cadenas de amor, a fin de que conforme las almas vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta mi cadena de amor para encadenarlas a mi corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen ellas a cambio? Muchas toman a mal estas mis cadenas, y por la fuerza se liberan de ellas y las hacen pedazos, y como estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo quedo torturado y doy en delirio; al romper mis cadenas tiran al vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y buscan las cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi presencia, sirviéndose de Mí para lograr sus intentos. 

Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace desfallecer y delirar». 

Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino también encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de las criaturas para descender en ellos y salir de tu prisión, y con las cadenas que te ataban encadenar sus almas a tu amor. 

Pero con sumo dolor ves que vienen ante Ti con un aire indiferente, sin premuras por recibirte; otras de hecho no te reciben; y otras, si te reciben, sus corazones están atados por otros amores y llenos de vicios, como si Tú fueras despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir de estos corazones encadenado como entraste, porque no te han dado la libertad de hacerse atar, y han cambiado tus ansias en llanto. 

Jesús mío, permíteme que enjugue tus lágrimas y te tranquilice el llanto con mi amor, y para repararte te ofrezco las ansias y suspiros, los deseos ardientes que te han dado todos los santos que han existido y existirán, los de tu Mamá y el mismo amor del Padre y del Espíritu Santo, y yo haciendo mío este amor, quiero ponerme a las puertas del tabernáculo para hacerte las reparaciones y gritar detrás a las almas que quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces intento repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos das a todos los santos, y por cuantos movimientos contiene la santísima Trinidad. 

Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido que custodies mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que los pongas como lámparas a la puerta de los tabernáculos para cortejar a Jesús. ¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto en aprietos, ¡ah! te ruego, para consolarte por las ofensas que recibes y para repararte por tus cadenas que son hechas pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de amor. Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho. Es tal y tanto el fuego que él contiene, que para dar un poco de desahogo a tus llamas que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un descanso en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas, haciendo salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y cuando las reciben Tú haces fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote en correspondencia flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud; y Tú quedas tan afligido por esto, que lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tu juego de amor. 

Oh Jesús, he aquí mi pecho dispuesto a recibir no sólo tus flechas destinadas para mí, sino también aquellas que te rechazan los demás, y así no quedarás más frustrado en tus juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las tibiezas y las ingratitudes que recibes.

 Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia, y te ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a tu corazón. 

Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento reparar todos los sacrilegios, especialmente las misas malamente celebradas.

 ¡Cuántas veces, amor mío Tú eres obligado a descender del Cielo a las manos de los sacerdotes, que en virtud de su potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas! Es más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras en ellos a los sacerdotes de tu Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio. ¡Jesús mío, me da espanto el sólo pensarlo! Y otra vez, como en la Pasión, te estás en aquellas manos indignas, como manso corderito, esperando de nuevo tu muerte. ¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú quisieras una mano amorosa para liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que cuando te encuentres en esas manos me llames para estar presente, y para repararte quiero cubrirte con la pureza de los ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el hedor de aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y mientras estés en mí yo te rogaré por los sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y no pongan en peligro tu vida sacramental.

 Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero repararte por quienes te reciben por rutina y sin las debidas disposiciones. 

 

Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero repararte por aquellos que te reciben para ultrajarte. 

Ah, te ruego que cuando se atrevan a hacer esto, renueves el milagro cuando Longinos te traspasó el corazón con la lanza, y al flujo de aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo sanaste, y así, a tu toque sacramental, conviertas las ofensas en amor. 

 

Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se hacen todas las ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte una correspondencia de amor, y siempre junto contigo compartir tus penas. 

Ah, te ruego celestial flechero de amor, si alguna ofensa huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu Voluntad, a fin de que nada se me escape. 

 

Rogaré a la dulce Mamá que me tenga alerta, y junto con Ella te repararemos todo y por todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras que recibes de las criaturas. 

Ah Jesús, recuerda que también yo soy una pobre encarcelada, es verdad que tu cárcel es más estrecha, cual es el breve giro de una hostia, por eso enciérrame en tu corazón, y con las cadenas de tu amor no solo aprisióname, sino ata uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame las manos y los pies a tu corazón para que yo no tenga otras manos y otros pies que los tuyos. 

Así que, amor mío, mi cárcel será tu corazón, las cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu santísima Voluntad, tus llamas serán mi alimento, tu respiro será el mío, así que no veré más que llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte, como la que sufres Tú en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en mí. 

¿No ha sido éste tu intento al encarcelarte en la hostia, el ser desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida en ellas? 

Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un beso, yo te abrazo y permanezco en Ti. 

 

Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de que has instituido el santísimo Sacramento y que has visto las enormes ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y amargado, no te haces para atrás, es más, quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; veo que instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo deben hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y de tal manera los ordenas sacerdotes e instituyes este otro sacramento. 

 

Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos administrados y recibidos sin disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones equivocadas de los sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los ordena, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones. 

Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero seguirte y reparar todas estas ofensas.

 Después de que has dado cumplimiento a todo, en compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de Getsemaní para dar principio a tu dolorosa Pasión. 

Te seguiré en todo, para hacerte fiel compañía.  

 

 Reflexiones de la Cuarta Hora (8 PM) 4-183 Marzo 12, 1903.

 Lamentos. Jesús habla de su vida y de la Eucaristía

Encontrándome en mi habitual estado, me veía sola y abandonada, entonces, después de haber esperado mucho se ha hecho ver en mi interior, y yo le he dicho: 

“Dulce vida mía, cómo me has dejado sola, cuando Tú me pusiste en este estado todo fue unión, y todo lo concertábamos juntos, y con dulce fuerza me atrajiste toda a Ti.

 ¡Oh! cómo se ha cambiado la escena, no sólo me has abandonado, no sólo no me haces ninguna fuerza para tenerme en aquel estado, sino que estoy obligada a hacerte una continua fuerza para no salir de este estado, y este forzarte es para mí un continuo morir”. 

Y Él me ha dicho: 

“Hija mía, lo mismo sucedió cuando en el consistorio de la Sacrosanta Trinidad se decretó el misterio de la Encarnación para salvar al género humano, y Yo unido con su Voluntad acepté y me ofrecí víctima por el hombre; todo fue unión entre las Tres Divinas Personas y todo fue planeado juntos, pero cuando me puse a la obra llegó un momento, especialmente cuando me encontré en el ambiente de las penas, de los oprobios, cargado de todas las maldades de las criaturas, que me quedé solo y abandonado por todos, hasta por mi amado Padre; y no sólo esto, sino que así, cargado de todas las penas como estaba, debía forzar al Omnipotente que aceptara y que me hiciera continuar mi sacrificio por la salvación de todo el género humano, presente, pasado y futuro. 

Y esto lo obtuve. El sacrificio dura aún, el esfuerzo es continuo, si bien esfuerzo todo de amor, ¿y quieres saber dónde y cómo? 

En el sacramento de la Eucaristía, en él el sacrificio es continuo, perpetuo, es la fuerza que hago al Padre para que use misericordia con las criaturas y con las almas para obtener su amor, y me encuentro en continuo contraste de morir continuamente, si bien todas muertes de amor. Entonces, ¿no estás contenta de que te haga partícipe de los períodos de mi misma vida?”

111-111 Noviembre 13, 1915.

 Necesidad de Jesús de comulgarse a Sí mismo antes de darse a los demás. 

Cómo debe el alma ofrecer la Comunión. 

 

Después de haber recibido la Santa Comuniónpensaba para mí cómo debía ofrecerla para complacer a Jesús

Y Él, siempre benigno, me dijo:

 

 “Hija mía, si quieres agradarme, ofrécela como la ofreció mi misma Humanidad. 

Yo, antes de darme en comunión a los demás, me comulgué a Mí mismo, y quise hacer esto para dar al Padre la gloria completa de todas las Comuniones de las criaturas, para encerrar en Mí todas las reparaciones de todos los sacrilegios, de todas las ofensas que habría de recibir en el Sacramento. Mi Humanidad, encerrando la Voluntad Divina, encerraba todas las reparaciones de todos los tiempos, y recibiéndome a Mí mismo, me recibía dignamente; y como todas las obras de las criaturas fueron divinizadas por mi Humanidad, así también quise sellar con mi comunión las comuniones de las criaturas; de otra manera, ¿cómo podía la criatura recibir a un Dios? Fue mi Humanidad la que abrió esta puerta a las criaturas y les mereció recibirme a Mí mismo. 

Ahora tú hija mía, recíbela en mi Voluntad, únete a mi Humanidad y así encerrarás todo y Yo encontraré en ti las reparaciones de todos, la retribución de todo y mi complacencia, más bien encontraré otra vez a Mí mismo en ti”.

 

Efectos de la comunión en la Divina Voluntad

 

Esta mañana recibí la comunión como Jesús me había enseñado, esto es, unida con su Humanidad, Divinidad y Voluntad suya, y Jesús se hizo ver y yo lo besé y lo estreché a mi corazón, y Él devolviéndome el beso y el abrazo, me dijo: 

Hija mía, ¡cómo estoy contento de que hayas venido a recibirme unida con mi Humanidad, mi Divinidad y mi Voluntad! Me has renovado todo el contento que sentí al recibirme en comunión a Mí mismo, y mientras tú me besabas y me abrazabas, estando en ti todo Yo mismo, contenías todas las criaturas, y Yo sentía darme el beso de todas, los abrazos de todas, porque ésta era tu voluntad, igual que fue la mía al recibirme en la comunión, rehacer al Padre por todo el amor de las criaturas y a pesar de que muchos no lo amarían, y el Padre se rehacía en Mí del amor de todas las criaturas, y Yo me rehago en ti del amor de todas las criaturas, y habiendo encontrado en mi Voluntad quien me ama, me repara, etc., a nombre de todas, porque en mi Voluntad no hay cosa que el alma no pueda darme, me siento amar a las criaturas a pesar de que me ofendan, y voy inventando estratagemas de amor en torno a los corazones más duros para convertirlos. Sólo por amor de estas almas que hacen todo en mi Querer, Yo me siento como encadenado y raptado y les concedo los prodigios de las más grandes conversiones”. 

 

12-24 Octubre 23, 1917 

Primer acto que hizo Jesús al recibirse Sacramentado. 

Esta mañana, después de haber recibido al bendito Jesús estaba diciéndole: 

“Vida mía Jesús, dime, ¿cuál fue el primer acto que hiciste cuando te recibiste a Ti mismo Sacramentalmente”. 

Y Jesús: 

Hija mía, el primer acto que hice fue el de multiplicar mi Vida en tantas Vidas mías por cuantas criaturas puedan existir en el mundo, a fin de que cada una tuviera una Vida mía únicamente para ella, que continuamente reza, agradece, da satisfacción, ama, por ella sola, como también multiplicaba mis penas por cada alma, como si por ella sola sufriera y no por otros. 

En aquel momento supremo de recibirme a Mí mismo, Yo me daba a todos, y a sufrir en cada uno de los corazones mi Pasión, para poder sojuzgar los corazones por vía de penas y de amor, y dándoles todo lo mío divino, venía a tomar el dominio de todos. 

Pero, ¡ay de Mí! mi amor quedó desilusionado por muchos y espero con ansia los corazones amantes, que recibiéndome se unan Conmigo para multiplicarse en todos, deseando y queriendo lo que quiero Yo, para tomar al menos de ellos lo que no me dan los otros, y para recibir el contento de tenerlos conforme a mi deseo y a mi Voluntad. 

Por eso hija mía, cuando me recibas haz lo que hice Yo, y Yo tendré el contento de que al menos seamos dos que queremos la misma cosa”.

 Pero mientras esto decía, Jesús estaba muy afligido, y yo le he dicho:

 “Jesús, ¿qué tienes que estás tan afligido?”

 “¡Ay, ay, cuantos males como torrente impetuosa inundarán los países, cuántos males, cuántos males! Italia está atravesando horas tristes, tristísimas.

 Estréchense más a Mí, estén de acuerdo entre ustedes, rueguen a fin de que los males no sean peores”.

 Y yo: 

“¡Ah! mi Jesús, ¿qué será de mi país?

 No será que ya no me quieres como antes, porque queriéndome Tú perdonabas en algo los castigos”.

 Y Él casi llorando: 

No es verdad, te quiero bien”. 

 12-66 Octubre 24, 1918 El alma debe revestirse de Jesús para recibirlo Sacramentado.

 Estaba preparándome para recibir a mi dulce Jesús en el sacramento y le pedía que cubriera Él mi gran miseria, y Jesús me ha dicho: 

Hija, para hacer que la criatura pudiera tener todos los medios necesarios para recibirme, quise instituir este sacramento al final de mi Vida, para poder alinear en torno a cada hostia toda mi Vida, como preparativo para cada una de las criaturas que me habría de recibir. 

La criatura jamás podría recibirme si no tuviera a un Dios que preparara todo, que movido solamente por exceso de amor por quererse dar a la criatura, y no pudiendo ésta recibirme, ese mismo exceso me llevara a dar toda mi Vida para prepararla, así que ponía todos mis pasos, mis obras, mi amor, delante de los suyos, y como en Mí estaba también mi Pasión, ponía también mis penas para prepararla. 

Así que revístete de Mí, cúbrete con cada uno de mis actos y ven”. 

Después me he lamentado con Jesús porque ya no me hacía sufrir como antes, y Él ha agregado: 

“Hija mía, Yo no miro tanto el sufrir, sino la buena voluntad del alma y el amor con el que sufre, por eso el más pequeño sufrimiento se hace grande, las naderías toman vida en el todo y adquieran valor, y el no sufrir es más fuerte que el mismo sufrir. 

¡Qué dulce violencia es para Mí ver a una criatura que quiere sufrir por amor mío! Qué me importa a Mí que no sufra, cuando veo que el no sufrir le es un clavo más doloroso que el mismo sufrir; en cambio, la no buena voluntad, las cosas forzadas y sin amor, por cuanto grandes, son pequeñas; Yo no las miro, más bien me son de peso”. 

 

14-16 Marzo 24, 1922 Quien vive en la Divina Voluntad, con sus actos suplirá a la multiplicación de la Vida Sacramental de Jesús. 

 Continuando mi habitual estado, mi siempre amable Jesús al venir me ha dicho: 

“Hija mía, conforme el alma hace sus actos en mi Querer, así multiplica mi Vida, de manera que si hace diez actos en mi Voluntad, diez veces me multiplica; si hace veinte, cien, mil, o aún más, tantas veces de más quedo multiplicado. 

Sucede como en la Consagración Sacramental, cuantas hostias ponen, tantas veces quedo multiplicado, la diferencia que hay es que en la Consagración Sacramental tengo necesidad de las hostias para multiplicarme y del sacerdote que me consagre.

 En mi Voluntad para quedar multiplicado, tengo necesidad de los actos de la criatura, donde más que hostia viva, no muerta como las hostias antes de Consagrarme, mi Voluntad me Consagra y me encierra en el acto de la criatura, y Yo quedo multiplicado en cada acto suyo hecho en mi Voluntad, por eso mi amor tiene su desahogo completo con las almas que hacen mi Voluntad y viven en mi Querer, son siempre ellas las que suplen no sólo a todos los actos que me deben las criaturas, sino a mi misma Vida Sacramental. 

Cuántas veces queda obstaculizada mi Vida Sacramental en las pocas hostias en las que Yo quedo consagrado, porque son pocos los que comulgan, otras veces faltan sacerdotes que me consagren, y mi Vida Sacramental no sólo no queda multiplicada cuanto quisiera, sino que queda sin existencia. 

¡Oh! cómo sufre por ello mi amor, quisiera multiplicar mi Vida todos los días en tantas hostias por cuantas criaturas existen para darme a ellas, pero en vano espero, mi Voluntad queda sin efecto. 

Pero lo que he decidido, todo tendrá cumplimiento, por eso tomo otro camino y me multiplico en cada acto de la criatura hecho en mi Querer, para hacerme suplir a la multiplicación de las Vidas Sacramentales. 

Ah, sí, sólo las almas que vivan en mi Querer suplirán a todas las comuniones que no reciben las criaturas, a todas las consagraciones que no son hechas por los sacerdotes; en ellas encontraré todo, aun la misma multiplicación de mi Vida Sacramental. 

Por eso te repito que tu misión es grande, a misión más alta, más noble, sublime y divina no podría escogerte, no hay cosa que no concentraré en ti, aun la multiplicación de mi Vida, haré nuevos prodigios de gracia jamás hechos hasta ahora; por eso te pido, sé atenta, seme fiel, haz que mi Voluntad tenga vida siempre en ti, y Yo en mi mismo Querer en ti, encontraré toda completada la obra de la Creación, con mis plenos derechos, y todo lo que quiero”. 

 

 14-40 Julio 6, 1922 Quien vive en la Divina Voluntad es depositaria de la Vida Sacramental de Jesús.

 …Después de esto he continuado con las demás horas de la Pasión, y mientras seguía la cena eucarística, mi dulce Jesús se movió en mi interior y con la punta de su dedo ha tocado fuerte en mi interior, tanto que lo he oído con mis oídos y he dicho entre mí: 

“¿Qué querrá Jesús que llama?” 

Y Él llamándome me ha dicho: 

“No bastaba tocar para hacerme oír, sino también llamarte para ser escuchado. Escucha hija mía, mientras instituía la cena Eucarística llamé a todos en torno a Mí, miré todas las generaciones, del primero al último hombre, para dar a todos mi Vida Sacramental, y no una vez, sino tantas veces por cuantas veces tiene necesidad del alimento corporal. 

Yo quería constituirme como alimento del alma, pero me encontré muy mal al ver que esta mi Vida Sacramental quedaba rodeada por desprecios, por descuidos y aun por muerte despiadada. Me sentí mal, sentí todas las congojas de la muerte de mi Vida Sacramental tan dolorosa y repetida; pero miré mejor, hice uso de la potencia de mi Querer y llamé en torno a Mí a las almas que habrían vivido en mi Querer, ¡oh! ¡Cómo me sentía feliz! Me sentía rodeado por estas almas a las cuales la potencia de mi Voluntad las tenía como abismadas, y que como centro de su vida estaba mi Querer; vi en ellas mi inmensidad y me encontré bien defendido por todas, y a ellas confié mi Vida Sacramental, la deposité en ellas para que no sólo me cuidaran sino que me correspondieran por cada hostia Consagrada con una vida de ellas, y esto sucede como connatural, porque mi Vida Sacramental está animada por mi Voluntad eterna, y la vida de estas almas tiene como centro de vida mi Querer, así que cuando se forma mi Vida Sacramental, mi Querer obrante en Mí obra en ellas y Yo siento su vida en mi Vida Sacramental, se multiplican Conmigo en cada una de las hostias, y Yo siento que me dan vida por vida.

 ¡Oh, cómo exulté al verte a ti como primera, que en modo especial te llamé a formar vida en mi Querer!

 Hice en ti mi primer depósito de todas mis Vidas Sacramentales, te confié a la potencia y a la inmensidad del Querer Supremoa fin de que te hicieran capaz de recibir este depósito, y desde entonces tú estabas presente a Mí y te constituí depositaria de mi Vida Sacramental, y en ti a todas las demás almas que habrían vivido en mi Querer. 

Te di el primado sobre todo, y con razón, porque mi Querer no está puesto por debajo de ninguno, aun sobre los apóstoles, sobre los sacerdotes, porque si bien ellos me Consagran pero no quedan vida junto Conmigo, más bien me dejan solo, olvidado, no teniendo cuidado de Mí; en cambio esas almas habrían sido vida en mi misma Vida, inseparables de Mí, por eso te amo tanto, es a mi mismo Querer que amo en ti”.

 15-12 Marzo 27, 1923 

Dolores de la Vida Sacramental de Jesús. 

Gracias con las cuales nos previene para recibirlo.

 Habiendo recibido la comunión, mi dulce Jesús se ha hecho ver, y yo apenas lo he visto me he arrojado a sus pies para besarlos y estrecharme toda a Él. 

Y Jesús extendiéndome la mano me ha dicho: 

"Hija mía, ven entre mis brazos y hasta dentro de mi corazón, me he cubierto de los velos Eucarísticos para no infundir temor, he descendido en el abismo más profundo de las humillaciones en este Sacramento para elevar a la criatura hasta Mí, fundiéndola tanto en Mí de formar una sola cosa Conmigo, y con hacer correr mi sangre sacramental en sus venas constituirme vida de su latido, de su pensamiento y de todo su ser. 

Mi amor me devoraba y quería devorar a la criatura en mis llamas para hacerla renacer como otro Yo, por eso quise esconderme bajo estos velos eucarísticos, y así escondido entrar en ella para formar esta transformación de la criatura en Mí; pero para que suceda esta transformación se necesitaban las disposiciones por parte de las criaturas, y mi amor llegando al exceso, mientras instituía el Sacramento Eucarístico, así ponía fuera de dentro de mi Divinidad otras gracias, dones, favores, luz para bien del hombre, para volverlo digno de poderme recibir; podría decir que puse fuera tanto bien de sobrepasar los dones de la Creación, quise darle primero las gracias para recibirme, y después darme para darle el verdadero fruto de mi Vida Sacramental. 

Pero para preparar con estos dones a las almas, se necesita un poco de vacío de ellas mismas, de odio a la culpa, de deseo de recibirme; estos dones no descienden en la podredumbre, en el fango, por tanto sin mis dones no tienen las verdaderas disposiciones para recibirme, y Yo descendiendo en ellas no encuentro el vacío para comunicar mi Vida, estoy como muerto para ellas, y ellas muertas para Mí; Yo ardo y ellas no sienten mis llamas, soy luz y ellas quedan más cegadas. 

¡Ay de Mí! cuántos dolores en mi Vida Sacramental, muchas por falta de disposiciones, no sintiendo nada de bien en el recibirme, llegan a nausearme, y si continúan recibiéndome es para formar mi continuo calvario y su eterna condenación, si no es el amor lo que las lleva a recibirme, es una afrenta de más que me hacen, es una culpa de más que agregan a sus almas. 

Por eso reza y repara por los tantos abusos y sacrilegios que se hacen al recibirme Sacramentado".

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Prodigios, maravillas, excesos de amor de Jesús al instituir el Santísimo Sacramento y comulgarse a Sí mismo. 

 Me sentía toda absorbida en la Santísima Voluntad de Dios, y el bendito Jesús me hacía presentes, como en acto, todos los actos de su Vida sobre la tierra, y como lo había recibido sacramentado en mi pobre corazón, me hacía ver como en acto, en su Santísimo Querer, cuando mi dulce Jesús instituyendo el Santísimo Sacramento se comulgó a Sí mismo. 

Cuántas maravillas, cuántos prodigios, cuántos excesos de amor en este comulgarse a Sí mismo, mi mente se perdía en tantos prodigios divinos, y mi siempre amable Jesús me ha dicho: 

"Hija querida de mi Supremo Querer, mi Voluntad contiene todo, conserva todas las obras divinas como en acto y nada deja escapar, y a quien en Ella vive quiere hacerle conocer los bienes que contiene. 

Por eso quiero hacerte conocer la causa por la que quise recibirme a Mí mismo al instituir el Santísimo Sacramento. 

El prodigio era grande e incomprensible a la mente humana: 

recibir la criatura a un Hombre y Dios, encerrar en el ser finito el infinito, y a este Ser infinito darle los honores divinos, el decoro, la habitación digna de Él, era tan profundo e incomprensible este misterio, que los mismos apóstoles, mientras creyeron con facilidad en la Encarnación y en tantos otros misterios, delante a éste quedaron turbados y su inteligencia se resistía a creer, y se necesitó hablarles repetidamente para rendirlos; entonces, ¿cómo hacer? Yo que lo instituía debía pensar en todo, porque mientras la criatura debía recibirme, a la Divinidad no debían faltarle los honores, el decoro divino, la habitación digna de Dios. 

Por eso hija mía, mientras instituía el Santísimo Sacramento, mi Voluntad eterna unida a mi voluntad humana me hizo presentes todas las hostias que hasta el fin de los siglos debían recibir la Consagración Sacramental, y Yo una por una las miré, las consumí, y vi mi Vida Sacramental palpitante en cada hostia porque quería darse a las criaturas. 

Mi Humanidad, a nombre de toda la familia humana tomó el empeño por todos y dio la habitación en Sí misma a cada hostia, y mi Divinidad, que era inseparable de Mí, circundó cada hostia sacramental con honores, alabanzas y bendiciones divinas para hacer digno decoro a mi Majestad, así que cada hostia sacramental fue depositada en Mí y contiene la habitación de mi Humanidad y el cortejo de los honores de mi Divinidad; de otra manera, ¿cómo podía descender en la criatura? 

Y fue sólo por esto que toleré los sacrilegios, las frialdades, las irreverencias, las ingratitudes, porque habiéndome recibido a Mí mismo puse a salvo mi decoro, los honores, la habitación que se necesitaba a mi misma persona. 

Si no me hubiera recibido a Mí mismo, Yo no habría podido descender en ella, y a ella le habría faltado el camino, la puerta, los medios para recibirme. 

Así es mi costumbre en todas mis obras, las hago una vez para dar vida a todas las demás veces que se repetirán, uniéndolas al primer acto como si fuera un acto solo, así que la potencia, la inmensidad, la Omnividencia de mi Voluntad me hicieron abrazar todos los siglos, me hicieron presentes todos los comulgantes y todas las hostias sacramentales, y me recibí otras tantas veces a Mí mismo, para hacer pasar por Mí a Mí mismo en cada criatura. 

¿Quién ha pensado jamás en tanto amor mío, que para descender en los corazones de las criaturas, Yo debía recibirme a Mí mismo para poner a salvo los derechos divinos, y poder dar a ellas no sólo a Mí mismo, sino también los mismos actos que Yo hice al recibirme, para disponerlas y darles casi el derecho de poderme recibir?" 

Yo he quedado maravillada y como si quisiera dudar, y Jesús ha agregado: 

"¿Por qué dudas? ¿No es acaso éste el obrar de Dios? ¿Y de este acto solo formar tantos actos por cuantos se quiera disfrutar, mientras que es un solo acto?

 ¿No fue lo mismo para el acto de la Encarnación, de mi Vida y de mi Pasión?

 Una sola vez me Encarné, una fue mi Vida, una la Pasión, sin embargo, esta Encarnación, Vida y Pasión son para todos y para cada uno, como si fuera para él solo, así que están aún como en acto y para cada uno, como si ahora me estuviera Encarnando y sufriendo mi Pasión, si no fuera así no obraría como Dios, sino como criatura, que no conteniendo un poder divino no puede hacerse de todos, ni puede darse a todos." 

Ahora hija mía, quiero decirte otro exceso de mi amor: 

Quien hace mi Voluntad y vive en Ella, viene a abrazar el obrar de mi Humanidad, porque Yo amo mucho que la criatura se vuelva similar a Mí, y como mi Querer y el suyo son uno solo, Él toma placer y recreándose pone en la criatura todo el bien que contengo, y hago en ella el depósito de las mismas hostias sacramentales. 

 

Mi Voluntad que la criatura contiene le presta y la circunda con decoro, homenajes y honores divinos, y Yo todo a ella le confío, porque estoy cierto de poner al seguro mi obrar, porque mi Voluntad se hace actor, espectador y custodio de todos mis bienes, de mis obras y de mi misma Vida". 

 

+ + + 21-16 Abril 16, 1927 

Cómo Nuestro Señor hizo el depósito de su Vida Sacramental en el corazón de la Santísima Virgen. 

Estaba haciendo la hora cuando Jesús instituyó la Santísima Eucaristía, y moviéndose en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, cuando hago un acto, primero veo si hay al menos una criatura dónde poner el depósito de mi acto, a fin de que tome el bien que hago, lo tenga custodiado y bien defendido.

 Ahora, cuando instituí el Santísimo Sacramento busqué a esta criatura y mi Reina Mamá se ofreció a recibir este acto mío y el depósito de este gran don diciéndome: 

Hijo mío, si te ofrecí mi seno y todo mi Ser en tu Concepción para tenerte custodiado y defendido, ahora te ofrezco mi corazón materno para recibir este gran depósito, y dispongo en orden de batalla en torno a tu Vida Sacramental, mis afectos, mis latidos, mi amor, mis pensamientos, toda Yo misma para tenerte defendido, cortejado, amado, reparado; tomo Yo el empeño de corresponderte por el gran don que haces, confía en tu Mamá y Yo pensaré en la defensa de tu Vida Sacramental; y como Tú mismo me has constituido Reina de toda la Creación, tengo el derecho de alinear en torno a Ti toda la luz del sol como homenaje y adoración, a las estrellas, al cielo, al mar, a todos los habitantes del aire, todo lo pongo en torno a Ti para darte amor y gloria”. 

Ahora, asegurándome donde podía poner este gran depósito de mi Vida Sacramental y fiándome de mi Mamá que me había dado todas las pruebas de su fidelidad, instituí el Santísimo Sacramento. 

Era Ella la única criatura digna que podía custodiar, defender y reparar mi acto. 

Entonces mira, cuando las criaturas me reciben, Yo desciendo en ellas junto con los actos de mi inseparable Mamá, y sólo por esto puedo continuar mi Vida Sacramental. 

Por esto es necesario que escoja primero una criatura cuando quiero hacer una obra grande, digna de Mí, primero para tener el lugar donde poner mi don, segundo para tener la correspondencia.

 También en el orden natural se hace así, si el agricultor quiere sembrar la semilla, no la arroja en medio del camino, sino que va en busca del pequeño terreno, lo prepara, forma los surcos y después arroja la semilla, y para estar seguro la cubre con tierra, esperando con ansia la cosecha para recibir la correspondencia de su trabajo y de la semilla que ha confiado a la tierra. 

Otro quiere formar un bello objeto, primero prepara las materias primas, el lugar donde ponerlo y después lo forma. 

Así también he hecho contigo, te escogí, te preparé y después te confié el gran don de las manifestaciones de mi Voluntad, y así como confié a mi amada Mamá la suerte de mi Vida Sacramental, así he querido fiarme de ti, confiándote la suerte del Reino de mi Voluntad”

 

QUINTA HORA De las 9 a las 10 de la noche.

Primera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi afligido Jesús, como por una corriente eléctrica me siento atraída a este huerto, comprendo que Tú, imán potente para mi herido corazón me llamas, y yo corro pensando entre mí: 

«¿Qué son estas atracciones de amor que siento en mí? ¡Ah, tal vez mi perseguido Jesús se encuentra en estado de tal amargura, que siente la necesidad de mi compañía!»

 Y yo vuelo, ¿pero qué?, me siento horrorizada al entrar en este huerto, la oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el lento moverse de las hojas, que como tristes y débiles voces, anuncian penas, tristezas y muerte para mi dolorido Jesús.

 El dulce centellear de las estrellas, que como ojos llorosos están todas atentas a mirarlo, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús me reprochan por mis ingratitudes, y yo tiemblo y a tientas lo voy buscando, lo llamo: 

«Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas ver? 

¿Me llamas y te escondes?».

 Pero todo es terror, todo es espanto y silencio profundo. 

Pongo atentos mis oídos y oigo un respiro afanoso, y es precisamente a Jesús a quien encuentro, pero qué cambio funesto, no es más el dulce Jesús de la cena eucarística, en donde su rostro resplandecía con una belleza deslumbrante y raptora, sino que está triste, con una tristeza mortal que desfigura su natural belleza. 

Ya agoniza y me siento turbada pensando que tal vez no escucharé más su voz, porque parece que muere. 

Por eso me abrazo a sus pies; me hago más atrevida y me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en voz baja lo llamo:

 «Jesús, Jesús». 

Y Él, sacudido por mi voz, me mira y me dice: 

«Hija, ¿estás aquí? 

¡Ah! te estaba esperando, y era ésta la tristeza que más me oprimía, el total abandono de todos, y te esperaba a ti para hacerte ser espectadora de mis penas, y hacerte beber junto conmigo el cáliz de las amarguras que dentro de poco mi Padre celestial me enviará por medio de un ángel. 

Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo sino de amarguras intensas, y siento la necesidad de que alguna alma amante beba alguna gota al menos, por eso te he llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo mis penas y me asegures que no me dejarás solo en tanto abandono».

¡Ah! sí, mi atormentado Jesús, beberemos juntos el cáliz de tus amarguras, sufriremos juntos tus penas y no me apartaré jamás de tu lado. 

Y el afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra en agonía mortal, sufre penas jamás vistas ni entendidas, y yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo le digo: 

«Dime, ¿por qué estás tan triste, afligido y solo en este huerto y en esta noche? 

Es la última noche de tu vida sobre la tierra, pocas horas te quedan para dar principio a tu Pasión. 

Creí encontrar aquí al menos a la Celestial Mamá, a la amante Magdalena y a tus fieles apóstoles, en cambio te encuentro solo, en poder de una tristeza que te da muerte despiadada, sin hacerte morir. 

Oh mi bien, mi todo, ¿no me respondes? ¡Háblame! 

Pero parece que te falta la palabra, tanta es la tristeza que te oprime. 

Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de luz, sí, pero afligida e indagadora, que parece que buscas ayuda, tu rostro pálido, tus labios abrazados por el amor, tu divina Persona que tiembla toda de pies a cabeza, tu corazón que late fuerte, fuerte, y aquellos latidos buscan almas y te dan tal afán que parece que de un momento a otro expires, me dicen que estás solo y por eso buscas mi compañía». 

¡Heme aquí oh mi Jesús, toda para Ti, junto contigo! 

Mi corazón no resiste el verte tirado en la tierra; te tomo entre mis brazos y te estrecho a mi corazón, quiero numerar uno por uno tus afanes, una por una las ofensas que te hacen, para darte alivio por todo, reparación por todo, y por todo, al menos compadecerte. 

Pero, oh mi Jesús, mientras te tengo entre mis brazos, tus sufrimientos se acrecientan, siento, oh vida mía, correr en tus venas un fuego, y siento que la sangre te hierve y quiere romperlas para salir fuera.

 Dime amor mío, ¿qué tienes? No veo flagelos, no espinas, no clavos ni cruz, no obstante, apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles espinas te traspasan la cabeza; azotes despiadados no te dejan a salvo ninguna parte, ni dentro ni fuera de tu divina Persona; tus manos paralizadas y contraídas más que por clavos. 

Dime dulce bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun en tu interior, que te atormenta y te hace sufrir tantas muertes por cuantos tormentos te da? 

Ah, me parece que Jesús bendito abre sus labios moribundos y me dice: 

«Hija mía, ¿quieres saber quién me atormenta más que los mismos verdugos?

 Es más, estos verdugos son nada en comparación de esto. 

Es el amor eterno que queriendo el primado en todo, me está haciendo sufrir todo junto y en las partes más íntimas lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco. 

Ah, hija mía, es el amor el que prevalece en todo sobre Mí, y en Mí el amor me es clavo, el amor me es flagelo, el amor me es corona de espinas, el amor me es todo, el amor es mi Pasión perenne, mientras que la de los hombres es temporal.

 Ah hija mía, entra en mi corazón, ven a perderte en mi amor, pues sólo en mi amor comprenderás  cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor».

 Oh mi Jesús, ya que Tú me llamas dentro de tu corazón para hacerme ver lo que el amor te hace sufrir, yo entro en él. 

Pero mientras entro veo los portentos del amor, que no te corona la cabeza con espinas materiales, sino con espinas de fuego; que no te azota con látigos de cuerdas, sino con látigos de fuego; que te crucifica no con clavos de fierro, sino de fuego; todo es fuego que penetra hasta los huesos, y en la misma médula, convirtiendo toda tu santísima Humanidad en fuego, te da penas mortales, ciertamente más que en la misma Pasión, y prepara un baño de amor a todas las almas que querrán lavarse de cualquier mancha y adquirir el derecho de hijas del amor. 

¡Oh amor sin término, yo siento retroceder ante tal inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el amor y comprenderlo, debería ser toda amor! 

¡Oh mi Jesús, no lo soy...! Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres que entre en Ti, te suplico que me conviertas toda en amor.

 Por eso te pido que corones mi cabeza, cada uno de mis pensamientos con la corona del amor; te suplico, oh Jesús, que me azotes con el flagelo del amor mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma, todo, y en todo quede flagelada y sellada por el amor. 

Haz, oh amor interminable, que no haya cosa en mí que no tome vida del amor. Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que claves mis manos, mis pies con los clavos del amor, a fin de que toda clavada por el amor me convierta en amor, el amor entienda, de amor me vista, de amor me alimente, el amor me tenga toda clavada en Ti, a fin de que ninguna cosa, dentro y fuera de mí, se atreva a tocarme, a desviarme y alejarme del amor, oh Jesús. 

Reflexiones de la Quinta Hora (9 PM) 9-25 Noviembre 25, 1909 .

Tanto en Jesús como en las almas, el primer trabajo lo hace el amor

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en la agonía de Jesús en el huerto; y apenas haciéndose ver el bendito Jesús me ha dicho: 

Hija mía, los hombres no hicieron otra cosa que trabajar la corteza de mi Humanidad, y el amor eterno me trabajó todo lo de adentro, así que en mi agonía, no los hombres, sino el amor eterno, el amor inmenso, el amor incalculable, el amor oculto, fue el que me abrió grandes heridas, me traspasó con clavos abrasadores, me coronó con espinas ardientes, me dio de beber hiel hirviente, así que mi pobre Humanidad no pudiendo contener tantas especies de martirios a un mismo tiempo, hizo salir fuera ríos de sangre, se contorsionaba y llegó a decir: 

“Padre, si es posible quita de Mí este cáliz, pero no la mía, sino que se haga tu Voluntad”. 

 

LO QUE NO HIZO EN el RESTO de la PASIÓN. 

 

Así que todo lo que sufrí en el curso de la Pasión, lo sufrí todo junto en la agonía del huerto, pero en modo más intenso, más doloroso, más íntimo, porque el amor me penetró hasta en la médula de los huesos y en las fibras más íntimas del corazón, donde jamás podían llegar las criaturas, pero el amor a todo llega, no hay cosa que le pueda resistir. 

Así que mi primer verdugo fue el amor. 

Por eso en el curso de la Pasión no hubo en Mí ni siquiera una mirada amenazadora hacia quien me hacía de verdugo, porque tenía un verdugo más cruel, más activo en Mí, el cual era el amor, y donde los verdugos externos no llegaban, o cualquier punto que quedaba sin tocar, el amor hacía su trabajo y en nada me perdonaba. 

Y así es en todas las almas, el primer trabajo lo hace el amor, y cuando el amor ha trabajado y la ha llenado de sí, lo que se ve de bien en el exterior no es otra cosa que el desahogo del trabajo que el amor ha hecho en el interior”.

 

Enero 22, 1913 Las tres Pasiones de Jesús. 

Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús, especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he encontrado toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho: 

Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor, por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso, el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas reciben la vida

El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehizo la gloria del Padre. 

El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza perdida.

Así que con la Pasión del amor se rehizo y se puso en justo nivel el Amor, con la Pasión del pecado se rehizo y se puso a nivel la gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se rehizo la fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí, los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”

Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. 

El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho: 

Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de tocarme.

 ¡Ah, cuánto me costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!

 

Noviembre 19, 1921 Los dos apoyos. 

Para conocer las verdades es necesario que esté la voluntad y el deseo de conocerlas. Las verdades deben ser simples. 

Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en el Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo compadecía, lo estrechaba fuerte a mi corazón tratando de secarle el sudor mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y agonizante me ha dicho: 

Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el cumplimiento y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el principio, y los males se sienten más al principio que cuando están por terminar, en esta agonía la pena más desgarradora fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los pecados, mi Humanidad comprendió toda la enormidad de ellos y cada delito llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y estaba armado con espada para matarme. 

Delante a la Divinidad la culpa me aparecía tan horrenda y más horrible que la misma muerte; sólo al comprender qué significa pecado, Yo me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda para no hacerme morir, grité a todas las criaturas que tuvieran piedad de Mí, pero en vano, así que mi Humanidad languidecía y estaba por recibir el último golpe de la muerte.

pero ¿sabes tú quién impidió la ejecución y sostuvo mi Humanidad para no morir? 

Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme pedir ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo derecho en Ella, la miré casi agonizante y encontré en Ella la inmensidad de mi Voluntad íntegra, sin haber habido nunca ruptura alguna entre mi Voluntad y la suya. 

Mi Voluntad es Vida, y como la Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte me venía de las criaturas, otra criatura que encerraba la Vida de mi Voluntad me daba la vida. 

Y he aquí que mi Mamá, que en el portento de mi Voluntad me concibió y me hizo nacer en el tiempo, y ahora me da por segunda vez la vida para hacerme cumplir la obra de la Redención. Después miré a la izquierda y encontré a la pequeña hija de mi Querer, te encontré a ti como primera, con el séquito de las otras hijas de mi Voluntad, y así como a mi Mamá la quise Conmigo como primer eslabón de la misericordia, con el cual debíamos abrir las puertas a todas las criaturas, por eso quise apoyar en Ella la derecha; a ti te quise como primer eslabón de la justicia, para impedir que se descargase sobre todas las criaturas como se merecen, por eso quise apoyar la izquierda, a fin de que la sostuvieras junto Conmigo. 

Entonces, con estos dos apoyos Yo me sentí dar nuevamente la vida, y como si nada hubiera sufrido, con paso firme fui al encuentro de mis enemigos, y en todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas de ellas capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban jamás, y cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad que contenían me sostenían y me daban como tantos sorbos de vida.

 ¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás numerarlos y calcular su valor? 

Por eso amo tanto a quien vive de mi Querer, reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos, siento en ella mi mismo aliento, mi voz, y si no la amase me defraudaría a Mí mismo, sería como un padre sin generación, sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus hijos, y si no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría llamarme Rey? 

Así que mi reino es formado por aquellos que viven en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina, los hijos, los ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para ellos y ellos son todos para Mí”

Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y decía entre mí: “¿Cómo se hace para poner en práctica esto?” 

Y Jesús regresando ha agregado: 

Hija mía, las verdades para conocerlas, es necesario que haya voluntad y el deseo de conocerlas. 

Supón una estancia con las persianas cerradas, por cuanto sol haya afuera la estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las persianas significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la luz para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar, porque si no, es como matar esa luz y hacerse ingrato por la luz recibida. 

Así no basta tener voluntad de conocer las verdades, si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca sacudirse de sus debilidades y reordenarse según la luz de la verdad que conoce, y junto con la luz de la verdad ponerse a trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en modo de trasparentar por su boca, por sus manos, por su comportamiento, la luz de la verdad que ha absorbido, entonces sería como si asesinara la verdad, y con no ponerla en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa luz. 

Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada, trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no se preocupa de reordenarla, ¿qué compasión no daría? 

Tal es quien conoce las verdades y no las pone en práctica. 

Has de saber que en todas las verdades, como primer alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran simples, no serían luz y no podrían penetrar en las mentes humanas para iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden distinguir los objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es como el aire que se respira, que aunque no se ve da la respiración a todo, y si no fuese por el aire, la tierra y todos quedarían sin movimiento, así que si las virtudes, las verdades, no llevan la marca de la simplicidad, serán sin luz y sin aire”.

 

Julio 28, 1922 …

Entonces Jesús ha agregado: 

“¿No quisieras tú mi semejanza? 

¿No quisieras tú aceptar las muertes de amor como aceptaste las muertes de dolor?” 

Y yo: 

“¡Ah! mi Jesús, yo no sé qué me haya sucedido, siento aún gran repugnancia por haber aceptado las de dolor, ¿cómo podría aceptar las de amor que me parecen más duras? 

Yo tiemblo al sólo pensarlo, mi pobre naturaleza se aniquila más, se deshace. 

Ayúdame, dame la fuerza porque siento que no puedo seguir adelante”. 

Y Jesús todo bondad y decidido ha agregado: 

Pobre hija mía, ánimo, no temas ni quieras turbarte por la repugnancia que sientes; es más, para tranquilizarte te digo que también ésta es una semejanza mía

Debes saber que también mi Humanidad, por cuan santa, deseosa a lo sumo de sufrir, sentía esta repugnancia, pero no era mía, eran todas las repugnancias de las criaturas que sentían en hacer el bien, en aceptar las penas que merecían, y Yo debía sufrir estas penas que me torturaban no poco, para dar a ellas la inclinación al bien y hacerles más dulces las penas, tanto, que en el huerto grité al Padre: ‘Si es posible pase de Mí este cáliz”. 

¿Crees tú que fui Yo? 

¡Ah no! Te engañas, Yo amaba el sufrir hasta la locura, amaba la muerte para dar vida a mis hijos, era el grito de toda la familia humana que resonaba en mi Humanidad, y Yo, gritando junto con ellos para darles fuerzas repetí tres veces: 

‘Si es posible pase de Mí este cáliz’. 

Yo hablaba a nombre de todos, como si fueran cosa mía, pero me sentía aplastar; así que la repugnancia que sientes no es tuya, es el eco de la mía, si fuera tuya me habría retirado, por eso hija mía, queriendo generar de Mí otra imagen mía, quiero que aceptes, y Yo mismo quiero imprimir en tu voluntad ensanchada y consumida en la mía estas mis muertes de amor”

Y mientras esto decía, con su santa mano me las imprimía, y ha desaparecido. 

Sea todo para gloria de Dios.

 

Octubre 30, 1924. Las penas del amor son las más amargas, las más crueles, más dolorosas que las penas de la misma Pasión. 

Después de esto, con el pensamiento me he puesto junto a mi Jesús en el huerto de Getsemaní, y le pedía que me hiciera penetrar en aquel amor con el cual tanto me amó, y mi Jesús, moviéndose de nuevo en el fondo de mi interior me ha dicho: 

Hija mía, entra en mi amor, no salgas jamás, corre junto a él, o detente en mi mismo amor para comprender bien cuánto he amado a la criatura, todo es amor en Mí hacia ella.

 La Divinidad al crear a esta criatura se propuso amarla siempre, así que en cada cosa de dentro y fuera de ella, debía correr hacia ella con un continuo e incesante nuevo acto de amor. Por lo tanto puedo decir que en cada pensamiento, mirada, palabra, respiro, latido, y en todo lo demás de la criatura, corre un acto de amor eterno. 

Pero si la Divinidad se propuso el amarla siempre y en cada cosa a esta criatura, era porque quería recibir en cada cosa la correspondencia del nuevo e incesante amor de la criatura, quería dar amor para recibir amor, quería amar para ser amada. ¡Pero no fue así! 

La criatura no sólo no quiso mantener el compás del amor, ni responder al eco del amor de su Creador, sino que rechazó este amor, lo desconoció y lo ofendió. 

Ante esta afrenta la Divinidad no se detuvo, sino que continuó su nuevo e incesante amor hacia la criatura, y como la criatura no lo recibía, quedaban llenos Cielos y tierra esperando a quien debía tomar este amor para tener en ella la correspondencia, porque Dios cuando decide y propone, todos los eventos en contrario no lo cambian, sino que permanece inmutable en su inmutabilidad. 

He aquí por qué pasando a otro exceso de amor, vine Yo, Verbo del Padre, a la tierra, y tomando una Humanidad, recogí en Mí todo este amor que llenaba Cielo y tierra para corresponder a la Divinidad con tanto amor por cuanto había dado y debía dar a las criaturas, y me constituí amor de cada pensamiento, de cada mirada, de cada palabra, latido, movimiento y paso de cada criatura. 

Por esto mi Humanidad fue trabajada aun en su más pequeña fibra por las manos del eterno amor de mi Padre Celestial, para darme capacidad de poder encerrar todo el amor que la Divinidad quería dar a las criaturas, para darle el amor de todas y constituirme amor de cada uno de los actos de criatura

Así que cada pensamiento tuyo está coronado por mis incesantes actos de amor; no hay cosa en ti o fuera de ti que no esté circundada por mis repetidos actos de amor, por eso mi Humanidad en este huerto gime, se afana, agoniza, se siente triturada bajo el peso de tanto amor, porque amo y no soy correspondido. 

Las penas del amor son las más amargas, las más crueles, son penas sin piedad, más dolorosas que mi misma Pasión. 

¡Oh! si me amaran, el peso de tanto amor se volvería ligero, porque el amor correspondido queda apagado y satisfecho en el amor mismo de quien ama, pero no correspondido llega a la locura, delira y se siente correspondido con un acto de muerte por aquel amor que de él salió. 

Mira entonces cómo fue mucho más amarga y dolorosa la Pasión de mi amor, porque si en mi Pasión fue una sola la muerte que me dieron, en cambio en la Pasión del amor, tantas muertes me hicieron sufrir por cuantos actos de amor salieron de Mí y no fui por ellos correspondido. Por eso ven tú, hija mía, a corresponderme a tanto amor, en mi Voluntad encontrarás como en acto todo este amor, hazlo tuyo y constitúyete, junto Conmigo, amor de cada acto de criatura, para corresponderme por el amor de todos”.

 

SEXTA HORA De las 10 a las 11 de la noche 

Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Oh mi dulce Jesús, ya ha pasado una hora desde que te encontré en este huerto; el amor ha tomado el primado en todo, haciéndote sufrir todo junto, todo lo que los verdugos te harán sufrir a lo largo de tu amarguísima Pasión; es más, suple y llega a hacerte sufrir lo que ellos no pueden hacerte, en las partes más íntimas de tu divina Persona. 

Oh mi Jesús, te veo vacilante en los pasos, no obstante quieres caminar. 

Dime, oh mi bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he entendido, quieres ir a encontrar a tus amados discípulos; yo quiero acompañarte a fin de que si Tú vacilas yo te sostenga. 

Pero, oh mi Jesús, otra amargura para tu corazón, ellos duermen, y Tú siempre piadoso los llamas, los despiertas, y con amor todo paterno los amonestas y les recomiendas la vigilia y la oración, y regresas al huerto, pero te llevas otra herida en el corazón. 

En esa herida veo, oh amor mío, todas las heridas de las almas consagradas a Ti, que, o por tentaciones, o por estado de ánimo, o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a Ti, de vigilar y orar, se abandonan a sí mismas, y soñolientas, en vez de progresar en el amor y en la unión contigo, retroceden. 

Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo todas las ingratitudes de tus más fieles. 

Son éstas las ofensas que más entristecen tu corazón adorable, y es tal y tanta su amargura, que te hacen dar en delirio. 

Pero, oh amor sin confines, tu amor que ya bulle en tus venas vence todo y todo olvida. 

Te veo postrado por tierra y oras, te ofreces, reparas y en todo buscas glorificar al Padre por las ofensas hechas a Él por las criaturas. 

También yo, oh mi Jesús, me postro contigo y junto contigo intento hacer lo que haces Tú. 

Pero, oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que en tropel todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los delitos más enormes, las más negras ingratitudes te vienen al encuentro, se te arrojan encima, te aplastan, te atacan, te hieren, y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y como ríos sale fuera, te baña todo, corre por tierra, y das sangre por ofensas, vida por muerte.

 ¡Ah amor, a qué estado te veo reducido! Tú expiras. 

Oh mi bien, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has bañado con tu santísima sangre, ven a mis brazos, haz que yo muera en vez de Ti. 

Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús que dice: 

«¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya»” (Lc 22,42).

 Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús, 

¿pero qué cosa me hace entender con este: «Padre, si es posible pase de Mí este cáliz» 

Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las criaturas; aquel «Fiat Voluntas Tua» que debía ser la vida de cada criatura, lo ves rechazado por casi todas, y en vez de encontrar la vida encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces repites: 

«Padre, si es posible pase de Mí este cáliz», es decir, que las almas sustrayéndose de nuestra Voluntad se pierdan; este cáliz para Mí es muy amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Pero mientras dices esto, es tal y tanta tu amargura que desfalleces, agonizas y estás a punto de dar el último respiro. 

Oh mi Jesús, mi bien, ya que estás entre mis brazos quiero también yo junto contigo, repararte y compadecerte por todos los pecados que se cometen contra tu santísimo Querer, y al mismo tiempo suplicarte que en todo yo haga siempre tu santísima Voluntad. 

Tu Voluntad sea mi respiro, mi aire; tu Voluntad sea mi latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte. 

Pero, ah, no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién me dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah, no me dejes, tenme como quieras, como más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; jamás sea que por un solo instante quede separada de Ti.

 Déjame endulzarte, repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados, de cualquier especie que sean, pesan sobre Ti. 

Por eso, amor mío, beso tu santísima cabeza, pero, ¿qué veo? Veo todos los malos pensamientos, y Tú sientes horror de ellos. 

A tu santísima cabeza cada pensamiento malo le es una espina que te hiere acerbamente. 

Ah, ante esto es nada la corona de espinas que te pondrán los judíos; cuántas coronas de espinas te ponen sobre tu cabeza adorable los malos pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre te chorrea por todas partes, por la frente, de entre los cabellos. 

Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria, y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias angélicas y tu misma inteligencia, para ofrecerte una compasión y una reparación por todos. 

Oh Jesús, beso tus ojos piadosos y en ellos veo todas las malas miradas de las criaturas, que hacen correr sobre tu rostro lágrimas de sangre.

 Te compadezco y quisiera endulzar tu vista poniéndote delante todos los placeres que se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra. 

Jesús, mi bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero qué escucho? 

Oigo en ellos el eco de las horrendas blasfemias, los gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no resuene en tus castísimos oídos. 

Oh amor insaciable, te compadezco y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de la amada Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas las almas amantes. 

Jesús, vida mía, un beso más ardiente quiero poner en tu rostro, cuya belleza no tiene par. 

Ah, éste es el rostro ante el cual los ángeles ávidamente desean grabárselo, por la tanta belleza que los rapta, no obstante, las criaturas lo ensucian con salivazos, lo golpean con bofetadas y lo pisotean bajo los pies. 

 

¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar tanto, para ponerlos en fuga! 

Te compadezco, y para reparar todos estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo, las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo también a la Celestial Mamá, a fin de que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas, sus adoraciones profundas, me dirijo después a todas las almas consagradas a Ti y todo te ofrezco para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro. 

Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca, amargada por las horribles blasfemias, por la náusea de las embriagueces y gulas, por las conversaciones obscenas, por las oraciones mal hechas, por las malas enseñanzas, por todo lo que de mal hace el hombre con la lengua. 

Jesús, te compadezco y quiero endulzar tu boca ofreciéndote todas las alabanzas angélicas y el buen uso que hacen tantos santos cristianos de la lengua. 

Oprimido amor mío, beso tu cuello y lo veo cargado de sogas y cadenas por los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco y para aliviarte te ofrezco la unión indisoluble de las divinas Personas y yo, fundiéndome en esta unión te extiendo mis brazos, y formando en torno a tu cuello una dulce cadena de amor, quiero alejar de ti las cuerdas de los apegos que casi te sofocan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi corazón. 

Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros. 

Los veo lacerados y tus carnes casi arrancadas a pedazos por los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. 

Te compadezco y para aliviarte te ofrezco tus santísimos ejemplos, los ejemplos de la Reina Mamá y los de todos los santos; y yo, oh mi Jesús, haciendo correr mis besos sobre cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas a las almas que por vía de escándalo te han sido arrancadas del corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima Humanidad. 

Mi atormentado Jesús, beso tu pecho que veo herido por las frialdades, tibiezas, falta de correspondencia e ingratitudes de las criaturas. 

Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco el recíproco amor del Padre, de Ti y del Espíritu Santo, la correspondencia perfecta de las tres divinas Personas, y yo, oh mi Jesús, sumergiéndome en tu amor quiero hacerte un refugio para poder rechazar los nuevos golpes que las criaturas te lanzan con sus pecados, y tomando tu amor quiero con él herirlas para que ya no se atrevan a ofenderte más, y quiero derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte. 

Mi Jesús, beso tus manos creadoras, veo todas las malas acciones de las criaturas que como otros tantos clavos traspasan tus santísimas manos, así que no con tres clavos, como sobre la cruz, Tú quedas traspasado, sino con tantos clavos por cuantas obras malas cometen las criaturas. 

Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu amor; quisiera, en suma, oh Jesús mío, ofrecerte todas las obras buenas para quitarte los tantos clavos de las obras malas. 

Oh Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de almas; en ellos encierras todos los pasos de las criaturas, pero muchas de ellas sientes que te huyen y Tú quisieras aferrarlas. 

Por cada mal paso te sientes clavar un clavo, y Tú quieres servirte de esos mismos clavos para clavarlas a tu amor; y tal y tanto es el dolor que sientes y el esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor, que te estremeces todo. 

Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su vida para salvar almas. 

Oh Jesús, beso tu corazón. Tú continúas agonizando, no por lo que te harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te causan todas las ofensas de las criaturas. 

En estas horas Tú quieres dar el primado al amor, el segundo lugar a todos los pecados, por los cuales Tú expías, reparas, glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el tercer lugar a los judíos. 

Con esto muestras que la Pasión que te harán sufrir los judíos no será otra cosa que la representación de la doble amarguísima Pasión que te hacen sufrir el amor y el pecado, y es por esto que yo veo en tu corazón todo concentrado: 

la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos, y tu corazón sofocado por el amor sufre contracciones violentas, sentimientos impacientes de amor, deseos que te consumen y latidos de fuego que quisieran dar vida a cada corazón. 

Y es propiamente aquí, en el corazón, donde sientes todo el dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos deseos, con sus desordenados afectos, con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor buscan otros amores. 

¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido por las olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la amargura de tu corazón triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo de la amada Mamá María y el de todos tus verdaderos amantes. 

Y ahora, oh mi Jesús, haz que de tu corazón tome vida mi pobre corazón, a fin de que no viva más que con tu solo corazón, y en cada ofensa que recibas haz que yo esté siempre pronta a ofrecerte un alivio, un consuelo, una reparación, un acto de amor jamás interrumpido.

 

Reflexiones de la Sexta Hora (10 PM) 14-46 Julio 28, 1922 Semejanza del alma con Jesús, no sólo en las muertes de dolor, sino también en las del amor. 

Me sentía toda inmersa en su Santísimo Querer, y mi dulce Jesús al venir me ha dicho: 

Hija mía, funde tu inteligencia con la mía, a fin de que circule en todas las inteligencias de las criaturas, y reciba el vínculo de cada uno de los pensamientos de ellas para sustituirlos con tantos otros pensamientos hechos en mi Querer, y Yo reciba la gloria como si todos los pensamientos fuesen hechos en modo divino. 

Ensancha tu querer en el mío, ninguna cosa debe escapar que no quede atrapada en la red de la tuya y mía Voluntad; mi Querer en Mí y mi Querer en ti deben confundirse juntos y tener los mismos confines interminables, pero tengo necesidad de que tu querer se preste a extenderse en el mío y no se le escape ninguna cosa creada por Mí, a fin de que en todas las cosas escuche el eco de la Voluntad Divina en la voluntad humana, a fin de que ahí genere mi semejanza. 

Mira hija mía, Yo sufrí doble muerte por cada una de las criaturas, una de amor y la otra de pena, porque al crearla la creé un complejo todo de amor, por lo cual no debía salir de ella otra cosa que amor, tanto que mi amor y el suyo debían estar en continuas corrientes, pero el hombre no sólo no me amó, sino que ingrato me ofendió, y Yo debía rehacer a mi Divino Padre de esta falta de amor, y debí aceptar una muerte de amor por cada uno, y otra de dolor por las ofensas”. 

Pero mientras esto decía, veía a mi dulce Jesús todo una llama, que lo consumía y le daba muerte por cada uno, es más, veía que cada pensamiento, palabra, movimiento, obra, paso, etc., eran tantas llamas que consumían a Jesús y lo vivificaban. 

Entonces Jesús ha agregado: 

“¿No quisieras tú mi semejanza? ¿No quisieras tú aceptar las muertes de amor como aceptaste las muertes de dolor?” 

Y yo: 

“¡Ah! mi Jesús, yo no sé qué me haya sucedido, siento aún gran repugnancia por haber aceptado las de dolor, ¿cómo podría aceptar las de amor que me parecen más duras? 

Yo tiemblo al sólo pensarlo, mi pobre naturaleza se aniquila más, se deshace. 

Ayúdame, dame la fuerza porque siento que no puedo seguir adelante”.

 Y Jesús todo bondad y decidido ha agregado: 

Pobre hija mía, ánimo, no temas ni quieras turbarte por la repugnancia que sientes; es más, para tranquilizarte te digo que también ésta es una semejanza mía. 

Debes saber que también mi Humanidad, por cuan santa, deseosa a lo sumo de sufrir, sentía esta repugnancia, pero no era mía, eran todas las repugnancias de las criaturas que sentían en hacer el bien, en aceptar las penas que merecían, y Yo debía sufrir estas penas que me torturaban no poco, para dar a ellas la inclinación al bien y hacerles más dulces las penas, tanto, que en el huerto grité al Padre: ‘Si es posible pase de Mí este cáliz”. 

¿Crees tú que fui Yo? ¡Ah no! Te engañas, Yo amaba el sufrir hasta la locura, amaba la muerte para dar vida a mis hijos, era el grito de toda la familia humana que resonaba en mi Humanidad, y Yo, gritando junto con ellos para darles fuerzas repetí tres veces: 

‘Si es posible pase de Mí este cáliz’. 

Yo hablaba a nombre de todos, como si fueran cosa mía, pero me sentía aplastar; así que la repugnancia que sientes no es tuya, es el eco de la mía, si fuera tuya me habría retirado, por eso hija mía, queriendo generar de Mí otra imagen mía, quiero que aceptes, y Yo mismo quiero imprimir en tu voluntad ensanchada y consumida en la mía estas mis muertes de amor”. 

Y mientras esto decía, con su santa mano me las imprimía, y ha desaparecido. 

Sea todo para gloria de Dios.

Enero 4, 1924 Con las palabras de Jesús en el huerto: “No se haga mi voluntad sino la Tuya”, acordó con su Padre Celestial que la Voluntad Divina tomara su puesto de honor en la criatura

Estaba pensando en las palabras de Jesús en el huerto cuando dijo: 

“Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero, non mea voluntas, sed Tua Fiat”. 

Y mi dulce Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, ¿crees tú que fue el cáliz de mi Pasión por el cual decía al Padre: 

Padre, si es posible pase de Mí este cáliz? 

No, absolutamente no, era el cáliz de la voluntad humana que contenía tal amargura y plenitud de vicios, que mi voluntad humana unida a la Divina sintió tal repugnancia, terror y espanto, que grité: 

‘Padre, si es posible pase de Mí este cáliz’. 

Cómo es fea la voluntad humana sin la Voluntad Divina, la cual casi como dentro de un cáliz se encierra dentro de cada criatura; no hay mal en las generaciones del cual ella no sea el origen, la semilla, la fuente, y Yo, viéndome cubierto por todos estos males que ha producido la voluntad humana, frente a la santidad de la mía me sentía morir, y habría muerto de verdad si la Divinidad no me hubiera sostenido. 

¿Pero sabes tú por qué agregué, y por tres veces: 

‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat?’ 

Yo sentía sobre de Mí todas las voluntades de las criaturas juntas, todos sus males, y a nombre de todas grité al Padre: 

‘No se haga más la voluntad humana en la tierra, sino la Divina; la voluntad humana sea desterrada y la Tuya reine’. 

Así que desde entonces, y lo quise hacer desde el principio de mi Pasión, porque era la cosa que más me interesaba y la más importante, la de llamar a la tierra el Fiat Voluntas Tua como en el Cielo así en la tierra. 

Yo era el que a nombre de todos decía: 

‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’. 

Desde entonces Yo constituía la época del Fiat Voluntas Tua sobre la tierra; y con decirlo por tres veces, en la primera la impetraba, en la segunda la hacía descender, en la tercera la constituía reinante y dominadora; y con decir: 

‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’, 

Yo intentaba vaciar a las criaturas de su voluntad y llenarlas de la Divina. 

Antes de morir, porque no me quedaban más que horas, Yo quise contratar con mi Padre Celestial mi primera finalidad por la cual vine a la tierra, que la Divina Voluntad tomara su primer lugar de honor en la criatura.

 El sustraerse de la Voluntad Suprema había sido el primer acto del hombre, y por lo tanto nuestra primera ofensa, todos sus demás males entran en el orden secundario, y Yo debí primero realizar la finalidad del Fiat Voluntas Tua come in Cielo così in terra, y después formar con mis penas la Redención, porque la misma Redención entra en el orden secundario; es siempre mi Voluntad la que tiene el primado sobre todas las cosas, y si bien de los frutos de la Redención se vieron los efectos, pero fue en virtud de este contrato que Yo hice con mi Padre Divino, el que su Fiat debía venir a reinar sobre la tierra, realizando la verdadera finalidad de la creación del hombre y mi finalidad primaria por la cual vine a la tierra, que el hombre pudo recibir los frutos de la Redención, de otra manera habría faltado el orden a mi sabiduría; si el principio del mal fue su voluntad, a ésta debía Yo ordenar y restablecer, reunir Voluntad Divina y humana, y si bien se vieron primero los frutos de la Redención, esto dice nada; mi Voluntad es como un rey, que si bien es el primero entre todos, llega al último, precediéndolo por su honor y decoro sus pueblos, ejércitos, ministros, príncipes y toda la corte real. 

Así que primero eran necesarios los frutos de mi Redención para hacer encontrar la corte real, los pueblos, los ejércitos, los ministros, a la altura de la Majestad de mi Voluntad. 

¿Pero sabes tú quién fue la primera en gritar junto Conmigo: 

‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’? 

Fue mi pequeña recién nacida en mi Voluntad, mi pequeña hija, que tuvo tal repugnancia, tal espanto de su voluntad, que temblorosa se estrechó a Mí y gritó junto Conmigo: 

‘Padre, si es posible pase de mí este cáliz de mi voluntad’, y llorando agregaste junto Conmigo: 

‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’. 

¡Ah! sí, estuviste tú junto Conmigo en aquel primer contrato con mi Padre Celestial, porque se necesitaba al menos una criatura que debía hacer válido este contrato, de otra manera, ¿a quién darlo? ¿A quién confiarlo? 

Y para volver más segura la custodia del contrato, te hice don de todos los frutos de mi Pasión, formándolos a tu alrededor como un ejército formidable, que mientras hace su cortejo real a mi Voluntad, hace guerra encarnizada a la tuya, por eso, ánimo en el estado en el que te encuentras, quita el pensamiento de que Yo pueda dejarte, esto sería en menoscabo de mi Querer, siendo que tengo el contrato de mi Voluntad depositado en ti. 

Por eso estate en paz, es mi Voluntad que te prueba, que quiere no sólo purificarte sino destruir aun la sombra de tu voluntadpor eso con toda paz sigue el vuelo en mi Querer, no te preocupes por nada, tu Jesús hará de manera que todo lo que pueda suceder dentro y fuera de ti, hará resaltar mayormente mi Voluntad, y ensanchará en ti los confines de la mía en tu voluntad humana; soy Yo quien llevará la batuta en tu interior, para dirigir todo en ti según mi Querer. 

Yo no me ocupé de otra cosa sino sólo de la Voluntad de mi Padre, y como todas las cosas están en Ella, por eso me ocupé de todo; y si enseñé alguna oración, no fue otra sino que la Divina Voluntad se haga como en el Cielo así en la tierra, pero era la oración que encierra todo. 

Así que Yo no giraba sino sólo en torno a la Voluntad Suprema, mis palabras, mis penas, mis obras, mis latidos estaban llenos de Voluntad Celestial. 

Así quiero que hagas tú, debes girar tanto en torno a Ella, hasta hacerte quemar por el aliento eterno del fuego de mi Voluntad, de manera que pierdas cualquier otro conocimiento, y no sepas otra cosa, sino sólo y siempre mi Querer”.

 

SÉPTIMA HORA De las 11 a las 12 de la noche.

Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que sigues agonizando.

 La sangre a ríos te escurre por todo el cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie has caído en un lago de sangre.

 ¡Oh mi amor, se me rompe el corazón al verte tan débil y agotado! 

Tu rostro adorable y tus manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer que estas culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada uno el reescrito de tu perdón. 

Pero, oh mi Jesús, reanímate, es demasiado lo que sufres; baste hasta aquí a tu amor. 

Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su propia sangre, el amor le da nueva vida. 

Lo veo moverse con dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre y de fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas con trabajo se arrastra. 

Dulce vida mía, deja que te lleve entre mis brazos. 

¿Vas tal vez a tus amados discípulos? 

Pero cual no es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos de nuevo dormidos. 

Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas: 

«Hijos míos, no duerman, la hora está próxima, ¿no ven a qué estado me he reducido? 

Ah, ayúdenme, no me abandonen en estas horas extremas». 

Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras Juan extiende los brazos para sostenerte. 

Estás tan irreconocible que si no hubiera sido por la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían reconocido. 

Después, recomendándoles que estén despiertos y que oren, regresas al huerto, pero con una segunda herida en el corazón. 

En esta herida veo, mi bien, todas las culpas de aquellas almas que, no obstante, las manifestaciones de tus favores en dones, besos y caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y de tus dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua oración y vigilancia. 

Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto, después de haber gustado tus dones, para permanecer privados y resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer que tales almas resistan la prueba. 

Por eso, mientras te compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo más mínimo disgustarte, las circundes de tanta gracia que las detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración. 

Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y de tierra y por tercera vez repites:

 «Padre, si es posible pase de Mí este cáliz. 

Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable, el último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre tu Hijo, que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre, no me dejes sin consuelo!» 

Después me parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu ayuda a la amada Mamá: 

«Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi contento. 

Mamá mía, Magdalena, amados apóstoles, todos ustedes que me aman, ayúdenme, confórtenme, no me dejen solo en estos momentos extremos, háganme todos corona a mi alrededor, denme por consuelo su compañía y su amor». 

Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en estos extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al verte ahogado en sangre? 

¿Quién no derramará a torrentes amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que buscan ayuda y consuelo? 

Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te envía un ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de éste estado de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos. 

Y mientras estés con el ángel, yo recorreré Cielo y tierra. 

Tú me permitirás que tome esta sangre que has derramado, a fin de que pueda darla a todos los hombres como prenda de la salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y obras. 

Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a todas las almas dándoles la sangre de Jesús. 

Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos dar es llevarle almas. 

Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué estado se ha reducido Jesús. 

Él quiere consuelo de todos y es tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no rechaza ninguno. 

Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices: 

«¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi Humanidad, las quiero, las suspiro! ¡Ah, no sean sordas a mi voz, no hagan vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi amor, mis penas! ¡Vengan, almas, vengan!»

Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre, tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra quiero ir a todas las almas para darles tu sangre como prenda de su salvación y llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus delirios y endulzar las amarguras de tu agonía. Y mientras hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.

 Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere consuelo. 

Así que dame tu mano materna y giremos juntas por todo el mundo en busca de almas. 

Encerremos en su sangre los afectos, los deseos, los pensamientos, las obras, los pasos de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas del corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así, encerradas en su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos en torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima agonía. 

Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna gota quede sin su copioso efecto.

 ¡Mamá mía, pronto, giremos! 

Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea. 

Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a las puertas de las casas donde yacen los enfermos. 

¡Cuántos miembros desgarrados! 

Cuántos bajo la atrocidad de los dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida, otros son abandonados por todos y no tienen quién les dé una palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros, y por eso mayormente maldicen y se desesperan. 

Ah, Mamá, escucho los sollozos de Jesús que ve correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que hacen sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él. 

Ah, démosles su sangre, a fin de que les suministre las ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien que hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; 

y tú Mamá mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa toca con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama torrentes de gracias sobre todas sus penas. 

Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos, a quien carece de los medios necesarios dispón tú almas generosas que los socorran, a quien se encuentra bajo la atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así, fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús dispone para ellos. 

Sigamos nuestro recorrido y entremos en las habitaciones de los moribundos. 

¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas están por caer en el infierno, cuántas después de una vida de pecado quieren dar el último dolor a ese corazón repetidamente traspasado, coronando su último respiro con un acto de desesperación! 

Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el último asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las llamas infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a la esperanza.

 Otras, atadas a los vínculos de la tierra no saben resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son extremos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan? ¿Cómo se debaten entre los espasmos de la agonía? ¿Cómo piden ayuda y piedad? 

¡La tierra ya ha desaparecido para ellas! 

Mamá Santa, pon tu mano materna sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada moribundo la sangre de Jesús, y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga a todos a recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte. 

Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus besos, sus lágrimas, sus llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados, hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles tal confianza en el corazón, que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús. 

Y así, cuando Él los juzgue los encontrará cubiertos con su sangre, abandonados en sus brazos y a todos les dará su perdón. 

Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres criaturas que tienen necesidad de esta sangre. 

Mamá mía, me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr, porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo de mi corazón que me repiten: 

«¡Hija mía, ayúdame, dame almas!» 

Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a su sangre sufrir nuevas profanaciones. 

Se requiere un milagro que les impida la caída, por eso démosles la sangre de Jesús, para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer en el pecado. 

Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y su agonía se hace más intensa. 

Démosles la sangre de Jesús, y así encuentren esa mano que las levante. 

Mira, oh Mamá, son almas que tienen necesidad de esta sangre, almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su estado! 

El Cielo las mira y llora con dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los elementos están contra ellas y quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador. 

Ah Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida, démosla pues a fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero renazcan más bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra. 

Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese corazón tan amargado. 

Démosles la sangre de Jesús, a fin de que esta sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor después de la culpa, que los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no separarse de ellos jamás. 

Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia la perdición y no hay quien las detenga en su carrera. 

Ah, pongamos esta sangre delante a sus pies, para que al tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere salvas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación. 

Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra sus complacencias y el reposo en la Creación, pero las criaturas van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino. 

Sellemos y circundemos pues su inocencia con la sangre de Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no entre en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien quisiera contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que Jesús encuentre su reposo en la Creación y todas sus complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de tantas otras pobres criaturas. 

Mamá mía, pongamos a estas almas en la sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios, llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su amor, atémoslas a su corazón para endulzar las amarguras de su mortal agonía. 

Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los herejes y de los infieles.

 ¡Cuánto dolor no siente Jesús en estas regiones! 

Él, que es vida de todos, no recibe en correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es conocido por sus mismas criaturas. 

Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que les disipe las tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender que tienen un alma, y abra a ellas el Cielo. 

Después pongámoslas todas en la sangre de Jesús y conduzcámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su amarguísima agonía. 

Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere otras almas aún. 

Las almas de los moribundos en estas regiones se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en el infierno. 

Estas almas están ya a punto de expirar y precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y se perderán sin duda.

 No, Mamá, esta sangre no será derramada inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia ellas, derramemos la sangre de Jesús sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda en ellas Fe, Esperanza y Amor.

 Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo que les falta, más aún, déjate ver, en tu rostro resplandece la belleza de Jesús, tus modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti, con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu corazón materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú su Madre las quieres para siempre felices contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las quiere recibir, recuérdale el amor con el que te las confió bajo la cruz, reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras contentará tu corazón, contentará también sus ardientes deseos. 

Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos: 

A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; 

a los pobres, para que sufran resignados su pobreza; 

a los que son tentados, para que obtengan la victoria;

 a los incrédulos, para que triunfe en ellos la virtud de la fe; 

a los blasfemos, para que cambien las blasfemias en bendiciones; 

a los sacerdotes, a fin de que comprendan su misión y sean dignos ministros de Jesús. 

Con esta sangre toca sus labios, a fin de que no digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús. 

Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para que estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia sus súbditos. 

Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las almas purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su liberación. 

¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten atraídas hacia el sumo bien? 

Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas cuanto antes consigo, las atrae con su amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener la pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer de nuevo en las llamas. 

Mamá mía, descendamos en esta profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que las quema, purifiquémoslas de sus manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del sumo bien. 

Demos esta sangre a las almas más abandonadas, a fin de que encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y liberación. 

Haz de reina en estas regiones de llanto y de lamentos, extiende tus manos maternas y una a una sácalas de estas llamas ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo hacia el Cielo.

 Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo. 

Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh Mamá, que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria. 

Esta sangre te inunde de nueva luz y de nuevos contentos, y haz que esta luz descienda en beneficio de todas las criaturas para dar a todas gracias de salvación. 

Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes cuánto la necesito. 

Con tus mismas manos maternas retoca todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta sangre circule en mis venas y me dé toda la vida de Jesús, descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón mismo de Jesús, me embellezca tanto que Jesús pueda encontrar todos sus contentos en mí. 

Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones Celestiales y demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a fin de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud de esta sangre podamos un día reunirnos con ellos.

 Y después de haber dado a todos esta sangre, vayamos de nuevo a Jesús. 

Ángeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él suspira las almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para darles a todas los frutos de su sangre. 

Pongámoslas en torno a Él y se sentirá regresar la vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha sufrido. 

Y ahora Mamá santa, llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de que también ellos le den honor a Jesús. 

Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos descended del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de la tierra, venid con vuestro perfume; pajarillos, venid con vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a confortar a Jesús. 

Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro Creador, nuestra vida, nuestro todo; vengan todos a confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro soberano Señor. 

Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas, flores, pájaros, Él quiere almas, almas. 

Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo; a tu lado está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado mucha parte en tu dolorosa agonía; también está aquí Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de todos los siglos. 

Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una palabra de perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que ningún alma te huya más. 

Pero me parece que dices:

 «¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se precipitan en la ruina eterna! 

¿Cómo podrá entonces calmarse mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas las almas juntas?» 

 

Conclusión de la Agonía.

 Agonizante Jesús, mientras parece que está por apagarse tu vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros abandonados, y frecuentemente siento que no respiras más, y siento que el corazón se me rompe por el dolor. 

Te abrazo y te siento helado; te muevo y no das señales de vida. 

¿Jesús, has muerto? 

Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a llorar a Jesús y no permitan que yo continúe viviendo sin Él, porque no puedo.

 Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro respiro y de nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo: 

«¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras! 

Ya oigo el ruido de tus enemigos que vienen a prenderte, 

¿quién te defenderá en el estado en que te encuentras?» 

Y Él, sacudido, parece que resurge de la muerte a la vida, me mira y me dice: 

«Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he sufrido? 

Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi misma vida.

 Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida. 

¡Ah, cuánto me cuestan las almas! 

¡Si fuese al menos correspondido! 

Por eso tú has visto que mientras moría, volvía a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi» 

Mi atormentado Jesús, ya que has querido encerrar en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por esta tu amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el momento de mi muerte. 

Yo te he dado mi corazón como refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a tu disposición, y yo, oh, de buena gana me entregaría en manos de tus enemigos para poder morir yo en lugar tuyo. 

Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme lo que te he dado, tu compañía, tu corazón como lecho y descanso, tus brazos como sostén, tu respiro afanoso para aliviar mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por medio de tu respiro, que como aire purificador me purificará de toda mancha y me dispondrá al ingreso de la eterna bienaventuranza. 

Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a través de Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en mí, no encontrarás nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu santísima Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo.

 Y ahora te ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no permitas que ninguno se pierda. 

Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de tu Pasión y Muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de las almas del purgatorio.

 Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres dejarme para ir a su encuentro. 

Jesús, permíteme que te de un beso en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su beso infernal; permíteme que te limpie el rostro bañado en sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te sigo y Tú me bendices y me asistes.

 

 + + + Reflexiones de la Séptima Hora (11 PM) 13-34 Noviembre 19, 1921.

 Los dos apoyos. Para conocer las verdades es necesario que esté la voluntad y el deseo de conocerlas. Las verdades deben ser simples. 

Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en el Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo compadecía, lo estrechaba fuerte a mi corazón tratando de secarle el sudor mortal, y mi doliente Jesús, con voz apagada y agonizante me ha dicho: 

Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el Huerto, quizá más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el cumplimiento y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el principio, y los males se sienten más al principio que cuando están por terminar, en esta agonía la pena más desgarradora fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los pecados, mi Humanidad comprendió toda la enormidad de ellos y cada delito llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y estaba armado con espada para matarme. 

Delante a la Divinidad la culpa me aparecía tan horrenda y más horrible que la misma muerte; sólo al comprender qué significa pecado, Yo me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda para no hacerme morir, grité a todas las criaturas que tuvieran piedad de Mí, pero en vano, así que mi Humanidad languidecía y estaba por recibir el último golpe de la muerte, pero ¿sabes tú quién impidió la ejecución y sostuvo mi Humanidad para no morir? 

Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme pedir ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo derecho en Ella, la miré casi agonizante y encontré en Ella la inmensidad de mi Voluntad íntegra, sin haber habido nunca ruptura alguna entre mi Voluntad y la suya. 

Mi Voluntad es Vida, y como la Voluntad del Padre era inamovible, y la muerte me venía de las criaturas, otra criatura que encerraba la Vida de mi Voluntad me daba la vida. 

Y he aquí que mi Mamá, que en el portento de mi Voluntad me concibió y me hizo nacer en el tiempo, y ahora me da por segunda vez la vida para hacerme cumplir la obra de la Redención. 

Después miré a la izquierda y encontré a la pequeña hija de mi Querer, te encontré a ti como primera, con el séquito de las otras hijas de mi Voluntad, y así como a mi Mamá la quise Conmigo como primer eslabón de la misericordia, con el cual debíamos abrir las puertas a todas las criaturas, por eso quise apoyar en Ella la derecha; a ti te quise como primer eslabón de la justicia, para impedir que se descargase sobre todas las criaturas como se merecen, por eso quise apoyar la izquierda, a fin de que la sostuvieras junto Conmigo. 

Entonces, con estos dos apoyos Yo me sentí dar nuevamente la vida, y como si nada hubiera sufrido, con paso firme fui al encuentro de mis enemigos, y en todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas de ellas capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban jamás, y cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad que contenían me sostenían y me daban como tantos sorbos de vida. 

¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás numerarlos y calcular su valor? 

Por eso amo tanto a quien vive de mi Querer, reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos, siento en ella mi mismo aliento, mi voz, y si no la amase me defraudaría a Mí mismo, sería como un padre sin generación, sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus hijos, y si no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría llamarme Rey?

 Así que mi reino es formado por aquellos que viven en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina, los hijos, los ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para ellos y ellos son todos para Mí”. 

Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y decía entre mí: 

“¿Cómo se hace para poner en práctica esto?” 

Y Jesús regresando ha agregado: 

Hija mía, las verdades para conocerlas, es necesario que haya voluntad y el deseo de conocerlas. 

Supón una estancia con las persianas cerradas, por cuanto sol haya afuera la estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las persianas significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la luz para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar, porque si no, es como matar esa luz y hacerse ingrato por la luz recibida. 

Así no basta tener voluntad de conocer las verdades, si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca sacudirse de sus debilidades y reordenarse según la luz de la verdad que conoce, y junto con la luz de la verdad ponerse a trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en modo de trasparentar por su boca, por sus manos, por su comportamiento, la luz de la verdad que ha absorbido, entonces sería como si asesinara la verdad, y con no ponerla en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa luz. 

Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada, trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no se preocupa de reordenarla, ¿qué compasión no daría? Tal es quien conoce las verdades y no las pone en práctica.

 Has de saber que en todas las verdades, como primer alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran simples, no serían luz y no podrían penetrar en las mentes humanas para iluminarlas, y donde no hay luz no se pueden distinguir los objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es como el aire que se respira, que aunque no se ve da la respiración a todo, y si no fuese por el aire, la tierra y todos quedarían sin movimiento, así que si las virtudes, las verdades, no llevan la marca de la simplicidad, serán sin luz y sin aire”. 

 

+ + + 14-20 Abril 8, 1922 La Santísima Trinidad reflejada en el alma. Dolor de Jesús al ver deformadas la voluntad, la inteligencia y la memoria del hombre. 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en el dolor que sufrió mi dulce Jesús en el huerto de Getsemaní, cuando se presentaron ante su santidad todas nuestras culpas, y Jesús todo afligido, en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, mi dolor fue grande e incomprensible a la mente creada, especialmente cuando vi la inteligencia humana deformada, mi bella imagen que hice reproducir en ella, no más bella, sino fea, horrible. 

Yo doté al hombre de voluntad, inteligencia y memoria; en la primera refulgía mi Padre Celestial, el cual como acto primero comunicaba su potencia, su santidad, su altura, por lo cual elevaba a la voluntad humana invistiéndola de su misma santidad, potencia y nobleza, dejando todas las corrientes abiertas entre Él y la voluntad humana, a fin de que siempre más se enriqueciera de los tesoros de mi Divinidad; entre la voluntad humana y la Divina no había tuyo ni mío, sino todo en común, con acuerdo recíproco, era imagen nuestra, cosa nuestra, así que ella nos reflejaba, por lo tanto nuestra Vida debía ser la suya, y por eso constituía como acto primero su voluntad libre, independiente, como era acto primero la Voluntad de mi Padre Celestial, pero esta voluntad cuánto se ha desfigurado, de libre se ha vuelto esclava de vilísimas pasiones. 

¡Ah! es ella el principio de todos los males del hombre, no se reconoce más, cómo ha descendido de su nobleza, da asco mirarla. 

Después, como acto segundo concurrí Yo, Hijo de Dios, dotando al hombre de inteligencia, comunicándole mi sabiduría, la ciencia de todas las cosas, a fin de que conociéndolas pudiese gustar y hacerse feliz en el bien. 

 

Pero, ¡ay de Mí! Qué mar de vicios es la inteligencia de la criatura, de la ciencia se ha servido para desconocer a su Creador. 

Y después, como acto tercero concurrió el Espíritu Santo, dotándolo de memoria, a fin de que recordándose de tantos beneficios, pudiera estar en continuas corrientes de amor, en continuas relaciones, el amor debía coronarla, abrazarla e informar toda su vida. 

¡Pero cómo queda contristado el Eterno Amor! 

Esta memoria se recuerda de los placeres, de las riquezas y hasta de pecar, y la Trinidad Sacrosanta es puesta fuera de los dones dados a su criatura. 

Mi dolor fue indescriptible al ver la deformidad de las tres potencias del hombre, habíamos formado nuestra morada en él, y él nos había arrojado fuera”.

 

OCTAVA HORA De las 12 de la noche a la 1 de la mañana.

 LA CAPTURA DE JESÚS.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Oh Jesús mío, ya es media noche; escuchas que se aproximan los enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la sangre, reanimado por los consuelos recibidos vas de nuevo a donde están tus amados discípulos, los llamas, los amonestas y te los llevas junto contigo, y vas al encuentro de tus enemigos, queriendo reparar con tu prontitud mi lentitud, mi desgano y pereza en el obrar y en el sufrir por amor tuyo. 

Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que escena tan conmovedora veo: 

Al primero que encuentras es al pérfido Judas, el cual acercándose a Ti y poniéndote un brazo alrededor de tu cuello te saluda y te besa; y Tú, amor entrañable, no desdeñas besar aquellos labios infernales, lo abrazas y te lo estrechas al corazón, queriéndolo arrancar del infierno y dándole muestras de nuevo amor. 

Mi Jesús, ¿cómo es posible no amarte? 

Es tanta la ternura de tu amor que debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo no te aman. 

Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de Judas, soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad, especialmente de los sacerdotes. 

Tu beso, además, manifiesta que a ningún pecador, con tal de que venga a Ti humillado, rehusarías darle el perdón.

 Ternísimo Jesús mío, ya te entregas en manos de tus enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir lo que ellos quieran. 

También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a fin de que Tú, libremente, puedas hacer de mí lo que más te agrade; y junto contigo quiero seguir tu Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas. 

Quiero estar siempre en torno a Ti para hacer que no haya ofensa que no te repare, amargura que no endulce, salivazos y bofetadas que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mía. 

En tus caídas, mis manos estarán siempre dispuestas a ayudarte para levantarte. 

Así que siempre contigo quiero estar, oh mi Jesús, ni siquiera un minuto quiero dejarte solo; y para estar más segura, ponme dentro de Ti, y yo estaré en tu mente, en tus miradas, en tu corazón y en todo Tú mismo, para hacer que lo que haces Tú, pueda hacerlo también yo, así podré hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas, para darte por todo mi correspondencia de amor. 

Dulce bien mío, estaré a tu lado para defenderte, para aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas tus palabras. 

¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que dirigiste a Judas: 

«Amigo, ¿a qué has venido?» (Mt 26,50) 

Y siento que a mí también me diriges las mismas palabras, no llamándome amiga sino con el dulce nombre de hija: 

«Hija, ¿a qué has venido?» 

Para oír que te respondo: 

«Jesús, a amarte». 

«¿A qué has venido?», me repites si me despierto en la mañana; 

«¿a qué has venido?», si hago oración; 

«¿a qué has venido?», me repites desde la Hostia Santa si vengo a recibirte en mi corazón.

 ¡Qué bello reclamo para mí y para todos! 

Pero cuántos a tu «¿a qué has venido?» responden: 

Vengo a ofenderte. 

Otros, fingiendo no escucharte se entregan a toda clase de pecados, y a tu pregunta «¿a qué has venido?» responden con irse al infierno. 

¡Cuánto te compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar las mismas cuerdas con que van a atarte tus enemigos, para atar a estas almas y evitarte este dolor. 

Pero de nuevo escucho tu voz ternísima que dice, mientras vas al encuentro de tus enemigos: 

«¿A quién buscan?» (Jn 18,4

Y ellos responden:

 «A Jesús Nazareno». (Jn 18,5) 

Y Tú les dices: «Yo soy». (Jn 18,5) 

Con esta sola palabra dices todo y te das a conocer por lo que eres, tanto que tus enemigos tiemblan y caen por tierra como muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de nuevo «Yo soy», los vuelves a llamar a la vida, y por Ti mismo te entregas en manos de tus enemigos.

 

 Jesús es encadenado.

Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de caer humildes y palpitantes a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por tierra, te pisotean bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú, con paciencia inaudita callas, sufres y reparas las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros, no se rinden a tu gracia y se obstinan de más. 

Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la dulce cadena del amor.

 Y corriges amorosamente a Pedro que quiere defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con esto las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por demasiado celo caen en la culpa.

 Mi pacientísimo Jesús, estas cuerdas y cadenas parece que ponen algo de más bello a tu divina Persona. 

Tu frente se hace más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus mismos enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu rostro divino se pone en actitud de una paz y dulzura suprema, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con tu tono de voz suave y penetrante, si bien pocos, los haces temblar, tanto que si se atreven a ofenderte es porque Tú mismo se los permites. 

Oh amor encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú seas atado por causa mía, haciendo más desahogo de amor, y yo, pequeña hija tuya, esté sin cadenas? 

No, no, más bien átame con tus manos santísimas con tus mismas sogas y cadenas. 

Por eso te ruego que ates, mientras beso tu frente divina, todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis afectos y todo mi ser, y al mismo tiempo ata a todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte más. 

Dulce bien mío, ya es la una de la madrugada, la mente comienza a adormecerse; haré lo que más pueda por mantenerme despierta, pero si el sueño me sorprende, me dejo en Ti para seguir lo que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo por mí. 

En Ti dejo mis pensamientos para defenderte de tus enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi latido para decirte siempre que te amo y para darte el amor que los demás no te dan, las gotas de mi sangre para repararte y restituirte el honor y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas. 

Jesús mío, bendíceme y hazme dormir en tu adorable corazón, para que por tus latidos, acelerados por el amor o por el dolor, pueda despertarme frecuentemente, y así jamás interrumpir nuestra compañía. 

Así queda acordado, oh Jesús.

 

Reflexiones de la Octava Hora (12 PM) 13-33 Noviembre 16, 1921.

 EL PECADO ES CADENA QUE ATA AL HOMBRE, y Jesús quiso ser atado para romper sus cadenas. 

Esta mañana, mi siempre amable Jesús se hacía ver todo atado, atadas las manos, los pies, la cintura; del cuello le descendía una doble cadena de fierro, pero estaba atado tan fuertemente, que le quitaba el movimiento a su Divina Persona.

 Qué dura posición era ésta, de hacer llorar aun a las piedras, y mi sumo bien Jesús me ha dicho: 

Hija mía, en el curso de mi Pasión todas las otras penas hacían competencia entre ellas, pero una cedía el lugar a la otra, y se mantenían vigilantes para hacerme sufrir lo peor, para darse la vanagloria de que una había sido más dura que las demás, pero las cuerdas no me las quitaron jamás, desde que me apresaron hasta el monte calvario estuve siempre atado, es más, agregaban siempre más cuerdas y cadenas por temor de que pudiese huir, y para hacer más burla y juego de Mí; cuántos dolores, confusiones, humillaciones y caídas me causaron estas cadenas. 

Pero debes saber que en estas cadenas había un gran misterio y una gran expiación: 

El hombre, al empezar a caer en el pecado queda atado con las mismas cadenas de su pecado, si es grave son cadenas de fierro, si venial son cuerdas; entonces, si quiere caminar en el bien, siente las trabas de las cadenas y queda obstaculizado en su paso, el estorbo que siente lo agota, lo debilita, y lo lleva a nuevas caídas; si obra siente el impedimento en las manos y casi queda como si no tuviera manos para hacer el bien; las pasiones, viéndolo tan atado hacen fiesta y dicen: 

“Es nuestra la victoria”.

 Y de rey que es el hombre, lo vuelven esclavo de pasiones brutales. 

Cómo es abominable el hombre en el estado de culpa, y Yo para romper sus cadenas quise ser atado, y no quise estar en ningún momento sin cadenas, para tener siempre listas las mías para romper las suyas, y cuando los golpes, los empujones me hacían caer, Yo le extendía las manos para desatarlo y hacerlo libre de nuevo”. 

Pero mientras esto decía, yo veía a casi todas las gentes atadas por cadenas, que daban piedad, y rogaba a Jesús que tocara con sus cadenas las cadenas de ellas, a fin de que por el toque de las suyas quedaran rotas las de las criaturas.

Marzo 18, 1922 LA CULPA ENCADENA AL almALMA le impide hacer el bien

Estaba acompañando a mi dulce Jesús en sus penas de la Pasión, y Él haciéndose ver me ha dicho: 

Hija mía, la culpa encadena al alma y le impide hacer el bien: La mente siente la cadena de la culpa y queda impedida para comprender el bien, la voluntad siente la cadena que la ata y se siente entorpecida, y en lugar de querer el bien quiere el mal, el deseo encadenado siente que le cortan las alas para volar a Dios. 

¡Oh, cómo me da compasión ver al hombre encadenado por sus mismas culpas! 

He aquí por qué la primera pena que quise sufrir en la Pasión fueron las cadenas, quise estar atado para liberar al hombre de sus cadenas. 

Aquellas cadenas que Yo sufrí se convirtieron, en cuanto me tocaron, en cadenas de amor, las cuales tocando al hombre quemaban y rompían las suyas y lo ataban con mis amorosas cadenas. 

Mi amor es operativo, no sabe estar si no obra, por eso para todos y para cada uno preparé lo que se necesita para rehabilitarlo, para sanarlo, para embellecerlo de nuevo, todo hice a fin de que si se decide encuentre todo preparado y a su disposición, por eso tengo listas mis cadenas  para quemar las suyas; los pedazos de mi carne para cubrir sus llagas y adornarlo de belleza; mi sangre para darle nuevamente la vida; todo lo tengo listo. 

Tengo en reserva para cada uno lo que se necesita, mi amor quiere darse, quiere obrar, siento una intranquilidad, una fuerza irresistible que no me da paz si no doy, ¿y sabes qué hago? 

Cuando veo que ninguno toma, concentro mis cadenas, los pedazos de mi carne, mi sangre, en quien los quiere y me ama, y lo cubro de belleza, envolviéndolo todo con mis cadenas de amor, le centuplico la vida de gracia, y así mi amor se desahoga y se tranquiliza”. 

Pero mientras esto decía, yo veía que sus cadenas, los pedazos de su carne, su sangre, corrían sobre mí, y Él se divertía aplicándolos sobre de mí y envolviéndome toda. 

¡Cómo es bueno Jesús, sea siempre bendito! 

Después ha regresado y ha agregado: 

Hija mía, siento la necesidad de que la criatura repose en Mí y Yo en ella, ¿pero sabes cuando la criatura reposa en Mí y Yo en ella

Cuando su inteligencia piensa en Mí y me comprende, ella reposa en la inteligencia de su Creador, y la del Creador encuentra su reposo en la mente creada; cuando la voluntad humana se une con la Voluntad Divina, las dos voluntades se abrazan y reposan juntas; si el amor humano se eleva sobre todas las cosas creadas y ama sólo a su Dios, ¡qué bello reposo encuentran mutuamente Dios y el alma! 

Quien da reposo, lo encuentra, Yo le hago de lecho y la tengo en el más dulce sueño, estrechada entre mis brazos, por eso ven y reposa en mi seno”.

 

NOVENA HORA De la 1 a las 2 de la mañana.

Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el sueño. 

¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos te dejan y huyen de Ti?

 Los mismos apóstoles, el ferviente Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan en poder de tus crueles enemigos. 

Mi Jesús, estás solo. 

Tus purísimos ojos miran a tu alrededor para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados por Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y mientras descubres que ninguno, ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante llanto. 

Y Tú sientes más dolor por el abandono de tus fieles amigos que por lo que te están haciendo tus mismos enemigos. 

Mi Jesús, no llores, o haz que yo llore junto contigo. 

Y el amable Jesús parece que dice: 

«Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí; por tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa, que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos hacen ver que están en torno a Mí, pero Yo permanezco siempre solo. 

Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono! 

No sólo me lloran los ojos, sino que me sangra el corazón. 

Ah, te ruego que repares mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás jamás solo». 

¡Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y fundiéndome en tu divina Voluntad! 

Pero mientras Tú lloras el abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún ultraje que te puedan hacer. 

Oprimido y atado como estás, oh mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga tropezar en las piedras y herirte con las espinas. 

Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de la cabeza. 

Mi vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin de poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche para ofenderte mayormente: 

quién con sus encuentros, quién por placeres, 

quién por teatros, 

quién para llevar a cabo robos sacrílegos. 

Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas ofensas. 

Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas marcada aquella piedra. 

Después, jalándote, te arrastran bajo aquellas aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos, en la boca, en la nariz. 

Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el pecado. 

¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, atrayéndose así los rayos de la divina Justicia!

 Oh vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande? 

Para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas; Tú permites también que estas aguas te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco, que ellos mismos sienten asco de tocarte. 

Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz, uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está lejana, porque así lo dispone el Padre. 

Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos. 

Quiero llorar tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos. 

Mi amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos santos, quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con la tuya para salvar a todas las almas. 

Quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y después continuaremos juntos el camino de tu Pasión.

Reflexiones de la Novena Hora (1 AM) 11-45 

Enero 22, 1913 LAS TRES PASIONES DE JESÚS.

Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús, especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he encontrado toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho: 

Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor, por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso, el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas reciben la vida

El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehízo la gloria del Padre. 

El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza perdida. 

Así que con la Pasión del amor se rehízo y se puso en justo nivel el Amor, 

con la Pasión del pecado se rehízo y se puso a nivel la gloria del Padre, 

con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se rehizo la fuerza de las criaturas

Todo esto lo sufrí en el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí, los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”. 

Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. 

El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho: 

Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. 

¡Ah, cuánto me costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!” 

 

DECIMA HORA De las 2 a las 3 de la mañana.

 JESÚS ES PRESENTADO a ANÁS.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Jesús sea siempre conmigo. 

Dulce Mamá, sigamos juntas a Jesús. 

Mi Jesús, centinela divino que me vigilas en tu corazón, y no queriendo quedarte solo sin mí me despiertas y haces que me encuentre junto contigo en casa de Anás. 

Te encuentras en aquel momento en que Anás te interroga sobre tu doctrina y tus discípulos; y Tú, oh Jesús, para defender la gloria del Padre abres tu sacratísima boca, y con voz sonora y llena de dignidad respondes: 

«Yo he hablado en público, y todos los que aquí están me han escuchado». (Jn 18,20

Ante estas dignas palabras tuyas, todos tiemblan, pero es tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a Ti y te da una bofetada con la mano, tan fuerte de hacerte tambalear y ponerse pálido tu rostro santísimo.

 Ahora comprendo dulce vida mía por qué me has despertado, Tú tenías razón: 

¿Quién habría de sostenerte en este momento en que estás por caer? 

Tus enemigos rompen en risas satánicas, en silbidos y en palmadas, aplaudiendo un acto tan injusto, y Tú, tambaleándote, no tienes en quien apoyarte.

 Mi Jesús, te abrazo, es más, quiero hacer un apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con ánimo y pronta a soportar cualquier pena por amor tuyo; te compadezco por este ultraje, y junto contigo te reparo las timideces de tantas almas que fácilmente se desaniman, por aquellos que por temor no dicen la verdad, por las faltas de respeto debido a los sacerdotes, y por todas las faltas cometidas por murmuraciones. 

Pero veo afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás, y tus enemigos te precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en esta dolorosa caída reparas por aquellos que de noche se precipitan en la culpa, aprovechándose de las tinieblas, y llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe. 

También yo quiero seguirte en esas reparaciones, y mientras llegas ante Caifás te envío mis suspiros para defenderte de tus enemigos. 

Y mientras yo duermo continúa haciéndome de centinela y despiértame cuando tengas necesidad. 

Por eso dame un beso y bendíceme, y yo beso tu corazón y en él continúo mi sueño.

Reflexiones de la Décima Hora (2 AM) 2-27 Mayo 31, 1899.

 JESÚS SE LAMENTA DEL CONFESOR

Esta mañana, estando en mi habitual estado, mi adorable Jesús ha venido y al mismo tiempo vi al confesor. 

Jesús se mostraba un poco disgustado con él, porque parecía que el confesor quería que todos aprobasen que lo mío era obra de Dios, y casi quería convencer a otros sacerdotes con manifestarles algunas cosas de mi interior. 

Jesús se ha vuelto al confesor y le ha dicho: 

Esto es imposible, hasta Yo tuve contrarios, y esto en personas de las más notables y también sacerdotes y otras dignidades, tuvieron que decir sobre mis santas obras, hasta tacharme de endemoniado. 

Estas oposiciones, aun por personas religiosas, Yo las permito para hacer que a su tiempo pueda relucir más la verdad. 

Que quieras hacerte aconsejar por dos o tres sacerdotes de los más buenos y santos y aun doctos, para tener luz y hasta para hacer lo que quiero Yo en las cosas que se deben hacer, como es el consejo de los buenos y la oración, esto Yo lo permito, pero el resto no, no, sería querer hacer un derroche de mis obras y ponerlas en burla, lo que mucho me disgusta”. Después me dijo a mí: “Lo que quiero de ti es un obrar recto y simple, que del pro y del contra de las criaturas no te preocupes, déjalas pensar como quieran, sin tomarte el más mínimo fastidio, pues el querer que todos sean favorables es un querer desviarse de la imitación de mi Vida”.

 

UNDÉCIMA HORA De las 3 a las 4 de la mañana.

JESÚS EN CASA DE CAIFÁS.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y digo: 

«Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay quién te defienda».

 Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente. 

Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti? 

¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar? 

Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré para defenderte. 

Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me estrecha más fuerte y me dice: 

«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable

Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta»

Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos. 

Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara. 

Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. 

Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta que hace aterrorizar  a los mismos enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. 

¡Ah, cómo se distingue bien la inocencia y el pecado! 

Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en acto de ser condenado. 

Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos. 

¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es tu amor! 

Y quién te acusa de una cosa y quién de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.

LAS NEGACIONES DE PEDRO.

Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar por el dolor. 

Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora? 

Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta ahora. 

Dime, dime qué pasa. 

Hazme partícipe de todo, oh Jesús. 

«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? 

Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce. 

¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces? 

¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado

¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor! 

¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la ocasión!» 

Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de tus más amados. 

Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro. 

A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las ocasiones. 

Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice: 

«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63) 

Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes: 

«Tú lo dices, ¡sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las naciones!» (Mt 26, 64

Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice a todos: 

«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 

¡Ya ha dicho una gran blasfemia! 

¿Qué más esperamos para condenarlo? 

¡Ya es reo de muerte!» (Mt 26, 65-66) 

 

Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies. 

Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos. 

Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. 

Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. 

Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo obligada a resignarme. 

Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados. 

Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.

Reflexiones de la Undécima Hora (3 AM) 10-7 Diciembre 22, 1910.

 Para poder obrar cosas grandes para Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza.

Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente a varios sacerdotes, y el bendito Jesús decía:

Para ser hábil en obrar cosas grandes para Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse sólo de la estima de Nuestro Señor y de lo que corresponde al honor y gloria suya; es necesario triturar, pulverizar lo que concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y he aquí que, no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y tendrán los frutos deseados por ustedes y por Mí, como la obra de las reuniones de los sacerdotes que te dije antes, y uno de estos podría ser hábil para promover y también efectuar esta obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de respeto humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra al alma circundada por estas bajezas, vuela y no se detiene y el sacerdote queda hombre y obra como hombre, y tiene en su obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los efectos que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de Jesucristo”.

 

Enero 28, 1911 El amor fuerza a Dios a romper los velos de la fe. 

La Iglesia está agonizante, pero no morirá. 

…“Hija mía, la Iglesia en estos tiempos está agonizante, pero no morirá, más bien resurgirá más bella.

Los sacerdotes buenos luchan por llevar una vida más desapegada, más sacrificada, más pura; los malos sacerdotes luchan por una vida más interesada, más cómoda, más sensual, toda terrena. 

Yo hablo a los primeros, pero no a los segundos, hablo a los primeros, o sea a los pocos buenos, aunque sea uno solo por ciudad o país, a éstos hablo y mando, ruego, suplico que hagan estas casas de reunión, salvándome a los sacerdotes que vendrán a estos asilos, volviéndolos libres del todo de cualquier vínculo de familia, y por estos pocos buenos se recuperará mi Iglesia de su agonía, éstos son mi apoyo, mis columnas, la continuación de la vida de la Iglesia. 

Yo no hablo a los segundos, a todos aquellos que no quieren desvincularse de los vínculos de la familia, porque si hablo ciertamente no soy escuchado, es más, al sólo pensar en romper cualquier vínculo quedan indignados, ¡ah! desgraciadamente están habituados a beber la taza del interés y otras más, que mientras es dulzura a la carne, es veneno para el alma, estos tales terminarán por beber la cloaca del mundo. 

Yo quiero salvarlos a cualquier costo, pero no soy escuchado, por eso hablo, pero para ellos es como si no hablase”.

Septiembre 4, 1918 LAMENTOS DE JESÚS POR LOS SACERDOTES.

 Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús en cuanto ha venido me ha dicho: 

Hija mía, las criaturas quieren desafiar mi justicia, no quieren rendirse y por eso mi justicia hace su curso contra las criaturas, y éstas de todas las clases, no faltando ni siquiera aquellos que se dicen mis ministros, y tal vez éstos más que los demás; que veneno contienen, envenenan a quien se les acerca, en lugar de ponerme a Mí en las almas quieren ponerse ellos, quieren hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo quedo a un lado; su contacto venenoso en lugar de hacer a las almas recogidas, me las distraen; en vez de hacerlas retiradas, las hacen más disipadas, más defectuosas, tanto, que se ven almas que no tienen contacto con ellos más buenas, más recogidas, más retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno; estoy obligado a permitir que las gentes se alejen de las iglesias, de los sacramentos, a fin de que su contacto no me las envenene más y las vuelva más malas. 

Mi dolor es grande, las heridas de mi corazón son profundas, por eso ruega, y unida con los pocos buenos que hay, compadece mi acerbo dolor”.

Abril 7, 1919 Efectos del Querer Divino. Amenazas de castigos. 

Después me ha transportado en medio de las criaturas, pero ¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús con acento doloroso ha agregado:

 “Qué desorden en el mundo, pero este desorden es culpa de las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los súbditos, por tanto, han cerrado los ojos ante los males de los miembros, porque hubieran recriminado los males propios, y si lo han hecho ha sido todo en modo superficial, porque no teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían infundirla en los demás? 

Y cuántas veces estas perversas cabezas han antepuesto los malos a los buenos, tanto que los pocos buenos han quedado turbados por este actuar de las cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en modo especial”. 

Y yo: 

“Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si Tú los golpeas faltaran los regidores”. 

Y Jesús: 

¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi Iglesia? 

Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar al mundo. 

El enemigo está ya a sus puertas, las revoluciones están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las cabezas serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el enemigo no tenga la libertad de convertir todo en ruinas”.

 

DUODÉCIMA HORA De las 4 a las 5 de la mañana.

 JESÚS EN MEDIO DE LOS SOLDADOS.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Dulcísima vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu corazón dormía, sentía muy a menudo los pinchazos de las espinas que herían a tu corazón santísimo; y queriéndome despierta junto contigo, para tener al menos una que vea todas tus penas y te compadezca, me estrechas más fuerte a tu corazón, y yo, sintiendo más a lo vivo tus pinchazos, me despierto, pero, ¿qué veo? ¿Qué siento? 

Quisiera esconderte dentro de mi corazón para ponerme yo en lugar tuyo y recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y humillaciones tan increíbles, que sólo tu amor podría soportar tantos ultrajes. 

Mi pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías esperar de gente tan inhumana? Ya veo que juegan contigo, te cubren el rostro de densos salivazos, la luz de tus bellos ojos queda eclipsada por los salivazos, y derramando ríos de lágrimas por nuestra salvación retiras esos salivazos de tus ojos, y aquellos malvados, no soportando su corazón ver la luz de tus ojos, vuelven a cubrirlos de nuevo con salivazos, otros haciéndose más atrevidos en el mal, te abren tu dulcísima boca y te la llenan de fétidos salivazos, tanto que ellos sienten nausea, y como algunos de esos esputos caen, muestran en parte la majestad de tu rostro, tu sobrehumana dulzura. 

Ellos se sienten estremecer y se avergüenzan de ellos mismos y para estar más libres te vendan los ojos con un vilísimo trapo, de modo de poder desenfrenarse del todo sobre tu adorable persona; así que te golpean sin piedad, te arrastran, te pisotean bajo sus pies, repiten los puñetazos, las bofetadas, sobre tu rostro y sobre tu cabeza, rasguñándote y jalándote los cabellos y empujándote de un lado a otro.

 Jesús, amor mío, mi corazón no resiste verte en tantas penas, Tú quieres que ponga atención a todo, pero yo siento que quisiera cubrirme los ojos para no ver escenas tan dolorosas que arrancan de cada pecho los corazones, pero tu amor me obliga a ver lo que sucede contigo, y veo que no abres la boca, que no dices ni una palabra para defenderte, estás en manos de esos soldados como un harapo, y te pueden hacer lo que quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo que mueras bajo sus pies. 

Mi bien y mi todo, es tanto el dolor que siento por tus penas, que quisiera gritar tan fuere que me hiciera oír en el Cielo para llamar al Padre, al Espíritu Santo y a los ángeles todos, y aquí en la tierra, de un extremo a otro, llamar en primer lugar a la dulce Mamá y a todas las almas amantes, a fin de que haciendo un cerco en torno a Ti, impidamos el paso a estos insolentes soldados para que no te insulten y atormenten más, y junto contigo reparemos toda clase de pecados nocturnos, especialmente aquellos que cometen los sectarios sobre tu sacramental persona en las horas de la noche, y todas las ofensas de aquellas almas que no se mantienen fieles en la noche de la prueba. 

Pero veo, insultado bien mío, que los soldados, cansados y ebrios quieren descansar, y mi pobre corazón oprimido y lacerado por tus tantas penas no quiere quedarse solo contigo, siente la necesidad de otra compañía, ah dulce Mamá mía, sé Tú mi inseparable compañía; me estrecho fuerte a tu mano materna y te la beso y Tú fortifícame con tu bendición, y abrazándonos junto con Jesús apoyemos nuestra cabeza sobre su dolorido corazón para consolarlo. 

Oh Jesús, junto con la Mamá te beso, bendícenos y junto con Ella tomaremos el sueño del amor en tu adorable corazón.

Reflexiones de la Duodécima Hora (4 AM) 4-59 Marzo 19, 1901.

 Le explica el modo de sufrir. 

Esta mañana, encontrándome toda oprimida y sufriente, sobre todo por la privación de mi dulce Jesús, después de mucho esperar, en cuanto lo he visto me ha dicho: 

“Hija mía, el verdadero modo de sufrir es no mirar de quién vienen los sufrimientos, ni qué cosa se sufre, sino al bien que debe venir de los sufrimientos; este fue mi modo de sufrir, no miré ni a los verdugos, ni al sufrir, sino al bien que quería hacer por medio de mi sufrir, aun a aquellos mismos que me daban el sufrimiento, y mirando el bien que debía producir a los hombres desprecié todo lo demás, y con intrepidez seguí el curso de mi sufrir. 

Hija mía, este es el modo más fácil y más provechoso para sufrir no sólo con paciencia, sino con ánimo invicto y animoso”.

 

Así como en Jesús, en las almas todo debe callar. 

Esta mañana mi siempre amable Jesús se hacía ver bajo una tempestad de golpes, y con su dulce mirada me miraba pidiéndome ayuda y refugio. 

Yo me he arrojado hacia Él para quitarlo de aquellos golpes y encerrarlo en mi corazón, y Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, mi Humanidad bajo los golpes de los flagelos callaba, y no sólo callaba la boca, sino todo en Mí callaba: 

Callaba la estima, la gloria, la potencia, el honor; pero con mudo lenguaje hablaban elocuentemente mi paciencia, las humillaciones, mis llagas, mi sangre, el aniquilamiento casi hasta el polvo de mi Ser; y mi amor ardiente por la salud de las almas ponía un eco a todas mis penas. 

He aquí hija mía el verdadero retrato de las almas amantes, todo debe callar en ellas y en torno a ellas: 

Estima, gloria, placeres, honores, grandezas, voluntad, criaturas, y si las hubiera, debe estar como sorda y como si nada viera, en cambio debe hacer entrar en ella mi paciencia, mi gloria, mi estima, mis penas, y en todo lo que hace, piensa, ama, no será otra cosa que amor, el cual tendrá un solo eco con el mío y me pedirá almas. 

Mi amor por las almas es grande, y como quiero que todos se salven, por eso voy en busca de almas que me amen y que tomadas por las mismas ansias de mi amor, sufran y me pidan almas. Pero, ¡ay de Mí, qué escaso es el número de los que me escuchan!

 

DECIMOTERCERA HORA De las 5 a las 6 de la mañana.

 Jesús en prisión.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde estás? Ángel mío, llévame a la casa de Caifás. 

Pero busco, recorro, vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro. 

Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas que tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída por Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus brazos. 

Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión. 

Mi corazón, mientras exulta de alegría por encontrarte, lo siento herido por el dolor al ver el estado al que te han reducido. Te veo atado a una columna, con las manos atrás, atados los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y ensangrentado por las brutales bofetadas recibidas, tus santísimos ojos lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia, tus cabellos todos en desorden, tu santísima persona toda golpeada, y por añadidura no puedes valerte por Ti mismo para ayudarte y limpiarte porque estás atado. 

Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a tus pies exclamo: 

«¡Ay de mí, cómo te han dejado, oh Jesús!» 

Y Jesús mirándome, me responde: 

«Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves que hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder continuar mi vida en ti.» 

Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus penas, con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti para tomar todos sus males sobre de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y como estamos al amanecer del día oigo tu voz dulcísima que dice: 

«Padre Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y por lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama al día y el día hace surgir el sol, así la aurora de la gracia despunte en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino, pueda surgir en todos los corazones y reinar en todos. 

Mira, oh Padre a estas almas, Yo quiero responderte por todas, por sus pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y de mi muerte».

Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también yo te agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en todos los corazones la aurora de la gracia para que Tú, Sol divino, puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre todos. 

Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas todas las primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que al principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y llamas en Ti, como en custodia, los pensamientos, los afectos y palabras de las criaturas para reparar y dar al Padre la gloria que ellas le deben. 

Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento para Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones sofocadas. 

Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria. 

Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han ensuciado, y como la posición en la que te han atado es desgarradora, no puedes cerrar tus ojos cansados para tomar reposo. 

Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos un lecho para darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y repararte por cuantas veces no hemos tenido la intención de agradarte y de mirarte para ver qué querías de nosotros, qué cosa debíamos hacer y adónde querías que fuésemos; quiero fundir mis ojos y los de todas las criaturas en los tuyos, para poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la vista.

 Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en tus oídos de todas las ofensas de las criaturas; te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y hemos sido sordos, hemos fingido no escucharte, y Tú, cansado bien mío, has repetido las llamadas, pero en vano; quiero fundir mis oídos y los de todas las criaturas en los tuyos para darte una continua y completa reparación. 

Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo para restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos los desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.

Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por los golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y la de todas las criaturas en la tuya, para reparar con tu misma lengua por todos los pecados y las conversaciones malas que se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las voces en una sola con la tuya, para hacer que cuando estén por ofenderte, tu voz corriendo en la voz de las criaturas sofoque las voces del pecado y las cambie en voces de alabanza y de amor. 

Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de la espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a la columna; ya tus manos están hinchadas y amoratadas por la estrechez de las ataduras y de algunas partes brota sangre. 

Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y si amas ser atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en vez de hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero fundirme en tu cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para poder reparar junto contigo todos los apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor; para poder reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú tienes que no puedes contenerlo; para poder reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a las comodidades y dar a todos el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento. 

Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas las obras malas y por el bien hecho malamente y con presunción, y dar a todos el perfume de tus obras.

 Y fundiéndome en tus pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte y dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente. 

Y ahora dulce vida mía, permíteme que fundiéndome en tu corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para repararlos junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y deseos, a fin de que ninguno te ofenda más. Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos que vienen a llevarte. 

¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la sangre porque Tú estarás de nuevo en manos de tus enemigos! 

¿Qué será de Ti? 

Me parece oír también el ruido de las llaves de los tabernáculos, cuántas manos profanadoras vienen a abrirlos y tal vez para hacerte descender en corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas eres obligado a encontrarte. 

Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en todas tus prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te saquen y hacerte compañía y repararte por las ofensas que puedas recibir. 

Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú saludas al sol naciente en el último de tus días, y ellos desatándote y viéndote todo majestad y que los miras con tanto amor, en pago descargan sobre tu rostro bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima sangre.

Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te ruego que me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el resto de tu Pasión. 

Reflexiones de la Decimotercera Hora (5 AM).

Las penas que sufrió Jesús en las tres horas de prisión.

 Esta noche la he pasado en vigilia, y mi mente frecuentemente volaba a mi Jesús atado en la prisión, quería abrazarme a aquellas rodillas que temblaban por la cruel y dolorosa posición en la que los enemigos lo habían atado, quería limpiarlo de aquellos salivazos con los que lo habían ensuciado. Pero mientras esto pensaba, mi Jesús, mi vida, se ha dejado ver como entre densas tinieblas, en las cuales apenas se descubría su adorable persona, y sollozando me ha dicho: 

Hija, los enemigos me dejaron solo en la prisión, atado horriblemente y en la oscuridad, así que en torno a Mí todo era densas tinieblas; ¡oh!, cómo me afligía esta oscuridad, tenía las vestiduras bañadas por las sucias aguas del torrente cedrón, sentía la peste de la prisión y de los salivazos con los que estaba cubierto, tenía los cabellos en desorden, sin una mano piadosa que me los quitara de los ojos y de la boca, las manos atadas por las cadenas, y la oscuridad no me permitía ver mi estado, ay de Mí, demasiado doloroso y humillante. 

¡Oh, cuántas cosas decía este mi estado tan doloroso en esta prisión! 

En la prisión estuve tres horas, con esto quise rehabilitar las tres edades del mundo: 

La de la ley natural, la de la ley escrita, y la de la ley de la gracia; quería liberarlos a todos, reuniéndolos a todos juntos y darles la libertad de hijos míos. 

Con estar tres horas quise también rehabilitar las tres edades del hombre: 

La niñez, la juventud y la vejez, quise rehabilitarlo cuando peca por pasión, por voluntad y por obstinación. 

¡Oh! cómo la oscuridad que veía en torno a Mí me hacía sentir las densas tinieblas que produce la culpa en el hombre, ¡oh! cómo lo lloraba y le decía: 

“Oh hombre, son tus culpas las que me han arrojado en estas densas tinieblas, las cuales sufro para darte la luz, son tus infamias quienes así me han ensuciado, a las cuales la oscuridad no me permite ni siquiera ver; mírame, soy la imagen de tus culpas, si quieres conocerlas míralas en Mí”. 

También debes saber que en la última hora que estuve en la prisión despuntó el alba, y por las fisuras entró algún resplandor de luz, ¡oh! cómo respiró mi corazón al poderme ver, mi estado tan doloroso, pero esto significaba cuando el hombre cansado de la noche de la culpa, la gracia como alba se pone en torno a él, mandándole resplandores de luz para llamarlo, por eso mi corazón dio un suspiro de alivio, y en esta alba te vi a ti, mi amada prisionera, a quien mi amor debía atar en este estado, y que no me habrías dejado solo en la oscuridad de la prisión, sino que esperando el alba a mis pies, y siguiendo mis suspiros, habrías llorado Conmigo la noche del hombre; esto me alivió y ofrecí mi prisión para darte la gracia de seguirme. 

Pero otro significado contenía esta prisión y esta oscuridad, y era mi larga permanencia en la prisión en los tabernáculos, la soledad en la cual soy dejado, en la que muchas veces no tengo a quién decir una palabra o darle una mirada de amor; otras veces siento en la santa hostia la impresión de los toques indignos, la peste de manos purulentas y enfangadas, y no hay quien me toque con manos puras y me perfume con su amor, y cuántas veces la ingratitud humana me deja en la oscuridad, sin la mísera luz de una lamparita, así que mi prisión continúa y continuará. Y como ambos somos prisioneros, tú prisionera en tu lecho sólo por amor a Mí, y Yo prisionero por ti, atemos, con las cadenas que me tienen atado, a todas las criaturas con mi amor, así nos haremos compañía recíprocamente y me ayudarás a extender las cadenas para atar todos los corazones a mi amor”. Después estaba pensando para mí: 

“Qué pocas cosas se saben de Jesús, mientras que ha hecho tanto, ¿por qué han hablado tan poco de todo lo que mi Jesús hizo y sufrió? Y regresando de nuevo ha agregado: 

Hija mía, todos son avaros Conmigo, aun los buenos, cuánta avaricia tienen Conmigo, cuántas restricciones, cuántas cosas no manifiestan de lo que les digo y comprenden de Mí, y tú, ¿cuántas veces no eres avara Conmigo? 

Cuantas veces no escribes lo que te digo o no lo manifiestas, es un acto de avaricia que haces Conmigo, porque cada conocimiento de más que se tiene de Mí, es una gloria y un amor de más que recibo de las criaturas. 

Por tanto, sé atenta, y sé más liberal Conmigo, y Yo seré más liberal contigo”.

 

Diciembre 3, 1926 Cómo la prisión de Jesús es símbolo de la prisión de la voluntad humana. 

Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado Jesús en su dolorosa prisión, que estando atado a una columna, por el modo tan bárbaro como lo habían atado no podía estar firme, apoyado en la columna, sino que estaba suspendido, con las piernas dobladas atadas a ella y por tanto se tambaleaba ahora a la derecha, ahora a la izquierda. 

Y yo abrazándome a sus rodillas para hacerlo estar firme y reordenándole los cabellos todos revueltos que le cubrían hasta su rostro adorable, no faltándole ni siquiera los salivazos que tanto lo habían ensuciado. 

¡Oh! cómo habría querido desatarlo para liberarlo de aquella posición tan dolorosa y humillante. Y mi prisionero Jesús todo afligido me ha dicho: 

Hija mía, ¿sabes por qué permití ser puesto en la prisión en el curso de mi Pasión? 

Para liberar al hombre de la prisión de la voluntad humana. Mira cómo es horrenda mi prisión, era un pequeño lugar que servía para encerrar las inmundicias y excrementos de las criaturas, así que la peste era intolerable, la oscuridad era densa, no me dejaron ni siquiera una pequeña lamparita, mi posición era desgarradora, ensuciado de salivazos, con los cabellos revueltos, adolorido en todos los miembros, atado, ni siquiera derecho sino encorvado, no me podía ayudar en ningún modo, ni siquiera quitarme los cabellos de los ojos que me molestaban. 

Esta mi prisión es la verdadera similitud de la prisión que forma la voluntad humana de las criaturas, la peste que exhala es horrible, la oscuridad es densa, muchas veces no les queda ni siquiera la pequeña lamparita de la razón, están siempre inquietas, trastornadas, ensuciadas por pasiones viles.

 ¡Oh! cómo hay que llorar sobre esta prisión de la voluntad humana, cómo sentí a lo vivo en esta prisión el mal que había hecho a las criaturas; fue tanto mi dolor que derramé amargas lágrimas y pedí a mi Celestial Padre que liberase a las criaturas de esta prisión tan ignominiosa y dolorosa. También tú pide junto Conmigo que las criaturas se liberen de su voluntad”. 

 

Diferencia entre la gruta y la prisión de la Pasión

Después de esto estaba pensando cómo era infeliz aquella gruta donde el niñito Jesús había nacido, cómo estaba expuesta a todos los vientos, al frío, de hacer temblar por el frío, en vez de hombres había bestias que le hacían compañía. 

Por eso pensaba cuál podría ser más infeliz y dolorosa, la prisión de la noche de su Pasión o la gruta de Belén. Y mi dulce niño ha agregado: 

Hija mía, no se puede comparar la infelicidad de la prisión de mi Pasión con la gruta de Belén. 

En la gruta tenía a mi Mamá junto, en alma y cuerpo estaba junto Conmigo, por lo tanto, tenía todas las alegrías de mi amada Mamá y Ella tenía todas las alegrías de Mí, Hijo suyo, que formaban nuestro Paraíso. 

Las alegrías de Madre con poseer al Hijo son grandes, las alegrías de poseer una Madre son más grandes aún; Yo encontraba todo en Ella y Ella encontraba todo en Mí; además estaba mi amado padre San José que me hacía de padre, y Yo sentía todas las alegrías que él sentía por causa mía. En cambio en mi Pasión fueron interrumpidas todas nuestras alegrías, porque debíamos dar lugar al dolor, y sentíamos entre Madre e Hijo el gran dolor de la cercana separación, al menos sensible, que debía suceder con mi muerte. 

En la gruta las bestias me reconocieron y honrándome buscaban calentarme con su aliento, en la prisión ni siquiera los hombres me reconocieron y para insultarme me cubrieron de salivazos y de oprobios, por eso no hay comparación entre la una y la otra”.

 

DECIMOCUARTA HORA De las 6 a las 7 de la mañana.

 Jesús de nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, estás tan agotado que vacilas a cada paso. 

Quiero ponerme a tu lado para sostenerte cuando vea que estás a punto de caer.

 Pero veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh mi Jesús, como sol apareces en medio de ellos, y si bien desfigurado, envías luz por todas partes. 

Veo que Caifás se regocija de gusto al verte tan malamente reducido, y a los reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te pregunta de nuevo: 

«¿Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo de Dios?» (Mt 26, 63) Y Tú amor mío, con una majestad suprema y con una gracia en tu decir, con tu acostumbrado acento dulce y conmovedor que rapta los corazones respondes: 

«Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios». (Mt 26. 64

Y ellos, si bien sienten toda la fuerza de tu palabra, sofocando todo, sin querer saber más, con voz unánime gritan: 

«¡Es reo de muerte, es reo de muerte!» (Mt 26, 66) 

Y Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilatos. 

Y Tú, condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación que casi la arrebatas del inicuo pontífice, y reparas todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por aquellos que en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos. 

Vida mía, tus reparaciones y oraciones hacen eco en mi corazón y reparo y suplico junto contigo. 

Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les quedaba de Ti, al verte sentenciado a muerte te toman y agregan cuerdas y cadenas, te atan tan fuerte que casi quitan el movimiento a tu divina Persona, y empujándote y arrastrándote te sacan del palacio de Caifás. 

Turbas del pueblo te esperan, pero ninguno para defenderte, y Tú, mi Sol divino, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con tu luz.

 Y conforme das los primeros pasos, queriendo encerrar en los tuyos todos los pasos de las criaturas, ruegas y reparas por aquellos que dan sus primeros pasos y obran con fines malos: 

quién para vengarse, quién para matar, quién para traicionar, quién para robar, y tantas otras cosas. 

Oh, cómo todas estas culpas te hieren el corazón, y para impedir tanto mal, ruegas, reparas y te ofreces todo Tú mismo. 

Pero mientras te sigo, veo que Tú, mi sol Jesús, al momento de salir del palacio de Caifás te encuentras con la bella María, nuestra dulce Mamá; vuestras miradas se encuentran, se hieren, y si bien quedáis aliviados al veros, también se agregan nuevos dolores: 

Tú, al ver a la bella Mamá traspasada, pálida y enlutada; y a la amada Mamá al verte a Ti, sol divino, eclipsado por tantos oprobios, lloroso y envuelto en un manto de sangre. 

Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de miradas, y con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra, vuestros corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro cesan de mirarse porque los soldados te empujan, y así, pisoteado y arrastrado llegas a Pilatos. 

Mi Jesús, me uno a la traspasada Mamá en seguirte, para fundirme junto con Ella en Ti; y dándome una mirada de amor, bendíceme.

Reflexiones de la Decimocuarta Hora (6 AM) 13-19 Septiembre 21, 1921.

 Dios quiere dar sus bienes a sus hijos. El obrar en la Divina Voluntad es día. 

Después he regresado en mí misma, y era la hora cuando mi amado Jesús salía de la prisión y era llevado de nuevo ante Caifás, yo he tratado de acompañarlo en este misterio, y Jesús me ha dicho:

 “Hija mía, cuando fui presentado ante Caifás era pleno día, y era tanto el amor que Yo tenía hacia las criaturas, que salía en este último día ante el pontífice todo deformado, llagado, para recibir la condena de muerte; pero cuantas penas debía costarme esta condena, y Yo estas penas las convertía en días eternos, con los cuales circundaba a cada una de las criaturas, a fin de que alejándole las tinieblas, cada una encontrara la luz necesaria para salvarse y ponía a su disposición mi condena de muerte para que encontraran en ella su vida. 

Así que cada pena y cada bien que Yo hacía, era un día de más que daba a la criatura; y no sólo Yo, sino también el bien que hacen las criaturas es siempre día que forman, así como el mal es noche

Sucede como cuando una persona tiene una luz y se encuentran cerca de ella diez, veinte personas, a pesar de que la luz no es de todas, sino de una sola, las otras gozan de la luz, pueden trabajar, leer, y mientras ellas se aprovechan de la luz, no hacen ningún daño a la persona que la posee. 

Así sucede con el bien obrar, no sólo es día para ella, sino que puede hacer el día a quién sabe cuántas otras; el bien es siempre comunicativo y mi amor no sólo me incitaba a Mí, sino que daba la gracia a las criaturas que me aman de formar tantos días en provecho de sus hermanos, por cuantas obras buenas van haciendo”.

 

DECIMOQUINTA HORA De las 7 a las 8 de la mañana.

 Jesús ante Pilatos.

 Pilatos lo envía a Herodes.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Atado bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes te presentan ante Pilatos, y ellos fingiendo santidad y escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan fuera en el atrio, y Tú, mi amor, viendo el fondo de su malicia reparas las hipocresías del cuerpo religioso. 

También yo reparo junto contigo, pero mientras Tú te ocupas del bien de ellos, ellos en cambio comienzan a acusarte ante Pilatos, vomitando todo el veneno que tienen contra Ti, pero Pilatos mostrándose insatisfecho de las acusaciones que te hacen, para poderte condenar con motivo te llama aparte y a solas te examina y te pregunta: 

«¿Eres Tú el rey de los judíos?» (Jn 18, 33) 

Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes: 

«Mi reino no es de este mundo; de lo contrario millares de legiones de ángeles me defenderían». 

Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de tu palabra, sorprendido te dice: 

«¿Cómo, Tú eres rey?» (Jn 18, 37) 

Y Tú: «Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad». (Jn 18, 37) 

Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice: 

«Yo no encuentro culpa alguna en este hombre». (Jn 18, 38).

Los judíos enfurecidos te acusan de tantas otras cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las debilidades de los jueces cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus injusticias, y ruegas por los inocentes oprimidos y abandonados. 

Entonces Pilatos al ver el furor de tus enemigos y para desentenderse te envía a Herodes.

Jesús ante Herodes.

Mi Rey divino, quiero repetir tus oraciones y reparaciones y acompañarte hasta Herodes. 

Veo que tus enemigos, enfurecidos, quisieran devorarte y te conducen entre insultos, burlas y befas, y así te hacen llegar ante Herodes, el cual en actitud soberbia te hace muchas preguntas, y Tú no respondes, no lo miras, y Herodes irritado porque no se ve satisfecho en su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio, dice a todos que Tú eres un loco y sin juicio, y como a tal ordena que seas tratado, y para mofarse de Ti hace que seas vestido con una vestidura blanca y te entrega en las manos de los soldados para que te hagan lo peor que puedan. 

Inocente Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los judíos, porque su fingida religiosidad no merece que resplandezca en sus mentes la luz de la verdad. 

Mi Jesús, sabiduría infinita, cuánto te cuesta el haber sido declarado loco. 

Los soldados abusando de Ti te arrojan por tierra, te pisotean, te cubren de salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y son tantos los golpes que te sientes morir. 

Son tales y tantas las penas, los oprobios, las humillaciones que te hacen, que los ángeles lloran y se cubren el rostro con sus alas para no verlas. 

También yo, mi loquito Jesús, quiero llamarte loco, pero loco de amor, y es tanta tu locura de amor que en vez de ofenderte, Tú ruegas y reparas por las ambiciones de los reyes que ambicionan reinos para ruina de los pueblos, por las destrucciones que provocan, por tanta sangre que hacen derramar por sus caprichos, por todos los pecados de curiosidad y por las culpas cometidas en las cortes y en las milicias. 

Mi Jesús, cómo es tierno el verte en medio de tantos ultrajes orando y reparando, tus palabras repercuten en mi corazón y sigo lo que haces Tú.

 Y ahora deja que me ponga a tu lado y tome parte en tus penas y te consuele con mi amor, y alejándote a los enemigos, te tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente. 

Dulce amor mío, veo que no te dan reposo y que Herodes te envía nuevamente a Pilatos. 

Si doloroso ha sido el venir, más trágico será el regreso, porque veo que los judíos están más enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir a cualquier precio. 

Por eso antes que salgas del palacio de Herodes quiero besarte, para testimoniarte mi amor en medio de tantas penas, y Tú fortifícame con tu beso y con tu bendición, y te sigo ante Pilatos.

 

Reflexiones de la Decimoquinta Hora (7 AM) 13-18 Septiembre 16, 1921

 Herodes se burla de Jesús.

 Jesús al obrar formaba nuestras obras en el Divino Querer. 

Estaba haciendo la hora de la Pasión cuando mi dulce Jesús se encontraba en el palacio de Herodes vestido de loco, recibiendo burlas, y mi siempre amable Jesús, haciéndose ver me ha dicho: 

Hija mía, no solamente en aquel momento fui vestido de loco, escarnecido y recibí burlas, sino que las criaturas continúan dándome estas penas, más bien estoy bajo continuas burlas y por toda clase de personas

Si una persona se confiesa y no mantiene sus propósitos de no ofenderme, es una burla que me hace; si un sacerdote confiesa, predica, administra Sacramentos, y su vida no corresponde a las palabras que dice y a la dignidad de los Sacramentos que administra, tantas burlas me hace por cuantas palabras dice, por cuantos Sacramentos administra; y mientras Yo en los Sacramentos les doy la vida nueva, ellos me dan escarnios, burlas, y al profanarlos me preparan la vestidura para vestirme de loco; si los superiores ordenan a sus inferiores sacrificios, oración, virtud, desinterés, y ellos llevan una vida cómoda, viciosa, interesada, son tantas burlas que me hacen; si las cabezas civiles y eclesiásticas quieren la observancia de las leyes, y ellos son los primeros transgresores, son burlas que me hacen. 

¡Oh, cuántas burlas me hacen! Son tantas que estoy cansado de ellas, especialmente cuando bajo apariencia de bien ponen el veneno del mal, ¡oh! cómo hacen de Mí un juego, como si Yo fuera su juguete y su pasatiempo, pero mi justicia tarde o temprano se burlará de ellos castigándolos severamente. 

Tú reza y repárame estas burlas que tanto me duelen, y que son la causa por la que no puedo hacer conocer quién soy Yo”. 

Después, habiendo venido nuevamente, y como yo estaba fundiéndome toda en el Divino Querer, me ha dicho:

 “Hija queridísima de mi Querer, Yo estoy esperando con ansia tus fusiones en mi Voluntad; tú debes saber que conforme Yo pensaba en mi Voluntad, así iba modelando tus pensamientos en Ella, preparándoles su lugar; al obrar, modelaba tus obras en mi Querer, y así de todo lo demás. 

Ahora, lo que Yo hacía no lo hacía para Mí, porque no tenía necesidad, sino para ti, y por eso te espero en mi Voluntad para que vengas a tomar los lugares que te preparó mi Humanidad, y sobre las obras que preparé ven a hacer las tuyas, y entonces por ello estaré contento y recibiré completa gloria cuando te vea hacer lo que Yo hice”.

Noviembre 22, 1921 La pena que más traspasó a Jesús en su Pasión fue el fingimiento. 

Dicho esto ha desaparecido. 

Después ha regresado y ha agregado: 

Hija mía, la pena que más me traspasó en mi Pasión fue el fingimiento de los fariseos, fingían justicia y eran los más injustos; fingían santidad, legalidad, orden, y eran los más perversos, fuera de toda regla y en pleno desorden, y mientras fingían honrar a Dios, se honraban a sí mismos, su propio interés, su propia conveniencia, por eso la luz no podía entrar en ellos, porque sus modos fingidos les cerraban las puertas, y el fingimiento era la llave que a doble giro de cerradura, cerrándola a muerte, obstinadamente impedía aun cualquier resplandor de luz, tanto que Pilatos, idólatra, encontró más luz que los mismos fariseos, porque todo lo que él hizo y dijo no partía del fingimiento, sino a lo más del temor, y Yo me siento más atraído hacia el pecador más perverso, no fingido, que hacia aquellos que son más buenos, pero fingidos

¡Oh!, cómo me da repugnancia quien aparentemente hace el bien, finge ser bueno, reza, pero por dentro anida el mal, el propio interés, y mientras los labios rezan su corazón está lejano de Mí, y en el mismo acto de hacer el bien piensa cómo satisfacer sus pasiones brutales. 

Además, el hombre fingido en el bien que aparentemente hace y dice, no es capaz de dar luz a los demás, habiéndole cerrado las puertas a la luz, así que obran como demonios encarnados, que muchas veces bajo aspecto de bien atraen al hombre, y éstos viendo el bien se dejan atraer, pero cuando van en lo mejor del camino los precipitan en las culpas más graves

¡Oh! cómo son más seguras las tentaciones bajo aspecto de culpa, que aquellas bajo aspecto de bien, así es más seguro tratar con personas perversas, que con personas buenas pero fingidas, ¿cuánto veneno no esconden, cuantas almas no envenenan? 

Si no fuera por los fingimientos y todos se hicieran conocer por lo que son, se quitarían las raíces del mal de la faz de la tierra, y todos quedarían desengañados”.

 

Jesús ante Pilatos. 

Qué cosa es la verdad. 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las horas de la Pasión de mi dulce Jesús, especialmente cuando fue presentado a Pilatos, el cual le preguntó cuál era su reino, y mi siempre amable Jesús me ha dicho: 

Hija mía, fue la primera vez en mi Vida terrena que tuve que tratar con un gobernante gentil, el cuál me preguntó cuál era mi reino, y Yo le respondí que mi reino no es de este mundo, que si de este mundo fuera, millones de legiones de ángeles me defenderían

Con esto abría a los gentiles mi reino y les comunicaba mi celestial doctrina, tanto que Pilatos me preguntó: ‘

¿Cómo, Tú eres rey?’ 

Y Yo inmediatamente le respondí: 

Rey soy Yo, y he venido al mundo a enseñar la verdad.’ 

Con esto Yo quería abrirme camino en su mente para hacerme conocer, y él, sintiéndose como golpeado me preguntó:

 ‘¿Qué cosa es la verdad?’ 

Pero no esperó mi respuesta, no tuve el bien de hacerme comprender, le habría dicho: 

‘La verdad soy Yo, todo en Mí es verdad; verdad es mi paciencia en medio de tantos insultos; verdad es mi mirada dulce entre tantas burlas, calumnias, desprecios; verdad son mis modos afables, atrayentes, en medio de tantos enemigos, que mientras ellos me odian Yo los amo, y mientras quieren darme la muerte Yo quiero abrazarlos y darles la vida; verdad son mis palabras dignas y llenas de sabiduría celestial; todo en Mí es verdad”.

La verdad es más que sol majestuoso, que por cuanto se quiera pisotear, surge más bello, más luminoso y hace avergonzar a los mismos enemigos, haciéndolos caer por tierra, a sus pies. 

Pilatos me preguntó con ánimo sincero, y Yo le respondí inmediatamente, en cambio Herodes me preguntó con maldad y por curiosidad, y Yo no le respondí, así que a quien quiere saber las cosas santas con sinceridad, Yo me revelo más allá de lo que se quiere; en cambio, a quien quiere saberlas con maldad y para curiosear, Yo me le escondo, y mientras éstos quieren hacer burla de Mí, Yo los confundo y me burlo de ellos.

 Pero como mi persona llevaba consigo la verdad, también ante Herodes hizo su oficio, mi silencio ante sus tempestuosas preguntas, mi mirada modesta, el aspecto todo lleno de dulzura, de dignidad, de nobleza de mi misma persona, eran todas verdades, y verdades operantes”.

 

Efectos de la palabra y mirada de Jesús. 

Jesús reprende a Luisa por querer dejar ocultas estas verdades. 

Estaba pensando en mi dulce Jesús cuando fue presentado a Herodes, y decía entre mí: 

“Cómo es posible que Jesús, tan bueno, no se haya dignado decirle una palabra, ni dirigirle una mirada.

 ¿Quién sabe y a lo mejor aquel pérfido corazón, ante la potencia de la mirada de Jesús se hubiera convertido?” 

Y Jesús haciéndose ver me ha dicho: 

Hija mía, era tanta su perversidad e indisposición de ánimo, que no mereció que lo mirara y le dijera una palabra, y si lo hubiera hecho él se habría hecho más culpable, porque cada palabra mía o mirada son vínculos de más que se forman entre Yo y la criatura. 

Cada palabra es una unión mayor, un mayor estrechamiento; y en cuanto el alma se siente mirada, la gracia comienza su trabajo

Si la mirada o la palabra ha sido dulce, benigna, el alma dice: 

‘Cómo era bella, penetrante, suave, melodiosa, ¿cómo no amarlo?’ 

O bien si ha sido una mirada o palabra majestuosa, fulgurante de luz, dice: 

‘Qué majestad, qué grandeza, qué luz tan penetrante, cómo me siento pequeña, cómo soy miserable, cuántas tinieblas en mí ante esa luz tan fulgurante’. 

Si te quisiera decir la potencia, la gracia, el bien que lleva mi palabra o mirada, cuántos libros te haría escribir”. 

 

Jesús presentado por los judíos a Pilatos. Dónde está y cuál es el verdadero reino. 

Estaba acompañando a mi penante Jesús en las horas de su amarguísima Pasión, especialmente cuando fue presentado y acusado por los judíos ante Pilatos, y Pilatos, no contento con las simples acusaciones que le hacían, volvía a los interrogatorios para encontrar, o causa suficiente para condenarlo o para liberarlo. 

Y Jesús, hablándome en mi interior me ha dicho: 

"Hija mía, todo en mi Vida es misterio profundo y enseñanzas sublimes, en las cuales el hombre debe mirarse como en un espejo para imitarme. 

Tú debes saber que era tanta la soberbia de los judíos, especialmente por la fingida santidad que profesaban, por la que eran tenidos por hombres rectos y concienzudos, que creían que sólo con presentarme ellos y decir que me habían encontrado culpable y reo de muerte, Pilatos debía creerles y sin interrogarlos debía condenarme, mucho más porque estaban tratando con un juez gentil que no tenía ni conocimiento de Dios ni conciencia. 

Pero Dios dispuso diversamente para confundirlos y para enseñar a los superiores que por mucho que parezcan buenas y santas las personas que acusan a un pobre reo, no les crean fácilmente, sino que las interroguen cuidadosamente para ver si están en la verdad, o bien, ver si bajo aquel vestido de bondad hay algunos celos, rencores, o es para obtener de los superiores, haciéndose camino en sus corazones, algún puesto o dignidad que ambicionan.

El escrutinio hace conocer a las personas, las confunde y se muestra que no se tiene confianza en ellas, y al no verse apreciadas se quitan el pensamiento de ambicionar puestos o de acusar a otros. 

Cuánto mal hacen aquellos superiores cuando a ojos cerrados, fiándose de una fingida bondad, no de una virtud probada, los ponen en un puesto, o dan oídos a quien acusa a otro de alguna falta. 

Cuánto no quedaron humillados los judíos al no ser creídos fácilmente por Pilatos y al sufrir tantos interrogatorios, y si cedió en condenarme no fue porque les creyera, sino forzado y para no perder su puesto; esto los confundió, de modo que quedó como marca sobre su frente una extrema confusión y una humillación profunda, mucho más que descubrían más rectitud y más conciencia en un juez gentil que en ellos. 

Cuán necesario y justo es el escrutinio, arroja luz, produce calma en los verdaderos buenos y confusión en los malos. 

Y cuando queriendo examinarme Pilatos me preguntó: 

‘¿Tú eres rey? Y ¿dónde está tu reino?’ 

Yo quise dar otra sublime lección con decir: 

‘Yo soy rey’. Y quería decir: 

‘¿Pero sabes tú cuál es mi reino? 

Mi reino son mis dolores, mi sangre, mis virtudes; éste es el verdadero reino, que no fuera de Mí, sino dentro de Mí poseo, lo que se posee por afuera no es verdadero reino ni seguro dominio, porque lo que no está dentro del hombre le puede ser quitado, usurpado y será obligado a dejarlo; en cambio lo que está dentro nadie se lo podrá quitar, el dominio será eterno dentro de él.

Las características de mi reino son mis llagas, las espinas, la cruz, donde no hago como los demás reyes, que hacen vivir a sus pueblos fuera de ellos, en la inseguridad y tal vez en ayunas; Yo no, Yo llamo a mis pueblos a habitar en las estancias de mis llagas, fortificados y defendidos por mis dolores, quitada su sed por mi sangre, alimentados por mi carne, y sólo esto es el verdadero reinar, todos los demás reinos son reinos de esclavitud, de peligros y de muerte; en mi reino está la verdadera vida

Cuántas enseñanzas sublimes, cuántos misterios profundos en mis palabras, cada alma debería decirse a sí misma en las penas y dolores, en las humillaciones y abandonos de todos, al practicar las verdaderas virtudes: 

‘Este es mi reino, no sujeto a perecer, nadie me lo puede quitar ni tocar, es más, mi reino es eterno y divino, semejante al de mi dulce Jesús, mis dolores y penas me lo certifican y me vuelven el reino más fortificado y aguerrido, tanto, que ninguno podrá hacerme guerra en vista de mi gran fortaleza’. 

Este es reino de paz, que deberían ambicionar todos mis hijos".

 

Jesús todo lo obró y lo sufrió en su Voluntad.

 Estaba pensando en la Pasión de mi dulce Jesús y sentía sus penas junto a mí, como si ahora las estuviera Él sufriendo, y mirándome me ha dicho: 

Hija mía, Yo sufrí todo en mi Voluntad, y a medida que sufría mis penas abrían tantos caminos en mi Voluntad para llegar a cada criatura.

 Si no hubiera sufrido en mi Voluntad, que envuelve todo, mis penas no habrían llegado hasta ti, ni hasta todos y cada uno, habrían quedado con mi Humanidad; es más, con haberlas sufrido en mi Voluntad no sólo abrían tantos caminos para ir a todas las criaturas, sino que abrían también tantos otros para hacerlas entrar a ellas hasta Mí, y unirse con esas penas y darme cada una de las penas que con sus ofensas me debían dar en todo el curso de los siglos, y mientras Yo estaba bajo la tempestad de los golpes, mi Voluntad me traía a cada una de las criaturas a golpearme, así que no fueron sólo aquellos los que me flagelaron, sino las criaturas de todos los tiempos, que habrían con sus ofensas concurrido a la bárbara flagelación, y así en todas las demás penas mi Voluntad me traía a todos, ninguno faltaba a la llamada, todos me estaban presentes, ninguno faltó, por eso mis penas fueron ¡oh, cuánto más duras, más múltiples que las que se vieron! 

Entonces si quieres que 

los ofrecimientos de mis penas, tu compasión y reparación, tus pequeñas penas, no sólo lleguen hasta Mí, sino que hagan los mismos caminos de las mías, haz que todo entre en mi Querer, y todas las generaciones recibirán los efectos

Y no sólo mis penas, sino también mis palabras, porque dichas en mi Voluntad llegaban a todos, como por ejemplo cuando Pilatos me preguntó si Yo era rey y Yo le respondí: 

‘Mi reino no es de este mundo, si de este mundo fuera, millones de legiones de ángeles me defenderían’. 

Y Pilatos al verme tan pobre, humillado, despreciado, se asombró y dijo más marcado: 

¡Cómo! ¿Tú eres rey?’ 

Y Yo con firmeza le respondí a él y a todos los que se encuentran en algún puesto: 

‘Rey soy Yo, y he venido al mundo a enseñar la verdad, y la verdad es que no son los puestos, los reinos, las dignidades, el derecho de mando lo que hace reinar al hombre, lo que lo ennoblece, lo que lo eleva sobre todos; es más, éstas cosas son esclavitudes, miserias, que lo hacen servir a viles pasiones, a hombres injustos, cometiendo también él tantos actos de injusticia que lo desnoblecen, lo arrojan en el fango y le atraen el odio de sus dependientes, así que las riquezas son esclavitudes, los puestos son espadas con las que muchos quedan muertos o heridos; el verdadero reinar es la virtud, el despojamiento de todo, el sacrificarse por todos, el someterse a todos, y esto es el verdadero reinar que vincula a todos y se hace amar por todos, por eso mi reino no tendrá jamás fin, y el tuyo está próximo a perecer’. 

Y estas palabras en mi Voluntad las hacía llegar a los oídos de todos aquellos que se encuentran en puestos de autoridad, para hacerles conocer el gran peligro en el que se encuentran, y para poner en guardia a quienes aspiran a los puestos, a las dignidades, al mando”.

 

Como quien oye la verdad y no la quiere llevar a cabo queda quemado.

 Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado Jesús en la Pasión, y habiendo llegado al punto cuando Herodes lo acosaba a preguntas y Él callaba, pensaba entre mí: 

“Si Jesús hubiese hablado tal vez aquél se hubiera convertido”. 

Y Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho: 

Hija mía, Herodes no me preguntó para conocer la verdad sino para curiosear y burlarse de Mí, y si Yo hubiese respondido habría hecho burla de él, porque cuando falta la voluntad de conocer la verdad y de llevarla a cabo, falta el humor en el alma para recibir el calor que lleva consigo la luz de mis verdades; este calor no encontrando la humedad para hacer germinar y fecundar la verdad, quema de más y hace secar el bien que puede producir. 

Sucede como al sol, que cuando no encuentra la humedad en las plantas, su calor sirve para secar y quemar la vida de las plantas, pero si encuentra humedad hace prodigios, por eso la verdad es bella, es amable, es la restauradora y fecundadora de las almas, con su calor y luz forma prodigios de desarrollo, de gracias y de santidad, pero esto para quien ama conocerla para hacerla; pero para quien no ama hacerla, la verdad se burla de ellos en vez de quedar burlada”.

 

DECIMOSEXTA HORA De las 8 a las 9 de la mañana.

Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás. 

Jesús es flagelado. 

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién eres Tú, sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en delirio y digo:

 ¿cómo, Jesús loco? 

¿Jesús malhechor? 

¡Y ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás! 

Mi Jesús, santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado, queda más indignado contra los judíos y se convence mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos gritan: 

«¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!» (Jn 18, 40) 

Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena a la flagelación. 

Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la vida, y poniendo atención te escucho decir: 

«Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa

Mira oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón

Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto mayor? 

Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el mundo está lleno de posposiciones! 

Quién nos pospone a un vil interés, quién a los honores, quién a las vanidades, quién a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las criaturas, aun a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las posposiciones de las criaturas.”

Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus virtudes en medio de tantas penas e insultos. 

Tus palabras y reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. 

Pero, ¿qué veo? 

Los soldados te conducen a una columna para flagelarte. 

Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.

Jesús Flagelado.

 Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo cuerpo. 

Amor mío, vida mía, me siento desfallecer por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te dejan caer.

 Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota sangre. 

Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse sobre de Ti libremente. 

Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. 

¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de plumas, Tú, ¿desnudo? 

¡Qué atrevimiento! 

Pero mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus ojos me dice: 

«Calla, oh hija. 

Era necesario que fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de brutos

En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales. 

Por eso atenta a lo que hago y ruega y repara conmigo y cálmate»

Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados, pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de llagas.

Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería.

 A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna. 

Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices: 

«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en ésta mi sangre encontrarán el remedio a todos sus males». Tus gemidos continúan diciendo: 

«Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí». 

Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún más. 

Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos están agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería. 

Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia sangre. 

Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para restaurarte un poco con mi amor. 

Te beso, y con mi beso encierro a todas las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.

 

Reflexiones de la Decimosexta Hora (8 AM) 14-2 Febrero 9, 1922.

 El cuerpo desgarrado de Jesús es el verdadero retrato del hombre que comete pecado. 

Jesús en la flagelación se hizo arrancar a pedazos la carne, se redujo todo a una llaga para dar nuevamente la vida al hombre. 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba en el misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo descarnado, su cuerpo desnudo no sólo de sus vestiduras, sino también de su carne; sus huesos se podían numerar uno por uno; su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al verse, tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez. 

Yo me sentía muda ante esta escena tan desgarradora, habría querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y Jesús, todo bondad me ha dicho:

 “Querida hija mía, mírame bien para que conozcas a fondo mis penas. 

Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi gracia, y Yo para dársela nuevamente me hice despojar de mis vestidos; el pecado lo deforma, y mientras es la más bella criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea y da asco y horror. 

Yo era el más bello de los hombres, y para darle de nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad tomó la forma más fea; mírame cómo estoy horrible, me hice quitar la piel por los azotes y quedé irreconocible. 

El pecado no sólo quita la belleza, sino que forma llagas profundas, putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas, consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre hace en estado de pecado son obras muertas, esqueléticas, el pecado le arranca la nobleza de su origen, la luz de su razón y se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad de sus llagas me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una sola llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los humores vitales en su alma, para darle nuevamente la vida. ¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque a cada pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me restituía la vida. Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos están siempre en acto de dar vida al hombre, pero el hombre rechaza mi sangre para no recibir la vida, pisotea mis carnes para quedar llagado, ¡oh! cómo siento el peso de la ingratitud”.

 Y arrojándose en mis brazos ha roto en llanto. 

Yo me lo he estrechado a mi corazón, pero Él lloraba fuertemente, ¡qué desgarro ver llorar a Jesús! 

Habría querido sufrir cualquier pena para no hacerlo llorar. 

Entonces lo he compadecido, le he besado sus llagas, le he secado las lágrimas, y Él como reconfortado ha agregado: 

“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama mucho a su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo ama hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca las piernas, se quita la piel y se lo da todo al hijo y dice: 

‘Estoy más contento con quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar, que eres bello”. 

¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a su hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto con su belleza! 

¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que su hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se contenta con permanecer feo como está? 

Así soy Yo, en todo he pensado, pero ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor”.

Abril 1, 1922 El momento más humillante de la Pasión de Jesús fue el ser vestido y tratado como loco. 

Cada pena que sufrió Jesús, no era otra cosa que el eco de las penas que merecían las criaturas. 

Después he seguido las horas de la Pasión, y seguía a mi dulce Jesús en el momento en que fue vestido y tratado como loco; mi mente se perdía en este misterio, y Jesús me ha dicho:

 “Hija mía, el paso más humillante de mi Pasión fue propiamente éste, el ser vestido y tratado como loco, llegué a ser el juguete de los judíos, su harapo; humillación más grande no podría tener mi infinita sabiduría; no obstante era necesario que Yo, Hijo de Dios, sufriera esta pena. 

El hombre pecando se vuelve loco; locura más grande no puede darse, y de rey cual es, se convierte en esclavo y juguete de vilísimas pasiones que lo tiranizan, y más que a un loco lo encadenan a su antojo, arrojándolo en el fango y cubriéndolo con las cosas más sucias. 

¡Oh! qué gran locura es el pecado, en este estado el hombre jamás podía ser admitido ante la Majestad Suprema, por eso quise sufrir esta pena tan humillante, para conseguirle al hombre que saliera de este estado de locura, ofreciéndome Yo a mi Padre Celestial para sufrir las penas que merecía su locura. 

Cada pena que sufrí en mi Pasión no era otra cosa que el eco de las penas que merecían las criaturas; este eco retumbaba en Mí y me sometía a penas, a desprecios, a burlas y a todos los tormentos”

 

En la flagelación, Jesús quiso ser desnudado para dar de nuevo a la criatura las vestiduras reales de la Divina Voluntad. 

Estaba acompañando a mi Jesús en el misterio de la flagelación, compadeciéndolo cuando se vio tan confundido en medio de los enemigos, despojado de sus vestidos, bajo una tempestad de golpes, y mi amable Jesús saliendo de mi interior en el estado en el que se encontraba cuando fue flagelado me ha dicho: 

Hija mía, ¿quieres saber la causa por la que fui desnudado cuando fui flagelado? 

En cada misterio de mi Pasión primero me ocupaba de consolidar la rotura entre la voluntad humana y la Divina, y después de las ofensas que esta rotura produjo. 

Cuando el hombre en el edén rompió los vínculos de la unión entre la Voluntad Suprema y la suya, se despojó de las vestiduras reales de mi Voluntad y se vistió con los miserables harapos de la suya, débil, inconstante, impotente para hacer algo de bien. 

Mi Voluntad le era un dulce encanto que lo tenía absorbido en una luz purísima que no le hacía conocer otra cosa que a su Dios, del cual había salido, quien no le daba otra cosa que felicidad sin medida, y estaba tan absorbido por lo mucho que le daba su Dios, que no se daba ningún pensamiento de sí mismo. 

¡Oh! cómo era feliz el hombre y cómo la Divinidad se deleitaba en darle tantas partículas de su Ser por cuanto la criatura puede recibir, para hacerlo semejante a Él. 

Ahora, en cuanto rompió la unión de nuestra Voluntad con la suya, perdió la vestidura real, perdió el encanto, la luz, la felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi Voluntad y viéndose sin el encanto que lo tenía absorto, se conoció, tuvo vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que su misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío y la desnudez y sintió la viva necesidad de cubrirse; y así como nuestra Voluntad lo tenía en el puerto de felicidades inmensas, así la suya lo puso en el puerto de las miserias. 

Nuestra Voluntad era todo para el hombre, y en Ella encontraba todo, era justo que habiendo salido de Nosotros y viviendo como un tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera de lo nuestro, y este Querer debiera sustituirse a todo lo que él necesitaba; por lo tanto, como quiso vivir de su querer, tuvo necesidad de todo, porque el querer humano no tiene el poder de sustituirse a todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien, por eso fue obligado a procurarse con cansancio las cosas necesarias a la vida. 

¿Ves entonces qué significa no estar unido con mi Voluntad?

 ¡Oh! si todos la conocieran, sólo tendrían un solo suspiro:

 ‘Que mi Querer venga a reinar sobre la tierra’. 

Así que, si Adán no se hubiera sustraído de la Voluntad Divina, aun su naturaleza no habría tenido necesidad de vestidos, no habría sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a sufrir el frío, el calor, el hambre, la debilidad, pero estas cosas naturales eran casi nada, eran más bien símbolos del gran bien que había perdido su alma. 

Por eso hija mía, antes de ser atado a la columna para ser flagelado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la desnudez del hombre cuando se desnudó del vestido real de mi Voluntad.

 Sentí en Mí tal confusión y pena al verme así desnudo en medio de los enemigos que se burlaban de Mí, que lloré por la desnudez del hombre y ofrecí a mi Celestial Padre mi desnudez, para hacer que el hombre fuera revestido de nuevo con el vestido real de mi Voluntad, y como pago, para que esto no me fuera negado, ofrecí mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos, me hice desnudar no sólo de los vestidos, sino también de mi piel para poder pagar el precio y satisfacer el delito de esta desnudez del hombre; derramé tanta sangre en este misterio, que en ningún otro derramé tanta, que bastaba para cubrir al hombre como con un segundo vestido, y vestido de sangre para cubrirlo de nuevo, y así calentarlo y lavarlo para disponerlo a recibir la vestidura real de mi Voluntad”. 

Yo al oír esto, sorprendida he dicho: 

“Mi amado Jesús, ¿cómo puede ser posible que el hombre con sustraerse de tu Voluntad tuvo necesidad de vestirse, tuvo vergüenza, miedo? 

Sin embargo, Tú hiciste siempre la Voluntad del Padre Celestial, eras una sola cosa con Él; tu Mamá no conoció jamás su querer, sin embargo, tuvisteis necesidad de vestidos, de alimento y sentisteis el frío y el calor”.

 Y Jesús ha agregado: 

Sin embargo hija mía es precisamente así. 

Si el hombre sintió vergüenza de su desnudez y quedó sujeto a tantas miserias naturales, fue precisamente porque perdió el dulce encanto de mi Voluntad, y si bien el mal lo hizo el alma, no el cuerpo, pero indirectamente fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la naturaleza quedó como profanada por el mal querer del hombre, por lo tanto, la una y el otro debían sentir la pena del mal hecho. 

Respecto a Mí, es verdad que hice siempre la Voluntad Suprema, pero Yo no vine a encontrar al hombre inocente, al hombre antes de que pecara, sino que vine a encontrar al hombre pecador y con todas sus miserias, y debí fraternizarme con él, tomar sobre de Mí todos sus males y sujetarme a las necesidades de la vida, como si fuera uno de ellos; pero en Mí había este prodigio, que si lo quería de nada tenía necesidad, ni de vestidos, ni de alimento, ni de nada. 

Pero no quise servirme de él por amor al hombre, quise sacrificarme en todo, aun en las cosas más inocentes creadas por Mí mismo, para atestiguarle mi ardiente amor, es más, esto servía para impetrar de mi Divino Padre que, por consideración mía y de mi voluntad toda sacrificada a Él, restituyera al hombre la noble vestidura real de nuestra Voluntad”.

 

Quien se da a Dios pierde sus derechos. 

La sangre de Jesús es defensa de las criaturas ante los derechos de la Divina Justicia. 

Me sentía muy oprimida por la privación de mi adorable Jesús.

 ¡Oh, cómo me sangra el corazón y me siento sometida a sufrir muertes continuas! 

Sentía que no podía más sin Él, y que más duro no podía ser mi martirio, y mientras trataba de seguir a mi Jesús en los diferentes misterios de su Pasión, he llegado a acompañarlo en el misterio de su dolorosa flagelación. 

Mientras estaba en esto se ha movido en mi interior llenándome toda de su adorable Persona; yo al verlo le quería decir mi duro estado, pero Jesús imponiéndome silencio me ha dicho: 

Hija mía, recemos juntos; hay ciertos tiempos tan tristes en los cuales mi justicia, no pudiendo contenerse por los males de las criaturas quisiera inundar la tierra de nuevos flagelos, y por eso es necesaria la oración en mi Voluntad, la que extendiéndose sobre todos se pone en defensa de las criaturas, y con su potencia impide que mi justicia se acerque a la criatura para golpearla”. 

¡Cómo era bello y conmovedor oír rezar a Jesús!

 Y como lo estaba acompañando en el doloroso misterio de la flagelación, se hacía ver chorreando sangre, y oía que decía: 

“Padre mío, te ofrezco esta mi sangre, ¡ah! haz que esta sangre cubra todas las inteligencias de las criaturas y haga vanos todos sus malos pensamientos, disminuya el fuego de sus pasiones y haga resurgir inteligencias santas. 

Esta sangre cubra sus ojos y haga velo a su vista, a fin de que no le entre el gusto de los placeres malos, y no se ensucien con el fango de la tierra. 

Esta sangre mía cubra y llene su boca y deje muertos sus labios a las blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus malas palabras. 

Padre mío, esta mi sangre cubra sus manos y le dé terror de tantas acciones infames.

 Esta sangre circule en nuestra Voluntad Eterna para cubrir a todos, para defender y para ser arma defensora en favor de las criaturas ante los derechos de nuestra justicia”. 

¿Pero quién puede decir el modo como rezaba Jesús y todo lo que decía? 

Después ha hecho silencio y me sentía en mi interior que Jesús tomaba en sus manos mi pequeña y pobre alma, la estrechaba, la retocaba, la miraba, y yo le he dicho: 

“Amor mío, ¿qué haces? ¿Hay alguna cosa en mí que te desagrada?” 

Y Él: 

Estoy trabajando y ensanchando tu alma en mi Voluntad. 

Además, no debo darte cuentas a ti de lo que hago, porque habiéndote dado tú toda a Mí, has perdido tus derechos, ahora todos los derechos son míos. 

¿Sabes cuál es tu único derecho? 

Que mi Voluntad sea tuya y te suministre todo lo que puede hacerte feliz en el tiempo y en la eternidad”.

 

DECIMOSÉPTIMA HORA De las 9 a las 10 de la mañana.

Jesús coronado de espinas. 

“Ecce Homo.”

Jesús es condenado a muerte.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más comprendo cuánto sufres. 

Ya estás todo lacerado y no hay parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar al lugar donde te coronarán de espinas.

 Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo no puedo continuar viéndote sufrir. 

Siento ya un escalofrío en los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame! 

Y mi amable Jesús me dice:

 «Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a mis enseñanzas. 

Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto conmigo». 

Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a golpes de palo te hacen penetrar las espinas en la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta detrás en la nuca. 

¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan inenarrables! 

¡Cuántas muertes crueles no sufres! 

La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro y comienzan sus burlas. 

Te saludan como rey de los judíos, te golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen: 

«Adivina quién te ha golpeado». (Lc 22, 64)

 Y Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por aquellos que encontrándose en estos puestos, no comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de empujar al mal y de que se pierdan almas. 

Con esa caña que tienes en la mano reparas por tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con malas intenciones.

 En los insultos y en esa venda reparas por aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas, desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la verdad. 

Con esta venda impetras para nosotros el que nos quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. 

Mi Rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus pinchazos. 

Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener su cabeza. 

 

 ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio de mil tormentos!

 Y Él me dice: 

«Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu Rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti. 

 Después gira por todos los corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos». 

Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y bendecirte en todo. 

Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti. 

Y ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte. 

Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa vida y bendíceme.

Jesús de nuevo ante Pilatos.

Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. 

¡Pero qué espectáculo conmovedor! 

¡Los Cielos se horrorizan y el infierno tiembla de espanto y de rabia! 

Vida de mi corazón, mi mirada no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros te contemplo.

 Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies. 

¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado reducido!

 ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos de las humillaciones y de los dolores! 

¡Ah, no puedo soportar tu visión tan dolorosa! 

Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. 

Y Tú, oh paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre las espinas y me dices: 

«Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el desahogo de mis penas interiores. 

Pon atención a los latidos de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad.

 Con estas espinas quiero romper el espíritu de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas según la luz de la verdad. 

Con estar así humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables. 

Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a mis penas». 

Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido, se siente estremecer y todo impresionado exclama: 

«¿Será posible tanta crueldad en los corazones humanos? 

¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!» 

Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte: 

«Pero dime, ¿qué has hecho? 

Tu gente te ha entregado en mis manos, dime, ¿Tú eres rey? 

¿Cuál es tu reino?» 

A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma a costa de tantas penas. 

Y Pilatos, porque no respondes, añade: 

«¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte o el condenarte?» (Jn 19, 10).

 Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:

 «No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han cometido un pecado más grave que el tuyo». (Jn 19, 11) 

Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz, indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.

 Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que, ansiosa espera tu condena. 

Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención de todos y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta para hacer que todos vean a qué estado has quedado reducido, y en voz alta dice:

 «¡Ecce Homo!» 

(“¡Aquí tienen al hombre!”) 

Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente, más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir tanto, por eso dejémoslo libre». 

Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. 

Ah, en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra y en el infierno.

 Y después, como en una sola voz oigo el grito de todos: 

«¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos muerto!» (Lc 23, 21).

 Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de tu amado Padre que dice: 

«¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!»

Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada, desolada, hace eco a tu amado Padre: 

«¡Hijo, te quiero muerto!» 

Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz unánime gritan: 

«¡Crucifícalo, crucifícalo!» 

Así que no hay alma que te quiera vivo. 

Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema a gritar:

 «¡Crucifícalo!» 

Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma pecadora, te quiero muerto. 

Sin embargo, te ruego que me hagas morir junto contigo. 

Y Tú, mientras tanto, oh mi destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me dices: 

«Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las criaturas. 

En este momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar en Mí la vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se abren para recibirlas; 

en la otra corriente están aquellas que me quieren muerto por odio y como confirmación de su condenación y mi corazón está lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus mismas penas del infierno. 

Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento la muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo: 

«¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? 

¿Por qué mis penas serán inútiles para tantos? 

¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme penas tan desgarradoras!» 

Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a tus reparaciones. 

Pero veo que Pilatos queda atónito y se apresura a decir:

 «¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro Rey? 

Yo no encuentro culpa en Él para condenarlo». (Jn 19, 6).

Y los judíos haciendo escándalo gritan:

 «No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo, crucifícalo». (Jn 19, 15).

 Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las manos dice:

 «Yo soy inocente de la sangre de este Justo». (Mt 27, 24).

 Y te condena a muerte. 

Pero los judíos gritan: 

«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mt 27, 25).

Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que después de la culpa instigan a la Ira divina a castigarlos.

 Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han querido, sellándola con tu sangre que han imprecado. 

Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la cruz.

 Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y después llegaremos juntos al monte calvario; por eso permanece en mí y bendíceme. + + +

 Reflexiones de la Decimoséptima Hora (9 AM) 

CUARTA MEDITACIÓN NOVENA DE NAVIDAD 

“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor obrante. 

Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre. 

 Así que mi Pasión fue concebida junto Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá. 

Oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas. 

Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer, estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra.

 Marzo 6, 1903 Jesús la lleva a ver el mundo y dice

 “Ecce homo”

Después de haber esperado mucho, el bendito Jesús se hacía ver dentro de mi interior, diciéndome: 

“¿Quieres que vayamos a ver si las criaturas me quieren?” 

Y yo: 

“Seguro que te querrán; siendo Tú el Ser más amable,

 ¿quién tendrá la osadía de no quererte?” 

Y Él: 

“Vayamos y después verás lo que harán”. 

Nos hemos ido, y cuando llegamos a un punto donde había mucha gente, ha sacado su cabeza de dentro de mi interior y ha dicho aquellas palabras que dijo Pilatos cuando lo mostró al pueblo: 

“Ecce Homo”. 

Y comprendía que aquellas palabras significaban si querían que el Señor reinase como su Rey, y tuviese el dominio en sus corazones, en las mentes, y obras; y aquellos respondieron:

 “Quítenlo, no lo queremos, más bien crucifíquenlo, a fin de que sea destruida toda memoria suya”.

 ¡Oh, cuántas veces se repiten estas escenas! Entonces el Señor ha dicho a todos: 

“Ecce Homo”

Al decir esto sucedió un murmullo, una confusión, quién decía: 

“No lo quiero por Rey mío, quiero la riqueza, otro el placer, otro el honor, quién las dignidades y quién tantas otras cosas más. 

Con horror yo escuchaba estas voces y el Señor me ha dicho:

“Has comprendido como nadie me quiere, sin embargo esto es nada, dirijámonos a la clase religiosa y veamos si me quieren”. 

Entonces me he encontrado en medio de sacerdotes, obispos, religiosas, consagrados; y Jesús con voz sonora ha repetido: 

“Ecce Homo”

Y aquellos decían: 

“Lo queremos, pero queremos también nuestra conveniencia”. Otros: “Lo queremos, pero junto con el interés”. 

 Respondían otros: 

“Lo queremos, pero unido a la estima, al honor, ¿qué hace un religioso sin estima?” 

Replicaban otros: 

“Lo queremos, pero unido a alguna satisfacción de criatura, ¿cómo se puede vivir solo y sin que nadie nos satisfaga?” 

Y algunos llegaban a querer al menos la satisfacción en el sacramento de la confesión. 

Pero solo, solo, casi ninguno lo quería, no faltando también que alguno no se ocupara de hecho de Jesucristo.

 Entonces todo afligido me ha dicho:

 “Hija mía, retirémonos, has visto cómo ninguno me quiere, o a lo más me quieren unido con alguna cosa que a ellos les agrada, Yo no me contento con esto, porque el verdadero reinar es cuando se reina solo”.

Mientras esto decía me he encontrado en mí misma.

 

Significado de la coronación de espinas. 

Esta mañana veía a mi adorable Jesús en mi interior coronado de espinas, y viéndolo en aquel modo le he dicho:

“Dulce Señor mío, ¿por qué vuestra cabeza envidió a vuestro flagelado cuerpo que había sufrido tanto y tanta sangre había derramado, y no queriendo la cabeza quedarse atrás del cuerpo, honrado con el adorno del sufrir, instigaste Tú mismo a los enemigos a coronarte con una corona de espinas tan dolorosa y tormentosa?”.

 Y Jesús: “Hija mía, muchos significados tiene esta coronación de espinas, y por cuanto dijera queda siempre mucho por decir, porque es casi incomprensible a la mente creada el por qué mi cabeza quiso ser honrada con tener su porción distinta y especial, no general, de un sufrimiento y esparcimiento de sangre, haciendo casi competencia con el cuerpo, el por qué fue que siendo la cabeza la que une todo el cuerpo y toda el alma, de modo que el cuerpo sin la cabeza es nada tanto que se puede vivir sin los otros miembros, pero sin la cabeza es imposible, siendo la parte esencial de todo el hombre, tan es verdad, que si el cuerpo peca o hace el bien, es la cabeza la que dirige, no siendo el cuerpo otra cosa que un instrumento, entonces, debiendo mi cabeza restituir el régimen y el dominio, y merecer que en las mentes humanas entraran nuevos cielos de gracias, nuevos mundos de verdad, y destruir los nuevos infiernos de pecados, por los que llegarían hasta hacerse viles esclavos de viles pasiones, y queriendo coronar a toda la familia humana de gloria, de honor y de decoro, por eso quise coronar y honrar en primer lugar mi Humanidad, si bien con una corona de espinas dolorosísima, símbolo de la corona inmortal que restituía a las criaturas, quitada por el pecado. 

Además de esto, la corona de espinas significa que no hay gloria y honor sin espinas, que no puede haber jamás dominio de pasiones, adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta dentro de la carne y el espíritu, y que el verdadero reinar está en el donarse a sí mismo, con las pinchaduras de la mortificación y del sacrificio; además estas espinas significaban que verdadero y único Rey soy Yo, y sólo quien me constituye Rey del propio corazón, goza de paz y felicidad, y Yo la constituyo reina de mi propio reino. 

Además, todos aquellos ríos de sangre que brotaban de mi cabeza eran tantos riachuelos que ataban la inteligencia humana al conocimiento de mi supremacía sobre ellos”. 

¿Pero quién puede decir todo lo que oigo en mi interior? 

No tengo palabras para expresarlo; más bien lo poco que he dicho me parece haberlo dicho incoherente, y así creo que debe ser al hablar de las cosas de Dios, por cuan alto y sublime uno pueda hablar, siendo Él increado y nosotros creados, no se puede decir de Dios mas que balbuceos. 

 

Abril 24, 1915 Cómo lo que sufrió Jesús en la corona espinas es incomprensible a mente creada. 

Mucho más dolorosos que aquellas espinas se clavaban en su mente todos los malos pensamientos de las criaturas. 

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando cuánto sufrió el bendito Jesús al ser coronado de espinas, y Jesús haciéndose ver me ha dicho: 

“Hija mía, los dolores que sufrí son incomprensibles a mente creada; pero mucho más dolorosos que aquellas espinas se clavaban  en mi mente todos los pensamientos malos de las criaturas, de modo que de todos estos pensamientos de las criaturas ninguno se me escapaba, todos los sentía en Mí, así que no sólo sentía las espinas, sino también el horror de las culpas que aquellas espinas clavaban en Mí”. 

Entonces, traté de ver al amable Jesús, y veía su santísima cabeza circundada como por una corona de espinas que le salían de dentro. 

 Todos los pensamientos de las criaturas estaban en Jesús, y de Jesús pasaban a ellas y de ellas a Jesús y en Él quedaban como concatenados juntos. 

¡Oh, cómo sufría Jesús! Después ha agregado: “Hija mía, sólo las almas que viven en mi Voluntad pueden darme verdaderas reparaciones y endulzarme espinas tan punzantes, porque viviendo en mi Voluntad, mi Voluntad se encuentra en todas partes, y ellas encontrándose en Mí y en todos, descienden en las criaturas y suben a Mí y me traen todas las reparaciones y me endulzan, y hacen cambiar en las mentes las tinieblas en luz”

 

Mayo 2, 1917 Cómo es que Jesús moría poco a poco. 

“Hija mía, ánimo y firmeza en todo, o qué, ¿no quieres imitarme? También Yo moría poco a poco, conforme las criaturas me ofendían en sus pasos, Yo sentía el desgarro en mis pies, pero con tal acerbidad de espasmos, capaces de darme la muerte, y mientras me sentía morir no moría; conforme me ofendían con sus obras Yo sentía la muerte en mis manos, y por el cruel desgarro Yo agonizaba, me sentía desfallecer, pero la Voluntad del Padre me sostenía, moría y no moría; conforme las malas palabras, las blasfemias horrendas de las criaturas se repercutían en mi voz, Yo me sentía sofocar, ahogar, amargar la palabra y sentía la muerte en mi voz, pero no moría. 

Y mi desgarrado corazón conforme palpitaba, sentía en mi latido las vidas malas, las almas que se arrancaban, y mi corazón estaba en continuos desgarros y laceraciones; agonizaba y moría continuamente en cada criatura, en cada ofensa, no obstante, el amor, el Querer Divino, me obligaban a vivir. He aquí el porqué de tu morir poco a poco, te quiero junto Conmigo, quiero tu compañía en mis muertes, ¿no estás contenta?”

 

Las penas que la Divinidad infligía en el interior de Jesús. Las penas de la Pasión fueron sombras y semejanzas de las penas internas. 

Encontrándome en mi habitual estado, el dulce Jesús me hacía sufrir parte de sus penas y de sus muertes que sufrió por cada una de las criaturas. 

Por mis pequeñas penas comprendía cuán atroces y mortales habían sido las penas de Jesús, entonces me ha dicho: 

“Hija mía, mis penas son incomprensibles a la naturaleza humana, las mismas penas de mi Pasión fueron sombras o semejanzas de mis penas internas. 

Mis penas internas me eran infligidas por un Dios Omnipotente, al cual ninguna fibra podía esquivar el golpe; las de mi Pasión me eran infligidas por los hombres, los cuales no teniendo ni la omnipotencia ni la omnividencia, no podían hacer lo que ellos mismos querían, ni podían penetrar en todas mis fibras internas. 

Mis penas internas estaban encarnadas y mi misma Humanidad era transformada en clavos, en espinas, en flagelos, en llagas, en martirio, tan crueles que me daban muertes continuas, éstas eran inseparables de Mí, formaban mi misma Vida; en cambio las de mi Pasión eran extrañas a Mí, eran espinas y clavos que se podían clavar, y queriendo se podían también quitar, y el solo pensamiento de que una pena se puede quitar es un alivio; pero mis penas internas, que eran formadas por la misma carne, no había ninguna esperanza de que se me pudieran quitar, ni disminuir la agudeza de una espina, del traspasarme con clavos.

 Mis penas internas fueron tales y tantas, que las penas de mi Pasión las podría llamar alivios y besos que daban a mis penas internas, que uniéndose juntas daban el último testimonio de mi grande y excesivo amor por salvar a las almas. 

Mis penas externas eran voces que llamaban a todos a entrar en el océano de mis penas internas, para hacerlos comprender cuánto me costaba su salvación.

 Y además, por tus mismas penas internas, comunicadas por Mí, puedes comprender en algún modo la intensidad continua de las mías. Por eso date ánimo, es el amor lo que a esto me empuja”.

 

Diciembre 24, 1924 La pena de la muerte fue la primer pena que Jesús sufrió y le duró toda su Vida. 

La Encarnación no fue otra cosa que un darse en poder de la criatura. La firmeza en el obrar. …

“Hija mía, las penas que sufrí en este seno virginal de mi Mamá son incalculables a la mente humana, ¿pero sabes tú cuál fue la primera pena que sufrí desde el primer instante de mi Concepción y que me duró toda la vida? La pena de la muerte. 

Mi Divinidad descendía del Cielo plenamente feliz, intangible de cualquier pena y de cualquier muerte, y cuando vi a mi pequeña Humanidad sujeta a la muerte y a las penas por amor a las criaturas, sentí tan a lo vivo la pena de la muerte, que por pura pena habría muerto de verdad si la potencia de mi Divinidad no me hubiera sostenido con un prodigio, haciéndome sentir la pena de la muerte y la continuación de la vida, así que para Mí fue siempre muerte, sentía la muerte del pecado, la muerte del bien en las criaturas y también su muerte natural. 

¡Qué duro desgarro fue para Mí toda mi Vida! Yo, que contenía la vida y era el dueño absoluto de la vida misma, debía sujetarme a la pena de la muerte. 

¿No ves a mi pequeña Humanidad inmóvil y moribunda en el seno de mi querida Madre? 

¿Y no la sientes en ti misma cómo es dura y desgarradora la pena de sentirse morir y no morir? 

Hija mía, es tu vivir en mi Voluntad lo que te hace partícipe de la continua muerte de mi Humanidad”. 

Entonces me he pasado casi toda la mañana junto a mi Jesús en el seno de mi Mamá y lo veía que mientras estaba en acto de morir, volvía a tomar vida para abandonarse de nuevo a morir. 

¡Qué pena ver en ese estado al niño Jesús!

 + + + 19-28 Junio 20, 1926 Ecce Homo. 

Jesús sintió tantas muertes por cuantos gritaron crucifícalo. 

Quien vive en la Divina Voluntad toma el fruto de las penas de Jesús.

 El ideal de Jesús en la Creación era el reino de su Voluntad en el alma.

Después de haber pasado días amarguísimos por la privación de mi dulce Jesús, me sentía que no podía más, yo gemía bajo una prensa que me trituraba alma y cuerpo y suspiraba por mi patria celestial, donde ni siquiera por un instante habría quedado privada de Aquél que es toda mi vida y mi sumo y único bien. 

Luego, cuando me he reducido a los extremos sin Jesús, me he sentido llenar toda de Él, de modo que yo quedaba como un velo que lo cubría, y como estaba  pensando y acompañándolo en las penas de su Pasión, especialmente en el momento cuando Pilatos lo mostró al pueblo diciendo: 

“Ecce Homo”, mi dulce Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, cuando Pilatos dijo ‘Ecce Homo’, todos gritaron: ‘Crucifícalo, crucifícalo, lo queremos muerto’. También mi mismo Padre Celestial y mi inseparable y traspasada Mamá, y no sólo aquellos que estaban presentes sino todos los ausentes y todas las generaciones pasadas y futuras, y si alguno no lo dijo con la palabra, lo dijo con las acciones, porque no hubo uno solo que dijera que me querían vivo, y el callar es confirmar lo que quieren los demás.

 Este grito de muerte de todos fue para Mí dolorosísimo, Yo sentía tantas muertes por cuantas personas gritaron crucifícalo, me sentí como ahogado de penas y de muerte, mucho más que veía que cada una de mis muertes no llevaba a cada uno la vida, y aquellos que recibían la vida por causa de mi muerte no recibían todo el fruto completo de mi pasión y muerte. 

Fue tanto mi dolor, que mi Humanidad gimiente estaba por sucumbir y dar el último respiro, pero mientras moría, mi Voluntad Suprema con su Omnividencia hizo presentes a mi Humanidad muriente a todos aquellos que habrían hecho reinar en ellos, con dominio absoluto al Eterno Querer, los cuales tomarían el fruto completo de mi Pasión y muerte, entre los cuales estaba, a la cabeza, mi amada Madre, Ella tomó todo el depósito de todos mis bienes y de los frutos que hay en mi Vida, Pasión y Muerte, ni siquiera un respiro mío perdió y del cual no custodiase el precioso fruto, y de Ella debían ser transmitidos a la pequeña recién nacida de mi Voluntad y a todos aquellos en los cuales el Supremo Querer habría tenido su Vida y su Reino. Cuando mi Humanidad expirante vio puesto a salvo y asegurado el fruto completo de mi Vida, Pasión y Muerte, pudo reemprender y continuar el curso de la dolorosa Pasión. 

+ + + 20-40 Diciembre 24, 1926 Lamentos y dolores por la privación de Jesús. 

Penas de Jesús en el seno materno. 

Quien vive en el Querer Divino es como miembro vinculado con la Creación. 

Ahora, mientras esto decía se ha puesto dentro de mí, en medio de mi pecho, extendido, en un estado de perfecta inmovilidad, sus piecitos y manitas estaban tan tiesos e inmóviles que daban piedad, le faltaba el espacio para moverse, para abrir los ojos, para respirar libremente, y lo que más desgarraba era verlo en acto de morir continuamente. 

Qué pena ver morir a mi pequeño Jesús, yo me sentía puesta junto con Él en el mismo estado de inmovilidad. Entonces, después de algún tiempo el niñito Jesús estrechándome a Sí me ha dicho:

“Hija mía, mi estado en el seno materno fue dolorosísimo, mi pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y de sabiduría infinita, por lo tanto desde el primer instante de mi concepción comprendía todo mi estado doloroso, la oscuridad de la cárcel materna, no tenía ni siquiera un hueco por donde entrara un poco de luz. 

¡Qué larga noche de nueve meses! La estrechez del lugar que me obligaba a una perfecta inmovilidad, siempre en silencio, no me era dado gemir, ni sollozar para desahogar mi dolor, cuántas lágrimas no derramé en el sagrario del seno de mi Mamá sin hacer el mínimo movimiento, y esto era nada, mi pequeña Humanidad había tomado el empeño de morir tantas veces, para satisfacer a la Divina Justicia, por cuantas veces las criaturas habían hecho morir la Voluntad Divina en ellas, haciendo la gran afrenta de dar vida a la voluntad humana, haciendo morir en ellas una Voluntad Divina. ¡Oh! cómo me costaron estas muertes; morir y vivir, vivir y morir, fue para Mí la pena más desgarradora y continua, mucho más que mi Divinidad, si bien era Conmigo una sola cosa e inseparable de Mí, al recibir de Mí estas satisfacciones se ponía en actitud de justicia, y si bien mi Humanidad era santa y también era la lamparita delante al Sol inmenso de mi Divinidad, Yo sentía todo el peso de las satisfacciones que debía dar a este Sol Divino y la pena de la decaída humanidad que en Mí debía resurgir a costa de tantas muertes mías. 

Fue el rechazar la Voluntad Divina dando vida a la propia lo que formó la ruina de la humanidad decaída, y Yo debía tener en estado de muerte continua a mi Humanidad y voluntad humana, para hacer que la Voluntad Divina tuviera vida continua en  Mí para extender ahí su reino. 

Desde que fui concebido, Yo pensaba y me ocupaba en extender el reino del Fiat Supremo en mi Humanidad, a costa de no dar vida a mi voluntad humana, para hacer resurgir a la humanidad decaída, a fin de que fundado en Mí este reino, preparase las gracias, las cosas necesarias, las penas, las satisfacciones que se necesitaban para hacerlo conocer y fundarlo en medio de las criaturas. 

Por eso todo lo que tú haces, lo que hago en ti para este reino, no es otra cosa que la continuación de lo que Yo hice desde que fui concebido en el seno de mi Mamá. Por eso si quieres que desenvuelva en ti el reino del Eterno Fiat, déjame libre y no des jamás vida a tu voluntad”. 

 

DECIMOCTAVA HORA. De las 10 a las 11 de la mañana

Jesús toma la cruz y se dirige al calvario donde es desnudado. 

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

 Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor, y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas, gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: 

«¡Cruz!» 

Cada gota de tu sangre repite: 

«¡Cruz!» 

Todas tus penas, en las cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro, repiten entre ellas: 

«¡Cruz!» 

Y Tú exclamas: 

«¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y Yo concentro en ti todo mi amor!» 

Segunda coronación de espinas.

Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus vestidos.

 ¡Pero ay, cuánto dolor! 

¡Me sería más dulce el morir que verte sufrir tanto! 

¡La vestidura se atora en la corona y no pueden sacártela por arriba, así que con crueldad jamás vista te arrancan todo junto, vestidos y corona! 

A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y quedan clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza, y hacen que las espinas te lleguen a los ojos, a las orejas, así que no hay parte de tu santísima cabeza que no sienta los pinchazos de ellas. 

Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos crueles, te estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás a punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos de sangre, con trabajos me miras para pedirme ayuda en medio de tanto dolor. 

Mi Jesús, Rey de los dolores, deja que te sostenga y te estreche a mi corazón. 

Quisiera tomar el fuego que te devora para incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres porque las ansias de la cruz se hacen más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos enemigos. 

Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú estrechándome al tuyo me dices: 

«Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran. 

Estos judíos me visten con mis ropas para desacreditarme mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo soy un malhechor. 

Aparentemente la acción de vestirme era buena, pero en sí misma era mala. 

Ah, cuántos hacen obras buenas, administran sacramentos, los frecuentan pero con fines humanos e incluso perversos, pero el bien mal hecho lleva a la dureza; 

Yo quiero ser coronado una segunda vez, con dolores más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así, con mis espinas, atraerlos a Mí. 

Ah, hija mía, esta segunda coronación me es mucho más dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada movimiento que hago o golpe que me dan, tantas muertes crueles sufro. 

Reparo así la malicia de las ofensas, reparo por aquellos que en cualquier estado de ánimo en que se encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas más punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación. 

¡Ah! ¡Yo hago todo por amarlas, y las criaturas hacen de todo para ofenderme! 

Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis reparaciones»

Jesús toma la cruz.

 Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero veo que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el pueblo con furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar preparada la cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides su largo y su ancho.

 En ella estableces la porción para todas las criaturas, las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo de nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; después, no pudiendo contener el amor con el cual las amas, vuelves a besar la cruz y le dices: 

«Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta ahora, mientras mis pasos siempre se dirigían hacia ti. 

Cruz santa, eras tú la meta de mis deseos, la finalidad de mi existencia acá abajo, en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo a todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su defensa, su custodia, su fuerza.

 Tú los ayudarás en todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. 

Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los santos. 

Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo partir de la tierra, tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego en dote a todas las almas. 

 A ti las confío para que me las custodies y me las salves». 

Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus santísimos hombros. 

Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es demasiado ligera, pero   al peso de la cruz se une el de nuestras enormes e inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la extensión de los cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu alma se horroriza ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo la cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima Humanidad brota un sudor mortal.

 Ah, amor mío, no tengo ánimo para dejarte solo, quiero dividir junto contigo el peso de la cruz, y para aliviarte el peso de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de todas las criaturas: 

 Amor por quien no te ama, alabanzas por quien te desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia por todas. 

Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo quiero ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con mis besos y mis continuos actos de amor. 

Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu santísima Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a los tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de todos; uno mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en una palabra, quiero reparar todo lo que repara tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien inmenso que haces a todos.

 Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y perder mi nada en Ella, y así te doy el todo: 

Te doy tu amor para confortar tus amarguras; te doy tu corazón para reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias, ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus armonías para aliviarte el oído de las blasfemias que le llegan; te doy tu belleza para reconfortarte de las fealdades de nuestras almas cuando nos ensuciamos en la culpa; te doy tu pureza para aliviarte por las faltas de rectitud de intención, y por el fango y podredumbre que ves en tantas almas; te doy tu inmensidad para aliviarte de las estrecheces voluntarias donde se meten las almas; te doy tu ardor para quemar todos los pecados y todos los corazones, a fin de que todos te amen y ninguno más te ofenda; en suma, te doy todo lo que Tú eres para darte satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito. 

 

La vía dolorosa al calvario. 

Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y cuando Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo la cruz para dividir junto contigo el peso de ella. 

Tú no me desdeñarás, sino acéptame como tu fiel compañera. 

Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para todos amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu dolor, que te sientes como destrozar bajo la cruz. 

Jesús cae por primera vez.

 Son apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y con empujones tratan de ponerte en pie. 

Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos que pecan por ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego que des ayuda a estas almas. 

Jesús encuentra a su Madre Santísima.

Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y ansioso miras. 

Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá que como gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última palabra y recibir una última mirada tuya, y Tú sientes sus penas, su corazón lacerado en el tuyo, y enternecido y herido por vuestro común amor la descubres, que abriéndose paso a través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte, abrazarte y darte el último adiós.

 Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor. 

Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu Omnipotencia.

 Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos, pero con trabajo podéis intercambiar las miradas. 

¡Oh dolor del corazón de ambos! 

Los soldados lo advierten y con golpes y empujones impiden que Madre e Hijo se den el último adiós, y es tan grande la angustia de los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por sucumbir; el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de nuevo caes bajo la cruz. 

Jesús cae por segunda vez.

Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti, hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso amor.

 Mi Penante Jesús, también yo me uno con la traspasada Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones de pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan atrapados por el pecado.

 Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida de tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas, con dificultad llegan a ponerte de pie. 

Así reparas las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas y ruegas por los pecadores obstinados, y lloras con lágrimas de sangre por su conversión.

 La llaga del hombro Quebrantado amor mío, mientras te sigo en las reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso enorme de la cruz. 

Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos golpes que recibes penetran siempre más en tu santísima cabeza, la cruz por su gran peso se hunde en tu hombro formando una llaga tan profunda que descubre los huesos, y a cada paso me parece que mueres, y por lo tanto te ves imposibilitado para seguir adelante. 

Pero tu amor que todo puede te da la fuerza, y conforme sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los pecados escondidos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus dolores. 

Mi Jesús, deja que ponga mi hombro bajo la cruz para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados ocultos. 

El Cirineo carga la cruz de Jesús.

Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual, de mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza te ayuda. 

Y entonces en tu corazón hacen eco todos los lamentos de quien sufre, las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas herido al ver que las almas consagradas a Ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se desvinculan de tus brazos para ir en busca de placeres y así te dejan solo para sufrir.

Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me estreches entre tus brazos, y tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú sufras de la cual no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las criaturas. 

Fatigado Jesús mío, con trabajo caminas y todo encorvado, pero veo que te detienes y tratas de mirar. 

Corazón mío, pero, ¿qué pasa? ¿Qué quieres? 

Ah, es la Verónica, que sin temor a nada, valientemente con un paño te limpia el rostro todo cubierto de sangre, y Tú se lo dejas estampado en señal de gratitud. 

Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, y no con un paño, sino que quiero ofrecerte todo mi ser para darte alivio, quiero entrar en tu interior, y darte, oh Jesús, latidos por latidos, respiros por respiros, afectos por afectos, deseos por deseos; lo que quiero decir es que quiero arrojarme en toda tu santísima inteligencia, y haciendo correr todos estos latidos, respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad, intento multiplicarlos al infinito. 

Quiero, oh mi Jesús, formar olas de latidos, para hacer que ningún latido malo repercuta en tu corazón, y así, endulzar todas las internas amarguras de tu corazón. 

Intento formar olas de deseos y de afectos, para alejar todos los deseos y afectos malos que pudieran, mínimamente entristecer tu corazón. 

Intento también, oh mi Jesús, formar olas de respiros y de pensamientos, para alejar cualquier respiro o pensamiento que pudiera, mínimamente desagradarte. 

Me estaré haciendo guardia, oh Jesús, a fin de que nada que pudiera afligirte, pueda acercársete, y agregue a tus penas internas otras amarguras. 

Oh, mi Jesús, haz que todo mi interior nade en la inmensidad del tuyo, así podré encontrar amor suficiente, y voluntad inmensa, para impedir que entre en tu interior amor malo, ni voluntad que pudiera desagradarte. 

Oh mi Jesús, para estar más segura te suplico que selles con tus pensamientos los míos, con tu Voluntad la mía, con tus deseos los míos, con tus afectos y con tus latidos los míos, a fin de que sellados por los tuyos, no tomen vida sino sólo de Ti. 

Te ruego aún, oh mi Jesús, que aceptes mi pobre cuerpo hecho pedazos por amor tuyo, reducido en pequeñísimas partículas, las que pondré sobre cada una de tus llagas. 

Sobre aquella llaga, oh Jesús, que te da dolor por las tantas blasfemias, es mi intención que estas partículas de mi cuerpo, te digan siempre:

 “te bendigo”. 

Sobre aquella llaga que te causa dolor por las tantas ingratitudes, intento poner una porción de mi cuerpo roto, para atestiguarte mi gratitud, por mí, y por todos.

 Sobre aquella llaga, oh Jesús, que tanto te hace sufrir por las frialdades y ausencias de amor, intento poner tantas partículas de mi carne lacerada, que te digan siempre: 

“te amo, te amo, te amo”. 

Sobre aquella llaga que te da dolor por las tantas irreverencias y falta de estima hacia tu Persona, intento poner un pedazo de mí misma, deshecha por amor tuyo, que te diga siempre: 

“Te adoro, te adoro, te adoro”. 

Oh mi Jesús, quiero difundirme en todo, y en aquellas llagas exacerbadas por las tantas incredulidades, es mi intención que los pedazos de mi cuerpo te digan siempre: 

“Creo, creo en Ti, oh mi Jesús, Dios mío, y en tu santa Iglesia, e intento dar mi vida para atestiguarte mi Fe”.

 Oh, mi Jesús, me sumerjo en la inmensidad de tu Querer, y tomándolo, quiero suplir por todos, pedirte las almas de todos para encerrarlas en tu Voluntad. 

Oh mi Jesús, me queda aún mi sangre, la que quiero verter, como bálsamo y como un calmante sobre tus llagas para endulzarte, de modo de poderte sanar del todo. 

Intento aún, oh Jesús, hacer correr mis pensamientos en el corazón de cada uno de los pecadores, para corregirlo continuamente, a fin de que no ose ofenderte, y te ruego con las voces de tu sangre, a fin de que todos se rindan ante mis pobres oraciones, y así podré llevarlos a tu corazón. 

Otra gracia, oh Jesús, te pido, que en todo lo que vea, toque y sienta, te vea, toque y sienta siempre a Ti; y que tu santísima imagen, y tu santísimo nombre, estén siempre impresos en cada partícula de mi pobre ser.

  Jesús consuela a las piadosas mujeres.

Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo, pero tu amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles: 

«Hijas, no lloréis por mis penas sino por vuestros pecados y los de vuestros hijos». (Lc 23, 28) 

¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! 

Oh Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te pido la gracia de olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa que a Ti solo.

 Jesús cae por tercera vez.

Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan de furia, te jalan con las cuerdas, te empujan con tanta rabia que te hacen caer, y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te oprime y te sientes morir. 

Deja que te sostenga y que con mis manos resguarde tu santísimo rostro.

 Veo que tocas la tierra y boqueas en la sangre; pero tus enemigos te quieren poner de pie, tiran de Ti con las cuerdas, te levantan por los cabellos, te dan patadas, pero todo en vano. 

¡Tú mueres Jesús mío! 

¡Qué pena, se me rompe el corazón por el dolor! 

Y casi arrastrándote te conducen al monte calvario. 

Mientras te arrastran siento que reparas todas las ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan tanto peso, que por cuanto Tú te esfuerzas por levantarte te resulta imposible. 

Y así, arrastrado y pisoteado llegas al calvario, dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.

 Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera vez.

Aquí en el calvario nuevos dolores te esperan. 

Te desnudan de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. 

Ah, gimes al sentir que te arrancan las espinas de tu cabeza; y al tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también las carnes desgarradas que están adheridas a ella. 

Las llagas se abren de nuevo, la sangre corre a ríos hasta la tierra, y es tanto el dolor que caes casi muerto.

 Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi bien, al contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de espinas, te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las laceraciones y por el arrancar de tus cabellos amasados en la sangre coagulada, que sólo los ángeles podrían decir lo que sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales miradas y lloran.

 Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche a mi corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío sudor de muerte invade tu santísima Humanidad. 

¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir a la tuya, que has perdido para darme vida! 

 Mientras tanto, Jesús mirándome con sus lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice: 

¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas

Aquí es el lugar donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero reparar los pecados de aquellos que llegan a degradarse por debajo de las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no saber vivir sin cometer pecados. 

Su razón queda ciega y pecan a tontas y a locas; he aquí el por qué me coronan de espinas por tercera vez. 

Y con el desnudarme reparo por aquellos que llevan vestidos de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a los placeres, que de ellos se forman un dios para sus corazones.

 Ah sí, cada una de estas ofensas es una muerte que siento, y si no muero es porque el Querer de mi eterno Padre no ha decretado aún el momento de mi muerte». 

Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te ruego que con tus santísimas manos me despojes de todo y no permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón, te ruego que Tú me lo vigiles, me lo circundes con tus penas, me lo llenes de tu amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa que la repetición de la tuya, y reafirma con tu bendición mi despojamiento; bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu dolorosa crucifixión para quedar crucificada junto contigo.

 

 + + + Reflexiones de la Decimoctava Hora (10 AM) 6-11 Diciembre 17, 1903.

 El verdadero espíritu de adoración consiste en esto: 

Que la criatura se pierda a sí misma y se encuentre en el ambiente divino, y adore todo lo que Dios obra, y que se una con Él. 

Continuando mi habitual estado, por pocos instantes he visto al bendito Jesús con la cruz sobre la espalda, en el momento de encontrarse con su Santísima Madre, y yo le he dicho: 

“Señor, ¿qué cosa hizo tu Madre en este encuentro dolorosísimo?”

 Y Él: 

“Hija mía, no hizo otra cosa que un acto de adoración profundísimo y simplísimo, y como el acto por cuanto más simple, tanto más fácil para unirse con Dios, Espíritu simplísimo, por eso en este acto se fundió en Mí y continuó lo que obraba Yo mismo en mi interior; y esto me fue sumamente más grato que si me hubiese hecho cualquier otra cosa más grande, porque el verdadero espíritu de adoración consiste en esto, que la criatura se pierda a sí misma y se encuentre en el ambiente divino, y adore todo lo que obra Dios, y con Él se una. 

¿Crees tú que sea verdadera adoración aquella en que la boca adora mientras la mente está en otra parte, o sea, la mente adora y la voluntad está lejos de Mí? 

O bien, ¿que una potencia me adora y las otras están todas desordenadas? 

No, Yo quiero todo para Mí, y todo lo que le he dado en Mí, y éste es el acto de culto y de adoración más grande que la criatura puede hacerme”.

 

 + + + 6-99 Marzo 28, 1905 Encuentro continuo de Jesús con el alma. 

Entonces yo he continuado mi acostumbrado trabajo interior sobre la Pasión, y habiendo llegado a aquel momento del encuentro de Jesús y María en el camino a la cruz, de nuevo se ha hecho ver y me ha dicho: 

“Hija mía, también con el alma me encuentro continuamente, y si en el encuentro que hago con el alma la encuentro en acto de ejercitar las virtudes y unida Conmigo, me recompensa del dolor que sufrí cuando encontré a mi Madre tan adolorida por mi causa”.

Julio 27, 1906 En la cruz Jesús dotó a las almas, y las desposó a Él.

Esta mañana se hacía ver mi adorable Jesús abrazando la cruz, y yo pensaba en mi interior cuáles habían sido sus pensamientos al recibirla”.

 Y Él me ha dicho:

“Hija mía, cuando recibí la cruz la abracé como a mi más amado tesoro, porque en la cruz dote a las almas y las desposé Conmigo. 

Ahora, mirando la cruz, su largura y anchura, Yo me alegré porque veía en ella las dotes suficientes para todas mis esposas, y ninguna podía temer el no poder desposarse Conmigo, teniendo Yo en mis propias manos, en la cruz, el precio de su dote, pero con esta sola condición, que si el alma acepta los pequeños donativos que Yo le envío, los cuales son las cruces, como prenda de que me acepta por Esposo, el desposorio es formado y le hago la donación de la dote. 

Pero si no acepta los donativos, esto es, no resignándose a mi Voluntad, queda todo anulado, y a pesar de que Yo quiero dotarla no puedo, porque para formar un esponsalicio se necesita siempre la voluntad de ambas partes, y el alma no aceptando los donativos, significa que no quiere aceptar el esponsalicio”. 

+ + + 9-43 Septiembre 2, 1910 Se debe poner atención a lo que se debe hacer, y no a las habladurías.

Estaba pensando en Jesús cuando llevaba la cruz al calvario, especialmente cuando encontró a las mujeres, que olvidó sus dolores y se ocupó en consolar, oír, instruir a aquellas pobres mujeres.

 Cómo todo era amor en Jesús; Él tenía necesidad de ser consolado, en cambio consuela, y en qué estado consuela, estaba todo cubierto de llagas, traspasada la cabeza por punzantes espinas, jadeante y casi muriendo bajo la cruz, y consuela a los demás, ¡qué ejemplo! ¡Qué vergüenza para nosotros, que basta una pequeña cruz para hacernos olvidar el deber de consolar a los demás!

 Entonces recordaba cuantas veces, encontrándome yo oprimida por los sufrimientos o por las privaciones de Jesús que me traspasaban, me laceraban de lado a lado mi interior, y encontrándome rodeada de personas, Jesús me incitaba a imitarlo en este paso de su Pasión, y yo, si bien amargada hasta la médula de los huesos, me esforzaba en olvidarme de mí misma para consolar e instruir a los demás. 

Y ahora, encontrándome libre y exenta de tratar con personas, gracias a la obediencia, agradecía a Jesús que no me encontraba más en estas  circunstancias; ahora siento que respiro un aire más libre para poderme ocupar sólo de mí misma. 

Y Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, sin embargo, para Mí era un alivio y me sentía como restaurado, especialmente en aquellos que venían para hacer el bien. 

 En estos tiempos falta verdaderamente quien infunda el verdadero espíritu interno en las almas, porque no teniéndolo, no saben infundirlo en los demás, y las almas aprenden a ser susceptibles, escrupulosas, ligeras, sin verdadero fondo de desapego de todo y de todos, y esto produce virtudes estériles, que hacen por florecer y mueren.

 Algunos creen hacer progreso en las almas porque llegan a la minuciosidad y a la escrupulosidad; pero en lugar de progreso son verdaderos obstáculos que arruinan las almas, y mi amor queda en ayunas en ellas. 

Entonces, habiéndote Yo dado mucha luz sobre los caminos internos, y habiéndote hecho comprender la verdad de las verdaderas virtudes y del verdadero amor, encontrándote tú en la verdad, Yo podría por boca tuya hacer comprender a los demás la verdad del verdadero camino de las virtudes, y Yo por ello me sentiría contento”.

Y yo: 

“Pero Jesús bendito, después del sacrificio que yo hacía, esas personas iban diciendo chismes y habladurías, y la obediencia justamente ha prohibido que vengan las personas”. 

Y Jesús: 

“Esta es la equivocación, que se ponga atención a las habladurías y no al bien que se debe hacer. 

También de Mí se dijeron muchos chismes, y si hubiera puesto atención a esto no habría cumplido la Redención del hombre, por eso se debe pensar en lo que se debe hacer, y no en lo que se dice; las habladurías quedan a cuenta de quien las dice”. 

+ + + 10-2 Noviembre 12, 1910 Por cuantos modos se dona el alma a Dios, en otros tantos se dona Él al alma. 

Estaba pensando en el bendito Jesús cuando llevaba la cruz al calvario, especialmente cuando encontró a la Verónica, que le ofreció el lienzo para secar su rostro bañado en sangre, y decía a mi amable Jesús:

 “Amor mío, Jesús, corazón de mi corazón, si la Verónica te ofreció el lienzo, yo no quiero ofrecerte lienzos para secarte la sangre, sino que te ofrezco mi corazón, mi latido continuo, todo mi amor, mi pequeña inteligencia, el respiro, la circulación de mi sangre, los movimientos, todo mi ser para enjugarte la sangre, y no sólo de tu rostro sino de toda tu santísima Humanidad, intento desmenuzarme en tantos pedazos por cuantas son tus llagas, tus dolores, tus amarguras, las gotas de sangre que derramas, para poner en todos tus sufrimientos, dónde mi amor, dónde un alivio, dónde un beso, dónde una reparación, dónde un compadecimiento, dónde un agradecimiento, etc., no quiero que quede ninguna parte de mi ser, ninguna gota de mi sangre que no se ocupe de Ti, pero, ¿sabes oh Jesús qué recompensa quiero? Que en todas las partes de mi ser me imprimas, me selles tu imagen, a fin de que encontrándote en todo y dondequiera, pueda multiplicar mi amor”. 

Y tantos otros disparates que decía. 

Ahora, habiendo recibido la comunión, y mirando en mí misma, veía en todas las partecitas de mi ser a Jesús todo entero dentro de una llama, y esta llama decía amor, y Jesús me ha dicho: 

“He aquí que he contentado a mi hija; por cuantos modos se ha dado a Mí, en otros tantos y triplicados modos me he donado a ella”. 

+ + + 11-75 Abril 10, 1914 

Esta mañana mi siempre amable Jesús ha venido crucificado y me participaba sus penas, y me ha atraído hacia Él en el mar de su Pasión, tanto, que casi paso a paso la seguía. 

¿Pero quién puede decir todo lo que comprendía? 

Es tanto que no sé por dónde empezar, diré sólo que al verle arrancar la corona de espinas, las espinas mismas obstruían el paso a la sangre y no la dejaban salir del todo, pero al arrancarle la corona de espinas esa sangre ha brotado fuera por aquellas heridas y le chorreaba a grandes ríos sobre el rostro, sobre los cabellos y después descendía por toda la persona de Jesús. 

Y Jesús: 

“Hija, estas espinas que me atraviesan la cabeza, pincharán el orgullo, la soberbia, las llagas más ocultas de las almas para hacerles salir fuera el pus que contienen, y las espinas tintas en mi sangre las sanarán y les restituirán la corona que el pecado les había quitado”.

+ + + 14-6 Febrero 24, 1922 Nuestra cruz sufrida en la Voluntad de Dios se hace tan grande como la de Jesús. 

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre adorable Jesús se hacía ver en el momento de tomar la cruz para ponerla sobre su santísimo hombro, y me ha dicho: 

“Hija mía, cuando recibí la cruz la miré de arriba a abajo para ver el lugar que tomaba en mi cruz cada alma, y entre tantas, miré con más amor y puse atención especial a aquéllas que habrían estado resignadas y habrían hecho vida en mi Voluntad, las miré y vi su cruz ancha y larga como la mía, porque mi Voluntad suplía a lo que a su cruz le faltaba, y la alargaba y ensanchaba como la mía. 

¡Oh! cómo sobresalía tu cruz larga, larga por tantos años de cama, sufrida sólo para cumplir mi Voluntad. 

La mía era sólo para cumplir la Voluntad de mi Padre Celestial, la tuya para cumplir la mía; una hacía honor a la otra, y como una y otra contenían la misma medida se confundían juntas. 

Ahora, mi Voluntad tiene la virtud de ablandar la dureza, de endulzar la amargura, de alargar y ensanchar las cosas pequeñas, por eso cuando sentí la cruz sobre mi hombro, sentí también la suavidad, la dulzura de la cruz de las almas que habrían sufrido en mi Querer, ¡ah! mi corazón tuvo un respiro de alivio, y la suavidad de las cruces de ellas hizo adaptar la cruz sobre mi hombro, y se hundió tanto que me hizo una llaga profunda, y si bien me dio un dolor acerbo, sentía al mismo tiempo la suavidad y la dulzura de las almas que habrían sufrido en mi Querer. 

Y como mi Voluntad es eterna, su sufrir, sus reparaciones, sus actos, corrían en cada gota de mi sangre, corrían en cada llaga, en cada ofensa; mi Querer las hacía encontrarse como presentes a las ofensas pasadas, desde que el primer hombre pecó; a las presentes y a las futuras; eran propiamente ellas las que me daban nuevamente los derechos de mi Querer, y Yo, por amor de ellas decretaba la Redención, y si los demás toman parte de Ella, es por causa de éstas que pueden hacerlo. 

No hay bien que Yo conceda, ni en el Cielo ni en la tierra, que no sea por causa de ellas.”

 

DECIMONOVENA HORA De las 11 a las 12 del día.

La Crucifixión de Jesús.

 Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

 Jesús, Mamá mía, vengan a escribir conmigo, préstenme sus santísimas manos a fin de que pueda escribir lo que a Ustedes les plazca y sólo lo que quieran.

 Amor mío, Jesús, ya estás despojado de tus vestiduras, tu santísimo cuerpo está tan lacerado, que pareces un cordero desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies, y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la cruz Tú te dejas caer a tierra en este monte. 

Mi bien y mi todo, el corazón se me oprime por el dolor al verte chorreando sangre por todas partes de tu santísimo cuerpo y todo llagado de cabeza a pies. 

Jesús coronado de espinas por tercera vez.

Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor, la corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza. 

Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación en el pecado, especialmente de soberbia. Jesús, veo que si el amor no te empujase más arriba, Tú habrías muerto por la acerbidad del dolor que sufriste en esta tercera coronación de espinas. 

Pero veo que no puedes resistir el dolor, y con aquellos ojos velados por la sangre, miras para ver si al menos uno se acerca a Ti para sostenerte en tanto dolor y confusión.

 Dulce bien mío, amada vida mía, aquí no estás solo como en la noche de la Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su corazón sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres. 

Oh Jesús, también está la amante Magdalena, parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por la fuerza del dolor de tu Pasión. Aquí es el monte de los amantes, no puedes estar solo. 

Pero dime amor mío, ¿a quién quisieras para sostenerte en tanto dolor? 

Ah, permíteme que venga yo a sostenerte. 

Soy yo quien tiene más necesidad que todos; la amada Mamá, con los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a Ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mis hombros y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas. 

Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no sólo para sentir tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima sangre que te escurre de la cabeza, todos mis pensamientos, a fin de que puedan estar todos en actitud de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan todas las criaturas.

 Mi amor, ah, estréchate a mí, quiero besar una por una las gotas de sangre que chorrean sobre tu santísimo rostro; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de esta sangre sea luz a cada mente de criatura, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos, pero mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la cruz que los enemigos te preparan, oyes los golpes que dan a la cruz para hacerle los agujeros donde te clavarán; escucho oh mi Jesús, a tu corazón latir fuertemente y casi estremeciéndose, anhelando el lecho para Ti más apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás en Ti la salvación de nuestras almas. 

Ah, te oigo decir:

 «Amor mío, amada cruz, precioso lecho mío, Tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi reposo; ¡oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto esperar, cruz santa, en ti vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh cruz, cumple mis deseos ardientes que me consumen de dar vida a las almas, y estas vidas serán selladas por ti, oh cruz! 

¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno! 

Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero eres también mi victoria y mi triunfo completo, y en ti daré abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos».

 ¿Pero quién puede decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la cruz?

 Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz, los enemigos le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto obedeces a su querer para reparar nuestras desobediencias. 

Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz, permíteme que te estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso; escucha oh Jesús, no quiero dejarte, quiero venir junto contigo a extenderme sobre la cruz y permanecer clavada contigo. 

El verdadero amor no soporta separación de ningún tipo. 

Tú perdonarás la osadía de mi amor y me concederás el quedarme crucificada contigo.

 Mira tierno amor mío, no soy sólo yo quien esto te pide, sino también la doliente Mamá, la inseparable Magdalena, el predilecto Juan, todos te dicen que les sería más soportable el permanecer crucificados contigo, que asistir a verte a Ti crucificado. 

 Por eso junto contigo me ofrezco al eterno Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor, con tus reparaciones, con tu mismo corazón y con todas tus penas.

 Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice:

 «Hija mía, has previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que todos aquellos que me aman queden crucificados conmigo. 

Ah sí, ven  también a extenderte conmigo sobre la cruz; te daré vida de mi vida y te tendré como la predilecta de mi corazón». 

La crucifixión Y he aquí dulce bien mío que te extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos que tienen en las manos clavos y martillo para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les haces una dulce invitación para que pronto te crucifiquen. 

Y ellos, si bien sienten repugnancia, con ferocidad inhumana te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de martillo lo hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y tanto el dolor que sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la luz de tus bellos ojos se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y se hace lívido.

 Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco por mí y por todos. Y por cuantos golpes recibiste, tantas almas te pido en este momento que liberes de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta sangre preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste, especialmente cuando te la clavaron a la cruz, de modo de desgarrarte los nervios de los brazos, te ruego que abras a todos el Cielo y que bendigas a todos, y pueda tu bendición llamar a la conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los herejes y a los infieles. 

Oh Jesús, dulce vida mía, habiendo terminado de clavar la mano derecha, los enemigos con crueldad inaudita te toman la izquierda, te la tiran tanto para hacer que llegue al agujero preparado, que sientes dislocarse las articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la fuerza del dolor, las piernas quedan contraídas y con movimientos convulsos. 

Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores sufriste cuando te clavaron el clavo, que me concedas tantas almas en este momento para hacerlas volar del purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego que extingas las llamas que queman a aquellas almas, y sirva a todas de refrigerio y de baño saludable para purificarlas de todas las manchas, para disponerlas a la visión beatífica.

 Amor mío y mi todo, por el agudo dolor sufrido cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda, te ruego que cierres el infierno a todas las almas, y que detengas los rayos de la divina Justicia, desafortunadamente irritada por nuestras culpas. 

Ah Jesús, haz que este clavo en tu bendita mano izquierda sea llave que cierre la divina Justicia, para hacer que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la divina Misericordia en favor de todos, por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos.

 Ya has quedado incapacitado para todo, y nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por lo tanto pongo en tus brazos al mundo y a todas las generaciones, y te ruego amor mío con las voces de tu misma sangre, que no niegues el perdón a ninguno, y por los méritos de tu preciosísima sangre, te pido la salvación y la gracia para todos, no excluyas a ninguno, oh mi Jesús. 

Amor mío, Jesús, tus enemigos no están contentos aún, con ferocidad diabólica toman tus santísimos pies, siempre incansables en la búsqueda de almas, y contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las manos, los tiran tanto, que quedan dislocadas las rodillas, las costillas y todos los huesos del pecho. 

Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo que por la fuerza del dolor tus bellos ojos eclipsados y velados por la sangre se contraen, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, tus mejillas se hunden, los dientes se aprietan, el pecho jadeante, el corazón por la fuerza del estiramiento de las manos y de los pies, queda todo desquiciado. 

¡Amor mío, con que ganas tomaría tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero distenderme sobre todos tus miembros para darte en todo un alivio, un beso, un consuelo, una reparación por todos. Jesús mío, veo que ponen un pie sobre el otro y con un clavo, por añadidura despuntado, te clavan tus santísimos pies, oh mi Jesús, permíteme que mientras te los traspasa el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes, para que sean luz a los pueblos, especialmente a aquellos que no llevan una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a todos los pueblos, a fin de que reciban luz de los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo traspasa tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de que unos y otros no se puedan separar de Ti. 

 

Pies benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y os agradezco; y te ruego, oh Jesús, por los agudísimos dolores que sufriste cuando por los estiramientos que te hicieron te dislocaron todos los huesos, y por la sangre que derramaste, que encierres a todas las almas en las llagas de tus santísimos pies, no desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus clavos crucifiquen nuestras potencias a fin de que no se aparten de Ti; nuestro corazón, a fin de que se fije siempre y solamente en Ti; todos nuestros sentimientos queden clavados por tus clavos a fin de que no tomen ningún gusto que no venga de Ti. 

Oh mi Jesús crucificado, te veo todo ensangrentado, nadando en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te dicen otra cosa sino: 

¡Almas!

 Es más, en cada una de estas gotas de tu sangre veo moverse almas de todos los siglos; así que a todas nos contenías en Ti, oh Jesús.

 Por la potencia de esta sangre te pido que ninguna huya de Ti. 

Oh mi Jesús, hasta que los verdugos terminan de clavarte los pies, yo me acerco a tu corazón, veo que no puedes más, pero el amor grita más fuerte: 

«¡Más penas aún!»

Mi Jesús, te abrazo, te beso, te compadezco, te adoro, te agradezco por mí y por todos. 

Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosa crucifixión. 

Ah, siento que cada golpe de martillo hace eco en tu corazón; este corazón es el centro de todo, y de él comienzan los dolores y en él terminan.

 Ah, si no fuera porque esperas una lanza para ser traspasado, las llamas de tu amor y la sangre que regurgita en torno a tu corazón, se hubieran abierto camino y ya te lo habrían traspasado.

 Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido, por amor de este corazón y por tu santísima sangre, la santidad de las almas, y a aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu corazón, y con tu gracia multiplica las vocaciones de las almas víctimas que continúen tu vida sobre la tierra. 

Tú quisieras dar un puesto distinto en tu corazón a las almas amantes, haz que este puesto no lo pierdan jamás. 

Oh Jesús, las llamas de tu corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me tenga siempre clavada al amor con el dolor y con la reparación. 

Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus pies a la cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma sangre, y Tú con tu boca divina la besas intentando con este beso besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando con esto su salvación. 

Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu preciosa sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y mientras los verdugos rematan los clavos haz que estos golpes me hieran también a mí y me claven toda a tu amor.

 Pongo mi cabeza en la tuya, y mientras las espinas se van hundiendo siempre más en tu santísima cabeza, quiero ofrecerte, oh mi Jesús, todos mis pensamientos como besos para consolarte y endulzar las amarguras de tus espinas.

 Oh Jesús, pongo mis ojos en los tuyos, y veo que tus enemigos aún no están saciados de insultarte y escarnecerte, y yo quiero hacerte una defensa con mi vista dándote miradas de amor para endulzar tus miradas divinas. 

Pongo mi boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada al paladar por la amargura de la hiel y la sed ardiente. 

Para aplacar tu sed, oh mi Jesús, Tú quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos te abrazas cada vez más por ellas. 

Oh Jesús, quiero enviarte ríos de amor para mitigar en algún modo la amargura de tu sed. 

Oh mi Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que a cada movimiento que haces, las llagas se abren más y el dolor se hace más intenso y acerbo. 

Oh Jesús, quiero ofrecerte todas las obras santas de las criaturas para reconfortar y mitigar en algún modo la amargura de tus llagas. 

Oh Jesús, pongo mis pies en los tuyos, cuánto sufres, todos los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parece que se repercuten en los pies, y no hay nadie a tu lado para sostenerlos y mitigar un poco la acerbidad de tus dolores. 

Oh mi Jesús, quisiera girar por todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, tomar todos sus pasos y ponerlos en los tuyos para sostenerte y endulzar tu dolor, es más, quiero poner también todos los pasos del Eterno y así poder dar un verdadero consuelo a tu divina Persona. 

Oh mi Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre corazón cómo estás destrozado. 

Si mueves los pies, los nervios de la punta del corazón te los sientes como arrancar; si mueves las manos, los nervios de arriba del corazón quedan estirados; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del corazón mana sangre y sufre la completa crucifixión. 

Oh mi Jesús, ¿cómo puedo aliviar tanto dolor?

 Me difundiré en todo Tú, pondré mi corazón en el tuyo, mis deseos en tus ardientes deseos, para destruir los malos deseos de las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego suficiente para abrazar todos los corazones de las criaturas y destruir los amores profanos

Me difundiré en tu santísima Voluntad para poder aniquilar cualquier acto maligno. 

Y es así que tu corazón queda aliviado y yo te prometo mantenerme siempre clavada a este corazón con los clavos de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad. 

Y he aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada yo en Ti. 

Tú no me permitirás que me desclave en lo más mínimo de Ti, para poderte amar y reparar por todos y reconfortarte por las ofensas que te hacen las criaturas. 

Jesús crucificado. 

Junto con Él desarmamos a la divina Justicia. 

Y ahora, oh mi Jesús, veo que tus enemigos levantan el pesado madero y lo dejan caer en el hoyo que han preparado; y Tú, dulce amor mío, quedas suspendido en el aire, entre el Cielo y la tierra, y es en este solemne momento que Tú te diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices:

 «Padre Santo, estoy aquí cargado con todos los pecados del mundo, no hay pecado que no recaiga sobre Mí, por eso no descargues más sobre el mundo los flagelos de la divina Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. 

Oh Padre, permíteme que ate todas las almas a esta cruz y con las voces de mi sangre y de mis llagas responda por ellas. 

 Oh Padre, ¿no ves a qué estado me he reducido? 

Es desde esta cruz que Yo reconcilio Cielo y tierra, y en virtud de estos dolores concede a todos paz, perdón y salvación.

 Detén tu indignación contra la pobre humanidad, contra mis hijos; están ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame bien cómo he quedado reducido por causa de ellos; si no te mueves a compasión por ellos, que te enternezca al menos este mi rostro ensuciado por escupitinas, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos.

 Piedad Padre mío, era Yo el más bello de todos, y ahora estoy todo desfigurado, tanto, que no me reconozco más, he llegado a ser la abominación de todos, por eso a cualquier costo quiero salva a la pobre criatura». 

Oh Jesús, mientras estás crucificado sobre esta cruz, tu alma no está más sobre la tierra sino en los Cielos, con tu divino Padre, para defender y perorar la causa de las almas. 

Crucificado amor mío, también yo quiero seguirte ante el trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la divina Justicia.

 Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es más, permíteme vida mía que corran mis pensamientos en los tuyos, mi amor, mi voluntad, mis deseos en los tuyos, mis latidos corran en tu corazón, todo mi ser en Ti a fin de que no deje escapar nada y repita acto por acto, palabra por palabra todo lo que haces Tú.

 Pero veo, crucificado bien mío, que Tú, viendo al divino Padre indignado contra las criaturas, te postras ante Él y escondes a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndonos al seguro, a fin de que el Padre, mirándonos en Ti, por amor tuyo no arroje a la criatura de Sí.

 Y si las mira enfadado es porque muchas almas han desfigurado la bella imagen creada por Él, y no tienen otro pensamiento que para ofenderlo, y de la inteligencia que debía ocuparse en comprenderlo forman por el contrario un receptáculo donde anidan todas las culpas. 

Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo atraes la atención del divino Padre a mirar tu santísima cabeza traspasada entre atroces dolores, que tienen en tu mente como clavadas todas las inteligencias de las criaturas, por las cuales, una por una ofreces una expiación para satisfacer a la divina Justicia. 

¡Oh! cómo estas espinas son ante la Majestad divina voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas.

 Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son uno solo, por eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la divina Majestad todo el mal que se comete por todas las inteligencias de las criaturas; y permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia, y junto contigo gire por todas las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y con la santidad de la tuya les restituya la primera inteligencia, tal como fue por Ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de ellas en Ti y con tus espinas traspase todas las mentes de las criaturas y te restituya el dominio y el régimen de todas.

 ¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador de cada pensamiento, de cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, sólo así será renovada la faz de la tierra que causa horror y espanto. 

Pero me doy cuenta crucificado Jesús que continúas viendo al divino Padre enojado, que mira a las pobres criaturas y las encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con las más feas suciedades, tanto de dar asco a todo el Cielo. 

¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, no reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la pobre criatura!

 Más bien parece que sean tantos monstruos que ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de la mirada paterna; pero Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de endulzarlo cambiando tus ojos con los suyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas, y lloras ante la divina Majestad para moverla a compasión por la desventura de tantas pobres criaturas, y oigo tu voz que dice: 

«Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va ensuciando con las culpas, hasta no merecer ya tu mirada paterna, pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero llorar tanto ante Ti, para formar un baño de lágrimas y de sangre para lavar estas suciedades con las cuales se han cubierto las criaturas. 

Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no lo puedes, soy tu Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy también la cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros, salvémoslas, oh Padre, salvémoslas». 

Mi Jesús, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes. 

 (la frase “estos tiempos tan tristes” corresponde a los sucesos de la primera guerra mundial).

 Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y gire por todas las criaturas; y para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor les haré ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van ensuciando, Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas, y al verte llorar se rendirán. 

Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las criaturas; que estas lágrimas las haga descender en sus corazones y pueda reblandecer a tantas almas endurecidas en la culpa y venza la obstinación de todos los corazones; y con tus miradas las penetre, de modo de hacer que todos dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no las dirijan más a la tierra para ofenderte; así el divino Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad. 

Crucificado Jesús, veo que el divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que casi a cada paso y acto se siente correr el amor y las gracias de aquel corazón paterno, la criatura siempre ingrata, despreciando este amor no lo quiere reconocer, más bien hace frente a tanto amor llenando el Cielo y la tierra de insultos, desprecios y ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriéndolo casi destruir idolatrándose a sí misma.

¡Ah, todas estas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan ante la Majestad divina, la Cual, oh cómo se indigna al ver a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos!

 Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas al Padre a mirar tu santísimo rostro cubierto de todos estos insultos y desprecios, y dices:

 «Padre mío, no rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a ella, a Mí me rechazas; ¡ah! aplácate, todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde por todas».

Jesús mío, ¿será posible que nos ames tanto? 

Tu amor tritura este mi pobre corazón, y queriendo seguirte en todo, permíteme que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, para moverlo a compasión de la pobre humanidad, que está tan oprimida bajo el azote de la divina Justicia, que yace como moribunda; permíteme que me ponga en medio de todas las criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese tu rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres Tú y quiénes son ellas que osan ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantas culpas en las cuales viven muriendo a la gracia, y las haga postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte y glorificarte.

 Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura va siempre irritando a la divina Justicia, y desde su lengua hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, concertaciones para decidir cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo matanzas. 

Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído divino, el cual, cansado de estos ecos venenosos que la criatura le manda, quisiera deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí, porque todas esas voces venenosas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas.

 ¡Oh, cómo la divina Justicia se siente incitada a mandar flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias horrendas! 

Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con amor sumo, haces frente a estas voces asesinas con tu voz omnipotente y creadora, en la cual recoges todas estas voces y haces resonar en el oído paterno tu voz dulcísima, para tranquilizarlo por las molestias que las criaturas le dan con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y gritas:

 «¡Misericordia, gracias, amor para la pobre criatura!» 

Y para aplacarlo más le muestras tu santísima boca y le dices: 

«Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a la criatura, pero que la mires en Mí, ¿si las miras fuera de Mí qué será de ella?

 Es débil, ignorante, capaz sólo de hacer el mal, llena de todas las miserias; piedad, piedad de la pobre criatura,  respondo Yo por ellas con esta mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed, quemada y abrazada por el amor». 

Mi amargado Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas, y permíteme que tome tu lengua, tus labios y gire por todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, a fin de que ellas sintiendo en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, si no por amor, al menos por la amargura que sienten no blasfemen; déjame que toque sus labios con los tuyos, a fin de que apague el fuego de la culpa sobre los labios de todas ellas, y con tu voz omnipotente, haciéndola resonar en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar todas las voces humanas en bendiciones y alabanzas. 

Crucificado bien mío, la criatura ante tanto amor y dolor tuyo no se rinde aún, por el contrario, despreciándote va agregando culpas a culpas, cometiendo sacrilegios enormes, homicidios, suicidios, fraudes, engaños y traiciones.

 Ah, todas estas obras malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener el peso está a punto de dejarlos caer y verter sobre la tierra furor y destrucción. 

Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la criatura del furor divino, temiendo verla destruida, extiendes tus brazos y estrechas los brazos paternos, a fin de que no los deje caer para destruir a la criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso lo desarmas, e impides que la Justicia actúe; y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, le dices con la voz más insinuante: 

«Padre mío, mira estas manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me clavan junto a todas estas obras malas. 

Ah, es en estas manos que siento todos los dolores que me dan todas estas obras malas. 

¿No estás contento Padre mío con mis dolores? 

¿No son tal vez capaces de satisfacerte? 

Ah, estos mis brazos dislocados serán siempre cadenas que tendrán estrechada a la pobre criatura, a fin de que no me huya, sólo alguna que quisiera arrancarse a viva fuerza; y estos mis brazos serán cadenas amorosas que te atarán, Padre mío, para impedir que Tú destruyas a la pobre criatura, es más, te atraeré siempre más hacia ella para que viertas sobre ella tus gracias y tus misericordias». 

Mi Jesús, tu amor es un dulce encanto para mí y me empuja a hacer lo que haces Tú, por eso dame tus brazos, porque junto contigo quiero impedir, a costa de cualquier pena, que la divina Justicia haga su curso contra la pobre humanidad; con la sangre que escurre de tus manos quiero apagar el fuego de la culpa que la enciende y calmar su furor; y para mover al Padre a piedad de las criaturas, permíteme que yo ponga en tus brazos los tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, los tantos corazones doloridos y oprimidos, y permíteme que gire por todas las criaturas y las ponga a todas en tus brazos, a fin de que todas regresen a tu corazón, y permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y aparte a todos de obrar el mal. 

Mi amable Jesús crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte, quiere beber hasta el fondo toda la hez de la culpa y corre como enloquecida en el camino del mal, se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo por darte dolor quiere irse al infierno.

 ¡Oh! cómo se indigna la Majestad Suprema, y Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo, y también sobre la obstinación de las criaturas, para aplacar al divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad lacerada, dislocada, desgarrada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los cuales contienes todos los pasos de las criaturas que te dan dolores mortales, tanto, que están contraídos por la atrocidad de los dolores; y escucho tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de apagarse, que quiere vencer por fuerza de amor y de dolor a la criatura y triunfar sobre el corazón paterno, que dice: 

«Padre mío, mírame, de la cabeza a los pies no hay parte sana en Mí, no tengo donde hacerme abrir otras llagas y procurarme otros dolores; si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién podrá aplacarte? 

Oh criaturas, ¿si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza os queda de convertiros? 

Estas mis llagas y esta sangre serán siempre voces que llamarán del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y compasión por la pobre humanidad». 

Mi Jesús, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura, por eso permíteme que tome tus santísimos pies y gire por todas las criaturas, y ate sus pasos a tus pies, a fin de que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las cadenas que tienes puestas entre Tú y ellas, no lo podrán hacer.

 Ah, con estos tus pies hazles retroceder del camino del mal y ponlas sobre el camino del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes, y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él. 

Mi Jesús, amante crucificado, veo que no puedes más, la tensión terrible que sufres sobre la cruz, el crujido continuo de tus huesos que se dislocan cada vez más a cada pequeño movimiento, las carnes que se abren cada vez más, las repetidas ofensas que te llegan, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas internas que te sofocan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como ola impetuosa hasta dentro de tu corazón traspasado, ah, tanto te aplastan, que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios está por sucumbir, y como delirando de amor y de sufrimiento pide ayuda y piedad. Crucificado Jesús, ¿será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos pidas ayuda?

¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina, para hacer menos dolorosas sus pinchaduras, para aliviar en cada pena interior de tu corazón la intensidad de tus amarguras! 

Quisiera darte vida por vida, y si me fuera posible quisiera desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo que soy nada y nada puedo, soy demasiado insignificante, por eso dame a Ti mismo, tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo, así contentarás mis ansias. 

Desgarrado Jesús, veo que tu santísima Humanidad termina, no por Ti, sino para cumplir en todo nuestra Redención. 

Tienes necesidad de ayuda divina, y por eso te arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y auxilio. 

¡Oh! cómo se enternece el divino Padre al mirar el horrendo desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo terrible que la culpa ha hecho en tus santísimos miembros, y para contentar tus ansias de amor te estrecha a su corazón paterno y te da las ayudas necesarias para cumplir nuestra Redención. Y mientras te estrecha, sientes en tu corazón repetirse más fuertemente los golpes sobre los clavos, los azotes de los flagelos, las laceraciones de las llagas, las pinchaduras de las espinas. 

¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas estas penas te las dan hasta en tu corazón, aun las almas a Ti consagradas! Y en su dolor te dice: 

«¿Será posible Hijo mío, que ni siquiera la parte elegida por Ti esté contigo? 

Al contrario, parece que piden refugio y alojo en este tu corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es más, todos estos dolores que te dan están escondidos y cubiertos por hipocresías.

 ¡Ah! Hijo, no puedo contener más la indignación por la ingratitud de estas almas, las cuales me dan más dolor que todas las otras criaturas juntas» 

Pero Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes a estas almas, y con el amor inmenso de tu corazón das reparación por las olas de amarguras y de heridas que éstas te dan; y para aplacar al Padre le dices: 

«Padre mío, mira este mi corazón, todos estos dolores te satisfacen, y por cuanto más acerbos tanto más potentes sobre tu corazón de Padre para obtenerles gracias, luz y perdón. 

Padre mío, no las rechaces, ellas serán mis defensoras, continuarán mi vida sobre la tierra».

 Oh, mi Jesús, dame tu corazón, a fin de que ponga en él mi beso, y con mi latido te restituya el amor y los afectos de todas las almas consagradas a Ti. 

Permíteme que gire por todas ellas, y ponga en ellas tu corazón, y al toque de él, las almas frías se enfervoricen, se sacudan las tibias, este toque vuelva a llamar a las desviadas, y haga regresar en ellas las tantas gracias rechazadas. 

Este tu corazón está sofocado por el dolor y por la amargura al ver los tantos designios que tenías sobre ellas, y que por su  incorrespondencia no se han llevado a cabo, pero con el darles la vida de este corazón tendrán cumplimiento, de manera que ellas estarán en ti, y en torno a ti, no más para ofenderte, sino para repararte, consolarte y defenderte. Vida mía, crucificado Jesús, veo que aún agonizas sobre la cruz, no habiendo sido correspondido tu amor para dar cumplimiento a todo. 

También yo agonizo junto contigo y llamo a todos ustedes, ángeles, santos, venid al monte calvario a mirar los excesos y las locuras de amor de un Dios. 

Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la Redención; demos una mirada a la traspasada Madre, que tantas penas y muertes siente en su inmaculado corazón por cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos están mojados de la sangre que está esparcida por todo el monte calvario.

 Por eso, todos juntos tomemos esta sangre y roguemos a la doliente Madre que se una a nosotros, dividámonos por todo el mundo y vayamos en ayuda de todos, ayudemos a los vacilantes, a fin de que no perezcan; a los caídos, para que se levanten; a aquellos que están por caer, para que no caigan; demos esta sangre a tantos pobres ciegos a fin de que resplandezca en ellos la luz de la verdad; y en modo especial pongámonos en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes centinelas. 

Si están por caer alcanzados por los proyectiles recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de que si son abandonados por todos, si están impacientes por su triste suerte, demos a ellos esta sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si vemos que hay almas que están a punto de caer en el infierno, demos a ellas esta sangre divina que contiene el precio de la Redención y arrebatémoslas a Satanás.

 Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido y reparado de todo, pondré a todos en este corazón a fin de que todos podamos obtener gracia eficaz de conversión, de fuerza y salvación. 

Y ahora, volvamos al monte calvario para asistir a la muerte de nuestro crucificado Jesús. 

Oh Jesús, la sangre a ríos escurre de tus manos y de tus pies, y los ángeles haciéndote corona, admiran los portentos de tu inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de la cruz, traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos en un éxtasis de estupor.

 Oh Jesús, me uno a Ti, me estrecho a tu cruz, tomo todas las gotas de esta sangre y las pongo en mi corazón, y cuando vea a tu Justicia irritada contra los pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte; cuando vea almas obstinadas en la culpa, te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi oración, porque tengo la prenda en mis manos.

Y ahora, crucificado bien mío, a nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con tu Mamá y con todos los ángeles, me postro ante Ti y te digo: 

«Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido al mundo». 

 

+ + + Reflexiones de la Decimonovena Hora (11 AM) 11-66 Noviembre 18, 1913.

Tanto bien puede producir la cruz, por cuanta conexión tiene el alma con la Voluntad de Dios. 

Estaba pensando en mi pobre estado y cómo aun la cruz se ha alejado de mí, y Jesús en mi interior me ha dicho:

 “Hija mía, cuando dos voluntades están opuestas entre ellas, una forma la cruz de la otra; así es entre Yo y las criaturas: 

Cuando su voluntad está opuesta a la Mía, Yo formo la cruz de ellas y ellas la cruz mía, así que Yo soy el asta larga de la cruz y ellas la corta, que cruzándose forman la cruz. Ahora, cuando la voluntad del alma se une con la Mía, las astas no quedan más cruzadas, sino unidas entre ellas, y por lo tanto la cruz no es más cruz, ¿has entendido? Y además, Yo santifiqué a la cruz, no la cruz a Mí, así que no es la cruz la que santifica, es la resignación a mi Voluntad lo que santifica la cruz; por lo tanto, también la cruz tanto de bien puede obrar por cuanta conexión se tiene con mi Voluntad, no sólo esto, la cruz santifica, crucifica parte de la persona, pero a mi Voluntad no se le escapa nada, santifica todo y crucifica los pensamientos, los deseos, la voluntad, los afectos, el corazón, todo, y siendo luz, mi Voluntad hace ver al alma la necesidad de esta santificación y crucifixión completa, de modo que ella misma me incita a querer cumplir el trabajo de mi Voluntad en ella. Así que la cruz y todas las demás virtudes se contentan con tener alguna cosa, y si pueden clavar a la criatura con tres clavos se alegran y cantan victoria; en cambio mi Voluntad, no sabiendo hacer obras incompletas, no se contenta con tres clavos, sino con tantos clavos por cuantos actos de mi Voluntad dispongo sobre la criatura”. 

Mayo 15, 1920 La Divina Voluntad forma en el alma la crucifixión completa. 

Me lamentaba con mi dulce Jesús diciéndole:

 “¿Dónde están tus promesas? No más cruz, no más semejanza Contigo, todo se ha esfumado y no me queda más que llorar mi doloroso fin”. Y Jesús, moviéndose me ha dicho en mi interior:

 “Hija mía, mi crucifixión fue completa, ¿y sabes por qué? 

Porque fue hecha en la Voluntad Eterna de mi Padre. 

En esta Voluntad la cruz se hizo tan larga y tan ancha, de abrazar todos los siglos, para penetrar en cada corazón presente, pasado y futuro, de modo que quedaba crucificado en cada corazón de criatura; esta Divina Voluntad ponía clavos a todo mi interior, a mis deseos, a los afectos, a mis latidos, puedo decir que no tenía vida propia, sino la Vida de la Voluntad eterna, que encerraba en Mí a todas las criaturas y quería que respondiera por todo. 

Jamás mi crucifixión podía estar completa y tan extendida para abrazar a todos, si el Querer eterno no fuera el actor. 

También en ti quiero que la crucifixión sea completa y extendida a todos.

 He aquí el porqué de las continuas llamadas que te hago en mi Querer, son las incitaciones para llevar ante la Majestad Suprema a toda la familia humana, y a nombre de todos hacer los actos que ellos no hacen. 

El olvido de ti, la falta de reflexiones personales, no son otra cosa que clavos que pone mi Voluntad. 

Mi Voluntad no sabe hacer cosas incompletas o pequeñas, y haciéndose corona en torno al alma, la quiere en Sí, y extendiéndola en todo el ámbito de su Querer eterno, pone el sello de su cumplimiento. 

Mi Querer vacía todo lo humano del interior de la criatura, y pone todo lo divino, y para estar más seguro va sellando todo el interior con tantos clavos por cuantos actos humanos pueden tener vida en la criatura, sustituyéndolos con otros tantos actos divinos, y así forma las verdaderas crucifixiones, y no por un tiempo, sino por toda la vida”. 

+ + + 14-33 Junio 6, 1922 Viviendo en la Divina Voluntad, la cruz y la santidad se hacen semejantes a las de Jesús.

Estaba pensando entre mí:

 “Mi buen Jesús ha cambiado conmigo, antes se deleitaba en hacerme sufrir, todo era participación de clavos y cruz, ahora todo ha desaparecido, no se deleita más en hacerme sufrir, y si alguna vez sufro me mira con indferencia y no muestra más aquel gusto de antes”.

 Ahora, mientras esto pensaba, mi dulce Jesús moviéndose en mi interior, suspirando me ha dicho: 

“Hija mía, cuando se tienen gustos mayores, los gustos menores pierden su deleite, su atractivo, y por eso se ven con indiferencia.

 La cruz ata a la gracia, pero, ¿quién la alimenta?

 ¿Quién la hace crecer a la debida estatura? Mi Voluntad. 

Es sólo Ella que completa todo y hace cumplir mis más altos designios en el alma, y si no fuera por mi Voluntad, la misma cruz, por cuanto poder y grandeza contiene, puede hacer que las almas permanezcan a medio camino. 

¡Oh! cuántos sufren, pero como les falta el alimento continuo de mi Voluntad, no llegan a la meta, a la destrucción del querer humano, y el Querer Divino no puede dar el último toque, la última pincelada de la santidad Divina.

 Mira, tú dices que han desaparecido clavos y cruz, falso hija mía, falso, antes tu cruz era pequeña, incompleta, ahora mi Voluntad elevándote en Ella, hace que tu cruz sea grande, y cada acto que haces en mi Querer es un clavo que recibe tu querer, y viviendo en mi Voluntad, la tuya se extiende tanto, que te difundes en cada criatura, y me da por cada una la vida que les he dado para devolverme el honor, la gloria, la finalidad para las que las he creado. 

 Mira, tu cruz se extiende no sólo por ti, sino por cada una de las criaturas, así que por todas partes veo tu cruz; primero la veía sólo en ti, ahora la veo por dondequiera. 

Este fundirte en mi Voluntad sin ningún interés personal, sino sólo para darme lo que todos deberían darme, y para dar a todos todo el bien que mi Querer contiene, es sólo de la Vida Divina, no de la humana; así que sólo mi Voluntad es la que forma esta Santidad divina en el alma. 

Entonces tus cruces anteriores eran santidad humana, y lo humano por cuan santo sea, no sabe hacer cosas grandes sino pequeñas, mucho menos elevar al alma a la santidad y a la fusión del obrar de su Creador, queda siempre en la restricción de criatura, pero mi Voluntad derribando todas las barreras humanas, la arroja en la inmensidad divina, y todo se hace inmenso en ella: Cruz, clavos, santidad, amor, reparación, todo; mi mira sobre ti no era la santidad humana, si bien era necesario que primero hiciera las cosas pequeñas en ti, y por eso me deleitaba tanto. 

Ahora, habiéndote hecho pasar más adelante y debiéndote hacer vivir en mi Querer, viendo tu pequeñez, tu átomo, abrazar la inmensidad para darme por todos y por cada uno amor y gloria para volverme a dar todos los derechos de toda la Creación, esto me deleita tanto, que todas las otras cosas no me dan más gusto. 

 Entonces tu cruz, tus clavos, serán mi Voluntad, la que teniendo crucificada a la tuya completará en ti la verdadera crucifixión, no a intervalos sino perpetua, toda semejante a la mía, que fui concebido crucificado y morí crucificado, alimentada mi cruz de la sola Voluntad eterna, y por eso, por todos y por cada uno Yo fui crucificado. 

Mi cruz selló a todos con su emblema”. 

+ + +

El amor rechazado se convierte en fuego de castigo

Encontrándome en lo acostumbrado, mi siempre amable Jesús se hacía ver todo afanado y oprimido, pero lo que más lo oprimía eran las llamas de su amor, que mientras salían de Él para expandirse, eran obligadas por la ingratitud humana a aprisionarse nuevamente. 

 ¡Oh! cómo su corazón santísimo quedaba sofocado por sus mismas llamas, y pedía refrigerio. Entonces me ha dicho: 

“Hija mía, dame alivio, porque no puedo más; mis llamas me devoran, déjame agrandar tu corazón para poder poner en él mi amor rechazado y el dolor de mi mismo amor, ¡ah! las penas de mi amor superan a todas mis demás penas juntas”. 

Ahora, mientras esto decía, ponía su boca en mi corazón y lo soplaba fuertemente, de modo que me lo sentía inflar, después me lo tocaba con sus manos como si lo quisiera agrandar y volvía a soplarle; yo sentía como si se fuera a romper, pero Él, no prestándome atención volvía a soplarle.

 Después que lo ha inflado bien, con sus manos lo ha cerrado, como si pusiera un sello, de modo que no había esperanza que pudiera recibir alivio, y luego me dijo:

 “Hija de mi corazón, he querido encerrar con mi sello mi amor y mi dolor que he puesto en ti, para hacerte sentir cuán terrible es la pena del amor contenido, del amor rechazado. 

Hija mía, paciencia, tú sufrirás mucho, es la pena más dura, pero es tu Jesús, tu vida, quien quiere este alivio de ti”

Sólo Jesús sabe lo que sentía y sufría, por eso creo que es mejor no ponerlo en el papel. 

Entonces, habiendo pasado todo un día sintiéndome continuamente morir, en la noche, regresando mi dulce Jesús quería inflarme más la parte del corazón, y yo le decía: 

“Jesús, no puedo más; no puedo contener lo que tengo, y ¿quieres agregar más?” 

Y Él tomándome entre sus brazos para darme la fuerza, me ha dicho: 

“Hija mía, ánimo, déjame hacer, es necesario, de otra manera no te daría tanta pena, los males han llegado a tanto que hay toda la necesidad de que tú sufras a lo vivo mis penas, como si de nuevo estuviera Yo viviente sobre la tierra. 

La tierra está por hacer salir llamas para castigar a las criaturas; mi amor que corre hacia ellas para cubrirlas de gracia, rechazado se convierte en fuego para castigarlas, así que la humanidad se encuentra en medio de dos fuegos:

 Fuego del Cielo y fuego de la tierra. 

Son tantos los males, que estos fuegos están por unirse, y las penas que te hago sufrir corren en medio de estos dos fuegos e impiden que se unan; si no hiciera esto, para la pobre humanidad todo habría terminado. Por eso déjame hacer, Yo te daré la fuerza y estaré contigo”. 

Ahora, mientras esto decía, volvía a soplarme, y yo, como si no pudiera más, le rogaba que me tocase con sus manos para sostenerme y darme la fuerza, y Jesús me ha tocado, sí, tomándome el corazón entre sus manos y apretándolo tan fuerte, que sólo Él sabe lo que me hizo sentir. 

Pero no contento con esto me ha estrechado tan fuerte la garganta con sus manos, que me sentía despedazar los huesos, los nervios de la garganta y me sentía asfixiar. 

Entonces, después que me ha dejado en aquella posición por algún tiempo, todo ternura me ha dicho:

 “Ánimo, en este estado se encuentra la presente generación, y de todas las clases, son tales y tantas las pasiones que la dominan, que están ahogados por las mismas pasiones y por los vicios más feos; la podredumbre, el fango es tanto, que está por sumergirlas, he aquí por qué he querido hacerte sufrir la pena de sofocarte la garganta, esta es pena de los excesos extremos, y Yo no pudiendo soportar más el ver a la humanidad sofocada por sus mismos males, he querido de ti una reparación. Pero debes saber que esta pena la sufrí también Yo cuando me crucificaron, me estiraron tanto sobre la cruz, que todos los nervios me los estiraron tanto que me los sentía despedazar, retorcer, pero los de mi garganta tuvieron un dolor y un estiramiento mayor, tanto que me sentía asfixiar. 

Era el grito de la humanidad sumergida por las pasiones, que apretándome la garganta me ahogaba de penas.

 Fue tremenda y horrible esta pena mía al sentirme estirar los nervios, los huesos de la garganta con tal fuerza, que sentía destrozarme todos los nervios de la cabeza, de la boca y hasta de los ojos; fue tal la tensión, que cada pequeño movimiento me hacía sentir penas mortales; ahora me quedaba inmóvil y ahora me contorsionaba tanto, que me sacudía en modo horrible sobre la cruz, que los mismos enemigos quedaban aterrorizados. Por eso te repito, ánimo, mi Voluntad te dará fuerza para todo”. 

 

+ + + VIGÉSIMA HORA De las 12 a la 1 de la tarde.

Primera hora de agonía en la cruz.

La Primera Palabra.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Crucificado bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre tu trono de triunfo, en acto de conquistar todo y a todos los corazones, y de atraerlos tanto a Ti, que todos sientan tu sobrehumano poder. 

La naturaleza horrorizada de tanto delito se postra ante Ti y en silencio espera una palabra tuya para rendirte homenaje y hacer reconocer tu dominio; el sol lloroso retira su luz, no pudiendo soportar tu vista demasiado dolorosa. 

El infierno siente terror y silencioso espera; los mismos enemigos pierden el ánimo, y si algún insulto te lanzan, este muere en los labios, así que todo es silencio. 

La traspasada Mamá, tus fieles, están todos mudos y tan petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu destrozada y dislocada Humanidad, y silenciosos esperan también una palabra tuya. 

Tu misma Humanidad que yace en un mar de dolores entre los espasmos atroces de la agonía, está silenciosa, tanto, que temo que de un respiro a otro Tú mueras. 

Pero penetrando en tu interior veo que el amor desborda, te sofoca y no puedes contenerlo, y obligado por tu amor que te atormenta más que las mismas penas, con voz fuerte y conmovedora hablas como el Dios que eres, y dices:

 «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». (Lc 23, 34) 

Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas inauditas. 

 Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor?

 ¡Ah! después de tantas penas e insultos, la primera palabra es el perdón, y nos excusas ante el Padre por tantos pecados; esta palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres Tú el primero en ofrecerles el perdón. 

Pero cuántos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar a todos el perdón y el beso de paz. 

A esta palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por Dios. 

La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver hasta dónde llega tu amor. 

Pero no es sólo tu voz, sino también tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón después del pecado:

 «Ven a mis brazos, que te perdono, y el sello del perdón es el precio de mi sangre.»

Oh mi amable Jesús, repite esta palabra a cuantos pecadores hay en el mundo. 

Para todos implora misericordia, a todos aplica los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por todos, oh buen Jesús, continúa aplacando a la divina Justicia y concede gracia a quien encontrándose en acto de tener que perdonar, no siente la fuerza. 

Mi Jesús, crucificado adorado, en estas tres horas de amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo, y mientras silencioso te estás sobre esta cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer en todo al Padre. 

Por todos le agradeces, satisfaces por todos y por todos pides perdón, y a todos consigues la gracia de que nunca más te ofendan. 

Y para obtener esto del Padre resumes toda tu vida, desde el primer instante de tu concepción hasta tu último respiro.

 Mi Jesús, amor interminable, deja que también yo recapitule toda tu vida junto contigo, con la inconsolable Mamá, con san Juan y con las pías mujeres. 

Mi dulce Jesús, te agradezco por las tantas espinas que han traspasado tu adorable cabeza, por las gotas de sangre que de ésta has derramado, por los golpes que en ella has recibido y por los cabellos que te han arrancado. 

Te agradezco por el bien que has hecho e impetrado a todos, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has dado, y por cuantas veces has perdonado todos nuestros pecados de pensamiento, de soberbia, de orgullo y de estima propia. 

Te pido perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza, por cuantas veces no hemos correspondido a tus inspiraciones. 

Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido, oh buen Jesús, impetrarnos la gracia de no cometer jamás pecados de pensamientos. 

Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima cabeza, para darte toda la gloria que todas las criaturas te habrían dado si hubieran hecho buen uso de su inteligencia. 

Adoro, oh Jesús mío, tus santísimos ojos y te agradezco por cuantas lágrimas y sangre han derramado, por las espinas que los han traspasado, por los insultos, escarnios y menosprecios soportados en toda tu Pasión. 

Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de la vista para ofenderte y ultrajarte, rogándote por los dolores sufridos en tus santísimos ojos, que nos consigas la gracia de que nadie más te ofenda con malas miradas. 

Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos ojos para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si sus miradas hubieran estado fijas solamente en el Cielo, en la Divinidad y en Ti, oh mi Jesús. 

Adoro tus santísimos oídos. 

Te agradezco por todo lo que sufriste mientras los canallas sobre el calvario te los aturdían con gritos e injurias. 

Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas malas conversaciones hemos hecho, y te ruego que se abran nuestros oídos a las verdades eternas, a las voces de la Gracia, y que ninguno más te ofenda con el sentido del oído.

 Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si de este sentido siempre hubieran hecho uso según tu Voluntad.

 Adoro y beso, oh Jesús mío, tu santísimo rostro, y te agradezco por cuanto sufriste por los salivazos, por las bofetadas y las burlas recibidas, y por cuantas veces te has dejado pisotear por tus enemigos. 

Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos tenido la osadía de ofenderte, suplicándote por estas bofetadas y por estos salivazos recibidos, que hagas que tu Divinidad sea por todos reconocida, alabada y glorificada. 

Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por todo el mundo, de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las voces de las criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de alabanza, de amor y de adoración. 

Quiero también, oh mi Jesús, traer a Ti todos los corazones de las criaturas, a fin de que en todos Tú pongas luz, verdad, amor y compasión a tu divina Persona; y mientras perdonarás a todos, yo te ruego que no permitas que ninguno más te ofenda, y si fuese posible, aun a costa de mi sangre. 

En fin, quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísimo rostro, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado ofenderte.

 Adoro tu santísima boca y te doy las gracias por tus primeros gemidos, por cuanta leche mamaste, por cuantas palabras dijiste, por los besos encendidos que diste a tu santísima Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel y por la sed ardiente que sufriste sobre la cruz, por las plegarias que elevaste al Padre, y te pido perdón por cuantas murmuraciones y conversaciones malas y mundanas se hacen, y por cuantas blasfemias pronuncian las criaturas; quiero ofrecer tus santas conversaciones en reparación de sus conversaciones no buenas; la mortificación de tu gusto para reparar sus gulas y todas las ofensas que te hacen con el mal uso de la lengua. 

Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y con el abuso de la lengua. 

Oh Jesús, te doy las gracias por todo y a nombre de todos. 

A Ti elevo un himno de agradecimiento eterno, infinito. 

Quiero, oh mi Jesús, ofrecerte todo lo que has sufrido en tu santísima persona, para darte toda la gloria que te habrían dado todas las criaturas si hubiesen uniformado su vida a la tuya. 

Te agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en tus santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por cuantas llagas te has dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y por cuantas gotas de sangre has derramado. 

Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas veces, por amor a las comodidades, te hemos ofendido con placeres ilícitos y no buenos.

Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar todos los pecados cometidos con todos los sentidos, por el amor a los propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas las satisfacciones naturales, y quiero ofrecerte también todo lo que has sufrido en tus hombros, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen buscado agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la sombra de tu divina protección. 

Jesús mío, beso tu pie izquierdo, te doy las gracias por todos los pasos que diste en tu vida mortal, y por cuantas veces cansaste tus pobres miembros para ir en busca de almas para conducirlas a tu corazón. 

Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis acciones, pasos y movimientos, con la intención de darte reparación por todo y por todos. 

Te pido perdón por aquellos que no obran con recta intención. 

Uno mis acciones a las tuyas para divinizarlas, y las ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima Humanidad, para darte toda la gloria que te habrían dado las criaturas si hubiesen obrado santamente y con fines rectos.

 Te beso, oh Jesús mío, el pie derecho y te agradezco por cuanto has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta hora en que estás suspendido en la cruz. 

Te agradezco por el desgarrador trabajo que hacen los clavos en tus llagas, las cuales se abren siempre más al peso de tu sacratísimo cuerpo.

 Te pido perdón por todas las rebeliones y desobediencias que cometen las criaturas, ofreciéndote los dolores de tus santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen estado sujetas a Ti. 

Oh mi Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te agradezco por cuanto has sufrido por mí, por cuantas veces has aplacado a la divina Justicia satisfaciendo por todo. 

Beso tu mano derecha y te doy las gracias por todo el bien que has obrado y que obras por todos, especialmente te agradezco por las obras de la Creación, de la Redención y de la Santificación. 

Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos sido ingratos a tus beneficios, y por tantas obras nuestras hechas sin recta intención. 

En reparación de todas estas ofensas quiero ofrecerte toda la perfección y santidad de tus obras, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si hubiesen correspondido a todos estos beneficios. 

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y te agradezco por todo lo que has sufrido, deseado y anhelado por amor de todos y por cada uno en particular. 

Te pido perdón por tantos malos deseos, afectos y tendencias no buenas. 

Perdón, oh Jesús, por tantos que posponen tu amor al amor de las criaturas, y para darte toda la gloria que estos te han negado, te ofrezco todo lo que ha hecho y continúa haciendo tu adorabilísimo corazón. 

 

+ + + Reflexiones de la Vigésima Hora (12 AM) 14-74 Noviembre 16, 1922.

 Efectos de la absolución en la Divina Voluntad. 

Más tarde estaba recibiendo la absolución y decía entre mí: 

“Mi Jesús, en tu Querer quiero recibirla”. 

Y Jesús, súbito, sin darme tiempo ha agregado: 

“Y Yo en mi Voluntad te absuelvo, y mientras te absuelvo a ti, mi Querer pone en camino las palabras de la absolución para absolver a quien quiera ser absuelto y para perdonar a quien quiera el perdón. 

Mi Querer toma a todos, no toma uno solo, sino que quien está dispuesto toma más que todos”. 

+ + + 18-8 Octubre 21, 1925 Efectos de un acto hecho en la Divina Voluntad. 

El dolor de Jesús está suspendido en la Divina Voluntad esperando al pecador. 

Más tarde, continuando el fundirme en la Voluntad Divina, doliéndome por cada ofensa que ha sido hecha a mi Jesús, desde el primero hasta el último hombre que vendrá sobre la tierra, y mientras me dolía pedía perdón, pero mientras esto hacía decía entre mí:

 “Jesús mío, amor mío, no me basta con dolerme y pedirte perdón, sino que quisiera aniquilar cualquier pecado, para hacer que jamás, jamás seas ofendido”. 

Y Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho: 

“Hija mía, Yo tuve un dolor especial por cada pecado, y sobre mi dolor estaba suspendido el perdón al pecador. 

Ahora, este mi dolor está suspendido en mi Voluntad esperando al pecador cuando me ofende, a fin de que doliéndose de haberme ofendido descienda mi dolor a dolerse junto con el suyo, y pronto darle el perdón; pero, ¿cuántos me ofenden y no se duelen? 

Y mi dolor y perdón están suspendidos en mi Voluntad y como aislados. 

Gracias hija mía, gracias por venir en mi Voluntad a hacer compañía a mi dolor y a mi perdón. 

Continúa girando en mi Voluntad y haciendo tuyo mi mismo dolor, grita por cada ofensa: ‘dolor, perdón’, a fin de que no sea Yo solo a dolerme y a impetrar el perdón, sino que tenga la compañía de la pequeña hija de mi Querer que se duele junto Conmigo”.

 

 + + + VIGÉSIMA PRIMERA HORA De la 1 a las 2 de la tarde.

Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera y cuarta palabra sobre la cruz.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito dice: 

«Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». (Lc 23, 42) 

Y Tú no vacilas en responderle: 

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». 

Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a tantos moribundos.

 ¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. 

¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al silencio.

 Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al Cielo. 

En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. 

Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz: 

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 43)

 Tercera Palabra.

Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan siempre más. 

Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que das a cada una tu propia vida. 

Pero tu amor se ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir: 

«¡Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!»

Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura, que la tiene crucificada a la par contigo. 

Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para enternecer a todos los corazones dices: 

«Mujer, he ahí a tu hijo». (Jn 19, 26) Y a Juan: «He ahí a tu Madre». (Jn 19, 27) 

Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces de tu sangre continúa diciendo:

 «Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos». 

Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas, que te reducen al silencio. 

Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a todos dándonosla por Madre. 

¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio? 

Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón. 

Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros? 

Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos. 

Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu Jesús.

 Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aun mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás. 

Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía. 

Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y sumergirme en tu sangre para poder decir contigo:

 “¡Almas, almas!” 

Quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos.

 Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna turbación entre en mí. 

Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para comprenderte.

 Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra mirada divina. 

Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones. 

Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor. 

Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre raptada en Ti. 

Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor. 

Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu vida divina. 

Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el sufrir por amor suyo. 

Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor, hazme tomar parte en tu inmutabilidad. 

Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca por medio de tu sangre y de tus llagas. 

Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor? 

Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más. 

Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea en todo mi ser vida nueva, vida divina, pronuncia tus palabras sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo. 

Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no dé un solo paso alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por las penas que sufres en tus pies.

Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso una por una tus llagas con la intención de poner en ellas todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones. 

Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y alas para transportarlas de esta tierra al Cielo. 

Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de convertir las ofensas en amor. 

Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar como Tú ansías ser amado.

 Cuarta Palabra.

Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me abandono numerando tus penas, veo que un temblor convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas fuertemente: 

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46) 

A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. 

Mi vida, mi todo, mi Jesús, ¿qué veo? 

Ah, Tú estás próximo a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros.

 Y Tú, debiendo satisfacer a la divina Justicia también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones: 

«¡No me abandonen! 

Si quieren que sufra más penas estoy dispuesto, pero no se separen de mi Humanidad. 

¡Éste es el dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera su separación de Mí! 

¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonen!» 

Amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona. 

Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo: 

¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas, para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si me fuera  posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. 

Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu cercana muerte. 

Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de las almas. 

Es en verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso lamento.

 Oh mi Jesús, aumenta en todos la gracia, a fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de aquellas almas que se deberían perder, para que no se pierdan. 

Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de éstas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien en tu dolor. + + + 

 

Reflexiones de la Vigésima Primera Hora (1 PM) 12-76 Enero 4, 1919

 Efectos de las penas sufridas en la Voluntad de Dios

Continuando mi habitual estado, estaba toda afligida por la privación de mi dulce Jesús, sin embargo trataba de estarme unida con Él haciendo las horas de la Pasión, estaba haciendo la de Jesús sobre la cruz, cuando lo he escuchado en mi interior, que uniendo las manos y con voz articulada ha dicho: 

“Padre mío, acepta el sacrificio de esta hija mía, el dolor que siente por mi privación, ¿no ves cómo sufre? 

El dolor la deja como sin vida, privada de Mí, tanto, que si bien escondido estoy obligado a sufrirlo junto con ella para darle fuerza, de otra manera sucumbiría. ¡Ah! Padre, acéptalo unido al dolor que experimenté sobre la cruz cuando fui abandonado aun por Ti, y concede que la privación que siente de Mí sea luz, conocimiento, Vida Divina en las demás almas y todo lo que conseguí Yo con mi abandono”.

Dicho esto se ha escondido de nuevo. 

Yo me sentía petrificada por el dolor, y si bien llorando, he dicho: 

“Vida mía, Jesús, ¡ah! sí, dame las almas, y el vínculo más fuerte que te obligue a dármelas sea la pena desgarradora de tu privación, y esta pena corre en tu Voluntad a fin de que todos sientan el toque de mi pena y mi grito incesante y se  rindan”. 

Después, ya en la tarde, el bendito Jesús ha venido y ha agregado: 

“Hija y refugio mío, qué dulce armonía hacía hoy tu pena en mi Voluntad. 

Mi Voluntad está en el Cielo, y tu pena encontrándose en mi Voluntad armonizaba en el Cielo y con su grito pedía almas a la Trinidad Sacrosanta, y mi Voluntad corriendo en todos los ángeles y santos, hacía que tu pena les pidiera almas a todos, tanto que todos han quedado tocados por tu armonía, y junto con tu pena todos han gritado ante mi Majestad: 

“¡Almas, almas!” 

Mi Voluntad corría en todas las criaturas y tu pena ha tocado todos los corazones y ha gritado a todos:

 “¡Salvaos, salvaos!” 

Mi Voluntad se concentraba en ti y como refulgente sol se ponía como guardia de todos para convertirlos. 

Mira qué gran bien, sin embargo, ¿quién se ocupa en conocer el valor, el precio incalculable de mi Querer?” 

 

+ + + 12-142 Diciembre 18, 1920 Correspondencia de amor y de agradecimiento por todo lo que Dios obró en la Mamá Celestial. 

Después de esto me he sentido fuera de mí misma y me he encontrado junto con mi dulce Jesús, pero tan estrechada con Él y Él conmigo, que casi no podía ver su Divina Persona; y no sé cómo le he dicho: 

“Mi dulce Jesús, mientras estoy estrechada a Ti quiero testimoniarte mi amor, mi agradecimiento y todo lo que la criatura está en deber de hacer por haber Tú creado a nuestra Reina Mamá Inmaculada, la más bella, la más santa, y un portento de gracia, enriqueciéndola con todos los dones y haciéndola nuestra Madre, y esto lo hago a nombre de las criaturas pasadas, presentes y futuras; quiero tomar cada acto de criatura, palabra, pensamiento, latido, paso, y en cada uno de ellos decirte que te amo, te agradezco, te bendigo, te adoro por todo lo que has hecho a mí y a tu Celestial Mamá”. 

Jesús ha agradecido mi acto, pero tanto que me ha dicho:

 “Hija mía, con ansia esperaba este acto tuyo a nombre de todas las generaciones; mi justicia, mi amor, sentían la necesidad de esta correspondencia, porque grandes son las gracias que descienden sobre todos por haber enriquecido tanto a mi Mamá, sin embargo no tienen nunca una palabra, un gracias que decirme”.

 

+ + + Agosto 2, 1922 Semejanza en la pena más grande de Jesús: El alejamiento de la Divinidad en las penas.

Encontrándome en mi habitual estado, me veía toda confundida y como separada de mi dulce Jesús, tanto que al venir le he dicho:

“Amor mío, cómo han cambiado las cosas para mí, antes me sentía tan fundida Contigo que no advertía ninguna división entre Tú y yo, y en las mismas penas que sufría Tú estabas conmigo.

Ahora todo al contrario, si sufro me siento dividida de Ti, y si te veo ante mí o dentro de mí, es con aspecto de un juez que me condena a la pena, a la muerte, y ya no tomas parte en las penas que Tú mismo me das, sin embargo me dices:

Elévate siempre más; en cambio yo desciendo”.

 

Y  Jesús interrumpiendo mi hablar me ha dicho:

“Hija mía, cómo te engañas, esto sucede porque tú has aceptado, y Yo he marcado en ti las muertes y las penas que Yo sufrí por cada criatura. También mi Humanidad se encontraba en estas dolorosas condiciones, Ella era inseparable de mi Divinidad, sin embargo, siendo mi Divinidad intangible en las penas, y no capaz de poder sufrir sombra de penas, mi Humanidad se encontraba sola en el sufrir, y mi Divinidad era sólo espectadora de las penas y muertes que Yo sufría, más bien me era juez inexorable que quería el pago de cada pena de cada criatura.

¡Oh, cómo mi Humanidad temblaba, quedaba aplastada ante aquella luz y Majestad Suprema al verme cubierto por las culpas de todos, y de las penas y muertes que cada uno merecía! Fue la pena más grande de mi Vida, que mientras era una sola cosa con la Divinidad e inseparable, en las penas permanecía solo y como apartado. Por eso, si te he llamado a mi semejanza, ¿qué maravilla que mientras me sientes en ti me ves espectador de tus penas que Yo mismo te infrinjo y te sientes como separada de Mí?

 

No obstante tu pena no es otra cosa que la sombra de la mía, y así como mi Humanidad no quedó jamás separada de la Divinidad, así te aseguro que jamás quedas separada de Mí, son los efectos lo que sientes, pero entonces más que nunca formo una sola cosa contigo, por eso ánimo, fidelidad y no temas”.

 

 + + + 15-9 Marzo 12, 1923 Privación de Jesús y efectos que produce. 

Cómo Jesús sufrió el alejamiento de la Divinidad.

 Me sentía morir de pena por la privación de mi dulce Jesús, y si viene lo hace como relámpago que huye. 

Entonces no pudiendo más y teniendo Él compasión de mí, ha salido de dentro de mi interior, y yo en cuanto lo he visto le he dicho: 

“Amor mío, qué pena, me siento morir sin Ti, pero morir sin morir, que es la más dura de las muertes, yo no sé cómo la bondad de tu corazón puede soportar verme en estado de muerte continua, sólo por causa tuya". 

Y Jesús:

 "Hija mía, ánimo, no te abatas demasiado, no estás sola en sufrir esta pena, también Yo la sufrí, como también mi querida Mamá, ¡oh! ¡Cuánto más dura que la tuya! Cuántas veces mi gimiente Humanidad, si bien era inseparable de la Divinidad, pero para dar lugar a las expiaciones, a las penas, siendo éstas incapaces de tocarla, Yo quedaba solo y la Divinidad como apartada de Mí. 

¡Oh! cómo sentía esta privación, pero esto era necesario.

 Tú debes saber que cuando la Divinidad puso fuera la obra de la Creación, puso también fuera toda la gloria, todos los bienes y felicidad que cada una de las criaturas debía recibir, no sólo en esta vida sino también en la patria celestial. 

Ahora, toda la parte que correspondía a las almas perdidas quedaba suspendida, no tenía a quién darse, entonces Yo, debiendo completar todo y absorber todo en Mí, me expuse a sufrir la privación que los mismos condenados sufren en el infierno.

¡Oh, cuánto me costó esta pena! Me costó pena de infierno y muerte despiadada, pero era necesario. 

Debiendo absorber todo en Mí, todo lo que salió de Nosotros en la Creación, toda la gloria, todos los bienes y felicidad, para hacerlos salir de Mí de nuevo para ponerlos a disposición de todos aquellos que quisieran aprovecharse de ellos, debía absorber todas las penas y la misma privación de mi Divinidad, ahora, todos estos bienes absorbidos en Mí de toda la obra de la Creación, siendo Yo la cabeza de la que todo bien desciende sobre todas las generaciones, voy buscando almas que me asemejen en las penas, en las obras, para poder participar tanta gloria y felicidad que mi Humanidad contiene, pero no todas las almas las quieren aprovechar, ni todas están vacías de sí mismas y de las cosas de acá abajo para poderme hacer conocer y después sustraerme, y en estos vacíos de ellas mismas y del conocimiento que han adquirido de Mí, formar esta pena de mi privación, y en la privación que sufre venga a absorber en ella esta gloria de mi Humanidad que otros rechazan.

 Si Yo no hubiera estado casi siempre contigo, tú no me habrías conocido ni amado, y este dolor de mi privación no lo sentirías ni podría formarse en ti, y en ti faltaría la semilla y el alimento de este dolor.

 ¡Oh! cuántas almas están privadas de Mí, y tal vez están aun muertas, ellas se duelen si se ven privadas de un pequeño placer, de una bagatela cualquiera, pero privadas de Mí no tienen ningún dolor y ni siquiera un pensamiento, así que este dolor debería consolarte, porque te da la señal segura de que he venido a ti y que me has conocido, y que tu Jesús quiere poner en ti la gloria, los bienes, la felicidad que los demás rechazan".

 

 + + + 18-6 Octubre 10, 1925 La Santísima Virgen repite al alma lo que hizo a su Hijo.

 Después veía a mi Mamá Celestial con el niño Jesús entre sus brazos, que lo besaba y lo ponía a su pecho para darle su purísima leche, y yo le he dicho:

 “Mamá mía, ¿y a mí nada me das? 

¡Ah! permíteme al menos que ponga mi te amo entre tu boca y la de Jesús mientras os besáis, a fin de que en todo lo que hagáis corra junto mi pequeño te amo. Y Ella me dijo:

 “Hija mía, pon también tu pequeño te amo no sólo en la boca, sino en todos los actos que corren entre Yo y mi Hijo.

 Tú debes saber que en todo lo que hacía hacia mi Hijo, tenía la intención de hacerlo hacia las almas que debían vivir en la Voluntad Divina, porque estando en Ella estaban dispuestas a recibir todos aquellos actos que Yo hacía hacia Jesús, y encontraba espacio suficiente donde depositarlos. 

Así que si Yo besaba a mi Hijo, las besaba a ellas, porque las encontraba junto con Él en su Suprema Voluntad. 

Eran ellas las primeras como alineadas en Él, y mi amor materno me empujaba a hacerlas participar de lo que hacía a mi Hijo. 

Gracias grandes se necesitaban para quien debía vivir en esta Santa Voluntad, y Yo ponía a su disposición todos mis bienes, mis gracias, mis dolores, para su ayuda, defensa, fortaleza, apoyo, luz; y Yo me sentía feliz y honrada, con los honores más grandes, detener por hijos míos los hijos de la Voluntad del Padre Celestial, la cual también Yo poseía, y por eso los veía también como partos míos. 

Es más, de ellos se puede decir lo que se dice de mi Hijo, que las primeras generaciones encontraban la salvación en los méritos del futuro Redentor.

 Así estas almas en virtud de la Voluntad Divina obrante en ellas, estas futuras hijas son aquellas que imploran incesantemente la salvación, las gracias a las futuras generaciones; están con Jesús y Jesús en ellas, y repiten junto con Jesús lo que contiene Jesús. 

Por eso, si quieres que te repita lo que hice a mi Hijo, haz que te encuentre siempre en su Voluntad, y Yo te daré magnánimamente mis favores”.

 + + + 20-28 Noviembre 21, 1926 Ternura de Jesús en el punto de la muerte.

 Me sentía toda afligida por la muerte de improviso de una hermana mía, el temor de que mi amable Jesús no la tuviese Consigo me desgarraba el ánimo y al venir mi sumo Bien Jesús le he dicho mi pena, y Él todo bondad me ha dicho:

 “Hija mía, no temas, ¿no está acaso mi Voluntad que suple a todo, a los mismos Sacramentos y a todas las ayudas que se pueden dar a una pobre moribunda? 

Mucho más cuando no está la voluntad de la persona de no querer recibir los Sacramentos y todas las ayudas de la Iglesia, que como madre da en aquel punto extremo. 

Debes saber que mi Querer al arrebatarla de la tierra de improviso me la ha hecho circundar por la ternura de mi Humanidad, mi corazón humano y divino ha puesto en campo de acción mis fibras más tiernas, de modo que sus defectos, sus debilidades, sus pasiones, han sido miradas y pesadas con tal fineza de ternura infinita y divina, y cuando Yo pongo en campo mi ternura no puedo hacer menos que tener compasión y dejarla pasar a buen puerto, como triunfo de la ternura de tu Jesús. 

Y además, ¿no sabes tú que donde faltan las ayudas humanas abundan las ayudas divinas? 

Tú temes porque no había nadie a su alrededor y si quiso ayuda no tuvo a quien pedirla.

 ¡Ah, hija mía, en aquel punto las ayudas humanas cesan, no tienen ni valor ni efecto, porque el alma entra en el acto único y primero con su Creador, y en este acto primero a ninguno le es dado entrar, y además, a quien no es un perverso, la muerte repentina sirve para no hacer poner en campo la acción diabólica, sus tentaciones, los temores que con tanto arte arroja en los moribundos, porque se los siente arrebatar sin poderlos tentar ni seguir, por eso lo que se cree desgracia por los hombres, muchas veces es más que gracia”.

 

 + + + 35-40 Marzo 22, 1938 La última espía de amor en el punto de la muerte. 

Nuestra bondad, nuestro amor es tanto, que intentamos todos los caminos, usamos todos los medios para arrancarlo del pecado, para ponerlo a salvo, y si no lo logramos en vida, le hacemos la última sorpresa de amor en el punto mismo de la muerte.

 Tú debes saber que en aquel punto es la última espía de amor que hacemos a la criatura, la circundamos de gracias, de luz, de bondad; ponemos tales ternuras de amor, de ablandar y vencer los corazones más duros, y cuando la criatura se encuentra entre la vida y la muerte, entre el tiempo que termina y la eternidad que está por comenzar, casi en el acto en el que el alma está por salir del cuerpo, Yo, tu Jesús, me hago ver con una amabilidad que rapta, con una dulzura que encadena y endulza las amarguras de la vida, especialmente las de aquel punto extremo; después la miro, pero con tanto amor de arrancarle un acto de dolor, un acto de amor, una adhesión a mi Voluntad.

 Ahora, en aquel punto de desengaño, al ver, al tocar con la mano cuánto la hemos amado y la amamos, sienten tal dolor que se arrepienten de no habernos amado, y reconocen nuestra Voluntad como principio y cumplimiento de su vida, y como satisfacción aceptan la muerte, para cumplir un acto de nuestra Voluntad. 

Porque tú debes saber que si la criatura no hiciera ni siquiera un acto de Voluntad de Dios, las puertas del Cielo no son abiertas, ni es reconocida como heredera de la patria celestial, ni los ángeles ni los santos la pueden admitir entre ellos, ni ella quisiera entrar, porque conocería que no le pertenece.

 Por eso, sin nuestra Voluntad no hay ni santidad verdadera ni salvación, y cuántos son salvados en virtud de esta nuestra última espía toda de amor, excepto los más perversos y obstinados, si bien les convendrá hacer una larga etapa de purgatorio. 

Por eso el punto de la muerte es nuestra pesca diaria, el reencuentro del hombre extraviado”.

 Después ha agregado:

 “Hija mía, el punto de la muerte es la hora del desengaño, y todas las cosas se presentan en aquel punto, la una después de la otra, para decirle: 

‘Adiós, la tierra para ti ha terminado, comienza la eternidad’. 

Sucede para la criatura como cuando se encuentra encerrada en una habitación y le es dicho que detrás de esta habitación hay otra, en la cual está Dios, el paraíso, el purgatorio, el infierno, en suma, la eternidad, pero ella nada ve, escucha que otros se lo aseguran, pero como aquellos que lo dicen tampoco lo ven, lo dicen de tal manera que casi no se hacen creer, no dando una gran importancia para hacer creer con realidad, con certeza, lo que dicen con las palabras, pero un buen día caen los muros y ve con sus propios ojos lo que antes le decían, ve a su Padre Dios que con tanto amor la ha amado, ve uno por uno los beneficios que le ha hecho, ve cómo están lesionados todos los derechos de amor que le debía, ve cómo su vida era de Dios, no suya, todo se le pone delante:

 Eternidad, paraíso, purgatorio, infierno; la tierra le huye, los placeres le voltean la espalda, todo desaparece, y solamente queda presente lo que está en aquella estancia de la cual han caído los muros, lo cual es la eternidad. 

¡Qué cambio sucede para la pobre criatura! 

Mi bondad es tanta por querer a todos salvados, que permito que estos muros caigan cuando las criaturas se encuentran entre la vida y la muerte, entre el salir el alma del cuerpo para entrar en la eternidad, a fin de que al menos hagan un acto de dolor y de amor, y reconozcan a mi Voluntad adorable sobre de ellas. Puedo decir que les doy una hora de verdad para ponerlas a salvo.

 ¡Oh, si todos supieran mis industrias de amor que hago en el último punto de la vida, a fin de que no huyan de mis manos más que paternas, no esperarían llegar a aquel punto, sino que me amarían por toda la vida!”

 

 + + +VIGÉSIMA SEGUNDA HORA De las 2 a las 3 de la tarde.

 Tercera hora de agonía en la cruz. 

Quinta, sexta y séptima palabra sobre la cruz.

 Muerte de Jesús.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo: 

Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible. 

El amor que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas. 

Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas: 

«¡Tengo sed!»(Jn 19, 28) ¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón: 

«Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma. 

¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. 

 ¡Piedad de mi sed, piedad!» 

Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad del Padre.

 Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas.

 Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de más.

 Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada.

 Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. 

Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. 

A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.

 Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en vez de  ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más. 

Sexta Palabra.

Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar que puedas continuar viviendo. 

Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. 

Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me siento morir. 

Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:

 «¡Todo está consumado!» (Jn 19, 30) 

Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su término. 

Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿

Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? 

Oh mi Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz. 

Séptima Palabra 

Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te late más. 

Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya. 

Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu mirada le dices: 

«Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú ten cuidado de los hijos míos y tuyos». 

Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices: 

«Yo los perdono y les doy el beso de paz».

 Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. 

 Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:

 «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23, 46) .

 La muerte de Jesús.

E inclinando la cabeza expiras. 

Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su Creador. 

La tierra tiembla fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios. 

El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz. 

Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y dicen: 

«Verdaderamente éste es el Hijo de Dios». (Mc 15, 39) 

Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte. 

Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte, no sólo con la voz, sino con todas tus penas y con las voces de tu sangre: 

«¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!» 

Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de tu santísima Voluntad. 

 Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu santísima Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención. 

¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? 

Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí.

 Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»

 Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias. 

Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente:

 «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas criaturas, por nuestros pecados. 

Yo te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. 

Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo cuello. 

Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente:

 «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»

 Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!» 

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir ninguna. 

Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. 

Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente: 

«¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!»

 

 Reflexiones de la Vigésima Segunda Hora (2 PM) 9-36 Julio 4, 1910 

La agonía del huerto fue en modo especial para ayuda de los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último punto, propiamente para el último respiro. 

Continuando mi habitual estado lleno de privaciones y de amargura, estaba pensando en la agonía de Nuestro Señor, y entonces Él me dijo:

 “Hija mía, quise sufrir en modo especial la agonía del huerto para dar ayuda a todos los moribundos para bien morir. Mira bien cómo se combina mi agonía con la agonía de los cristianos:

 Tedios, tristezas, angustias, sudor de sangre; sentía la muerte de todos y de cada uno como si realmente muriese por cada uno en particular, por lo tanto sentía en Mí los tedios, las tristezas, las angustias de cada uno, y con esto daba a todos ayuda, consuelo, esperanza, para hacer que como Yo sentía sus muertes en Mí, así ellos pudieran tener la gracia de morir todos en Mí, como dentro de un solo aliento, con mi aliento, y súbito beatificarlos con mi Divinidad. 

Si la agonía del huerto fue en modo especial para los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último momento, especialmente para el último respiro.

 Ambas son agonías, pero una distinta de la otra: La agonía del huerto llena de tristezas, de temores, de afanes, de espantos; la agonía de la cruz, llena de paz, de calma imperturbable, y si grité tengo sed, era sed insaciable de que todos pudieran expirar en mi último respiro; y viendo que muchos se salían de mi último respiro, por el dolor grité tengo sed, y este tengo sed lo continúo gritando a todos y a cada uno, como timbre a la puerta de cada corazón:

 “Tengo sed de ti, oh alma. Ah, no salgas de Mí, sino entra en Mí y expira Conmigo”.

 + + + 11-18 Mayo 9, 1912 Cómo nos podemos consumir en el amor. 

Esta mañana encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando cómo nos podemos consumar en el amor, y el bendito Jesús al venir me ha dicho:

 “Hija mía, si la voluntad no quiere otra cosa que a Mí solo, si la inteligencia no se ocupa de otra cosa que de conocerme a Mí, si la memoria no se recuerda de otra cosa sino sólo de Mí, he aquí consumadas las tres potencias del alma en el amor.

 Así también de los sentidos: 

Si habla sólo de Mí, si escucha sólo lo que se refiere a  Mí, si se gustan sólo las cosas mías, si se obra y se camina sólo por Mí, si el corazón me ama sólo a Mí, si los deseos me desean sólo a Mí, he aquí la consumación del amor formada en los sentidos. 

Hija mía, el amor tiene un dulce encanto y hace al alma ciega a todo lo que no es amor, y la vuelve toda ojo a todo lo que es amor, así que para quien ama, cualquier cosa que la voluntad encuentra, si es amor, se vuelve toda ojo, si no, se vuelve ciega, tonta y no comprende nada; así la lengua, si debe hablar de amor se siente correr en su palabra tantos ojos de luz y se hace elocuente, si no, se vuelve balbuceante y termina por enmudecer; y así de todo el resto”. 

 

+ + + 11-54 Mayo 21, 1913 Cómo se forma la verdadera consumación. 

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en ti, no fantástica sino verdadera, pero en modo simple y factible. 

Supón que te viniera un pensamiento que no es para Mí, tú debes destruirlo y sustituirlo con el divino, y así habrás hecho la consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la vida del pensamiento divino; así también si el ojo quiere mirar alguna cosa que me disgusta o que no se refiere a Mí, y el alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha adquirido el ojo de la Vida Divina, y así el resto de tu ser. 

¡Oh!, Cómo estas nuevas Vidas Divinas me las siento correr en Mí y toman parte en todo mi obrar, amo tanto estas vidas, que por amor de ellas cedo a todo. 

Estas almas son las primeras delante de Mí, y si las bendigo, a través de ellas vienen bendecidas las demás; son las primeras beneficiadas, amadas, y por medio de ellas vienen beneficiadas y amadas las demás”. 

 

+ + + 12-58 Agosto 7, 1918 La consumación de Jesús en el alma.

Me lamentaba con Jesús por su privación y decía entre mí: 

“Todo ha terminado, qué días tan amargos, mi Jesús se ha eclipsado, se ha retirado de mí, ¿cómo puedo seguir viviendo?” Mientras esto y otros desatinos decía, mi siempre amable Jesús, con una luz intelectual que de Él me venía me ha dicho:

 “Hija mía, mi consumación sobre la cruz continúa aún en las almas. 

 Cuando el alma está bien dispuesta y me da vida en ella, Yo revivo en  ella como dentro de mi Humanidad. 

Las llamas de mi amor me queman, siento el deseo de testimoniarlo a las criaturas y de decir: 

“Vean cuánto os amo, no estoy contento con haberme consumado sobre la cruz por amor vuestro, sino que quiero consumarme en esta alma por amor vuestro, porque me ha dado vida en ella”. 

Y por esto hago sentir al alma la consumación de mi Vida en ella, y ella se siente como estrechada, sufre agonías mortales, no sintiendo más la Vida de su Jesús en ella se siente consumir. 

Conforme siente faltar mi Vida en ella, de la cual estaba habituada a vivir, se debate, tiembla, casi como mi Humanidad sobre la cruz cuando mi Divinidad, sustrayéndole la fuerza la dejó morir. 

 Esta consumación en el alma no es humana, sino toda divina, y Yo siento la satisfacción como si otra Vida mía Divina se hubiera consumido por amor mío; y como no es su vida la que se ha consumido, sino la mía, la que ya no siente más, que ya no ve, le parece que Yo haya muerto para ella. 

Y a las criaturas les renuevo los efectos de mi consumación y al alma le duplico la gracia y la gloria, siento el dulce encanto y los atractivos de mi Humanidad que me hacía hacer lo que Yo quería. Por eso déjame hacer también tú lo que quiero hacer en ti, déjame libre y Yo desarrollaré mi Vida”.

 

 + + + 13-24 Octubre 16, 1921 En cuanto Jesús fue concebido, hizo renacer todas las criaturas en Él. 

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús me hacía ver cómo de dentro de su Santísima Humanidad salían todas las criaturas, y todo ternura me ha dicho:

 “Hija mía, mira el gran prodigio de la encarnación, en cuanto fui concebido y se formó mi Humanidad, así hacía renacer a todas las criaturas en Mí, así que en mi Humanidad, mientras renacían en Mí, sentía todos sus actos distintos: 

En la mente contenía cada pensamiento de criatura, buenos y malos, los buenos los confirmaba en el bien, los rodeaba con mi gracia, los investía con mi luz, a fin de que renaciendo de la santidad de mi mente, fueran dignos partos de mi inteligencia; los malos los reparaba, hacía la penitencia que les correspondía, multiplicaba mis pensamientos al infinito para dar al Padre la gloria por cada pensamiento de las criaturas. 

En mis miradas, en mis palabras, en mis manos, en mis pies y hasta en mi corazón, contenía las miradas, las palabras, las obras, los pasos, los corazones de cada uno, y renaciendo en Mí todo quedaba confirmado en la santidad de mi Humanidad, todo reparado, y por cada ofensa sufrí una pena especial. 

Y habiéndolos hecho renacer a todos en Mí, los llevé en Mí todo el tiempo de mi Vida, 

¿y sabes cuando los parí?

 Los parí sobre la cruz, en el lecho de mis acerbos dolores, entre espasmos atroces, en el último suspiro de mi Vida, y en cuanto morí, así renacían todos a nueva vida, todos sellados y marcados con todo el obrar de mi Humanidad; y no contento con haberlos hecho renacer, a cada uno le daba todo lo que Yo había hecho para tenerlos defendidos y seguros. 

¿Ves qué santidad contiene el hombre? La santidad de mi Humanidad, jamás habría podido dar a luz hijos indignos y desemejantes de Mí, por eso amo tanto al hombre, porque es parto mío, pero el hombre es siempre ingrato y llega a no conocer al Padre que lo ha parido con tanto amor y dolor”. 

Después de esto se hacía ver todo en llamas, y Jesús quedaba quemado y consumido en aquellas llamas, y no se veía más, no se veía otra cosa que fuego, pero después se veía renacer de nuevo, y después quedaba otra vez consumido en el fuego.

 Entonces ha agregado:

 “Hija mía, Yo ardo, el amor me consume, es tanto el amor, las llamas que me queman, que muero de amor por cada criatura. 

No fue solamente por las penas por lo que morí, sino que las muertes de amor son continuas, no obstante, no hay quien me dé su amor por refrigerio”. 

 

+ + + 36-3 Abril 20, 1938 Cómo el “tengo sed” de Jesús en la cruz, continúa aún a gritar a cada corazón: 

“Tengo sed”. 

La verdadera resurrección está en resurgir en el Querer Divino. 

A quien vive en Él nada le es negado. 

Mi vuelo continúa en el Querer Divino, y siento la necesidad de hacer mío todo lo que ha hecho, poner en ello mi pequeño amor, mis besos afectuosos, mis adoraciones profundas, mis gracias por todo lo que ha hecho y sufrido por mí y por todos, y habiendo llegado al momento cuando mi amado Jesús fue crucificado y levantado en la cruz entre espasmos atroces y penas inauditas, con acento tierno y lastimero, tanto que me sentía romper el corazón, me ha dicho: 

“Hija mía buena, la pena que más me traspasó sobre la cruz fue mi sed ardiente, me sentía quemar vivo, todos los humores vitales habían salido por mis llagas, que como tantas bocas quemaban y sentían una sed ardiente que querían apagar, tanto, que no pudiendo contenerme grité: ‘Sitio’. 

Este ‘sitio’ permanece siempre en acto de decir: ‘Tengo sed’. 

No termino jamás de decirlo, con mis llagas abiertas y con mi boca quemada digo siempre: 

‘Yo ardo, tengo sed, ¡ah! dame una gotita de tu amor para dar un pequeño refrigerio a mi sed ardiente’. 

Así que en todo lo que hace la criatura Yo le repito siempre con mi boca abierta y quemada por la sed:

 ‘Dame de beber, tengo sed ardiente’. 

Y como mi Humanidad dislocada y llagada tenía un solo grito: 

‘Tengo sed’, por eso, conforme la criatura camina, Yo grito a sus pasos con mi boca ardida: 

‘Dame tus pasos hechos por mi amor para calmar mi sed’; si obra, le pido sus obras hechas sólo por mi amor para refrigerio de mi sed ardiente; si habla, le pido sus palabras; si piensa, le pido sus pensamientos como tantas gotitas de amor para alivio a mi sed ardiente. 

No era solamente mi boca la que se quemaba, sino toda mi Santísima Humanidad sentía la extrema necesidad de un baño de refrigerio al fuego ardiente de amor que me quemaba, y como era por la criatura que Yo me quemaba en medio de penas desgarradoras, por eso solamente ellas podían, con su amor, extinguir mi sed ardiente y dar el baño de refrigerio a mi Humanidad. 

Ahora, este grito: ‘Sitio’, lo dejé en mi Voluntad, y Ella tomaba el empeño de hacerlo oír a cada instante en los oídos de las criaturas, para moverlas a compasión de mi sed ardiente, para darles mi baño de amor y recibir su baño de amor, aunque sean pequeñas gotitas, como alivio de mi sed que me devora, pero, ¿quién me escucha? 

¿Quién tiene compasión de Mí? 

Sólo quien vive en mi Voluntad, todos los demás se hacen los sordos y acrecientan con su ingratitud mi sed, lo que me deja intranquilo, sin esperanza de alivio. Y no solamente mi ‘sitio’, sino todo lo que hice y dije lo dejé en mi Voluntad; estoy siempre en acto de decir a mi Mamá doliente: 

‘Madre, he ahí a tus hijos’. Y la pongo a su lado como ayuda, por guía, para hacerla amar por hijos, y Ella a cada instante se siente poner por su Hijo al lado de sus hijos, y ¡oh! ¡Cómo los ama como Mamá, y les da su Maternidad para hacerme amar por ellos como Ella me ama! 

Y no sólo esto, sino que con dar su Maternidad pone el amor perfecto entre las criaturas, a fin de que se amen entre ellas con amor materno, que es amor de sacrificio, de desinterés y constante. 

¿Pero quién recibe todo este bien? 

Quien vive en nuestro Fiat. 

Esta criatura siente la Maternidad de la Reina; Ella, se puede decir que pone su corazón materno en la boca de sus hijos para que succionen y reciban la Maternidad de su amor, sus dulzuras y todas sus dotes, de las cuales está enriquecido su materno corazón. 

Hija mía, quien quiera encontrarnos, quien quiera recibir todos nuestros bienes y a mi misma Madre, debe entrar en nuestra Voluntad y debe permanecer dentro, Ella no sólo nos es Vida, sino que forma en torno a Nosotros con su inmensidad, nuestra habitación, en la cual mantiene todos nuestros actos, palabras, y todo lo que somos, siempre en acto.

 Nuestras cosas no salen de nuestra Voluntad, quien las quiera se debe contentar con hacer vida junto con Ella, y entonces todo es suyo, nada le es negado; mientras que si queremos darle y no vive en nuestro Querer, no las apreciará, no las amará, no se sentirá con el derecho de hacerlas suyas, y cuando las cosas no se hacen propias, el amor no surge y muere”. 

 

+ + +VIGÉSIMA TERCERA HORA De las 3 a las 4 de la tarde.

Jesús muerto es traspasado por la lanza. 

 

El descendimiento de la cruz.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

 Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte, reconociéndote como su Creador.

 Miles de ángeles se ponen alrededor de tu cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden homenajes de reconocimiento, confesándote como nuestro verdadero Dios y te acompañan al Limboa donde vas a beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en aquella cárcel oscura y te suspiran ardientemente. 

Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz, ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas, señales todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto que descubren tus huesos, ay, me siento morir. 

Quiero llorar tanto sobre estas llagas para lavarlas con el agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo con mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural belleza, quiero abrir mis venas para llenar las tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a vida. Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío, dame tu amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu santísima Humanidad.

 Pero, oh mi Jesús, aun después de muerto quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón, abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de sangre y agua que contiene tu ardiente corazón. 

Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu corazón y oigo que dice:

 «Hija mía, después de haber dado todo, con esta he querido hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi corazón; este corazón abierto gritará continuamente a todos: 

“Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi corazón encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en las dudas, la compañía en los abandonos”. 

 Oh almas que me aman, si quieren amarme de verdad, vengan a morar siempre en este corazón, aquí encontrarán el verdadero amor para amarme y llamas ardientes para quemarlas y consumirlas todas de amor. 

Todo está concentrado en este corazón, aquí están contenidos los sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las almas. 

En este mi corazón siento las profanaciones que se hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay ofensa que este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu vida sea en este mi corazón, defiéndeme, repárame, condúceme a todos hacia él». 

Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por amor mío, te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos, mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que no quede herida por tu amor. 

Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y como paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar para ser la primera reparadora, la reina de tu mismo corazón, intermediaria entre Tú y las criaturas. 

También yo junto con Mi Mamá quiero volar a tu corazón para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas las ofensas que recibes. 

Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida propia, pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi vida, así que cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré siempre de él. 

No daré más vida a los pensamientos, pero si quisieran vida, la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer, pero si vida quiere, tomaré tu santísima Voluntad; no tendrá más vida mi amor, pero si querrá vida la tomaré de tu amor. 

Oh mi Jesús, toda tu vida es mía, ésta es tu Voluntad, éste es mi querer.

 El descendimiento de la cruz Muerto.

 Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin temer nada quieren darte honorable sepultura, y por eso toman martillo y pinzas para cumplir el sagrado y triste descendimiento de la cruz, mientras que tu traspasada Mamá extiende sus brazos maternos para recibirte en su regazo. 

Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra Santa Madre quiero adorarte y besarte, y después enciérrame en tu corazón para no salir más de él. 

 

+ + +Reflexiones de la Vigésima Tercera Hora (3 PM) 9-36 Julio 4, 1910.

 La agonía del huerto fue en modo especial para ayuda de los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último punto, propiamente para el último respiro. 

Así que son seis horas de mi Pasión que di a los hombres para bien morir, las tres del huerto fueron para ayuda de la agonía, las tres de la cruz para ayuda en el último suspiro de la muerte. 

Después de esto, ¿quién no debe mirar sonriente a la muerte? 

Mucho más para quien me ama, para quien busca sacrificarse sobre mi misma cruz. 

 Mira cómo es bella la muerte y cómo hace cambiar las cosas, en vida fui despreciado, los mismos milagros no hicieron los efectos de mi muerte; aún sobre la cruz hubo insultos, pero en cuanto expiré, la muerte tuvo la fuerza de cambiar las cosas, todos se golpeaban el pecho confesándome por verdadero Hijo de Dios, mis mismos discípulos tomaron valor, y aun aquellos ocultos se hicieron atrevidos y pidieron mi cuerpo dándome honorable sepultura; Cielo y tierra a plena voz me confesaron Hijo de Dios.

 La muerte es una cosa grande, sublime; y esto sucede también para mis mismos hijos, en vida despreciados, pisoteados, aquellas mismas virtudes que como luz deberían brillar entre quienes los rodeaban, quedan medio veladas, sus heroísmos en el sufrir, sus abnegaciones, su celo por las almas, arrojan claridad y dudas en los presentes, y Yo mismo permito estos velos para conservar con más seguridad la virtud de mis amados hijos. 

Pero apenas mueren, estos velos, no siendo más necesarios, Yo los retiro y las dudas se hacen certezas, la luz se hace clara, y esta luz hace apreciar su heroísmo, se hace entonces aprecio de todo, aun de las cosas más pequeñas, así que lo que no se puede hacer en vida, lo suple la muerte, y esto es para lo que sucede acá abajo; y por lo que sucede allá arriba es propiamente sorprenderte y envidiable a todos los mortales”. 

+ + + 12-79 Enero 27, 1919 Las tres heridas mortales del corazón de Jesús. 

Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús, al venir me hacía ver su adorable corazón todo lleno de heridas de las que brotaban ríos de sangre, y todo doliente me ha dicho: 

“Hija mía, entre tantas heridas que contiene mi corazón, hay tres heridas que me dan penas mortales y tal acerbidad de dolor, que sobrepasan a todas las demás heridas juntas, y éstas son:

 Las penas de mis almas amantes. 

Cuando veo a un alma toda mía sufrir por causa mía, torturada, humillada, dispuesta a sufrir aun la muerte más dolorosa por Mí, Yo siento sus penas como si fueran mías, y tal vez más. 

¡Ah! el amor sabe abrir heridas más profundas, de no dejar sentir las otras penas. 

En esta primera herida entra en primer lugar mi querida Mamá, ¡oh! cómo su corazón traspasado por causa de mis penas se vertía en el mío, y Yo sentía a lo vivo todas sus heridas, y al verla agonizante y no morir por causa de mi muerte, Yo sentía en mi corazón el desgarro, la crudeza de su martirio, y sentía las penas de mi muerte que sentía el corazón de mi amada Mamá, y por ello mi corazón moría junto, así que todas mis penas unidas con las penas de mi Mamá, sobrepasaban todo; por eso era justo que mi Celestial Mamá tuviera el primer puesto en mi corazón, tanto en el dolor como en el amor, porque cada pena sufrida por amor mío, abría mares de gracias y de amor que se volcaban en su corazón traspasado; en esta herida entran todas las almas que sufren por causa mía y sólo por amor, en ésta entras tú, y aunque todos me ofendieran y no me amaran, Yo encuentro en ti el amor que puede suplirme por todos, y por eso, cuando las criaturas me arrojan, me obligan a huir de ellas, Yo rápido vengo a refugiarme en ti como a mi escondite, y encontrando mi amor, no el de ellas, y penante sólo por Mí, digo: 

“No me arrepiento de haber creado cielo y tierra y de haber sufrido tanto”. 

 Un alma que me ama y que sufre por Mí es todo mi contento, mi felicidad, mi compensación de todo lo que he hecho, y haciendo a un lado todo lo demás, me deleito y me entretengo con ella. 

Sin embargo, esta herida de amor en mi corazón, mientras es la más dolorosa y sobrepasa todo, contiene dos efectos al mismo tiempo: 

Me da intenso dolor y suma alegría, amargura indecible y dulzura indescriptible, muerte dolorosa y vida gloriosa. 

Son los excesos de mi amor, inconcebibles a mente creada; y en efecto, ¿cuántos contentos no encontraba mi corazón en los dolores de mi traspasada Mamá? La segunda herida mortal de mi corazón es la ingratitud. 

La criatura con la ingratitud cierra mi corazón, más bien, ella misma da dos vueltas a la llave, y mi corazón se hincha porque quiere derramar gracias, amor, y no puede, porque la criatura me los ha encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo doy en delirio, desvarío sin esperanza de que esta herida me sea curada, porque la ingratitud me la va haciendo siempre más profunda, dándome pena mortal. La tercera es la obstinación.

 ¡Qué herida mortal a mi corazón! La obstinación es la destrucción de todos los bienes que he hecho para la criatura; es la firma de la declaración que la criatura hace de no conocerme, de no pertenecerme más, es la llave del infierno, al cual la criatura va a precipitarse; y mi corazón siente por ello el desgarro, se me hace pedazos, y me siento llevar uno de esos pedazos. 

¡Qué herida mortal es la obstinación!

 Hija mía, entra en mi corazón y toma parte en estas mis heridas, compadece mi despedazado corazón, suframos juntos y roguemos”. 

Yo he entrado en su corazón, cómo era doloroso, pero bello, sufrir y rogar con Jesús. 

 

 + + 14-7 Febrero 26, 1922 Jesús nos cubrió de belleza en la Redención.

 Estaba pensando en el gran bien que el bendito Jesús nos ha hecho con redimirnos, y Él, todo bondad me ha dicho: 

“Hija mía, Yo creé a la criatura bella, noble, de origen eterno y divino, plena de felicidad y digna de Mí; el pecado la derribó de esta altura y la hizo caer hasta el fondo, la desnobleció, la deformó y la volvió la criatura más infeliz, sin poder crecer, porque el pecado le impedía el crecimiento y la cubría de llagas, que daba horror el sólo verla. 

Ahora, mi Redención rescató a la criatura de la culpa, y mi Humanidad no hizo otra cosa que, como una tierna madre con su recién nacido, que no pudiendo tomar otro alimento, para dar la vida a su bebé, se abre el seno, pone a su pecho a su niño, y de su sangre convertida en leche le suministra el alimento para darle la vida. 

Más que madre mi Humanidad se hizo abrir en Sí misma, a golpes de látigo, tantos orificios, casi como tantos pechos que hacían salir ríos de sangre para hacer que mis hijos, pegándose a ellos pudieran chupar el alimento para recibir la vida y desarrollar su crecimiento, y con mis llagas cubría su deformidad y los volvía más bellos que al principio, y si al crearlos los hice cielos tersísimos y nobles, en la Redención los adorné tachonándolos con las estrellas brillantísimas de mis llagas para cubrir su fealdad y volverlos más bellos; en sus llagas y deformidad Yo ponía los diamantes, las perlas, los brillantes de mis penas, para ocultar todos sus males y vestirlos con tal magnificencia de superar el estado de su origen, por eso con razón la Iglesia dice: 

‘Feliz culpa’, porque por la culpa vino la Redención, y mi Humanidad no sólo los alimentó con su sangre, no sólo los vistió con su misma Persona y los adornó con su misma belleza, sino que mis pechos están siempre llenos para alimentar a mis hijos. 

¿Cuál no será la condena de aquellos que no quieren pegarse a ellas para recibir la vida y crecer, y para ser cubiertos en su deformidad?” 

 

+ + + 24-6 Abril 12, 1928 Analogía entre el Edén y el Calvario. 

No se forma un reino con un solo acto. Necesidad de la muerte y resurrección de nuestro Señor. 

Estaba haciendo mi giro en el Fiat Divino y acompañaba a mi dulce Jesús en las penas de su Pasión, y siguiéndolo en el Calvario mi pobre mente se ha detenido a pensar en las penas desgarradoras de Jesús sobre la cruz, y Él moviéndose en mi interior me ha dicho:

 “Hija mía, el Calvario es el nuevo Edén donde le venía restituido al género humano lo que perdió al sustraerse de mi Voluntad. 

Analogía entre el Calvario y el Edén:

 En el Edén el hombre perdió la gracia, sobre el Calvario la adquiere; en el Edén le fue cerrado el Cielo, perdió su felicidad y se volvió esclavo del enemigo infernal, aquí en el nuevo Edén le viene reabierto el Cielo, readquiere la paz, la felicidad perdida, queda encadenado el demonio y el hombre queda libre de su esclavitud; en el Edén se oscureció y se retiró el Sol del Fiat Divino y para el hombre fue siempre noche, símbolo del sol que se retiró de la faz de la tierra en las tres horas de mi tremenda agonía sobre la cruz, porque no pudiendo sostener la vista del desgarro de su Creador, causado por el querer humano que con tanta perfidia había reducido a mi Humanidad a este estado, horrorizado se retiró, y cuando Yo expiré reapareció de nuevo y continuó su curso de luz; así el Sol de mi Fiat, mis dolores, mi muerte, llamaron nuevamente al Sol de mi Querer a reinar en medio de las criaturas, así que el Calvario formó la aurora que llamaba al Sol de mi Eterno Querer a resplandecer de nuevo en medio a las criaturas.

 La aurora es certeza de que debe salir el sol, así la aurora que formé en el Calvario asegura, si bien han pasado cerca de dos mil años, que llamará al Sol de mi Querer a reinar de nuevo en medio a las criaturas. 

En el Edén mi amor quedó derrotado por parte de las criaturas, aquí en el Calvario triunfa y vence a la criatura; en el primer Edén el hombre recibe la condena de muerte para el alma y el cuerpo, en el segundo queda libre de la condena y viene reconfirmada la resurrección de los cuerpos con la resurrección de mi Humanidad. 

Hay muchas relaciones entre el Edén y el Calvario, lo que el hombre perdió en el primero, en el segundo lo readquiere; en el reino de mis dolores todo le viene dado y reconfirmado el honor, la gloria de la pobre criatura por medio de mis penas y de mi muerte. 

El hombre con sustraerse de mi Voluntad formó el reino de sus males, de sus debilidades, pasiones y miserias, y Yo quise venir a la tierra, quise sufrir tanto, permití que mi Humanidad fuese lacerada, le fuera arrancada a pedazos su carne toda llena de llagas, y quise también morir para formar por medio de mis tantas penas y de mi muerte, el reino opuesto a los tantos males que se había formado la  criatura. 

Un reino no se forma con un solo acto, sino con muchos y muchos actos, y por cuantos más actos tanto más grande y glorioso se vuelve un reino, así que mi muerte era necesaria a mi amor, con mi muerte debía dar el beso de vida a las criaturas, y de mis tantas heridas debía hacer salir todos los bienes para formar el reino de los bienes a las criaturas; por eso mis llagas son fuentes que desbordan bienes, y mi muerte es fuente de donde brota la Vida a provecho de todos. 

Así como fue necesaria mi muerte, fue necesaria a mi amor la Resurrección, porque el hombre con hacer su voluntad perdió la Vida de mi Querer, y Yo quise resucitar para formar no sólo la resurrección de los cuerpos, sino la resurrección de la Vida de mi Voluntad en ellos, así que si Yo no hubiese resucitado, la criatura no podría resurgir de nuevo en mi Fiat, le faltaría la virtud, el vínculo de la resurrección en la mía y por tanto mi amor se sentiría incompleto, sentiría que podría hacer más y no lo hacía y habría quedado con el duro martirio de un amor no completado; que después el hombre ingrato no se sirva de todo lo que he hecho, el mal es todo suyo, pero mi amor posee y goza su pleno triunfo”. 

 

+ + + VIGÉSIMA CUARTA HORA De las 4 a las 5 de la tarde La sepultura de Jesús.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

 Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio, el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. 

El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y del dolor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu extinto Hijo.

 Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? 

Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere. 

Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: 

El amor y el Querer divino. 

 El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte; el Querer divino se impone y quiere este sacrificio. 

Pobre Mamá, ¿cómo harás? 

 ¡Cuánto te compadezco! 

¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá! Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que dice: 

«Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me quedaba y que mitigaba mis penas: tu santísima Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el Querer divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me abandona. 

Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en Ti, y que tome para Mí tu vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú. 

Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de Ti». 

Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza.

 ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.

 Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más. ¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a la vida!

 Pero ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.

 Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices:

 «Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que aun en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro, te llamo, ¿y no me escuchas?

 ¡Ah, el amor amoroso es el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor?

 Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores». 

Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento.

 ¡Pobre Mamá mía! ¡Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas muertes crueles no sufres! 

Pero doliente Mamá, el Querer divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas: 

«Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi vida, mi todo, no te reconocería más, tan irreconocible has quedado. 

Tu natural belleza se ha transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva belleza. 

Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo. 

¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo muero». 

Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. 

¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni fuerzas.

 Pero el Querer divino rompiendo estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida. 

Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas: 

 «Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible que no deba escuchar más tu voz? 

Todas tus palabras que en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen: 

“Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.” 

Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas». 

Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las perforaciones de aquellas manos santísimas. 

Y llegando a los pies de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del infierno. 

Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al corazón traspasado de Jesús.

 Aquí te detienes, es el último asalto a tu corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada durante toda tu vida. 

Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la vida de Jesús, sientes la fuerza para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo encierre. 

Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera que primero me encierre en Jesús para tomar su vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa, la llena de gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús? 

Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti. 

Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer. 

Su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo para todas las criaturas. 

Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición.

 La soledad de María Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas petrificada, ahora helada. 

 Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra de consuelo, una mirada de compasión.

 Recogeré tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos. Pero veo que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando exclamas:

 «¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? 

¡Ah, en nada los has perdonado! 

¿Qué mal te había hecho? 

No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada. 

Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo.

 Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces. 

Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz». 

Y besándola y volviéndola a besar te alejas.

 Pobre Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan, y a cada instante te sientes morir. 

Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza, las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en cada golpe le daban dolores de muerte.

 La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas aquella sangre:

 «Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y profanada». 

Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús. 

Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús. 

Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo. 

También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga desolación. 

No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor. 

Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y vuelve a llamar en mí la vida de Jesús. 

Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que conforme mueves la cabeza sientes que te penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con los pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas.

 Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. 

Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco  de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo:

 «¡Hijo, cuánto has sufrido!» 

Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús. 

Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores van creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas que repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más. 

Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su latido los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va diciendo:

 «Almas, amor». 

Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de muerte y de vida. Mamá crucificada, cuánto compadezco tus dolores, son inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas. 

Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame al Cielo y ponme en los brazos de Jesús. 

¡Quedamos en esto, amada Mamá mía! 

Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso no niegues a ninguno tu oficio materno. 

Una última palabra: 

Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir». 

Por eso beso tu mano materna y bendíceme. Amén.

 

Reflexiones de la Vigésima Cuarta Hora (4 PM) 11-80 Octubre, 1914 Gloria que se le da a Jesús y a María en esta hora 

Agrego que un día estaba haciendo la hora cuando la Mamá Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía para hacerle compañía en su amarga desolación para compadecerla. 

No tenía la costumbre de hacer esta hora siempre, sólo algunas veces, y estaba indecisa si debía hacerla o no, y Jesús bendito, todo amor y como si me lo rogara me ha dicho: 

“Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por amor mío en honor de mi Mamá. Debes saber que cada vez que tú la haces, mi Mamá se siente como si estuviera en persona en la tierra y repetir su vida, y por lo tanto recibe Ella la gloria y el amor que me dio a Mí en la tierra, y Yo siento como si estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus ternuras maternas, su amor y toda la gloria que Ella me dio, por eso te tendré en consideración de madre”. 

Entonces, abrazándome, oía que me decía quedo, quedo: 

Mamá mía, mamá”

Y me sugería lo que hizo y sufrió en esta hora la dulce Mamá, y yo la seguía. 

Desde ese día en adelante no la he descuidado, ayudada por su gracia. 

 

+ + + Noviembre 24, 1923 La historia doliente de la Divina Voluntad.

Así como la Virgen para la obra de la Redención hizo suyos todos los actos de la Divina Voluntad y preparó el alimento a sus hijos, también Luisa debe hacerlo para la obra del Fiat Voluntas Tua. 

Estaba haciendo la hora de la pasión en la que mi Mamá Dolorosa recibió en sus brazos a su Hijo muerto y lo depositó en el sepulcro, y en mi interior decía: 

“Mamá mía, junto con Jesús pongo en tus brazos todas las almas, a fin de que a todas las reconozcas como hijas tuyas, y una por una las escribas en tu corazón y las pongas en las llagas de Jesús; son hijas de tu dolor inmenso y esto basta para que las reconozcas y las ames; y quiero poner todas las generaciones en la Voluntad Suprema, a fin de que ninguna falte, y a nombre de todas te doy consuelos, compadecimientos y alivios divinos”. 

Ahora, mientras esto decía, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho: 

“Hija mía, si supieras cuál fue el alimento con el que alimentó a todos estos hijos mi doliente Mamá”. 

Y yo: “¿Cuál fue, oh mi Jesús?” 

Y Él de nuevo: 

“Como tú eres mi pequeñita, elegida por Mí para la misión de mi Querer y vives en aquel Fiat en el cual fuiste creada, quiero hacerte saber la historia de mi Eterno Querer, sus alegrías y sus dolores, sus efectos, su valor inmenso, lo que hizo, lo que recibió, y quién tomó a corazón su defensa. 

Los pequeños son más atentos a escucharme porque no tienen la mente llena de otras cosas, están como en ayunas de todo, y si se les quiere dar otro alimento sienten asco, porque siendo pequeños están habituados a tomar sólo la leche de mi Voluntad, que más que madre amorosa los tiene pegados a su divino pecho para alimentarlos abundantemente, y ellos están con sus boquitas abiertas para esperar la leche de mis enseñanzas, y Yo me divierto mucho; 

¡oh, cómo es bello verlos ahora sonreír, ahora alegrarse y ahora llorar al oírme narrar la historia de mi Voluntad!

 El origen de mi Voluntad es eterno, jamás entró el dolor en Ella; entre las Divinas Personas esta Voluntad estaba en suma concordia, es más, era una sola; en cada acto que emitía fuera, tanto ad intra cuanto ad extra, nos daba infinitas alegrías, nuevos contentos, felicidad inmensa, y cuando quisimos poner fuera la máquina de la Creación, 

 ¿cuánta gloria, cuántas armonías y honor no nos dio? En cuanto brotó el Fiat, este Fiat difundió nuestra belleza, nuestra luz, nuestra potencia, el orden, la armonía, el amor, la santidad, todo, y Nosotros quedamos glorificados por las mismas virtudes nuestras, viendo por medio de nuestro Fiat el florecimiento de nuestra Divinidad reflejada en todo el universo. Nuestro Querer no se detuvo, henchido de amor como estaba quiso crear al hombre, y tú sabes la historia de él, por eso sigo adelante. ¡Ah! fue precisamente él quien llevó el primer dolor a mi Querer, trató de amargar a Aquél que tanto lo amaba, que lo había hecho feliz.

 Mi Querer lloró más que una tierna madre, lloró a su hijo lisiado y ciego sólo porque se ha sustraído de la Voluntad de la madre; mi Querer quería ser el primero en obrar en el hombre, no para otra cosa sino para darle nuevas sorpresas de amor, de alegrías, de felicidad, de luz, de riquezas, quería siempre dar, he aquí el por qué quería obrar, pero el hombre quiso hacer su voluntad y rompió con la Divina; ¡jamás lo hubiese hecho! Mi Querer se retiró y él se precipitó en el abismo de todos los males. 

Ahora, para volver a anudar a estas dos voluntades, se necesitaba Uno que contuviera en Sí una Voluntad Divina, y por eso Yo, Verbo Eterno, amando con un amor eterno a este hombre, decretamos entre las Divinas Personas que tomara carne humana para venir a salvarlo y volver a unir las dos voluntades separadas. 

¿Pero dónde descender? ¿Quién debía ser Aquélla que debía prestar su carne a su Creador? He aquí por qué elegimos una criatura, y en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor fue exentada de la culpa de origen, su querer y el Nuestro fueron uno solo, fue esta Celestial Criatura la que comprendió la historia de nuestra Voluntad. 

Nosotros, como a pequeñita, todo le narramos, el dolor de nuestro Querer y cómo el hombre ingrato con el romper su voluntad con la nuestra, había encerrado nuestro Querer en el cerco divino, como obstruyéndolo en sus designios, impidiendo que pudiera comunicarle sus bienes y la finalidad para la que había sido creado. Para Nosotros el dar es hacernos felices y hacer feliz a quien de Nosotros recibe, es enriquecer sin Nosotros empobrecer, es dar lo que Nosotros somos por naturaleza y formarlo en la criatura por gracia, es salir de Nosotros para dar lo que poseemos, con el dar, nuestro Amor se desahoga, nuestro Querer hace fiesta; ¿si no debíamos dar, para qué formar la Creación? 

Así que el sólo no poder dar a nuestros hijos, a nuestras amadas imágenes, era como un luto para nuestra Suprema Voluntad; sólo con ver al hombre obrar, hablar, caminar, sin la conexión con nuestro Querer, porque él la había destrozado, y que debían correr hacia él si estaba con Nosotros, corrientes de gracias, de luz, de santidad, de ciencia, etc., y no pudiéndolo hacer, nuestro Querer se ponía en actitud de dolor; en cada acto de criatura era un dolor, porque veíamos aquel acto vacío de valor divino, privado de belleza y de santidad, todo desemejante de nuestros actos.

 ¡Oh! cómo comprendió la Celestial Pequeña este nuestro sumo dolor y el gran mal del hombre al sustraerse de Nuestro Querer, ¡oh! cuántas veces Ella lloró ardientes lágrimas por nuestro dolor y por la gran desventura del hombre, y por eso Ella, temiendo, no quiso conceder ni siquiera un acto de vida a su voluntad, por eso se mantuvo pequeña, porque su querer no tuvo vida en Ella, ¿cómo podía hacerse grande? 

Pero lo que no hizo Ella lo hizo nuestro Querer, la hizo crecer toda bella, santa, divina; la enriqueció tanto que la hizo la más grande de todos; era un prodigio de nuestro Querer, prodigio de gracia, de belleza, de santidad, pero Ella se mantuvo siempre pequeña, tanto que no descendía jamás de nuestros brazos, y tomando a pecho nuestra defensa correspondió a todos los actos dolientes del Supremo Querer, y no sólo estaba Ella toda en orden a nuestra Voluntad, sino que hizo suyos todos los actos de las criaturas, y absorbiendo en Sí toda nuestra Voluntad rechazada por ellas, la reparó, la amó, y teniéndola como en depósito en su corazón virginal, preparó el alimento de nuestra Voluntad a todas las criaturas. ¿Ves entonces con qué alimento nutre a sus hijos esta Madre amantísima?

 Le costó toda su vida, penas inauditas, la misma Vida de su Hijo, para hacer en Ella el depósito abundante de este alimento de mi Voluntad, para tenerlo dispuesto para alimentar a todos sus hijos cual Madre tierna y amorosa; Ella no podía amar más a sus hijos, con darles este alimento su amor había llegado al último grado, así que entre tantos títulos que Ella tiene, el más bello título que a Ella se le podría dar es el de Madre y Reina de la Voluntad Divina. Ahora hija mía, si esto hizo mi Mamá por la obra de la Redención, también tú para la obra del Fiat Voluntas Tua; tu voluntad no debe tener vida en ti, y haciendo tuyos todos los actos de mi Voluntad en cada criatura, los depositarás en ti, y mientras a nombre de todos darás la correspondencia a mi Voluntad, formarás en ti todo el alimento necesario para alimentar a todas las generaciones con el alimento de mi Voluntad. 

Cada dicho, cada efecto, cada conocimiento de más de Ella, será un gusto de más que encontrarán en este alimento, de manera que con avidez lo comerán; todo lo que te digo sobre mi Querer servirá para excitar el apetito y para hacer que ningún otro alimento tomen, aún a costa de cualquier sacrificio. 

Si se dijera que un alimento es bueno, que restituye las fuerzas, que sana a los enfermos, que contiene todos los gustos, es más, que da la vida, la embellece, la hace feliz, ¿quién no haría cualquier sacrificio para tomar ese alimento? 

Así será de mi Voluntad, para hacerla amar, desear, es necesario el conocimiento, por eso sé atenta, recibe en ti este depósito de mi Querer, a fin de que cual segunda Madre prepares el alimento a nuestros hijos, así imitarás a mi Mamá.

 Te costará también a ti, pero ante mi Voluntad cualquier sacrificio te parecerá nada. Hazla de pequeña, no desciendas jamás de mis brazos y Yo continuaré narrándote la historia de mi Voluntad”. 

+ + + 21-16 Abril 16, 1927 Cómo la Virgen Santísima, en sus dolores, encontraba el secreto de la fuerza en la Voluntad Divina. 

Después de esto estaba pensando en el dolor cuando mi dolorosa Mamá, traspasada en el corazón se separó de Jesús dejándolo muerto en el sepulcro, y pensaba entre mí:

 “¿Cómo fue posible que haya tenido tanta fuerza de dejarlo? Es cierto que estaba muerto, pero era siempre el cuerpo de Jesús, ¿cómo su amor materno no la consumió para no dejarle dar un solo paso lejos de aquel cuerpo extinto? Y sin embargó lo dejó. ¡Qué heroísmo, qué fortaleza!” Pero mientras esto pensaba, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho:

 “Hija mía, ¿quieres saber cómo es que mi Mamá tuvo la fuerza de dejarme? Todo el secreto de su fuerza estaba en mi Voluntad reinante en Ella. Ella vivía de Voluntad Divina, no humana, y por eso contenía la fuerza inmensurable. 

Es más, tú debes saber que cuando mi traspasada Mamá me dejó en el sepulcro, mi Querer la tenía inmersa en dos mares inmensos, uno de dolor y el otro más extenso de alegrías, de bienaventuranzas, y mientras el de dolor le daba todos los martirios, el de la alegría le daba todos los contentos y su bella alma me siguió al limbo y asistió a la fiesta que me hicieron todos los patriarcas, los profetas, su padre y su madre, nuestro amado San José; el limbo se transformó en paraíso con mi presencia y Yo no podía hacer menos que hacer participar a Aquélla que había sido inseparable en mis penas, hacerla asistir a esta primera fiesta de las criaturas, y fue tanta su alegría, que tuvo la fuerza de separarse de mi cuerpo, retirándose y esperando el momento de mi Resurrección como cumplimiento de la Redención.

La alegría la sostenía en el dolor, y el dolor la sostenía en la alegría. A quien posee mi Querer no puede faltarle ni fuerza ni potencia, ni alegría, todo lo tiene a su disposición. 

¿No lo experimentas en ti misma cuando estás privada de Mí y te sientes consumar? La luz del Fiat Divino forma su mar, te hace feliz y te da la vida”

+ + + 

 

LA SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA

Nació en Corato, provincia de Bari, al sur de Italia, el 23 de abril de 1865.

 Cursó solamente el primer año de primaria y a la edad de nueve años hizo su primera comunión y recibió la confirmación.

Desde aquel momento la Eucaristía se convirtió en su pasión y siete años más tarde se hizo terciaria dominica con el nombre de Magdalena

Pasó toda su larga vida bajo la obediencia de sus confesores, asignados por el arzobispo de Trani.

Por obediencia, en 1899, empezó a escribir un diario que llegó a abarcar 36 volúmenes, con la finalidad de dar a conocer más profundamente y vivir diariamente la Voluntad Divina, según la petición del Padrenuestro: 

«Hágase tu Voluntad como en el Cielo así en la tierra».

Jesús formó a esta Primogénita Hija de su Voluntad a través de la escuela de la Pasión, la Eucaristía, el amor filial a la Madre de Dios, la oración, la obediencia a la Iglesia, el amor al prójimo, el silencio y el trabajo manual de costura.

Tuvo en su vida fenómenos místicos extraordinarios y el regalo de los estigmas de la Pasión, aunque invisibles por su petición. 

Murió a la edad de ochenta y un años, el 4 de marzo de 1947.

El 20 de noviembre de 1994, monseñor Carmelo Cassati, arzobispo de Trani, habiendo obtenido la autorización de parte de la Santa Sede, dio inicio al proceso de beatificación y canonización de la sierva de Dios, proceso que fue clausurado favorablemente por el arzobispo monseñor Giovanni Battista Picchieri, el 29 de octubre de 2005.

 

 

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