LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.
Revelación de Jesús a Luisa Picareta.
AQUI LAS 24 HORAS DE LA PASION EN AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLzK6DAURAZT2q2U-GzLDKVADQ3HxbpbH_
Antes de
iniciar es importante saber las palabras de Jesús a quien haga todos los
días las 24 Horas de la Pasión. O sea una hora de la pasión por
día.
“Hija mía, si tú supieras la gran complacencia que
siento al verte repetir estas horas de mi Pasión, y siempre repetirlas, y
de nuevo repetirlas, quedarías feliz.
Es verdad que mis santos han meditado
mi Pasión y han comprendido cuánto sufrí y se han deshecho en lágrimas
de compasión, tanto, de sentirse consumar de amor por mis penas, pero no
lo han hecho así de continuo y siempre repetido con este orden, así que
puedo decir que tú eres la primera que me da este gusto tan grande y
especial, y al ir desmenuzando en ti hora por hora mi Vida y lo que sufrí,
YO ME SIENTO TAN ATRAÍDO, QUE HORA POR HORA TE VOY DANDO EL ALIMENTO y
como contigo el mismo alimento, y hago junto contigo lo que haces
tú.
Debes saber que te recompensaré abundantemente
con nueva luz y nuevas gracias, y aun después de tu muerte, cada vez que
sean hechas por las almas en la tierra estas horas de mi Pasión, Yo en el
Cielo te cubriré siempre de nueva luz y gloria”.
11-83 Noviembre 6, 1914
“DIME BIEN MÍO, ¿QUÉ COSA DARÁS EN RECOMPENSA A
AQUELLOS QUE HARÁN LAS HORAS DE LA PASIÓN COMO TÚ ME LAS HAS ENSEÑADO?”
Y Él:
“Hija mía, estas horas no las consideraré
como cosas vuestras, sino como hechas por Mí, os daré mis mismos méritos
como si Yo estuviera sufriendo en acto mi Pasión y los mismos efectos según
las disposiciones de las almas, esto en la tierra, premio mayor no podría
darles; luego en el Cielo, a estas almas me las pondré de frente,
saeteándolas con saetas de amor y de contentos por cuantas veces han hecho
las horas de mi Pasión, y ellas me saetearán a Mí.
¡Qué dulce encanto será esto para todos los
bienaventurados!”
11-60 Septiembre 6, 1913
…Estaba pensando en las horas de la Pasión
escritas, y en que como están sin indulgencias, quien las hace no gana
nada, mientras que hay tantas oraciones enriquecidas con tantas
indulgencias.
Mientras esto pensaba, mi siempre amable Jesús,
todo benignidad me ha dicho:
“Hija mía, con las oraciones indulgenciadas se gana
alguna cosa,
EN CAMBIO LAS HORAS DE MI PASIÓN, QUE SON MIS
MISMAS ORACIONES, MIS REPARACIONES Y TODO AMOR, HAN SALIDO PROPIAMENTE DEL
FONDO DE MI CORAZÓN.
¿Has acaso olvidado cuántas veces me he unido
contigo para hacerlas juntos y he cambiado los flagelos en gracias para
toda la tierra? Por eso es tal y tanta mi complacencia, que EN LUGAR
DE LA INDULGENCIA LE DOY AL ALMA UN PUÑADO DE AMOR, que contiene
precio incalculable de infinito valor, y además, cuando las cosas son
hechas por puro amor, mi amor encuentra en eso su desahogo, y no
es indiferente que la criatura dé alivio y desahogo al amor de
su Creador”.
11-80 Octubre, 1914
…Estaba escribiendo las horas de la Pasión y
pensaba entre mí:
“Cuántos sacrificios para escribir estas benditas
horas de la Pasión,
especialmente por tener que poner en el papel
ciertos actos internos que sólo entre yo y Jesús han pasado, ¿cuál será la
recompensa que Él me dará por esto?” Y Jesús haciéndome oír su voz tierna
y dulce me ha dicho:
“Hija mía, en recompensa por haber escrito las
horas de mi Pasión, por cada palabra que has escrito te daré un beso, un
alma”.
Y yo:
“Amor mío, esto a mí,
Y A AQUELLOS QUE LAS HARÁN, ¿QUÉ LES DARÁS?”
Y Jesús: “Si las hacen junto Conmigo y con mi
misma Voluntad, por cada palabra que reciten les daré también un
alma, porque toda la mayor o menor eficacia de estas horas de mi Pasión
está en la mayor o menor unión que tienen Conmigo, y haciéndolas con mi
Voluntad, la criatura se esconde en mi Querer, y actuando mi Querer puedo
hacer todos los bienes que quiero, aun por medio de una sola palabra,
y esto cada vez que las hagan”.
En otra ocasión estaba lamentándome con Jesús,
porque después de tantos sacrificios para escribir las horas de la Pasión,
eran muy pocas las almas que las hacían, y entonces Él me dijo:
“Hija mía, no te lamentes, aunque fuera sólo una
deberías estar contenta, ¿no habría sufrido Yo toda mi Pasión aunque se
debiera salvar una sola alma?
Así también tú, jamás se debe omitir el
bien porque sean pocos los que lo aprovechen,
TODO EL MAL ES PARA QUIEN NO LO
APROVECHA,
y así como mi Pasión hizo adquirir el mérito
a mi Humanidad como si todos se salvaran, a pesar de que no todos
se salvan, porque mi Voluntad era la de salvarlos a todos,
entonces merecí según lo que Yo quería, no según el provecho que
las criaturas harían; así tú, según que tu voluntad se haya
ensimismado con mi Voluntad, de querer y de hacer el bien a todos, así
serás recompensada, TODO EL MAL ES DE AQUELLOS QUE PUDIENDO NO
LAS HACEN, ESTAS HORAS SON LAS MÁS PRECIOSAS DE TODAS, pues no son
otra cosa que repetir lo que Yo hice en el curso de mi vida mortal, y lo
que continúo en el Santísimo Sacramento.
CUANDO ESCUCHO ESTAS HORAS DE MI PASIÓN,
ESCUCHO MI MISMA VOZ, MIS MISMAS ORACIONES, VEO MI VOLUNTAD EN ESA ALMA,
la cual es de querer el bien de todos y de reparar por todos, y Yo me siento
transportado a morar en ella para poder hacer en ella lo que hace ella
misma.
¡OH, CUÁNTO QUISIERA QUE AUNQUE FUERA UNA SOLA
POR REGIÓN HICIERA ESTAS HORAS DE MI PASIÓN!, me oiría a Mí mismo en cada
lugar, y mi Justicia en estos tiempos tan grandemente indignada, quedaría
en parte aplacada”.
11-82 Noviembre 4, 1914
“Hija mía, has de saber que con hacer estas horas,
el alma toma mis pensamientos y los hace suyos, mis reparaciones, las
oraciones, los deseos, los afectos y aun mis más íntimas fibras y las hace
suyas, y elevándose entre el Cielo y la tierra hace mi mismo oficio, y
como corredentora dice junto Conmigo:
“Ecce ego mitte me”,quiero repararte por
todos, responderte por todos e implorar el bien para todos”.
11-122 Abril 23, 1916
¿CÓMO HACER ESTAS HORAS?
Generalmente estas horas se hacen en forma
individual, meditándose una hora por día, no es necesario hacerla a la hora
indicada en cada una de ellas, pudiendo meditarla en el momento en que se tenga
el tiempo suficiente para hacerla con calma, así en el transcurso de 24 días se
terminará todo el reloj, volviendo a comenzar nuevamente, en forma
ininterrumpida.
Otra manera de hacerlo es reunir 24
personas que se comprometan a meditar 1 hora diariamente, repartiéndose las
horas entre las 24 personas, por lo que diariamente se meditarán las 24 horas; de
ahí en adelante se avanzará normalmente una meditación por día, no repitiendo
la misma meditación, de la misma manera que cuando se hacen en forma
particular, y en un lapso de 24 días, cada uno de los integrantes habrá
meditado todas las horas.
Esto se puede hacer una sola vez, o mejor, si todos
se comprometen se puede hacer en forma continua. Lo importante es hacerlas
junto con Él y con su misma Voluntad.
PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina
presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa
meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto
en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.
Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión
y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…
Y por las que no puedo meditar te ofrezco la
voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante
todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a
dormir.
Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa
intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto
hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA HORA.
Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de
tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado
y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más
conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.
He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote
dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y
un “te bendigo”.
Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y
te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y
te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por
cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has
soportado.
En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y
un “te bendigo.”
Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo
continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y
sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.
Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus
santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”,
para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de
agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera
que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.
Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna
vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me
estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de
fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.
Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me
aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus
santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús,
ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu
dulcísimo corazón y me quedo en Ti.
+ + +
PRIMERA HORA De las 5 a las 6 de la tarde.
Jesús se despide de su Madre Santísima.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Celestial Mamá, la hora de la separación se
acerca y yo vengo a Ti.
¡Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones, dame tu dolor, porque junto contigo quiero seguir paso a paso al adorado Jesús!
Y he aquí que Jesús viene, y Tú con el alma rebosante de amor corres a su
encuentro, pero al verlo tan pálido y triste el corazón se te oprime por el
dolor, las fuerzas te abandonan y estás a punto de desfallecer a sus
pies.
Oh dulce Mamá mía, ¿sabes por qué ha venido a Ti el adorable Jesús?
¡Ah! Él ha venido para darte el último adiós, para decirte la
última palabra, para recibir el último abrazo.
Oh Mamá, a Ti me estrecho con toda la ternura de la
cual es capaz este mi pobre corazón, a fin de que estrechado y unido a Ti,
también yo pueda recibir los abrazos del adorado Jesús.
¿Me desdeñarás acaso Tú? ¿No es más bien un
consuelo para tu corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo las
penas, los afectos, las reparaciones?
Oh Jesús, en esta hora tan desgarradora para tu ternísimo corazón, qué lección nos das de filial y amorosa obediencia hacia tu Mamá.
¡Qué dulce armonía hay entre Tú y María, qué suave encanto de amor que sube hasta el trono del Eterno y se extiende para salvación de todas las criaturas de la tierra!
Oh Celestial Mamá mía, ¿sabes qué quiere de Ti el adorado Jesús?
No quiere otra cosa que tu última bendición.
Es verdad que de todas las partes de tu ser no
salen sino bendiciones y alabanzas a tu Creador, pero Jesús al despedirse de Ti
quiere oír las dulces palabras:
«Te bendigo oh Hijo». Y este te bendigo aleja
todas las blasfemias de sus oídos, y dulce y suave desciende a su corazón; y
casi como para poner una defensa a todas las ofensas de las criaturas, Jesús
quiere tu “te bendigo.”
Yo me uno a Ti, oh dulce Mamá, sobre las alas
del viento quiero girar por el Cielo para pedir al Padre, al Espíritu Santo, a
todos los ángeles, un “te bendigo” para Jesús, a fin de que yendo a Él le pueda
llevar sus bendiciones.
Y aquí en la tierra quiero ir a todas las
criaturas y pedir de cada labio, de cada latido, de cada paso, de cada respiro,
de cada mirada, de cada pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si
ninguno me las quiere dar, yo quiero darlas por ellos.
Oh dulce Mamá, después de haber girado y
vuelto a girar para pedir a la Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las
criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas del mar, a
cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada hoja que se mueve, al
centellear de las estrellas, a cada movimiento de la naturaleza un “te
bendigo”, vengo a Ti y uno mis bendiciones a las tuyas.
Dulce Mamá mía, veo que recibes consuelo y alivio por esto, y ofreces a Jesús todas mis bendiciones en reparación de las blasfemias y maldiciones que Él recibe de las criaturas.
Pero mientras te
ofrezco todo, oigo tu voz temblorosa que dice:
“Hijo, bendíceme también a Mí.”
Oh dulce amor mío, Jesús, bendíceme también a
mí junto con tu Mamá, bendice mis pensamientos, mi corazón, mis manos, mis
obras, mis pasos, y junto con tu Mamá bendice a todas las criaturas.
Oh Madre mía, al mirar el rostro del adolorido Jesús, pálido, triste, desgarrador, se despierta en Ti el recuerdo de los dolores que dentro de poco Él deberá sufrir.
Adivinas su rostro cubierto de salivazos y lo bendices, la cabeza traspasada por las espinas, los ojos vendados, el cuerpo desgarrado por los azotes, las manos y los pies traspasados por los clavos, y adonde quiera que Él está a punto de ir, Tú lo sigues con tus bendiciones, y junto contigo lo sigo también yo.
Cuando Jesús sea golpeado por
los azotes, coronado de espinas, abofeteado, traspasado por los clavos,
dondequiera encontrará junto a tu “te bendigo”, el mío.
Oh, Jesús, oh Madre, os compadezco; inmenso
es vuestro dolor en estos últimos momentos, el corazón de uno parece que
arranque el corazón del otro.
Oh Madre arranca mi corazón de la tierra y átalo fuerte a Jesús, a fin de que estrechado a Él pueda tomar parte de tus dolores, y mientras os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas, los últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos corazones pueda recibir vuestros últimos besos, vuestros últimos abrazos.
¿No veis que yo no puedo
estar sin Vosotros, no obstante mi miseria y mi frialdad?
Jesús, Mamá, ténganme estrechada a Ustedes,
denme su amor, su Querer, saetead mi pobre corazón, estréchenme entre sus
brazos, y junto contigo, oh dulce Mamá, quiero seguir paso a paso al adorado
Jesús con la intención de darle consuelo, alivio, amor y reparación por todos.
Oh Jesús, junto a tu Mamá te beso el pie
izquierdo suplicándote que quieras perdonarme a mí y a todas las criaturas por
cuantas veces no hemos caminado hacia Dios.
Beso tu pie derecho, perdóname a mí y a todos por
cuantas veces no hemos seguido la perfección que Tú querías de nosotros.
Te beso la mano izquierda pidiéndote nos comuniques
tu pureza.
Beso tu mano derecha, bendice todos mis latidos,
pensamientos, afectos, a fin de que validados por tu bendición todos se
santifiquen, y junto conmigo bendice también a todas las criaturas, y sella la
salvación de sus almas con tu bendición.
Oh Jesús, junto a tu Mamá te abrazo, y besándote el
corazón te ruego que pongas en medio de vuestros dos corazones el mío, a fin de
que se alimente continuamente de vuestros amores, de vuestros dolores, de vuestros
mismos afectos, deseos y de vuestra misma vida. Así sea.
+ + +
Reflexiones de la primera Hora (5 PM) 5-19 Octubre 3,
1903.
Jesús continúa su Vida en el mundo no sólo en el
Santísimo Sacramento, sino también en las almas que se encuentran en gracia.
Mientras estaba pensando en la hora de la Pasión
cuando Jesús se despidió de su Madre para ir a la muerte y se bendijeron
mutuamente, y estaba ofreciendo esta hora para reparar por aquellos que no
bendicen en cada cosa al Señor, sino más bien lo ofenden, para impetrar todas
aquellas bendiciones que son necesarias para conservarnos en gracia de Dios y
para llenar el vacío de la gloria de Dios, como si todas las criaturas lo
bendijeran.
Mientras esto hacía, lo he sentido moverse en mi
interior, y decía:
“Hija mía, en el acto de bendecir a mi Madre
intenté también bendecir a cada una de las criaturas en particular y en
general, de modo que todo está bendecido por Mí:
Los pensamientos, las palabras, los latidos, los
pasos, los movimientos hechos por Mí, todo, todo está avalado con mi
bendición.
También te digo que todo lo bueno que hacen las
criaturas, todo fue hecho por mi Humanidad, para hacer que todo el obrar de las
criaturas fuera primero divinizado por Mí.
Además de esto, mi vida continúa todavía real y
verdadera en el mundo, no sólo en el Santísimo Sacramento, sino también en las
almas que se encuentran en mi Gracia, y siendo muy restringida la capacidad de
la criatura, no pudiendo tomar de una sola todo lo que Yo hice, hago de manera
que un alma continúe mis reparaciones, otra las alabanzas, alguna otra el
agradecimiento, alguna otra el celo de la salud de las almas, otra mis
sufrimientos y así de todo lo demás, y según me correspondan así desarrollo mi
vida en ellas, así que piensa en qué estrechuras y penas me ponen, pues
mientras Yo quiero obrar en ellos, ellos no me hacen caso”.
Dicho esto ha desaparecido, y yo me he
encontrado en mí misma.
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12-141 Noviembre 28, 1920
Cuando Jesús quiere dar, pide. Efectos de
la bendición de Jesús.
Estaba pensando cuando mi Jesús, para dar principio
a su dolorosa Pasión, quiso ir con su Mamá a pedirle su bendición, y el bendito
Jesús me ha dicho:
“Hija mía, cuántas cosas dice este misterio, Yo
quise ir a pedir la bendición a mi amada Mamá para darle ocasión de que también
Ella me la pidiera a Mí.
Eran demasiados los dolores que debía soportar, y
era justo que mi bendición la reforzara.
Es mi costumbre que cuando quiero dar, pido; y mi
Mamá me comprendió inmediatamente, tan es verdad, que no me bendijo sino hasta
que me pidió mi bendición, y después de haber sido bendecida por Mí, me bendijo
Ella.
Pero esto no es todo, para crear el universo
pronuncié un Fiat, y con ese solo Fiat reordené y embellecí cielo y
tierra.
Al crear al hombre, mi aliento omnipotente le infundió la vida.
Al dar principio a mi Pasión, quise con mi palabra creadora y
omnipotente bendecir a mi Mamá, pero no era sólo a Ella a quien bendecía, en mi
Mamá veía a todas las criaturas, era Ella quien tenía el primado sobre todo, y
en Ella bendecía a todas y a cada una, es más, bendecía cada pensamiento,
palabra, acto, etc., bendecía cada cosa que debía servir a la criatura, al
igual que cuando mi Fiat omnipotente creó el sol, y este sol sin disminuir ni
en su luz ni en su calor continúa su carrera para todos y para cada uno de los
mortales; así mi palabra creadora, bendiciendo quedaba en acto de bendecir
siempre, siempre, sin cesar nunca de bendecir, como jamás cesará de dar su luz
el sol a todas las criaturas.
Pero esto no es todo aún, con mi bendición quise
renovar el valor de la Creación; quise llamar a mi Padre Celestial a bendecir
para comunicar a la criatura la potencia; quise bendecirla a nombre mío y del
Espíritu Santo para comunicarle la sabiduría y el amor, y así renovar la memoria,
la inteligencia y la voluntad de la criatura, restableciéndola como soberana de
todo.
Debes saber que al dar, quiero, y mi amada
Mamá comprendió y súbito me bendijo, no sólo por Ella sino a nombre de
todos.
¡Oh! si todos pudieran ver esta mi bendición, la
sentirían en el agua que beben, en el fuego que los calienta, en el alimento
que toman, en el dolor que los aflige, en los gemidos de la oración, en los
remordimientos de la culpa, en el abandono de las criaturas, en todo
escucharían mi palabra creadora que les dice, pero desafortunadamente no
escuchada:
“Te bendigo en el nombre del Padre, de Mí, Hijo, y
del Espíritu Santo, te bendigo para ayudarte, te bendigo para defenderte, para
perdonarte, para consolarte, te bendigo para hacerte santo.”
Y la criatura haría eco a mis bendiciones,
bendiciéndome también ella en todo.
Estos son los efectos de mi bendición, de la cual
mi Iglesia, enseñada por Mí, me hace eco, y en casi todas las circunstancias,
en la administración de los sacramentos y en otras ocasiones da su
bendición”.
4-40 Julio 6, 1922
Bendición de Jesús a su Mamá.
Quien vive en la Divina Voluntad es depositaria de
la Vida Sacramental de Jesús.
Estaba pensando y acompañando a Jesús en la hora de
la Pasión cuando fue ante la Divina Mamá para pedirle su santa bendición, y mi
dulcísimo Jesús en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, antes de mi Pasión quise bendecir a mi
Mamá y ser bendecido por Ella, pero no fue únicamente a mi Mamá a quien
bendije, sino a todas las criaturas, no sólo animadas sino también inanimadas;
vi a las criaturas débiles, cubiertas de llagas, pobres, mi corazón tuvo un
latido de dolor y de tierna compasión y dije:
‘¡Pobre humanidad, cómo estás decaída, quiero
bendecirte a fin de que resurjas de tu decaimiento; mi bendición imprima en ti
el triple sello de la potencia, de la sabiduría y del amor de las Tres Divinas
Personas y te restituya la fuerza, te sane y te enriquezca, y para circundarte
de defensas bendigo todas las cosas creadas por Mí, a fin de que las recibas
bendecidas por Mí:
te bendigo la luz, el aire, el agua, el fuego, el alimento, a fin de que quedes como abismada y cubierta con mis bendiciones, pero como tú no las merecías, por eso quise bendecir a mi Mamá, sirviéndome de Ella como canal para hacer llegar a ti mis bendiciones”.
Y así como me
correspondió mi Mamá con sus bendiciones, así quiero que las criaturas me
correspondan con sus bendiciones; pero, ¡ay de Mí!, en vez de correspondencia
de bendiciones, me corresponden con ofensas y maldiciones, por eso hija mía,
entra en mi Querer, y poniéndote sobre todas las cosas creadas sella todas con
las bendiciones que todos me deben, y trae a mi doliente y tierno corazón las
bendiciones de todos”.
Después de haber hecho esto, como para
recompensarme me ha dicho:
Amada hija mía, te bendigo en modo especial, te
bendigo el corazón, la mente, el movimiento, la palabra, el respiro, toda y
todo te bendigo”.
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SEGUNDA HORA De las 6 a las 7 de la tarde.
Jesús se separa de su Madre Santísima y se
encamina al Cenáculo.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado
parte en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te decides a partir
para ir a donde el Querer del Padre te llama.
Es tanto el amor entre Hijo y Madre que os vuelve
inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y
dulce Mamá se deja en el tuyo, de otra manera os habría sido imposible el
separaros.
Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le das
el último beso para darle fuerzas en los acerbos dolores que está por sufrir,
le das el último adiós y partes.
Pero la palidez de tu rostro, tus labios
temblorosos, tu voz sofocada como si quisiera romper en llanto al decirle
adiós, ¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla, pero para
cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones fundidos el uno en el
otro, a todo os sometéis, queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las
ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos, no se preocupan
por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado de santidad al que
Dios los llama.
¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus
corazones el amor que quieres darles, para contentarse con el amor de las
criaturas!
Amable amor mío, mientras contigo reparo, permíteme
que permanezca con tu Mamá para consolarla y sostenerla mientras Tú te alejas,
después apresuraré mis pasos para alcanzarte.
Pero con sumo dolor veo que mi angustiada Mamá
tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de decir adiós al Hijo, la voz
se le apaga en los labios y no puede articular palabra, casi desfallece y en su
desfallecimiento de amor dice:
«¡Hijo mío, Hijo mío, te bendigo! ¡Qué amarga
separación, más cruel que cualquier muerte!»
Pero el dolor le impide aun el hablar y la deja
muda.
Desconsolada Reina, déjame que te sostenga, te
enjugue las lágrimas y te compadezca en tu amargo dolor.
Mamá mía, yo no te dejaré sola, y Tú tenme contigo,
enséñame en este momento tan doloroso para Ti y para Jesús lo que debo hacer,
cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y consolarlo, y si debo dar mi vida
para defender la suya.
No, no me separaré de debajo de tu manto, a una
señal tuya volaré a Jesús y le llevaré tu amor, tus afectos, tus besos junto a
los míos y los pondré en cada llaga, en cada gota de Su Sangre, en cada
pena e insulto, a fin de que sintiendo Él en cada pena los besos y el amor de
la Mamá, sus penas queden endulzadas.
Después regresaré bajo tu manto trayéndote sus
besos para endulzar tu corazón traspasado.
Mamá mía, el corazón me late fuertemente, quiero ir
a Jesús, y mientras beso tus manos maternas bendíceme como has bendecido a
Jesús y permíteme que vaya a Él.
Mi dulce Jesús, el amor me descubre tus pasos y te
alcanzo mientras recorres las calles de Jerusalén junto con tus amados
discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo tu voz, dulce, sí, pero triste,
tanto que rompe el corazón de tus discípulos, que por oírte así están
turbados.
«Es la última vez –dices- que recorro estas calles
por Mí mismo, mañana las recorreré atado, arrastrado entre mil insultos».
Y señalando los lugares donde serás más deshonrado
y maltratado, sigues diciendo:
«Mi vida está por llegar a su ocaso acá abajo, como
está por llegar a su ocaso el sol, y mañana a esta hora no estaré más, pero
como sol resurgiré al tercer día».
Por tus palabras, los apóstoles quedan tristes y
taciturnos y no saben qué responder.
Pero Tú agregas: «Ánimo, no se aflijan,
Yo no los dejo, siempre estaré con ustedes, pero es necesario que Yo muera por
el bien de todos ustedes».
Al decir esto, estás conmovido, pero con voz
trémula continúas instruyéndolos.
Antes de que entres en el cenáculo miras el sol que
ya se pone, así como está por llegar al ocaso tu vida; ofreces tus
pasos por aquellos que se encuentran en el ocaso de la vida y les das la gracia
de que la hagan terminar en Ti, reparando por aquellos que no
obstante los sinsabores y los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse
a Ti.
Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro de
tus prodigios y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago te
está preparando la cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y Tú te
estremeces, se te rompe el corazón y lloras por su destrucción.
Con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti,
que con tanto cuidado tratabas de formar como portentos de tu amor, y ellas,
ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir más amarguras.
Quiero reparar junto contigo para endulzar el dolor
de tu corazón.
Pero veo que quedas horrorizado ante la vista de
Jerusalén, y retirando de ella tu mirada, entras en el cenáculo.
Amor mío, estréchame a tu corazón, a fin de que
haga mías tus amarguras para ofrecerlas junto contigo, y Tú, mira piadoso mi
alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.
Reflexiones de la segunda Hora (6 PM) 11-53
Mayo 9, 1913.
Mientras rezaba estaba pensando en el
momento cuando Jesús se despidió de la Madre Santísima para ir a sufrir su
Pasión, y decía entre mí:
“¿Cómo es posible que Jesús se haya podido separar
de la querida Mamá, y Ella de Jesús?”
Y el bendito Jesús me ha dicho:
“Hija mía, ciertamente que no podía haber
separación entre Yo y mi dulce Mamá, la separación fue sólo aparentemente, Yo y
Ella estábamos fundidos juntos, y era tal y tanta la fusión que Yo quedé con
Ella, y Ella vino Conmigo, así que se puede decir que hubo una especie de
bilocación.
Esto sucede también a las almas cuando están unidas
verdaderamente Conmigo, y si rezando hacen entrar en sus almas como vida la
oración, sucede una especie de fusión y de bilocación, Yo dondequiera que me
encuentre las llevo Conmigo y Yo quedo con ellas.
Hija mía, tú no puedes comprender bien lo que
fue mi querida Mamá para Mí.
Yo, viniendo a la tierra no podía estar sin Cielo,
y mi Cielo fue mi Mamá.
Entre Yo y Ella pasaba tal electricidad, que ni
siquiera un pensamiento hubo en Ella que no lo tomara de mi mente, y este tomar
de Mí la palabra, y la voluntad, y el deseo, y la acción, y el paso, en suma,
todo, formaba en este Cielo el sol, las estrellas, la luna y todos los gozos
posibles que puede darme la criatura y que puede ella misma gozar.
¡Oh cómo me deleitaba en este Cielo, cómo me sentía
consolado y rehecho de todo! También los besos que me daba mi Mamá encerraban
el beso de toda la humanidad y me restituían el beso de todas las criaturas; en
todo me sentía a mi dulce Mamá, me la sentía en el respiro, y si era afanoso me
lo aliviaba; me la sentía en el corazón, y si estaba amargado me lo endulzaba;
en el paso, y si estaba cansado me daba aliento y reposo;
¿y quién puede decirte cómo me la sentía en la
Pasión?
En cada flagelo, en cada espina, en cada llaga, en
cada gota de mi sangre, en todo me la sentía y me hacía el oficio de mi
verdadera Madre.
¡Ah, si las almas me correspondieran, si todo
tomaran de Mí, cuántos cielos y cuántas madres tendría sobre la tierra!”
Agosto 14, 1917.
Vivir en el Divino Querer significa
inseparabilidad, no hacer nada por sí mismo, porque delante al Divino
Querer se siente incapaz de todo, no pide órdenes ni las recibe, porque se
siente incapaz de ir solo y dice:
“Si quieres que haga, hagamos juntos, y si
quieres que vaya, vayamos juntos”.
Así que hace todo lo que hace el Padre:
Si el Padre piensa, hace suyos los pensamientos del
Padre, y no hace ni un pensamiento de más de los que hace el Padre; si el
Padre mira, si habla, si obra, si camina, si sufre, si ama, también ella mira
lo que mira el Padre, repite las palabras del Padre, obra con las manos del
Padre, camina con los pies del Padre, sufre las mismas penas del Padre y ama
con el amor del Padre; vive no fuera sino dentro del Padre, así que es el
reflejo y el retrato perfecto del Padre.
Noviembre 11, 1922.
Mi Humanidad, santa, libre también Ella,
que no queriendo otra vida que la sola Voluntad Divina, nadando en
este mar inmenso iba duplicando cada pensamiento, palabra y obra de criatura, y
extendía sobre todo un acto de Voluntad Divina, y esto daba satisfacción y
glorificaba al Padre Divino, de modo que Él pudo mirar al hombre y abrirle las
puertas del Cielo, y Yo anudaba con más fuerza a la voluntad humana, dejándola
siempre libre de no separarse de la Voluntad de su Creador, causa por la que se
había precipitado en tantas desgracias.
No estuve contento sólo con esto, sino que quise
que mi Mamá, también santa, me siguiera en el mar inmenso del Querer Supremo y
junto Conmigo duplicara todos los actos humanos, poniendo en ellos el doble
sello, después del mío, de los actos hechos en mi Voluntad sobre todos los
actos de las criaturas.
Cómo me era dulce la compañía de mi inseparable
Mamá en mi Voluntad; la compañía en el obrar hace surgir la felicidad, la
complacencia, el amor de ternura, la competencia, el acuerdo, el heroísmo; en
cambio el aislamiento produce lo contrario.
Entonces, conforme obraba junto con mi amada Mamá,
así surgían mares de felicidad, de complacencia de ambas partes, mares de amor
que haciendo competencia, uno se arrojaba en el otro, y producían gran
heroísmo. Y no para Nosotros solos surgían estos mares, sino también para quien
nos habría hecho compañía en nuestra Voluntad; es más, podría decir que estos
mares se convertían en tantas voces que llamaban al hombre a vivir en nuestro
Querer, para restituirle la felicidad, su naturaleza primera, y todos los
bienes que había perdido con sustraerse de nuestra Voluntad.
TERCERA HORA De las 7 a las 8 de la noche.
La Cena Legal.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus
amados discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué dulzura, qué afabilidad no
muestras en toda tu persona al abajarte a tomar por última vez el alimento
material.
Allí todo es amor en Ti, también en esto no sólo
reparas por los pecados de gula, sino que impetras también la santificación del
alimento, y así cómo éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad
hasta en las cosas más bajas y más comunes.
Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante
parece escrutar a todos los apóstoles, y aun en el acto de tomar el alimento tu
corazón queda traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes
aún, especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el
infierno.
Y Tú desde el fondo de tu corazón amargamente
dices:
«¿Cuál es la utilidad de mi sangre?
¡He aquí un alma, tan beneficiada por Mí, y está
perdida!»
Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras,
como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido.
Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor
y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos; y mientras te dueles
por Judas, tu corazón quisiera llenarse de júbilo al ver a tu izquierda a tu
amado discípulo Juan, tanto, que no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo
dulcemente a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole sentir
el paraíso por adelantado.
Es en esta hora solemne que en los dos discípulos
vienen representados los dos pueblos:
el réprobo y el elegido.
El réprobo en Judas, que siente ya el
infierno en el corazón.
Y el elegido en Juan, que en Ti reposa y
goza.
Oh dulce bien mío, también yo me pongo cerca de Ti,
y junto a tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón
adorable y rogarte que me hagas sentir, aun sobre esta tierra, las delicias del
Cielo, y así, raptada por las dulces armonías de tu corazón, la tierra no sea
para mí más tierra, sino Cielo.
Pero en esas armonías dulcísimas y divinas, siento
que se te escapan dolorosos latidos, son por las almas perdidas.
¡Oh Jesús, no permitas que nuevas almas se pierdan,
haz que tu latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la vida
del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y atraídas por la suavidad
y dulzura de tu amor, todas puedan rendirse a Ti!
Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón, dame
también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el alimento de tu
divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la palabra divina. Jamás
me niegues, oh mi Jesús, este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de
formar en mí tu misma vida. Dulce bien mío, mientras me estoy a tu lado, veo
que el alimento que tomas junto con tus amados discípulos no es otro que un
cordero.
Es el cordero que te representa, y así como en este
cordero, por la fuerza del fuego, no queda ningún humor vital, así Tú, cordero
místico, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni
siquiera una gota de tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda por amor
nuestro. Así que, oh Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu
dolorosísima Pasión, que tienes siempre presente en la mente, en el corazón, en
todo, y esto me enseña que si también yo tuviera siempre delante a mi mente y en
el corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu
amor.
¡Cuánto te agradezco por esto! Oh mi Jesús, ningún
acto se te escapa en que no me tengas presente y con el que no intentes hacerme
un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente, en
mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis pasos, a fin de que a donde
quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te encuentre siempre presente a mí,
y dame la gracia de que jamás olvide lo que has sufrido y padecido por
mí.
Ésta sea para mí un imán, que atrayendo todo mi ser
en Ti, no me deje alejarme de Ti.
Reflexiones de la tercera Hora (7 PM) 13-22 Octubre 9,
1921.
La voluntad en el hombre es lo que más
semeja a su Creador. La voluntad humana es el depósito de todo el obrar del
hombre.
Estaba pensando en el momento en el que mi dulce
Jesús tomaba la última cena con sus discípulos, y mi amable Jesús en mi
interior me ha dicho:
“Hija mía, mientras cenaba con mis discípulos, no
era sólo a ellos a quienes tenía a mi alrededor, sino a toda la familia humana,
una por una las tenía junto a Mí, las conocí todas, las llamé por su nombre;
también te llamé a ti y te di el puesto de honor entre Juan y Yo y te constituí
pequeña secretaria de mi Querer, y mientras dividía el cordero ofreciéndolo a
mis apóstoles, lo daba a todos y a cada uno.
Aquel cordero desvenado, asado, cortado en pedazos,
hablaba de Mí, era el símbolo de mi Vida y de cómo debía reducirme por amor
de todos, y Yo quise darlo a todos como alimento exquisito que
representaba mi Pasión, porque todo lo que hice, dije y sufrí, mi amor lo
convertía en alimento del hombre, ¿pero sabes tú por qué llamé a todos y les di
el cordero a todos? Porque también Yo quería el alimento de ellos, cada cosa
que hicieran quería que fuese alimento para Mí, quería el alimento de su amor,
de sus obras, de sus palabras, de todo”.
Y yo:
“Amor mío, ¿cómo puede ser que se convierta en
alimento para Ti nuestro obrar?”
Y Jesús:
“No es sólo de pan que se puede vivir, sino de todo
aquello a lo que mi Voluntad da la virtud de poder hacer vivir, y si el pan
alimenta al hombre es porque Yo lo quiero.
Ahora, lo que la criatura dispone con su voluntad
formarme con su obrar, esa forma toma su obrar, si de su obrar quiere formarme
el alimento, me forma el alimento; si de su obrar quiere formarme amor, me da
el amor; si reparación, me forma la reparación; y si en su voluntad me quiere
ofender, con su obrar me forma el cuchillo para herirme, y tal vez aun para
matarme”.
Después ha agregado:
“La voluntad en el hombre es lo que más lo
asemeja a su Creador, en la voluntad humana he puesto parte de mi inmensidad y
de mi Potencia, y dándole el puesto de honor la he constituido reina de todo el
hombre y depositaria de todo su obrar.
Así como las criaturas tienen cajas para
conservar sus cosas para tenerlas custodiadas, así el alma tiene su voluntad
para conservar y custodiar todo lo que piensa, lo que dice y lo que obra, ni
siquiera un pensamiento perderá.
Lo que no puede hacer con el ojo, con la boca, con
las obras, lo puede hacer con la voluntad; en un instante puede querer mil
bienes o mil males, la voluntad hace volar el pensamiento al Cielo, en las
partes más lejanas y hasta en los abismos; a la criatura se le puede impedir
que obre, que vea, que hable, pero todo esto lo puede hacer en la voluntad, y
todo lo que hace y quiere forma un acto y lo deja en depósito en su mismo
querer; y como la voluntad se puede extender, ¿cuántos bienes y cuántos males
no puede contener?
Por eso, entre todo quiero el querer del hombre,
porque si tengo esto, la fortaleza está vencida”.
CUARTA HORA De las 8 a las 9 de la noche.
La Cena Eucarística.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor,
veo que al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con tus amados
discípulos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberles dado el
alimento, queriendo reparar con esto todas las faltas de agradecimiento de las
criaturas por los tantos medios como nos das para la conservación de la vida corporal.
Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas
o ves, tienes siempre en tus labios las palabras:
«¡Gracias te sean dadas, oh Padre!»
También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las
palabras de tus labios y diré siempre y en todo:
“Gracias por mí y por todos”, para continuar la
reparación por las faltas de agradecimiento.
Lavatorio de los pies
Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene
reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una
palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y te postras a los pies de los
apóstoles, en un acto tan humilde que te atrae la mirada de todo el Cielo y lo
hace permanecer estático, los mismos apóstoles se quedan casi sin movimiento al
verte postrado a sus pies.
Pero dime amor mío, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes
con este acto tan humilde, humildad jamás vista y que jamás se verá?
«¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y postrado
ante ellas como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo mis
insidias de amor para tenerlas! Quiero, postrado a sus pies, con esta agua
mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a
recibirme en el sacramento.
Me importa tanto este acto de recibirme en la
Eucaristía, que no quiero confiar este oficio ni a los ángeles, ni siquiera a
mi amada Mamá, sino que Yo mismo quiero purificarlas, aun las fibras más
íntimas, para disponerlas a recibir el fruto del sacramento, y en los apóstoles
era mi intención preparar a todas las almas.
Intento reparar todas las obras santas y la administración
de los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con espíritu de soberbia,
vacías de espíritu divino y de desinterés.
¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para
deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme que para complacerme!
¡Más para darme muerte que para darme vida! Éstas son las ofensas que más
me afligen. Ah, sí hija mía, numera todas las ofensas más íntimas que se me
hacen y repárame con mis mismas reparaciones, consuela mi corazón amargado».
¡Oh mi afligido bien, hago mía tu vida y junto
contigo intento reparar todas estas ofensas! Quiero entrar en los más íntimos
escondites de tu corazón divino y reparar con tu mismo corazón las ofensas más
íntimas y secretas que recibes de tus más amados, y junto contigo quiero girar
en todas las almas que te deben recibir en la Eucaristía, y entrar en sus
corazones, y junto a tus manos pongo las mías para purificarlas.
Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua con
las cuales lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te deben
recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el
polvo con el cual están manchados, a fin de que recibiéndote, Tú puedas
encontrar en ellas tus complacencias en vez de tus amarguras.
Pero, afectuoso bien mío, mientras estás atento a
lavar los pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa tu
corazón santísimo.
Estos apóstoles representan a todos los futuros
hijos de la Iglesia, y cada uno de ellos representa la serie de cada uno de tus
dolores:
en uno las debilidades; en otro los engaños;
en otro las hipocresías; en otro el amor desmedido
a los intereses;
en San Pedro, la falla a los buenos propósitos y
todas las ofensas de los jefes de la Iglesia;
en San Juan, las ofensas de tus más fieles;
en Judas todos los apóstatas, con toda la serie de
los graves males causados por ellos.
¡Ah! Tu corazón está sofocado por el dolor y
por el amor, tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de cada
apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada una de estas ofensas, e
imploras y consigues para todos el remedio oportuno.
Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías tus
plegarias, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma.
Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de
que jamás estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus
penas.
Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies de
Judas, oigo tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y
mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al corazón, y no
pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por el llanto, lo miras con tus ojos
hinchados por el llanto y le dices con el corazón:
«Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas:
¡No te vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te pido! Di,
¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de que no te pierdas. ¡Ah,
evítame este dolor, a Mí, tu Dios!»
Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón,
pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te sofoca
y estás a punto de desfallecer.
Corazón mío y vida mía, permíteme que te sostenga
entre mis brazos. Comprendo que éstas son las estratagemas amorosas que usas
con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús, mientras te compadezco y
te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en
no quererse convertir, que me permitas recorrer junto contigo la tierra, y
donde estén los pecadores obstinados démosles tus lágrimas para ablandarlos,
tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a Ti, de manera que no te
puedan huir, y así consolarte por el dolor de la pérdida de Judas.
La institución de la santísima Eucaristía
Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor
corre, y rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi corres a
la mesa donde está ya preparado el pan y el vino para la consagración.
Te veo, corazón mío, que tomas un aspecto todo
nuevo y nunca antes visto, tu divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso,
afectuoso, tus ojos resplandecen de luz, más que si fueran soles; tu rostro
encendido resplandece; tus labios sonrientes, abrasados de amor; y tus manos
creadoras se ponen en actitud de crear.
Te veo, amor mío, todo transformado, parece como si
tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad.
Corazón mío y vida mía, Jesús, este aspecto
tuyo jamás visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son presa de
un dulce encanto y no se atreven ni siquiera a respirar.
La dulce Mamá corre en espíritu a los pies del
altar para contemplar los portentos de tu amor; los ángeles descienden del
Cielo y se preguntan entre ellos:
«¿Qué sucede? ¿Qué pasa?» ¡Son verdaderas locuras,
verdaderos excesos!
¡Un Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a
Sí mismo!
¿Y dónde?
¡Dentro de la materia vilísima de un poco de pan y
un poco de vino!
Pero mientras están todos en torno a Ti, oh amor
insaciable, veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al Padre y oigo tu
voz dulcísima que dice:
«Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre
escuchas a tu Hijo.
Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día me
enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a
salvar a nuestros hijos, ahora permíteme que me encarne en cada una de las
hostias para continuar su salvación y ser vida de cada uno de mis hijos.
Mira, oh Padre, pocas horas me quedan de vida,
¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis hijos? Son muchos sus
enemigos, las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos,
¿quién los ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo permanezca en cada hostia para ser
vida de cada uno y poner en fuga a sus enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda,
de otra manera, ¿a dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son
eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos».
El Padre se enternece ante la voz tierna y
afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo.
Está ya sobre el altar y unido con el Espíritu
Santo para concurrir con el Hijo.
Y Jesús con voz sonora y conmovedora pronuncia las
palabras de la consagración, y sin dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en aquel
pan y en aquel vino.
Después te das en comunión a tus
apóstoles, y creo
que nuestra celestial Mamá no quedó privada de recibirte.
¡Ah Jesús, los cielos se postran, y todos te mandan
un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento!
Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda
contentado y satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien, sobre
este altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán
hasta el fin de los siglos, y en cada una de las hostias desplegada toda tu
dolorosa Pasión, porque las criaturas, a los excesos de tu amor, corresponderán
con excesos de ingratitud y de enormes delitos, y yo, corazón de mi corazón,
quiero encontrarme siempre contigo en cada uno de los tabernáculos, en todos
los copones y en cada una de las hostias consagradas que habrá hasta el fin del
mundo, para ofrecerte mis actos de reparación a medida que recibes las
ofensas.
Por eso corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso
la frente majestuosa, pero mientras te beso siento en mis labios los pinchazos
de las espinas que circundan tu cabeza.
Oh mi Jesús, en esta hostia santa no te limitan las
espinas como en la Pasión, veo que las criaturas vienen a tu presencia y en vez
de darte el homenaje de sus pensamientos, te mandan sus pensamientos malos, y
Tú de nuevo bajas la cabeza como en la Pasión para recibir las espinas de los
malos pensamientos que se hacen en tu presencia.
Oh mi amor, junto contigo la abajo también yo para
dividir contigo tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para
quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y cada pensamiento mío corra en
cada pensamiento tuyo para hacerte el acto de reparación por cada pensamiento
malo y así endulzar tus afligidos pensamientos.
Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te veo
en esta hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a todos
aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor, para
tener la correspondencia de sus miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu
presencia y en vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los
distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las miradas entre Tú y
ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote, siento mis labios bañados por tus
lágrimas.
Ah, mi Jesús, no llores, quiero poner mis ojos en
los tuyos para compartir estas tus penas y llorar contigo, y repararte por
todas las miradas distraídas de las criaturas con ofrecerte mis miradas y
tenerlas siempre fijas en Ti.
Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos oídos, ah,
te veo atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para
consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos oraciones
mal hechas, llenas de desconfianza, oraciones hechas más por costumbre y sin
vida, y tus oídos en esta hostia santa son molestados más que en la misma
Pasión.
Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del
Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y quiero poner mis
oídos en los tuyos, no sólo para compartir contigo esta pena, sino para estar
siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres, para poner pronto mi acto de
reparación y consolarte.
Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo veo
ensangrentado, lívido e hinchado.
Las criaturas, oh Jesús, vienen ante esta
hostia santa, y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que
hacen delante a Ti, en vez de darte honor te dan bofetadas y salivazos, y Tú,
como en la Pasión, con toda paz y paciencia los recibes, y todo soportas.
Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al tuyo, no
sólo para acariciarte y besarte conforme te llegan estas bofetadas y quitarte
los salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo para dividir contigo
estas penas, también quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para
ponerlos ante Ti como tantas estatuas arrodilladas continuamente, para
repararte por todos los deshonores que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca.
Ah, veo que al descender en los corazones de las
criaturas, el primer apoyo que Tú haces es sobre la lengua.
¡Oh, cómo quedas amargado encontrando muchas
lenguas mordaces, impuras, malas!
¡Ah! Tú te sientes atormentar por esas
lenguas, y peor aún cuando desciendes a sus corazones.
¡Oh Jesús, si fuera posible quisiera
encontrarme en la boca de cada una de las criaturas para endulzarte y repararte
cualquier ofensa que recibas de ellas!
Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello,
te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime ¿qué haces?
Y Jesús:
«Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la
mañana hasta la noche formando continuas cadenas de amor, a fin de que conforme
las almas vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta mi cadena de amor para
encadenarlas a mi corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen ellas a cambio? Muchas
toman a mal estas mis cadenas, y por la fuerza se liberan de ellas y las hacen
pedazos, y como estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo quedo torturado y
doy en delirio; al romper mis cadenas tiran al vacío mi trabajo que hago en el
Sacramento, y buscan las cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi
presencia, sirviéndose de Mí para lograr sus intentos.
Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan
violenta que me hace desfallecer y delirar».
Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado
sino también encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de
las criaturas para descender en ellos y salir de tu prisión, y con las
cadenas que te ataban encadenar sus almas a tu amor.
Pero con sumo dolor ves que vienen ante Ti con un
aire indiferente, sin premuras por recibirte; otras de hecho no te reciben; y
otras, si te reciben, sus corazones están atados por otros amores y llenos de
vicios, como si Tú fueras despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir
de estos corazones encadenado como entraste, porque no te han dado la libertad
de hacerse atar, y han cambiado tus ansias en llanto.
Jesús mío, permíteme que enjugue tus lágrimas y te
tranquilice el llanto con mi amor, y para repararte te ofrezco las ansias y
suspiros, los deseos ardientes que te han dado todos los santos que han
existido y existirán, los de tu Mamá y el mismo amor del Padre y del Espíritu
Santo, y yo haciendo mío este amor, quiero ponerme a las puertas del
tabernáculo para hacerte las reparaciones y gritar detrás a las almas que
quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces intento
repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos das a todos los
santos, y por cuantos movimientos contiene la santísima Trinidad.
Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido que
custodies mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que los pongas
como lámparas a la puerta de los tabernáculos para cortejar a Jesús. ¡Cuánto te
compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto en aprietos, ¡ah! te ruego, para
consolarte por las ofensas que recibes y para repararte por tus cadenas que son
hechas pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para poder
darte por todos mi correspondencia de amor. Jesús mío, flechero divino, beso tu
pecho. Es tal y tanto el fuego que él contiene, que para dar un poco de
desahogo a tus llamas que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un descanso
en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu juego es formar flechas,
dardos, saetas, a fin de que cuando vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con
las criaturas, haciendo salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y cuando
las reciben Tú haces fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh Jesús, te las
rechazan, enviándote en correspondencia flechas de frialdad, dardos de tibieza
y saetas de ingratitud; y Tú quedas tan afligido por esto, que lloras porque
las criaturas te hacen fracasar en tu juego de amor.
Oh Jesús, he aquí mi pecho dispuesto a recibir no
sólo tus flechas destinadas para mí, sino también aquellas que te rechazan los
demás, y así no quedarás más frustrado en tus juegos, y quiero también
repararte por las frialdades, las tibiezas y las ingratitudes que recibes.
Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero
reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia,
y te ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a tu corazón.
Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento reparar
todos los sacrilegios, especialmente las misas malamente celebradas.
¡Cuántas veces, amor mío Tú eres
obligado a descender del Cielo a las manos de los sacerdotes, que en virtud de
su potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de fango, que chorrean
inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos te ves obligado por tu
amor a permanecer en ellas! Es más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras en
ellos a los sacerdotes de tu Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios
renuevan el deicidio. ¡Jesús mío, me da espanto el sólo pensarlo! Y otra vez,
como en la Pasión, te estás en aquellas manos indignas, como manso corderito,
esperando de nuevo tu muerte. ¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú quisieras una mano
amorosa para liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que cuando te
encuentres en esas manos me llames para estar presente, y para repararte quiero
cubrirte con la pureza de los ángeles, perfumarte con tus virtudes para
disminuir el hedor de aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y
mientras estés en mí yo te rogaré por los sacerdotes, para que sean dignos
ministros tuyos, y no pongan en peligro tu vida sacramental.
Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero
repararte por quienes te reciben por rutina y sin las debidas
disposiciones.
Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero repararte
por aquellos que te reciben para ultrajarte.
Ah, te ruego que cuando se atrevan a hacer esto,
renueves el milagro cuando Longinos te traspasó el corazón con la lanza, y al
flujo de aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo
sanaste, y así, a tu toque sacramental, conviertas las ofensas en amor.
Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se hacen
todas las ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte una
correspondencia de amor, y siempre junto contigo compartir tus penas.
Ah, te ruego celestial flechero de amor, si alguna
ofensa huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu Voluntad, a fin
de que nada se me escape.
Rogaré a la dulce Mamá que me tenga alerta, y junto
con Ella te repararemos todo y por todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu
defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras que recibes de las
criaturas.
Ah Jesús, recuerda que también yo soy una pobre
encarcelada, es verdad que tu cárcel es más estrecha, cual es el breve giro de
una hostia, por eso enciérrame en tu corazón, y con las cadenas de tu amor no
solo aprisióname, sino ata uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis
deseos, átame las manos y los pies a tu corazón para que yo no tenga otras
manos y otros pies que los tuyos.
Así que, amor mío, mi cárcel será tu corazón, las
cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu santísima Voluntad,
tus llamas serán mi alimento, tu respiro será el mío, así que no veré más que
llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte, como la que sufres Tú
en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré aprisionada en
Ti, Tú quedarás libre en mí.
¿No ha sido éste tu intento al encarcelarte en
la hostia, el ser desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida en
ellas?
Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un beso,
yo te abrazo y permanezco en Ti.
Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de que
has instituido el santísimo Sacramento y que has visto las enormes ingratitudes
y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y amargado, no te haces para
atrás, es más, quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; veo que
instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo deben
hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y de tal manera los
ordenas sacerdotes e instituyes este otro sacramento.
Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo reparas,
las predicaciones mal hechas, los sacramentos administrados y recibidos sin
disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones equivocadas de los
sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los ordena, no usando todos
los medios para conocer las verdaderas vocaciones.
Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero seguirte y
reparar todas estas ofensas.
Después de que has dado cumplimiento a todo,
en compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de Getsemaní para dar
principio a tu dolorosa Pasión.
Te seguiré en todo, para hacerte fiel
compañía.
Reflexiones de la Cuarta Hora (8
PM) 4-183 Marzo 12, 1903.
Lamentos. Jesús habla de su vida y de la
Eucaristía.
Encontrándome en mi habitual estado, me veía sola y
abandonada, entonces, después de haber esperado mucho se ha hecho ver en mi
interior, y yo le he dicho:
“Dulce vida mía, cómo me has dejado sola, cuando Tú
me pusiste en este estado todo fue unión, y todo lo concertábamos juntos, y con
dulce fuerza me atrajiste toda a Ti.
¡Oh! cómo se ha cambiado la escena, no sólo
me has abandonado, no sólo no me haces ninguna fuerza para tenerme en aquel
estado, sino que estoy obligada a hacerte una continua fuerza para no salir de
este estado, y este forzarte es para mí un continuo morir”.
Y Él me ha dicho:
“Hija mía, lo mismo sucedió cuando en el
consistorio de la Sacrosanta Trinidad se decretó el misterio de la Encarnación
para salvar al género humano, y Yo unido con su Voluntad acepté y me ofrecí
víctima por el hombre; todo fue unión entre las Tres Divinas Personas y todo
fue planeado juntos, pero cuando me puse a la obra llegó un momento,
especialmente cuando me encontré en el ambiente de las penas, de los
oprobios, cargado de todas las maldades de las criaturas, que me quedé solo y
abandonado por todos, hasta por mi amado Padre; y no sólo esto, sino que así,
cargado de todas las penas como estaba, debía forzar al Omnipotente que
aceptara y que me hiciera continuar mi sacrificio por la salvación de todo el
género humano, presente, pasado y futuro.
Y esto lo obtuve. El sacrificio dura aún, el
esfuerzo es continuo, si bien esfuerzo todo de amor, ¿y quieres saber dónde y
cómo?
En el sacramento de la Eucaristía, en él el
sacrificio es continuo, perpetuo, es la fuerza que hago al Padre para que use
misericordia con las criaturas y con las almas para obtener su amor, y me
encuentro en continuo contraste de morir continuamente, si bien todas muertes
de amor. Entonces, ¿no estás contenta de que te haga partícipe de los períodos
de mi misma vida?”
111-111 Noviembre 13, 1915.
Necesidad de Jesús de comulgarse a Sí
mismo antes de darse a los demás.
Cómo debe el alma ofrecer la Comunión.
Después de haber recibido la Santa Comunión, pensaba para mí cómo
debía ofrecerla para complacer a Jesús.
Y Él, siempre benigno, me dijo:
“Hija mía, si quieres agradarme,
ofrécela como la ofreció mi misma Humanidad.
Yo, antes de darme en comunión a los demás, me
comulgué a Mí mismo, y quise hacer esto para dar al Padre la gloria completa de
todas las Comuniones de las criaturas, para encerrar en Mí todas las
reparaciones de todos los sacrilegios, de todas las ofensas que habría de
recibir en el Sacramento. Mi Humanidad, encerrando la Voluntad Divina,
encerraba todas las reparaciones de todos los tiempos, y recibiéndome a Mí
mismo, me recibía dignamente; y como todas las obras de las criaturas fueron
divinizadas por mi Humanidad, así también quise sellar con mi comunión las
comuniones de las criaturas; de otra manera, ¿cómo podía la criatura recibir a
un Dios? Fue mi Humanidad la que abrió esta puerta a las criaturas y les
mereció recibirme a Mí mismo.
Ahora tú hija mía, recíbela en mi Voluntad, únete a
mi Humanidad y así encerrarás todo y Yo encontraré en ti las reparaciones de
todos, la retribución de todo y mi complacencia, más bien encontraré otra vez a
Mí mismo en ti”.
Efectos de la comunión en la Divina Voluntad.
Esta mañana recibí la comunión como Jesús me había
enseñado, esto es, unida con su Humanidad, Divinidad y Voluntad suya, y Jesús
se hizo ver y yo lo besé y lo estreché a mi corazón, y Él devolviéndome el beso
y el abrazo, me dijo:
“Hija mía, ¡cómo estoy contento de que hayas
venido a recibirme unida con mi Humanidad, mi Divinidad y mi Voluntad! Me has
renovado todo el contento que sentí al recibirme en comunión a Mí mismo, y
mientras tú me besabas y me abrazabas, estando en ti todo Yo mismo, contenías
todas las criaturas, y Yo sentía darme el beso de todas, los abrazos de todas,
porque ésta era tu voluntad, igual que fue la mía al recibirme en la comunión,
rehacer al Padre por todo el amor de las criaturas y a pesar de que muchos no
lo amarían, y el Padre se rehacía en Mí del amor de todas las criaturas, y Yo
me rehago en ti del amor de todas las criaturas, y habiendo encontrado en mi
Voluntad quien me ama, me repara, etc., a nombre de todas, porque en mi
Voluntad no hay cosa que el alma no pueda darme, me siento amar a las criaturas
a pesar de que me ofendan, y voy inventando estratagemas de amor en torno a los
corazones más duros para convertirlos. Sólo por amor de estas almas que hacen
todo en mi Querer, Yo me siento como encadenado y raptado y les concedo los
prodigios de las más grandes conversiones”.
12-24 Octubre 23, 1917
Primer acto que hizo Jesús al recibirse Sacramentado.
Esta mañana, después de haber recibido al bendito
Jesús estaba diciéndole:
“Vida mía Jesús, dime, ¿cuál fue el primer
acto que hiciste cuando te recibiste a Ti mismo Sacramentalmente”.
Y Jesús:
“Hija mía, el primer acto que hice fue el de
multiplicar mi Vida en tantas Vidas mías por cuantas criaturas puedan existir
en el mundo, a fin de que cada una tuviera una Vida mía únicamente para ella,
que continuamente reza, agradece, da satisfacción, ama, por ella sola, como
también multiplicaba mis penas por cada alma, como si por ella sola sufriera y
no por otros.
En aquel momento supremo de recibirme a Mí mismo,
Yo me daba a todos, y a sufrir en cada uno de los corazones mi Pasión, para
poder sojuzgar los corazones por vía de penas y de amor, y dándoles todo lo mío
divino, venía a tomar el dominio de todos.
Pero, ¡ay de Mí! mi amor quedó desilusionado por muchos y espero
con ansia los corazones amantes, que recibiéndome se unan Conmigo para
multiplicarse en todos, deseando y queriendo lo que quiero Yo, para tomar al
menos de ellos lo que no me dan los otros, y para recibir el contento de
tenerlos conforme a mi deseo y a mi Voluntad.
Por eso hija mía, cuando me recibas haz lo que hice
Yo, y Yo tendré el contento de que al menos seamos dos que queremos la misma
cosa”.
Pero mientras esto decía, Jesús estaba muy
afligido, y yo le he dicho:
“Jesús, ¿qué tienes que estás tan afligido?”
“¡Ay, ay, cuantos males como torrente
impetuosa inundarán los países, cuántos males, cuántos males! Italia está
atravesando horas tristes, tristísimas.
Estréchense más a Mí, estén de acuerdo entre
ustedes, rueguen a fin de que los males no sean peores”.
Y yo:
“¡Ah! mi Jesús, ¿qué será de mi país?
No será que ya no me quieres como antes,
porque queriéndome Tú perdonabas en algo los castigos”.
Y Él casi llorando:
“No es verdad, te quiero bien”.
12-66 Octubre 24, 1918 El alma debe
revestirse de Jesús para recibirlo Sacramentado.
Estaba preparándome para recibir a mi dulce
Jesús en el sacramento y le pedía que cubriera Él mi gran miseria, y Jesús me
ha dicho:
“Hija, para hacer que la criatura pudiera
tener todos los medios necesarios para recibirme, quise instituir este
sacramento al final de mi Vida, para poder alinear en torno a cada hostia toda
mi Vida, como preparativo para cada una de las criaturas que me habría de
recibir.
La criatura jamás podría recibirme si no tuviera a
un Dios que preparara todo, que movido solamente por exceso de amor por
quererse dar a la criatura, y no pudiendo ésta recibirme, ese mismo exceso me
llevara a dar toda mi Vida para prepararla, así que ponía todos mis pasos, mis
obras, mi amor, delante de los suyos, y como en Mí estaba también mi Pasión,
ponía también mis penas para prepararla.
Así que revístete de Mí, cúbrete con cada uno de
mis actos y ven”.
Después me he lamentado con Jesús porque ya no me
hacía sufrir como antes, y Él ha agregado:
“Hija mía, Yo no miro tanto el sufrir, sino la
buena voluntad del alma y el amor con el que sufre, por eso el más pequeño
sufrimiento se hace grande, las naderías toman vida en el todo y adquieran
valor, y el no sufrir es más fuerte que el mismo sufrir.
¡Qué dulce violencia es para Mí ver a una criatura
que quiere sufrir por amor mío! Qué me importa a Mí que no sufra, cuando veo
que el no sufrir le es un clavo más doloroso que el mismo sufrir; en
cambio, la no buena voluntad, las cosas forzadas y sin amor, por cuanto
grandes, son pequeñas; Yo no las miro, más bien me son de peso”.
14-16 Marzo 24, 1922 Quien vive en la
Divina Voluntad, con sus actos suplirá a la multiplicación de la Vida
Sacramental de Jesús.
Continuando mi habitual estado, mi siempre
amable Jesús al venir me ha dicho:
“Hija mía, conforme el alma hace sus actos en mi
Querer, así multiplica mi Vida, de manera que si hace diez actos en mi
Voluntad, diez veces me multiplica; si hace veinte, cien, mil, o aún más,
tantas veces de más quedo multiplicado.
Sucede como en la Consagración Sacramental, cuantas
hostias ponen, tantas veces quedo multiplicado, la diferencia que hay es que en
la Consagración Sacramental tengo necesidad de las hostias para multiplicarme y
del sacerdote que me consagre.
En mi Voluntad para quedar multiplicado,
tengo necesidad de los actos de la criatura, donde más que hostia viva, no
muerta como las hostias antes de Consagrarme, mi Voluntad me Consagra y me
encierra en el acto de la criatura, y Yo quedo multiplicado en cada acto suyo
hecho en mi Voluntad, por eso mi amor tiene su desahogo completo con las almas
que hacen mi Voluntad y viven en mi Querer, son siempre ellas las que suplen no
sólo a todos los actos que me deben las criaturas, sino a mi misma Vida
Sacramental.
Cuántas veces queda obstaculizada mi Vida
Sacramental en las pocas hostias en las que Yo quedo consagrado, porque son
pocos los que comulgan, otras veces faltan sacerdotes que me consagren, y mi
Vida Sacramental no sólo no queda multiplicada cuanto quisiera, sino que queda
sin existencia.
¡Oh! cómo sufre por ello mi amor, quisiera
multiplicar mi Vida todos los días en tantas hostias por cuantas criaturas
existen para darme a ellas, pero en vano espero, mi Voluntad queda sin efecto.
Pero lo que he decidido, todo tendrá cumplimiento,
por eso tomo otro camino y me multiplico en cada acto de la criatura hecho en
mi Querer, para hacerme suplir a la multiplicación de las Vidas
Sacramentales.
Ah, sí, sólo las almas que vivan en mi Querer
suplirán a todas las comuniones que no reciben las criaturas, a todas las
consagraciones que no son hechas por los sacerdotes; en ellas encontraré todo,
aun la misma multiplicación de mi Vida Sacramental.
Por eso te repito que tu misión es grande, a misión
más alta, más noble, sublime y divina no podría escogerte, no hay cosa que no
concentraré en ti, aun la multiplicación de mi Vida, haré nuevos prodigios de
gracia jamás hechos hasta ahora; por eso te pido, sé atenta, seme fiel, haz que
mi Voluntad tenga vida siempre en ti, y Yo en mi mismo Querer en ti,
encontraré toda completada la obra de la Creación, con mis plenos derechos, y
todo lo que quiero”.
14-40 Julio 6, 1922 Quien vive en la
Divina Voluntad es depositaria de la Vida Sacramental de Jesús.
…Después de esto he continuado con las demás
horas de la Pasión, y mientras seguía la cena eucarística, mi dulce Jesús se
movió en mi interior y con la punta de su dedo ha tocado fuerte en mi interior,
tanto que lo he oído con mis oídos y he dicho entre mí:
“¿Qué querrá Jesús que llama?”
Y Él llamándome me ha dicho:
“No bastaba tocar para hacerme oír, sino también
llamarte para ser escuchado. Escucha hija mía, mientras instituía la cena
Eucarística llamé a todos en torno a Mí, miré todas las generaciones, del
primero al último hombre, para dar a todos mi Vida Sacramental, y no una vez,
sino tantas veces por cuantas veces tiene necesidad del alimento corporal.
Yo quería constituirme como alimento del alma, pero
me encontré muy mal al ver que esta mi Vida Sacramental quedaba rodeada por
desprecios, por descuidos y aun por muerte despiadada. Me sentí mal, sentí
todas las congojas de la muerte de mi Vida Sacramental tan dolorosa y repetida;
pero miré mejor, hice uso de la potencia de mi Querer y llamé en torno a Mí a
las almas que habrían vivido en mi Querer, ¡oh! ¡Cómo me sentía feliz! Me
sentía rodeado por estas almas a las cuales la potencia de mi Voluntad las tenía
como abismadas, y que como centro de su vida estaba mi Querer; vi en ellas mi
inmensidad y me encontré bien defendido por todas, y a ellas confié mi Vida
Sacramental, la deposité en ellas para que no sólo me cuidaran sino que me
correspondieran por cada hostia Consagrada con una vida de ellas, y esto sucede
como connatural, porque mi Vida Sacramental está animada por mi Voluntad
eterna, y la vida de estas almas tiene como centro de vida mi Querer, así que
cuando se forma mi Vida Sacramental, mi Querer obrante en Mí obra en ellas y Yo
siento su vida en mi Vida Sacramental, se multiplican Conmigo en cada una de
las hostias, y Yo siento que me dan vida por vida.
¡Oh, cómo exulté al verte a ti como primera,
que en modo especial te llamé a formar vida en mi Querer!
Hice en ti mi primer depósito de todas mis
Vidas Sacramentales, te confié a la potencia y a la inmensidad del Querer
Supremo, a
fin de que te hicieran capaz de recibir este depósito, y desde entonces tú
estabas presente a Mí y te constituí depositaria de mi Vida Sacramental, y en
ti a todas las demás almas que habrían vivido en mi Querer.
Te di el primado sobre todo, y con razón, porque mi
Querer no está puesto por debajo de ninguno, aun sobre los apóstoles, sobre los
sacerdotes, porque si bien ellos me Consagran pero no quedan vida junto
Conmigo, más bien me dejan solo, olvidado, no teniendo cuidado de Mí; en
cambio esas almas habrían sido vida en mi misma Vida, inseparables de Mí, por
eso te amo tanto, es a mi mismo Querer que amo en ti”.
15-12 Marzo 27, 1923
Dolores de la Vida Sacramental de Jesús.
Gracias con las cuales nos previene para recibirlo.
Habiendo recibido la comunión, mi dulce Jesús
se ha hecho ver, y yo apenas lo he visto me he arrojado a sus pies para
besarlos y estrecharme toda a Él.
Y Jesús extendiéndome la mano me ha dicho:
"Hija mía, ven entre mis brazos y hasta
dentro de mi corazón, me he cubierto de los velos Eucarísticos para no infundir
temor, he descendido en el abismo más profundo de las humillaciones en este
Sacramento para elevar a la criatura hasta Mí, fundiéndola tanto en Mí de
formar una sola cosa Conmigo, y con hacer correr mi sangre sacramental en sus
venas constituirme vida de su latido, de su pensamiento y de todo su ser.
Mi amor me devoraba y quería devorar a la criatura
en mis llamas para hacerla renacer como otro Yo, por eso quise esconderme bajo
estos velos eucarísticos, y así escondido entrar en ella para formar esta
transformación de la criatura en Mí; pero para que suceda esta transformación
se necesitaban las disposiciones por parte de las criaturas, y mi amor llegando
al exceso, mientras instituía el Sacramento Eucarístico, así ponía fuera de
dentro de mi Divinidad otras gracias, dones, favores, luz para bien del hombre,
para volverlo digno de poderme recibir; podría decir que puse fuera tanto bien
de sobrepasar los dones de la Creación, quise darle primero las gracias para
recibirme, y después darme para darle el verdadero fruto de mi Vida
Sacramental.
Pero para preparar con estos dones a las almas, se
necesita un poco de vacío de ellas mismas, de odio a la culpa, de deseo de
recibirme; estos dones no descienden en la podredumbre, en el fango, por tanto
sin mis dones no tienen las verdaderas disposiciones para recibirme, y Yo
descendiendo en ellas no encuentro el vacío para comunicar mi Vida, estoy como
muerto para ellas, y ellas muertas para Mí; Yo ardo y ellas no sienten mis
llamas, soy luz y ellas quedan más cegadas.
¡Ay de Mí! cuántos dolores en mi Vida Sacramental,
muchas por falta de disposiciones, no sintiendo nada de bien en el recibirme,
llegan a nausearme, y si continúan recibiéndome es para formar mi continuo
calvario y su eterna condenación, si no es el amor lo que las lleva a
recibirme, es una afrenta de más que me hacen, es una culpa de más que agregan
a sus almas.
Por eso reza y repara por los tantos abusos y
sacrilegios que se hacen al recibirme Sacramentado".
+++
Prodigios, maravillas, excesos de amor de Jesús al
instituir el Santísimo Sacramento y comulgarse a Sí mismo.
Me sentía toda absorbida en la Santísima
Voluntad de Dios, y el bendito Jesús me hacía presentes, como en acto, todos
los actos de su Vida sobre la tierra, y como lo había recibido sacramentado en
mi pobre corazón, me hacía ver como en acto, en su Santísimo Querer, cuando mi
dulce Jesús instituyendo el Santísimo Sacramento se comulgó a Sí mismo.
Cuántas maravillas, cuántos prodigios, cuántos
excesos de amor en este comulgarse a Sí mismo, mi mente se perdía en tantos
prodigios divinos, y mi siempre amable Jesús me ha dicho:
"Hija querida de mi Supremo Querer, mi
Voluntad contiene todo, conserva todas las obras divinas como en acto y nada
deja escapar, y a quien en Ella vive quiere hacerle conocer los bienes que
contiene.
Por eso quiero hacerte conocer la causa por la que
quise recibirme a Mí mismo al instituir el Santísimo Sacramento.
El prodigio era grande e incomprensible a la mente
humana:
recibir la criatura a un Hombre y Dios, encerrar en
el ser finito el infinito, y a este Ser infinito darle los honores divinos, el
decoro, la habitación digna de Él, era tan profundo e incomprensible este
misterio, que los mismos apóstoles, mientras creyeron con facilidad en la
Encarnación y en tantos otros misterios, delante a éste quedaron turbados y su
inteligencia se resistía a creer, y se necesitó hablarles repetidamente para
rendirlos; entonces, ¿cómo hacer? Yo que lo instituía debía pensar en todo,
porque mientras la criatura debía recibirme, a la Divinidad no debían faltarle
los honores, el decoro divino, la habitación digna de Dios.
Por eso hija mía, mientras instituía el Santísimo
Sacramento, mi Voluntad eterna unida a mi voluntad humana me hizo presentes
todas las hostias que hasta el fin de los siglos debían recibir la Consagración
Sacramental, y Yo una por una las miré, las consumí, y vi mi Vida Sacramental
palpitante en cada hostia porque quería darse a las criaturas.
Mi Humanidad, a nombre de toda la familia humana
tomó el empeño por todos y dio la habitación en Sí misma a cada hostia, y mi
Divinidad, que era inseparable de Mí, circundó cada hostia sacramental con honores,
alabanzas y bendiciones divinas para hacer digno decoro a mi Majestad, así que
cada hostia sacramental fue depositada en Mí y contiene la habitación de mi
Humanidad y el cortejo de los honores de mi Divinidad; de otra manera, ¿cómo
podía descender en la criatura?
Y fue sólo por esto que toleré los sacrilegios, las
frialdades, las irreverencias, las ingratitudes, porque habiéndome recibido a
Mí mismo puse a salvo mi decoro, los honores, la habitación que se necesitaba a
mi misma persona.
Si no me hubiera recibido a Mí mismo, Yo no habría
podido descender en ella, y a ella le habría faltado el camino, la puerta, los
medios para recibirme.
Así es mi costumbre en todas mis obras, las hago
una vez para dar vida a todas las demás veces que se repetirán, uniéndolas al
primer acto como si fuera un acto solo, así que la potencia, la inmensidad, la
Omnividencia de mi Voluntad me hicieron abrazar todos los siglos, me hicieron
presentes todos los comulgantes y todas las hostias sacramentales, y me recibí
otras tantas veces a Mí mismo, para hacer pasar por Mí a Mí mismo en cada
criatura.
¿Quién ha pensado jamás en tanto amor mío, que para
descender en los corazones de las criaturas, Yo debía recibirme a Mí mismo para
poner a salvo los derechos divinos, y poder dar a ellas no sólo a Mí mismo,
sino también los mismos actos que Yo hice al recibirme, para disponerlas y
darles casi el derecho de poderme recibir?"
Yo he quedado maravillada y como si quisiera dudar,
y Jesús ha agregado:
"¿Por qué dudas? ¿No es acaso éste el
obrar de Dios? ¿Y de este acto solo formar tantos actos por cuantos se quiera
disfrutar, mientras que es un solo acto?
¿No fue lo mismo para el acto de la
Encarnación, de mi Vida y de mi Pasión?
Una sola vez me Encarné, una fue mi Vida, una
la Pasión, sin embargo, esta Encarnación, Vida y Pasión son para todos y para
cada uno, como si fuera para él solo, así que están aún como en acto y para
cada uno, como si ahora me estuviera Encarnando y sufriendo mi Pasión, si no
fuera así no obraría como Dios, sino como criatura, que no conteniendo un poder
divino no puede hacerse de todos, ni puede darse a todos."
Ahora hija mía, quiero decirte otro exceso de mi
amor:
Quien hace mi Voluntad y vive en Ella, viene a
abrazar el obrar de mi Humanidad, porque Yo amo mucho que la criatura se vuelva
similar a Mí, y como mi Querer y el suyo son uno solo, Él toma placer y
recreándose pone en la criatura todo el bien que contengo, y hago en ella el
depósito de las mismas hostias sacramentales.
Mi Voluntad que la criatura contiene le presta y la
circunda con decoro, homenajes y honores divinos, y Yo todo a ella le confío,
porque estoy cierto de poner al seguro mi obrar, porque mi Voluntad se hace
actor, espectador y custodio de todos mis bienes, de mis obras y de mi misma
Vida".
+ + + 21-16 Abril 16, 1927
Cómo Nuestro Señor hizo el depósito de su Vida
Sacramental en el corazón de la Santísima Virgen.
Estaba haciendo la hora cuando Jesús instituyó la
Santísima Eucaristía, y moviéndose en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, cuando hago un acto, primero veo si hay
al menos una criatura dónde poner el depósito de mi acto, a fin de que tome el
bien que hago, lo tenga custodiado y bien defendido.
Ahora, cuando instituí el Santísimo
Sacramento busqué a esta criatura y mi Reina Mamá se ofreció a recibir este
acto mío y el depósito de este gran don diciéndome:
‘Hijo mío, si te ofrecí mi seno y todo mi Ser
en tu Concepción para tenerte custodiado y defendido, ahora te ofrezco mi
corazón materno para recibir este gran depósito, y dispongo en orden de batalla
en torno a tu Vida Sacramental, mis afectos, mis latidos, mi amor, mis
pensamientos, toda Yo misma para tenerte defendido, cortejado, amado, reparado;
tomo Yo el empeño de corresponderte por el gran don que haces, confía en tu
Mamá y Yo pensaré en la defensa de tu Vida Sacramental; y como Tú mismo me has
constituido Reina de toda la Creación, tengo el derecho de alinear en torno a
Ti toda la luz del sol como homenaje y adoración, a las estrellas, al cielo, al
mar, a todos los habitantes del aire, todo lo pongo en torno a Ti para darte
amor y gloria”.
Ahora, asegurándome donde podía poner este gran
depósito de mi Vida Sacramental y fiándome de mi Mamá que me había dado todas
las pruebas de su fidelidad, instituí el Santísimo Sacramento.
Era Ella la única criatura digna que podía
custodiar, defender y reparar mi acto.
Entonces mira, cuando las criaturas me reciben, Yo
desciendo en ellas junto con los actos de mi inseparable Mamá, y sólo por esto
puedo continuar mi Vida Sacramental.
Por esto es necesario que escoja primero una
criatura cuando quiero hacer una obra grande, digna de Mí, primero para tener
el lugar donde poner mi don, segundo para tener la correspondencia.
También en el orden natural se hace así, si
el agricultor quiere sembrar la semilla, no la arroja en medio del camino, sino
que va en busca del pequeño terreno, lo prepara, forma los surcos y después
arroja la semilla, y para estar seguro la cubre con tierra, esperando con ansia
la cosecha para recibir la correspondencia de su trabajo y de la semilla que ha
confiado a la tierra.
Otro quiere formar un bello objeto, primero prepara
las materias primas, el lugar donde ponerlo y después lo forma.
Así también he hecho contigo, te escogí, te preparé
y después te confié el gran don de las manifestaciones de mi Voluntad, y así
como confié a mi amada Mamá la suerte de mi Vida Sacramental, así he querido
fiarme de ti, confiándote la suerte del Reino de mi Voluntad”
QUINTA HORA De las 9 a las 10 de la noche.
Primera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi afligido Jesús, como por una corriente eléctrica
me siento atraída a este huerto, comprendo que Tú, imán potente para mi herido
corazón me llamas, y yo corro pensando entre mí:
«¿Qué son estas atracciones de amor que siento en
mí? ¡Ah, tal vez mi perseguido Jesús se encuentra en estado de tal amargura,
que siente la necesidad de mi compañía!»
Y yo vuelo, ¿pero qué?, me siento horrorizada
al entrar en este huerto, la oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el
lento moverse de las hojas, que como tristes y débiles voces, anuncian penas,
tristezas y muerte para mi dolorido Jesús.
El dulce centellear de las estrellas, que
como ojos llorosos están todas atentas a mirarlo, y haciendo eco a las lágrimas
de Jesús me reprochan por mis ingratitudes, y yo tiemblo y a tientas lo voy buscando,
lo llamo:
«Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas
ver?
¿Me llamas y te escondes?».
Pero todo es terror, todo es espanto y
silencio profundo.
Pongo atentos mis oídos y oigo un respiro afanoso,
y es precisamente a Jesús a quien encuentro, pero qué cambio funesto, no es más
el dulce Jesús de la cena eucarística, en donde su rostro resplandecía con una
belleza deslumbrante y raptora, sino que está triste, con una tristeza mortal
que desfigura su natural belleza.
Ya agoniza y me siento turbada pensando que tal vez
no escucharé más su voz, porque parece que muere.
Por eso me abrazo a sus pies; me hago más atrevida
y me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en
voz baja lo llamo:
«Jesús, Jesús».
Y Él, sacudido por mi voz, me mira y me dice:
«Hija, ¿estás aquí?
¡Ah! te estaba esperando, y era ésta la tristeza
que más me oprimía, el total abandono de todos, y te esperaba a ti para hacerte
ser espectadora de mis penas, y hacerte beber junto conmigo el cáliz de las amarguras
que dentro de poco mi Padre celestial me enviará por medio de un ángel.
Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo
sino de amarguras intensas, y siento la necesidad de que alguna alma amante
beba alguna gota al menos, por eso te he llamado, para que tú lo aceptes y
compartas conmigo mis penas y me asegures que no me dejarás solo en tanto
abandono».
¡Ah! sí, mi atormentado Jesús, beberemos juntos el
cáliz de tus amarguras, sufriremos juntos tus penas y no me apartaré jamás de
tu lado.
Y el afligido Jesús, después de habérselo
asegurado, entra en agonía mortal, sufre penas jamás vistas ni entendidas, y
yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo le digo:
«Dime, ¿por qué estás tan triste, afligido y
solo en este huerto y en esta noche?
Es la última noche de tu vida sobre la tierra,
pocas horas te quedan para dar principio a tu Pasión.
Creí encontrar aquí al menos a la Celestial Mamá, a
la amante Magdalena y a tus fieles apóstoles, en cambio te encuentro solo, en
poder de una tristeza que te da muerte despiadada, sin hacerte morir.
Oh mi bien, mi todo, ¿no me respondes?
¡Háblame!
Pero parece que te falta la palabra, tanta es la
tristeza que te oprime.
Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de luz, sí,
pero afligida e indagadora, que parece que buscas ayuda, tu rostro pálido, tus
labios abrazados por el amor, tu divina Persona que tiembla toda de pies a
cabeza, tu corazón que late fuerte, fuerte, y aquellos latidos buscan almas y
te dan tal afán que parece que de un momento a otro expires, me dicen que estás
solo y por eso buscas mi compañía».
¡Heme aquí oh mi Jesús, toda para Ti, junto
contigo!
Mi corazón no resiste el verte tirado en la tierra;
te tomo entre mis brazos y te estrecho a mi corazón, quiero numerar uno por uno
tus afanes, una por una las ofensas que te hacen, para darte alivio por todo,
reparación por todo, y por todo, al menos compadecerte.
Pero, oh mi Jesús, mientras te tengo entre mis
brazos, tus sufrimientos se acrecientan, siento, oh vida mía, correr en tus
venas un fuego, y siento que la sangre te hierve y quiere romperlas para salir
fuera.
Dime amor mío, ¿qué tienes? No veo flagelos,
no espinas, no clavos ni cruz, no obstante, apoyando mi cabeza sobre tu corazón
siento que crueles espinas te traspasan la cabeza; azotes despiadados no te
dejan a salvo ninguna parte, ni dentro ni fuera de tu divina Persona; tus manos
paralizadas y contraídas más que por clavos.
Dime dulce bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun
en tu interior, que te atormenta y te hace sufrir tantas muertes por cuantos
tormentos te da?
Ah, me parece que Jesús bendito abre sus labios
moribundos y me dice:
«Hija mía, ¿quieres saber quién me atormenta
más que los mismos verdugos?
Es más, estos verdugos son nada en
comparación de esto.
Es el amor eterno que queriendo el primado en todo,
me está haciendo sufrir todo junto y en las partes más íntimas lo que los
verdugos me harán sufrir poco a poco.
Ah, hija mía, es el amor el que prevalece en todo
sobre Mí, y en Mí el amor me es clavo, el amor me es flagelo, el amor me es
corona de espinas, el amor me es todo, el amor es mi Pasión perenne, mientras
que la de los hombres es temporal.
Ah hija mía, entra en mi corazón, ven a
perderte en mi amor, pues sólo en mi amor comprenderás cuánto he sufrido
y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor».
Oh mi Jesús, ya que Tú me llamas dentro de tu
corazón para hacerme ver lo que el amor te hace sufrir, yo entro en él.
Pero mientras entro veo los portentos del amor, que
no te corona la cabeza con espinas materiales, sino con espinas de fuego; que
no te azota con látigos de cuerdas, sino con látigos de fuego; que te crucifica
no con clavos de fierro, sino de fuego; todo es fuego que penetra hasta los
huesos, y en la misma médula, convirtiendo toda tu santísima Humanidad en
fuego, te da penas mortales, ciertamente más que en la misma Pasión, y prepara
un baño de amor a todas las almas que querrán lavarse de cualquier mancha y
adquirir el derecho de hijas del amor.
¡Oh amor sin término, yo siento retroceder ante tal
inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el amor y comprenderlo,
debería ser toda amor!
¡Oh mi Jesús, no lo soy...! Pero ya que Tú quieres
mi compañía y quieres que entre en Ti, te suplico que me conviertas toda en
amor.
Por eso te pido que corones mi cabeza, cada
uno de mis pensamientos con la corona del amor; te suplico, oh Jesús, que me
azotes con el flagelo del amor mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis
sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma, todo, y en todo quede flagelada
y sellada por el amor.
Haz, oh amor interminable, que no haya cosa en mí
que no tome vida del amor. Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que
claves mis manos, mis pies con los clavos del amor, a fin de que toda clavada
por el amor me convierta en amor, el amor entienda, de amor me vista, de amor
me alimente, el amor me tenga toda clavada en Ti, a fin de que ninguna cosa,
dentro y fuera de mí, se atreva a tocarme, a desviarme y alejarme del amor, oh
Jesús.
Reflexiones de la Quinta Hora (9 PM) 9-25 Noviembre 25, 1909 .
Tanto en Jesús como en las almas, el primer trabajo
lo hace el amor.
Encontrándome en mi habitual estado, estaba
pensando en la agonía de Jesús en el huerto; y apenas haciéndose ver el bendito
Jesús me ha dicho:
“Hija mía, los hombres no hicieron otra cosa
que trabajar la corteza de mi Humanidad, y el amor eterno me trabajó todo lo de
adentro, así que en mi agonía, no los hombres, sino el amor eterno, el amor
inmenso, el amor incalculable, el amor oculto, fue el que me abrió grandes
heridas, me traspasó con clavos abrasadores, me coronó con espinas ardientes,
me dio de beber hiel hirviente, así que mi pobre Humanidad no pudiendo contener
tantas especies de martirios a un mismo tiempo, hizo salir fuera ríos de
sangre, se contorsionaba y llegó a decir:
“Padre, si es posible quita de Mí este cáliz, pero
no la mía, sino que se haga tu Voluntad”.
LO QUE NO HIZO EN el RESTO de la PASIÓN.
Así que todo lo que sufrí en el curso de la Pasión,
lo sufrí todo junto en la agonía del huerto, pero en modo más intenso, más
doloroso, más íntimo, porque el amor me penetró hasta en la médula de los
huesos y en las fibras más íntimas del corazón, donde jamás podían llegar las
criaturas, pero el amor a todo llega, no hay cosa que le pueda resistir.
Así que mi primer verdugo fue el amor.
Por eso en el curso de la Pasión no hubo en Mí ni
siquiera una mirada amenazadora hacia quien me hacía de verdugo, porque tenía un
verdugo más cruel, más activo en Mí, el cual era el amor, y donde los verdugos
externos no llegaban, o cualquier punto que quedaba sin tocar, el amor hacía su
trabajo y en nada me perdonaba.
Y así es en todas las almas, el primer trabajo lo
hace el amor, y cuando el amor ha trabajado y la ha llenado de sí, lo que se ve
de bien en el exterior no es otra cosa que el desahogo del trabajo que el amor
ha hecho en el interior”.
Enero 22, 1913 Las tres Pasiones de
Jesús.
Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable
Jesús, especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he encontrado
toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho:
“Hija mía, mi primera Pasión fue el amor,
porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor,
por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso, el Amor para
rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que
todos, casi me trituró más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por
cuantas criaturas reciben la vida.
El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar
la gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada por las
criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me daba
una pasión especial; si la pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas
pasiones por cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se
rehizo la gloria del Padre.
El tercer efecto que produce la culpa es la
debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los
judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza perdida.
Así que con la Pasión del amor se rehizo y se puso
en justo nivel el Amor, con la Pasión del pecado se rehizo y se puso a nivel la
gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se rehizo la
fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en el huerto, fue tal y tanto el
sufrimiento, las muertes que sufrí, los espasmos atroces, que habría muerto de
verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”.
Después continué meditando cuando mi amable Jesús
fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón.
El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que
movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el alma la vestí de un
manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la
cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y
nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al
alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como
recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta
en las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de
tocarme.
¡Ah, cuánto me costó el amor de las
criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!”
Noviembre 19, 1921 Los dos apoyos.
Para conocer las verdades es necesario que esté la
voluntad y el deseo de conocerlas. Las verdades deben ser simples.
Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en
el Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo compadecía, lo
estrechaba fuerte a mi corazón tratando de secarle el sudor mortal, y mi
doliente Jesús, con voz apagada y agonizante me ha dicho:
“Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el
Huerto, quizá más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el cumplimiento
y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el principio, y los males se
sienten más al principio que cuando están por terminar, en esta agonía la pena
más desgarradora fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los
pecados, mi Humanidad comprendió toda la enormidad de ellos y cada delito
llevaba el sello de “muerte a un Dios”, y estaba armado con espada para
matarme.
Delante a la Divinidad la culpa me aparecía tan
horrenda y más horrible que la misma muerte; sólo al comprender qué significa
pecado, Yo me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue
inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda para no hacerme
morir, grité a todas las criaturas que tuvieran piedad de Mí, pero en vano, así
que mi Humanidad languidecía y estaba por recibir el último golpe de la
muerte.
pero ¿sabes tú quién impidió la ejecución y sostuvo
mi Humanidad para no morir?
Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme
pedir ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo derecho en Ella,
la miré casi agonizante y encontré en Ella la inmensidad de mi Voluntad
íntegra, sin haber habido nunca ruptura alguna entre mi Voluntad y la
suya.
Mi Voluntad es Vida, y como la Voluntad del Padre
era inamovible, y la muerte me venía de las criaturas, otra criatura que
encerraba la Vida de mi Voluntad me daba la vida.
Y he aquí que mi Mamá, que en el portento de mi
Voluntad me concibió y me hizo nacer en el tiempo, y ahora me da por segunda
vez la vida para hacerme cumplir la obra de la Redención. Después miré a la
izquierda y encontré a la pequeña hija de mi Querer, te encontré a ti como
primera, con el séquito de las otras hijas de mi Voluntad, y así como a mi Mamá
la quise Conmigo como primer eslabón de la misericordia, con el cual debíamos
abrir las puertas a todas las criaturas, por eso quise apoyar en Ella la
derecha; a ti te quise como primer eslabón de la justicia, para impedir que se
descargase sobre todas las criaturas como se merecen, por eso quise apoyar la
izquierda, a fin de que la sostuvieras junto Conmigo.
Entonces, con estos dos apoyos Yo me sentí dar
nuevamente la vida, y como si nada hubiera sufrido, con paso firme fui al
encuentro de mis enemigos, y en todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas
de ellas capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban jamás, y
cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad que contenían me sostenían y
me daban como tantos sorbos de vida.
¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién
puede jamás numerarlos y calcular su valor?
Por eso amo tanto a quien vive de mi Querer,
reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos, siento en ella mi mismo
aliento, mi voz, y si no la amase me defraudaría a Mí mismo, sería como un
padre sin generación, sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus
hijos, y si no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría
llamarme Rey?
Así que mi reino es formado por aquellos que viven
en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina, los hijos, los
ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para ellos y ellos son todos
para Mí”.
Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y
decía entre mí: “¿Cómo se hace para poner en práctica esto?”
Y Jesús regresando ha agregado:
“Hija mía, las verdades para conocerlas, es
necesario que haya voluntad y el deseo de conocerlas.
Supón una estancia con las persianas cerradas, por
cuanto sol haya afuera la estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las
persianas significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la luz
para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar, porque si no, es
como matar esa luz y hacerse ingrato por la luz recibida.
Así no basta tener voluntad de conocer las verdades,
si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca sacudirse de sus
debilidades y reordenarse según la luz de la verdad que conoce, y junto con la
luz de la verdad ponerse a trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en
modo de trasparentar por su boca, por sus manos, por su comportamiento, la luz
de la verdad que ha absorbido, entonces sería como si asesinara la verdad, y
con no ponerla en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa
luz.
Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada,
trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no se preocupa de
reordenarla, ¿qué compasión no daría?
Tal es quien conoce las verdades y no las pone en
práctica.
Has de saber que en todas las verdades, como primer
alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran simples, no serían luz
y no podrían penetrar en las mentes humanas para iluminarlas, y donde no hay
luz no se pueden distinguir los objetos; la simplicidad no sólo es luz, sino es
como el aire que se respira, que aunque no se ve da la respiración a todo, y si
no fuese por el aire, la tierra y todos quedarían sin movimiento, así que si
las virtudes, las verdades, no llevan la marca de la simplicidad, serán sin luz
y sin aire”.
Julio 28, 1922 …
Entonces Jesús ha agregado:
“¿No quisieras tú mi semejanza?
¿No quisieras tú aceptar las muertes de amor como
aceptaste las muertes de dolor?”
Y yo:
“¡Ah! mi Jesús, yo no sé qué me haya sucedido,
siento aún gran repugnancia por haber aceptado las de dolor, ¿cómo podría
aceptar las de amor que me parecen más duras?
Yo tiemblo al sólo pensarlo, mi pobre naturaleza se
aniquila más, se deshace.
Ayúdame, dame la fuerza porque siento que no puedo
seguir adelante”.
Y Jesús todo bondad y decidido ha agregado:
“Pobre hija mía, ánimo, no temas ni quieras
turbarte por la repugnancia que sientes; es más, para tranquilizarte te digo
que también ésta es una semejanza mía.
Debes saber que también mi Humanidad, por cuan
santa, deseosa a lo sumo de sufrir, sentía esta repugnancia, pero no era mía,
eran todas las repugnancias de las criaturas que sentían en hacer el bien, en
aceptar las penas que merecían, y Yo debía sufrir estas penas que me torturaban
no poco, para dar a ellas la inclinación al bien y hacerles más dulces las
penas, tanto, que en el huerto grité al Padre: ‘Si es posible pase de Mí este
cáliz”.
¿Crees tú que fui Yo?
¡Ah no! Te engañas, Yo amaba el sufrir hasta la
locura, amaba la muerte para dar vida a mis hijos, era el grito de toda la
familia humana que resonaba en mi Humanidad, y Yo, gritando junto con ellos
para darles fuerzas repetí tres veces:
‘Si es posible pase de Mí este cáliz’.
Yo hablaba a nombre de todos, como si fueran cosa
mía, pero me sentía aplastar; así que la repugnancia que sientes no es tuya, es
el eco de la mía, si fuera tuya me habría retirado, por eso hija mía,
queriendo generar de Mí otra imagen mía, quiero que aceptes, y Yo mismo quiero
imprimir en tu voluntad ensanchada y consumida en la mía estas mis muertes de
amor”.
Y mientras esto decía, con su santa mano me las
imprimía, y ha desaparecido.
Sea todo para gloria de Dios.
Octubre 30, 1924. Las penas del amor son
las más amargas, las más crueles, más dolorosas que las penas de la misma
Pasión. …
Después de esto, con el pensamiento me he puesto
junto a mi Jesús en el huerto de Getsemaní, y le pedía que me hiciera penetrar
en aquel amor con el cual tanto me amó, y mi Jesús, moviéndose de nuevo en el
fondo de mi interior me ha dicho:
“Hija mía, entra en mi amor, no salgas jamás,
corre junto a él, o detente en mi mismo amor para comprender bien cuánto he
amado a la criatura, todo es amor en Mí hacia ella.
La Divinidad al crear a esta criatura se
propuso amarla siempre, así que en cada cosa de dentro y fuera de ella, debía
correr hacia ella con un continuo e incesante nuevo acto de amor. Por lo tanto
puedo decir que en cada pensamiento, mirada, palabra, respiro, latido, y en
todo lo demás de la criatura, corre un acto de amor eterno.
Pero si la Divinidad se propuso el amarla siempre y
en cada cosa a esta criatura, era porque quería recibir en cada cosa la
correspondencia del nuevo e incesante amor de la criatura, quería dar amor para
recibir amor, quería amar para ser amada. ¡Pero no fue así!
La criatura no sólo no quiso mantener el compás del
amor, ni responder al eco del amor de su Creador, sino que rechazó este amor,
lo desconoció y lo ofendió.
Ante esta afrenta la Divinidad no se detuvo, sino
que continuó su nuevo e incesante amor hacia la criatura, y como la criatura no
lo recibía, quedaban llenos Cielos y tierra esperando a quien debía tomar este
amor para tener en ella la correspondencia, porque Dios cuando decide y
propone, todos los eventos en contrario no lo cambian, sino que permanece
inmutable en su inmutabilidad.
He aquí por qué pasando a otro exceso de amor, vine
Yo, Verbo del Padre, a la tierra, y tomando una Humanidad, recogí en Mí todo
este amor que llenaba Cielo y tierra para corresponder a la Divinidad con tanto
amor por cuanto había dado y debía dar a las criaturas, y me constituí amor de
cada pensamiento, de cada mirada, de cada palabra, latido, movimiento y paso de
cada criatura.
Por esto mi Humanidad fue trabajada aun en su más
pequeña fibra por las manos del eterno amor de mi Padre Celestial, para darme
capacidad de poder encerrar todo el amor que la Divinidad quería dar a las
criaturas, para darle el amor de todas y constituirme amor de cada uno de
los actos de criatura.
Así que cada pensamiento tuyo está coronado por mis
incesantes actos de amor; no hay cosa en ti o fuera de ti que no esté
circundada por mis repetidos actos de amor, por eso mi Humanidad en este huerto
gime, se afana, agoniza, se siente triturada bajo el peso de tanto amor, porque
amo y no soy correspondido.
Las penas del amor son las más amargas, las más
crueles, son penas sin piedad, más dolorosas que mi misma Pasión.
¡Oh! si me amaran, el peso de tanto amor se
volvería ligero, porque el amor correspondido queda apagado y satisfecho en el
amor mismo de quien ama, pero no correspondido llega a la locura, delira y se
siente correspondido con un acto de muerte por aquel amor que de él salió.
Mira entonces cómo fue mucho más amarga y dolorosa
la Pasión de mi amor, porque si en mi Pasión fue una sola la muerte que me
dieron, en cambio en la Pasión del amor, tantas muertes me hicieron sufrir por
cuantos actos de amor salieron de Mí y no fui por ellos correspondido. Por eso
ven tú, hija mía, a corresponderme a tanto amor, en mi Voluntad encontrarás
como en acto todo este amor, hazlo tuyo y constitúyete, junto Conmigo, amor de
cada acto de criatura, para corresponderme por el amor de todos”.
SEXTA HORA De las 10 a las 11 de la noche
Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh mi dulce Jesús, ya ha pasado una hora desde que
te encontré en este huerto; el amor ha tomado el primado en todo, haciéndote
sufrir todo junto, todo lo que los verdugos te harán sufrir a lo largo de tu
amarguísima Pasión; es más, suple y llega a hacerte sufrir lo que ellos no
pueden hacerte, en las partes más íntimas de tu divina Persona.
Oh mi Jesús, te veo vacilante en los pasos, no
obstante quieres caminar.
Dime, oh mi bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he
entendido, quieres ir a encontrar a tus amados discípulos; yo quiero
acompañarte a fin de que si Tú vacilas yo te sostenga.
Pero, oh mi Jesús, otra amargura para tu corazón,
ellos duermen, y Tú siempre piadoso los llamas, los despiertas, y con amor todo
paterno los amonestas y les recomiendas la vigilia y la oración, y regresas al
huerto, pero te llevas otra herida en el corazón.
En esa herida veo, oh amor mío, todas las heridas
de las almas consagradas a Ti, que, o por tentaciones, o por estado de ánimo, o
por falta de mortificación, en vez de estrecharse a Ti, de vigilar y orar, se
abandonan a sí mismas, y soñolientas, en vez de progresar en el amor y en la
unión contigo, retroceden.
Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te
reparo todas las ingratitudes de tus más fieles.
Son éstas las ofensas que más entristecen tu
corazón adorable, y es tal y tanta su amargura, que te hacen dar en
delirio.
Pero, oh amor sin confines, tu amor que ya bulle en
tus venas vence todo y todo olvida.
Te veo postrado por tierra y oras, te ofreces,
reparas y en todo buscas glorificar al Padre por las ofensas hechas a Él por
las criaturas.
También yo, oh mi Jesús, me postro contigo y junto
contigo intento hacer lo que haces Tú.
Pero, oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que en
tropel todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los delitos
más enormes, las más negras ingratitudes te vienen al encuentro, se te arrojan
encima, te aplastan, te atacan, te hieren, y Tú, ¿qué haces? La sangre que te
hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y como
ríos sale fuera, te baña todo, corre por tierra, y das sangre por ofensas, vida
por muerte.
¡Ah amor, a qué estado te veo reducido! Tú
expiras.
Oh mi bien, dulce vida mía, no te mueras, levanta
la cara de esta tierra que has bañado con tu santísima sangre, ven a mis
brazos, haz que yo muera en vez de Ti.
Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce
Jesús que dice:
«¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya»” (Lc 22,42).
Ya es la segunda vez que oigo esto de mi
dulce Jesús,
¿pero qué cosa me hace entender con este: «Padre,
si es posible pase de Mí este cáliz»
Oh Jesús, se te hacen presentes todas las
rebeliones de las criaturas; aquel «Fiat Voluntas Tua» que debía ser la vida de
cada criatura, lo ves rechazado por casi todas, y en vez de encontrar la vida
encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne
reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces
repites:
«Padre, si es posible pase de Mí este
cáliz», es decir, que las almas sustrayéndose de nuestra Voluntad se
pierdan; este cáliz para Mí es muy amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya. Pero mientras dices esto, es tal y tanta tu amargura que desfalleces,
agonizas y estás a punto de dar el último respiro.
Oh mi Jesús, mi bien, ya que estás entre mis brazos
quiero también yo junto contigo, repararte y compadecerte por todos los pecados
que se cometen contra tu santísimo Querer, y al mismo tiempo suplicarte que en
todo yo haga siempre tu santísima Voluntad.
Tu Voluntad sea mi respiro, mi aire; tu Voluntad
sea mi latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte.
Pero, ah, no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién
me dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah, no me dejes,
tenme como quieras, como más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo;
jamás sea que por un solo instante quede separada de Ti.
Déjame endulzarte, repararte y compadecerte
por todos, porque veo que todos los pecados, de cualquier especie que sean,
pesan sobre Ti.
Por eso, amor mío, beso tu santísima cabeza, pero,
¿qué veo? Veo todos los malos pensamientos, y Tú sientes horror de ellos.
A tu santísima cabeza cada pensamiento malo le es
una espina que te hiere acerbamente.
Ah, ante esto es nada la corona de espinas que te
pondrán los judíos; cuántas coronas de espinas te ponen sobre tu cabeza
adorable los malos pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre te
chorrea por todas partes, por la frente, de entre los cabellos.
Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras
tantas coronas de gloria, y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias
angélicas y tu misma inteligencia, para ofrecerte una compasión y una
reparación por todos.
Oh Jesús, beso tus ojos piadosos y en ellos veo
todas las malas miradas de las criaturas, que hacen correr sobre tu rostro
lágrimas de sangre.
Te compadezco y quisiera endulzar tu vista
poniéndote delante todos los placeres que se puedan encontrar en el Cielo y en
la tierra.
Jesús, mi bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero
qué escucho?
Oigo en ellos el eco de las horrendas blasfemias,
los gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no resuene en tus
castísimos oídos.
Oh amor insaciable, te compadezco y quiero
consolarte haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz
dulcísima de la amada Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas
las almas amantes.
Jesús, vida mía, un beso más ardiente quiero poner
en tu rostro, cuya belleza no tiene par.
Ah, éste es el rostro ante el cual los ángeles
ávidamente desean grabárselo, por la tanta belleza que los rapta, no obstante,
las criaturas lo ensucian con salivazos, lo golpean con bofetadas y lo pisotean
bajo los pies.
¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar tanto, para
ponerlos en fuga!
Te compadezco, y para reparar todos estos insultos me
dirijo a la Trinidad Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del Espíritu
Santo, las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo también a la
Celestial Mamá, a fin de que me dé sus besos, las caricias de sus manos
maternas, sus adoraciones profundas, me dirijo después a todas las almas
consagradas a Ti y todo te ofrezco para repararte por las ofensas hechas a tu
santísimo rostro.
Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca, amargada
por las horribles blasfemias, por la náusea de las embriagueces y gulas, por
las conversaciones obscenas, por las oraciones mal hechas, por las malas
enseñanzas, por todo lo que de mal hace el hombre con la lengua.
Jesús, te compadezco y quiero endulzar tu boca
ofreciéndote todas las alabanzas angélicas y el buen uso que hacen tantos
santos cristianos de la lengua.
Oprimido amor mío, beso tu cuello y lo veo cargado
de sogas y cadenas por los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco
y para aliviarte te ofrezco la unión indisoluble de las divinas Personas y yo,
fundiéndome en esta unión te extiendo mis brazos, y formando en torno a tu
cuello una dulce cadena de amor, quiero alejar de ti las cuerdas de los apegos
que casi te sofocan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi corazón.
Fortaleza divina, beso tus santísimos
hombros.
Los veo lacerados y tus carnes casi arrancadas a
pedazos por los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas.
Te compadezco y para aliviarte te ofrezco tus
santísimos ejemplos, los ejemplos de la Reina Mamá y los de todos los santos; y
yo, oh mi Jesús, haciendo correr mis besos sobre cada una de estas llagas
quiero encerrar en ellas a las almas que por vía de escándalo te han sido
arrancadas del corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima
Humanidad.
Mi atormentado Jesús, beso tu pecho que veo herido
por las frialdades, tibiezas, falta de correspondencia e ingratitudes de las
criaturas.
Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco el
recíproco amor del Padre, de Ti y del Espíritu Santo, la correspondencia
perfecta de las tres divinas Personas, y yo, oh mi Jesús, sumergiéndome en tu
amor quiero hacerte un refugio para poder rechazar los nuevos golpes que las
criaturas te lanzan con sus pecados, y tomando tu amor quiero con él
herirlas para que ya no se atrevan a ofenderte más, y quiero derramarlo en tu
pecho para endulzarte y sanarte.
Mi Jesús, beso tus manos creadoras, veo todas las
malas acciones de las criaturas que como otros tantos clavos traspasan tus
santísimas manos, así que no con tres clavos, como sobre la cruz, Tú quedas
traspasado, sino con tantos clavos por cuantas obras malas cometen las
criaturas.
Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas
las obras santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu
amor; quisiera, en suma, oh Jesús mío, ofrecerte todas las obras buenas para
quitarte los tantos clavos de las obras malas.
Oh Jesús, beso tus pies santísimos, siempre
incansables en la búsqueda de almas; en ellos encierras todos los pasos de las
criaturas, pero muchas de ellas sientes que te huyen y Tú quisieras
aferrarlas.
Por cada mal paso te sientes clavar un clavo, y Tú
quieres servirte de esos mismos clavos para clavarlas a tu amor; y tal y tanto
es el dolor que sientes y el esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor, que te
estremeces todo.
Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para consolarte
te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su vida para salvar
almas.
Oh Jesús, beso tu corazón. Tú continúas agonizando,
no por lo que te harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te causan todas
las ofensas de las criaturas.
En estas horas Tú quieres dar el primado al amor,
el segundo lugar a todos los pecados, por los cuales Tú expías, reparas,
glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el tercer lugar a los
judíos.
Con esto muestras que la Pasión que te harán sufrir
los judíos no será otra cosa que la representación de la doble amarguísima
Pasión que te hacen sufrir el amor y el pecado, y es por esto que yo veo en tu
corazón todo concentrado:
la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas
la tercera lanza, la lanza de los judíos, y tu corazón sofocado por el amor
sufre contracciones violentas, sentimientos impacientes de amor, deseos que te
consumen y latidos de fuego que quisieran dar vida a cada corazón.
Y es propiamente aquí, en el corazón, donde sientes
todo el dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos deseos, con
sus desordenados afectos, con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor
buscan otros amores.
¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido
por las olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la
amargura de tu corazón triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras
eternas y el amor dulcísimo de la amada Mamá María y el de todos tus verdaderos
amantes.
Y ahora, oh mi Jesús, haz que de tu corazón
tome vida mi pobre corazón, a fin de que no viva más que con tu solo corazón, y
en cada ofensa que recibas haz que yo esté siempre pronta a ofrecerte un
alivio, un consuelo, una reparación, un acto de amor jamás interrumpido.
Reflexiones de la Sexta Hora (10 PM) 14-46 Julio 28,
1922 Semejanza del alma con Jesús, no sólo en las muertes de dolor,
sino también en las del amor.
Me sentía toda inmersa en su Santísimo Querer, y mi
dulce Jesús al venir me ha dicho:
“Hija mía, funde tu inteligencia con la mía, a
fin de que circule en todas las inteligencias de las criaturas, y reciba el
vínculo de cada uno de los pensamientos de ellas para sustituirlos con tantos
otros pensamientos hechos en mi Querer, y Yo reciba la gloria como si todos los
pensamientos fuesen hechos en modo divino.
Ensancha tu querer en el mío, ninguna cosa debe
escapar que no quede atrapada en la red de la tuya y mía Voluntad; mi Querer en
Mí y mi Querer en ti deben confundirse juntos y tener los mismos confines
interminables, pero tengo necesidad de que tu querer se preste a extenderse en
el mío y no se le escape ninguna cosa creada por Mí, a fin de que en todas las
cosas escuche el eco de la Voluntad Divina en la voluntad humana, a fin de que
ahí genere mi semejanza.
Mira hija mía, Yo sufrí doble muerte por cada una
de las criaturas, una de amor y la otra de pena, porque al crearla la creé un
complejo todo de amor, por lo cual no debía salir de ella otra cosa que amor,
tanto que mi amor y el suyo debían estar en continuas corrientes, pero el
hombre no sólo no me amó, sino que ingrato me ofendió, y Yo debía rehacer a mi
Divino Padre de esta falta de amor, y debí aceptar una muerte de amor por cada
uno, y otra de dolor por las ofensas”.
Pero mientras esto decía, veía a mi dulce Jesús
todo una llama, que lo consumía y le daba muerte por cada uno, es más, veía que
cada pensamiento, palabra, movimiento, obra, paso, etc., eran tantas llamas que
consumían a Jesús y lo vivificaban.
Entonces Jesús ha agregado:
“¿No quisieras tú mi semejanza? ¿No quisieras tú
aceptar las muertes de amor como aceptaste las muertes de dolor?”
Y yo:
“¡Ah! mi Jesús, yo no sé qué me haya sucedido,
siento aún gran repugnancia por haber aceptado las de dolor, ¿cómo podría
aceptar las de amor que me parecen más duras?
Yo tiemblo al sólo pensarlo, mi pobre naturaleza se
aniquila más, se deshace.
Ayúdame, dame la fuerza porque siento que no puedo
seguir adelante”.
Y Jesús todo bondad y decidido ha
agregado:
“Pobre hija mía, ánimo, no temas ni quieras
turbarte por la repugnancia que sientes; es más, para tranquilizarte te digo
que también ésta es una semejanza mía.
Debes saber que también mi Humanidad, por cuan
santa, deseosa a lo sumo de sufrir, sentía esta repugnancia, pero no era mía,
eran todas las repugnancias de las criaturas que sentían en hacer el bien, en
aceptar las penas que merecían, y Yo debía sufrir estas penas que me
torturaban no poco, para dar a ellas la inclinación al bien y hacerles más
dulces las penas, tanto, que en el huerto grité al Padre: ‘Si es posible pase
de Mí este cáliz”.
¿Crees tú que fui Yo? ¡Ah no! Te engañas, Yo amaba
el sufrir hasta la locura, amaba la muerte para dar vida a mis hijos, era el
grito de toda la familia humana que resonaba en mi Humanidad, y Yo, gritando
junto con ellos para darles fuerzas repetí tres veces:
‘Si es posible pase de Mí este cáliz’.
Yo hablaba a nombre de todos, como si fueran cosa
mía, pero me sentía aplastar; así que la repugnancia que sientes no es tuya, es
el eco de la mía, si fuera tuya me habría retirado, por eso hija mía, queriendo
generar de Mí otra imagen mía, quiero que aceptes, y Yo mismo quiero imprimir
en tu voluntad ensanchada y consumida en la mía estas mis muertes de amor”.
Y mientras esto decía, con su santa mano me las
imprimía, y ha desaparecido.
Sea todo para gloria de Dios.
Enero 4, 1924 Con las palabras de Jesús en
el huerto: “No se haga mi voluntad sino la Tuya”, acordó con su Padre Celestial
que la Voluntad Divina tomara su puesto de honor en la criatura.
Estaba pensando en las palabras de Jesús en el
huerto cuando dijo:
“Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero,
non mea voluntas, sed Tua Fiat”.
Y mi dulce Jesús moviéndose en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, ¿crees tú que fue el cáliz de mi Pasión
por el cual decía al Padre:
Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?
No, absolutamente no, era el cáliz de la voluntad
humana que contenía tal amargura y plenitud de vicios, que mi voluntad humana
unida a la Divina sintió tal repugnancia, terror y espanto, que grité:
‘Padre, si es posible pase de Mí este cáliz’.
Cómo es fea la voluntad humana sin la Voluntad
Divina, la cual casi como dentro de un cáliz se encierra dentro de cada
criatura; no hay mal en las generaciones del cual ella no sea el origen, la
semilla, la fuente, y Yo, viéndome cubierto por todos estos males que ha
producido la voluntad humana, frente a la santidad de la mía me sentía morir, y
habría muerto de verdad si la Divinidad no me hubiera sostenido.
¿Pero sabes tú por qué agregué, y por tres
veces:
‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat?’
Yo sentía sobre de Mí todas las voluntades de las
criaturas juntas, todos sus males, y a nombre de todas grité al Padre:
‘No se haga más la voluntad humana en la tierra,
sino la Divina; la voluntad humana sea desterrada y la Tuya reine’.
Así que desde entonces, y lo quise hacer desde el
principio de mi Pasión, porque era la cosa que más me interesaba y la más
importante, la de llamar a la tierra el Fiat Voluntas Tua como en el Cielo
así en la tierra.
Yo era el que a nombre de todos decía:
‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’.
Desde entonces Yo constituía la época del Fiat
Voluntas Tua sobre la tierra; y con decirlo por tres veces, en la primera la
impetraba, en la segunda la hacía descender, en la tercera la constituía
reinante y dominadora; y con decir:
‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’,
Yo intentaba vaciar a las criaturas de su voluntad y llenarlas de la
Divina.
Antes de morir, porque no me quedaban más que
horas, Yo quise contratar con mi Padre Celestial mi primera finalidad por la
cual vine a la tierra, que la Divina Voluntad tomara su primer lugar de honor
en la criatura.
El sustraerse de la Voluntad Suprema había
sido el primer acto del hombre, y por lo tanto nuestra primera ofensa, todos
sus demás males entran en el orden secundario, y Yo debí primero realizar la
finalidad del Fiat Voluntas Tua come in Cielo così in terra, y después formar
con mis penas la Redención, porque la misma Redención entra en el orden
secundario; es siempre mi Voluntad la que tiene el primado sobre todas las
cosas, y si bien de los frutos de la Redención se vieron los efectos, pero fue
en virtud de este contrato que Yo hice con mi Padre Divino, el que su Fiat
debía venir a reinar sobre la tierra, realizando la verdadera finalidad de la
creación del hombre y mi finalidad primaria por la cual vine a la tierra, que
el hombre pudo recibir los frutos de la Redención, de otra manera habría
faltado el orden a mi sabiduría; si el principio del mal fue su voluntad, a
ésta debía Yo ordenar y restablecer, reunir Voluntad Divina y humana, y si bien
se vieron primero los frutos de la Redención, esto dice nada; mi Voluntad es
como un rey, que si bien es el primero entre todos, llega al último, precediéndolo por
su honor y decoro sus pueblos, ejércitos, ministros, príncipes y toda la corte
real.
Así que primero eran necesarios los frutos de mi
Redención para hacer encontrar la corte real, los pueblos, los ejércitos, los
ministros, a la altura de la Majestad de mi Voluntad.
¿Pero sabes tú quién fue la primera en gritar junto
Conmigo:
‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’?
Fue mi pequeña recién nacida en mi Voluntad, mi
pequeña hija, que tuvo tal repugnancia, tal espanto de su voluntad, que
temblorosa se estrechó a Mí y gritó junto Conmigo:
‘Padre, si es posible pase de mí este cáliz de mi
voluntad’, y llorando agregaste junto Conmigo:
‘Non mea voluntas, sed Tua Fiat’.
¡Ah! sí, estuviste tú junto Conmigo en aquel primer
contrato con mi Padre Celestial, porque se necesitaba al menos una criatura que
debía hacer válido este contrato, de otra manera, ¿a quién darlo? ¿A quién
confiarlo?
Y para volver más segura la custodia del contrato,
te hice don de todos los frutos de mi Pasión, formándolos a tu alrededor como
un ejército formidable, que mientras hace su cortejo real a mi Voluntad, hace
guerra encarnizada a la tuya, por eso, ánimo en el estado en el que te
encuentras, quita el pensamiento de que Yo pueda dejarte, esto sería en
menoscabo de mi Querer, siendo que tengo el contrato de mi Voluntad depositado
en ti.
Por eso estate en paz, es mi Voluntad que te
prueba, que quiere no sólo purificarte sino destruir aun la sombra de tu
voluntad, por
eso con toda paz sigue el vuelo en mi Querer, no te preocupes por nada, tu
Jesús hará de manera que todo lo que pueda suceder dentro y fuera de ti, hará
resaltar mayormente mi Voluntad, y ensanchará en ti los confines de la mía en
tu voluntad humana; soy Yo quien llevará la batuta en tu interior, para dirigir
todo en ti según mi Querer.
Yo no me ocupé de otra cosa sino sólo de la
Voluntad de mi Padre, y como todas las cosas están en Ella, por eso me ocupé de
todo; y si enseñé alguna oración, no fue otra sino que la Divina Voluntad se
haga como en el Cielo así en la tierra, pero era la oración que encierra
todo.
Así que Yo no giraba sino sólo en torno a la
Voluntad Suprema, mis palabras, mis penas, mis obras, mis latidos estaban
llenos de Voluntad Celestial.
Así quiero que hagas tú, debes girar tanto en torno
a Ella, hasta hacerte quemar por el aliento eterno del fuego de mi Voluntad, de
manera que pierdas cualquier otro conocimiento, y no sepas otra cosa, sino sólo
y siempre mi Querer”.
SÉPTIMA HORA De las 11 a las 12 de la noche.
Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y
veo que sigues agonizando.
La sangre a ríos te escurre por todo el
cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie has caído en un lago
de sangre.
¡Oh mi amor, se me rompe el corazón al verte
tan débil y agotado!
Tu rostro adorable y tus manos creadoras se apoyan
en la tierra y se llenan de sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que
te mandan las criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer que estas
culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada uno el reescrito de
tu perdón.
Pero, oh mi Jesús, reanímate, es demasiado lo que
sufres; baste hasta aquí a tu amor.
Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su
propia sangre, el amor le da nueva vida.
Lo veo moverse con dificultad, se pone de pie y
así, manchado de sangre y de fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo
fuerzas con trabajo se arrastra.
Dulce vida mía, deja que te lleve entre mis
brazos.
¿Vas tal vez a tus amados discípulos?
Pero cual no es el dolor de tu adorable corazón al
encontrarlos de nuevo dormidos.
Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas:
«Hijos míos, no duerman, la hora está próxima, ¿no
ven a qué estado me he reducido?
Ah, ayúdenme, no me abandonen en estas horas
extremas».
Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado,
mientras Juan extiende los brazos para sostenerte.
Estás tan irreconocible que si no hubiera sido por
la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían reconocido.
Después, recomendándoles que estén despiertos y que
oren, regresas al huerto, pero con una segunda herida en el corazón.
En esta herida veo, mi bien, todas las culpas de
aquellas almas que, no obstante, las manifestaciones de tus favores en dones,
besos y caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y de tus
dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua
oración y vigilancia.
Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto,
después de haber gustado tus dones, para permanecer privados y resistir se
necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer que tales almas resistan la
prueba.
Por eso, mientras te compadezco por esas almas,
cuyas negligencias, ligerezas y ofensas son las más amargas a tu corazón, te
ruego que en caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo
más mínimo disgustarte, las circundes de tanta gracia que las detengas, para
que no pierdan el espíritu de continua oración.
Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece
que no puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y de tierra y
por tercera vez repites:
«Padre, si es posible pase de Mí este
cáliz.
Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de consuelo;
es verdad que por las culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante,
despreciable, el último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu
Justicia está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre tu Hijo,
que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre, no me dejes sin
consuelo!»
Después me parece oír, oh dulce bien mío, que
llamas en tu ayuda a la amada Mamá:
«Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me
estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme fuerzas
y endulzar las amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi contento.
Mamá mía, Magdalena, amados apóstoles, todos
ustedes que me aman, ayúdenme, confórtenme, no me dejen solo en estos momentos
extremos, háganme todos corona a mi alrededor, denme por consuelo su compañía y
su amor».
Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en
estos extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al verte ahogado en
sangre?
¿Quién no derramará a torrentes amargas lágrimas al
escuchar los dolorosos acentos que buscan ayuda y consuelo?
Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre
te envía un ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de éste estado
de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos.
Y mientras estés con el ángel, yo recorreré Cielo y
tierra.
Tú me permitirás que tome esta sangre que has
derramado, a fin de que pueda darla a todos los hombres como prenda de la
salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en correspondencia, sus
afectos, latidos, pensamientos, pasos y obras.
Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos
juntas a todas las almas dándoles la sangre de Jesús.
Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor
consuelo que le podemos dar es llevarle almas.
Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver
a qué estado se ha reducido Jesús.
Él quiere consuelo de todos y es tal y tanto el
abatimiento en el cual se encuentra, que no rechaza ninguno.
Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de
intensas amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más, que gimes
y que deliras, y con voz sofocada dices:
«¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto
en mi Humanidad, las quiero, las suspiro! ¡Ah, no sean sordas a mi voz, no
hagan vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi amor, mis penas! ¡Vengan,
almas, vengan!»
Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una
herida a mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre, tu
Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra quiero
ir a todas las almas para darles tu sangre como prenda de su salvación y
llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus delirios y endulzar las amarguras
de tu agonía. Y mientras hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.
Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere
almas, quiere consuelo.
Así que dame tu mano materna y giremos juntas por
todo el mundo en busca de almas.
Encerremos en su sangre los afectos, los deseos,
los pensamientos, las obras, los pasos de todas las criaturas, y arrojemos en
sus almas las llamas del corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así,
encerradas en su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos en
torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima agonía.
Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve
disponiendo a las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna
gota quede sin su copioso efecto.
¡Mamá mía, pronto, giremos!
Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho sus
repetidos sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.
Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos
encontramos a las puertas de las casas donde yacen los enfermos.
¡Cuántos miembros desgarrados!
Cuántos bajo la atrocidad de los dolores prorrumpen
en blasfemias e intentan quitarse la vida, otros son abandonados por todos y no
tienen quién les dé una palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros, y
por eso mayormente maldicen y se desesperan.
Ah, Mamá, escucho los sollozos de Jesús que ve
correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que hacen
sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él.
Ah, démosles su sangre, a fin de que les suministre
las ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien que hay en el
sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús;
y tú Mamá mía, ponte a su lado y como Madre
afectuosa toca con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus
dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama torrentes de gracias
sobre todas sus penas.
Haz compañía a los abandonados, consuela a los
afligidos, a quien carece de los medios necesarios dispón tú almas generosas
que los socorran, a quien se encuentra bajo la atrocidad de los dolores obtenles
tregua y reposo, y así, fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto
Jesús dispone para ellos.
Sigamos nuestro recorrido y entremos en las
habitaciones de los moribundos.
¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas están por caer
en el infierno, cuántas después de una vida de pecado quieren dar el último
dolor a ese corazón repetidamente traspasado, coronando su último respiro con
un acto de desesperación!
Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo
en su corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el último
asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las llamas
infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a la esperanza.
Otras, atadas a los vínculos de la tierra no
saben resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son extremos,
tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan? ¿Cómo se debaten entre
los espasmos de la agonía? ¿Cómo piden ayuda y piedad?
¡La tierra ya ha desaparecido para ellas!
Mamá Santa, pon tu mano materna sobre sus heladas
frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada moribundo la sangre de
Jesús, y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga a todos a recibir los
últimos sacramentos y a una buena y santa muerte.
Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus
besos, sus lágrimas, sus llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados,
hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles tal confianza en el
corazón, que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús.
Y así, cuando Él los juzgue los encontrará
cubiertos con su sangre, abandonados en sus brazos y a todos les dará su
perdón.
Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con
amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres criaturas que tienen
necesidad de esta sangre.
Mamá mía, me siento incitada por la mirada
indagadora de Jesús a correr, porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo
de mi corazón que me repiten:
«¡Hija mía, ayúdame, dame almas!»
Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de
almas que están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a su
sangre sufrir nuevas profanaciones.
Se requiere un milagro que les impida la caída, por
eso démosles la sangre de Jesús, para que encuentren en ella la fuerza y la
gracia para no caer en el pecado.
Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en
la culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las ama pero las
mira horrorizado porque están enfangadas, y su agonía se hace más
intensa.
Démosles la sangre de Jesús, y así encuentren esa
mano que las levante.
Mira, oh Mamá, son almas que tienen necesidad de
esta sangre, almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su estado!
El Cielo las mira y llora con dolor, la tierra las
mira con repugnancia, todos los elementos están contra ellas y quisieran
destruirlas, porque son enemigas del Creador.
Ah Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida,
démosla pues a fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero renazcan más
bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.
Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la
marca de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo ofenden y
tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos Judas esparcidos por la
tierra, y que traspasan ese corazón tan amargado.
Démosles la sangre de Jesús, a fin de que esta
sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la salvación;
ponga en sus corazones tal confianza y amor después de la culpa, que los haga
correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no
separarse de ellos jamás.
Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente
hacia la perdición y no hay quien las detenga en su carrera.
Ah, pongamos esta sangre delante a sus pies, para
que al tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere salvas,
puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.
Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas
buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra sus complacencias y el
reposo en la Creación, pero las criaturas van a su alrededor con tantas
insidias y escándalos, para arrancar esta inocencia y convertir las
complacencias y el reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran
otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino.
Sellemos y circundemos pues su inocencia con la
sangre de Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no entre en
ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien quisiera contaminarlas, y
las conserve puras y sin mancha, a fin de que Jesús encuentre su reposo en la
Creación y todas sus complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de
tantas otras pobres criaturas.
Mamá mía, pongamos a estas almas en la sangre de
Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios, llevémoslas a sus
brazos, y con las dulces cadenas de su amor, atémoslas a su corazón para
endulzar las amarguras de su mortal agonía.
Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere
todavía otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los herejes y
de los infieles.
¡Cuánto dolor no siente Jesús en estas
regiones!
Él, que es vida de todos, no recibe en
correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es conocido por sus
mismas criaturas.
Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que les
disipe las tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender que
tienen un alma, y abra a ellas el Cielo.
Después pongámoslas todas en la sangre de Jesús y
conduzcámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que
encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su amarguísima
agonía.
Pero parece que Jesús no está aún contento, porque
quiere otras almas aún.
Las almas de los moribundos en estas regiones se
las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en el infierno.
Estas almas están ya a punto de expirar y
precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para salvarlas; el tiempo
apremia, los momentos son extremos y se perderán sin duda.
No, Mamá, esta sangre no será derramada
inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia ellas, derramemos
la sangre de Jesús sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda en ellas
Fe, Esperanza y Amor.
Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo que les
falta, más aún, déjate ver, en tu rostro resplandece la belleza de Jesús, tus
modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti, con certeza
podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu corazón materno, infunde
en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú su Madre las
quieres para siempre felices contigo en el Cielo, y así, mientras expiran,
recíbelas en tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si Jesús
mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las quiere recibir,
recuérdale el amor con el que te las confió bajo la cruz, reclama tus derechos
de Madre, de manera que a tu amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y
mientras contentará tu corazón, contentará también sus ardientes deseos.
Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a
todos:
A los afligidos, para que por ella reciban
consuelo;
a los pobres, para que sufran resignados su
pobreza;
a los que son tentados, para que obtengan la
victoria;
a los incrédulos, para que triunfe en ellos
la virtud de la fe;
a los blasfemos, para que cambien las blasfemias en
bendiciones;
a los sacerdotes, a fin de que comprendan su misión
y sean dignos ministros de Jesús.
Con esta sangre toca sus labios, a fin de que no
digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran y
vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.
Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para
que estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia sus
súbditos.
Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las
almas purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su
liberación.
¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de
amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten atraídas hacia el sumo
bien?
Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para
tenerlas cuanto antes consigo, las atrae con su amor, y ellas le corresponden
con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no
pudiendo aún sostener la pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder
y a caer de nuevo en las llamas.
Mamá mía, descendamos en esta profunda cárcel y
derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios
de amor, extingamos el fuego que las quema, purifiquémoslas de sus manchas, y
así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del sumo bien.
Demos esta sangre a las almas más abandonadas, a
fin de que encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les niegan;
a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a ninguna, a fin de que todas
en virtud de ella encuentren alivio y liberación.
Haz de reina en estas regiones de llanto y de lamentos,
extiende tus manos maternas y una a una sácalas de estas llamas ardientes, y
haz que todas emprendan el vuelo hacia el Cielo.
Y ahora hagamos también nosotras un vuelo
hacia el Cielo.
Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh
Mamá, que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria.
Esta sangre te inunde de nueva luz y de nuevos
contentos, y haz que esta luz descienda en beneficio de todas las
criaturas para dar a todas gracias de salvación.
Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes
cuánto la necesito.
Con tus mismas manos maternas retoca todo mi ser
con esta sangre, y retocándome purifica mis manchas, sana mis llagas, enriquece
mi pobreza; haz que esta sangre circule en mis venas y me dé toda la vida de
Jesús, descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón mismo de Jesús,
me embellezca tanto que Jesús pueda encontrar todos sus contentos en mí.
Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones
Celestiales y demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a fin
de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de agradecimiento a
Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud de esta sangre podamos un día
reunirnos con ellos.
Y después de haber dado a todos esta sangre,
vayamos de nuevo a Jesús.
Ángeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él
suspira las almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para darles
a todas los frutos de su sangre.
Pongámoslas en torno a Él y se sentirá regresar la
vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha sufrido.
Y ahora Mamá santa, llamemos a todos los elementos
a hacerle compañía a fin de que también ellos le den honor a Jesús.
Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta
noche para dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos descended
del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de la tierra, venid con
vuestro perfume; pajarillos, venid con vuestros trinos; elementos todos de la
tierra, venid a confortar a Jesús.
Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús, Él es
nuestro Creador, nuestra vida, nuestro todo; vengan todos a confortarlo, a
rendirle homenaje como a nuestro soberano Señor.
Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas, flores,
pájaros, Él quiere almas, almas.
Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo;
a tu lado está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella tendrá
consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado mucha parte en tu dolorosa
agonía; también está aquí Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de
todos los siglos.
Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una palabra de
perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que ningún alma te huya
más.
Pero me parece que dices:
«¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza
huyen de Mí y se precipitan en la ruina eterna!
¿Cómo podrá entonces calmarse mi dolor, si Yo amo
tanto a una sola alma cuanto amo a todas las almas juntas?»
Conclusión de la Agonía.
Agonizante Jesús, mientras parece que está
por apagarse tu vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos
eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros abandonados, y
frecuentemente siento que no respiras más, y siento que el corazón se me
rompe por el dolor.
Te abrazo y te siento helado; te muevo y no das
señales de vida.
¿Jesús, has muerto?
Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a llorar a
Jesús y no permitan que yo continúe viviendo sin Él, porque no puedo.
Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro
respiro y de nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo:
«¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras!
Ya oigo el ruido de tus enemigos que vienen a
prenderte,
¿quién te defenderá en el estado en que te
encuentras?»
Y Él, sacudido, parece que resurge de la muerte a
la vida, me mira y me dice:
«Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces
espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he sufrido?
Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de
amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he
sufrido todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi misma vida.
Mis agonías sostendrán las suyas; mis
amarguras y mi muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de
vida.
¡Ah, cuánto me cuestan las almas!
¡Si fuese al menos correspondido!
Por eso tú has visto que mientras moría, volvía a
respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi»
Mi atormentado Jesús, ya que has querido encerrar
en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por esta tu
amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el momento de mi muerte.
Yo te he dado mi corazón como refugio y reposo, mis
brazos para sostenerte y todo mi ser a tu disposición, y yo, oh, de buena gana
me entregaría en manos de tus enemigos para poder morir yo en lugar tuyo.
Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme
lo que te he dado, tu compañía, tu corazón como lecho y descanso, tus brazos
como sostén, tu respiro afanoso para aliviar mis afanes, de modo que conforme
respire, respiraré por medio de tu respiro, que como aire purificador me
purificará de toda mancha y me dispondrá al ingreso de la eterna
bienaventuranza.
Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu
santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a través de Ti mismo, y
mirándote a Ti mismo en mí, no encontrarás nada de qué juzgarme; después me
bañarás en tu sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu santísima
Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso me harás emprender
el vuelo de la tierra al Cielo.
Y ahora te ruego que hagas esto que quiero
para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y
dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no permitas que ninguno
se pierda.
Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en
memoria de tu Pasión y Muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los
tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por la paz de los
pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de las almas del purgatorio.
Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú
quieres dejarme para ir a su encuentro.
Jesús, permíteme que te de un beso en tus labios,
en los cuales Judas osará besarte con su beso infernal; permíteme que te limpie
el rostro bañado en sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y
estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te sigo y Tú me
bendices y me asistes.
+ + + Reflexiones de la Séptima Hora (11
PM) 13-34 Noviembre 19, 1921.
Los dos apoyos. Para conocer las verdades
es necesario que esté la voluntad y el deseo de conocerlas. Las verdades deben
ser simples.
Estaba haciendo compañía a mi Jesús agonizante en
el Huerto de Getsemaní, y por cuanto me era posible lo compadecía, lo
estrechaba fuerte a mi corazón tratando de secarle el sudor mortal, y mi
doliente Jesús, con voz apagada y agonizante me ha dicho:
“Hija mía, dura y penosa fue mi agonía en el
Huerto, quizá más penosa que la de la cruz, porque si ésta fue el cumplimiento
y el triunfo sobre todos, aquí en el Huerto fue el principio, y los males se
sienten más al principio que cuando están por terminar, en esta agonía la pena más
desgarradora fue cuando se me hicieron presentes uno por uno todos los pecados,
mi Humanidad comprendió toda la enormidad de ellos y cada delito llevaba el
sello de “muerte a un Dios”, y estaba armado con espada para matarme.
Delante a la Divinidad la culpa me aparecía tan
horrenda y más horrible que la misma muerte; sólo al comprender qué significa
pecado, Yo me sentía morir y moría en realidad, grité al Padre y fue
inexorable, no hubo uno solo que al menos me diera una ayuda para no hacerme
morir, grité a todas las criaturas que tuvieran piedad de Mí, pero en vano, así
que mi Humanidad languidecía y estaba por recibir el último golpe de la muerte,
pero ¿sabes tú quién impidió la ejecución y sostuvo mi Humanidad para no
morir?
Primero fue mi inseparable Mamá, Ella al oírme
pedir ayuda voló a mi lado y me sostuvo, y Yo apoyé mi brazo derecho en Ella,
la miré casi agonizante y encontré en Ella la inmensidad de mi Voluntad
íntegra, sin haber habido nunca ruptura alguna entre mi Voluntad y la
suya.
Mi Voluntad es Vida, y como la Voluntad del Padre
era inamovible, y la muerte me venía de las criaturas, otra criatura que
encerraba la Vida de mi Voluntad me daba la vida.
Y he aquí que mi Mamá, que en el portento de mi
Voluntad me concibió y me hizo nacer en el tiempo, y ahora me da por segunda
vez la vida para hacerme cumplir la obra de la Redención.
Después miré a la izquierda y encontré a la pequeña
hija de mi Querer, te encontré a ti como primera, con el séquito de las
otras hijas de mi Voluntad, y así como a mi Mamá la quise Conmigo como primer
eslabón de la misericordia, con el cual debíamos abrir las puertas a todas las
criaturas, por eso quise apoyar en Ella la derecha; a ti te quise como primer
eslabón de la justicia, para impedir que se descargase sobre todas las
criaturas como se merecen, por eso quise apoyar la izquierda, a fin de que la
sostuvieras junto Conmigo.
Entonces, con estos dos apoyos Yo me sentí dar
nuevamente la vida, y como si nada hubiera sufrido, con paso firme fui al
encuentro de mis enemigos, y en todas las penas que sufrí en mi Pasión, muchas
de ellas capaces de darme la muerte, estos dos apoyos no me dejaban jamás, y
cuando me veían a punto de morir, con mi Voluntad que contenían me sostenían y
me daban como tantos sorbos de vida.
¡Oh! los prodigios de mi Querer, ¿quién puede jamás
numerarlos y calcular su valor?
Por eso amo tanto a quien vive de mi Querer,
reconozco en ella mi retrato, mis nobles rasgos, siento en ella mi mismo
aliento, mi voz, y si no la amase me defraudaría a Mí mismo, sería como un
padre sin generación, sin el noble cortejo de su corte y sin la corona de sus
hijos, y si no tuviera la generación, la corte, la corona, ¿cómo podría
llamarme Rey?
Así que mi reino es formado por aquellos que
viven en mi Voluntad, y de este reino escojo la Madre, la Reina, los hijos, los
ministros, el ejército, el pueblo, Yo soy todo para ellos y ellos son
todos para Mí”.
Después estaba pensando en lo que Jesús me decía, y
decía entre mí:
“¿Cómo se hace para poner en práctica esto?”
Y Jesús regresando ha agregado:
“Hija mía, las verdades para conocerlas, es
necesario que haya voluntad y el deseo de conocerlas.
Supón una estancia con las persianas cerradas, por
cuanto sol haya afuera la estancia está siempre en oscuridad; ahora, abrir las
persianas significa querer la luz, pero esto no basta si no se aprovecha la luz
para reordenar la estancia, sacudirla, ponerse a trabajar, porque si no, es
como matar esa luz y hacerse ingrato por la luz recibida.
Así no basta tener voluntad de conocer las
verdades, si a la luz de la verdad que lo ilumina no busca sacudirse de sus
debilidades y reordenarse según la luz de la verdad que conoce, y junto con la
luz de la verdad ponerse a trabajar haciendo de ella sustancia propia,“” en
modo de trasparentar por su boca, por sus manos, por su comportamiento, la luz
de la verdad que ha absorbido, entonces sería como si asesinara la verdad, y
con no ponerla en práctica sería estarse en pleno desorden delante de esa
luz.
Pobre estancia, llena de luz pero toda desordenada,
trastornada y en pleno desorden, y una persona dentro que no se preocupa de
reordenarla, ¿qué compasión no daría? Tal es quien conoce las verdades y no las
pone en práctica.
Has de saber que en todas las verdades, como
primer alimento entra la simplicidad, si las verdades no fueran simples, no
serían luz y no podrían penetrar en las mentes humanas para iluminarlas, y
donde no hay luz no se pueden distinguir los objetos; la simplicidad no
sólo es luz, sino es como el aire que se respira, que aunque no se ve da la
respiración a todo, y si no fuese por el aire, la tierra y todos quedarían sin
movimiento, así que si las virtudes, las verdades, no llevan la marca de la
simplicidad, serán sin luz y sin aire”.
+ + + 14-20 Abril 8, 1922 La Santísima
Trinidad reflejada en el alma. Dolor de Jesús al ver deformadas la voluntad, la
inteligencia y la memoria del hombre.
Encontrándome en mi habitual estado, estaba
pensando en el dolor que sufrió mi dulce Jesús en el huerto de Getsemaní,
cuando se presentaron ante su santidad todas nuestras culpas, y Jesús todo
afligido, en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, mi dolor fue grande e incomprensible a
la mente creada, especialmente cuando vi la inteligencia humana deformada, mi
bella imagen que hice reproducir en ella, no más bella, sino fea,
horrible.
Yo doté al hombre de voluntad, inteligencia y
memoria; en la primera refulgía mi Padre Celestial, el cual como acto primero
comunicaba su potencia, su santidad, su altura, por lo cual elevaba a la voluntad
humana invistiéndola de su misma santidad, potencia y nobleza, dejando todas
las corrientes abiertas entre Él y la voluntad humana, a fin de que siempre más
se enriqueciera de los tesoros de mi Divinidad; entre la voluntad humana y la
Divina no había tuyo ni mío, sino todo en común, con acuerdo recíproco, era
imagen nuestra, cosa nuestra, así que ella nos reflejaba, por lo tanto nuestra
Vida debía ser la suya, y por eso constituía como acto primero su voluntad
libre, independiente, como era acto primero la Voluntad de mi Padre Celestial,
pero esta voluntad cuánto se ha desfigurado, de libre se ha vuelto esclava de
vilísimas pasiones.
¡Ah! es ella el principio de todos los males del
hombre, no se reconoce más, cómo ha descendido de su nobleza, da asco mirarla.
Después, como acto segundo concurrí Yo, Hijo de
Dios, dotando al hombre de inteligencia, comunicándole mi sabiduría, la ciencia
de todas las cosas, a fin de que conociéndolas pudiese gustar y hacerse feliz
en el bien.
Pero, ¡ay de Mí! Qué mar de vicios es la
inteligencia de la criatura, de la ciencia se ha servido para desconocer a su
Creador.
Y después, como acto tercero concurrió el Espíritu
Santo, dotándolo de memoria, a fin de que recordándose de tantos beneficios,
pudiera estar en continuas corrientes de amor, en continuas relaciones, el amor
debía coronarla, abrazarla e informar toda su vida.
¡Pero cómo queda contristado el Eterno Amor!
Esta memoria se recuerda de los placeres, de
las riquezas y hasta de pecar, y la Trinidad Sacrosanta es puesta fuera de los
dones dados a su criatura.
Mi dolor fue indescriptible al ver la deformidad de
las tres potencias del hombre, habíamos formado nuestra morada en él, y él nos
había arrojado fuera”.
OCTAVA HORA De las 12 de la noche a la 1 de la
mañana.
LA CAPTURA DE JESÚS.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús mío, ya es media noche; escuchas que se
aproximan los enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la sangre, reanimado por
los consuelos recibidos vas de nuevo a donde están tus amados discípulos, los
llamas, los amonestas y te los llevas junto contigo, y vas al encuentro de tus
enemigos, queriendo reparar con tu prontitud mi lentitud, mi desgano y pereza
en el obrar y en el sufrir por amor tuyo.
Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que escena tan
conmovedora veo:
Al primero que encuentras es al pérfido Judas, el
cual acercándose a Ti y poniéndote un brazo alrededor de tu cuello te saluda y
te besa; y Tú, amor entrañable, no desdeñas besar aquellos labios infernales,
lo abrazas y te lo estrechas al corazón, queriéndolo arrancar del infierno y
dándole muestras de nuevo amor.
Mi Jesús, ¿cómo es posible no amarte?
Es tanta la ternura de tu amor que debiera
arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo no te aman.
Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de Judas,
soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo
aspecto de amistad y de santidad, especialmente de los sacerdotes.
Tu beso, además, manifiesta que a ningún pecador,
con tal de que venga a Ti humillado, rehusarías darle el perdón.
Ternísimo Jesús mío, ya te entregas en manos
de tus enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir lo que ellos
quieran.
También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a
fin de que Tú, libremente, puedas hacer de mí lo que más te agrade; y junto
contigo quiero seguir tu Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas.
Quiero estar siempre en torno a Ti para hacer que
no haya ofensa que no te repare, amargura que no endulce, salivazos y bofetadas
que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mía.
En tus caídas, mis manos estarán siempre dispuestas
a ayudarte para levantarte.
Así que siempre contigo quiero estar, oh mi Jesús,
ni siquiera un minuto quiero dejarte solo; y para estar más segura, ponme
dentro de Ti, y yo estaré en tu mente, en tus miradas, en tu corazón y en todo
Tú mismo, para hacer que lo que haces Tú, pueda hacerlo también yo, así podré
hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas, para darte por
todo mi correspondencia de amor.
Dulce bien mío, estaré a tu lado para defenderte,
para aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas tus
palabras.
¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que
dirigiste a Judas:
«Amigo, ¿a qué has venido?» (Mt 26,50)
Y siento que a mí también me diriges las mismas
palabras, no llamándome amiga sino con el dulce nombre de hija:
«Hija, ¿a qué has venido?»
Para oír que te respondo:
«Jesús, a amarte».
«¿A qué has venido?», me repites si me despierto en
la mañana;
«¿a qué has venido?», si hago oración;
«¿a qué has venido?», me repites desde la Hostia
Santa si vengo a recibirte en mi corazón.
¡Qué bello reclamo para mí y para
todos!
Pero cuántos a tu «¿a qué has venido?»
responden:
Vengo a ofenderte.
Otros, fingiendo no escucharte se entregan a toda
clase de pecados, y a tu pregunta «¿a qué has venido?» responden con irse al
infierno.
¡Cuánto te compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar
las mismas cuerdas con que van a atarte tus enemigos, para atar a estas almas y
evitarte este dolor.
Pero de nuevo escucho tu voz ternísima que dice,
mientras vas al encuentro de tus enemigos:
«¿A quién buscan?» (Jn 18,4)
Y ellos responden:
«A Jesús Nazareno». (Jn 18,5)
Y Tú les dices: «Yo soy». (Jn
18,5)
Con esta sola palabra dices todo y te das a conocer
por lo que eres, tanto que tus enemigos tiemblan y caen por tierra como
muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de nuevo «Yo soy», los vuelves a llamar
a la vida, y por Ti mismo te entregas en manos de tus enemigos.
Jesús es encadenado.
Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de caer
humildes y palpitantes a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y
despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima y con sogas y
cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por tierra, te pisotean bajo sus
pies, te arrancan los cabellos, y Tú, con paciencia inaudita callas, sufres y
reparas las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros, no se rinden a tu
gracia y se obstinan de más.
Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la
gracia de romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la dulce cadena
del amor.
Y corriges amorosamente a Pedro que quiere
defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con esto
las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por demasiado
celo caen en la culpa.
Mi pacientísimo Jesús, estas cuerdas y
cadenas parece que ponen algo de más bello a tu divina Persona.
Tu frente se hace más majestuosa, tanto que atrae
la atención de tus mismos enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu
rostro divino se pone en actitud de una paz y dulzura suprema, capaz de
enamorar a tus mismos verdugos; con tu tono de voz suave y penetrante, si bien
pocos, los haces temblar, tanto que si se atreven a ofenderte es porque Tú mismo
se los permites.
Oh amor encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú
seas atado por causa mía, haciendo más desahogo de amor, y yo, pequeña hija
tuya, esté sin cadenas?
No, no, más bien átame con tus manos santísimas con
tus mismas sogas y cadenas.
Por eso te ruego que ates, mientras beso tu frente
divina, todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis
afectos y todo mi ser, y al mismo tiempo ata a todas las criaturas, para que
sintiendo las dulzuras de tus amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte
más.
Dulce bien mío, ya es la una de la madrugada, la
mente comienza a adormecerse; haré lo que más pueda por mantenerme despierta,
pero si el sueño me sorprende, me dejo en Ti para seguir lo que haces Tú; más
bien lo harás Tú mismo por mí.
En Ti dejo mis pensamientos para defenderte de tus
enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi latido para decirte
siempre que te amo y para darte el amor que los demás no te dan, las gotas de
mi sangre para repararte y restituirte el honor y la estima que te quitarán con
los insultos, salivazos y bofetadas.
Jesús mío, bendíceme y hazme dormir en tu adorable
corazón, para que por tus latidos, acelerados por el amor o por el dolor, pueda
despertarme frecuentemente, y así jamás interrumpir nuestra compañía.
Así queda acordado, oh Jesús.
Reflexiones de la Octava Hora (12 PM) 13-33 Noviembre 16, 1921.
EL PECADO ES CADENA QUE ATA AL HOMBRE, y
Jesús quiso ser atado para romper sus cadenas.
Esta mañana, mi siempre amable Jesús se hacía ver
todo atado, atadas las manos, los pies, la cintura; del cuello le descendía una
doble cadena de fierro, pero estaba atado tan fuertemente, que le quitaba el
movimiento a su Divina Persona.
Qué dura posición era ésta, de hacer llorar
aun a las piedras, y mi sumo bien Jesús me ha dicho:
“Hija mía, en el curso de mi Pasión todas las
otras penas hacían competencia entre ellas, pero una cedía el lugar a la otra,
y se mantenían vigilantes para hacerme sufrir lo peor, para darse la vanagloria
de que una había sido más dura que las demás, pero las cuerdas no me las
quitaron jamás, desde que me apresaron hasta el monte calvario estuve
siempre atado, es más, agregaban siempre más cuerdas y cadenas por temor de que
pudiese huir, y para hacer más burla y juego de Mí; cuántos dolores,
confusiones, humillaciones y caídas me causaron estas cadenas.
Pero debes saber que en estas cadenas había un gran
misterio y una gran expiación:
El hombre, al empezar a caer en el pecado queda
atado con las mismas cadenas de su pecado, si es grave son cadenas de fierro,
si venial son cuerdas; entonces, si quiere caminar en el bien, siente las
trabas de las cadenas y queda obstaculizado en su paso, el estorbo que siente
lo agota, lo debilita, y lo lleva a nuevas caídas; si obra siente el
impedimento en las manos y casi queda como si no tuviera manos para hacer el
bien; las pasiones, viéndolo tan atado hacen fiesta y dicen:
“Es nuestra la victoria”.
Y de rey que es el hombre, lo vuelven esclavo
de pasiones brutales.
Cómo es abominable el hombre en el estado de culpa,
y Yo para romper sus cadenas quise ser atado, y no quise estar en ningún
momento sin cadenas, para tener siempre listas las mías para romper las suyas,
y cuando los golpes, los empujones me hacían caer, Yo le extendía las manos
para desatarlo y hacerlo libre de nuevo”.
Pero mientras esto decía, yo veía a casi todas las
gentes atadas por cadenas, que daban piedad, y rogaba a Jesús que tocara con
sus cadenas las cadenas de ellas, a fin de que por el toque de las suyas
quedaran rotas las de las criaturas.
Marzo 18, 1922 LA CULPA ENCADENA AL almALMA
le impide hacer el bien.
Estaba acompañando a mi dulce Jesús en sus penas de
la Pasión, y Él haciéndose ver me ha dicho:
“Hija mía, la culpa encadena al alma y le
impide hacer el bien: La mente siente la cadena de la culpa y queda impedida
para comprender el bien, la voluntad siente la cadena que la ata y se siente
entorpecida, y en lugar de querer el bien quiere el mal, el deseo encadenado
siente que le cortan las alas para volar a Dios.
¡Oh, cómo me da compasión ver al hombre encadenado
por sus mismas culpas!
He aquí por qué la primera pena que quise sufrir en
la Pasión fueron las cadenas, quise estar atado para liberar al hombre de sus
cadenas.
Aquellas cadenas que Yo sufrí se convirtieron, en
cuanto me tocaron, en cadenas de amor, las cuales tocando al hombre quemaban y
rompían las suyas y lo ataban con mis amorosas cadenas.
Mi amor es operativo, no sabe estar si no obra, por
eso para todos y para cada uno preparé lo que se necesita para rehabilitarlo,
para sanarlo, para embellecerlo de nuevo, todo hice a fin de que si se decide
encuentre todo preparado y a su disposición, por eso tengo listas mis
cadenas para quemar las suyas; los pedazos de mi carne para cubrir sus
llagas y adornarlo de belleza; mi sangre para darle nuevamente la vida; todo lo
tengo listo.
Tengo en reserva para cada uno lo que se necesita,
mi amor quiere darse, quiere obrar, siento una intranquilidad, una fuerza
irresistible que no me da paz si no doy, ¿y sabes qué hago?
Cuando veo que ninguno toma, concentro mis cadenas,
los pedazos de mi carne, mi sangre, en quien los quiere y me ama, y lo cubro de
belleza, envolviéndolo todo con mis cadenas de amor, le centuplico la vida de
gracia, y así mi amor se desahoga y se tranquiliza”.
Pero mientras esto decía, yo veía que sus cadenas,
los pedazos de su carne, su sangre, corrían sobre mí, y Él se divertía
aplicándolos sobre de mí y envolviéndome toda.
¡Cómo es bueno Jesús, sea siempre bendito!
Después ha regresado y ha agregado:
“Hija mía, siento la necesidad de que la
criatura repose en Mí y Yo en ella, ¿pero sabes cuando la criatura reposa en Mí
y Yo en ella?
Cuando su inteligencia piensa en Mí y me comprende,
ella reposa en la inteligencia de su Creador, y la del Creador encuentra su
reposo en la mente creada; cuando la voluntad humana se une con la Voluntad
Divina, las dos voluntades se abrazan y reposan juntas; si el amor humano se
eleva sobre todas las cosas creadas y ama sólo a su Dios, ¡qué bello reposo
encuentran mutuamente Dios y el alma!
Quien da reposo, lo encuentra, Yo le hago de lecho
y la tengo en el más dulce sueño, estrechada entre mis brazos, por eso ven y
reposa en mi seno”.
NOVENA HORA De la 1 a las 2 de la mañana.
Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la
vigilia y el sueño.
¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos
te dejan y huyen de Ti?
Los mismos apóstoles, el ferviente Pedro que
hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el discípulo predilecto que con
tanto amor has hecho reposar sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te
dejan en poder de tus crueles enemigos.
Mi Jesús, estás solo.
Tus purísimos ojos miran a tu alrededor para ver si
al menos uno de aquellos que han sido beneficiados por Ti te sigue para
testimoniarte su amor y para defenderte; y mientras descubres que ninguno,
ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante
llanto.
Y Tú sientes más dolor por el abandono de tus
fieles amigos que por lo que te están haciendo tus mismos enemigos.
Mi Jesús, no llores, o haz que yo llore junto
contigo.
Y el amable Jesús parece que dice:
«Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de
tantas almas consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes de la
vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos por tantas otras,
tímidas y viles, que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos
y tantos que, al no hallar su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí;
por tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa, que confiesan
por amor al interés y a su propia gloria; esos hacen ver que están en torno a
Mí, pero Yo permanezco siempre solo.
Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono!
No sólo me lloran los ojos, sino que me sangra el
corazón.
Ah, te ruego que repares mi acerbo dolor
prometiéndome que no me dejarás jamás solo».
¡Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia
y fundiéndome en tu divina Voluntad!
Pero mientras Tú lloras el abandono de tus amados,
tus enemigos no te perdonan ningún ultraje que te puedan hacer.
Oprimido y atado como estás, oh mi bien, tanto, que
por Ti mismo ni siquiera puedes dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas
calles llenas de piedras y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga
tropezar en las piedras y herirte con las espinas.
Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú
dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de
la cabeza.
Mi vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin
de poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de noche dejan de
herirte; más bien se sirven de la noche para ofenderte mayormente:
quién con sus encuentros, quién por placeres,
quién por teatros,
quién para llevar a cabo robos sacrílegos.
Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas
ofensas.
Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente
Cedrón, y los pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te
golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que de tu boca
derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas marcada aquella
piedra.
Después, jalándote, te arrastran bajo aquellas
aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos, en la boca, en la
nariz.
Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como
cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado
representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el
pecado.
¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera
con un manto de inmundicias, que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese
verlas, atrayéndose así los rayos de la divina Justicia!
Oh vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor
más grande?
Para quitarnos este manto de inmundicias Tú
permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para
reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben
sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores que el
torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas; Tú permites también que
estas aguas te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos temiendo
que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores tormentos te sacan fuera,
pero causas tanto asco, que ellos mismos sienten asco de tocarte.
Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi
corazón no resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo que por el
frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu alrededor buscando con los ojos,
lo que no haces con la voz, uno al menos que te seque, te limpie y te caliente,
pero en vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se ríen de
ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está lejana, porque así lo
dispone el Padre.
Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos.
Quiero llorar tanto, hasta formar un baño para
lavarte, limpiarte y acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos.
Mi amor, quiero encerrarte en mi corazón para
calentarte con el calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos
santos, quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con la tuya
para salvar a todas las almas.
Quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo,
para poderte reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y
después continuaremos juntos el camino de tu Pasión.
Reflexiones de la Novena Hora (1 AM) 11-45
Enero 22, 1913 LAS TRES PASIONES DE JESÚS.
Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable
Jesús, especialmente en lo que sufrió en el huerto, entonces me he encontrado
toda sumergida en Jesús y Él me ha dicho:
“Hija mía, mi primera Pasión fue el amor,
porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor,
por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso, el Amor para
rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que
todos, casi me trituró más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por
cuantas criaturas reciben la vida.
El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar
la gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada por las criaturas
me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me daba una pasión
especial; si la pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por
cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehízo la gloria
del Padre.
El tercer efecto que produce la culpa es la
debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los
judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza
perdida.
Así que con la Pasión del amor se rehízo y se puso
en justo nivel el Amor,
con la Pasión del pecado se rehízo y se puso a
nivel la gloria del Padre,
con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se
rehizo la fuerza de las criaturas.
Todo esto lo sufrí en el huerto, fue tal y tanto el
sufrimiento, las muertes que sufrí, los espasmos atroces, que habría muerto de
verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”.
Después continué meditando cuando mi amable Jesús
fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón.
El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que
movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el alma la vestí de un
manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la
cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y
nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al
alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como
recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta en
las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de
tocarme.
¡Ah, cuánto me costó el amor de las
criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!”
DECIMA HORA De las 2 a las 3 de la mañana.
JESÚS ES PRESENTADO a ANÁS.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Jesús sea siempre conmigo.
Dulce Mamá, sigamos juntas a Jesús.
Mi Jesús, centinela divino que me vigilas en tu
corazón, y no queriendo quedarte solo sin mí me despiertas y haces que me
encuentre junto contigo en casa de Anás.
Te encuentras en aquel momento en que Anás te
interroga sobre tu doctrina y tus discípulos; y Tú, oh Jesús, para defender la
gloria del Padre abres tu sacratísima boca, y con voz sonora y llena de
dignidad respondes:
«Yo he hablado en público, y todos los que
aquí están me han escuchado». (Jn 18,20)
Ante estas dignas palabras tuyas, todos tiemblan,
pero es tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a
Ti y te da una bofetada con la mano, tan fuerte de hacerte tambalear y ponerse
pálido tu rostro santísimo.
Ahora comprendo dulce vida mía por qué me has
despertado, Tú tenías razón:
¿Quién habría de sostenerte en este momento en que
estás por caer?
Tus enemigos rompen en risas satánicas, en silbidos
y en palmadas, aplaudiendo un acto tan injusto, y Tú, tambaleándote, no tienes
en quien apoyarte.
Mi Jesús, te abrazo, es más, quiero hacer un
apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con ánimo y pronta a soportar cualquier
pena por amor tuyo; te compadezco por este ultraje, y junto contigo te reparo
las timideces de tantas almas que fácilmente se desaniman, por aquellos que por
temor no dicen la verdad, por las faltas de respeto debido a los sacerdotes, y
por todas las faltas cometidas por murmuraciones.
Pero veo afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás,
y tus enemigos te precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en esta dolorosa
caída reparas por aquellos que de noche se precipitan en la culpa,
aprovechándose de las tinieblas, y llamas a los herejes y a los infieles a la
luz de la fe.
También yo quiero seguirte en esas reparaciones, y
mientras llegas ante Caifás te envío mis suspiros para defenderte de tus
enemigos.
Y mientras yo duermo continúa haciéndome de
centinela y despiértame cuando tengas necesidad.
Por eso dame un beso y bendíceme, y yo beso tu
corazón y en él continúo mi sueño.
Reflexiones de la Décima Hora (2 AM) 2-27 Mayo 31, 1899.
JESÚS SE LAMENTA DEL CONFESOR.
Esta mañana, estando en mi habitual estado, mi
adorable Jesús ha venido y al mismo tiempo vi al confesor.
Jesús se mostraba un poco disgustado con él, porque
parecía que el confesor quería que todos aprobasen que lo mío era obra de Dios,
y casi quería convencer a otros sacerdotes con manifestarles algunas cosas de
mi interior.
Jesús se ha vuelto al confesor y le ha dicho:
“Esto es imposible, hasta Yo tuve contrarios,
y esto en personas de las más notables y también sacerdotes y otras dignidades,
tuvieron que decir sobre mis santas obras, hasta tacharme de endemoniado.
Estas oposiciones, aun por personas religiosas, Yo
las permito para hacer que a su tiempo pueda relucir más la verdad.
Que quieras hacerte aconsejar por dos o tres
sacerdotes de los más buenos y santos y aun doctos, para tener luz y hasta para
hacer lo que quiero Yo en las cosas que se deben hacer, como es el consejo de
los buenos y la oración, esto Yo lo permito, pero el resto no, no, sería querer
hacer un derroche de mis obras y ponerlas en burla, lo que mucho me disgusta”.
Después me dijo a mí: “Lo que quiero de ti es un obrar recto y simple, que del
pro y del contra de las criaturas no te preocupes, déjalas pensar como quieran,
sin tomarte el más mínimo fastidio, pues el querer que todos sean favorables es
un querer desviarse de la imitación de mi Vida”.
UNDÉCIMA HORA De las 3 a las 4 de la mañana.
JESÚS EN CASA DE CAIFÁS.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil
naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es
interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y
entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y
digo:
«Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay
quién te defienda».
Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco
mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y me
adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu corazón divino me
despierta, y siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las voces,
por los gritos, por el correr de la gente.
Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti?
¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te
quieren despedazar?
Siento que la sangre se me hiela al oír los
preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré para
defenderte.
Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me
estrecha más fuerte y me dice:
«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho
todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de
costo inmensurable.
Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón,
observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis
venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra
en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para
sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir
tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta».
Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus
enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos, oigo el
rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen salir
sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos.
Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme
Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara.
Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te
ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti.
Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y el
aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú
te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta que
hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo furor,
quisiera devorarte.
¡Ah, cómo se distingue bien la inocencia y el
pecado!
Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más
culpable, en acto de ser condenado.
Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus
delitos.
¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es tu
amor!
Y quién te acusa de una cosa y quién de otra,
diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras te acusan, los
soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan sobre tu
rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen
los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos
desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti, pero
otros llegan para darte más tormentos.
LAS NEGACIONES DE PEDRO.
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que
pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar por el
dolor.
Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora?
Porque veo que todo eso que te están haciendo tus
enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por
nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios,
los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación,
y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las
ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas
reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta
ahora.
Dime, dime qué pasa.
Hazme partícipe de todo, oh Jesús.
«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo?
Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha
jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce.
¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces?
¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado?
¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú
me haces morir de dolor!
¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos,
exponiéndote a la ocasión!»
Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las
ofensas de tus más amados.
Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo
para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura
fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se
calma todavía y tratas de mirar a Pedro.
A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su
negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo
puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de
la Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las ocasiones.
Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo
Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice:
«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú
verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63)
Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios
palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y
suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden
en el abismo, respondes:
«Tú lo dices, ¡sí, Yo soy el verdadero Hijo
de Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las
naciones!» (Mt 26, 64)
Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio,
se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos instantes de
espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice a
todos:
«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
¡Ya ha dicho una gran blasfemia!
¿Qué más esperamos para condenarlo?
¡Ya es reo de muerte!» (Mt 26, 65-66)
Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las
vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se
lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la cabeza, quién te tira
por los cabellos, quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te
pisotea con los pies.
Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la
tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos.
Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi
pobre corazón queda lacerado por el dolor.
Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y
que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes.
Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte de las
manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de
todos, y yo me veo obligada a resignarme.
Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te
arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la
sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado, quiere
retirarse, entregándote en manos de los soldados.
Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos el
beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para conciliar el
sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te
bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes, pueda
advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para
tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.
Reflexiones de la Undécima Hora (3 AM) 10-7
Diciembre 22, 1910.
Para poder obrar cosas grandes para Dios, es
necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza.
Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente
a varios sacerdotes, y el bendito Jesús decía:
“Para ser hábil en obrar cosas grandes para
Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia
naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse sólo de la estima de
Nuestro Señor y de lo que corresponde al honor y gloria suya; es necesario
triturar, pulverizar lo que concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y
he aquí que, no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y
las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y tendrán los frutos
deseados por ustedes y por Mí, como la obra de las reuniones de los sacerdotes
que te dije antes, y uno de estos podría ser hábil para promover y también
efectuar esta obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de respeto
humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra al alma circundada por
estas bajezas, vuela y no se detiene y el sacerdote queda hombre y obra como
hombre, y tiene en su obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los
efectos que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de Jesucristo”.
Enero 28, 1911 El amor fuerza a Dios a
romper los velos de la fe.
La Iglesia está agonizante, pero no morirá.
…“Hija mía, la Iglesia en estos tiempos está
agonizante, pero no morirá, más bien resurgirá más bella.
Los sacerdotes buenos luchan por llevar una vida
más desapegada, más sacrificada, más pura; los malos sacerdotes luchan por una
vida más interesada, más cómoda, más sensual, toda terrena.
Yo hablo a los primeros, pero no a los segundos,
hablo a los primeros, o sea a los pocos buenos, aunque sea uno solo por ciudad
o país, a éstos hablo y mando, ruego, suplico que hagan estas casas de reunión,
salvándome a los sacerdotes que vendrán a estos asilos, volviéndolos libres del
todo de cualquier vínculo de familia, y por estos pocos buenos se recuperará mi
Iglesia de su agonía, éstos son mi apoyo, mis columnas, la continuación de la
vida de la Iglesia.
Yo no hablo a los segundos, a todos aquellos que no
quieren desvincularse de los vínculos de la familia, porque si hablo
ciertamente no soy escuchado, es más, al sólo pensar en romper cualquier
vínculo quedan indignados, ¡ah! desgraciadamente están habituados a beber la
taza del interés y otras más, que mientras es dulzura a la carne, es veneno
para el alma, estos tales terminarán por beber la cloaca del mundo.
Yo quiero salvarlos a cualquier costo, pero no soy
escuchado, por eso hablo, pero para ellos es como si no hablase”.
Septiembre 4, 1918 LAMENTOS DE JESÚS POR
LOS SACERDOTES.
Encontrándome en mi habitual estado, mi
siempre amable Jesús en cuanto ha venido me ha dicho:
“Hija mía, las criaturas quieren desafiar mi
justicia, no quieren rendirse y por eso mi justicia hace su curso contra las
criaturas, y éstas de todas las clases, no faltando ni siquiera aquellos que se
dicen mis ministros, y tal vez éstos más que los demás; que veneno contienen,
envenenan a quien se les acerca, en lugar de ponerme a Mí en las almas quieren
ponerse ellos, quieren hacerse rodear, hacerse conocer, y Yo quedo a un lado;
su contacto venenoso en lugar de hacer a las almas recogidas, me las distraen;
en vez de hacerlas retiradas, las hacen más disipadas, más defectuosas, tanto,
que se ven almas que no tienen contacto con ellos más buenas, más recogidas,
más retiradas, así que no puedo fiarme de ninguno; estoy obligado a permitir
que las gentes se alejen de las iglesias, de los sacramentos, a fin de que su
contacto no me las envenene más y las vuelva más malas.
Mi dolor es grande, las heridas de mi corazón son
profundas, por eso ruega, y unida con los pocos buenos que hay, compadece mi
acerbo dolor”.
Abril 7, 1919 Efectos del Querer Divino.
Amenazas de castigos.
Después me ha transportado en medio de las
criaturas, pero ¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús
con acento doloroso ha agregado:
“Qué desorden en el mundo, pero este
desorden es culpa de las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida
interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los súbditos, por tanto,
han cerrado los ojos ante los males de los miembros, porque hubieran
recriminado los males propios, y si lo han hecho ha sido todo en modo
superficial, porque no teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían
infundirla en los demás?
Y cuántas veces estas perversas cabezas han
antepuesto los malos a los buenos, tanto que los pocos buenos han quedado
turbados por este actuar de las cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en
modo especial”.
Y yo:
“Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos,
si Tú los golpeas faltaran los regidores”.
Y Jesús:
¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi
Iglesia?
Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar
al mundo.
El enemigo está ya a sus puertas, las
revoluciones están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las cabezas
serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el enemigo no tenga la
libertad de convertir todo en ruinas”.
DUODÉCIMA HORA De las 4 a las 5 de la mañana.
JESÚS EN MEDIO DE LOS SOLDADOS.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulcísima vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu
corazón dormía, sentía muy a menudo los pinchazos de las espinas que herían a
tu corazón santísimo; y queriéndome despierta junto contigo, para tener al
menos una que vea todas tus penas y te compadezca, me estrechas más fuerte a tu
corazón, y yo, sintiendo más a lo vivo tus pinchazos, me despierto, pero, ¿qué
veo? ¿Qué siento?
Quisiera esconderte dentro de mi corazón para
ponerme yo en lugar tuyo y recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y
humillaciones tan increíbles, que sólo tu amor podría soportar tantos
ultrajes.
Mi pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías esperar de
gente tan inhumana? Ya veo que juegan contigo, te cubren el rostro de densos
salivazos, la luz de tus bellos ojos queda eclipsada por los salivazos, y
derramando ríos de lágrimas por nuestra salvación retiras esos salivazos de tus
ojos, y aquellos malvados, no soportando su corazón ver la luz de tus ojos,
vuelven a cubrirlos de nuevo con salivazos, otros haciéndose más atrevidos en
el mal, te abren tu dulcísima boca y te la llenan de fétidos salivazos, tanto
que ellos sienten nausea, y como algunos de esos esputos caen, muestran en
parte la majestad de tu rostro, tu sobrehumana dulzura.
Ellos se sienten estremecer y se avergüenzan de
ellos mismos y para estar más libres te vendan los ojos con un vilísimo trapo,
de modo de poder desenfrenarse del todo sobre tu adorable persona; así que te
golpean sin piedad, te arrastran, te pisotean bajo sus pies, repiten los
puñetazos, las bofetadas, sobre tu rostro y sobre tu cabeza, rasguñándote y
jalándote los cabellos y empujándote de un lado a otro.
Jesús, amor mío, mi corazón no resiste verte
en tantas penas, Tú quieres que ponga atención a todo, pero yo siento que
quisiera cubrirme los ojos para no ver escenas tan dolorosas que arrancan de
cada pecho los corazones, pero tu amor me obliga a ver lo que sucede contigo, y
veo que no abres la boca, que no dices ni una palabra para defenderte, estás en
manos de esos soldados como un harapo, y te pueden hacer lo que quieren; y
viéndolos saltar sobre Ti temo que mueras bajo sus pies.
Mi bien y mi todo, es tanto el dolor que siento por
tus penas, que quisiera gritar tan fuere que me hiciera oír en el Cielo para
llamar al Padre, al Espíritu Santo y a los ángeles todos, y aquí en la
tierra, de un extremo a otro, llamar en primer lugar a la dulce Mamá y a todas
las almas amantes, a fin de que haciendo un cerco en torno a Ti, impidamos el
paso a estos insolentes soldados para que no te insulten y atormenten más, y
junto contigo reparemos toda clase de pecados nocturnos, especialmente aquellos
que cometen los sectarios sobre tu sacramental persona en las horas de la
noche, y todas las ofensas de aquellas almas que no se mantienen fieles en la
noche de la prueba.
Pero veo, insultado bien mío, que los soldados,
cansados y ebrios quieren descansar, y mi pobre corazón oprimido y lacerado por
tus tantas penas no quiere quedarse solo contigo, siente la necesidad de otra
compañía, ah dulce Mamá mía, sé Tú mi inseparable compañía; me estrecho fuerte
a tu mano materna y te la beso y Tú fortifícame con tu bendición, y
abrazándonos junto con Jesús apoyemos nuestra cabeza sobre su dolorido corazón
para consolarlo.
Oh Jesús, junto con la Mamá te beso, bendícenos y
junto con Ella tomaremos el sueño del amor en tu adorable corazón.
Reflexiones de la Duodécima Hora (4 AM) 4-59 Marzo 19, 1901.
Le explica el modo de sufrir.
Esta mañana, encontrándome toda oprimida y
sufriente, sobre todo por la privación de mi dulce Jesús, después de mucho
esperar, en cuanto lo he visto me ha dicho:
“Hija mía, el verdadero modo de sufrir es no mirar
de quién vienen los sufrimientos, ni qué cosa se sufre, sino al bien que debe
venir de los sufrimientos; este fue mi modo de sufrir, no miré ni a los
verdugos, ni al sufrir, sino al bien que quería hacer por medio de mi sufrir,
aun a aquellos mismos que me daban el sufrimiento, y mirando el bien que debía
producir a los hombres desprecié todo lo demás, y con intrepidez seguí el curso
de mi sufrir.
Hija mía, este es el modo más fácil y más
provechoso para sufrir no sólo con paciencia, sino con ánimo invicto y
animoso”.
Así como en Jesús, en las almas todo debe
callar.
Esta mañana mi siempre amable Jesús se hacía ver
bajo una tempestad de golpes, y con su dulce mirada me miraba
pidiéndome ayuda y refugio.
Yo me he arrojado hacia Él para quitarlo de
aquellos golpes y encerrarlo en mi corazón, y Jesús me ha dicho:
“Hija mía, mi Humanidad bajo los golpes de los
flagelos callaba, y no sólo callaba la boca, sino todo en Mí callaba:
Callaba la estima, la gloria, la potencia, el
honor; pero con mudo lenguaje hablaban elocuentemente mi paciencia, las
humillaciones, mis llagas, mi sangre, el aniquilamiento casi hasta el polvo de
mi Ser; y mi amor ardiente por la salud de las almas ponía un eco a todas mis
penas.
He aquí hija mía el verdadero retrato de las almas
amantes, todo debe callar en ellas y en torno a ellas:
Estima, gloria, placeres, honores, grandezas,
voluntad, criaturas, y si las hubiera, debe estar como sorda y como si nada
viera, en cambio debe hacer entrar en ella mi paciencia, mi gloria, mi estima,
mis penas, y en todo lo que hace, piensa, ama, no será otra cosa que amor, el
cual tendrá un solo eco con el mío y me pedirá almas.
Mi amor por las almas es grande, y como quiero que
todos se salven, por eso voy en busca de almas que me amen y que tomadas por
las mismas ansias de mi amor, sufran y me pidan almas. Pero, ¡ay de Mí, qué
escaso es el número de los que me escuchan!”
DECIMOTERCERA HORA De las 5 a las 6 de la mañana.
Jesús en prisión.
Gracias te doy, oh Jesús, por
llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te
encuentro, el corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde estás?
Ángel mío, llévame a la casa de Caifás.
Pero busco, recorro, vuelvo a buscar por todas
partes y no te encuentro.
Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas
que tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída por Ti
pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus brazos.
Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión.
Mi corazón,
mientras exulta de alegría por encontrarte, lo siento herido por el dolor al
ver el estado al que te han reducido. Te veo atado a una columna, con las manos
atrás, atados los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y ensangrentado
por las brutales bofetadas recibidas, tus santísimos ojos lívidos, tu mirada
cansada y triste por la vigilia, tus cabellos todos en desorden, tu santísima persona
toda golpeada, y por añadidura no puedes valerte por Ti mismo para ayudarte y
limpiarte porque estás atado.
Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a tus pies
exclamo:
«¡Ay de mí, cómo te han dejado, oh Jesús!»
Y Jesús mirándome, me responde:
«Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves
que hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder continuar mi vida
en ti.»
Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus
penas, con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre para darle
satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a hacer, y llamas a
todas las almas en torno a Ti para tomar todos sus males sobre de Ti y darles a
ellas todos los bienes. Y como estamos al amanecer del día oigo tu voz
dulcísima que dice:
«Padre Santo, gracias te doy por todo lo que
he sufrido y por lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama al
día y el día hace surgir el sol, así la aurora de la gracia despunte en todos
los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino, pueda surgir en todos los
corazones y reinar en todos.
Mira, oh Padre a estas almas, Yo quiero responderte
por todas, por sus pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y
de mi muerte».
Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también
yo te agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me quede por sufrir,
y te ruego hagas despuntar en todos los corazones la aurora de la gracia para
que Tú, Sol divino, puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre
todos.
Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas
todas las primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que al
principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y llamas en Ti, como
en custodia, los pensamientos, los afectos y palabras de las criaturas para reparar
y dar al Padre la gloria que ellas le deben.
Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión
tenemos una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que haces Tú,
sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en todo Tú, por eso me acerco
a tu santísima cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas
mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento para
Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las
criaturas y fundirlos en tus pensamientos, para encontrar suficientes
reparaciones por todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones
sofocadas.
Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo
con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria.
Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados
de lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no puedes
limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han ensuciado, y como la
posición en la que te han atado es desgarradora, no puedes cerrar tus ojos
cansados para tomar reposo.
Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos un
lecho para darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y repararte
por cuantas veces no hemos tenido la intención de agradarte y de mirarte para
ver qué querías de nosotros, qué cosa debíamos hacer y adónde querías que
fuésemos; quiero fundir mis ojos y los de todas las criaturas en los tuyos,
para poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la
vista.
Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por
los insultos de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en tus oídos
de todas las ofensas de las criaturas; te pido perdón y reparo por cuantas
veces Tú nos has llamado y hemos sido sordos, hemos fingido no escucharte, y
Tú, cansado bien mío, has repetido las llamadas, pero en vano; quiero fundir
mis oídos y los de todas las criaturas en los tuyos para darte una continua y
completa reparación.
Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo
lívido por las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has
llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros uniéndonos a tus enemigos te
hemos dado bofetadas y salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo
para restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos los
desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.
Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida
por los golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y la de todas
las criaturas en la tuya, para reparar con tu misma lengua por todos los
pecados y las conversaciones malas que se tienen; quiero mi sediento Jesús unir
todas las voces en una sola con la tuya, para hacer que cuando estén por
ofenderte, tu voz corriendo en la voz de las criaturas sofoque las voces del
pecado y las cambie en voces de alabanza y de amor.
Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por
pesadas cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de la espalda y
sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a la columna; ya tus manos
están hinchadas y amoratadas por la estrechez de las ataduras y de algunas
partes brota sangre.
Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y si amas
ser atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en vez de
hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero fundirme en tu
cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para poder
reparar junto contigo todos los apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor;
para poder reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las
criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú tienes que no puedes
contenerlo; para poder reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a las
comodidades y dar a todos el espíritu de sacrificio y el amor al
sufrimiento.
Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas
las obras malas y por el bien hecho malamente y con presunción, y dar a todos
el perfume de tus obras.
Y fundiéndome en tus pies, encierro todos los
pasos de las criaturas para repararte y dar tus pasos a todos para hacerlos
caminar santamente.
Y ahora dulce vida mía, permíteme que fundiéndome
en tu corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para repararlos
junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y deseos, a fin de que ninguno
te ofenda más. Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos
que vienen a llevarte.
¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la sangre
porque Tú estarás de nuevo en manos de tus enemigos!
¿Qué será de Ti?
Me parece oír también el ruido de las llaves de los
tabernáculos, cuántas manos profanadoras vienen a abrirlos y tal vez para
hacerte descender en corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas eres
obligado a encontrarte.
Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en todas
tus prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te saquen y
hacerte compañía y repararte por las ofensas que puedas recibir.
Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú saludas
al sol naciente en el último de tus días, y ellos desatándote y viéndote todo
majestad y que los miras con tanto amor, en pago descargan sobre tu rostro
bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima sangre.
Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi
dolor te ruego que me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el resto
de tu Pasión.
Reflexiones de la Decimotercera Hora (5 AM).
Las penas que sufrió Jesús en las tres horas de
prisión.
Esta noche la he pasado en vigilia, y mi
mente frecuentemente volaba a mi Jesús atado en la prisión, quería abrazarme a
aquellas rodillas que temblaban por la cruel y dolorosa posición en la que los
enemigos lo habían atado, quería limpiarlo de aquellos salivazos con los que lo
habían ensuciado. Pero mientras esto pensaba, mi Jesús, mi vida, se ha dejado
ver como entre densas tinieblas, en las cuales apenas se descubría su adorable
persona, y sollozando me ha dicho:
“Hija, los enemigos me dejaron solo en la
prisión, atado horriblemente y en la oscuridad, así que en torno a Mí todo era
densas tinieblas; ¡oh!, cómo me afligía esta oscuridad, tenía las vestiduras
bañadas por las sucias aguas del torrente cedrón, sentía la peste de la prisión
y de los salivazos con los que estaba cubierto, tenía los cabellos en
desorden, sin una mano piadosa que me los quitara de los ojos y de la boca, las
manos atadas por las cadenas, y la oscuridad no me permitía ver mi estado, ay
de Mí, demasiado doloroso y humillante.
¡Oh, cuántas cosas decía este mi estado tan
doloroso en esta prisión!
En la prisión estuve tres horas, con esto quise
rehabilitar las tres edades del mundo:
La de la ley natural, la de la ley escrita, y la de
la ley de la gracia; quería liberarlos a todos, reuniéndolos a todos juntos y
darles la libertad de hijos míos.
Con estar tres horas quise también rehabilitar las
tres edades del hombre:
La niñez, la juventud y la vejez, quise
rehabilitarlo cuando peca por pasión, por voluntad y por obstinación.
¡Oh! cómo la oscuridad que veía en torno a Mí me
hacía sentir las densas tinieblas que produce la culpa en el hombre, ¡oh! cómo
lo lloraba y le decía:
“Oh hombre, son tus culpas las que me han arrojado
en estas densas tinieblas, las cuales sufro para darte la luz, son tus infamias
quienes así me han ensuciado, a las cuales la oscuridad no me permite ni
siquiera ver; mírame, soy la imagen de tus culpas, si quieres conocerlas
míralas en Mí”.
También debes saber que en la última hora que
estuve en la prisión despuntó el alba, y por las fisuras entró algún resplandor
de luz, ¡oh! cómo respiró mi corazón al poderme ver, mi estado tan doloroso,
pero esto significaba cuando el hombre cansado de la noche de la culpa, la
gracia como alba se pone en torno a él, mandándole resplandores de luz para
llamarlo, por eso mi corazón dio un suspiro de alivio, y en esta alba te vi a
ti, mi amada prisionera, a quien mi amor debía atar en este estado, y que no me
habrías dejado solo en la oscuridad de la prisión, sino que esperando el alba a
mis pies, y siguiendo mis suspiros, habrías llorado Conmigo la noche del
hombre; esto me alivió y ofrecí mi prisión para darte la gracia de seguirme.
Pero otro significado contenía esta prisión y esta
oscuridad, y era mi larga permanencia en la prisión en los tabernáculos, la
soledad en la cual soy dejado, en la que muchas veces no tengo a quién decir
una palabra o darle una mirada de amor; otras veces siento en la santa hostia
la impresión de los toques indignos, la peste de manos purulentas y enfangadas,
y no hay quien me toque con manos puras y me perfume con su amor, y cuántas
veces la ingratitud humana me deja en la oscuridad, sin la mísera luz de una
lamparita, así que mi prisión continúa y continuará. Y como ambos somos
prisioneros, tú prisionera en tu lecho sólo por amor a Mí, y Yo prisionero por
ti, atemos, con las cadenas que me tienen atado, a todas las criaturas con mi amor,
así nos haremos compañía recíprocamente y me ayudarás a extender las cadenas
para atar todos los corazones a mi amor”. Después estaba pensando para mí:
“Qué pocas cosas se saben de Jesús, mientras que ha
hecho tanto, ¿por qué han hablado tan poco de todo lo que mi Jesús hizo y
sufrió? Y regresando de nuevo ha agregado:
“Hija mía, todos son avaros Conmigo, aun los
buenos, cuánta avaricia tienen Conmigo, cuántas restricciones, cuántas cosas no
manifiestan de lo que les digo y comprenden de Mí, y tú, ¿cuántas veces no eres
avara Conmigo?
Cuantas veces no escribes lo que te digo o no lo
manifiestas, es un acto de avaricia que haces Conmigo, porque cada conocimiento
de más que se tiene de Mí, es una gloria y un amor de más que recibo de las
criaturas.
Por tanto, sé atenta, y sé más liberal Conmigo, y
Yo seré más liberal contigo”.
Diciembre 3, 1926 Cómo la prisión de Jesús
es símbolo de la prisión de la voluntad humana.
Después de esto estaba siguiendo a mi apasionado
Jesús en su dolorosa prisión, que estando atado a una columna, por el modo tan
bárbaro como lo habían atado no podía estar firme, apoyado en la columna, sino
que estaba suspendido, con las piernas dobladas atadas a ella y por tanto se
tambaleaba ahora a la derecha, ahora a la izquierda.
Y yo abrazándome a sus rodillas para hacerlo estar
firme y reordenándole los cabellos todos revueltos que le cubrían hasta su
rostro adorable, no faltándole ni siquiera los salivazos que tanto lo habían
ensuciado.
¡Oh! cómo habría querido desatarlo para liberarlo
de aquella posición tan dolorosa y humillante. Y mi prisionero Jesús todo
afligido me ha dicho:
“Hija mía, ¿sabes por qué permití ser puesto
en la prisión en el curso de mi Pasión?
Para liberar al hombre de la prisión de la voluntad
humana. Mira cómo es horrenda mi prisión, era un pequeño lugar que servía para
encerrar las inmundicias y excrementos de las criaturas, así que la peste era
intolerable, la oscuridad era densa, no me dejaron ni siquiera una pequeña
lamparita, mi posición era desgarradora, ensuciado de salivazos, con los
cabellos revueltos, adolorido en todos los miembros, atado, ni siquiera derecho
sino encorvado, no me podía ayudar en ningún modo, ni siquiera quitarme los
cabellos de los ojos que me molestaban.
Esta mi prisión es la verdadera similitud de la
prisión que forma la voluntad humana de las criaturas, la peste que exhala es
horrible, la oscuridad es densa, muchas veces no les queda ni siquiera la
pequeña lamparita de la razón, están siempre inquietas, trastornadas,
ensuciadas por pasiones viles.
¡Oh! cómo hay que llorar sobre esta prisión
de la voluntad humana, cómo sentí a lo vivo en esta prisión el mal que había
hecho a las criaturas; fue tanto mi dolor que derramé amargas lágrimas y pedí a
mi Celestial Padre que liberase a las criaturas de esta prisión tan ignominiosa
y dolorosa. También tú pide junto Conmigo que las criaturas se liberen de su
voluntad”.
Diferencia entre la gruta y la prisión de la Pasión.
Después de esto estaba pensando cómo era infeliz
aquella gruta donde el niñito Jesús había nacido, cómo estaba expuesta a todos
los vientos, al frío, de hacer temblar por el frío, en vez de hombres había
bestias que le hacían compañía.
Por eso pensaba cuál podría ser más infeliz y
dolorosa, la prisión de la noche de su Pasión o la gruta de Belén. Y mi dulce
niño ha agregado:
“Hija mía, no se puede comparar la
infelicidad de la prisión de mi Pasión con la gruta de Belén.
En la gruta tenía a mi Mamá junto, en alma y cuerpo
estaba junto Conmigo, por lo tanto, tenía todas las alegrías de mi amada Mamá y
Ella tenía todas las alegrías de Mí, Hijo suyo, que formaban nuestro
Paraíso.
Las alegrías de Madre con poseer al Hijo son
grandes, las alegrías de poseer una Madre son más grandes aún; Yo encontraba
todo en Ella y Ella encontraba todo en Mí; además estaba mi amado padre San
José que me hacía de padre, y Yo sentía todas las alegrías que él sentía por
causa mía. En cambio en mi Pasión fueron interrumpidas todas nuestras alegrías,
porque debíamos dar lugar al dolor, y sentíamos entre Madre e Hijo el gran
dolor de la cercana separación, al menos sensible, que debía suceder con mi
muerte.
En la gruta las bestias me reconocieron y
honrándome buscaban calentarme con su aliento, en la prisión ni siquiera los
hombres me reconocieron y para insultarme me cubrieron de salivazos y de
oprobios, por eso no hay comparación entre la una y la otra”.
DECIMOCUARTA HORA De las 6 a las 7 de la mañana.
Jesús
de nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión,
estás tan agotado que vacilas a cada paso.
Quiero ponerme a tu lado para sostenerte cuando vea
que estás a punto de caer.
Pero veo que los soldados te presentan ante
Caifás, y Tú, oh mi Jesús, como sol apareces en medio de ellos, y si bien
desfigurado, envías luz por todas partes.
Veo que Caifás se regocija de gusto al verte tan
malamente reducido, y a los reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te
pregunta de nuevo:
«¿Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo de
Dios?» (Mt 26, 63) Y Tú amor mío, con una majestad suprema y con una
gracia en tu decir, con tu acostumbrado acento dulce y conmovedor que rapta los
corazones respondes:
«Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios». (Mt
26. 64)
Y ellos, si bien sienten toda la fuerza de tu
palabra, sofocando todo, sin querer saber más, con voz unánime gritan:
«¡Es reo de muerte, es reo de muerte!» (Mt 26,
66)
Y Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía
a Pilatos.
Y Tú, condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia
con tanto amor y resignación que casi la arrebatas del inicuo pontífice, y
reparas todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por
aquellos que en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo
pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en
ellos.
Vida mía, tus reparaciones y oraciones hacen eco en
mi corazón y reparo y suplico junto contigo.
Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo
perdido la poca estima que les quedaba de Ti, al verte sentenciado a muerte te
toman y agregan cuerdas y cadenas, te atan tan fuerte que casi quitan el
movimiento a tu divina Persona, y empujándote y arrastrándote te sacan del
palacio de Caifás.
Turbas del pueblo te esperan, pero ninguno para
defenderte, y Tú, mi Sol divino, sales en medio de ellos queriendo envolverlos
a todos con tu luz.
Y conforme das los primeros pasos, queriendo
encerrar en los tuyos todos los pasos de las criaturas, ruegas y reparas por
aquellos que dan sus primeros pasos y obran con fines malos:
quién para vengarse, quién para matar, quién para
traicionar, quién para robar, y tantas otras cosas.
Oh, cómo todas estas culpas te hieren el corazón, y
para impedir tanto mal, ruegas, reparas y te ofreces todo Tú mismo.
Pero mientras te sigo, veo que Tú, mi sol Jesús, al
momento de salir del palacio de Caifás te encuentras con la bella María,
nuestra dulce Mamá; vuestras miradas se encuentran, se hieren, y si bien
quedáis aliviados al veros, también se agregan nuevos dolores:
Tú, al ver a la bella Mamá traspasada, pálida y
enlutada; y a la amada Mamá al verte a Ti, sol divino, eclipsado por tantos
oprobios, lloroso y envuelto en un manto de sangre.
Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de
miradas, y con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra, vuestros
corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro cesan de mirarse porque
los soldados te empujan, y así, pisoteado y arrastrado llegas a Pilatos.
Mi Jesús, me uno a la traspasada Mamá en seguirte,
para fundirme junto con Ella en Ti; y dándome una mirada de amor, bendíceme.
Reflexiones de la Decimocuarta Hora (6 AM) 13-19 Septiembre 21, 1921.
Dios quiere dar sus bienes a sus hijos. El
obrar en la Divina Voluntad es día.
Después he regresado en mí misma, y era la hora
cuando mi amado Jesús salía de la prisión y era llevado de nuevo ante Caifás,
yo he tratado de acompañarlo en este misterio, y Jesús me ha dicho:
“Hija mía, cuando fui presentado ante
Caifás era pleno día, y era tanto el amor que Yo tenía hacia las criaturas, que
salía en este último día ante el pontífice todo deformado, llagado, para
recibir la condena de muerte; pero cuantas penas debía costarme esta condena, y
Yo estas penas las convertía en días eternos, con los cuales circundaba a cada
una de las criaturas, a fin de que alejándole las tinieblas, cada una
encontrara la luz necesaria para salvarse y ponía a su disposición mi condena
de muerte para que encontraran en ella su vida.
Así que cada pena y cada bien que Yo hacía, era un
día de más que daba a la criatura; y no sólo Yo, sino también el bien que hacen
las criaturas es siempre día que forman, así como el mal es noche.
Sucede como cuando una persona tiene una luz y se
encuentran cerca de ella diez, veinte personas, a pesar de que la luz no es de
todas, sino de una sola, las otras gozan de la luz, pueden trabajar, leer, y
mientras ellas se aprovechan de la luz, no hacen ningún daño a la persona que
la posee.
Así sucede con el bien obrar, no sólo es día para
ella, sino que puede hacer el día a quién sabe cuántas otras; el bien es
siempre comunicativo y mi amor no sólo me incitaba a Mí, sino que daba
la gracia a las criaturas que me aman de formar tantos días en provecho de
sus hermanos, por cuantas obras buenas van haciendo”.
DECIMOQUINTA HORA De las 7 a las 8 de la mañana.
Jesús ante Pilatos.
Pilatos lo envía a Herodes.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Atado bien mío, tus enemigos unidos a los
sacerdotes te presentan ante Pilatos, y ellos fingiendo santidad y
escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan fuera en el atrio, y Tú,
mi amor, viendo el fondo de su malicia reparas las hipocresías del cuerpo
religioso.
También yo reparo junto contigo, pero mientras Tú
te ocupas del bien de ellos, ellos en cambio comienzan a acusarte ante Pilatos,
vomitando todo el veneno que tienen contra Ti, pero Pilatos mostrándose
insatisfecho de las acusaciones que te hacen, para poderte condenar con motivo
te llama aparte y a solas te examina y te pregunta:
«¿Eres Tú el rey de los judíos?» (Jn 18, 33)
Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes:
«Mi reino no es de este mundo; de lo
contrario millares de legiones de ángeles me defenderían».
Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de
tu palabra, sorprendido te dice:
«¿Cómo, Tú eres rey?» (Jn 18, 37)
Y Tú: «Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he
venido al mundo para dar testimonio de la Verdad». (Jn 18, 37)
Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu
inocencia, sale a la terraza y dice:
«Yo no encuentro culpa alguna en este hombre».
(Jn 18, 38).
Los judíos enfurecidos te acusan de tantas otras
cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las debilidades de los jueces
cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus injusticias, y ruegas por
los inocentes oprimidos y abandonados.
Entonces Pilatos al ver el furor de tus enemigos y
para desentenderse te envía a Herodes.
Jesús ante Herodes.
Mi Rey divino, quiero repetir tus oraciones y
reparaciones y acompañarte hasta Herodes.
Veo que tus enemigos, enfurecidos, quisieran
devorarte y te conducen entre insultos, burlas y befas, y así te hacen llegar
ante Herodes, el cual en actitud soberbia te hace muchas preguntas, y Tú no
respondes, no lo miras, y Herodes irritado porque no se ve satisfecho en su
curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio, dice a
todos que Tú eres un loco y sin juicio, y como a tal ordena que seas tratado, y
para mofarse de Ti hace que seas vestido con una vestidura blanca y te entrega
en las manos de los soldados para que te hagan lo peor que puedan.
Inocente Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo
los judíos, porque su fingida religiosidad no merece que resplandezca en sus
mentes la luz de la verdad.
Mi Jesús, sabiduría infinita, cuánto te cuesta el
haber sido declarado loco.
Los soldados abusando de Ti te arrojan por tierra,
te pisotean, te cubren de salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y son
tantos los golpes que te sientes morir.
Son tales y tantas las penas, los oprobios, las
humillaciones que te hacen, que los ángeles lloran y se cubren el rostro con
sus alas para no verlas.
También yo, mi loquito Jesús, quiero llamarte loco,
pero loco de amor, y es tanta tu locura de amor que en vez de ofenderte, Tú
ruegas y reparas por las ambiciones de los reyes que ambicionan reinos para
ruina de los pueblos, por las destrucciones que provocan, por tanta sangre que
hacen derramar por sus caprichos, por todos los pecados de curiosidad y por las
culpas cometidas en las cortes y en las milicias.
Mi Jesús, cómo es tierno el verte en medio de
tantos ultrajes orando y reparando, tus palabras repercuten en mi corazón y
sigo lo que haces Tú.
Y ahora deja que me ponga a tu lado y tome
parte en tus penas y te consuele con mi amor, y alejándote a los enemigos, te
tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente.
Dulce amor mío, veo que no te dan reposo y que
Herodes te envía nuevamente a Pilatos.
Si doloroso ha sido el venir, más trágico será el
regreso, porque veo que los judíos están más enfurecidos que antes y están
resueltos a hacerte morir a cualquier precio.
Por eso antes que salgas del palacio de Herodes
quiero besarte, para testimoniarte mi amor en medio de tantas penas, y Tú
fortifícame con tu beso y con tu bendición, y te sigo ante Pilatos.
Reflexiones de la Decimoquinta Hora (7 AM) 13-18 Septiembre 16, 1921
Herodes se burla de Jesús.
Jesús al obrar formaba nuestras obras en
el Divino Querer.
Estaba haciendo la hora de la Pasión cuando mi
dulce Jesús se encontraba en el palacio de Herodes vestido de loco, recibiendo
burlas, y mi siempre amable Jesús, haciéndose ver me ha dicho:
“Hija mía, no solamente en aquel momento fui
vestido de loco, escarnecido y recibí burlas, sino que las criaturas continúan
dándome estas penas, más bien estoy bajo continuas burlas y por toda clase
de personas.
Si una persona se confiesa y no mantiene sus
propósitos de no ofenderme, es una burla que me hace; si un sacerdote confiesa,
predica, administra Sacramentos, y su vida no corresponde a las palabras que
dice y a la dignidad de los Sacramentos que administra, tantas burlas me hace
por cuantas palabras dice, por cuantos Sacramentos administra; y mientras Yo en
los Sacramentos les doy la vida nueva, ellos me dan escarnios, burlas, y al
profanarlos me preparan la vestidura para vestirme de loco; si los superiores
ordenan a sus inferiores sacrificios, oración, virtud, desinterés, y ellos
llevan una vida cómoda, viciosa, interesada, son tantas burlas que me hacen; si
las cabezas civiles y eclesiásticas quieren la observancia de las leyes, y
ellos son los primeros transgresores, son burlas que me hacen.
¡Oh, cuántas burlas me hacen! Son tantas que
estoy cansado de ellas, especialmente cuando bajo apariencia de bien ponen el
veneno del mal, ¡oh! cómo hacen de Mí un juego, como si Yo fuera su juguete y
su pasatiempo, pero mi justicia tarde o temprano se burlará de ellos
castigándolos severamente.
Tú reza y repárame estas burlas que tanto me
duelen, y que son la causa por la que no puedo hacer conocer quién soy
Yo”.
Después, habiendo venido nuevamente, y como yo
estaba fundiéndome toda en el Divino Querer, me ha dicho:
“Hija queridísima de mi Querer, Yo
estoy esperando con ansia tus fusiones en mi Voluntad; tú debes saber que
conforme Yo pensaba en mi Voluntad, así iba modelando tus pensamientos en Ella,
preparándoles su lugar; al obrar, modelaba tus obras en mi Querer, y así de
todo lo demás.
Ahora, lo que Yo hacía no lo hacía para Mí, porque
no tenía necesidad, sino para ti, y por eso te espero en mi Voluntad para que
vengas a tomar los lugares que te preparó mi Humanidad, y sobre las obras que
preparé ven a hacer las tuyas, y entonces por ello estaré contento y recibiré
completa gloria cuando te vea hacer lo que Yo hice”.
Noviembre 22, 1921 La pena que más traspasó
a Jesús en su Pasión fue el fingimiento.
Dicho esto ha desaparecido.
Después ha regresado y ha agregado:
“Hija mía, la pena que más me traspasó en mi
Pasión fue el fingimiento de los fariseos, fingían justicia y eran los más
injustos; fingían santidad, legalidad, orden, y eran los más perversos, fuera
de toda regla y en pleno desorden, y mientras fingían honrar a Dios, se
honraban a sí mismos, su propio interés, su propia conveniencia, por eso la luz
no podía entrar en ellos, porque sus modos fingidos les cerraban las puertas, y
el fingimiento era la llave que a doble giro de cerradura, cerrándola a
muerte, obstinadamente impedía aun cualquier resplandor de luz, tanto que
Pilatos, idólatra, encontró más luz que los mismos fariseos, porque todo lo que
él hizo y dijo no partía del fingimiento, sino a lo más del temor, y Yo me
siento más atraído hacia el pecador más perverso, no fingido, que hacia
aquellos que son más buenos, pero fingidos.
¡Oh!, cómo me da repugnancia quien
aparentemente hace el bien, finge ser bueno, reza, pero por dentro anida el
mal, el propio interés, y mientras los labios rezan su corazón está lejano de
Mí, y en el mismo acto de hacer el bien piensa cómo satisfacer sus pasiones
brutales.
Además, el hombre fingido en el bien que
aparentemente hace y dice, no es capaz de dar luz a los demás, habiéndole
cerrado las puertas a la luz, así que obran como demonios encarnados, que
muchas veces bajo aspecto de bien atraen al hombre, y éstos viendo el bien se
dejan atraer, pero cuando van en lo mejor del camino los precipitan en las
culpas más graves.
¡Oh! cómo son más seguras las tentaciones
bajo aspecto de culpa, que aquellas bajo aspecto de bien, así es más seguro
tratar con personas perversas, que con personas buenas pero fingidas, ¿cuánto
veneno no esconden, cuantas almas no envenenan?
Si no fuera por los fingimientos y todos se
hicieran conocer por lo que son, se quitarían las raíces del mal de la faz de
la tierra, y todos quedarían desengañados”.
Jesús ante Pilatos.
Qué cosa es la verdad.
Encontrándome en mi habitual estado, estaba
siguiendo las horas de la Pasión de mi dulce Jesús, especialmente cuando fue
presentado a Pilatos, el cual le preguntó cuál era su reino, y mi siempre
amable Jesús me ha dicho:
“Hija mía, fue la primera vez en mi Vida
terrena que tuve que tratar con un gobernante gentil, el cuál me preguntó cuál
era mi reino, y Yo le respondí que mi reino no es de este mundo, que si de este
mundo fuera, millones de legiones de ángeles me defenderían.
Con esto abría a los gentiles mi reino y les
comunicaba mi celestial doctrina, tanto que Pilatos me preguntó: ‘
¿Cómo, Tú eres rey?’
Y Yo inmediatamente le respondí:
‘Rey soy Yo, y he venido al mundo a enseñar
la verdad.’
Con esto Yo quería abrirme camino en su mente para
hacerme conocer, y él, sintiéndose como golpeado me preguntó:
‘¿Qué cosa es la verdad?’
Pero no esperó mi respuesta, no tuve el bien de
hacerme comprender, le habría dicho:
‘La verdad soy Yo, todo en Mí es verdad; verdad es
mi paciencia en medio de tantos insultos; verdad es mi mirada dulce entre
tantas burlas, calumnias, desprecios; verdad son mis modos afables, atrayentes,
en medio de tantos enemigos, que mientras ellos me odian Yo los amo, y
mientras quieren darme la muerte Yo quiero abrazarlos y darles la vida;
verdad son mis palabras dignas y llenas de sabiduría celestial; todo en Mí es verdad”.
La verdad es más que sol majestuoso, que por cuanto
se quiera pisotear, surge más bello, más luminoso y hace avergonzar a los
mismos enemigos, haciéndolos caer por tierra, a sus pies.
Pilatos me preguntó con ánimo sincero, y Yo le
respondí inmediatamente, en cambio Herodes me preguntó con maldad y por
curiosidad, y Yo no le respondí, así que a quien quiere saber las cosas santas
con sinceridad, Yo me revelo más allá de lo que se quiere; en cambio, a quien
quiere saberlas con maldad y para curiosear, Yo me le escondo, y mientras éstos
quieren hacer burla de Mí, Yo los confundo y me burlo de ellos.
Pero como mi persona llevaba consigo la
verdad, también ante Herodes hizo su oficio, mi silencio ante sus tempestuosas
preguntas, mi mirada modesta, el aspecto todo lleno de dulzura, de dignidad, de
nobleza de mi misma persona, eran todas verdades, y verdades operantes”.
Efectos de la palabra y mirada de Jesús.
Jesús reprende a Luisa por querer dejar ocultas
estas verdades.
Estaba pensando en mi dulce Jesús cuando fue
presentado a Herodes, y decía entre mí:
“Cómo es posible que Jesús, tan bueno, no se haya
dignado decirle una palabra, ni dirigirle una mirada.
¿Quién sabe y a lo mejor aquel pérfido
corazón, ante la potencia de la mirada de Jesús se hubiera convertido?”
Y Jesús haciéndose ver me ha dicho:
“Hija mía, era tanta su perversidad e
indisposición de ánimo, que no mereció que lo mirara y le dijera una palabra, y
si lo hubiera hecho él se habría hecho más culpable, porque cada palabra mía o
mirada son vínculos de más que se forman entre Yo y la criatura.
Cada palabra es una unión mayor, un mayor
estrechamiento; y en cuanto el alma se siente mirada, la gracia comienza su
trabajo.
Si la mirada o la palabra ha sido dulce, benigna,
el alma dice:
‘Cómo era bella, penetrante, suave, melodiosa,
¿cómo no amarlo?’
O bien si ha sido una mirada o palabra majestuosa,
fulgurante de luz, dice:
‘Qué majestad, qué grandeza, qué luz tan
penetrante, cómo me siento pequeña, cómo soy miserable, cuántas tinieblas en mí
ante esa luz tan fulgurante’.
Si te quisiera decir la potencia, la gracia, el
bien que lleva mi palabra o mirada, cuántos libros te haría escribir”.
Jesús presentado por los judíos a Pilatos. Dónde
está y cuál es el verdadero reino.
Estaba acompañando a mi penante Jesús en las horas
de su amarguísima Pasión, especialmente cuando fue presentado y acusado por los
judíos ante Pilatos, y Pilatos, no contento con las simples acusaciones que le
hacían, volvía a los interrogatorios para encontrar, o causa suficiente para
condenarlo o para liberarlo.
Y Jesús, hablándome en mi interior me ha
dicho:
"Hija mía, todo en mi Vida es misterio
profundo y enseñanzas sublimes, en las cuales el hombre debe mirarse como en un
espejo para imitarme.
Tú debes saber que era tanta la soberbia de los
judíos, especialmente por la fingida santidad que profesaban, por la que eran
tenidos por hombres rectos y concienzudos, que creían que sólo con presentarme
ellos y decir que me habían encontrado culpable y reo de muerte, Pilatos debía
creerles y sin interrogarlos debía condenarme, mucho más porque estaban
tratando con un juez gentil que no tenía ni conocimiento de Dios ni
conciencia.
Pero Dios dispuso diversamente para confundirlos y
para enseñar a los superiores que por mucho que parezcan buenas y santas las
personas que acusan a un pobre reo, no les crean fácilmente, sino que las
interroguen cuidadosamente para ver si están en la verdad, o bien, ver si bajo
aquel vestido de bondad hay algunos celos, rencores, o es para obtener de los
superiores, haciéndose camino en sus corazones, algún puesto o dignidad que
ambicionan.
El escrutinio hace conocer a las personas, las
confunde y se muestra que no se tiene confianza en ellas, y al no verse
apreciadas se quitan el pensamiento de ambicionar puestos o de acusar a
otros.
Cuánto mal hacen aquellos superiores cuando a ojos
cerrados, fiándose de una fingida bondad, no de una virtud probada, los ponen
en un puesto, o dan oídos a quien acusa a otro de alguna falta.
Cuánto no quedaron humillados los judíos al no ser
creídos fácilmente por Pilatos y al sufrir tantos interrogatorios, y si cedió
en condenarme no fue porque les creyera, sino forzado y para no perder su
puesto; esto los confundió, de modo que quedó como marca sobre su frente una
extrema confusión y una humillación profunda, mucho más que descubrían más
rectitud y más conciencia en un juez gentil que en ellos.
Cuán necesario y justo es el escrutinio, arroja
luz, produce calma en los verdaderos buenos y confusión en los malos.
Y cuando queriendo examinarme Pilatos me
preguntó:
‘¿Tú eres rey? Y ¿dónde está tu reino?’
Yo quise dar otra sublime lección con decir:
‘Yo soy rey’. Y quería decir:
‘¿Pero sabes tú cuál es mi reino?
Mi reino son mis dolores, mi sangre, mis virtudes;
éste es el verdadero reino, que no fuera de Mí, sino dentro de Mí poseo, lo que
se posee por afuera no es verdadero reino ni seguro dominio, porque lo que
no está dentro del hombre le puede ser quitado, usurpado y será obligado a
dejarlo; en cambio lo que está dentro nadie se lo podrá quitar, el dominio será
eterno dentro de él.
Las características de mi reino son mis llagas, las
espinas, la cruz, donde no hago como los demás reyes, que hacen vivir a sus
pueblos fuera de ellos, en la inseguridad y tal vez en ayunas; Yo no, Yo llamo
a mis pueblos a habitar en las estancias de mis llagas, fortificados y
defendidos por mis dolores, quitada su sed por mi sangre, alimentados por mi
carne, y sólo esto es el verdadero reinar, todos los demás reinos son reinos de
esclavitud, de peligros y de muerte; en mi reino está la verdadera vida.
Cuántas enseñanzas sublimes, cuántos misterios
profundos en mis palabras, cada alma debería decirse a sí misma en las penas y
dolores, en las humillaciones y abandonos de todos, al practicar las verdaderas
virtudes:
‘Este es mi reino, no sujeto a perecer, nadie me lo
puede quitar ni tocar, es más, mi reino es eterno y divino, semejante al de mi
dulce Jesús, mis dolores y penas me lo certifican y me vuelven el reino más
fortificado y aguerrido, tanto, que ninguno podrá hacerme guerra en vista de mi
gran fortaleza’.
Este es reino de paz, que deberían ambicionar todos
mis hijos".
Jesús todo lo obró y lo sufrió en su Voluntad.
Estaba pensando en la Pasión de mi dulce
Jesús y sentía sus penas junto a mí, como si ahora las estuviera Él sufriendo,
y mirándome me ha dicho:
“Hija mía, Yo sufrí todo en mi Voluntad, y a
medida que sufría mis penas abrían tantos caminos en mi Voluntad para llegar a
cada criatura.
Si no hubiera sufrido en mi Voluntad, que
envuelve todo, mis penas no habrían llegado hasta ti, ni hasta todos y cada
uno, habrían quedado con mi Humanidad; es más, con haberlas sufrido en mi
Voluntad no sólo abrían tantos caminos para ir a todas las criaturas, sino que
abrían también tantos otros para hacerlas entrar a ellas hasta Mí, y unirse con
esas penas y darme cada una de las penas que con sus ofensas me debían dar en
todo el curso de los siglos, y mientras Yo estaba bajo la tempestad de los
golpes, mi Voluntad me traía a cada una de las criaturas a golpearme, así que
no fueron sólo aquellos los que me flagelaron, sino las criaturas de todos los
tiempos, que habrían con sus ofensas concurrido a la bárbara flagelación, y así
en todas las demás penas mi Voluntad me traía a todos, ninguno faltaba a la
llamada, todos me estaban presentes, ninguno faltó, por eso mis penas fueron
¡oh, cuánto más duras, más múltiples que las que se vieron!
Entonces si quieres que
los ofrecimientos de mis penas, tu compasión y
reparación, tus pequeñas penas, no sólo lleguen hasta Mí, sino que hagan
los mismos caminos de las mías, haz que todo entre en mi Querer, y todas las
generaciones recibirán los efectos.
Y no sólo mis penas, sino también mis palabras,
porque dichas en mi Voluntad llegaban a todos, como por ejemplo cuando Pilatos
me preguntó si Yo era rey y Yo le respondí:
‘Mi reino no es de este mundo, si de este mundo
fuera, millones de legiones de ángeles me defenderían’.
Y Pilatos al verme tan pobre, humillado,
despreciado, se asombró y dijo más marcado:
¡Cómo! ¿Tú eres rey?’
Y Yo con firmeza le respondí a él y a todos los que
se encuentran en algún puesto:
‘Rey soy Yo, y he venido al mundo a enseñar la
verdad, y la verdad es que no son los puestos, los reinos, las dignidades, el
derecho de mando lo que hace reinar al hombre, lo que lo ennoblece, lo que lo
eleva sobre todos; es más, éstas cosas son esclavitudes, miserias, que lo hacen
servir a viles pasiones, a hombres injustos, cometiendo también él tantos actos
de injusticia que lo desnoblecen, lo arrojan en el fango y le atraen el odio de
sus dependientes, así que las riquezas son esclavitudes, los puestos son
espadas con las que muchos quedan muertos o heridos; el verdadero reinar es la
virtud, el despojamiento de todo, el sacrificarse por todos, el someterse a
todos, y esto es el verdadero reinar que vincula a todos y se hace amar por
todos, por eso mi reino no tendrá jamás fin, y el tuyo está próximo a
perecer’.
Y estas palabras en mi Voluntad las hacía llegar a
los oídos de todos aquellos que se encuentran en puestos de autoridad, para
hacerles conocer el gran peligro en el que se encuentran, y para poner en
guardia a quienes aspiran a los puestos, a las dignidades, al mando”.
Como quien oye la verdad y no la quiere llevar a
cabo queda quemado.
Después de esto estaba siguiendo a mi
apasionado Jesús en la Pasión, y habiendo llegado al punto cuando Herodes lo
acosaba a preguntas y Él callaba, pensaba entre mí:
“Si Jesús hubiese hablado tal vez aquél se hubiera
convertido”.
Y Jesús moviéndose en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, Herodes no me preguntó para
conocer la verdad sino para curiosear y burlarse de Mí, y si Yo hubiese
respondido habría hecho burla de él, porque cuando falta la voluntad de conocer
la verdad y de llevarla a cabo, falta el humor en el alma para recibir el calor
que lleva consigo la luz de mis verdades; este calor no encontrando la humedad
para hacer germinar y fecundar la verdad, quema de más y hace secar el bien que
puede producir.
Sucede como al sol, que cuando no encuentra la
humedad en las plantas, su calor sirve para secar y quemar la vida de las
plantas, pero si encuentra humedad hace prodigios, por eso la verdad es bella,
es amable, es la restauradora y fecundadora de las almas, con su calor y luz
forma prodigios de desarrollo, de gracias y de santidad, pero esto para quien
ama conocerla para hacerla; pero para quien no ama hacerla, la verdad se burla
de ellos en vez de quedar burlada”.
DECIMOSEXTA HORA De las 8 a las 9 de la mañana.
Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a
Barrabás.
Jesús es flagelado.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue
entre ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién eres Tú,
sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en delirio y digo:
¿cómo, Jesús loco?
¿Jesús malhechor?
¡Y ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a
Barrabás!
Mi Jesús, santidad que no tiene igual, ya estás de
nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido de loco,
y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado, queda más indignado contra
los judíos y se convence mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero
queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para aplacar el odio, el
furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con
Barrabás, pero los judíos gritan:
«¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!» (Jn
18, 40)
Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para
calmarlos te condena a la flagelación.
Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver
que mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti
mismo piensas en dar a todos la vida, y poniendo atención te escucho
decir:
«Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto
te repara la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta vestidura
blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre
vestidura de la culpa.
Mira oh Padre, el odio, el furor, la rabia que
tienen contra Mí, que casi les hace perder la luz de la razón, la sed que
tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas, las
iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón.
Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto
mayor?
Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo
quiero repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el mundo está
lleno de posposiciones!
Quién nos pospone a un vil interés, quién a los
honores, quién a las vanidades, quién a los placeres, a los apegos, a las
dignidades, a las crápulas y hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las
criaturas, aun a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a
aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las posposiciones de las
criaturas.”
Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión
al ver tu gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus virtudes en
medio de tantas penas e insultos.
Tus palabras y reparaciones, como tantas heridas se
repercuten en mi pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus
reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera
muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían.
Pero, ¿qué veo?
Los soldados te conducen a una columna para
flagelarte.
Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor mírame
y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.
Jesús Flagelado.
Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los
soldados enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente, te
despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo
cuerpo.
Amor mío, vida mía, me siento desfallecer por el
dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se
tiñe de virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento, que no
sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de la columna, pero los
soldados sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te dejan
caer.
Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero
tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota
sangre.
Después, en torno a la columna pasan sogas que
sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes hacer
ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse sobre de Ti
libremente.
Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de
otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto.
¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al
sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de
plumas, Tú, ¿desnudo?
¡Qué atrevimiento!
Pero mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus
ojos me dice:
«Calla, oh hija.
Era necesario que fuese desnudado para reparar por
tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan
de todo bien y virtud, de mi gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a
modo de brutos.
En mi virginal rubor reparé las tantas
deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales.
Por eso atenta a lo que hago y ruega y repara
conmigo y cálmate».
Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en
exceso, veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad,
tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la ferocidad y el
furor al golpearte, que están ya cansados, pero otros dos los sustituyen y
tomando varas espinosas te azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo
comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo, abriendo
surcos y lo llenan de llagas.
Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con
cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería.
A los primeros golpes esas carnes llagadas se
desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la
sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.
Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás
bajo esta tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar parte en
tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima sangre, pero cada golpe
que Tú recibes es una herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención
oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes
ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices:
«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender
el heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de sus
pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta
sensualidad; en ésta mi sangre encontrarán el remedio a todos sus males». Tus gemidos continúan
diciendo:
«Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes,
todo llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi cuerpo para dar
suficientes moradas en el Cielo de mi Humanidad a todas las almas, en modo de
formar en Mí mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la
Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a uno
cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea excusa para aquellos que
los cometen. Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les
hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí».
Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si
bien con sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún
más.
Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento
enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos están agotados y no
pueden continuar la dolorosa carnicería.
Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en
tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir
por el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas,
y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia sangre.
Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para
restaurarte un poco con mi amor.
Te beso, y con mi beso encierro a todas las almas
en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.
Reflexiones de la Decimosexta Hora (8 AM) 14-2 Febrero 9, 1922.
El cuerpo desgarrado de Jesús es el verdadero
retrato del hombre que comete pecado.
Jesús en la flagelación se hizo arrancar a pedazos
la carne, se redujo todo a una llaga para dar nuevamente la vida al
hombre.
Encontrándome en mi habitual estado, estaba
siguiendo las horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba en el
misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo descarnado, su cuerpo
desnudo no sólo de sus vestiduras, sino también de su carne; sus huesos se
podían numerar uno por uno; su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al
verse, tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez.
Yo me sentía muda ante esta escena tan
desgarradora, habría querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero
no sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y Jesús, todo
bondad me ha dicho:
“Querida hija mía, mírame bien para que
conozcas a fondo mis penas.
Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que
comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi gracia, y Yo para
dársela nuevamente me hice despojar de mis vestidos; el pecado lo deforma, y
mientras es la más bella criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea
y da asco y horror.
Yo era el más bello de los hombres, y para darle de
nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad tomó la forma más fea;
mírame cómo estoy horrible, me hice quitar la piel por los azotes y quedé
irreconocible.
El pecado no sólo quita la belleza, sino que forma
llagas profundas, putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas,
consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre hace en estado de
pecado son obras muertas, esqueléticas, el pecado le arranca la nobleza de su
origen, la luz de su razón y se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad
de sus llagas me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una sola
llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los humores vitales en su
alma, para darle nuevamente la vida. ¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la
vida de mi Divinidad, Yo habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque
a cada pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me restituía la vida.
Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos están siempre en
acto de dar vida al hombre, pero el hombre rechaza mi sangre para no recibir la
vida, pisotea mis carnes para quedar llagado, ¡oh! cómo siento el
peso de la ingratitud”.
Y arrojándose en mis brazos ha roto en
llanto.
Yo me lo he estrechado a mi corazón, pero Él
lloraba fuertemente, ¡qué desgarro ver llorar a Jesús!
Habría querido sufrir cualquier pena para
no hacerlo llorar.
Entonces lo he compadecido, le he besado sus
llagas, le he secado las lágrimas, y Él como reconfortado ha agregado:
“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama
mucho a su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo ama
hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca las piernas, se quita
la piel y se lo da todo al hijo y dice:
‘Estoy más contento con quedar ciego, cojo,
deforme, con tal que te vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar,
que eres bello”.
¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a su
hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto con su
belleza!
¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que su
hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se contenta con
permanecer feo como está?
Así soy Yo, en todo he pensado, pero ellos,
ingratos, forman mi más acerbo dolor”.
Abril 1, 1922 El momento más humillante de
la Pasión de Jesús fue el ser vestido y tratado como loco.
Cada pena que sufrió Jesús, no era otra cosa que el
eco de las penas que merecían las criaturas.
Después he seguido las horas de la Pasión, y seguía
a mi dulce Jesús en el momento en que fue vestido y tratado como loco; mi mente
se perdía en este misterio, y Jesús me ha dicho:
“Hija mía, el paso más humillante de mi
Pasión fue propiamente éste, el ser vestido y tratado como loco, llegué a ser el
juguete de los judíos, su harapo; humillación más grande no podría tener mi
infinita sabiduría; no obstante era necesario que Yo, Hijo de Dios, sufriera
esta pena.
El hombre pecando se vuelve loco; locura más grande
no puede darse, y de rey cual es, se convierte en esclavo y juguete de
vilísimas pasiones que lo tiranizan, y más que a un loco lo encadenan a su
antojo, arrojándolo en el fango y cubriéndolo con las cosas más sucias.
¡Oh! qué gran locura es el pecado, en este estado
el hombre jamás podía ser admitido ante la Majestad Suprema, por eso quise
sufrir esta pena tan humillante, para conseguirle al hombre que saliera de este
estado de locura, ofreciéndome Yo a mi Padre Celestial para sufrir las penas
que merecía su locura.
Cada pena que sufrí en mi Pasión no era otra cosa
que el eco de las penas que merecían las criaturas; este eco retumbaba en Mí y
me sometía a penas, a desprecios, a burlas y a todos los tormentos”.
En la flagelación, Jesús quiso ser desnudado para
dar de nuevo a la criatura las vestiduras reales de la Divina Voluntad.
Estaba acompañando a mi Jesús en el misterio de la
flagelación, compadeciéndolo cuando se vio tan confundido en medio de los
enemigos, despojado de sus vestidos, bajo una tempestad de golpes, y mi amable
Jesús saliendo de mi interior en el estado en el que se encontraba cuando fue
flagelado me ha dicho:
“Hija mía, ¿quieres saber la causa por la que
fui desnudado cuando fui flagelado?
En cada misterio de mi Pasión primero me ocupaba de
consolidar la rotura entre la voluntad humana y la Divina, y después de las
ofensas que esta rotura produjo.
Cuando el hombre en el edén rompió los vínculos
de la unión entre la Voluntad Suprema y la suya, se despojó de las vestiduras
reales de mi Voluntad y se vistió con los miserables harapos de la suya, débil,
inconstante, impotente para hacer algo de bien.
Mi Voluntad le era un dulce encanto que lo tenía
absorbido en una luz purísima que no le hacía conocer otra cosa que a su Dios,
del cual había salido, quien no le daba otra cosa que felicidad sin medida, y
estaba tan absorbido por lo mucho que le daba su Dios, que no se daba ningún
pensamiento de sí mismo.
¡Oh! cómo era feliz el hombre y cómo la Divinidad
se deleitaba en darle tantas partículas de su Ser por cuanto la criatura puede
recibir, para hacerlo semejante a Él.
Ahora, en cuanto rompió la unión de nuestra
Voluntad con la suya, perdió la vestidura real, perdió el encanto, la luz, la
felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi Voluntad y viéndose sin el
encanto que lo tenía absorto, se conoció, tuvo vergüenza, tuvo miedo de Dios,
tanto que su misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío y la
desnudez y sintió la viva necesidad de cubrirse; y así como nuestra Voluntad lo
tenía en el puerto de felicidades inmensas, así la suya lo puso en el puerto de
las miserias.
Nuestra Voluntad era todo para el hombre, y en Ella
encontraba todo, era justo que habiendo salido de Nosotros y viviendo como un
tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera de lo nuestro, y este Querer
debiera sustituirse a todo lo que él necesitaba; por lo tanto, como quiso vivir
de su querer, tuvo necesidad de todo, porque el querer humano no tiene el poder
de sustituirse a todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien, por
eso fue obligado a procurarse con cansancio las cosas necesarias a la
vida.
¿Ves entonces qué significa no estar unido con mi
Voluntad?
¡Oh! si todos la conocieran, sólo tendrían un
solo suspiro:
‘Que mi Querer venga a reinar sobre la
tierra’.
Así que, si Adán no se hubiera sustraído de la
Voluntad Divina, aun su naturaleza no habría tenido necesidad de vestidos, no
habría sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a sufrir el
frío, el calor, el hambre, la debilidad, pero estas cosas naturales eran
casi nada, eran más bien símbolos del gran bien que había perdido su
alma.
Por eso hija mía, antes de ser atado a la columna
para ser flagelado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la desnudez del
hombre cuando se desnudó del vestido real de mi Voluntad.
Sentí en Mí tal confusión y pena al verme así
desnudo en medio de los enemigos que se burlaban de Mí, que lloré por la
desnudez del hombre y ofrecí a mi Celestial Padre mi desnudez, para hacer que
el hombre fuera revestido de nuevo con el vestido real de mi Voluntad, y como
pago, para que esto no me fuera negado, ofrecí mi sangre, mis carnes arrancadas
a pedazos, me hice desnudar no sólo de los vestidos, sino también de mi piel
para poder pagar el precio y satisfacer el delito de esta desnudez del hombre;
derramé tanta sangre en este misterio, que en ningún otro derramé tanta, que
bastaba para cubrir al hombre como con un segundo vestido, y vestido de sangre
para cubrirlo de nuevo, y así calentarlo y lavarlo para disponerlo a recibir la
vestidura real de mi Voluntad”.
Yo al oír esto, sorprendida he dicho:
“Mi amado Jesús, ¿cómo puede ser posible que el
hombre con sustraerse de tu Voluntad tuvo necesidad de vestirse, tuvo
vergüenza, miedo?
Sin embargo, Tú hiciste siempre la Voluntad del
Padre Celestial, eras una sola cosa con Él; tu Mamá no conoció jamás su querer,
sin embargo, tuvisteis necesidad de vestidos, de alimento y sentisteis el frío
y el calor”.
Y Jesús ha agregado:
“Sin embargo hija mía es precisamente
así.
Si el hombre sintió vergüenza de su desnudez y
quedó sujeto a tantas miserias naturales, fue precisamente porque perdió el
dulce encanto de mi Voluntad, y si bien el mal lo hizo el alma, no el cuerpo,
pero indirectamente fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la naturaleza
quedó como profanada por el mal querer del hombre, por lo tanto, la una y el
otro debían sentir la pena del mal hecho.
Respecto a Mí, es verdad que hice siempre la
Voluntad Suprema, pero Yo no vine a encontrar al hombre inocente, al hombre
antes de que pecara, sino que vine a encontrar al hombre pecador y con todas
sus miserias, y debí fraternizarme con él, tomar sobre de Mí todos sus males y
sujetarme a las necesidades de la vida, como si fuera uno de ellos; pero en Mí
había este prodigio, que si lo quería de nada tenía necesidad, ni de vestidos,
ni de alimento, ni de nada.
Pero no quise servirme de él por amor al hombre,
quise sacrificarme en todo, aun en las cosas más inocentes creadas por Mí
mismo, para atestiguarle mi ardiente amor, es más, esto servía para impetrar de
mi Divino Padre que, por consideración mía y de mi voluntad toda sacrificada a
Él, restituyera al hombre la noble vestidura real de nuestra Voluntad”.
Quien se da a Dios pierde sus derechos.
La sangre de Jesús es defensa de las criaturas ante
los derechos de la Divina Justicia.
Me sentía muy oprimida por la privación de mi
adorable Jesús.
¡Oh, cómo me sangra el corazón y me siento
sometida a sufrir muertes continuas!
Sentía que no podía más sin Él, y que más duro no
podía ser mi martirio, y mientras trataba de seguir a mi Jesús en los
diferentes misterios de su Pasión, he llegado a acompañarlo en el misterio de
su dolorosa flagelación.
Mientras estaba en esto se ha movido en mi interior
llenándome toda de su adorable Persona; yo al verlo le quería decir mi duro
estado, pero Jesús imponiéndome silencio me ha dicho:
“Hija mía, recemos juntos; hay ciertos
tiempos tan tristes en los cuales mi justicia, no pudiendo contenerse por los
males de las criaturas quisiera inundar la tierra de nuevos flagelos, y por eso
es necesaria la oración en mi Voluntad, la que extendiéndose sobre todos se
pone en defensa de las criaturas, y con su potencia impide que mi justicia se
acerque a la criatura para golpearla”.
¡Cómo era bello y conmovedor oír rezar a Jesús!
Y como lo estaba acompañando en el doloroso
misterio de la flagelación, se hacía ver chorreando sangre, y oía que
decía:
“Padre mío, te ofrezco esta mi sangre, ¡ah! haz que
esta sangre cubra todas las inteligencias de las criaturas y haga vanos todos
sus malos pensamientos, disminuya el fuego de sus pasiones y haga resurgir
inteligencias santas.
Esta sangre cubra sus ojos y haga velo a su vista,
a fin de que no le entre el gusto de los placeres malos, y no se ensucien con
el fango de la tierra.
Esta sangre mía cubra y llene su boca y deje
muertos sus labios a las blasfemias, a las imprecaciones, a todas sus malas
palabras.
Padre mío, esta mi sangre cubra sus manos y le dé
terror de tantas acciones infames.
Esta sangre circule en nuestra Voluntad
Eterna para cubrir a todos, para defender y para ser arma defensora en favor de
las criaturas ante los derechos de nuestra justicia”.
¿Pero quién puede decir el modo como rezaba Jesús y
todo lo que decía?
Después ha hecho silencio y me sentía en mi
interior que Jesús tomaba en sus manos mi pequeña y pobre alma, la estrechaba,
la retocaba, la miraba, y yo le he dicho:
“Amor mío, ¿qué haces? ¿Hay alguna cosa en mí que
te desagrada?”
Y Él:
“Estoy trabajando y ensanchando tu alma en mi
Voluntad.
Además, no debo darte cuentas a ti de lo que hago,
porque habiéndote dado tú toda a Mí, has perdido tus derechos, ahora todos los
derechos son míos.
¿Sabes cuál es tu único derecho?
Que mi Voluntad sea tuya y te suministre todo
lo que puede hacerte feliz en el tiempo y en la eternidad”.
DECIMOSÉPTIMA HORA De las 9 a las 10 de la mañana.
Jesús coronado de espinas.
“Ecce Homo.”
Jesús es condenado a muerte.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más
comprendo cuánto sufres.
Ya estás todo lacerado y no hay parte sana en Ti;
los verdugos enfurecidos al ver que Tú en medio de tantas penas los miras con
tanto amor, que tu mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas
voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien inhumanos,
pero también forzados por tu amor, te ponen de pie, y Tú, no sosteniéndote caes
de nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con patadas y con empujones
te hacen llegar al lugar donde te coronarán de espinas.
Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada
de amor, yo no puedo continuar viéndote sufrir.
Siento ya un escalofrío en los huesos, el corazón
me late fuertemente, me siento morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame!
Y mi amable Jesús me dice:
«Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido;
sé atenta a mis enseñanzas.
Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa le ha
quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de confusión, así que no puede
comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo
derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas,
para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos los
derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre
reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y
especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a cada mente
creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto
conmigo».
Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen
sentar, te ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas y con
furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a golpes de palo te
hacen penetrar las espinas en la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a
las orejas, al cráneo y hasta detrás en la nuca.
¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan
inenarrables!
¡Cuántas muertes crueles no sufres!
La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que
no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se descubre tu
rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de amor, y los verdugos
queriendo completar la tragedia te vendan los ojos, te ponen una caña en
la mano por cetro y comienzan sus burlas.
Te saludan como rey de los judíos, te golpean la
corona, te dan bofetadas y te dicen:
«Adivina quién te ha golpeado». (Lc 22, 64)
Y Tú callas y respondes con reparar las
ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por
aquellos que encontrándose en estos puestos, no comportándose bien forman la
ruina de los pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos
son causa de empujar al mal y de que se pierdan almas.
Con esa caña que tienes en la mano reparas por
tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con malas
intenciones.
En los insultos y en esa venda reparas por
aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas, desacreditándolas y
profanándolas, y reparas por aquellos que se vendan la vista de la inteligencia
para no ver la luz de la verdad.
Con esta venda impetras para nosotros el que nos
quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres.
Mi Rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos,
y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote hasta
la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y por eso no puedo
hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza
traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus
pinchazos.
Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su
mirada de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener su
cabeza.
¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en
medio de mil tormentos!
Y Él me dice:
«Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser
constituido rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma
estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no
pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu
Rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti.
Después gira por todos los corazones, y
pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que
contienen, y constitúyeme Rey de todos».
Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por
eso te ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que sólo pueda oír
tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas para poder mirarte sólo a Ti;
que me llenes con tus espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo
lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y bendecirte en
todo.
Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas
espinas me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti.
Y ahora quiero limpiarte la sangre y besarte,
porque veo que tus enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a
muerte.
Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa vida y
bendíceme.
Jesús de nuevo ante Pilatos.
Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu
amor y traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te busco y te
encuentro nuevamente ante Pilatos.
¡Pero qué espectáculo conmovedor!
¡Los Cielos se horrorizan y el infierno tiembla de
espanto y de rabia!
Vida de mi corazón, mi mirada no puede soportar el
mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza raptora de tu amor me obliga a
mirarte para hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros
te contemplo.
Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos
te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al
descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas clavadas en tu
santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre,
que corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento bajo tus
pies.
¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado
reducido!
¡Tu estado ha llegado a los excesos más
profundos de las humillaciones y de los dolores!
¡Ah, no puedo soportar tu visión tan
dolorosa!
Me siento morir, quisiera arrebatarte de la
presencia de Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera
sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera inundar todo el mundo
para encerrar en ella a todas las almas y conducirlas a Ti como conquista de
tus penas.
Y Tú, oh paciente Jesús, a duras penas parece que
me miras por entre las espinas y me dices:
«Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu
cabeza sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque lo que ves
por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el desahogo de mis penas
interiores.
Pon atención a los latidos de mi corazón y oirás
que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los
inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para
conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper
cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la
verdad.
Con estas espinas quiero romper el espíritu
de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero
abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas según la
luz de la verdad.
Con estar así humillado ante este injusto juez,
quiero hacer comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al
hombre rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la virtud, unida
al recto saber, es la única digna y capaz de gobernar y regir a los demás,
mientras que todas las otras dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y
deplorables.
Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue
poniendo atención a mis penas».
Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente
reducido, se siente estremecer y todo impresionado exclama:
«¿Será posible tanta crueldad en los corazones
humanos?
¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los
azotes!»
Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos,
para poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y apartando la
mirada, porque no puede sostener tu visión demasiado dolorosa, vuelve a
interrogarte:
«Pero dime, ¿qué has hecho?
Tu gente te ha entregado en mis manos, dime, ¿Tú
eres rey?
¿Cuál es tu reino?»
A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi
Jesús, no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma
a costa de tantas penas.
Y Pilatos, porque no respondes, añade:
«¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte
o el condenarte?» (Jn 19, 10).
Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer
resplandecer en la mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:
«No tendrías ningún poder sobre Mí si no te
viniera de lo alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han
cometido un pecado más grave que el tuyo». (Jn 19, 11)
Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu
voz, indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo que los
corazones de los judíos fuesen más piadosos, se decide a mostrarte desde la
terraza, esperando que se muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así
poderte liberar.
Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al
verte seguir a Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible
corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas
a la muchedumbre escandalosa que, ansiosa espera tu condena.
Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención
de todos y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos extremos de
la púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta para hacer que
todos vean a qué estado has quedado reducido, y en voz alta dice:
«¡Ecce Homo!»
(“¡Aquí tienen al hombre!”)
Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen
sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente, más
bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir tanto, por eso
dejémoslo libre».
Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo
que no sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas.
Ah, en este momento solemne se decide tu suerte, a
las palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra
y en el infierno.
Y después, como en una sola voz oigo el grito
de todos:
«¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo
queremos muerto!» (Lc 23, 21).
Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito
de muerte desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de tu
amado Padre que dice:
«¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto
crucificado!»
Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada,
desolada, hace eco a tu amado Padre:
«¡Hijo, te quiero muerto!»
Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz
unánime gritan:
«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
Así que no hay alma que te quiera vivo.
Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y horror,
también yo me siento obligada por una fuerza suprema a gritar:
«¡Crucifícalo!»
Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma
pecadora, te quiero muerto.
Sin embargo, te ruego que me hagas morir junto
contigo.
Y Tú, mientras tanto, oh mi destrozado Jesús,
movido por mi dolor parece que me dices:
«Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en
mis penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe decidir, o mi
muerte, o la muerte de todas las criaturas.
En este momento dos corrientes se vierten en mi
corazón, en una están las almas que, si me quieren muerto es porque quieren
hallar en Mí la vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son absueltas de
la condenación eterna y las puertas del Cielo se abren para recibirlas;
en la otra corriente están aquellas que me quieren
muerto por odio y como confirmación de su condenación y mi corazón está
lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus mismas penas del
infierno.
Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento
la muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo:
«¿Por qué tanta sangre será derramada en
vano?
¿Por qué mis penas serán inútiles para
tantos?
¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte en
mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para salvar las almas y para
mitigarme penas tan desgarradoras!»
Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago
eco a tus reparaciones.
Pero veo que Pilatos queda atónito y se apresura a
decir:
«¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro Rey?
Yo no encuentro culpa en Él para condenarlo». (Jn
19, 6).
Y los judíos haciendo escándalo gritan:
«No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no
lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo,
crucifícalo». (Jn 19, 15).
Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor
a ser destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las manos dice:
«Yo soy inocente de la sangre de este
Justo». (Mt 27, 24).
Y te condena a muerte.
Pero los judíos gritan:
«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros
hijos!» (Mt 27, 25).
Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden,
silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que encontrándose
en el poder, por vano temor y por no perder su puesto rompen las leyes más
sagradas, no importándoles la ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los
impíos y condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que
después de la culpa instigan a la Ira divina a castigarlos.
Pero mientras reparas todo esto, el corazón
te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la maldición
del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han querido, sellándola con tu
sangre que han imprecado.
Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga
entre mis manos haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te
empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la cruz.
Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate
en mis brazos, y después llegaremos juntos al monte calvario; por eso permanece
en mí y bendíceme. + + +
Reflexiones de la Decimoséptima Hora (9
AM)
CUARTA MEDITACIÓN NOVENA DE NAVIDAD
“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor
obrante.
Cada alma concebida me llevó el fardo de sus
pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de
cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una, las
satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre.
Así que mi Pasión fue concebida junto
Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá.
Oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira
bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que
ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no
puedo moverme para secarlas.
Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de
tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer, estas
espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las
mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que
produce la tierra.
Marzo 6, 1903 Jesús la lleva a ver el
mundo y dice
“Ecce homo”.
Después de haber esperado mucho, el bendito Jesús
se hacía ver dentro de mi interior, diciéndome:
“¿Quieres que vayamos a ver si las criaturas me
quieren?”
Y yo:
“Seguro que te querrán; siendo Tú el Ser más
amable,
¿quién tendrá la osadía de no
quererte?”
Y Él:
“Vayamos y después verás lo que harán”.
Nos hemos ido, y cuando llegamos a un punto donde
había mucha gente, ha sacado su cabeza de dentro de mi interior y ha
dicho aquellas palabras que dijo Pilatos cuando lo mostró al pueblo:
“Ecce Homo”.
Y comprendía que aquellas palabras
significaban si querían que el Señor reinase como su Rey, y tuviese el dominio
en sus corazones, en las mentes, y obras; y aquellos respondieron:
“Quítenlo, no lo queremos, más bien crucifíquenlo,
a fin de que sea destruida toda memoria suya”.
¡Oh, cuántas veces se repiten estas escenas!
Entonces el Señor ha dicho a todos:
“Ecce Homo”.
Al decir esto sucedió un murmullo, una confusión,
quién decía:
“No lo quiero por Rey mío, quiero la riqueza, otro
el placer, otro el honor, quién las dignidades y quién tantas otras cosas
más.
Con horror yo escuchaba estas voces y el Señor me
ha dicho:
“Has comprendido como nadie me quiere, sin embargo
esto es nada, dirijámonos a la clase religiosa y veamos si me quieren”.
Entonces me he encontrado en medio de sacerdotes,
obispos, religiosas, consagrados; y Jesús con voz sonora ha repetido:
“Ecce Homo”.
Y aquellos decían:
“Lo queremos, pero queremos también nuestra
conveniencia”. Otros: “Lo queremos, pero junto con el interés”.
Respondían otros:
“Lo queremos, pero unido a la estima, al honor,
¿qué hace un religioso sin estima?”
Replicaban otros:
“Lo queremos, pero unido a alguna satisfacción de
criatura, ¿cómo se puede vivir solo y sin que nadie nos satisfaga?”
Y algunos llegaban a querer al menos la
satisfacción en el sacramento de la confesión.
Pero solo, solo, casi ninguno lo quería, no
faltando también que alguno no se ocupara de hecho de Jesucristo.
Entonces todo afligido me ha dicho:
“Hija mía, retirémonos, has visto cómo
ninguno me quiere, o a lo más me quieren unido con alguna cosa que a ellos les
agrada, Yo no me contento con esto, porque el verdadero reinar es cuando se
reina solo”.
Mientras esto decía me he encontrado en mí misma.
Significado de la coronación de espinas.
Esta mañana veía a mi adorable Jesús en mi interior
coronado de espinas, y viéndolo en aquel modo le he dicho:
“Dulce Señor mío, ¿por qué vuestra cabeza envidió a
vuestro flagelado cuerpo que había sufrido tanto y tanta sangre había
derramado, y no queriendo la cabeza quedarse atrás del cuerpo, honrado con el
adorno del sufrir, instigaste Tú mismo a los enemigos a coronarte con una
corona de espinas tan dolorosa y tormentosa?”.
Y Jesús: “Hija mía, muchos significados
tiene esta coronación de espinas, y por cuanto dijera queda siempre mucho por
decir, porque es casi incomprensible a la mente creada el por qué mi cabeza
quiso ser honrada con tener su porción distinta y especial, no general, de
un sufrimiento y esparcimiento de sangre, haciendo casi competencia con el
cuerpo, el por qué fue que siendo la cabeza la que une todo el cuerpo y toda el
alma, de modo que el cuerpo sin la cabeza es nada tanto que se puede vivir sin
los otros miembros, pero sin la cabeza es imposible, siendo la parte esencial
de todo el hombre, tan es verdad, que si el cuerpo peca o hace el bien, es la
cabeza la que dirige, no siendo el cuerpo otra cosa que un instrumento,
entonces, debiendo mi cabeza restituir el régimen y el dominio, y merecer que
en las mentes humanas entraran nuevos cielos de gracias, nuevos mundos de
verdad, y destruir los nuevos infiernos de pecados, por los que llegarían hasta
hacerse viles esclavos de viles pasiones, y queriendo coronar a toda la familia
humana de gloria, de honor y de decoro, por eso quise coronar y honrar en
primer lugar mi Humanidad, si bien con una corona de espinas dolorosísima,
símbolo de la corona inmortal que restituía a las criaturas, quitada por el
pecado.
Además de esto, la corona de espinas significa que
no hay gloria y honor sin espinas, que no puede haber jamás dominio de
pasiones, adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta dentro de la
carne y el espíritu, y que el verdadero reinar está en el donarse a sí mismo,
con las pinchaduras de la mortificación y del sacrificio; además estas espinas
significaban que verdadero y único Rey soy Yo, y sólo quien me constituye Rey
del propio corazón, goza de paz y felicidad, y Yo la constituyo reina de mi
propio reino.
Además, todos aquellos ríos de sangre que brotaban
de mi cabeza eran tantos riachuelos que ataban la inteligencia humana al
conocimiento de mi supremacía sobre ellos”.
¿Pero quién puede decir todo lo que oigo en mi
interior?
No tengo palabras para expresarlo; más bien lo poco
que he dicho me parece haberlo dicho incoherente, y así creo que debe ser al
hablar de las cosas de Dios, por cuan alto y sublime uno pueda hablar, siendo
Él increado y nosotros creados, no se puede decir de Dios mas que
balbuceos.
Abril 24, 1915 Cómo lo que sufrió Jesús en
la corona espinas es incomprensible a mente creada.
Mucho más dolorosos que aquellas espinas se
clavaban en su mente todos los malos pensamientos de las criaturas.
Encontrándome en mi habitual estado, estaba
pensando cuánto sufrió el bendito Jesús al ser coronado de espinas, y Jesús
haciéndose ver me ha dicho:
“Hija mía, los dolores que sufrí son
incomprensibles a mente creada; pero mucho más dolorosos que aquellas espinas
se clavaban en mi mente todos los pensamientos malos de las
criaturas, de modo que de todos estos pensamientos de las criaturas ninguno se
me escapaba, todos los sentía en Mí, así que no sólo sentía las espinas, sino
también el horror de las culpas que aquellas espinas clavaban en Mí”.
Entonces, traté de ver al amable Jesús, y veía su
santísima cabeza circundada como por una corona de espinas que le salían de
dentro.
Todos los pensamientos de las criaturas
estaban en Jesús, y de Jesús pasaban a ellas y de ellas a Jesús y en Él
quedaban como concatenados juntos.
¡Oh, cómo sufría Jesús! Después ha agregado: “Hija
mía, sólo las almas que viven en mi Voluntad pueden darme verdaderas
reparaciones y endulzarme espinas tan punzantes, porque viviendo en mi
Voluntad, mi Voluntad se encuentra en todas partes, y ellas encontrándose en Mí
y en todos, descienden en las criaturas y suben a Mí y me traen todas las
reparaciones y me endulzan, y hacen cambiar en las mentes las tinieblas en luz”
Mayo 2, 1917 Cómo es que Jesús moría poco a
poco.
“Hija mía, ánimo y firmeza en todo, o qué, ¿no
quieres imitarme? También Yo moría poco a poco, conforme las criaturas me
ofendían en sus pasos, Yo sentía el desgarro en mis pies, pero con tal
acerbidad de espasmos, capaces de darme la muerte, y mientras me sentía morir
no moría; conforme me ofendían con sus obras Yo sentía la muerte en mis manos,
y por el cruel desgarro Yo agonizaba, me sentía desfallecer, pero la Voluntad
del Padre me sostenía, moría y no moría; conforme las malas palabras, las
blasfemias horrendas de las criaturas se repercutían en mi voz, Yo me sentía
sofocar, ahogar, amargar la palabra y sentía la muerte en mi voz, pero no
moría.
Y mi desgarrado corazón conforme palpitaba, sentía
en mi latido las vidas malas, las almas que se arrancaban, y mi corazón estaba
en continuos desgarros y laceraciones; agonizaba y moría continuamente en cada
criatura, en cada ofensa, no obstante, el amor, el Querer Divino, me obligaban
a vivir. He aquí el porqué de tu morir poco a poco, te quiero junto Conmigo,
quiero tu compañía en mis muertes, ¿no estás contenta?”
Las penas que la Divinidad infligía en el interior
de Jesús. Las penas de la Pasión fueron sombras y semejanzas de las penas
internas.
Encontrándome en mi habitual estado, el dulce Jesús
me hacía sufrir parte de sus penas y de sus muertes que sufrió por cada una de
las criaturas.
Por mis pequeñas penas comprendía cuán atroces y
mortales habían sido las penas de Jesús, entonces me ha dicho:
“Hija mía, mis penas son incomprensibles a la
naturaleza humana, las mismas penas de mi Pasión fueron sombras o semejanzas de
mis penas internas.
Mis penas internas me eran infligidas por un Dios
Omnipotente, al cual ninguna fibra podía esquivar el golpe; las de mi Pasión me
eran infligidas por los hombres, los cuales no teniendo ni la omnipotencia ni
la omnividencia, no podían hacer lo que ellos mismos querían, ni podían
penetrar en todas mis fibras internas.
Mis penas internas estaban encarnadas y mi misma
Humanidad era transformada en clavos, en espinas, en flagelos, en llagas, en
martirio, tan crueles que me daban muertes continuas, éstas eran inseparables
de Mí, formaban mi misma Vida; en cambio las de mi Pasión eran extrañas a Mí,
eran espinas y clavos que se podían clavar, y queriendo se podían también
quitar, y el solo pensamiento de que una pena se puede quitar es un alivio;
pero mis penas internas, que eran formadas por la misma carne, no había ninguna
esperanza de que se me pudieran quitar, ni disminuir la agudeza de una espina,
del traspasarme con clavos.
Mis penas internas fueron tales y tantas, que
las penas de mi Pasión las podría llamar alivios y besos que daban a mis penas
internas, que uniéndose juntas daban el último testimonio de mi grande y
excesivo amor por salvar a las almas.
Mis penas externas eran voces que llamaban a todos
a entrar en el océano de mis penas internas, para hacerlos comprender cuánto me
costaba su salvación.
Y además, por tus mismas penas internas,
comunicadas por Mí, puedes comprender en algún modo la intensidad continua de
las mías. Por eso date ánimo, es el amor lo que a esto me empuja”.
Diciembre 24, 1924 La pena de la muerte fue
la primer pena que Jesús sufrió y le duró toda su Vida.
La Encarnación no fue otra cosa que un darse en
poder de la criatura. La firmeza en el obrar. …
“Hija mía, las penas que sufrí en este seno
virginal de mi Mamá son incalculables a la mente humana, ¿pero sabes tú cuál
fue la primera pena que sufrí desde el primer instante de mi Concepción y que
me duró toda la vida? La pena de la muerte.
Mi Divinidad descendía del Cielo plenamente feliz,
intangible de cualquier pena y de cualquier muerte, y cuando vi a mi pequeña
Humanidad sujeta a la muerte y a las penas por amor a las criaturas, sentí tan
a lo vivo la pena de la muerte, que por pura pena habría muerto de verdad si la
potencia de mi Divinidad no me hubiera sostenido con un prodigio, haciéndome
sentir la pena de la muerte y la continuación de la vida, así que para Mí fue
siempre muerte, sentía la muerte del pecado, la muerte del bien en las
criaturas y también su muerte natural.
¡Qué duro desgarro fue para Mí toda mi Vida! Yo,
que contenía la vida y era el dueño absoluto de la vida misma, debía sujetarme
a la pena de la muerte.
¿No ves a mi pequeña Humanidad inmóvil y moribunda
en el seno de mi querida Madre?
¿Y no la sientes en ti misma cómo es dura y
desgarradora la pena de sentirse morir y no morir?
Hija mía, es tu vivir en mi Voluntad lo que te hace
partícipe de la continua muerte de mi Humanidad”.
Entonces me he pasado casi toda la mañana junto a
mi Jesús en el seno de mi Mamá y lo veía que mientras estaba en acto de morir,
volvía a tomar vida para abandonarse de nuevo a morir.
¡Qué pena ver en ese estado al niño Jesús!
+ + + 19-28 Junio 20, 1926 Ecce
Homo.
Jesús sintió tantas muertes por cuantos gritaron
crucifícalo.
Quien vive en la Divina Voluntad toma el fruto de
las penas de Jesús.
El ideal de Jesús en la Creación era el reino
de su Voluntad en el alma.
Después de haber pasado días amarguísimos por la
privación de mi dulce Jesús, me sentía que no podía más, yo gemía bajo una
prensa que me trituraba alma y cuerpo y suspiraba por mi patria celestial,
donde ni siquiera por un instante habría quedado privada de Aquél que es toda
mi vida y mi sumo y único bien.
Luego, cuando me he reducido a los extremos sin
Jesús, me he sentido llenar toda de Él, de modo que yo quedaba como un velo que
lo cubría, y como estaba pensando y acompañándolo en las penas de su
Pasión, especialmente en el momento cuando Pilatos lo mostró al pueblo
diciendo:
“Ecce Homo”, mi dulce Jesús me ha dicho:
“Hija mía, cuando Pilatos dijo ‘Ecce Homo’, todos
gritaron: ‘Crucifícalo, crucifícalo, lo queremos muerto’. También mi mismo
Padre Celestial y mi inseparable y traspasada Mamá, y no sólo aquellos que
estaban presentes sino todos los ausentes y todas las generaciones pasadas y
futuras, y si alguno no lo dijo con la palabra, lo dijo con las acciones,
porque no hubo uno solo que dijera que me querían vivo, y el callar es
confirmar lo que quieren los demás.
Este grito de muerte de todos fue para Mí
dolorosísimo, Yo sentía tantas muertes por cuantas personas gritaron
crucifícalo, me sentí como ahogado de penas y de muerte, mucho más que veía que
cada una de mis muertes no llevaba a cada uno la vida, y aquellos que recibían
la vida por causa de mi muerte no recibían todo el fruto completo de mi pasión
y muerte.
Fue tanto mi dolor, que mi Humanidad gimiente
estaba por sucumbir y dar el último respiro, pero mientras moría, mi Voluntad
Suprema con su Omnividencia hizo presentes a mi Humanidad muriente a todos
aquellos que habrían hecho reinar en ellos, con dominio absoluto al Eterno
Querer, los cuales tomarían el fruto completo de mi Pasión y muerte, entre los
cuales estaba, a la cabeza, mi amada Madre, Ella tomó todo el depósito de todos
mis bienes y de los frutos que hay en mi Vida, Pasión y Muerte, ni siquiera un
respiro mío perdió y del cual no custodiase el precioso fruto, y de Ella debían
ser transmitidos a la pequeña recién nacida de mi Voluntad y a todos aquellos
en los cuales el Supremo Querer habría tenido su Vida y su Reino. Cuando mi
Humanidad expirante vio puesto a salvo y asegurado el fruto completo de mi
Vida, Pasión y Muerte, pudo reemprender y continuar el curso de la dolorosa
Pasión.
+ + + 20-40 Diciembre 24, 1926 Lamentos y
dolores por la privación de Jesús.
Penas de Jesús en el seno materno.
Quien vive en el Querer Divino es como miembro
vinculado con la Creación.
Ahora, mientras esto decía se ha puesto dentro de
mí, en medio de mi pecho, extendido, en un estado de perfecta inmovilidad, sus
piecitos y manitas estaban tan tiesos e inmóviles que daban piedad, le faltaba
el espacio para moverse, para abrir los ojos, para respirar libremente, y lo
que más desgarraba era verlo en acto de morir continuamente.
Qué pena ver morir a mi pequeño Jesús, yo me sentía
puesta junto con Él en el mismo estado de inmovilidad. Entonces, después de
algún tiempo el niñito Jesús estrechándome a Sí me ha dicho:
“Hija mía, mi estado en el seno materno fue
dolorosísimo, mi pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y de
sabiduría infinita, por lo tanto desde el primer instante de mi concepción
comprendía todo mi estado doloroso, la oscuridad de la cárcel materna, no tenía
ni siquiera un hueco por donde entrara un poco de luz.
¡Qué larga noche de nueve meses! La estrechez del
lugar que me obligaba a una perfecta inmovilidad, siempre en silencio, no me
era dado gemir, ni sollozar para desahogar mi dolor, cuántas lágrimas no
derramé en el sagrario del seno de mi Mamá sin hacer el mínimo movimiento, y
esto era nada, mi pequeña Humanidad había tomado el empeño de morir tantas
veces, para satisfacer a la Divina Justicia, por cuantas veces las criaturas
habían hecho morir la Voluntad Divina en ellas, haciendo la gran afrenta de dar
vida a la voluntad humana, haciendo morir en ellas una Voluntad Divina. ¡Oh! cómo
me costaron estas muertes; morir y vivir, vivir y morir, fue para Mí la pena
más desgarradora y continua, mucho más que mi Divinidad, si bien era Conmigo
una sola cosa e inseparable de Mí, al recibir de Mí estas satisfacciones se
ponía en actitud de justicia, y si bien mi Humanidad era santa y también era la
lamparita delante al Sol inmenso de mi Divinidad, Yo sentía todo el peso de las
satisfacciones que debía dar a este Sol Divino y la pena de la decaída
humanidad que en Mí debía resurgir a costa de tantas muertes mías.
Fue el rechazar la Voluntad Divina dando vida a la
propia lo que formó la ruina de la humanidad decaída, y Yo debía tener en
estado de muerte continua a mi Humanidad y voluntad humana, para hacer que la
Voluntad Divina tuviera vida continua en Mí para extender ahí su
reino.
Desde que fui concebido, Yo pensaba y me ocupaba en
extender el reino del Fiat Supremo en mi Humanidad, a costa de no dar vida a mi
voluntad humana, para hacer resurgir a la humanidad decaída, a fin de que
fundado en Mí este reino, preparase las gracias, las cosas necesarias, las
penas, las satisfacciones que se necesitaban para hacerlo conocer y fundarlo en
medio de las criaturas.
Por eso todo lo que tú haces, lo que hago en ti
para este reino, no es otra cosa que la continuación de lo que Yo hice desde
que fui concebido en el seno de mi Mamá. Por eso si quieres que desenvuelva en
ti el reino del Eterno Fiat, déjame libre y no des jamás vida a tu voluntad”.
DECIMOCTAVA HORA. De las 10 a las 11 de la mañana
Jesús toma la cruz y se dirige al calvario donde es
desnudado.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das
paz, siento tus desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y
en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor, y Tú, no
pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas, gimes, suspiras, y en cada
gemido te oigo decir:
«¡Cruz!»
Cada gota de tu sangre repite:
«¡Cruz!»
Todas tus penas, en las cuales como en un mar
interminable Tú nadas dentro, repiten entre ellas:
«¡Cruz!»
Y Tú exclamas:
«¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis
hijos, y Yo concentro en ti todo mi amor!»
Segunda coronación de espinas.
Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el
pretorio, te quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus vestidos.
¡Pero ay, cuánto dolor!
¡Me sería más dulce el morir que verte sufrir
tanto!
¡La vestidura se atora en la corona y no pueden
sacártela por arriba, así que con crueldad jamás vista te arrancan todo junto,
vestidos y corona!
A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y quedan
clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es tanto tu
dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en cuenta tus torturas, te ponen
tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona oprimiéndola fuertemente
sobre tu cabeza, y hacen que las espinas te lleguen a los ojos, a las orejas,
así que no hay parte de tu santísima cabeza que no sienta los pinchazos de
ellas.
Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos
crueles, te estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás a punto
de morir, y con tus ojos apagados y llenos de sangre, con trabajos me miras
para pedirme ayuda en medio de tanto dolor.
Mi Jesús, Rey de los dolores, deja que te sostenga
y te estreche a mi corazón.
Quisiera tomar el fuego que te devora para
incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres porque las
ansias de la cruz se hacen más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun
para bien de tus mismos enemigos.
Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú
estrechándome al tuyo me dices:
«Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo
repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran.
Estos judíos me visten con mis ropas para
desacreditarme mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo soy un
malhechor.
Aparentemente la acción de vestirme era buena, pero
en sí misma era mala.
Ah, cuántos hacen obras buenas, administran
sacramentos, los frecuentan pero con fines humanos e incluso perversos, pero el
bien mal hecho lleva a la dureza;
Yo quiero ser coronado una segunda vez, con dolores
más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así, con mis espinas,
atraerlos a Mí.
Ah, hija mía, esta segunda coronación me es mucho
más dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada
movimiento que hago o golpe que me dan, tantas muertes crueles sufro.
Reparo así la malicia de las ofensas, reparo por
aquellos que en cualquier estado de ánimo en que se encuentren, en vez de
pensar en la propia santificación se disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a
darme espinas más punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con lágrimas
de sangre y a suspirar por su salvación.
¡Ah! ¡Yo hago todo por amarlas, y las criaturas
hacen de todo para ofenderme!
Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis
reparaciones»
Jesús toma la cruz.
Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo
sufro, pero veo que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el pueblo con
furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar preparada la cruz, que con
tantos suspiros buscas, y Tú con amor la miras y con paso decidido te acercas a
abrazarla, pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de alegría por
tu santísima Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides su
largo y su ancho.
En ella estableces la porción para todas
las criaturas, las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con
nudo de nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; después,
no pudiendo contener el amor con el cual las amas, vuelves a besar la
cruz y le dices:
«Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el
suspiro de mi corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta
ahora, mientras mis pasos siempre se dirigían hacia ti.
Cruz santa, eras tú la meta de mis deseos, la
finalidad de mi existencia acá abajo, en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo
a todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su defensa, su custodia, su
fuerza.
Tú los ayudarás en todo y me los conducirás
gloriosos al Cielo.
Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la
verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los
santos.
Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo partir
de la tierra, tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego en dote a todas las
almas.
A ti las confío para que me las custodies y
me las salves».
Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre
tus santísimos hombros.
Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es demasiado
ligera, pero al peso de la cruz se une el de nuestras enormes e
inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la extensión de los cielos, y Tú,
quebrantado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu
alma se horroriza ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu
santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo la cruz sobre
tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima Humanidad brota un sudor
mortal.
Ah, amor mío, no tengo ánimo para dejarte
solo, quiero dividir junto contigo el peso de la cruz, y para aliviarte el peso
de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de todas las
criaturas:
Amor por quien no te ama, alabanzas por quien
te desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia por todas.
Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo
quiero ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el acto opuesto a las
ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con mis besos y mis continuos
actos de amor.
Pero veo que soy demasiado miserable, tengo
necesidad de Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu santísima
Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a los tuyos para reparar mis
pensamientos malos y los de todos; uno mi boca a la tuya para reparar las
blasfemias y las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las
inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en una palabra, quiero reparar
todo lo que repara tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor
por todos y al bien inmenso que haces a todos.
Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a
tu Divinidad y perder mi nada en Ella, y así te doy el todo:
Te doy tu amor para confortar tus amarguras; te doy
tu corazón para reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias,
ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus armonías para aliviarte
el oído de las blasfemias que le llegan; te doy tu belleza para reconfortarte
de las fealdades de nuestras almas cuando nos ensuciamos en la culpa; te doy tu
pureza para aliviarte por las faltas de rectitud de intención, y por el fango y
podredumbre que ves en tantas almas; te doy tu inmensidad para aliviarte de las
estrecheces voluntarias donde se meten las almas; te doy tu ardor para quemar
todos los pecados y todos los corazones, a fin de que todos te amen y ninguno
más te ofenda; en suma, te doy todo lo que Tú eres para darte satisfacción
infinita, amor eterno, inmenso e infinito.
La vía dolorosa al calvario.
Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros
pasos bajo el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y cuando
Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo estaré a tu lado para
sostenerte, pondré mis hombros bajo la cruz para dividir junto contigo el
peso de ella.
Tú no me desdeñarás, sino acéptame como tu fiel
compañera.
Oh Jesús, me miras y veo que reparas por
aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se
irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para todos
amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu dolor, que te sientes
como destrozar bajo la cruz.
Jesús cae por primera vez.
Son apenas los primeros pasos que das y ya
caes bajo de ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan
más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y sangran nuevamente;
y como no tienes fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y
con empujones tratan de ponerte en pie.
Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie,
te bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos que pecan por
ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego que des ayuda a estas
almas.
Jesús encuentra a su Madre Santísima.
Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir
penas inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas vacilante oigo
tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y nuevas penas te lo traspasan
intensamente, sacudes la cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los
llena, y ansioso miras.
Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá que como
gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última palabra y recibir una
última mirada tuya, y Tú sientes sus penas, su corazón lacerado en el tuyo, y
enternecido y herido por vuestro común amor la descubres, que abriéndose paso a
través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte, abrazarte y darte el
último adiós.
Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su
palidez mortal y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del
amor.
Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro
de tu Omnipotencia.
Ya diriges tus pasos al encuentro de los
suyos, pero con trabajo podéis intercambiar las miradas.
¡Oh dolor del corazón de ambos!
Los soldados lo advierten y con golpes y empujones
impiden que Madre e Hijo se den el último adiós, y es tan grande la angustia de
los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por sucumbir;
el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de nuevo caes
bajo la cruz.
Jesús cae por segunda vez.
Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el
cuerpo porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti, hace suyo
el Querer del Eterno y asociándose en todas tus penas te hace el oficio de
Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas tus llagas derrama el bálsamo de
su doloroso amor.
Mi Penante Jesús, también yo me uno con la
traspasada Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu sangre, en cada
una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y junto con Ella y contigo reparo por
todos los encuentros peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones
de pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan atrapados por el
pecado.
Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los
soldados temen que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida de
tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas, con dificultad
llegan a ponerte de pie.
Así reparas las repetidas caídas en el pecado, los
pecados graves cometidos por toda clase de personas y ruegas por los pecadores
obstinados, y lloras con lágrimas de sangre por su conversión.
La llaga del hombro Quebrantado amor mío,
mientras te sigo en las reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso
enorme de la cruz.
Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos
golpes que recibes penetran siempre más en tu santísima cabeza, la cruz por su
gran peso se hunde en tu hombro formando una llaga tan profunda que descubre
los huesos, y a cada paso me parece que mueres, y por lo tanto te ves
imposibilitado para seguir adelante.
Pero tu amor que todo puede te da la fuerza, y
conforme sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los pecados
escondidos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus
dolores.
Mi Jesús, deja que ponga mi hombro bajo la cruz
para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados ocultos.
El Cirineo carga la cruz de Jesús.
Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo
la cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual, de
mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza te ayuda.
Y entonces en tu corazón hacen eco todos los
lamentos de quien sufre, las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos
y los desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas herido al ver que
las almas consagradas a Ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu
dolor te huyen, y si Tú las estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se
desvinculan de tus brazos para ir en busca de placeres y así te dejan solo para
sufrir.
Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me
estreches entre tus brazos, y tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú sufras
de la cual no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el
abandono de todas las criaturas.
Fatigado Jesús mío, con trabajo caminas y todo
encorvado, pero veo que te detienes y tratas de mirar.
Corazón mío, pero, ¿qué pasa? ¿Qué quieres?
Ah, es la Verónica, que sin temor a nada, valientemente
con un paño te limpia el rostro todo cubierto de sangre, y Tú se lo dejas
estampado en señal de gratitud.
Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, y
no con un paño, sino que quiero ofrecerte todo mi ser para darte alivio, quiero
entrar en tu interior, y darte, oh Jesús, latidos por latidos, respiros por
respiros, afectos por afectos, deseos por deseos; lo que quiero decir es que
quiero arrojarme en toda tu santísima inteligencia, y haciendo correr todos
estos latidos, respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad,
intento multiplicarlos al infinito.
Quiero, oh mi Jesús, formar olas de latidos, para
hacer que ningún latido malo repercuta en tu corazón, y así, endulzar todas las
internas amarguras de tu corazón.
Intento formar olas de deseos y de afectos, para
alejar todos los deseos y afectos malos que pudieran, mínimamente entristecer
tu corazón.
Intento también, oh mi Jesús, formar olas de
respiros y de pensamientos, para alejar cualquier respiro o pensamiento que
pudiera, mínimamente desagradarte.
Me estaré haciendo guardia, oh Jesús, a fin de que
nada que pudiera afligirte, pueda acercársete, y agregue a tus penas internas
otras amarguras.
Oh, mi Jesús, haz que todo mi interior nade en la
inmensidad del tuyo, así podré encontrar amor suficiente, y voluntad inmensa,
para impedir que entre en tu interior amor malo, ni voluntad que pudiera
desagradarte.
Oh mi Jesús, para estar más segura te suplico que
selles con tus pensamientos los míos, con tu Voluntad la mía, con tus deseos
los míos, con tus afectos y con tus latidos los míos, a fin de que sellados por
los tuyos, no tomen vida sino sólo de Ti.
Te ruego aún, oh mi Jesús, que aceptes mi pobre
cuerpo hecho pedazos por amor tuyo, reducido en pequeñísimas partículas, las
que pondré sobre cada una de tus llagas.
Sobre aquella llaga, oh Jesús, que te da dolor por
las tantas blasfemias, es mi intención que estas partículas de mi cuerpo, te
digan siempre:
“te bendigo”.
Sobre aquella llaga que te causa dolor por las
tantas ingratitudes, intento poner una porción de mi cuerpo roto, para
atestiguarte mi gratitud, por mí, y por todos.
Sobre aquella llaga, oh Jesús, que tanto te
hace sufrir por las frialdades y ausencias de amor, intento poner tantas
partículas de mi carne lacerada, que te digan siempre:
“te amo, te amo, te amo”.
Sobre aquella llaga que te da dolor por las tantas
irreverencias y falta de estima hacia tu Persona, intento poner un pedazo de mí
misma, deshecha por amor tuyo, que te diga siempre:
“Te adoro, te adoro, te adoro”.
Oh mi Jesús, quiero difundirme en todo, y en
aquellas llagas exacerbadas por las tantas incredulidades, es mi intención que
los pedazos de mi cuerpo te digan siempre:
“Creo, creo en Ti, oh mi Jesús, Dios mío, y en tu
santa Iglesia, e intento dar mi vida para atestiguarte mi Fe”.
Oh, mi Jesús, me sumerjo en la inmensidad de
tu Querer, y tomándolo, quiero suplir por todos, pedirte las almas de todos
para encerrarlas en tu Voluntad.
Oh mi Jesús, me queda aún mi sangre, la que quiero
verter, como bálsamo y como un calmante sobre tus llagas para endulzarte, de
modo de poderte sanar del todo.
Intento aún, oh Jesús, hacer correr mis
pensamientos en el corazón de cada uno de los pecadores, para corregirlo
continuamente, a fin de que no ose ofenderte, y te ruego con las voces de tu
sangre, a fin de que todos se rindan ante mis pobres oraciones, y así podré
llevarlos a tu corazón.
Otra gracia, oh Jesús, te pido, que en todo lo que
vea, toque y sienta, te vea, toque y sienta siempre a Ti; y que tu santísima
imagen, y tu santísimo nombre, estén siempre impresos en cada partícula de mi
pobre ser.
Jesús consuela a las piadosas
mujeres.
Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la
Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el camino. Otros pocos
pasos y te detienes de nuevo, pero tu amor, bajo el peso de tantas penas no se
detiene, y viendo a las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te
olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles:
«Hijas, no lloréis por mis penas sino por vuestros
pecados y los de vuestros hijos». (Lc 23, 28)
¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu
palabra!
Oh Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te
pido la gracia de olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa que a Ti
solo.
Jesús cae por tercera vez.
Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan de
furia, te jalan con las cuerdas, te empujan con tanta rabia que te hacen caer,
y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te oprime y te sientes
morir.
Deja que te sostenga y que con mis manos resguarde
tu santísimo rostro.
Veo que tocas la tierra y boqueas en la
sangre; pero tus enemigos te quieren poner de pie, tiran de Ti con las cuerdas,
te levantan por los cabellos, te dan patadas, pero todo en vano.
¡Tú mueres Jesús mío!
¡Qué pena, se me rompe el corazón por el
dolor!
Y casi arrastrándote te conducen al monte
calvario.
Mientras te arrastran siento que reparas todas las
ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan tanto peso, que por cuanto Tú
te esfuerzas por levantarte te resulta imposible.
Y así, arrastrado y pisoteado llegas al calvario,
dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.
Jesús desvestido y coronado de espinas por
tercera vez.
Aquí en el calvario nuevos dolores te
esperan.
Te desnudan de nuevo y te arrancan vestidura y
corona de espinas.
Ah, gimes al sentir que te arrancan las espinas de
tu cabeza; y al tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también las
carnes desgarradas que están adheridas a ella.
Las llagas se abren de nuevo, la sangre corre a
ríos hasta la tierra, y es tanto el dolor que caes casi muerto.
Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi
bien, al contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de espinas,
te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las laceraciones y por el
arrancar de tus cabellos amasados en la sangre coagulada, que sólo los ángeles
podrían decir lo que sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales
miradas y lloran.
Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche
a mi corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío sudor de
muerte invade tu santísima Humanidad.
¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para
sustituir a la tuya, que has perdido para darme vida!
Mientras tanto, Jesús mirándome con sus
lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice:
¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas!
Aquí es el lugar donde los espero a todos para
salvarlos, donde quiero reparar los pecados de aquellos que llegan a degradarse
por debajo de las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no
saber vivir sin cometer pecados.
Su razón queda ciega y pecan a tontas y a locas; he
aquí el por qué me coronan de espinas por tercera vez.
Y con el desnudarme reparo por aquellos que llevan
vestidos de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por
aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a los placeres,
que de ellos se forman un dios para sus corazones.
Ah sí, cada una de estas ofensas es una
muerte que siento, y si no muero es porque el Querer de mi eterno Padre no ha
decretado aún el momento de mi muerte».
Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te
ruego que con tus santísimas manos me despojes de todo y no permitas que ningún
afecto malo entre en mi corazón, te ruego que Tú me lo vigiles, me lo circundes
con tus penas, me lo llenes de tu amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa
que la repetición de la tuya, y reafirma con tu bendición mi despojamiento;
bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu dolorosa crucifixión
para quedar crucificada junto contigo.
+ + + Reflexiones de la Decimoctava
Hora (10 AM) 6-11 Diciembre 17, 1903.
El verdadero espíritu de adoración
consiste en esto:
Que la criatura se pierda a sí misma y se encuentre
en el ambiente divino, y adore todo lo que Dios obra, y que se una con Él.
Continuando mi habitual estado, por pocos instantes
he visto al bendito Jesús con la cruz sobre la espalda, en el momento de
encontrarse con su Santísima Madre, y yo le he dicho:
“Señor, ¿qué cosa hizo tu Madre en este encuentro
dolorosísimo?”
Y Él:
“Hija mía, no hizo otra cosa que un acto de
adoración profundísimo y simplísimo, y como el acto por cuanto más simple,
tanto más fácil para unirse con Dios, Espíritu simplísimo, por eso en este acto
se fundió en Mí y continuó lo que obraba Yo mismo en mi interior; y esto me fue
sumamente más grato que si me hubiese hecho cualquier otra cosa más grande,
porque el verdadero espíritu de adoración consiste en esto, que la criatura se
pierda a sí misma y se encuentre en el ambiente divino, y adore todo lo que
obra Dios, y con Él se una.
¿Crees tú que sea verdadera adoración aquella en
que la boca adora mientras la mente está en otra parte, o sea, la mente adora y
la voluntad está lejos de Mí?
O bien, ¿que una potencia me adora y las otras
están todas desordenadas?
No, Yo quiero todo para Mí, y todo lo que le he
dado en Mí, y éste es el acto de culto y de adoración más grande que la
criatura puede hacerme”.
+ + + 6-99 Marzo 28, 1905 Encuentro
continuo de Jesús con el alma.
Entonces yo he continuado mi acostumbrado trabajo
interior sobre la Pasión, y habiendo llegado a aquel momento del encuentro de
Jesús y María en el camino a la cruz, de nuevo se ha hecho ver y me ha
dicho:
“Hija mía, también con el alma me encuentro
continuamente, y si en el encuentro que hago con el alma la encuentro en acto
de ejercitar las virtudes y unida Conmigo, me recompensa del dolor que sufrí
cuando encontré a mi Madre tan adolorida por mi causa”.
Julio 27, 1906 En la cruz Jesús dotó a las
almas, y las desposó a Él.
Esta mañana se hacía ver mi adorable Jesús
abrazando la cruz, y yo pensaba en mi interior cuáles habían sido sus
pensamientos al recibirla”.
Y Él me ha dicho:
“Hija mía, cuando recibí la cruz la abracé como a
mi más amado tesoro, porque en la cruz dote a las almas y las desposé
Conmigo.
Ahora, mirando la cruz, su largura y anchura, Yo me
alegré porque veía en ella las dotes suficientes para todas mis esposas, y
ninguna podía temer el no poder desposarse Conmigo, teniendo Yo en mis propias
manos, en la cruz, el precio de su dote, pero con esta sola condición, que si
el alma acepta los pequeños donativos que Yo le envío, los cuales son las
cruces, como prenda de que me acepta por Esposo, el desposorio es formado y le hago
la donación de la dote.
Pero si no acepta los donativos, esto es, no
resignándose a mi Voluntad, queda todo anulado, y a pesar de que Yo quiero
dotarla no puedo, porque para formar un esponsalicio se necesita siempre la
voluntad de ambas partes, y el alma no aceptando los donativos, significa que
no quiere aceptar el esponsalicio”.
+ + + 9-43 Septiembre 2, 1910 Se debe poner
atención a lo que se debe hacer, y no a las habladurías.
Estaba pensando en Jesús cuando llevaba la cruz al
calvario, especialmente cuando encontró a las mujeres, que olvidó sus dolores y
se ocupó en consolar, oír, instruir a aquellas pobres mujeres.
Cómo todo era amor en Jesús; Él tenía
necesidad de ser consolado, en cambio consuela, y en qué estado consuela,
estaba todo cubierto de llagas, traspasada la cabeza por punzantes espinas,
jadeante y casi muriendo bajo la cruz, y consuela a los demás, ¡qué ejemplo!
¡Qué vergüenza para nosotros, que basta una pequeña cruz para hacernos olvidar
el deber de consolar a los demás!
Entonces recordaba cuantas veces,
encontrándome yo oprimida por los sufrimientos o por las privaciones de Jesús
que me traspasaban, me laceraban de lado a lado mi interior, y encontrándome
rodeada de personas, Jesús me incitaba a imitarlo en este paso de su Pasión, y
yo, si bien amargada hasta la médula de los huesos, me esforzaba en olvidarme
de mí misma para consolar e instruir a los demás.
Y ahora, encontrándome libre y exenta de tratar con
personas, gracias a la obediencia, agradecía a Jesús que no me encontraba más
en estas circunstancias; ahora siento que respiro un aire más libre
para poderme ocupar sólo de mí misma.
Y Jesús moviéndose en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, sin embargo, para Mí era un alivio y me
sentía como restaurado, especialmente en aquellos que venían para hacer el
bien.
En estos tiempos falta verdaderamente quien
infunda el verdadero espíritu interno en las almas, porque no teniéndolo, no
saben infundirlo en los demás, y las almas aprenden a ser susceptibles,
escrupulosas, ligeras, sin verdadero fondo de desapego de todo y de todos, y
esto produce virtudes estériles, que hacen por florecer y mueren.
Algunos creen hacer progreso en las almas
porque llegan a la minuciosidad y a la escrupulosidad; pero en lugar de
progreso son verdaderos obstáculos que arruinan las almas, y mi amor queda en
ayunas en ellas.
Entonces, habiéndote Yo dado mucha luz sobre los
caminos internos, y habiéndote hecho comprender la verdad de las verdaderas
virtudes y del verdadero amor, encontrándote tú en la verdad, Yo podría por
boca tuya hacer comprender a los demás la verdad del verdadero camino de las
virtudes, y Yo por ello me sentiría contento”.
Y yo:
“Pero Jesús bendito, después del sacrificio que yo
hacía, esas personas iban diciendo chismes y habladurías, y la obediencia
justamente ha prohibido que vengan las personas”.
Y Jesús:
“Esta es la equivocación, que se ponga atención a
las habladurías y no al bien que se debe hacer.
También de Mí se dijeron muchos chismes, y si
hubiera puesto atención a esto no habría cumplido la Redención del hombre, por
eso se debe pensar en lo que se debe hacer, y no en lo que se dice; las
habladurías quedan a cuenta de quien las dice”.
+ + + 10-2 Noviembre 12, 1910 Por cuantos
modos se dona el alma a Dios, en otros tantos se dona Él al alma.
Estaba pensando en el bendito Jesús cuando llevaba
la cruz al calvario, especialmente cuando encontró a la Verónica, que le
ofreció el lienzo para secar su rostro bañado en sangre, y decía a mi amable
Jesús:
“Amor mío, Jesús, corazón de mi corazón, si
la Verónica te ofreció el lienzo, yo no quiero ofrecerte lienzos para secarte
la sangre, sino que te ofrezco mi corazón, mi latido continuo, todo mi amor, mi
pequeña inteligencia, el respiro, la circulación de mi sangre, los movimientos,
todo mi ser para enjugarte la sangre, y no sólo de tu rostro sino de toda tu
santísima Humanidad, intento desmenuzarme en tantos pedazos por cuantas son tus
llagas, tus dolores, tus amarguras, las gotas de sangre que derramas, para
poner en todos tus sufrimientos, dónde mi amor, dónde un alivio, dónde un
beso, dónde una reparación, dónde un compadecimiento, dónde un agradecimiento,
etc., no quiero que quede ninguna parte de mi ser, ninguna gota de mi sangre
que no se ocupe de Ti, pero, ¿sabes oh Jesús qué recompensa quiero? Que en
todas las partes de mi ser me imprimas, me selles tu imagen, a fin de que
encontrándote en todo y dondequiera, pueda multiplicar mi amor”.
Y tantos otros disparates que decía.
Ahora, habiendo recibido la comunión, y mirando en
mí misma, veía en todas las partecitas de mi ser a Jesús todo entero dentro de
una llama, y esta llama decía amor, y Jesús me ha dicho:
“He aquí que he contentado a mi hija; por cuantos
modos se ha dado a Mí, en otros tantos y triplicados modos me he donado a
ella”.
+ + + 11-75 Abril 10, 1914
Esta mañana mi siempre amable Jesús ha venido
crucificado y me participaba sus penas, y me ha atraído hacia Él en el mar de
su Pasión, tanto, que casi paso a paso la seguía.
¿Pero quién puede decir todo lo que comprendía?
Es tanto que no sé por dónde empezar, diré sólo que
al verle arrancar la corona de espinas, las espinas mismas obstruían el paso a
la sangre y no la dejaban salir del todo, pero al arrancarle la corona de
espinas esa sangre ha brotado fuera por aquellas heridas y le chorreaba a
grandes ríos sobre el rostro, sobre los cabellos y después descendía por toda
la persona de Jesús.
Y Jesús:
“Hija, estas espinas que me atraviesan la cabeza,
pincharán el orgullo, la soberbia, las llagas más ocultas de las almas para
hacerles salir fuera el pus que contienen, y las espinas tintas en mi sangre
las sanarán y les restituirán la corona que el pecado les había quitado”.
+ + + 14-6 Febrero 24, 1922 Nuestra cruz
sufrida en la Voluntad de Dios se hace tan grande como la de Jesús.
Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre
adorable Jesús se hacía ver en el momento de tomar la cruz para ponerla sobre
su santísimo hombro, y me ha dicho:
“Hija mía, cuando recibí la cruz la miré de arriba
a abajo para ver el lugar que tomaba en mi cruz cada alma, y entre tantas, miré
con más amor y puse atención especial a aquéllas que habrían estado
resignadas y habrían hecho vida en mi Voluntad, las miré y vi su cruz ancha y
larga como la mía, porque mi Voluntad suplía a lo que a su cruz le faltaba, y
la alargaba y ensanchaba como la mía.
¡Oh! cómo sobresalía tu cruz larga, larga por
tantos años de cama, sufrida sólo para cumplir mi Voluntad.
La mía era sólo para cumplir la Voluntad de mi
Padre Celestial, la tuya para cumplir la mía; una hacía honor a la otra, y como
una y otra contenían la misma medida se confundían juntas.
Ahora, mi Voluntad tiene la virtud de ablandar la
dureza, de endulzar la amargura, de alargar y ensanchar las cosas pequeñas, por
eso cuando sentí la cruz sobre mi hombro, sentí también la suavidad, la dulzura
de la cruz de las almas que habrían sufrido en mi Querer, ¡ah! mi corazón tuvo
un respiro de alivio, y la suavidad de las cruces de ellas hizo adaptar la cruz
sobre mi hombro, y se hundió tanto que me hizo una llaga profunda, y si bien me
dio un dolor acerbo, sentía al mismo tiempo la suavidad y la dulzura de las
almas que habrían sufrido en mi Querer.
Y como mi Voluntad es eterna, su sufrir, sus
reparaciones, sus actos, corrían en cada gota de mi sangre, corrían en cada
llaga, en cada ofensa; mi Querer las hacía encontrarse como presentes a las
ofensas pasadas, desde que el primer hombre pecó; a las presentes y a las
futuras; eran propiamente ellas las que me daban nuevamente los derechos de mi
Querer, y Yo, por amor de ellas decretaba la Redención, y si los demás toman
parte de Ella, es por causa de éstas que pueden hacerlo.
No hay bien que Yo conceda, ni en el Cielo ni en la
tierra, que no sea por causa de ellas.”
DECIMONOVENA HORA De las 11 a las 12 del día.
La Crucifixión de Jesús.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Jesús, Mamá mía, vengan a escribir conmigo,
préstenme sus santísimas manos a fin de que pueda escribir lo que a Ustedes les
plazca y sólo lo que quieran.
Amor mío, Jesús, ya estás despojado de tus
vestiduras, tu santísimo cuerpo está tan lacerado, que pareces un cordero
desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies, y no sosteniéndote de pie,
mientras tus enemigos te preparan la cruz Tú te dejas caer a tierra en este
monte.
Mi bien y mi todo, el corazón se me oprime por el
dolor al verte chorreando sangre por todas partes de tu santísimo cuerpo y todo
llagado de cabeza a pies.
Jesús coronado de espinas por tercera vez.
Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al
desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor, la corona
de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores inauditos,
traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza.
Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación en el
pecado, especialmente de soberbia. Jesús, veo que si el amor no te empujase más
arriba, Tú habrías muerto por la acerbidad del dolor que sufriste en esta
tercera coronación de espinas.
Pero veo que no puedes resistir el dolor, y con
aquellos ojos velados por la sangre, miras para ver si al menos uno se acerca a
Ti para sostenerte en tanto dolor y confusión.
Dulce bien mío, amada vida mía, aquí no estás
solo como en la noche de la Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su
corazón sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres.
Oh Jesús, también está la amante Magdalena, parece
enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por la
fuerza del dolor de tu Pasión. Aquí es el monte de los amantes, no puedes estar
solo.
Pero dime amor mío, ¿a quién quisieras para sostenerte
en tanto dolor?
Ah, permíteme que venga yo a sostenerte.
Soy yo quien tiene más necesidad que todos; la
amada Mamá, con los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a Ti,
te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mis hombros y que me hagas
sentir en mi cabeza tus espinas.
Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no sólo
para sentir tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima sangre que
te escurre de la cabeza, todos mis pensamientos, a fin de que puedan estar
todos en actitud de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan todas
las criaturas.
Mi amor, ah, estréchate a mí, quiero besar
una por una las gotas de sangre que chorrean sobre tu santísimo rostro; y
mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de esta sangre sea luz a
cada mente de criatura, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos
malos, pero mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y
veo que miras la cruz que los enemigos te preparan, oyes los golpes que dan a
la cruz para hacerle los agujeros donde te clavarán; escucho oh mi Jesús, a tu
corazón latir fuertemente y casi estremeciéndose, anhelando el lecho para Ti
más apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás en Ti la
salvación de nuestras almas.
Ah, te oigo decir:
«Amor mío, amada cruz, precioso lecho
mío, Tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi reposo; ¡oh cruz, recíbeme
pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto esperar, cruz santa, en ti
vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh cruz, cumple mis deseos ardientes
que me consumen de dar vida a las almas, y estas vidas serán selladas por ti,
oh cruz!
¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero
extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrar el
infierno!
Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero
eres también mi victoria y mi triunfo completo, y en ti daré abundantes
herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos».
¿Pero quién puede decir todo lo que mi dulce
Jesús dice a la cruz?
Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz,
los enemigos le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto obedeces a su querer
para reparar nuestras desobediencias.
Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz,
permíteme que te estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso; escucha
oh Jesús, no quiero dejarte, quiero venir junto contigo a extenderme sobre la
cruz y permanecer clavada contigo.
El verdadero amor no soporta separación de ningún
tipo.
Tú perdonarás la osadía de mi amor y me concederás
el quedarme crucificada contigo.
Mira tierno amor mío, no soy sólo yo quien
esto te pide, sino también la doliente Mamá, la inseparable Magdalena, el
predilecto Juan, todos te dicen que les sería más soportable el permanecer
crucificados contigo, que asistir a verte a Ti crucificado.
Por eso junto contigo me ofrezco al eterno
Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor, con tus reparaciones, con tu mismo
corazón y con todas tus penas.
Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice:
«Hija mía, has previsto mi amor, esta
es mi Voluntad, que todos aquellos que me aman queden crucificados
conmigo.
Ah sí, ven también a extenderte conmigo
sobre la cruz; te daré vida de mi vida y te tendré como la predilecta de mi
corazón».
La crucifixión Y he aquí dulce bien mío que te
extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos que tienen en las manos clavos y
martillo para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les haces una dulce
invitación para que pronto te crucifiquen.
Y ellos, si bien sienten repugnancia, con ferocidad
inhumana te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de martillo lo
hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y tanto el dolor que
sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la luz de tus bellos ojos se eclipsa,
tu rostro santísimo palidece y se hace lívido.
Diestra bendita, te beso, te compadezco,
te adoro y te agradezco por mí y por todos. Y por cuantos golpes recibiste,
tantas almas te pido en este momento que liberes de la condena del infierno;
por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta
sangre preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste, especialmente cuando te la
clavaron a la cruz, de modo de desgarrarte los nervios de los brazos, te ruego
que abras a todos el Cielo y que bendigas a todos, y pueda tu bendición llamar
a la conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los herejes y a los
infieles.
Oh Jesús, dulce vida mía, habiendo terminado de
clavar la mano derecha, los enemigos con crueldad inaudita te toman la
izquierda, te la tiran tanto para hacer que llegue al agujero preparado, que
sientes dislocarse las articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la
fuerza del dolor, las piernas quedan contraídas y con movimientos
convulsos.
Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco,
te adoro y te agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores sufriste cuando
te clavaron el clavo, que me concedas tantas almas en este momento para
hacerlas volar del purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego
que extingas las llamas que queman a aquellas almas, y sirva a todas de
refrigerio y de baño saludable para purificarlas de todas las manchas, para
disponerlas a la visión beatífica.
Amor mío y mi todo, por el agudo dolor
sufrido cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda, te ruego que cierres
el infierno a todas las almas, y que detengas los rayos de la divina Justicia,
desafortunadamente irritada por nuestras culpas.
Ah Jesús, haz que este clavo en tu bendita mano
izquierda sea llave que cierre la divina Justicia, para hacer que no lluevan
los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la divina Misericordia en
favor de todos, por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos.
Ya has quedado incapacitado para todo, y
nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por lo tanto pongo en
tus brazos al mundo y a todas las generaciones, y te ruego amor mío con
las voces de tu misma sangre, que no niegues el perdón a ninguno, y por los
méritos de tu preciosísima sangre, te pido la salvación y la gracia para todos,
no excluyas a ninguno, oh mi Jesús.
Amor mío, Jesús, tus enemigos no están contentos
aún, con ferocidad diabólica toman tus santísimos pies, siempre incansables en
la búsqueda de almas, y contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las
manos, los tiran tanto, que quedan dislocadas las rodillas, las costillas y
todos los huesos del pecho.
Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo que por
la fuerza del dolor tus bellos ojos eclipsados y velados por la sangre se
contraen, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, tus
mejillas se hunden, los dientes se aprietan, el pecho jadeante, el corazón por
la fuerza del estiramiento de las manos y de los pies, queda todo
desquiciado.
¡Amor mío, con que ganas tomaría tu lugar para
evitarte tanto dolor! Quiero distenderme sobre todos tus miembros para darte en
todo un alivio, un beso, un consuelo, una reparación por todos. Jesús mío, veo
que ponen un pie sobre el otro y con un clavo, por añadidura despuntado, te
clavan tus santísimos pies, oh mi Jesús, permíteme que mientras te los
traspasa el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes, para que
sean luz a los pueblos, especialmente a aquellos que no llevan una vida buena y
santa; y en el pie izquierdo a todos los pueblos, a fin de que reciban luz de
los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo traspasa
tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de que unos y
otros no se puedan separar de Ti.
Pies benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os
adoro y os agradezco; y te ruego, oh Jesús, por los agudísimos dolores que
sufriste cuando por los estiramientos que te hicieron te dislocaron todos los
huesos, y por la sangre que derramaste, que encierres a todas las almas en las
llagas de tus santísimos pies, no desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus clavos
crucifiquen nuestras potencias a fin de que no se aparten de Ti; nuestro
corazón, a fin de que se fije siempre y solamente en Ti; todos nuestros
sentimientos queden clavados por tus clavos a fin de que no tomen ningún gusto
que no venga de Ti.
Oh mi Jesús crucificado, te veo todo ensangrentado,
nadando en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te dicen otra cosa
sino:
¡Almas!
Es más, en cada una de estas gotas de tu
sangre veo moverse almas de todos los siglos; así que a todas nos contenías en
Ti, oh Jesús.
Por la potencia de esta sangre te pido que
ninguna huya de Ti.
Oh mi Jesús, hasta que los verdugos terminan de
clavarte los pies, yo me acerco a tu corazón, veo que no puedes más, pero el
amor grita más fuerte:
«¡Más penas aún!»
Mi Jesús, te abrazo, te beso, te compadezco, te adoro,
te agradezco por mí y por todos.
Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu corazón
para sentir lo que sufres en esta dolorosa crucifixión.
Ah, siento que cada golpe de martillo hace eco en
tu corazón; este corazón es el centro de todo, y de él comienzan los dolores y
en él terminan.
Ah, si no fuera porque esperas una lanza para
ser traspasado, las llamas de tu amor y la sangre que regurgita en torno a tu
corazón, se hubieran abierto camino y ya te lo habrían traspasado.
Estas llamas y esta sangre llaman a las almas
amantes a hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido,
por amor de este corazón y por tu santísima sangre, la santidad de las almas, y
a aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu corazón, y con
tu gracia multiplica las vocaciones de las almas víctimas que continúen tu vida
sobre la tierra.
Tú quisieras dar un puesto distinto en tu corazón a
las almas amantes, haz que este puesto no lo pierdan jamás.
Oh Jesús, las llamas de tu corazón me abrasen y me
consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me tenga siempre clavada al
amor con el dolor y con la reparación.
Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos
y tus pies a la cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a tu
rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma sangre, y Tú con tu
boca divina la besas intentando con este beso besar a todas las almas y
vincularlas a tu amor, sellando con esto su salvación.
Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para que tu
sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu preciosa sangre; quiero
estrecharte entre mis brazos, y mientras los verdugos rematan los clavos haz
que estos golpes me hieran también a mí y me claven toda a tu amor.
Pongo mi cabeza en la tuya, y mientras las
espinas se van hundiendo siempre más en tu santísima cabeza, quiero ofrecerte,
oh mi Jesús, todos mis pensamientos como besos para consolarte y endulzar las
amarguras de tus espinas.
Oh Jesús, pongo mis ojos en los tuyos, y veo
que tus enemigos aún no están saciados de insultarte y escarnecerte, y yo
quiero hacerte una defensa con mi vista dándote miradas de amor para endulzar
tus miradas divinas.
Pongo mi boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada
al paladar por la amargura de la hiel y la sed ardiente.
Para aplacar tu sed, oh mi Jesús, Tú quisieras
todos los corazones de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos te
abrazas cada vez más por ellas.
Oh Jesús, quiero enviarte ríos de amor para mitigar
en algún modo la amargura de tu sed.
Oh mi Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que
a cada movimiento que haces, las llagas se abren más y el dolor se hace más
intenso y acerbo.
Oh Jesús, quiero ofrecerte todas las obras santas
de las criaturas para reconfortar y mitigar en algún modo la amargura de tus
llagas.
Oh Jesús, pongo mis pies en los tuyos, cuánto
sufres, todos los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parece que se repercuten
en los pies, y no hay nadie a tu lado para sostenerlos y mitigar un poco la
acerbidad de tus dolores.
Oh mi Jesús, quisiera girar por todas las
generaciones, pasadas, presentes y futuras, tomar todos sus pasos y ponerlos en
los tuyos para sostenerte y endulzar tu dolor, es más, quiero poner también
todos los pasos del Eterno y así poder dar un verdadero consuelo a tu divina
Persona.
Oh mi Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre
corazón cómo estás destrozado.
Si mueves los pies, los nervios de la punta del
corazón te los sientes como arrancar; si mueves las manos, los nervios de
arriba del corazón quedan estirados; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del
corazón mana sangre y sufre la completa crucifixión.
Oh mi Jesús, ¿cómo puedo aliviar tanto dolor?
Me difundiré en todo Tú, pondré mi corazón en
el tuyo, mis deseos en tus ardientes deseos, para destruir los malos deseos de
las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego suficiente
para abrazar todos los corazones de las criaturas y destruir los amores
profanos.
Me difundiré en tu santísima Voluntad para poder
aniquilar cualquier acto maligno.
Y es así que tu corazón queda aliviado y yo te
prometo mantenerme siempre clavada a este corazón con los clavos de tus deseos,
de tu amor y de tu Voluntad.
Y he aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada
yo en Ti.
Tú no me permitirás que me desclave en lo más
mínimo de Ti, para poderte amar y reparar por todos y reconfortarte por las
ofensas que te hacen las criaturas.
Jesús crucificado.
Junto con Él desarmamos a la divina Justicia.
Y ahora, oh mi Jesús, veo que tus enemigos levantan
el pesado madero y lo dejan caer en el hoyo que han preparado; y Tú, dulce amor
mío, quedas suspendido en el aire, entre el Cielo y la tierra, y es en este
solemne momento que Tú te diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices:
«Padre Santo, estoy aquí cargado con
todos los pecados del mundo, no hay pecado que no recaiga sobre Mí, por eso no
descargues más sobre el mundo los flagelos de la divina Justicia, sino sobre
Mí, tu Hijo.
Oh Padre, permíteme que ate todas las almas a esta
cruz y con las voces de mi sangre y de mis llagas responda por ellas.
Oh Padre, ¿no ves a qué estado me he
reducido?
Es desde esta cruz que Yo reconcilio Cielo y
tierra, y en virtud de estos dolores concede a todos paz, perdón y salvación.
Detén tu indignación contra la pobre humanidad,
contra mis hijos; están ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame bien
cómo he quedado reducido por causa de ellos; si no te mueves a compasión por
ellos, que te enternezca al menos este mi rostro ensuciado
por escupitinas, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas
bofetadas y golpes recibidos.
Piedad Padre mío, era Yo el más bello de
todos, y ahora estoy todo desfigurado, tanto, que no me reconozco más, he
llegado a ser la abominación de todos, por eso a cualquier costo quiero salva a
la pobre criatura».
Oh Jesús, mientras estás crucificado sobre esta
cruz, tu alma no está más sobre la tierra sino en los Cielos, con tu divino
Padre, para defender y perorar la causa de las almas.
Crucificado amor mío, también yo quiero seguirte
ante el trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la divina Justicia.
Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu
Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es más, permíteme vida
mía que corran mis pensamientos en los tuyos, mi amor, mi voluntad, mis deseos
en los tuyos, mis latidos corran en tu corazón, todo mi ser en Ti a fin de que
no deje escapar nada y repita acto por acto, palabra por palabra todo lo que
haces Tú.
Pero veo, crucificado bien mío, que Tú,
viendo al divino Padre indignado contra las criaturas, te postras ante Él y
escondes a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndonos al
seguro, a fin de que el Padre, mirándonos en Ti, por amor tuyo no arroje a la
criatura de Sí.
Y si las mira enfadado es porque muchas almas
han desfigurado la bella imagen creada por Él, y no tienen otro pensamiento que
para ofenderlo, y de la inteligencia que debía ocuparse en comprenderlo forman
por el contrario un receptáculo donde anidan todas las culpas.
Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo atraes la atención
del divino Padre a mirar tu santísima cabeza traspasada entre atroces dolores,
que tienen en tu mente como clavadas todas las inteligencias de las criaturas,
por las cuales, una por una ofreces una expiación para satisfacer a la divina
Justicia.
¡Oh! cómo estas espinas son ante la Majestad divina
voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas.
Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son
uno solo, por eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la divina
Majestad todo el mal que se comete por todas las inteligencias de las
criaturas; y permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia, y junto
contigo gire por todas las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y
con la santidad de la tuya les restituya la primera inteligencia, tal como fue
por Ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los
pensamientos de ellas en Ti y con tus espinas traspase todas las mentes de las
criaturas y te restituya el dominio y el régimen de todas.
¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador
de cada pensamiento, de cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú solo cada
cosa, sólo así será renovada la faz de la tierra que causa horror y espanto.
Pero me doy cuenta crucificado Jesús que continúas
viendo al divino Padre enojado, que mira a las pobres criaturas y las
encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con las más feas suciedades,
tanto de dar asco a todo el Cielo.
¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada
divina, no reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la pobre
criatura!
Más bien parece que sean tantos monstruos que
ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de la mirada paterna; pero
Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de endulzarlo cambiando tus ojos con
los suyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas, y
lloras ante la divina Majestad para moverla a compasión por la desventura de
tantas pobres criaturas, y oigo tu voz que dice:
«Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada
vez más se va ensuciando con las culpas, hasta no merecer ya tu mirada paterna,
pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero llorar tanto ante Ti, para formar un baño
de lágrimas y de sangre para lavar estas suciedades con las cuales se han
cubierto las criaturas.
Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no lo
puedes, soy tu Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy también la cabeza de todas
las criaturas, y ellas son mis miembros, salvémoslas, oh Padre,
salvémoslas».
Mi Jesús, amor sin fin, quisiera tener tus ojos
para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas
y por estos tiempos tan tristes.
(la frase “estos tiempos tan tristes”
corresponde a los sucesos de la primera guerra mundial).
Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas
miradas, que son una con las mías, y gire por todas las criaturas; y para
moverlas a compasión por sus almas y por tu amor les haré ver que Tú lloras por
su causa, y que mientras se van ensuciando, Tú tienes preparadas tus lágrimas y
tu sangre para lavarlas, y al verte llorar se rendirán.
Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas
las inmundicias de las criaturas; que estas lágrimas las haga descender en sus
corazones y pueda reblandecer a tantas almas endurecidas en la culpa y venza la
obstinación de todos los corazones; y con tus miradas las penetre, de modo de
hacer que todos dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no las dirijan más
a la tierra para ofenderte; así el divino Padre no desdeñará mirar a la pobre
humanidad.
Crucificado Jesús, veo que el divino Padre aún no
se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por
tanto amor hacia la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas
de amor y de beneficios hacia ella, que casi a cada paso y acto se siente
correr el amor y las gracias de aquel corazón paterno, la criatura siempre
ingrata, despreciando este amor no lo quiere reconocer, más bien hace frente a
tanto amor llenando el Cielo y la tierra de insultos, desprecios y ultrajes, y
llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriéndolo casi destruir
idolatrándose a sí misma.
¡Ah, todas estas ofensas penetran hasta en los
Cielos y llegan ante la Majestad divina, la Cual, oh cómo se indigna al ver a
la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos!
Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a
defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas al Padre a mirar tu
santísimo rostro cubierto de todos estos insultos y desprecios, y dices:
«Padre mío, no rechaces a la pobre
criatura, si la rechazas a ella, a Mí me rechazas; ¡ah! aplácate, todas estas
ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde por todas».
Jesús mío, ¿será posible que nos ames tanto?
Tu amor tritura este mi pobre corazón, y queriendo
seguirte en todo, permíteme que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en
mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, para moverlo a
compasión de la pobre humanidad, que está tan oprimida bajo el azote de la divina
Justicia, que yace como moribunda; permíteme que me ponga en medio de todas las
criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a
compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese tu
rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres
Tú y quiénes son ellas que osan ofenderte, y haga resurgir sus almas de en
medio de tantas culpas en las cuales viven muriendo a la gracia, y las haga
postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte y glorificarte.
Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura
va siempre irritando a la divina Justicia, y desde su lengua hace resonar el
eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones,
conversaciones malas, concertaciones para decidir cómo destrozarse mejor entre
ellas y llevar a cabo matanzas.
Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y
penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído divino, el cual, cansado de
estos ecos venenosos que la criatura le manda, quisiera deshacerse de ella
arrojándola lejos de Sí, porque todas esas voces venenosas imprecan y claman
venganza y justicia contra ellas mismas.
¡Oh, cómo la divina Justicia se siente
incitada a mandar flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura tantas
blasfemias horrendas!
Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con amor sumo,
haces frente a estas voces asesinas con tu voz omnipotente y creadora, en la
cual recoges todas estas voces y haces resonar en el oído paterno tu voz
dulcísima, para tranquilizarlo por las molestias que las criaturas le dan con
otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y gritas:
«¡Misericordia, gracias, amor para la
pobre criatura!»
Y para aplacarlo más le muestras tu santísima boca
y le dices:
«Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de
las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien da satisfacción por todas; por
eso te ruego que mires a la criatura, pero que la mires en Mí, ¿si las miras
fuera de Mí qué será de ella?
Es débil, ignorante, capaz sólo de hacer el
mal, llena de todas las miserias; piedad, piedad de la pobre
criatura, respondo Yo por ellas con esta mi lengua amargada por la
hiel, reseca por la sed, quemada y abrazada por el amor».
Mi amargado Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer
frente a todas estas ofensas, y permíteme que tome tu lengua, tus labios y gire
por todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, a fin de que ellas
sintiendo en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, si no por amor, al
menos por la amargura que sienten no blasfemen; déjame que toque sus labios con
los tuyos, a fin de que apague el fuego de la culpa sobre los labios de todas
ellas, y con tu voz omnipotente, haciéndola resonar en todos los pechos, pueda
detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar todas las voces humanas
en bendiciones y alabanzas.
Crucificado bien mío, la criatura ante tanto amor y
dolor tuyo no se rinde aún, por el contrario, despreciándote va agregando
culpas a culpas, cometiendo sacrilegios enormes, homicidios, suicidios,
fraudes, engaños y traiciones.
Ah, todas estas obras malas hacen más pesados
los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener el peso está a punto de
dejarlos caer y verter sobre la tierra furor y destrucción.
Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la criatura del
furor divino, temiendo verla destruida, extiendes tus brazos y estrechas los
brazos paternos, a fin de que no los deje caer para destruir a la criatura, y
ayudándolo con los tuyos a sostener el peso lo desarmas, e impides que la
Justicia actúe; y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y
enternecerlo, le dices con la voz más insinuante:
«Padre mío, mira estas manos destrozadas y estos
clavos que me las traspasan, que me clavan junto a todas estas obras
malas.
Ah, es en estas manos que siento todos los dolores
que me dan todas estas obras malas.
¿No estás contento Padre mío con mis dolores?
¿No son tal vez capaces de satisfacerte?
Ah, estos mis brazos dislocados serán siempre
cadenas que tendrán estrechada a la pobre criatura, a fin de que no me huya, sólo
alguna que quisiera arrancarse a viva fuerza; y estos mis brazos serán cadenas
amorosas que te atarán, Padre mío, para impedir que Tú destruyas a la pobre
criatura, es más, te atraeré siempre más hacia ella para que viertas sobre ella
tus gracias y tus misericordias».
Mi Jesús, tu amor es un dulce encanto para mí y me
empuja a hacer lo que haces Tú, por eso dame tus brazos, porque junto contigo
quiero impedir, a costa de cualquier pena, que la divina Justicia haga su curso
contra la pobre humanidad; con la sangre que escurre de tus manos quiero apagar
el fuego de la culpa que la enciende y calmar su furor; y para mover al Padre a
piedad de las criaturas, permíteme que yo ponga en tus brazos los tantos
miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, los tantos
corazones doloridos y oprimidos, y permíteme que gire por todas las criaturas y
las ponga a todas en tus brazos, a fin de que todas regresen a tu corazón, y
permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de
tantas obras malas y aparte a todos de obrar el mal.
Mi amable Jesús crucificado, la criatura no está
satisfecha aún de ofenderte, quiere beber hasta el fondo toda la hez de la
culpa y corre como enloquecida en el camino del mal, se precipita de culpa en
culpa, desobedece tus leyes y desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo
por darte dolor quiere irse al infierno.
¡Oh! cómo se indigna la Majestad Suprema, y
Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo, y también sobre la obstinación de las
criaturas, para aplacar al divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad
lacerada, dislocada, desgarrada en modo horrible, y tus santísimos pies
traspasados, en los cuales contienes todos los pasos de las criaturas que te
dan dolores mortales, tanto, que están contraídos por la atrocidad de los
dolores; y escucho tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de apagarse,
que quiere vencer por fuerza de amor y de dolor a la criatura y triunfar sobre
el corazón paterno, que dice:
«Padre mío, mírame, de la cabeza a los pies no hay
parte sana en Mí, no tengo donde hacerme abrir otras llagas y procurarme otros
dolores; si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién
podrá aplacarte?
Oh criaturas, ¿si no os rendís ante tanto amor,
¿qué esperanza os queda de convertiros?
Estas mis llagas y esta sangre serán siempre voces
que llamarán del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y
compasión por la pobre humanidad».
Mi Jesús, te veo en estado de violencia para
aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura, por eso permíteme que tome
tus santísimos pies y gire por todas las criaturas, y ate sus pasos a tus pies,
a fin de que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las cadenas
que tienes puestas entre Tú y ellas, no lo podrán hacer.
Ah, con estos tus pies hazles retroceder del
camino del mal y ponlas sobre el camino del bien, haciéndolas más dóciles a tus
leyes, y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en
él.
Mi Jesús, amante crucificado, veo que no puedes
más, la tensión terrible que sufres sobre la cruz, el crujido continuo de tus
huesos que se dislocan cada vez más a cada pequeño movimiento, las carnes que
se abren cada vez más, las repetidas ofensas que te llegan, repitiéndote una
pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas
internas que te sofocan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios
tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como ola impetuosa
hasta dentro de tu corazón traspasado, ah, tanto te aplastan, que tu santísima
Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios está por sucumbir, y
como delirando de amor y de sufrimiento pide ayuda y piedad. Crucificado Jesús,
¿será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos pidas ayuda?
¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu
sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de
cada espina, para hacer menos dolorosas sus pinchaduras, para aliviar en cada
pena interior de tu corazón la intensidad de tus amarguras!
Quisiera darte vida por vida, y si me fuera posible
quisiera desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo que soy
nada y nada puedo, soy demasiado insignificante, por eso dame a Ti mismo,
tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo, así contentarás mis ansias.
Desgarrado Jesús, veo que tu santísima Humanidad
termina, no por Ti, sino para cumplir en todo nuestra Redención.
Tienes necesidad de ayuda divina, y por eso te
arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y auxilio.
¡Oh! cómo se enternece el divino Padre al mirar el
horrendo desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo terrible que la culpa
ha hecho en tus santísimos miembros, y para contentar tus ansias de amor te
estrecha a su corazón paterno y te da las ayudas necesarias para cumplir
nuestra Redención. Y mientras te estrecha, sientes en tu corazón repetirse más
fuertemente los golpes sobre los clavos, los azotes de los flagelos, las
laceraciones de las llagas, las pinchaduras de las espinas.
¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se
indigna viendo que todas estas penas te las dan hasta en tu corazón, aun las
almas a Ti consagradas! Y en su dolor te dice:
«¿Será posible Hijo mío, que ni siquiera la
parte elegida por Ti esté contigo?
Al contrario, parece que piden refugio y alojo en
este tu corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es
más, todos estos dolores que te dan están escondidos y cubiertos por
hipocresías.
¡Ah! Hijo, no puedo contener más la
indignación por la ingratitud de estas almas, las cuales me dan más dolor que
todas las otras criaturas juntas»
Pero Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes
a estas almas, y con el amor inmenso de tu corazón das reparación por las olas
de amarguras y de heridas que éstas te dan; y para aplacar al Padre le
dices:
«Padre mío, mira este mi corazón, todos estos
dolores te satisfacen, y por cuanto más acerbos tanto más potentes sobre tu
corazón de Padre para obtenerles gracias, luz y perdón.
Padre mío, no las rechaces, ellas serán mis
defensoras, continuarán mi vida sobre la tierra».
Oh, mi Jesús, dame tu corazón, a fin de que
ponga en él mi beso, y con mi latido te restituya el amor y los afectos de
todas las almas consagradas a Ti.
Permíteme que gire por todas ellas, y ponga en
ellas tu corazón, y al toque de él, las almas frías se enfervoricen, se sacudan
las tibias, este toque vuelva a llamar a las desviadas, y haga regresar en
ellas las tantas gracias rechazadas.
Este tu corazón está sofocado por el dolor y por la
amargura al ver los tantos designios que tenías sobre ellas, y que por
su incorrespondencia no se han llevado a cabo, pero con el darles la
vida de este corazón tendrán cumplimiento, de manera que ellas estarán en ti, y
en torno a ti, no más para ofenderte, sino para repararte, consolarte y
defenderte. Vida mía, crucificado Jesús, veo que aún agonizas sobre la cruz, no
habiendo sido correspondido tu amor para dar cumplimiento a todo.
También yo agonizo junto contigo y llamo a todos
ustedes, ángeles, santos, venid al monte calvario a mirar los excesos y las
locuras de amor de un Dios.
Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas,
sostengamos esos miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la
Redención; demos una
mirada a la traspasada Madre, que tantas penas y muertes siente en su
inmaculado corazón por cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos
están mojados de la sangre que está esparcida por todo el monte calvario.
Por eso, todos juntos tomemos esta
sangre y roguemos a la doliente Madre que se una a nosotros, dividámonos por
todo el mundo y vayamos en ayuda de todos, ayudemos a los vacilantes, a fin de
que no perezcan; a los caídos, para que se levanten; a aquellos que están por
caer, para que no caigan; demos esta sangre a tantos pobres ciegos a fin de que
resplandezca en ellos la luz de la verdad; y en modo especial pongámonos en
medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes
centinelas.
Si están por caer alcanzados por los proyectiles
recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de que si son
abandonados por todos, si están impacientes por su triste suerte, demos a ellos
esta sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si
vemos que hay almas que están a punto de caer en el infierno, demos a ellas
esta sangre divina que contiene el precio de la Redención y arrebatémoslas a
Satanás.
Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón
para tenerlo defendido y reparado de todo, pondré a todos en este
corazón a fin de que todos podamos obtener gracia eficaz de conversión, de
fuerza y salvación.
Y ahora, volvamos al monte calvario para asistir a
la muerte de nuestro crucificado Jesús.
Oh Jesús, la sangre a ríos escurre de tus manos y
de tus pies, y los ángeles haciéndote corona, admiran los portentos de tu
inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de la cruz, traspasada por el dolor, a
tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos en un éxtasis de estupor.
Oh Jesús, me uno a Ti, me estrecho a tu
cruz, tomo todas las gotas de esta sangre y las pongo en mi corazón, y cuando
vea a tu Justicia irritada contra los pecadores, te mostraré esta sangre para
aplacarte; cuando vea almas obstinadas en la culpa, te mostraré esta sangre y
en virtud de ella no rechazarás mi oración, porque tengo la prenda en mis
manos.
Y ahora, crucificado bien mío, a nombre de
todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con tu Mamá y con
todos los ángeles, me postro ante Ti y te digo:
«Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque con
tu santa cruz has redimido al mundo».
+ + + Reflexiones de la Decimonovena Hora
(11 AM) 11-66 Noviembre 18, 1913.
Tanto bien puede producir la cruz, por cuanta
conexión tiene el alma con la Voluntad de Dios.
Estaba pensando en mi pobre estado y cómo aun la
cruz se ha alejado de mí, y Jesús en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, cuando dos voluntades están
opuestas entre ellas, una forma la cruz de la otra; así es entre Yo y las
criaturas:
Cuando su voluntad está opuesta a la Mía, Yo formo
la cruz de ellas y ellas la cruz mía, así que Yo soy el asta larga de la cruz y
ellas la corta, que cruzándose forman la cruz. Ahora, cuando la voluntad del
alma se une con la Mía, las astas no quedan más cruzadas, sino unidas entre
ellas, y por lo tanto la cruz no es más cruz, ¿has entendido? Y además, Yo
santifiqué a la cruz, no la cruz a Mí, así que no es la cruz la que santifica,
es la resignación a mi Voluntad lo que santifica la cruz; por lo tanto, también
la cruz tanto de bien puede obrar por cuanta conexión se tiene con mi Voluntad,
no sólo esto, la cruz santifica, crucifica parte de la persona, pero a mi
Voluntad no se le escapa nada, santifica todo y crucifica los pensamientos, los
deseos, la voluntad, los afectos, el corazón, todo, y siendo luz, mi Voluntad
hace ver al alma la necesidad de esta santificación y crucifixión completa, de
modo que ella misma me incita a querer cumplir el trabajo de mi Voluntad en
ella. Así que la cruz y todas las demás virtudes se contentan con tener alguna
cosa, y si pueden clavar a la criatura con tres clavos se alegran y cantan
victoria; en cambio mi Voluntad, no sabiendo hacer obras incompletas, no se
contenta con tres clavos, sino con tantos clavos por cuantos actos de mi
Voluntad dispongo sobre la criatura”.
Mayo 15, 1920 La Divina Voluntad forma en
el alma la crucifixión completa.
Me lamentaba con mi dulce Jesús diciéndole:
“¿Dónde están tus promesas? No más cruz, no
más semejanza Contigo, todo se ha esfumado y no me queda más que llorar mi
doloroso fin”. Y Jesús, moviéndose me ha dicho en mi interior:
“Hija mía, mi crucifixión fue completa, ¿y
sabes por qué?
Porque fue hecha en la Voluntad Eterna de mi
Padre.
En esta Voluntad la cruz se hizo tan larga y tan
ancha, de abrazar todos los siglos, para penetrar en cada corazón presente,
pasado y futuro, de modo que quedaba crucificado en cada corazón de criatura;
esta Divina Voluntad ponía clavos a todo mi interior, a mis deseos, a los
afectos, a mis latidos, puedo decir que no tenía vida propia, sino la Vida de
la Voluntad eterna, que encerraba en Mí a todas las criaturas y quería que
respondiera por todo.
Jamás mi crucifixión podía estar completa y tan
extendida para abrazar a todos, si el Querer eterno no fuera el actor.
También en ti quiero que la crucifixión sea
completa y extendida a todos.
He aquí el porqué de las continuas llamadas
que te hago en mi Querer, son las incitaciones para llevar ante la Majestad
Suprema a toda la familia humana, y a nombre de todos hacer los actos que ellos
no hacen.
El olvido de ti, la falta de reflexiones
personales, no son otra cosa que clavos que pone mi Voluntad.
Mi Voluntad no sabe hacer cosas incompletas o
pequeñas, y haciéndose corona en torno al alma, la quiere en Sí, y
extendiéndola en todo el ámbito de su Querer eterno, pone el sello de su
cumplimiento.
Mi Querer vacía todo lo humano del interior de la
criatura, y pone todo lo divino, y para estar más seguro va sellando todo el
interior con tantos clavos por cuantos actos humanos pueden tener vida en la
criatura, sustituyéndolos con otros tantos actos divinos, y así forma las
verdaderas crucifixiones, y no por un tiempo, sino por toda la vida”.
+ + + 14-33 Junio 6, 1922 Viviendo en la
Divina Voluntad, la cruz y la santidad se hacen semejantes a las de Jesús.
Estaba pensando entre mí:
“Mi buen Jesús ha cambiado conmigo, antes se
deleitaba en hacerme sufrir, todo era participación de clavos y cruz, ahora
todo ha desaparecido, no se deleita más en hacerme sufrir, y si alguna vez
sufro me mira con indferencia y no muestra más aquel gusto de antes”.
Ahora, mientras esto pensaba, mi dulce Jesús
moviéndose en mi interior, suspirando me ha dicho:
“Hija mía, cuando se tienen gustos mayores, los
gustos menores pierden su deleite, su atractivo, y por eso se ven con
indiferencia.
La cruz ata a la gracia, pero, ¿quién la
alimenta?
¿Quién la hace crecer a la debida estatura?
Mi Voluntad.
Es sólo Ella que completa todo y hace cumplir mis
más altos designios en el alma, y si no fuera por mi Voluntad, la misma cruz,
por cuanto poder y grandeza contiene, puede hacer que las almas permanezcan a
medio camino.
¡Oh! cuántos sufren, pero como les falta el
alimento continuo de mi Voluntad, no llegan a la meta, a la destrucción del
querer humano, y el Querer Divino no puede dar el último toque, la última pincelada
de la santidad Divina.
Mira, tú dices que han desaparecido clavos y
cruz, falso hija mía, falso, antes tu cruz era pequeña, incompleta, ahora mi
Voluntad elevándote en Ella, hace que tu cruz sea grande, y cada acto que haces
en mi Querer es un clavo que recibe tu querer, y viviendo en mi Voluntad, la
tuya se extiende tanto, que te difundes en cada criatura, y me da por cada una
la vida que les he dado para devolverme el honor, la gloria, la finalidad para
las que las he creado.
Mira, tu cruz se extiende no sólo por ti,
sino por cada una de las criaturas, así que por todas partes veo tu cruz;
primero la veía sólo en ti, ahora la veo por dondequiera.
Este fundirte en mi Voluntad sin ningún interés
personal, sino sólo para darme lo que todos deberían darme, y para dar a todos
todo el bien que mi Querer contiene, es sólo de la Vida Divina, no de la
humana; así que sólo mi Voluntad es la que forma esta Santidad divina en el
alma.
Entonces tus cruces anteriores eran santidad
humana, y lo humano por cuan santo sea, no sabe hacer cosas grandes sino
pequeñas, mucho menos elevar al alma a la santidad y a la fusión del obrar de
su Creador, queda siempre en la restricción de criatura, pero mi Voluntad
derribando todas las barreras humanas, la arroja en la inmensidad divina, y
todo se hace inmenso en ella: Cruz, clavos, santidad, amor, reparación, todo;
mi mira sobre ti no era la santidad humana, si bien era necesario que primero
hiciera las cosas pequeñas en ti, y por eso me deleitaba tanto.
Ahora, habiéndote hecho pasar más adelante y
debiéndote hacer vivir en mi Querer, viendo tu pequeñez, tu átomo, abrazar la
inmensidad para darme por todos y por cada uno amor y gloria para volverme a
dar todos los derechos de toda la Creación, esto me deleita tanto, que todas
las otras cosas no me dan más gusto.
Entonces tu cruz, tus clavos, serán mi
Voluntad, la que teniendo crucificada a la tuya completará en ti la verdadera
crucifixión, no a intervalos sino perpetua, toda semejante a la mía, que fui
concebido crucificado y morí crucificado, alimentada mi cruz de la sola
Voluntad eterna, y por eso, por todos y por cada uno Yo fui crucificado.
Mi cruz selló a todos con su emblema”.
+ + +
El amor rechazado se convierte en fuego de castigo.
Encontrándome en lo acostumbrado, mi siempre amable
Jesús se hacía ver todo afanado y oprimido, pero lo que más lo oprimía eran las
llamas de su amor, que mientras salían de Él para expandirse, eran obligadas
por la ingratitud humana a aprisionarse nuevamente.
¡Oh! cómo su corazón santísimo quedaba
sofocado por sus mismas llamas, y pedía refrigerio. Entonces me ha dicho:
“Hija mía, dame alivio, porque no puedo más; mis
llamas me devoran, déjame agrandar tu corazón para poder poner en él mi amor
rechazado y el dolor de mi mismo amor, ¡ah! las penas de mi amor superan a
todas mis demás penas juntas”.
Ahora, mientras esto decía, ponía su boca en mi
corazón y lo soplaba fuertemente, de modo que me lo sentía inflar, después me
lo tocaba con sus manos como si lo quisiera agrandar y volvía a soplarle; yo
sentía como si se fuera a romper, pero Él, no prestándome atención volvía a
soplarle.
Después que lo ha inflado bien, con sus manos
lo ha cerrado, como si pusiera un sello, de modo que no había esperanza que
pudiera recibir alivio, y luego me dijo:
“Hija de mi corazón, he querido encerrar
con mi sello mi amor y mi dolor que he puesto en ti, para hacerte sentir cuán
terrible es la pena del amor contenido, del amor rechazado.
Hija mía, paciencia, tú sufrirás mucho, es la pena
más dura, pero es tu Jesús, tu vida, quien quiere este alivio de ti”.
Sólo Jesús sabe lo que sentía y sufría, por eso
creo que es mejor no ponerlo en el papel.
Entonces, habiendo pasado todo un día sintiéndome
continuamente morir, en la noche, regresando mi dulce Jesús quería inflarme más
la parte del corazón, y yo le decía:
“Jesús, no puedo más; no puedo contener lo que
tengo, y ¿quieres agregar más?”
Y Él tomándome entre sus brazos para darme la
fuerza, me ha dicho:
“Hija mía, ánimo, déjame hacer, es necesario, de
otra manera no te daría tanta pena, los males han llegado a tanto que hay toda
la necesidad de que tú sufras a lo vivo mis penas, como si de nuevo estuviera
Yo viviente sobre la tierra.
La tierra está por hacer salir llamas para castigar
a las criaturas; mi amor que corre hacia ellas para cubrirlas de gracia,
rechazado se convierte en fuego para castigarlas, así que la humanidad se
encuentra en medio de dos fuegos:
Fuego del Cielo y fuego de la tierra.
Son tantos los males, que estos fuegos están por unirse,
y las penas que te hago sufrir corren en medio de estos dos fuegos e impiden
que se unan; si no hiciera esto, para la pobre humanidad todo habría terminado.
Por eso déjame hacer, Yo te daré la fuerza y estaré contigo”.
Ahora, mientras esto decía, volvía a soplarme, y
yo, como si no pudiera más, le rogaba que me tocase con sus manos para
sostenerme y darme la fuerza, y Jesús me ha tocado, sí, tomándome el corazón
entre sus manos y apretándolo tan fuerte, que sólo Él sabe lo que me hizo
sentir.
Pero no contento con esto me ha estrechado tan
fuerte la garganta con sus manos, que me sentía despedazar los huesos, los
nervios de la garganta y me sentía asfixiar.
Entonces, después que me ha dejado en aquella
posición por algún tiempo, todo ternura me ha dicho:
“Ánimo, en este estado se encuentra la
presente generación, y de todas las clases, son tales y tantas las pasiones que
la dominan, que están ahogados por las mismas pasiones y por los vicios más
feos; la podredumbre, el fango es tanto, que está por sumergirlas, he aquí por
qué he querido hacerte sufrir la pena de sofocarte la garganta, esta es pena de
los excesos extremos, y Yo no pudiendo soportar más el ver a la humanidad
sofocada por sus mismos males, he querido de ti una reparación. Pero debes saber
que esta pena la sufrí también Yo cuando me crucificaron, me estiraron tanto
sobre la cruz, que todos los nervios me los estiraron tanto que me los sentía
despedazar, retorcer, pero los de mi garganta tuvieron un dolor y un
estiramiento mayor, tanto que me sentía asfixiar.
Era el grito de la humanidad sumergida por las
pasiones, que apretándome la garganta me ahogaba de penas.
Fue tremenda y horrible esta pena mía al
sentirme estirar los nervios, los huesos de la garganta con tal fuerza, que
sentía destrozarme todos los nervios de la cabeza, de la boca y hasta de los
ojos; fue tal la tensión, que cada pequeño movimiento me hacía sentir penas
mortales; ahora me quedaba inmóvil y ahora me contorsionaba tanto, que me
sacudía en modo horrible sobre la cruz, que los mismos enemigos quedaban
aterrorizados. Por eso te repito, ánimo, mi Voluntad te dará fuerza para
todo”.
+ + + VIGÉSIMA HORA De las 12 a la 1 de la
tarde.
Primera hora de agonía en la cruz.
La Primera Palabra.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Crucificado bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre
tu trono de triunfo, en acto de conquistar todo y a todos los corazones, y de
atraerlos tanto a Ti, que todos sientan tu sobrehumano poder.
La naturaleza horrorizada de tanto delito se postra
ante Ti y en silencio espera una palabra tuya para rendirte homenaje y hacer
reconocer tu dominio; el sol lloroso retira su luz, no pudiendo soportar tu
vista demasiado dolorosa.
El infierno siente terror y silencioso espera; los
mismos enemigos pierden el ánimo, y si algún insulto te lanzan, este muere en
los labios, así que todo es silencio.
La traspasada Mamá, tus fieles, están todos mudos y
tan petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu destrozada y
dislocada Humanidad, y silenciosos esperan también una palabra tuya.
Tu misma Humanidad que yace en un mar de dolores
entre los espasmos atroces de la agonía, está silenciosa, tanto, que temo que
de un respiro a otro Tú mueras.
Pero penetrando en tu interior veo que el amor
desborda, te sofoca y no puedes contenerlo, y obligado por tu amor que te
atormenta más que las mismas penas, con voz fuerte y conmovedora hablas como el
Dios que eres, y dices:
«Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen». (Lc 23, 34)
Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas
inauditas.
Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor?
¡Ah! después de tantas penas e insultos, la
primera palabra es el perdón, y nos excusas ante el Padre por tantos pecados;
esta palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres Tú
el primero en ofrecerles el perdón.
Pero cuántos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor
da en delirio y quieres dar a todos el perdón y el beso de paz.
A esta palabra tuya el infierno tiembla y te
reconoce por Dios.
La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen
tu Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver hasta dónde
llega tu amor.
Pero no es sólo tu voz, sino también tu sangre y
tus llagas que gritan a cada corazón después del pecado:
«Ven a mis brazos, que te perdono, y el
sello del perdón es el precio de mi sangre.»
Oh mi amable Jesús, repite esta palabra a cuantos
pecadores hay en el mundo.
Para todos implora misericordia, a todos aplica los
méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por todos, oh buen
Jesús, continúa aplacando a la divina Justicia y concede gracia a quien
encontrándose en acto de tener que perdonar, no siente la fuerza.
Mi Jesús, crucificado adorado, en estas tres horas
de amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo, y mientras silencioso
te estás sobre esta cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer en todo al
Padre.
Por todos le agradeces, satisfaces por todos y por
todos pides perdón, y a todos consigues la gracia de que nunca más te
ofendan.
Y para obtener esto del Padre resumes toda tu vida,
desde el primer instante de tu concepción hasta tu último respiro.
Mi Jesús, amor interminable, deja que también
yo recapitule toda tu vida junto contigo, con la inconsolable Mamá, con san
Juan y con las pías mujeres.
Mi dulce Jesús, te agradezco por las tantas espinas
que han traspasado tu adorable cabeza, por las gotas de sangre que de ésta has
derramado, por los golpes que en ella has recibido y por los cabellos que te
han arrancado.
Te agradezco por el bien que has hecho e impetrado
a todos, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has dado, y por
cuantas veces has perdonado todos nuestros pecados de pensamiento, de soberbia,
de orgullo y de estima propia.
Te pido perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por
cuantas veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de sangre te
hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza, por cuantas veces no hemos
correspondido a tus inspiraciones.
Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido, oh
buen Jesús, impetrarnos la gracia de no cometer jamás pecados de
pensamientos.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tu
santísima cabeza, para darte toda la gloria que todas las criaturas te habrían
dado si hubieran hecho buen uso de su inteligencia.
Adoro, oh Jesús mío, tus santísimos ojos y te
agradezco por cuantas lágrimas y sangre han derramado, por las espinas que los
han traspasado, por los insultos, escarnios y menosprecios soportados en toda
tu Pasión.
Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de
la vista para ofenderte y ultrajarte, rogándote por los dolores sufridos en tus
santísimos ojos, que nos consigas la gracia de que nadie más te ofenda con
malas miradas.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en
tus santísimos ojos para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado
si sus miradas hubieran estado fijas solamente en el Cielo, en la Divinidad y
en Ti, oh mi Jesús.
Adoro tus santísimos oídos.
Te agradezco por todo lo que sufriste mientras los
canallas sobre el calvario te los aturdían con gritos e injurias.
Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas malas
conversaciones hemos hecho, y te ruego que se abran nuestros oídos a las
verdades eternas, a las voces de la Gracia, y que ninguno más te ofenda con el
sentido del oído.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en
tus santísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían
dado si de este sentido siempre hubieran hecho uso según tu Voluntad.
Adoro y beso, oh Jesús mío, tu santísimo
rostro, y te agradezco por cuanto sufriste por los salivazos, por las bofetadas
y las burlas recibidas, y por cuantas veces te has dejado pisotear por tus
enemigos.
Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces
hemos tenido la osadía de ofenderte, suplicándote por estas bofetadas y por
estos salivazos recibidos, que hagas que tu Divinidad sea por todos reconocida,
alabada y glorificada.
Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por todo el
mundo, de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las voces de las
criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de alabanza, de amor y de
adoración.
Quiero también, oh mi Jesús, traer a Ti todos los
corazones de las criaturas, a fin de que en todos Tú pongas luz, verdad, amor y
compasión a tu divina Persona; y mientras perdonarás a todos, yo te ruego que
no permitas que ninguno más te ofenda, y si fuese posible, aun a costa de mi
sangre.
En fin, quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu
santísimo rostro, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado
si ninguna hubiera osado ofenderte.
Adoro tu santísima boca y te doy las
gracias por tus primeros gemidos, por cuanta leche mamaste, por
cuantas palabras dijiste, por los besos encendidos que diste a tu santísima
Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel y por la sed
ardiente que sufriste sobre la cruz, por las plegarias que elevaste al Padre, y
te pido perdón por cuantas murmuraciones y conversaciones malas y mundanas se
hacen, y por cuantas blasfemias pronuncian las criaturas; quiero ofrecer tus
santas conversaciones en reparación de sus conversaciones no buenas; la
mortificación de tu gusto para reparar sus gulas y todas las ofensas que te
hacen con el mal uso de la lengua.
Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu
santísima boca, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si
ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y con el abuso de la
lengua.
Oh Jesús, te doy las gracias por todo y a nombre de
todos.
A Ti elevo un himno de agradecimiento eterno,
infinito.
Quiero, oh mi Jesús, ofrecerte todo lo que has
sufrido en tu santísima persona, para darte toda la gloria que te habrían dado
todas las criaturas si hubiesen uniformado su vida a la tuya.
Te agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en
tus santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por cuantas llagas te
has dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y por cuantas gotas de sangre has
derramado.
Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas
veces, por amor a las comodidades, te hemos ofendido con placeres ilícitos y no
buenos.
Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar
todos los pecados cometidos con todos los sentidos, por el amor a los propios
gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas las satisfacciones
naturales, y quiero ofrecerte también todo lo que has sufrido en tus hombros,
para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen
buscado agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la sombra de tu divina
protección.
Jesús mío, beso tu pie izquierdo, te doy las
gracias por todos los pasos que diste en tu vida mortal, y por cuantas veces
cansaste tus pobres miembros para ir en busca de almas para conducirlas a tu
corazón.
Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis acciones, pasos
y movimientos, con la intención de darte reparación por todo y por todos.
Te pido perdón por aquellos que no obran con recta
intención.
Uno mis acciones a las tuyas para divinizarlas, y
las ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima Humanidad,
para darte toda la gloria que te habrían dado las criaturas si hubiesen obrado
santamente y con fines rectos.
Te beso, oh Jesús mío, el pie derecho y te
agradezco por cuanto has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta hora en
que estás suspendido en la cruz.
Te agradezco por el desgarrador trabajo que hacen
los clavos en tus llagas, las cuales se abren siempre más al peso de tu
sacratísimo cuerpo.
Te pido perdón por todas las rebeliones y
desobediencias que cometen las criaturas, ofreciéndote los dolores de tus
santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte toda la gloria que
las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen estado sujetas a Ti.
Oh mi Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te
agradezco por cuanto has sufrido por mí, por cuantas veces has aplacado a la
divina Justicia satisfaciendo por todo.
Beso tu mano derecha y te doy las gracias por todo
el bien que has obrado y que obras por todos, especialmente te agradezco por
las obras de la Creación, de la Redención y de la Santificación.
Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces
hemos sido ingratos a tus beneficios, y por tantas obras nuestras hechas sin
recta intención.
En reparación de todas estas ofensas quiero
ofrecerte toda la perfección y santidad de tus obras, para darte toda la gloria
que las criaturas te habrían dado si hubiesen correspondido a todos estos
beneficios.
Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y te
agradezco por todo lo que has sufrido, deseado y anhelado por amor de todos y
por cada uno en particular.
Te pido perdón por tantos malos deseos, afectos y
tendencias no buenas.
Perdón, oh Jesús, por tantos que posponen tu amor
al amor de las criaturas, y para darte toda la gloria que estos te han negado,
te ofrezco todo lo que ha hecho y continúa haciendo tu adorabilísimo
corazón.
+ + + Reflexiones de la Vigésima Hora (12
AM) 14-74 Noviembre 16, 1922.
Efectos de la absolución en la Divina
Voluntad.
Más tarde estaba recibiendo la absolución y decía
entre mí:
“Mi Jesús, en tu Querer quiero recibirla”.
Y Jesús, súbito, sin darme tiempo ha agregado:
“Y Yo en mi Voluntad te absuelvo, y mientras te
absuelvo a ti, mi Querer pone en camino las palabras de la absolución para
absolver a quien quiera ser absuelto y para perdonar a quien quiera el
perdón.
Mi Querer toma a todos, no toma uno solo, sino que
quien está dispuesto toma más que todos”.
+ + + 18-8 Octubre 21, 1925 Efectos de un
acto hecho en la Divina Voluntad.
El dolor de Jesús está suspendido en la Divina
Voluntad esperando al pecador.
Más tarde, continuando el fundirme en la Voluntad
Divina, doliéndome por cada ofensa que ha sido hecha a mi Jesús, desde el
primero hasta el último hombre que vendrá sobre la tierra, y mientras me dolía
pedía perdón, pero mientras esto hacía decía entre mí:
“Jesús mío, amor mío, no me basta con dolerme
y pedirte perdón, sino que quisiera aniquilar cualquier pecado, para hacer que
jamás, jamás seas ofendido”.
Y Jesús moviéndose en mi interior me ha
dicho:
“Hija mía, Yo tuve un dolor especial por cada
pecado, y sobre mi dolor estaba suspendido el perdón al pecador.
Ahora, este mi dolor está suspendido en mi Voluntad
esperando al pecador cuando me ofende, a fin de que doliéndose de haberme
ofendido descienda mi dolor a dolerse junto con el suyo, y pronto darle el
perdón; pero, ¿cuántos me ofenden y no se duelen?
Y mi dolor y perdón están suspendidos en mi
Voluntad y como aislados.
Gracias hija mía, gracias por venir en mi Voluntad
a hacer compañía a mi dolor y a mi perdón.
Continúa girando en mi Voluntad y haciendo tuyo mi
mismo dolor, grita por cada ofensa: ‘dolor, perdón’, a fin de que no sea Yo
solo a dolerme y a impetrar el perdón, sino que tenga la compañía de la pequeña
hija de mi Querer que se duele junto Conmigo”.
+ + + VIGÉSIMA PRIMERA HORA De la 1 a
las 2 de la tarde.
Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera
y cuarta palabra sobre la cruz.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la
fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el
corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de
dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto
de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso,
queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y
queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente
todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito dice:
«Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino».
(Lc 23, 42)
Y Tú no vacilas en responderle:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en
tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a
tantos moribundos.
¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu
amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para
tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve
impedido.
¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también
cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al
silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que
desesperan de la divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío,
inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a
aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de esta
palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al
Cielo.
En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus
llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús.
Por los méritos de tu preciosísima sangre no
permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas,
junto con tu voz:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 43)
Tercera Palabra.
Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas
aumentan siempre más.
Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los
Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que das a
cada una tu propia vida.
Pero tu amor se ve impedido por las criaturas,
despreciado, no tomado en cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso,
te da torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más puede
dar al hombre para vencerlo y te hace decir:
«¡Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres
tener piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!»
Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué
darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante
por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura, que la tiene
crucificada a la par contigo.
Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con
satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y
considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para
enternecer a todos los corazones dices:
«Mujer, he ahí a tu hijo». (Jn 19, 26) Y a Juan:
«He ahí a tu Madre». (Jn 19, 27)
Tu voz desciende en su corazón materno y unida a
las voces de tu sangre continúa diciendo:
«Mamá mía, te confío a todos mis hijos;
todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras
maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos».
Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas, que te
reducen al silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se
hacen a la santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no
quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a todos dándonosla por
Madre.
¿Cómo podemos no agradecerte por tanto
beneficio?
Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te
ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón.
Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al
oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros?
Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su
acento, sin más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos.
Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para
agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu Jesús.
Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a
tu cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aun mínimamente; tennos
siempre estrechados a Jesús, con tus manos átanos a todos a Él, de modo de no
poderle huir jamás.
Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas
las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.
Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas
penas, Tú abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y yo no me
estaré indiferente, sino que como paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas,
besarlas, endulzarlas y sumergirme en tu sangre para poder decir contigo:
“¡Almas, almas!”
Quiero sostener tu cabeza traspasada
y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos.
Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en
virtud de las espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna
turbación entre en mí.
Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido
que atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para comprenderte.
Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien
cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi
pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra
mirada divina.
Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los
insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah,
escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones.
Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual
sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor.
Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que
yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón;
tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre raptada en Ti.
Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene
siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo que no
es Voluntad de Dios, que no es amor.
Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para
abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea
tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana
pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y
mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me
darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento,
infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme
respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu vida divina.
Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y
constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el
sufrir por amor suyo.
Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el
amor, hazme tomar parte en tu inmutabilidad.
Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no
puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca por medio de tu sangre
y de tus llagas.
Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te
atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a compasión
un alma tan fría y falta de tu amor?
Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis
creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más.
Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor,
crea en todo mi ser vida nueva, vida divina, pronuncia tus palabras sobre mi
pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo.
Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás
sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no dé un solo paso
alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por
las penas que sufres en tus pies.
Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre
preciosísima, beso una por una tus llagas con la intención de poner en ellas
todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones.
Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy
a todas las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo en
las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda en las
tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y alas para
transportarlas de esta tierra al Cielo.
Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y
mi morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si alguno quisiera
acercarse para ofenderte, yo saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera,
más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de convertir
las ofensas en amor.
Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu
corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar
como Tú ansías ser amado.
Cuarta Palabra.
Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón
me abandono numerando tus penas, veo que un temblor convulsivo invade tu
santísima Humanidad, tus miembros se debaten como si quisieran separarse uno de
otro, y entre contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas
fuertemente:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
(Mt 27, 46)
A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen
más densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya.
Mi vida, mi todo, mi Jesús, ¿qué veo?
Ah, Tú estás próximo a morir, las mismas penas tan
fieles a Ti están por dejarte; y entre tanto, después de tanto sufrir, ves con
inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien
descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que
se arrancan de tus miembros.
Y Tú, debiendo satisfacer a la divina
Justicia también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas
que sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones:
«¡No me abandonen!
Si quieren que sufra más penas estoy dispuesto,
pero no se separen de mi Humanidad.
¡Éste es el dolor de los dolores, es la muerte de
las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera su separación de
Mí!
¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi
muerte! Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonen!»
Amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te
sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona.
Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar
contigo:
¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de
estas llagas, para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los corazones
de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si
me fuera posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para
hacer retroceder a las almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu
corazón.
Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu cercana
muerte.
Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu
corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual soy capaz, y
para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y con ella quiero
compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo
para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de las almas.
Es en verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús;
más que el abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se alejan de Ti
lo que hace escapar de tu corazón este doloroso lamento.
Oh mi Jesús, aumenta en todos la gracia, a
fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de aquellas almas
que se deberían perder, para que no se pierdan.
Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo
abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de compañeras
en tu abandono, parece que las privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean,
oh Jesús, las penas de éstas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te
alivien en tu dolor. + + +
Reflexiones de la Vigésima Primera Hora (1 PM) 12-76 Enero 4, 1919
Efectos de las penas sufridas en la
Voluntad de Dios.
Continuando mi habitual estado, estaba toda
afligida por la privación de mi dulce Jesús, sin embargo trataba de estarme
unida con Él haciendo las horas de la Pasión, estaba haciendo la de Jesús sobre
la cruz, cuando lo he escuchado en mi interior, que uniendo las manos y con voz
articulada ha dicho:
“Padre mío, acepta el sacrificio de esta hija mía,
el dolor que siente por mi privación, ¿no ves cómo sufre?
El dolor la deja como sin vida, privada de Mí,
tanto, que si bien escondido estoy obligado a sufrirlo junto con ella para
darle fuerza, de otra manera sucumbiría. ¡Ah! Padre, acéptalo unido al dolor
que experimenté sobre la cruz cuando fui abandonado aun por Ti, y concede que
la privación que siente de Mí sea luz, conocimiento, Vida Divina en las demás
almas y todo lo que conseguí Yo con mi abandono”.
Dicho esto se ha escondido de nuevo.
Yo me sentía petrificada por el dolor, y si bien
llorando, he dicho:
“Vida mía, Jesús, ¡ah! sí, dame las almas, y el
vínculo más fuerte que te obligue a dármelas sea la pena desgarradora de tu
privación, y esta pena corre en tu Voluntad a fin de que todos sientan el toque
de mi pena y mi grito incesante y se rindan”.
Después, ya en la tarde, el bendito Jesús ha venido
y ha agregado:
“Hija y refugio mío, qué dulce armonía hacía hoy tu
pena en mi Voluntad.
Mi Voluntad está en el Cielo, y tu pena
encontrándose en mi Voluntad armonizaba en el Cielo y con su grito pedía almas
a la Trinidad Sacrosanta, y mi Voluntad corriendo en todos los ángeles y
santos, hacía que tu pena les pidiera almas a todos, tanto que todos han
quedado tocados por tu armonía, y junto con tu pena todos han gritado ante mi
Majestad:
“¡Almas, almas!”
Mi Voluntad corría en todas las criaturas y tu pena
ha tocado todos los corazones y ha gritado a todos:
“¡Salvaos, salvaos!”
Mi Voluntad se concentraba en ti y como refulgente
sol se ponía como guardia de todos para convertirlos.
Mira qué gran bien, sin embargo, ¿quién se ocupa en
conocer el valor, el precio incalculable de mi Querer?”
+ + + 12-142 Diciembre 18, 1920 Correspondencia
de amor y de agradecimiento por todo lo que Dios obró en la Mamá
Celestial.
Después de esto me he sentido fuera de mí misma y
me he encontrado junto con mi dulce Jesús, pero tan estrechada con Él y Él
conmigo, que casi no podía ver su Divina Persona; y no sé cómo le he
dicho:
“Mi dulce Jesús, mientras estoy estrechada a Ti
quiero testimoniarte mi amor, mi agradecimiento y todo lo que la criatura está
en deber de hacer por haber Tú creado a nuestra Reina Mamá Inmaculada, la más
bella, la más santa, y un portento de gracia, enriqueciéndola con todos los
dones y haciéndola nuestra Madre, y esto lo hago a nombre de las criaturas
pasadas, presentes y futuras; quiero tomar cada acto de criatura, palabra,
pensamiento, latido, paso, y en cada uno de ellos decirte que te amo, te
agradezco, te bendigo, te adoro por todo lo que has hecho a mí y a tu Celestial
Mamá”.
Jesús ha agradecido mi acto, pero tanto que me ha
dicho:
“Hija mía, con ansia esperaba este acto tuyo
a nombre de todas las generaciones; mi justicia, mi amor, sentían la necesidad
de esta correspondencia, porque grandes son las gracias que descienden sobre
todos por haber enriquecido tanto a mi Mamá, sin embargo no tienen nunca una
palabra, un gracias que decirme”.
+ + + Agosto 2, 1922 Semejanza en la
pena más grande de Jesús: El alejamiento de la Divinidad en las penas.
Encontrándome en mi habitual estado, me veía toda confundida
y como separada de mi dulce Jesús, tanto que al venir le he dicho:
“Amor mío, cómo han cambiado las cosas para mí,
antes me sentía tan fundida Contigo que no advertía ninguna división entre Tú y
yo, y en las mismas penas que sufría Tú estabas conmigo.
Ahora todo al contrario, si sufro me siento
dividida de Ti, y si te veo ante mí o dentro de mí, es con aspecto de un juez
que me condena a la pena, a la muerte, y ya no tomas parte en las penas que Tú
mismo me das, sin embargo me dices:
Elévate siempre más; en cambio yo desciendo”.
Y Jesús interrumpiendo mi hablar me ha dicho:
“Hija mía, cómo te engañas, esto sucede porque tú
has aceptado, y Yo he marcado en ti las muertes y las penas que Yo sufrí por
cada criatura. También mi Humanidad se encontraba en estas dolorosas
condiciones, Ella era inseparable de mi Divinidad, sin embargo, siendo mi
Divinidad intangible en las penas, y no capaz de poder sufrir sombra de penas,
mi Humanidad se encontraba sola en el sufrir, y mi Divinidad era sólo espectadora
de las penas y muertes que Yo sufría, más bien me era juez inexorable que
quería el pago de cada pena de cada criatura.
¡Oh, cómo mi Humanidad temblaba, quedaba aplastada
ante aquella luz y Majestad Suprema al verme cubierto por las culpas de todos,
y de las penas y muertes que cada uno merecía! Fue la pena más grande de mi
Vida, que mientras era una sola cosa con la Divinidad e inseparable, en las
penas permanecía solo y como apartado. Por eso, si te he llamado a mi
semejanza, ¿qué maravilla que mientras me sientes en ti me ves espectador de
tus penas que Yo mismo te infrinjo y te sientes como separada de Mí?
No obstante tu pena no es otra cosa que la sombra
de la mía, y así como mi Humanidad no quedó jamás separada de la Divinidad, así
te aseguro que jamás quedas separada de Mí, son los efectos lo que sientes,
pero entonces más que nunca formo una sola cosa contigo, por eso ánimo,
fidelidad y no temas”.
+ + + 15-9 Marzo 12, 1923 Privación
de Jesús y efectos que produce.
Cómo Jesús sufrió el alejamiento de la Divinidad.
Me
sentía morir de pena por la privación de mi dulce Jesús, y si viene lo hace
como relámpago que huye.
Entonces
no pudiendo más y teniendo Él compasión de mí, ha salido de dentro de mi
interior, y yo en cuanto lo he visto le he dicho:
“Amor
mío, qué pena, me siento morir sin Ti, pero morir sin morir, que es la más dura
de las muertes, yo no sé cómo la bondad de tu corazón puede soportar verme en
estado de muerte continua, sólo por causa tuya".
Y Jesús:
"Hija
mía, ánimo, no te abatas demasiado, no estás sola en sufrir esta pena, también
Yo la sufrí, como también mi querida Mamá, ¡oh! ¡Cuánto más dura que la tuya!
Cuántas veces mi gimiente Humanidad, si bien era inseparable de la Divinidad,
pero para dar lugar a las expiaciones, a las penas, siendo éstas incapaces de
tocarla, Yo quedaba solo y la Divinidad como apartada de Mí.
¡Oh! cómo
sentía esta privación, pero esto era necesario.
Tú
debes saber que cuando la Divinidad puso fuera la obra de la Creación, puso
también fuera toda la gloria, todos los bienes y felicidad que cada una de las
criaturas debía recibir, no sólo en esta vida sino también en la patria
celestial.
Ahora,
toda la parte que correspondía a las almas perdidas quedaba suspendida, no
tenía a quién darse, entonces Yo, debiendo completar todo y absorber todo en
Mí, me expuse a sufrir la privación que los mismos condenados sufren en el
infierno.
¡Oh,
cuánto me costó esta pena! Me costó pena de infierno y muerte despiadada, pero
era necesario.
Debiendo
absorber todo en Mí, todo lo que salió de Nosotros en la Creación, toda la
gloria, todos los bienes y felicidad, para hacerlos salir de Mí de nuevo para
ponerlos a disposición de todos aquellos que quisieran aprovecharse de ellos,
debía absorber todas las penas y la misma privación de mi Divinidad, ahora,
todos estos bienes absorbidos en Mí de toda la obra de la Creación, siendo Yo
la cabeza de la que todo bien desciende sobre todas las generaciones, voy
buscando almas que me asemejen en las penas, en las obras, para poder
participar tanta gloria y felicidad que mi Humanidad contiene, pero no todas
las almas las quieren aprovechar, ni todas están vacías de sí mismas y de las
cosas de acá abajo para poderme hacer conocer y después sustraerme, y en estos
vacíos de ellas mismas y del conocimiento que han adquirido de Mí, formar esta
pena de mi privación, y en la privación que sufre venga a absorber en ella esta
gloria de mi Humanidad que otros rechazan.
Si
Yo no hubiera estado casi siempre contigo, tú no me habrías conocido ni amado,
y este dolor de mi privación no lo sentirías ni podría formarse en ti, y en ti
faltaría la semilla y el alimento de este dolor.
¡Oh!
cuántas almas están privadas de Mí, y tal vez están aun muertas, ellas se
duelen si se ven privadas de un pequeño placer, de una bagatela cualquiera,
pero privadas de Mí no tienen ningún dolor y ni siquiera un pensamiento, así
que este dolor debería consolarte, porque te da la señal segura de que he
venido a ti y que me has conocido, y que tu Jesús quiere poner en ti la gloria,
los bienes, la felicidad que los demás rechazan".
+ +
+ 18-6 Octubre 10, 1925 La Santísima Virgen repite al alma lo que hizo
a su Hijo.
Después
veía a mi Mamá Celestial con el niño Jesús entre sus brazos, que lo besaba y lo
ponía a su pecho para darle su purísima leche, y yo le he dicho:
“Mamá
mía, ¿y a mí nada me das?
¡Ah!
permíteme al menos que ponga mi te amo entre tu boca y la de Jesús mientras os
besáis, a fin de que en todo lo que hagáis corra junto mi pequeño te amo. Y
Ella me dijo:
“Hija mía, pon también tu pequeño te
amo no sólo en la boca, sino en todos los actos que corren entre Yo y mi Hijo.
Tú debes saber que en todo lo que hacía hacia
mi Hijo, tenía la intención de hacerlo hacia las almas que debían vivir en la
Voluntad Divina, porque estando en Ella estaban dispuestas a recibir todos
aquellos actos que Yo hacía hacia Jesús, y encontraba espacio suficiente donde
depositarlos.
Así que si Yo besaba a mi Hijo, las besaba a ellas,
porque las encontraba junto con Él en su Suprema Voluntad.
Eran ellas las primeras como alineadas en Él, y mi
amor materno me empujaba a hacerlas participar de lo que hacía a mi Hijo.
Gracias grandes se necesitaban para quien debía
vivir en esta Santa Voluntad, y Yo ponía a su disposición todos mis bienes, mis
gracias, mis dolores, para su ayuda, defensa, fortaleza, apoyo, luz; y Yo me
sentía feliz y honrada, con los honores más grandes, detener por hijos míos los
hijos de la Voluntad del Padre Celestial, la cual también Yo poseía, y por eso
los veía también como partos míos.
Es más, de ellos se puede decir lo que se dice de
mi Hijo, que las primeras generaciones encontraban la salvación en los méritos
del futuro Redentor.
Así estas almas en virtud de la Voluntad
Divina obrante en ellas, estas futuras hijas son aquellas que imploran
incesantemente la salvación, las gracias a las futuras generaciones; están con
Jesús y Jesús en ellas, y repiten junto con Jesús lo que contiene Jesús.
Por eso, si quieres que te repita lo que hice a mi
Hijo, haz que te encuentre siempre en su Voluntad, y Yo te daré magnánimamente
mis favores”.
+ + + 20-28 Noviembre 21, 1926 Ternura
de Jesús en el punto de la muerte.
Me
sentía toda afligida por la muerte de improviso de una hermana mía, el temor de
que mi amable Jesús no la tuviese Consigo me desgarraba el ánimo y al venir mi
sumo Bien Jesús le he dicho mi pena, y Él todo bondad me ha dicho:
“Hija
mía, no temas, ¿no está acaso mi Voluntad que suple a todo, a los mismos
Sacramentos y a todas las ayudas que se pueden dar a una pobre moribunda?
Mucho más
cuando no está la voluntad de la persona de no querer recibir los Sacramentos y
todas las ayudas de la Iglesia, que como madre da en aquel punto extremo.
Debes
saber que mi Querer al arrebatarla de la tierra de improviso me la ha hecho
circundar por la ternura de mi Humanidad, mi corazón humano y divino ha puesto
en campo de acción mis fibras más tiernas, de modo que sus defectos, sus
debilidades, sus pasiones, han sido miradas y pesadas con tal fineza de ternura
infinita y divina, y cuando Yo pongo en campo mi ternura no puedo hacer menos
que tener compasión y dejarla pasar a buen puerto, como triunfo de la ternura
de tu Jesús.
Y además,
¿no sabes tú que donde faltan las ayudas humanas abundan las ayudas
divinas?
Tú temes
porque no había nadie a su alrededor y si quiso ayuda no tuvo a quien pedirla.
¡Ah,
hija mía, en aquel punto las ayudas humanas cesan, no tienen ni valor ni
efecto, porque el alma entra en el acto único y primero con su Creador, y en
este acto primero a ninguno le es dado entrar, y además, a quien no es un
perverso, la muerte repentina sirve para no hacer poner en campo la acción
diabólica, sus tentaciones, los temores que con tanto arte arroja en los
moribundos, porque se los siente arrebatar sin poderlos tentar ni seguir, por
eso lo que se cree desgracia por los hombres, muchas veces es más que gracia”.
+ + + 35-40 Marzo 22, 1938 La última espía
de amor en el punto de la muerte. …
Nuestra bondad, nuestro amor es tanto, que
intentamos todos los caminos, usamos todos los medios para arrancarlo del
pecado, para ponerlo a salvo, y si no lo logramos en vida, le hacemos la última
sorpresa de amor en el punto mismo de la muerte.
Tú debes saber que en aquel punto es la
última espía de amor que hacemos a la criatura, la circundamos de gracias, de
luz, de bondad; ponemos tales ternuras de amor, de ablandar y vencer los
corazones más duros, y cuando la criatura se encuentra entre la vida y la
muerte, entre el tiempo que termina y la eternidad que está por comenzar, casi
en el acto en el que el alma está por salir del cuerpo, Yo, tu Jesús, me hago
ver con una amabilidad que rapta, con una dulzura que encadena y endulza las
amarguras de la vida, especialmente las de aquel punto extremo; después la
miro, pero con tanto amor de arrancarle un acto de dolor, un acto de amor, una
adhesión a mi Voluntad.
Ahora, en aquel punto de desengaño, al
ver, al tocar con la mano cuánto la hemos amado y la amamos, sienten tal dolor
que se arrepienten de no habernos amado, y reconocen nuestra Voluntad como
principio y cumplimiento de su vida, y como satisfacción aceptan la muerte,
para cumplir un acto de nuestra Voluntad.
Porque tú debes saber que si la criatura no hiciera
ni siquiera un acto de Voluntad de Dios, las puertas del Cielo no son abiertas,
ni es reconocida como heredera de la patria celestial, ni los ángeles ni los
santos la pueden admitir entre ellos, ni ella quisiera entrar, porque conocería
que no le pertenece.
Por eso, sin nuestra Voluntad no hay ni
santidad verdadera ni salvación, y cuántos son salvados en virtud de esta
nuestra última espía toda de amor, excepto los más perversos y obstinados, si
bien les convendrá hacer una larga etapa de purgatorio.
Por eso el punto de la muerte es nuestra pesca
diaria, el reencuentro del hombre extraviado”.
Después
ha agregado:
“Hija mía, el punto de la muerte es la hora
del desengaño, y todas las cosas se presentan en aquel punto, la una después de
la otra, para decirle:
‘Adiós, la tierra para ti ha terminado, comienza la
eternidad’.
Sucede para la criatura como cuando se encuentra
encerrada en una habitación y le es dicho que detrás de esta habitación hay
otra, en la cual está Dios, el paraíso, el purgatorio, el infierno, en suma, la
eternidad, pero ella nada ve, escucha que otros se lo aseguran, pero como
aquellos que lo dicen tampoco lo ven, lo dicen de tal manera que casi no se
hacen creer, no dando una gran importancia para hacer creer con realidad, con
certeza, lo que dicen con las palabras, pero un buen día caen los muros y ve
con sus propios ojos lo que antes le decían, ve a su Padre Dios que con tanto
amor la ha amado, ve uno por uno los beneficios que le ha hecho, ve cómo están
lesionados todos los derechos de amor que le debía, ve cómo su vida era de
Dios, no suya, todo se le pone delante:
Eternidad, paraíso, purgatorio, infierno; la
tierra le huye, los placeres le voltean la espalda, todo desaparece, y
solamente queda presente lo que está en aquella estancia de la cual han caído
los muros, lo cual es la eternidad.
¡Qué cambio sucede para la pobre criatura!
Mi bondad es tanta por querer a todos salvados, que
permito que estos muros caigan cuando las criaturas se encuentran entre la vida
y la muerte, entre el salir el alma del cuerpo para entrar en la eternidad, a
fin de que al menos hagan un acto de dolor y de amor, y reconozcan a mi
Voluntad adorable sobre de ellas. Puedo decir que les doy una hora de verdad
para ponerlas a salvo.
¡Oh, si todos supieran mis industrias de amor
que hago en el último punto de la vida, a fin de que no huyan de mis manos más
que paternas, no esperarían llegar a aquel punto, sino que me amarían por toda
la vida!”
+ +
+VIGÉSIMA SEGUNDA HORA De las 2 a las 3 de la tarde.
Tercera
hora de agonía en la cruz.
Quinta,
sexta y séptima palabra sobre la cruz.
Muerte
de Jesús.
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi
crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu
santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las
costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu
santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible.
El amor
que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo,
sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el
derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud
de nuestras almas.
Tú, como
agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de Ti, por eso,
reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas:
«¡Tengo
sed!»(Jn 19, 28) ¡Ah! esta palabra la repites a cada
corazón:
«Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus
deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma.
¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo
cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más
articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las
entrañas.
¡Piedad de mi sed, piedad!»
Y como
delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad del Padre.
Ah,
mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar
de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas.
Ah,
comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no
domadas que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de más.
Oh
mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi
ser a fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada.
Todo
lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús.
Si fueran
necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy
dispuesta a sufrirlo todo.
A Ti yo
me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.
Quiero
reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que
te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas,
abandonos, ellas en vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed
ardiente que te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar
más.
Sexta
Palabra.
Moribundo
bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que
todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten
esperar que puedas continuar viviendo.
Y yo,
¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu
rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal, la boca está
entreabierta, el respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza
de que te puedas reanimar.
Al fuego
que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los
músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores
y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me
siento morir.
Te miro,
oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la
cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:
«¡Todo
está consumado!» (Jn 19, 30)
Oh mi
Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su
término.
Y yo, ¿me
he consumido toda por tu amor? ¿
Qué
agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia
Ti?
Oh mi
Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu
amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te
estás consumiendo de amor sobre la cruz.
Séptima
Palabra
Mi
crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu
vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te
late más.
Con la
Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para
reanimar la tuya.
Entre
tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la
cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá
que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu
mirada le dices:
«Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi
corazón. Tú ten cuidado de los hijos míos y tuyos».
Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus
mismos enemigos y con tu mirada les dices:
«Yo los perdono y les doy el beso de paz».
Nada
escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas.
Después
reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:
«¡Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23, 46) .
La
muerte de Jesús.
E
inclinando la cabeza expiras.
Mi Jesús,
a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su
Creador.
La tierra
tiembla fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las
almas de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios.
El velo
del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado
tus penas, retira horrorizado su luz.
Tus
enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y dicen:
«Verdaderamente
éste es el Hijo de Dios». (Mc 15, 39)
Y tu
Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte.
Muerto
Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos
del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte, no sólo con la
voz, sino con todas tus penas y con las voces de tu sangre:
«¡Padre,
en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!»
Mi Jesús,
también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu
Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo
salga de tu santísima Voluntad.
Quiero
reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu santísima
Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención.
¿Cuál no
será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de
tus brazos y se abandonan a sí mismas?
Piedad
por todos, oh mi Jesús, piedad por mí.
Beso
tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de
soberbia, de ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me
venga un pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las
ocasiones de ofenderte, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús,
beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre
coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e
inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar
cosas de la tierra, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh
Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos
por insultos y horribles blasfemias.
Y te pido
perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que
nos alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y
te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no
conviene, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma
mía!»
Oh Jesús
mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón
por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas
criaturas, por nuestros pecados.
Yo te
prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el
amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús
mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada.
Te pido
perdón por cuantas veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas
veces he concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez
que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré
inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús
mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las
cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos
apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo
cuello.
Te
prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no
sean para Ti, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Jesús
mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas
satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de
nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme
algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma
mía!»
Jesús
mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades,
indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas,
y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré
inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Jesús
mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e
indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia
estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar
solamente por tu amor, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús
mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos
caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir
en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el
pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús
mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en él, junto con mi alma, a
todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir
ninguna.
Oh Jesús,
enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo que yo no pueda
ver otra cosa que a Ti solo.
Te
prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este
corazón, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma
mía!»
Reflexiones de la Vigésima Segunda
Hora (2 PM) 9-36 Julio 4, 1910
La agonía del huerto fue en modo especial para
ayuda de los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último punto,
propiamente para el último respiro.
Continuando
mi habitual estado lleno de privaciones y de amargura, estaba pensando en la
agonía de Nuestro Señor, y entonces Él me dijo:
“Hija mía, quise sufrir en modo
especial la agonía del huerto para dar ayuda a todos los moribundos para bien
morir. Mira bien cómo se combina mi agonía con la agonía de los cristianos:
Tedios, tristezas, angustias, sudor de
sangre; sentía la muerte de todos y de cada uno como si realmente muriese por
cada uno en particular, por lo tanto sentía en Mí los tedios, las tristezas,
las angustias de cada uno, y con esto daba a todos ayuda, consuelo, esperanza,
para hacer que como Yo sentía sus muertes en Mí, así ellos pudieran tener la
gracia de morir todos en Mí, como dentro de un solo aliento, con mi aliento, y
súbito beatificarlos con mi Divinidad.
Si la agonía del huerto fue en modo especial para
los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último momento,
especialmente para el último respiro.
Ambas son agonías, pero una distinta de la
otra: La agonía del huerto llena de tristezas, de temores, de afanes, de
espantos; la agonía de la cruz, llena de paz, de calma imperturbable, y si
grité tengo sed, era sed insaciable de que todos pudieran expirar en mi último
respiro; y viendo que muchos se salían de mi último respiro, por el dolor grité
tengo sed, y este tengo sed lo continúo gritando a todos y a cada uno, como
timbre a la puerta de cada corazón:
“Tengo sed de ti, oh alma. Ah, no salgas de
Mí, sino entra en Mí y expira Conmigo”.
+ + + 11-18 Mayo 9, 1912 Cómo nos podemos
consumir en el amor.
Esta
mañana encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando cómo nos podemos
consumar en el amor, y el bendito Jesús al venir me ha dicho:
“Hija mía, si la voluntad no quiere
otra cosa que a Mí solo, si la inteligencia no se ocupa de otra cosa que de
conocerme a Mí, si la memoria no se recuerda de otra cosa sino sólo de Mí, he
aquí consumadas las tres potencias del alma en el amor.
Así también de los sentidos:
Si habla sólo de Mí, si escucha sólo lo que se
refiere a Mí, si se gustan sólo las cosas mías, si se obra y se camina
sólo por Mí, si el corazón me ama sólo a Mí, si los deseos me desean sólo a Mí,
he aquí la consumación del amor formada en los sentidos.
Hija mía, el amor tiene un dulce encanto y hace al
alma ciega a todo lo que no es amor, y la vuelve toda ojo a todo lo que es amor,
así que para quien ama, cualquier cosa que la voluntad encuentra, si es amor,
se vuelve toda ojo, si no, se vuelve ciega, tonta y no comprende nada; así la
lengua, si debe hablar de amor se siente correr en su palabra tantos ojos de
luz y se hace elocuente, si no, se vuelve balbuceante y termina por enmudecer;
y así de todo el resto”.
+ + +
11-54 Mayo 21, 1913 Cómo se forma la verdadera consumación.
Encontrándome
en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús me ha dicho:
“Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en
ti, no fantástica sino verdadera, pero en modo simple y factible.
Supón que te viniera un pensamiento que no es para
Mí, tú debes destruirlo y sustituirlo con el divino, y así habrás hecho la
consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la vida del pensamiento
divino; así también si el ojo quiere mirar alguna cosa que me disgusta o que no
se refiere a Mí, y el alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha
adquirido el ojo de la Vida Divina, y así el resto de tu ser.
¡Oh!, Cómo estas nuevas Vidas Divinas me las siento
correr en Mí y toman parte en todo mi obrar, amo tanto estas vidas, que por
amor de ellas cedo a todo.
Estas almas son las primeras delante de Mí, y si
las bendigo, a través de ellas vienen bendecidas las demás; son las primeras
beneficiadas, amadas, y por medio de ellas vienen beneficiadas y amadas las
demás”.
+ + + 12-58 Agosto 7, 1918 La consumación de Jesús
en el alma.
Me
lamentaba con Jesús por su privación y decía entre mí:
“Todo ha
terminado, qué días tan amargos, mi Jesús se ha eclipsado, se ha retirado de
mí, ¿cómo puedo seguir viviendo?” Mientras esto y otros desatinos decía, mi
siempre amable Jesús, con una luz intelectual que de Él me venía me ha dicho:
“Hija mía, mi consumación sobre la cruz
continúa aún en las almas.
Cuando el alma está bien dispuesta y me da
vida en ella, Yo revivo en ella como dentro de mi Humanidad.
Las llamas de mi amor me queman, siento el deseo de
testimoniarlo a las criaturas y de decir:
“Vean cuánto os amo, no estoy contento con haberme
consumado sobre la cruz por amor vuestro, sino que quiero consumarme en esta
alma por amor vuestro, porque me ha dado vida en ella”.
Y por esto hago sentir al alma la consumación de mi
Vida en ella, y ella se siente como estrechada, sufre agonías mortales, no
sintiendo más la Vida de su Jesús en ella se siente consumir.
Conforme siente faltar mi Vida en ella, de la cual
estaba habituada a vivir, se debate, tiembla, casi como mi Humanidad sobre la
cruz cuando mi Divinidad, sustrayéndole la fuerza la dejó morir.
Esta consumación en el alma no es humana,
sino toda divina, y Yo siento la satisfacción como si otra Vida mía Divina se
hubiera consumido por amor mío; y como no es su vida la que se ha consumido,
sino la mía, la que ya no siente más, que ya no ve, le parece que Yo haya
muerto para ella.
Y a las criaturas les renuevo los efectos de mi
consumación y al alma le duplico la gracia y la gloria, siento el dulce encanto
y los atractivos de mi Humanidad que me hacía hacer lo que Yo quería. Por eso
déjame hacer también tú lo que quiero hacer en ti, déjame libre y Yo
desarrollaré mi Vida”.
+ + + 13-24 Octubre 16, 1921 En cuanto
Jesús fue concebido, hizo renacer todas las criaturas en Él.
Encontrándome
en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús me hacía ver cómo de dentro de
su Santísima Humanidad salían todas las criaturas, y todo ternura me ha dicho:
“Hija mía, mira el gran prodigio de la
encarnación, en cuanto fui concebido y se formó mi Humanidad, así hacía renacer
a todas las criaturas en Mí, así que en mi Humanidad, mientras renacían en Mí,
sentía todos sus actos distintos:
En la mente contenía cada pensamiento de criatura,
buenos y malos, los buenos los confirmaba en el bien, los rodeaba con mi
gracia, los investía con mi luz, a fin de que renaciendo de la santidad de mi
mente, fueran dignos partos de mi inteligencia; los malos los reparaba, hacía
la penitencia que les correspondía, multiplicaba mis pensamientos al infinito
para dar al Padre la gloria por cada pensamiento de las criaturas.
En mis miradas, en mis palabras, en mis manos, en
mis pies y hasta en mi corazón, contenía las miradas, las palabras, las obras,
los pasos, los corazones de cada uno, y renaciendo en Mí todo quedaba
confirmado en la santidad de mi Humanidad, todo reparado, y por cada ofensa
sufrí una pena especial.
Y habiéndolos hecho renacer a todos en Mí, los
llevé en Mí todo el tiempo de mi Vida,
¿y sabes cuando los parí?
Los parí sobre la cruz, en el lecho de
mis acerbos dolores, entre espasmos atroces, en el último suspiro de mi Vida, y
en cuanto morí, así renacían todos a nueva vida, todos sellados y marcados con
todo el obrar de mi Humanidad; y no contento con haberlos hecho renacer, a cada
uno le daba todo lo que Yo había hecho para tenerlos defendidos y
seguros.
¿Ves qué santidad contiene el hombre? La santidad
de mi Humanidad, jamás habría podido dar a luz hijos indignos y desemejantes de
Mí, por eso amo tanto al hombre, porque es parto mío, pero el hombre es siempre
ingrato y llega a no conocer al Padre que lo ha parido con tanto amor y
dolor”.
Después
de esto se hacía ver todo en llamas, y Jesús quedaba quemado y consumido en
aquellas llamas, y no se veía más, no se veía otra cosa que fuego, pero después
se veía renacer de nuevo, y después quedaba otra vez consumido en el fuego.
Entonces
ha agregado:
“Hija mía, Yo ardo, el amor me consume, es
tanto el amor, las llamas que me queman, que muero de amor por cada
criatura.
No fue solamente por las penas por lo que morí,
sino que las muertes de amor son continuas, no obstante, no hay quien me dé su
amor por refrigerio”.
+ + +
36-3 Abril 20, 1938 Cómo el “tengo sed” de Jesús en la cruz, continúa
aún a gritar a cada corazón:
“Tengo
sed”.
La verdadera
resurrección está en resurgir en el Querer Divino.
A quien
vive en Él nada le es negado.
Mi vuelo
continúa en el Querer Divino, y siento la necesidad de hacer mío todo lo que ha
hecho, poner en ello mi pequeño amor, mis besos afectuosos, mis adoraciones
profundas, mis gracias por todo lo que ha hecho y sufrido por mí y por todos, y
habiendo llegado al momento cuando mi amado Jesús fue crucificado y levantado
en la cruz entre espasmos atroces y penas inauditas, con acento tierno y
lastimero, tanto que me sentía romper el corazón, me ha dicho:
“Hija mía buena, la pena que más me traspasó sobre
la cruz fue mi sed ardiente, me sentía quemar vivo, todos los humores vitales
habían salido por mis llagas, que como tantas bocas quemaban y sentían una sed
ardiente que querían apagar, tanto, que no pudiendo contenerme grité:
‘Sitio’.
Este ‘sitio’ permanece siempre en acto de decir:
‘Tengo sed’.
No termino jamás de decirlo, con mis llagas
abiertas y con mi boca quemada digo siempre:
‘Yo ardo, tengo sed, ¡ah! dame una gotita de tu
amor para dar un pequeño refrigerio a mi sed ardiente’.
Así que en todo lo que hace la criatura Yo le
repito siempre con mi boca abierta y quemada por la sed:
‘Dame de beber, tengo sed ardiente’.
Y como mi Humanidad dislocada y llagada tenía un
solo grito:
‘Tengo sed’, por eso, conforme la criatura camina,
Yo grito a sus pasos con mi boca ardida:
‘Dame tus pasos hechos por mi amor para calmar mi
sed’; si obra, le pido sus obras hechas sólo por mi amor para refrigerio de mi
sed ardiente; si habla, le pido sus palabras; si piensa, le pido sus
pensamientos como tantas gotitas de amor para alivio a mi sed ardiente.
No era solamente mi boca la que se quemaba, sino
toda mi Santísima Humanidad sentía la extrema necesidad de un baño de refrigerio
al fuego ardiente de amor que me quemaba, y como era por la criatura que Yo me
quemaba en medio de penas desgarradoras, por eso solamente ellas podían, con su
amor, extinguir mi sed ardiente y dar el baño de refrigerio a mi
Humanidad.
Ahora, este grito: ‘Sitio’, lo dejé en mi Voluntad,
y Ella tomaba el empeño de hacerlo oír a cada instante en los oídos de las
criaturas, para moverlas a compasión de mi sed ardiente, para darles mi baño de
amor y recibir su baño de amor, aunque sean pequeñas gotitas, como alivio de mi
sed que me devora, pero, ¿quién me escucha?
¿Quién tiene compasión de Mí?
Sólo quien vive en mi Voluntad, todos los demás se
hacen los sordos y acrecientan con su ingratitud mi sed, lo que me deja
intranquilo, sin esperanza de alivio. Y no solamente mi ‘sitio’, sino todo lo
que hice y dije lo dejé en mi Voluntad; estoy siempre en acto de decir a mi
Mamá doliente:
‘Madre, he ahí a tus hijos’. Y la pongo a su lado
como ayuda, por guía, para hacerla amar por hijos, y Ella a cada instante se
siente poner por su Hijo al lado de sus hijos, y ¡oh! ¡Cómo los ama como Mamá,
y les da su Maternidad para hacerme amar por ellos como Ella me ama!
Y no sólo esto, sino que con dar su Maternidad pone
el amor perfecto entre las criaturas, a fin de que se amen entre ellas con amor
materno, que es amor de sacrificio, de desinterés y constante.
¿Pero quién recibe todo este bien?
Quien vive en nuestro Fiat.
Esta criatura siente la Maternidad de la Reina;
Ella, se puede decir que pone su corazón materno en la boca de sus hijos para
que succionen y reciban la Maternidad de su amor, sus dulzuras y todas sus
dotes, de las cuales está enriquecido su materno corazón.
Hija mía, quien quiera encontrarnos, quien quiera
recibir todos nuestros bienes y a mi misma Madre, debe entrar en nuestra
Voluntad y debe permanecer dentro, Ella no sólo nos es Vida, sino que forma en
torno a Nosotros con su inmensidad, nuestra habitación, en la cual mantiene
todos nuestros actos, palabras, y todo lo que somos, siempre en acto.
Nuestras cosas no salen de nuestra Voluntad,
quien las quiera se debe contentar con hacer vida junto con Ella, y entonces
todo es suyo, nada le es negado; mientras que si queremos darle y no vive en
nuestro Querer, no las apreciará, no las amará, no se sentirá con el derecho de
hacerlas suyas, y cuando las cosas no se hacen propias, el amor no surge y
muere”.
+ + +VIGÉSIMA TERCERA HORA De las 3 a las 4 de la
tarde.
Jesús muerto es traspasado por la lanza.
El descendimiento de la cruz.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado
un grito de dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte,
reconociéndote como su Creador.
Miles de ángeles se ponen alrededor de tu
cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden homenajes de reconocimiento,
confesándote como nuestro verdadero Dios y te acompañan al Limbo, a
donde vas a beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en
aquella cárcel oscura y te suspiran ardientemente.
Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta
cruz, ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas, señales
todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las horribles laceraciones, la
profundidad de tus llagas, tanto que descubren tus huesos, ay, me siento
morir.
Quiero llorar tanto sobre estas llagas para
lavarlas con el agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo con
mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural belleza, quiero
abrir mis venas para llenar las tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a
vida. Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida y yo con mi
amor quiero darte vida, y si no basta con el mío, dame tu amor y con él todo
podré, sí, podré dar vida a tu santísima Humanidad.
Pero, oh mi Jesús, aun después de muerto
quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un
albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza
suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón,
abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de
sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.
Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no
por el dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu corazón y
oigo que dice:
«Hija mía, después de haber dado todo,
con esta he querido hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi
corazón; este corazón abierto gritará continuamente a todos:
“Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi
corazón encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el consuelo
en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en las dudas, la compañía
en los abandonos”.
Oh almas que me aman, si quieren amarme de
verdad, vengan a morar siempre en este corazón, aquí encontrarán el verdadero
amor para amarme y llamas ardientes para quemarlas y consumirlas todas de
amor.
Todo está concentrado en este corazón, aquí están
contenidos los sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las
almas.
En este mi corazón siento las profanaciones que se
hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques que le lanzan, a
mis hijos conculcados, porque no hay ofensa que este mi corazón no sienta, por
eso hija mía, tu vida sea en este mi corazón, defiéndeme, repárame, condúceme a
todos hacia él».
Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por
amor mío, te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos, mis
deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que no quede herida por tu
amor.
Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae
desmayada por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y como
paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar para ser la primera
reparadora, la reina de tu mismo corazón, intermediaria entre Tú y las
criaturas.
También yo junto con Mi Mamá quiero volar a tu
corazón para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas las ofensas
que recibes.
Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y
dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida propia, pero en este tu
corazón herido yo reencontraré mi vida, así que cualquier cosa que esté por
hacer, la tomaré siempre de él.
No daré más vida a los pensamientos, pero si
quisieran vida, la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer,
pero si vida quiere, tomaré tu santísima Voluntad; no tendrá más vida mi amor,
pero si querrá vida la tomaré de tu amor.
Oh mi Jesús, toda tu vida es mía, ésta es tu
Voluntad, éste es mi querer.
El descendimiento de la cruz Muerto.
Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la
cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora habían permanecido
ocultos, ahora con valor y sin temer nada quieren darte honorable sepultura, y
por eso toman martillo y pinzas para cumplir el sagrado y triste descendimiento
de la cruz, mientras que tu traspasada Mamá extiende sus brazos maternos para
recibirte en su regazo.
Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero
ayudar a tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos que te
quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra Santa Madre quiero adorarte y
besarte, y después enciérrame en tu corazón para no salir más de él.
+ + +Reflexiones de la Vigésima Tercera Hora (3 PM) 9-36 Julio 4, 1910.
La agonía del huerto fue en modo especial
para ayuda de los moribundos, la agonía de la cruz fue para ayuda del último
punto, propiamente para el último respiro. …
Así que son seis horas de mi Pasión que di a los
hombres para bien morir, las tres del huerto fueron para ayuda de la agonía,
las tres de la cruz para ayuda en el último suspiro de la muerte.
Después de esto, ¿quién no debe mirar sonriente a
la muerte?
Mucho más para quien me ama, para quien busca
sacrificarse sobre mi misma cruz.
Mira cómo es bella la muerte y cómo hace
cambiar las cosas, en vida fui despreciado, los mismos milagros no hicieron los
efectos de mi muerte; aún sobre la cruz hubo insultos, pero en cuanto expiré,
la muerte tuvo la fuerza de cambiar las cosas, todos se golpeaban el pecho
confesándome por verdadero Hijo de Dios, mis mismos discípulos tomaron valor, y
aun aquellos ocultos se hicieron atrevidos y pidieron mi cuerpo dándome
honorable sepultura; Cielo y tierra a plena voz me confesaron Hijo de Dios.
La muerte es una cosa grande, sublime; y esto
sucede también para mis mismos hijos, en vida despreciados, pisoteados,
aquellas mismas virtudes que como luz deberían brillar entre quienes los
rodeaban, quedan medio veladas, sus heroísmos en el sufrir, sus abnegaciones,
su celo por las almas, arrojan claridad y dudas en los presentes, y Yo mismo
permito estos velos para conservar con más seguridad la virtud de mis amados
hijos.
Pero apenas mueren, estos velos, no siendo más
necesarios, Yo los retiro y las dudas se hacen certezas, la luz se hace clara,
y esta luz hace apreciar su heroísmo, se hace entonces aprecio de todo, aun de
las cosas más pequeñas, así que lo que no se puede hacer en vida, lo suple la
muerte, y esto es para lo que sucede acá abajo; y por lo que sucede allá arriba
es propiamente sorprenderte y envidiable a todos los mortales”.
+ + + 12-79 Enero 27, 1919 Las tres heridas
mortales del corazón de Jesús.
Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre
amable Jesús, al venir me hacía ver su adorable corazón todo lleno de heridas
de las que brotaban ríos de sangre, y todo doliente me ha dicho:
“Hija mía, entre tantas heridas que contiene mi
corazón, hay tres heridas que me dan penas mortales y tal acerbidad de dolor,
que sobrepasan a todas las demás heridas juntas, y éstas son:
Las penas de mis almas amantes.
Cuando veo a un alma toda mía sufrir por causa mía,
torturada, humillada, dispuesta a sufrir aun la muerte más dolorosa por Mí, Yo
siento sus penas como si fueran mías, y tal vez más.
¡Ah! el amor sabe abrir heridas más profundas, de
no dejar sentir las otras penas.
En esta primera herida entra en primer lugar mi
querida Mamá, ¡oh! cómo su corazón traspasado por causa de mis penas se vertía
en el mío, y Yo sentía a lo vivo todas sus heridas, y al verla agonizante y no
morir por causa de mi muerte, Yo sentía en mi corazón el desgarro, la crudeza
de su martirio, y sentía las penas de mi muerte que sentía el corazón de mi
amada Mamá, y por ello mi corazón moría junto, así que todas mis penas unidas
con las penas de mi Mamá, sobrepasaban todo; por eso era justo que mi Celestial
Mamá tuviera el primer puesto en mi corazón, tanto en el dolor como en el amor,
porque cada pena sufrida por amor mío, abría mares de gracias y de amor que se
volcaban en su corazón traspasado; en esta herida entran todas las almas que
sufren por causa mía y sólo por amor, en ésta entras tú, y aunque todos me
ofendieran y no me amaran, Yo encuentro en ti el amor que puede suplirme por
todos, y por eso, cuando las criaturas me arrojan, me obligan a huir de ellas,
Yo rápido vengo a refugiarme en ti como a mi escondite, y encontrando mi amor,
no el de ellas, y penante sólo por Mí, digo:
“No me arrepiento de haber creado cielo y tierra y
de haber sufrido tanto”.
Un alma que me ama y que sufre por Mí es todo
mi contento, mi felicidad, mi compensación de todo lo que he hecho, y haciendo
a un lado todo lo demás, me deleito y me entretengo con ella.
Sin embargo, esta herida de amor en mi corazón, mientras
es la más dolorosa y sobrepasa todo, contiene dos efectos al mismo
tiempo:
Me da intenso dolor y suma alegría, amargura
indecible y dulzura indescriptible, muerte dolorosa y vida gloriosa.
Son los excesos de mi amor, inconcebibles a mente
creada; y en efecto, ¿cuántos contentos no encontraba mi corazón en los dolores
de mi traspasada Mamá? La segunda herida mortal de mi corazón es la
ingratitud.
La criatura con la ingratitud cierra mi corazón,
más bien, ella misma da dos vueltas a la llave, y mi corazón se hincha porque
quiere derramar gracias, amor, y no puede, porque la criatura me los ha
encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo doy en delirio, desvarío
sin esperanza de que esta herida me sea curada, porque la ingratitud me la va haciendo
siempre más profunda, dándome pena mortal. La tercera es la obstinación.
¡Qué herida mortal a mi corazón! La
obstinación es la destrucción de todos los bienes que he hecho para la
criatura; es la firma de la declaración que la criatura hace de no conocerme,
de no pertenecerme más, es la llave del infierno, al cual la criatura va a
precipitarse; y mi corazón siente por ello el desgarro, se me hace pedazos, y
me siento llevar uno de esos pedazos.
¡Qué herida mortal es la obstinación!
Hija mía, entra en mi corazón y toma
parte en estas mis heridas, compadece mi despedazado corazón, suframos juntos y
roguemos”.
Yo he entrado en su corazón, cómo era doloroso,
pero bello, sufrir y rogar con Jesús.
+ + 14-7 Febrero 26, 1922 Jesús nos cubrió
de belleza en la Redención.
Estaba pensando en el gran bien que el
bendito Jesús nos ha hecho con redimirnos, y Él, todo bondad me ha dicho:
“Hija mía, Yo creé a la criatura bella, noble, de
origen eterno y divino, plena de felicidad y digna de Mí; el pecado la derribó
de esta altura y la hizo caer hasta el fondo, la desnobleció, la deformó y la
volvió la criatura más infeliz, sin poder crecer, porque el pecado le impedía
el crecimiento y la cubría de llagas, que daba horror el sólo verla.
Ahora, mi Redención rescató a la criatura de la
culpa, y mi Humanidad no hizo otra cosa que, como una tierna madre con su
recién nacido, que no pudiendo tomar otro alimento, para dar la vida a su bebé,
se abre el seno, pone a su pecho a su niño, y de su sangre convertida en leche
le suministra el alimento para darle la vida.
Más que madre mi Humanidad se hizo abrir en Sí
misma, a golpes de látigo, tantos orificios, casi como tantos pechos que hacían
salir ríos de sangre para hacer que mis hijos, pegándose a ellos pudieran
chupar el alimento para recibir la vida y desarrollar su crecimiento, y con mis
llagas cubría su deformidad y los volvía más bellos que al principio, y si al
crearlos los hice cielos tersísimos y nobles, en la Redención los adorné
tachonándolos con las estrellas brillantísimas de mis llagas para cubrir su
fealdad y volverlos más bellos; en sus llagas y deformidad Yo ponía los
diamantes, las perlas, los brillantes de mis penas, para ocultar todos sus
males y vestirlos con tal magnificencia de superar el estado de su origen, por
eso con razón la Iglesia dice:
‘Feliz culpa’, porque por la culpa vino la
Redención, y mi Humanidad no sólo los alimentó con su sangre, no sólo los
vistió con su misma Persona y los adornó con su misma belleza, sino que mis
pechos están siempre llenos para alimentar a mis hijos.
¿Cuál no será la condena de aquellos que no quieren
pegarse a ellas para recibir la vida y crecer, y para ser cubiertos en su
deformidad?”
+ + + 24-6 Abril 12, 1928 Analogía entre el Edén y
el Calvario.
No se forma un reino con un solo acto. Necesidad de
la muerte y resurrección de nuestro Señor.
Estaba haciendo mi giro en el Fiat Divino y
acompañaba a mi dulce Jesús en las penas de su Pasión, y siguiéndolo en el
Calvario mi pobre mente se ha detenido a pensar en las penas desgarradoras de
Jesús sobre la cruz, y Él moviéndose en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, el Calvario es el nuevo Edén
donde le venía restituido al género humano lo que perdió al sustraerse de mi
Voluntad.
Analogía entre el Calvario y el Edén:
En el Edén el hombre perdió la gracia,
sobre el Calvario la adquiere; en el Edén le fue cerrado el Cielo, perdió su
felicidad y se volvió esclavo del enemigo infernal, aquí en el nuevo Edén le
viene reabierto el Cielo, readquiere la paz, la felicidad perdida, queda
encadenado el demonio y el hombre queda libre de su esclavitud; en el Edén se
oscureció y se retiró el Sol del Fiat Divino y para el hombre fue siempre
noche, símbolo del sol que se retiró de la faz de la tierra en las tres horas
de mi tremenda agonía sobre la cruz, porque no pudiendo sostener la vista del
desgarro de su Creador, causado por el querer humano que con tanta perfidia
había reducido a mi Humanidad a este estado, horrorizado se retiró, y cuando Yo
expiré reapareció de nuevo y continuó su curso de luz; así el Sol de mi Fiat,
mis dolores, mi muerte, llamaron nuevamente al Sol de mi Querer a reinar en
medio de las criaturas, así que el Calvario formó la aurora que llamaba al Sol
de mi Eterno Querer a resplandecer de nuevo en medio a las criaturas.
La aurora es certeza de que debe salir el
sol, así la aurora que formé en el Calvario asegura, si bien han pasado cerca
de dos mil años, que llamará al Sol de mi Querer a reinar de nuevo en medio a
las criaturas.
En el Edén mi amor quedó derrotado por parte de las
criaturas, aquí en el Calvario triunfa y vence a la criatura; en el primer Edén
el hombre recibe la condena de muerte para el alma y el cuerpo, en el segundo
queda libre de la condena y viene reconfirmada la resurrección de los cuerpos
con la resurrección de mi Humanidad.
Hay muchas relaciones entre el Edén y el Calvario,
lo que el hombre perdió en el primero, en el segundo lo readquiere; en el reino
de mis dolores todo le viene dado y reconfirmado el honor, la gloria de la
pobre criatura por medio de mis penas y de mi muerte.
El hombre con sustraerse de mi Voluntad formó el
reino de sus males, de sus debilidades, pasiones y miserias, y Yo quise venir a
la tierra, quise sufrir tanto, permití que mi Humanidad fuese lacerada, le fuera
arrancada a pedazos su carne toda llena de llagas, y quise también morir para
formar por medio de mis tantas penas y de mi muerte, el reino opuesto a los
tantos males que se había formado la criatura.
Un reino no se forma con un solo acto, sino con muchos
y muchos actos, y por cuantos más actos tanto más grande y glorioso se vuelve
un reino, así que mi muerte era necesaria a mi amor, con mi muerte debía dar el
beso de vida a las criaturas, y de mis tantas heridas debía hacer salir todos
los bienes para formar el reino de los bienes a las criaturas; por eso mis
llagas son fuentes que desbordan bienes, y mi muerte es fuente de donde brota
la Vida a provecho de todos.
Así como fue necesaria mi muerte, fue necesaria a
mi amor la Resurrección, porque el hombre con hacer su voluntad perdió la Vida
de mi Querer, y Yo quise resucitar para formar no sólo la resurrección de los
cuerpos, sino la resurrección de la Vida de mi Voluntad en ellos, así que si Yo
no hubiese resucitado, la criatura no podría resurgir de nuevo en mi Fiat, le
faltaría la virtud, el vínculo de la resurrección en la mía y por tanto mi amor
se sentiría incompleto, sentiría que podría hacer más y no lo hacía y habría
quedado con el duro martirio de un amor no completado; que después el hombre ingrato
no se sirva de todo lo que he hecho, el mal es todo suyo, pero mi amor posee y
goza su pleno triunfo”.
+ + + VIGÉSIMA CUARTA HORA De las 4 a las 5 de
la tarde La sepultura de Jesús.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Doliente Mamá mía, veo que te dispones al
último sacrificio, el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y
resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en
el sepulcro, y mientras recompones aquellos miembros tratas de darle el último
adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del
pecho.
El amor te clava sobre esos miembros, y por la
fuerza del amor y del dolor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu
extinto Hijo.
Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús?
Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el Querer
del Eterno que así lo quiere.
Tendrás que combatir con dos potencias
insuperables:
El amor y el Querer divino.
El amor te tiene clavada, de modo que no
puedes separarte; el Querer divino se impone y quiere este sacrificio.
Pobre Mamá, ¿cómo harás?
¡Cuánto te compadezco!
¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de
encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá! Pero, oh
portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e
interrumpida por sollozos que dice:
«Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que
me quedaba y que mitigaba mis penas: tu santísima Humanidad, desahogarme sobre
estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el
Querer divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo
quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la
vida me abandona.
Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y
vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en Ti, y que
tome para Mí tu vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú.
Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede
darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de Ti».
Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo
recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en
ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, los afligidos y
ofendidos pensamientos de Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima
cabeza.
¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de
Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a
revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.
Adolorida Mamá, te veo besar los ojos
apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más.
¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y
te hacían resurgir de la muerte a la vida!
Pero ahora, al ver que ya no te miran te
sientes morir, por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti
los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver
las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.
Pero veo traspasada Mamá que besas sus
santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices:
«Hijo mío, ¿será posible que no me
escuches más? Tú que aun en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro,
te llamo, ¿y no me escuchas?
¡Ah, el amor amoroso es el más cruel tirano!
Tú eras para Mí más que mi misma vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto
dolor?
Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y
tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas
que se repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus
dolores».
Mientras esto dices, es tanto el dolor, las
congojas del corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento.
¡Pobre Mamá mía! ¡Pobre Mamá mía, cuánto te
compadezco, cuántas muertes crueles no sufres!
Pero doliente Mamá, el Querer divino se impone y te
da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y
exclamas:
«Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor
no me dijera que eres mi Hijo, mi vida, mi todo, no te reconocería más, tan
irreconocible has quedado.
Tu natural belleza se ha transformado en
deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz, la gracia que
irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se
ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado reducido,
qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo tu
inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva belleza.
Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí
el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido
en tu rostro santísimo.
¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de
otra manera Yo muero».
Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las
palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús.
¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos,
vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no
le queda más vida ni fuerzas.
Pero el Querer divino rompiendo estas olas de
dolor que la ahogan, le restituye la vida.
Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes
amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de
Jesús, y sollozando continúas:
«Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá,
¿será posible que no deba escuchar más tu voz?
Todas tus palabras que en vida me dijiste, como
tantas flechas me hieren el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo,
estas flechas se remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes,
y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra, y no
obteniéndola me desgarran y me dicen:
“Así que no lo escucharás más; no volverás a oír
más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba tantos
paraísos por cuantas palabras decía.”
Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa
que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame lo que
has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus
reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor
será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas».
Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los
que están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas
sobre las manos de Jesús, las tomas entre las tuyas, las besas, te las
estrechas al corazón, y dejando tus manos en las suyas tomas para Ti los
dolores y las perforaciones de aquellas manos santísimas.
Y llegando a los pies de Jesús y mirando el
desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los
tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al
lado de los pecadores para arrancarlos del infierno.
Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós
al corazón traspasado de Jesús.
Aquí te detienes, es el último asalto a tu
corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y
del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón
santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón
Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos
deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores
las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada
durante toda tu vida.
Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus
labios su sangre, y sintiéndote la vida de Jesús, sientes la fuerza para hacer
la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo
encierre.
Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no
permitas que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera que
primero me encierre en Jesús para tomar su vida en mí, si Tú no puedes vivir
sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa, la llena de gracia, mucho menos yo
que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin
Jesús?
Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame
contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner
a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti.
Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio
estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu corazón
materno, con tus mismas manos maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra
en mi mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento
entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de que jamás pueda
huir de mi mirada; pon su oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla
en todo su Santísimo Querer.
Su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando
aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon
su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus
manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice
tomen vida de las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin
de que cada paso que yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de
salvación, de fuerza, de celo para todas las criaturas.
Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su
corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su corazón en el
mío haz que pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma
la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última
bendición.
La soledad de María Y ahora permite que la
piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro y llorando le
dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas
petrificada, ahora helada.
Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el
adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga
desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada
congoja y dolor, una palabra de consuelo, una mirada de compasión.
Recogeré tus lágrimas, y si te veo
desfallecer te sostendré en mis brazos. Pero veo que estás obligada a regresar
a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras
ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la
abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los
dolores que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor,
sollozando exclamas:
«¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con
mi Hijo?
¡Ah, en nada los has perdonado!
¿Qué mal te había hecho?
No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle
ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado
hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar
a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor
de verme rechazada.
Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido
divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo.
Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala
en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido
sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se
pierda por causa de tribulaciones y cruces.
Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la vida
de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh
cruz».
Y besándola y volviéndola a besar te alejas.
Pobre Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso
y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y
volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan, y a cada instante
te sientes morir.
Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana
lo encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado, chorreando sangre, con
un manojo de espinas en la cabeza, las cuales, golpeando en la cruz penetraban
más adentro y en cada golpe le daban dolores de muerte.
La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya
buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo
empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el
terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas
aquella sangre:
«Ángeles míos, venid a hacer guardia a
esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y profanada».
Mamá doliente, déjame que te de la mano para
levantarte y sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús.
Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas,
por todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús.
Por eso apresuras el paso y te encierras en el
cenáculo.
También yo me encierro en el cenáculo, pero mi
cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero
venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga
desolación.
No resiste mi corazón dejarte sola en tanto
dolor.
Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy
demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre tus
rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad
de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas derrama una
lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y
vuelve a llamar en mí la vida de Jesús.
Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme
para poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que
conforme mueves la cabeza sientes que te penetran más adentro las espinas que
has tomado de Jesús, con los pinchazos de todos nuestros pecados de
pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas
mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos la vista de Jesús
pasan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas.
Cómo quedas amargada por esto, cómo
comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas.
Pero un dolor no espera al otro, y poniendo
atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las
criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por
los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo:
«¡Hijo, cuánto has sufrido!»
Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que
te limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al
verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo,
son los malos tratos dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto
sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros
de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la
sed de Jesús.
Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores
van creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre ellos, y tomando
tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos, y es en estas mismas
manos que sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los
sacrilegios y todas las obras malas que repiten los golpes, agrandando las
llagas y exacerbándolas cada vez más.
Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera
Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no
sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y
por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no
caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas
tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no
con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti
el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su
latido los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va diciendo:
«Almas, amor».
Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr
en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que
dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de muerte
y de vida. Mamá crucificada, cuánto compadezco tus dolores, son inenarrables;
quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos
dolores son nada mis compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a
la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus
contentos, su belleza, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan
entre sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas.
Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos
por todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga desolación, que me
vengas a asistir en el punto de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre
sola, abandonada por todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú
entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida, ven
a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con
tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus méritos,
embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús; y en
virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis
pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus
brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame al
Cielo y ponme en los brazos de Jesús.
¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!
Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la
compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son momentos extremos y
se necesitan grandes ayudas, por eso no niegues a ninguno tu oficio
materno.
Una última palabra:
Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el
corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de centinela a fin de
que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me
pueda salir».
Por eso beso tu mano materna y bendíceme. Amén.
Reflexiones de la Vigésima Cuarta Hora (4 PM) 11-80
Octubre, 1914 Gloria que se le da a Jesús y a María en esta hora …
Agrego que un día estaba haciendo la hora cuando la
Mamá Celestial dio sepultura a Jesús, y yo la seguía para hacerle compañía en
su amarga desolación para compadecerla.
No tenía la costumbre de hacer esta hora siempre,
sólo algunas veces, y estaba indecisa si debía hacerla o no, y Jesús bendito,
todo amor y como si me lo rogara me ha dicho:
“Hija mía, no quiero que la descuides, la harás por
amor mío en honor de mi Mamá. Debes saber que cada vez que tú la haces, mi Mamá
se siente como si estuviera en persona en la tierra y repetir su vida, y por lo
tanto recibe Ella la gloria y el amor que me dio a Mí en la tierra, y Yo siento
como si estuviera de nuevo mi Mamá en la tierra, sus ternuras maternas, su amor
y toda la gloria que Ella me dio, por eso te tendré en consideración de madre”.
Entonces, abrazándome, oía que me decía quedo,
quedo:
“Mamá mía, mamá”.
Y me sugería lo que hizo y sufrió en esta hora la
dulce Mamá, y yo la seguía.
Desde ese día en adelante no la he descuidado,
ayudada por su gracia.
+ + + Noviembre 24, 1923 La historia doliente de la
Divina Voluntad.
Así como la Virgen para la obra de la Redención
hizo suyos todos los actos de la Divina Voluntad y preparó el alimento a sus
hijos, también Luisa debe hacerlo para la obra del Fiat Voluntas Tua.
Estaba haciendo la hora de la pasión en la que mi
Mamá Dolorosa recibió en sus brazos a su Hijo muerto y lo depositó en el
sepulcro, y en mi interior decía:
“Mamá mía, junto con Jesús pongo en tus brazos
todas las almas, a fin de que a todas las reconozcas como hijas tuyas, y una
por una las escribas en tu corazón y las pongas en las llagas de Jesús; son
hijas de tu dolor inmenso y esto basta para que las reconozcas y las ames; y
quiero poner todas las generaciones en la Voluntad Suprema, a fin de que
ninguna falte, y a nombre de todas te doy consuelos, compadecimientos y alivios
divinos”.
Ahora, mientras esto decía, mi dulce Jesús se ha
movido en mi interior y me ha dicho:
“Hija mía, si supieras cuál fue el alimento con el
que alimentó a todos estos hijos mi doliente Mamá”.
Y yo: “¿Cuál fue, oh mi Jesús?”
Y Él de nuevo:
“Como tú eres mi pequeñita, elegida por Mí para la
misión de mi Querer y vives en aquel Fiat en el cual fuiste creada, quiero
hacerte saber la historia de mi Eterno Querer, sus alegrías y sus dolores, sus
efectos, su valor inmenso, lo que hizo, lo que recibió, y quién tomó a corazón
su defensa.
Los pequeños son más atentos a escucharme porque no
tienen la mente llena de otras cosas, están como en ayunas de todo, y si se les
quiere dar otro alimento sienten asco, porque siendo pequeños están habituados
a tomar sólo la leche de mi Voluntad, que más que madre amorosa los tiene
pegados a su divino pecho para alimentarlos abundantemente, y ellos están con
sus boquitas abiertas para esperar la leche de mis enseñanzas, y Yo me divierto
mucho;
¡oh, cómo es bello verlos ahora sonreír, ahora
alegrarse y ahora llorar al oírme narrar la historia de mi Voluntad!
El origen de mi Voluntad es eterno, jamás
entró el dolor en Ella; entre las Divinas Personas esta Voluntad estaba en suma
concordia, es más, era una sola; en cada acto que emitía fuera, tanto ad intra
cuanto ad extra, nos daba infinitas alegrías, nuevos contentos, felicidad
inmensa, y cuando quisimos poner fuera la máquina de la Creación,
¿cuánta gloria, cuántas armonías y honor no
nos dio? En cuanto brotó el Fiat, este Fiat difundió nuestra belleza, nuestra
luz, nuestra potencia, el orden, la armonía, el amor, la santidad, todo, y
Nosotros quedamos glorificados por las mismas virtudes nuestras, viendo por
medio de nuestro Fiat el florecimiento de nuestra Divinidad reflejada en todo
el universo. Nuestro Querer no se detuvo, henchido de amor como estaba quiso
crear al hombre, y tú sabes la historia de él, por eso sigo adelante. ¡Ah! fue
precisamente él quien llevó el primer dolor a mi Querer, trató de amargar a
Aquél que tanto lo amaba, que lo había hecho feliz.
Mi Querer lloró más que una tierna madre,
lloró a su hijo lisiado y ciego sólo porque se ha sustraído de la Voluntad de
la madre; mi Querer quería ser el primero en obrar en el hombre, no para otra
cosa sino para darle nuevas sorpresas de amor, de alegrías, de felicidad, de
luz, de riquezas, quería siempre dar, he aquí el por qué quería obrar, pero el
hombre quiso hacer su voluntad y rompió con la Divina; ¡jamás lo hubiese hecho!
Mi Querer se retiró y él se precipitó en el abismo de todos los males.
Ahora, para volver a anudar a estas dos voluntades,
se necesitaba Uno que contuviera en Sí una Voluntad Divina, y por eso Yo, Verbo
Eterno, amando con un amor eterno a este hombre, decretamos entre las Divinas
Personas que tomara carne humana para venir a salvarlo y volver a unir las dos
voluntades separadas.
¿Pero dónde descender? ¿Quién debía ser Aquélla que
debía prestar su carne a su Creador? He aquí por qué elegimos una criatura, y
en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor fue exentada de la culpa
de origen, su querer y el Nuestro fueron uno solo, fue esta Celestial Criatura
la que comprendió la historia de nuestra Voluntad.
Nosotros, como a pequeñita, todo le narramos, el
dolor de nuestro Querer y cómo el hombre ingrato con el romper su voluntad con
la nuestra, había encerrado nuestro Querer en el cerco divino, como
obstruyéndolo en sus designios, impidiendo que pudiera comunicarle sus bienes y
la finalidad para la que había sido creado. Para Nosotros el dar es hacernos
felices y hacer feliz a quien de Nosotros recibe, es enriquecer sin Nosotros
empobrecer, es dar lo que Nosotros somos por naturaleza y formarlo en la
criatura por gracia, es salir de Nosotros para dar lo que poseemos, con el dar,
nuestro Amor se desahoga, nuestro Querer hace fiesta; ¿si no debíamos dar, para
qué formar la Creación?
Así que el sólo no poder dar a nuestros hijos, a
nuestras amadas imágenes, era como un luto para nuestra Suprema Voluntad; sólo
con ver al hombre obrar, hablar, caminar, sin la conexión con nuestro Querer,
porque él la había destrozado, y que debían correr hacia él si estaba con
Nosotros, corrientes de gracias, de luz, de santidad, de ciencia, etc., y no
pudiéndolo hacer, nuestro Querer se ponía en actitud de dolor; en cada acto de
criatura era un dolor, porque veíamos aquel acto vacío de valor divino, privado
de belleza y de santidad, todo desemejante de nuestros actos.
¡Oh! cómo comprendió la Celestial Pequeña
este nuestro sumo dolor y el gran mal del hombre al sustraerse de Nuestro
Querer, ¡oh! cuántas veces Ella lloró ardientes lágrimas por nuestro dolor y
por la gran desventura del hombre, y por eso Ella, temiendo, no quiso conceder
ni siquiera un acto de vida a su voluntad, por eso se mantuvo pequeña, porque
su querer no tuvo vida en Ella, ¿cómo podía hacerse grande?
Pero lo que no hizo Ella lo hizo nuestro Querer, la
hizo crecer toda bella, santa, divina; la enriqueció tanto que la hizo la más
grande de todos; era un prodigio de nuestro Querer, prodigio de gracia, de
belleza, de santidad, pero Ella se mantuvo siempre pequeña, tanto que no
descendía jamás de nuestros brazos, y tomando a pecho nuestra defensa
correspondió a todos los actos dolientes del Supremo Querer, y no sólo estaba
Ella toda en orden a nuestra Voluntad, sino que hizo suyos todos los actos de
las criaturas, y absorbiendo en Sí toda nuestra Voluntad rechazada por ellas,
la reparó, la amó, y teniéndola como en depósito en su corazón virginal,
preparó el alimento de nuestra Voluntad a todas las criaturas. ¿Ves entonces
con qué alimento nutre a sus hijos esta Madre amantísima?
Le costó toda su vida, penas inauditas, la
misma Vida de su Hijo, para hacer en Ella el depósito abundante de este
alimento de mi Voluntad, para tenerlo dispuesto para alimentar a todos sus
hijos cual Madre tierna y amorosa; Ella no podía amar más a sus hijos, con
darles este alimento su amor había llegado al último grado, así que entre
tantos títulos que Ella tiene, el más bello título que a Ella se le podría dar
es el de Madre y Reina de la Voluntad Divina. Ahora hija mía, si esto hizo mi
Mamá por la obra de la Redención, también tú para la obra del Fiat Voluntas
Tua; tu voluntad no debe tener vida en ti, y haciendo tuyos todos los actos de
mi Voluntad en cada criatura, los depositarás en ti, y mientras a nombre de
todos darás la correspondencia a mi Voluntad, formarás en ti todo el alimento
necesario para alimentar a todas las generaciones con el alimento de mi
Voluntad.
Cada dicho, cada efecto, cada conocimiento de más
de Ella, será un gusto de más que encontrarán en este alimento, de manera que
con avidez lo comerán; todo lo que te digo sobre mi Querer servirá para excitar
el apetito y para hacer que ningún otro alimento tomen, aún a costa de cualquier
sacrificio.
Si se dijera que un alimento es bueno, que
restituye las fuerzas, que sana a los enfermos, que contiene todos los gustos,
es más, que da la vida, la embellece, la hace feliz, ¿quién no haría cualquier
sacrificio para tomar ese alimento?
Así será de mi Voluntad, para hacerla amar, desear,
es necesario el conocimiento, por eso sé atenta, recibe en ti este depósito de
mi Querer, a fin de que cual segunda Madre prepares el alimento a nuestros
hijos, así imitarás a mi Mamá.
Te costará también a ti, pero ante mi
Voluntad cualquier sacrificio te parecerá nada. Hazla de pequeña, no desciendas
jamás de mis brazos y Yo continuaré narrándote la historia de mi Voluntad”.
+ + + 21-16 Abril 16, 1927 Cómo la Virgen
Santísima, en sus dolores, encontraba el secreto de la fuerza en la Voluntad
Divina. …
Después de esto estaba pensando en el dolor cuando
mi dolorosa Mamá, traspasada en el corazón se separó de Jesús dejándolo muerto
en el sepulcro, y pensaba entre mí:
“¿Cómo fue posible que haya tenido tanta
fuerza de dejarlo? Es cierto que estaba muerto, pero era siempre el cuerpo de
Jesús, ¿cómo su amor materno no la consumió para no dejarle dar un solo paso
lejos de aquel cuerpo extinto? Y sin embargó lo dejó. ¡Qué heroísmo, qué
fortaleza!” Pero mientras esto pensaba, mi dulce Jesús se ha movido en mi
interior y me ha dicho:
“Hija mía, ¿quieres saber cómo es que
mi Mamá tuvo la fuerza de dejarme? Todo el secreto de su fuerza estaba en mi
Voluntad reinante en Ella. Ella vivía de Voluntad Divina, no humana, y por eso
contenía la fuerza inmensurable.
Es más, tú debes saber que cuando mi traspasada
Mamá me dejó en el sepulcro, mi Querer la tenía inmersa en dos mares inmensos,
uno de dolor y el otro más extenso de alegrías, de bienaventuranzas, y mientras
el de dolor le daba todos los martirios, el de la alegría le daba todos los
contentos y su bella alma me siguió al limbo y asistió a la fiesta que me
hicieron todos los patriarcas, los profetas, su padre y su madre, nuestro amado
San José; el limbo se transformó en paraíso con mi presencia y Yo no podía
hacer menos que hacer participar a Aquélla que había sido inseparable en mis
penas, hacerla asistir a esta primera fiesta de las criaturas, y fue tanta su
alegría, que tuvo la fuerza de separarse de mi cuerpo, retirándose y esperando
el momento de mi Resurrección como cumplimiento de la Redención.
La alegría la sostenía en el dolor, y el dolor la
sostenía en la alegría. A quien posee mi Querer no puede faltarle ni fuerza ni
potencia, ni alegría, todo lo tiene a su disposición.
¿No lo experimentas en ti misma cuando estás
privada de Mí y te sientes consumar? La luz del Fiat Divino forma su mar, te
hace feliz y te da la vida”.
+ + +
LA SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA
Nació en Corato, provincia de Bari, al sur de Italia,
el 23 de abril de 1865.
Cursó solamente el primer año de primaria y a
la edad de nueve años hizo su primera comunión y recibió la confirmación.
Desde aquel momento la Eucaristía se convirtió en
su pasión y siete años más tarde se hizo terciaria dominica con el nombre de
Magdalena.
Pasó toda su larga vida bajo la obediencia de sus
confesores, asignados por el arzobispo de Trani.
Por obediencia, en 1899, empezó a escribir un diario que
llegó a abarcar 36 volúmenes, con la finalidad de dar a conocer más
profundamente y vivir diariamente la Voluntad Divina, según la petición del
Padrenuestro:
«Hágase tu Voluntad como en el Cielo así en la
tierra».
Jesús formó a esta Primogénita Hija de su Voluntad
a través de la escuela de la Pasión, la Eucaristía, el amor filial a la Madre
de Dios, la oración, la obediencia a la Iglesia, el amor al prójimo, el
silencio y el trabajo manual de costura.
Tuvo en su vida fenómenos místicos extraordinarios
y el regalo de los estigmas de la Pasión, aunque invisibles por su petición.
Murió a la edad de ochenta y un años, el 4 de marzo
de 1947.
El 20 de noviembre de 1994, monseñor Carmelo
Cassati, arzobispo de Trani, habiendo obtenido la autorización de parte de la
Santa Sede, dio inicio al proceso de beatificación y canonización de la sierva
de Dios, proceso que fue clausurado favorablemente por el arzobispo monseñor
Giovanni Battista Picchieri, el 29 de octubre de 2005.
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