DUODÉCIMA HORA . LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO CON LAS REFLEXIONES.
Revelación de Jesús a Luisa Picareta.
DUODÉCIMA
HORA De las 4 a las 5 de la mañana.
PREPARACIÓN ANTES DE CADA MEDITACIÓN
Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante
tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a
la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste
padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte
de cruz.
Ah, dame tu ayuda, gracia, amor,
profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora
la hora…
Y por las que no puedo meditar te
ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas
durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a
dormir.
Acepta, oh misericordioso Señor, mi
amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en
efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
JESÚS
EN MEDIO DE LOS SOLDADOS.
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Dulcísima
vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu corazón dormía, sentía muy a menudo
los pinchazos de las espinas que herían a tu corazón santísimo; y queriéndome
despierta junto contigo, para tener al menos una que vea todas tus penas y te
compadezca, me estrechas más fuerte a tu corazón, y yo, sintiendo más a lo vivo
tus pinchazos, me despierto, pero, ¿qué veo? ¿Qué siento?
Quisiera
esconderte dentro de mi corazón para ponerme yo en lugar tuyo y recibir sobre
mí penas tan dolorosas, insultos y humillaciones tan increíbles, que sólo tu
amor podría soportar tantos ultrajes.
Mi
pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías esperar de gente tan inhumana? Ya veo que
juegan contigo, te cubren el rostro de densos salivazos, la luz de tus bellos
ojos queda eclipsada por los salivazos, y derramando ríos de lágrimas por
nuestra salvación retiras esos salivazos de tus ojos, y aquellos malvados, no
soportando su corazón ver la luz de tus ojos, vuelven a cubrirlos de nuevo con
salivazos, otros haciéndose más atrevidos en el mal, te abren tu dulcísima boca
y te la llenan de fétidos salivazos, tanto que ellos sienten nausea, y como
algunos de esos esputos caen, muestran en parte la majestad de tu rostro, tu
sobrehumana dulzura.
Ellos
se sienten estremecer y se avergüenzan de ellos mismos y para estar más libres
te vendan los ojos con un vilísimo trapo, de modo de poder desenfrenarse del
todo sobre tu adorable persona; así que te golpean sin piedad, te arrastran, te
pisotean bajo sus pies, repiten los puñetazos, las bofetadas, sobre tu rostro y
sobre tu cabeza, rasguñándote y jalándote los cabellos y empujándote de un lado
a otro.
Jesús,
amor mío, mi corazón no resiste verte en tantas penas, Tú quieres que ponga
atención a todo, pero yo siento que quisiera cubrirme los ojos para no ver
escenas tan dolorosas que arrancan de cada pecho los corazones, pero tu amor me
obliga a ver lo que sucede contigo, y veo que no abres la boca, que no dices ni
una palabra para defenderte, estás en manos de esos soldados como un harapo, y
te pueden hacer lo que quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo que mueras
bajo sus pies.
Mi
bien y mi todo, es tanto el dolor que siento por tus penas, que quisiera gritar
tan fuere que me hiciera oír en el Cielo para llamar al Padre, al Espíritu
Santo y a los ángeles todos, y aquí en la tierra, de un extremo a otro, llamar
en primer lugar a la dulce Mamá y a todas las almas amantes, a fin de que
haciendo un cerco en torno a Ti, impidamos el paso a estos insolentes soldados
para que no te insulten y atormenten más, y junto contigo reparemos toda clase
de pecados nocturnos, especialmente aquellos que cometen los sectarios sobre tu
sacramental persona en las horas de la noche, y todas las ofensas de aquellas
almas que no se mantienen fieles en la noche de la prueba.
Pero
veo, insultado bien mío, que los soldados, cansados y ebrios quieren descansar,
y mi pobre corazón oprimido y lacerado por tus tantas penas no quiere quedarse
solo contigo, siente la necesidad de otra compañía, ah dulce Mamá mía, sé Tú mi
inseparable compañía; me estrecho fuerte a tu mano materna y te la beso y Tú
fortifícame con tu bendición, y abrazándonos junto con Jesús apoyemos nuestra
cabeza sobre su dolorido corazón para consolarlo.
Oh
Jesús, junto con la Mamá te beso, bendícenos y junto con Ella tomaremos el
sueño del amor en tu adorable corazón.
Reflexiones
de la Duodécima Hora (4 AM) 4-59 Marzo 19,
1901.
Le
explica el modo de sufrir.
Esta
mañana, encontrándome toda oprimida y sufriente, sobre todo por la privación de
mi dulce Jesús, después de mucho esperar, en cuanto lo he visto me ha
dicho:
“Hija
mía, el verdadero modo de sufrir es no mirar de quién vienen los sufrimientos,
ni qué cosa se sufre, sino al bien que debe venir de los sufrimientos; este fue
mi modo de sufrir, no miré ni a los verdugos, ni al sufrir, sino al bien que
quería hacer por medio de mi sufrir, aun a aquellos mismos que me daban el sufrimiento,
y mirando el bien que debía producir a los hombres desprecié todo lo demás, y
con intrepidez seguí el curso de mi sufrir.
Hija
mía, este es el modo más fácil y más provechoso para sufrir no sólo con
paciencia, sino con ánimo invicto y animoso”.
Así
como en Jesús, en las almas todo debe callar.
Esta
mañana mi siempre amable Jesús se hacía ver bajo una tempestad de golpes, y con
su dulce mirada me miraba pidiéndome ayuda y refugio.
Yo
me he arrojado hacia Él para quitarlo de aquellos golpes y encerrarlo en mi
corazón, y Jesús me ha dicho:
“Hija
mía, mi Humanidad bajo los golpes de los flagelos callaba, y no sólo callaba la
boca, sino todo en Mí callaba:
Callaba
la estima, la gloria, la potencia, el honor; pero con mudo lenguaje hablaban
elocuentemente mi paciencia, las humillaciones, mis llagas, mi sangre, el
aniquilamiento casi hasta el polvo de mi Ser; y mi amor ardiente por la salud
de las almas ponía un eco a todas mis penas.
He
aquí hija mía el verdadero retrato de las almas amantes, todo debe callar en
ellas y en torno a ellas:
Estima,
gloria, placeres, honores, grandezas, voluntad, criaturas, y si las hubiera,
debe estar como sorda y como si nada viera, en cambio debe hacer entrar en ella
mi paciencia, mi gloria, mi estima, mis penas, y en todo lo que hace, piensa,
ama, no será otra cosa que amor, el cual tendrá un solo eco con el mío y me
pedirá almas.
Mi
amor por las almas es grande, y como quiero que todos se salven, por eso voy en
busca de almas que me amen y que tomadas por las mismas ansias de mi amor,
sufran y me pidan almas. Pero, ¡ay de Mí, qué escaso es el número de los que me
escuchan!”
OFRECIMIENTO DESPUÉS DE CADA
HORA.
Amable Jesús mío, Tú me has llamado en
esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte
angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más
conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.
He tratado de seguirte en todo; ahora,
debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte
“gracias” y un “te bendigo”.
Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y
mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos;
gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada
respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que
has soportado.
En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un
“gracias” y un “te bendigo.”
Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te
envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga
sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.
Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con
tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te
bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo
de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera
que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.
Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves
que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío,
tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen
saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la
unión contigo.
Ah mi Jesús, mantente en guardia para
que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des
tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi
Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu
dulcísimo corazón y me quedo en Ti.
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